"33"
—Que cansancio, Dios mío—dice Isis quejumbrosa, tomando asiento en uno de los sofás individuales—. Sol, siéntate, que cocinen ellos.
Con un pie en la cocina y de espalda a ella, tuerzo el cuello lo necesario para verle el perfil, detenida por la demanda en su tono y la malgama en crescendo de pavor e inquietud. Si había creído que las presentaciones eran la piedra más grande en el camino, pues estaba errada, lo es sentarme a conversar con mamá, papá y Eros en la misma habitación.
Por el rabillo del ojo diviso a Eros, Lulú y Hera adueñarse del sofá más grande delante de Isis, y a Giovanni posar el culo en el suelo junto a las piernas de ella.
—Le voy a enseñar a papá cómo usar la...
—Sol—pronuncia con esa tonada mortífera que no acepta negativas, erizándome los vellos de la nuca—. Toma asiento.
Lanzo una ojeada a la cocina, papá se esmera en ayudar a Martín a terminar la cena, me observa sereno y se encoge de hombros arrojándome a la jaula de los leones. Devuelvo los pasos, aunque la idea de ubicarme entre Hera y Lulú me regala paz, me posiciono en el pequeño espacio entre Hera y su hermano.
Acostumbro a tener la mano de Eros cubriendo mi rodilla, transfiriéndome calor y confort, esta vez conoce su postura lo suficientemente bien para limitarse a pasarme el brazo detrás de los hombros, en su rostro la misma fachada impávida desde que partimos del aeropuerto, dónde un momento de tensión me llevó a un mini ataque de ansiedad cuando al darnos cuenta que por supuesto todos no entrábamos en el auto, a Giovanni se le ocurrió sugerir llevarme en sus piernas.
El semblante de Eros se forjó una mueca irascible que me heló la sangre, sin embargo, Lulú salvó el instante ofreciéndose ir con las maletas, pero fue papá el que dio la idea de irse en taxi con Giovanni, y así ocurrió.
Mamá tomó el puesto de adelante como una reina en su primer recorrido por la corte, yo iba atrás en medio de las chicas. En estos momentos me hace mucha falta Hunter, se siente un vacío entre nosotros imposible de ocupar, podría ser una egoísta en desear que abandone la cena, pero sé que tampoco está del todo cómodo en ella.
Debería ir a salvarlo como él hizo conmigo hace días.
—¿Qué le pareció el vuelo? ¿Todo bien?—pregunta Hera, comunicándose a través del ahora indispensable Trevor.
Mamá sube las manos sobre su cabeza, descargando todo el entusiasmo en un sonido agudo de satisfacción. Verla sentada en el mullido mueble me parece tan irreal, un sueño cumplido. Trato de expulsar de mi cuerpo y mente los sentimientos que me lleven al piso, concentrando mi energía en el regocijo de tenerlos acá, conmigo, más fuerte no podría sentirme si tengo todas mis piezas completas y en su sitio.
—De maravilla, corazón, y más el piloto, ¡qué belleza de hombre!
Las chicas ríen al escuchar la traducción. Martín asoma la cabeza, sosteniendo un cuchillo en una mano y una papa a medio pelar en la otra.
—Mamá, estás casada—reprocha.
Lulú y Hera voltean a verme, pidiendo la traducción.
—¿Eso me vuelve ciega o cómo?—replica con deje altivo. Apunta a la papa, arqueando una ceja rojiza—. Pica bien esa papa, Martín, que queda bien pequeñita.
Él vuelve a sus labores sin mencionar nada más.
—Vlad es un hombre muy guapo—menciona Hera, mamá le contesta formando un corazón con las manos que les hace carcajearse.
Lulú hunde un dedo en mis costillas, sin intensión de lastimarme.
—Ya sabemos a quién saliste.
Isis se acomoda mejor en el sofá, sonriendo al oír a Trevor traducir.
—Allí dónde ustedes la ven con carita de niña buena, se la pasaba mirando hombres desde bebé—revela, espera el audio para agregar—. A los cinco años tuvo un noviecito en el kínder, le regalaba chocolates. Un día fui a recogerla y la encontré dándole un beso en los labios, ¡a los cinco años! Me dio el soponcio.
Las risas de papá se escuchan desde la cocina y creo que el aparato se avería al tratar de interpretar soponcio.
De repente, soy el chiste del momento, los únicos que nos abstenemos, somos Eros y yo. Quiero hacerme bolita, meterme bajo las mantas de mi cama y dormir hasta que mamá suelte todo lo vergonzoso que tenga que decir sobre mí.
—Lo recuerdo, tenia piojos en esa época—le secunda papá, y mi semblante no da abasto a más rojez.
—Ay si, le cortamos el cabello así como el tuyo—dice mamá, mirando a Lulú—. Pero no lo lucía como tú. Lo bueno es que le crece rápido, en todos lados, por eso agarró una lloradera por querer hacerse el láser y nada, ese fue su regalo de quince años, ahora es calva.
La vergüenza se maximiza al tope, el reflejo de mi situación es reír. No es secreto, hasta el mismo Giovanni lo sabe, estrené los resultados con él, pero no tenía que recordarlo.
—Mamá, por favor—resollo, tapándome la cara.
Aquí es donde enfrento una encrucijada: ¿escuchar cómo revela mis intimidades o ver cómo a interroga a Eros?
No quiero ser una persona vil, pero, es el turno de Eros.
Ellas ríen, dichosas de no ser las víctimas, me hundo en el asiento, repitiéndome que lo vale, de otra manera, estaría llorando porque no la tengo aquí.
Martín vuelve asomarse, esta vez rebota la mirada entre mis amigos.
—¿Son alérgicos a algún condimento? Porque sazonaré con todo lo que se me cruce.
Los tres niegan.
—Ninguno—responde Lulú, Martín levanta el pulgar y regresa a sus asuntos.
Mamá suelta deja salir un suspiro larguísimo, el verde de sus ojos deslumbrando en contraste con sus finas hebras, parecida a los tonos de un arrebol. De pequeña despotricaba seguido contra de la genética por no bendecirme con una cabellera como la de mamá, o siquiera el tono verde ocre de su mirada, pero aprendí a querer mi reflejo, pues visualizo los ojos de papá en los míos.
—No sabemos cómo agradecerles por el viaje...—reitera mamá, estirando las palabras.
—Pagándoles—el grito de Martín sale como un estallido desde el otro ambiente.
Martín no entre en el campo de visión de mamá, pero seguro que le ha llegado la presión de su mirada.
—Sigue picando, Martín—proclama con Trevor cerca de los labios, volviendo la vista a Hera—. Francisco, Martín, Sol aunque no lo parezca y yo, estaremos en deuda siempre. Esperamos no haber causado molestias innecesarias.
Conozco tan bien a mamá que puedo palpar el recelo disimulado bajo la genuina gratitud, intuyo que siendo persona de evitar favores y obsequios ostentosos, esto le genere al menos, una pizca de incomodidad.
—Que va, Sol es nuestra familia—toma mi mano, apretándole entre la suya—. Estamos felices de ayudar.
Isis enarca una ceja levemente con suspicacia.
—Ah caramba, ¿ya te casaste?—bromea, y aunque las chicas sonríen, que voltee a mirar a Eros me quita el chiste—. Cuéntame, Eros, ¿qué edad tienes?
Eros, imperturbable, le contesta:
—Diecinueve.
Mamá ciñe la mirada, y pese a ser ella quién hizo la pregunta, es Giovanni quién replica.
—¿No deberías estar graduado?
Cierro los ojos una inhalación, suspendiendo los sentidos los segundos que me toma conciliar el control de mis nervios, pero todo resbala por una pendiente al percibir a Eros removerse. De reojo le observo arrojar un vistazo displicente al chico que no le aparta la cara, por el contrario, levanta la quijada, desafiante.
Aquí me pregunto si debí comunicarme con Giovanni antes, él no sabía sobre Eros, quiero creer que la sorpresa le ha tomado por sorpresa y le hace actuar con esta soberbia estúpida y sin razón, pero, ¿por qué? Él y yo quedamos en buenos términos, cada uno ensimismado en su vida, resolviendo sus propios asuntos. A él no tendría que importarle que lo yo haga, ni viceversa.
—Aquí quién hace las preguntas soy yo—reprende Isis entre dientes. Giovanni comprime la mandíbula y aparta la vista de Eros, afincándola en la pared en un movimiento insultante—. ¿Planeas estudiar en la universidad?
Eros asiente despacio, relajando el ceño hundido.
—Así es.
—¿El qué?
Lejos de verse interesada, esa postura de hombros rígidos y semblante impoluto de emociones empáticas, le proporciona aires de agente federal que busca sacarte la verdad sin detenerse en siquiera pensar si eres culpable, o no.
—Ingeniera mecánica—responde Eros, sin vacilación ni duda.
El sonido de la licuadora cesa. Martín sale de la cocina, buscando a Eros con la mirada.
—¿Allí ven fabricación de armas?
Eros estrecha la mirada uniendo las cejas, pensativo.
—Depende de la universidad—contesta—. Columbia ofrece orientación en armamento, La de Nueva York no.
Las esquinas de la boca de mi hermano desciende y afirma con la cabeza dando rebotes antes de volver a lo suyo. No quiero parecer extrañada por la interacción entre ellos, pero ciertamente lo estoy. ¿Desde cuándo se llevan... bien? Bueno, Martín no tiene razón para quejarse, si fue él quien le dio alas a Eros para que el viaje se llevara a cabo.
Mamá guarda silencio un lapso considerable de tiempo, sus ojos jamás se separan del rostro circunspecto de Eros. Sospecho el debate interno al que se enfrenta Isis: en si dar a conocer su disgusto por las armas o callarse porque el chico le ha traído desde otro país en un vuelo cinco estrellas. Mamá puede ser frívola en muchos casos, pero no hay manera en el mundo que se comporte sin ápice de agradecimiento.
Giovanni resopla, llevándose la atención de todos.
—Ustedes estudiaron para traer vida, él lo hará para quitarlas—expresa rencoroso, aumentando la tensión a extremos asfixiantes.
Hera se hunde en su puesto, cubriéndose el pecho con los brazos como defensa contra el tono de menosprecio impreso en la voz del chico. Sabiendo cuanto le afecta el asunto, Lulú la rodea con un brazo como una mamá leona a su cría, a la vez que le brindo un apretón suave en el antebrazo.
Isis, tan inexpresiva que duele, ladea la cabeza, examinando a Eros.
—Cada moneda tiene dos caras—matiza solemne—. No puede existir el bien sin el mal, ¿cómo sabes qué es lo bueno y qué es lo malo, si solo conoces una parte de la realidad? ¿Tú qué piensas sobre eso?
Bueno, nos hemos puesto filosóficos. Solo espero que no comiencen a debatir usando conceptos estrafalarios, no tengo cabeza para profundizar en nada, el hambre aparte de tenerme sudando, me ha quemado un trillón de neuronas.
Eros le toma tres segundos obtener una respuesta.
—Me gusta percibirlo como el balance a esa dualidad—argumenta—. Lo perfecto no existe, tampoco lo totalmente malo o bueno, ¿pero quién decide cuál es cuál?—mamá escucha atenta la traducción—. Dentro de toda acción perversa se halla un punto de bondad, y al contrario. Una persona puede abusar de otra por complacerse así mismo, lo cree bueno para sí, y aún cuando el acto es erróneo, la intención del mismo esta persona cree que no, pero si un tercero asociada con la víctima, lo mata buscando su propia justicia, ¿es considerado bueno por la naturaleza de su motivo? ¿Aún cometiendo un delito en términos legales 'peor'?—se encoge ligero de hombros, dirigiendo la mirada a Giovanni—. Lo que tú encasillas como cruel, yo lo juzgo como el equilibrio del mundo. Sin mi familia la maldad seguiría su rumbo, pero me complace saber qué confías que tenemos tanta influencia como para decidir lo que está bien y lo que no.
Soy incapaz de exhibir la complacencia que esa respuesta me ha dado, debo verme como una tonta, no me importa. Mamá no luce como si estuviese flotando en las nubes, pero tampoco doy con ningún rastro de lo contrario. Juro que puedo leer su mente, su rostro neutro me dice que le ha convencido a medias, su odio por las armas sigue allí presente, pero al menos le interesa conocer que Eros no es cualquier loco de carretera, como ella los llama.
Todo iba relativamente bien, creí que el cerraríamos el tema aquí, Giovanni me demuestra que si algo puede ir mal, tomará el camino de lo peor.
—Pienso que sin armas no habría guerra ni delincuencia—repone con la amargura devorándose su voz—. ¿Te has puesto a pensar en las vidas que salvarías si ninguna de esas cosas que fabricas existieran?
La estancia se llena de un silencio vergonzoso. Lo que ha dicho carece de toda lógica y fundamento, todos le miramos aguardando a que se retracte o suelte una carcajada, dando a entender que esta bromeando.
No lo hace.
Papá y Martín salen de la cocina de inmediato.
—Claro, porque la batalla de Teutoburgo se disputó a punta de balazos—expresa Martín con acento beligerante—. Por eso hay que leer, documentarse y prestar atención en clases, para no quedar como idiota.
Giovanni no se da por vencido, se inclina hacia adelante todavía sentado en el suelo, la irritación y pena ajena se enzarzan en una batalla dentro de mí.
—Dónde yo veo muerte tú ves negocio, ¿cómo duermes sabiendo que vives a base de la corrupción de vidas inocentes?
Todo lo que sale de esa boca lleva impresa la clara pretensión de hacerle quedar mal frente a mamá. Giovanni conoce la aversión de Isis contra las pistolas y cualquier cosa parecida, desde que en una guardia le apuntaron con una y le amenazaron con que si no le salvaba la vida al criminal, la matarían a ella, le costó semanas reintegrarse a su rutina.
Su comportamiento incongruente me vuela la tapa de compostura, la rabia se quema junto al desconocimiento de la raíz de su ataque, porque en mi cabeza no se ensambla que sea por banales celos.
—¿Qué carajos te pasa?—cuestiono, más agresiva de lo que pretendía.
Hace el amago de hablar, pero la mano en alto de Eros le calla. Sostengo la respiración.
—Porque no apunto a nadie a la cabeza y le obligo a disparar. Dime una cosa, cuándo compras un cuchillo, ¿lo usas en la cocina o sales a apuñalar a quién te pasee por el frente?—Eros disfraza el desagrado con tranquilidad a nivel magistral, pero no puede hacer nada contra el grosor de la vena en su frente—. Cuando adquieres un arma tienes dos opciones, defenderte o aniquilar, y tú, como persona con raciocinio decente, sabrás que parte del equilibrio vas a empujar.
—Tu familia está manchada con sangre de tu propia gente—escupe Giovanni, un poco más y comenzaría a despedir humo de las orejas.
Esta vez me preparo para mandarlo a callar sin importarme quien este presente, la valentía perece cuando la mano de Eros se aferra con fuerza a mi muslo, cortándome el vocabulario.
—Sí, mientras mi país se desangraba, mi familia se llenaba los bolsillos, no una, dos veces, por algo se dice que Alemania pierde guerras, los Tiedemann no—profiere con tono cargado de indiferencia que competía equitativamente con la apatía de su mirada—. Nos beneficiamos de un acto siniestro, tomamos lo bueno de lo malo, te lo dije, pero no comprendes así que te lo repito: el equilibrio de la dualidad que mueve el mundo.
Todos nos hemos quedado mudos, perplejos ante la disputa. Mamá aparenta sosiego, contemplando la característica escena con el mentón apoyado sobre los nudillos. Tiene esa pantalla de juez analista sobre quien se lleva la razón y quién no, y eso es peor que una intervención. Sus silencios implican más peligro que la mordida de una víbora venenosa.
—Qué fácil es para ti desligarte de esto—emite atribuyéndole cólera y disgusto a su tono—. Eres tan asesino como aquellos que aprietan el gatillo.
Eros sonríe sin ápice de gracia, más bien, es una calca suavizada de su distintiva mueca satírica.
—Temo decirte que estás en lo cierto.
Giovanni hace el intento de responder, le aniquilo con la mirada, levanto un dedo para descargarme sin importarme quién escuche y quién demonios no, pero el maldito grito de Martín me interrumpe.
—¡Eros me pegó no uno, tres puñetazos!
Ha salvado el momento.
O lo ha matado, depende de cómo se desenvuelva la conversación.
Mamá fija los ojos en Eros pidiéndole que se explique.
—Porqué Martín me insultó—repongo exaltada—. Y él también le pegó a Eros.
Mamá oscila la vista de mi hermano a mí, ceja arqueada, labios fruncidos, maquinando como proceder, la sensación de ser reprendida por discutir con Martín me trae a mi niñez, cuando pasaba lo mismo y mamá adoptaba la misma postura silenciosa y reflexiva.
Probablemente analizando de que manera regañarnos sin quitarse la chancla.
—¿Qué te dijo?—inquiere papá, cruzado de brazos.
Martín pierde edad al patear el suelo y volver a la cocina con la cabeza gacha y los hombros caídos.
—¡Dile lo qué me dijiste!—insisto sin bajar la mano—. Cobarde.
Todos los Trevors traducen el pleito al unísono, no durarían mucho si continuaban trabajando a esa rapidez. A ojos de un extraño, la escena le resultaría de comedia.
—¿Qué te dijo?—me pregunta mamá.
Si me pide contexto, sabrá que la que falló en un principio, fui yo. Y si no lo hace, más que seguro que Martín sí que lo hará. Cavé mi propia tumba.
—Bueno, él, no, si—balbuceo incoherencias. Mis papás me observan expectantes.
Eros se inclina hacia adelante, posando los codos en sus muslos con el dispositivo a centímetros de la boca.
—Le dijo que si le parecía difícil mantener las piernas cerradas un mes.
Isis se echa hacia atrás, apoyándose en el espaldar del mueble, en sus pupilas un brillo alterado empieza a formarse.
—¿Eso es cierto, Martín?—papá vuelve a la cocina en busca del susodicho.
—Porque ella no cumplió con lo pactado—replica a la defensiva.
—¿Y por eso se merece que la insultes?—reclama papá con voz borde—. Regáñala, castígala, pero sin insultos.
Allí papá baja la guardia y un tornado arrasa con la satisfacción que se había instalado en mi pecho. Martín es un hombre joven con responsabilidades que no debería cargar, como a todos, la situación le ha forzado a madurar y tomar el rol de mi representante, manteniéndonos a flote en una ciudad costosa, de alta demanda y salvaje en más de un aspecto.
Tendría que darme con una piedra en los dientes si un día me atrevo a mencionar que he pasado hambre o frío por no tener un techo donde dormir.
Bueno, genial, ahora soy la mala del cuento que yo misma escribí.
—Verónica, ve y dale un abrazo a tu hermano—demanda mamá desde su trono.
Que use mi segundo nombre solo puede significar una cosa: no hay espacio para la negativa.
Martín arruga la cara al verme acercarme arrastrando los pies. La última vez que nos obligaron abrazarnos después de pelear, yo no pasaba de los ocho años de edad, le había apagado la consola de videojuegos y él me pegó una patada en el culo tan fuerte que me hizo llorar a moco tendido.
Isis cogió una correa y en lugar de azotarnos, nos amarró abrazados con ella por dos horas. Las peores de mi vida.
Funcionó, nunca más volvimos a caernos a puñetazos.
El abrazo duró lo suficiente como para darme grima. Hera, en broma, se lanza sobre Eros y mamá los observa enternecida.
—¡Mira, qué lindos hermanitos!
—Preciosos—murmuro para mí misma, volviendo a mi sitio.
—No fuese Hunter, porque te transformas en pulpo—cuchichea Martín.
Una risotada brota de mis labios, y a penas Trevor traduce, mamá se nota interesada.
—¿Hunter? He oído de él, ¿quién es?
Lulú brinca en el sofá desbordando alegría.
—Yo le diré quién es.
~
Fui la primera en ponerme de pie y caminar al comedor cuando Martín avisó que la comida estaba lista.
Eros tomó asiento de nuevo a mi lado, y tuve que morderme la lengua cuando Giovanni se escurre en el asiento a mi otro costado. Mamá quiso quedar en medio de mis amigas, ellas hablan sobre que visitar estos días de descanso, aprovechando que el resto está metido en sus asuntos, me apego a Eros, gesticulando un '¿estás bien?', él me contesta con una sonrisa fina y un beso imperceptible en la cima de mi cabeza.
Martín pone la mesa con ayuda de papá, Eros juega con el borde de mi suéter, todos en un ambiente cómodo, solo se oye el ruido de los cubiertos y platos.
La última hora ha sido una avalancha de emociones, la llegada de mis papás seguía siendo un hecho desconcertante, ya me había ajustado a la idea de pasar la navidad y fin de año sin ellos. Me cuesta asimilar que todo esto haya sido ideado por Eros, no por el gasto monetario, si no por el peso sentimental que él reconoce, esto tiene para mí.
Lo que me ha dicho Hera en el viaje a Buffalo, eso que sonaba como una adivinanza, se resuelve en mi mente en un suspiro.
Eros se preocupa por mí, es lo que ha dicho, ¿no? Más allá de compartir intimidad sexual, Eros puede que sienta lo mismo que yo, puede que también quiera quererme.
La posibilidad abre un portal infinito que devora mis pensamientos pesimistas y arrastra las dudas que me abnegaban y no sabía el daño que me causaban hasta ahora, que las he soltado. Volteo a verle como si me fuese a dar una respuesta exacta a esa pregunta, y mi corazón late arrebatado al atisbar el amago de una sonrisa bailando en sus labios al compás de la dulzura que predica su mirada.
Podía ser un momento revelación, algo sin precedentes en mi vida, podía colmarme de felicidad y calma, pero Giovanni decide que necesita interrumpirlo.
—Vas a terminar como Sarah Winchester.
Para su mala suerte, Trevor siempre escuchando, lo traduce.
Eros de inmediato sube un brazo al espaldar de mi asiento, no se inhibe en sonreír como si el mundo le debiese rendir pleitesías.
—¿Casada con el maldito que vende muerte?
Giovanni niega.
—Loca.
—Y nadando en dinero—recalca Martín, dejando el plato atestado de comida delante de él—. Come en silencio, que el jet lujosísimo en el que viajaste y en el bastantes fotos te tomaste, lo costearon las balas que tanto criticas.
Hera y Lulú le pasan sus respectivos platos a papá y él a Martín, quién reparte la comida y se lo regresa a las chicas, ellas les dan las gracias y esperan al resto para comenzar a comer.
—Bueno, Eros, seré franca contigo—Isis dice de la nada, con Trevor a centímetros de la boca. El chico encuadra los hombros, llevando la atención a mi madre—. A mí eso de las armas no me gusta, en lo absoluto. Pese a eso, porque me parece que tienes tus ideales en bien marcados y eso, a tu edad, es algo que respeto y valoro, aunque no compagine con ellos. Sin embargo, muchachito, tengo que pedirte que dejes a mi hija lejos de cualquier cosa referente a eso. Comprendo que es complicado, dado que Sol cumple sus horas comunitarias en la compañía de tu familia, y no puedo hacer mucho allí. Espero comprendas mi posición, porque no está en discusión—mamá permite que Trevor traduzca antes de preguntar—: ¿Consumes drogas?
Eros niega.
—Ninguna.
—No es como si fueses a contestar que si, de todos modos—ironiza Isis—. ¿Bebes alcohol?
—Muy poco.
—¿Estás limpio?—la pregunta es sugestiva, lo que me llena los mofletes de calor.
Eros me mira de reojo, extendiendo una sonrisa.
—Sol me hizo revisarme.
Mamá me apunta con un cubierto aprobando ese hecho. Hera observa el intercambio con una sonrisa que le muerde las orejas, puedo imaginarla moviendo los pies de arriba abajo. Lulú por su lado, rebosa de sonrojo, para ella debe ser extrañísimo que una mamá hable de ciertas cosas en un almuerzo familiar, y la entiendo, aún teniendo la confianza que muchos desearían, la vergüenza me atrapa y no me libera.
—No espero menos de ella—expone Isis. Eleva una mano que mueve indecisa delante de su cara, tuerce la boca indiferente, entonces, añade—. Este interrogatorio es protocolo, yo dudo que alguien que no aprecie a mi hija, envíe un avión por el globo terráqueo en busca de sus padres. Puedo estar equivocada y por tu bien, espero que no sea así. Aunado a eso, son jóvenes, no pretendo que vengas a pedirme su mano y si ese fuese el caso, te correría a escobazos de aquí—escucho a papá reír a mi espalda, sabe que mamá sería capaz de algo más que eso—. Lo que sea que se desarrolle, confío en que será sano y consensuado, ¿comprendes lo que digo?
Eros afirma sin vacilar.
—Al pie de la letra.
Mamá no se confía, recibe su plato sin romper contacto visual con Eros.
—Por último—sondea con voz estridente—. Yo no espero que mi hija tenga el trato que cualquier ser humano merece, yo exijo que sea tratada como lo que es, una reina. Y no hablo de dinero, que yo conozco a mis crías y lo último que mi Sol te verá, es el peso de la billetera.
No, le veo el peso de otra cosa.
Una risa me asalta y mamá me come con los ojos. Nada se le escapa, es obvio que también entendió el significado de la risita.
—No tengo ninguna duda—contesta Eros, descansando una mano en mi muslo. La barriga se me llena de aleteos que me suben a la garganta y me inflan el pecho al ver la sonrisa furtiva que me regala.
—Aclarado el asunto, disfrutemos la comida—finaliza, buscando a Martín con la mirada—. Confío en que esas verduras estén bien picadas y adobadas, no quiero pasar vergüenza delante de los invitados.
Martín chasquea los dientes, apuntando a Eros.
—Por él ni te preocupes. Si se come a Sol, tiene estómago para cualquier cosa.
Abro la boca ofendida, avistando el rostro de mamá.
—Martín, respeta a tu hermana—reprende papá, acariciándome el cabello después de despachar la jarra de jugo en el centro de la mesa.
Mamá forma una o con los dedos con la misma mano que señala a Martín, vistiendo su rostro con la expresión más amedrentadora que le he visto.
—Te estás llevando todos los números de la rifa de coñazos que estoy sorteando, con eso te digo todo.
No me defiendo porque ya sabía que papá lo haría por mí y mamá lo regañaría. El aroma de la comida me pone frenética, ¿por qué tardan tanto comer, Dios mío?
—¿Ves qué es él el qué comienza?—refunfuño, pretendiendo rellenar el vaso de jugo.
Pretendiendo, porque el peso me dobla el pulgar en un ángulo doloroso que me hace soltarla y derramar jugo en la mesa. Giovanni me la quita y devuelve al centro, coge un puñado de servilletas e intenta recoger el líquido pero ya es tarde, me ha caído la mayor parte en el regazo. Ahogo una maldición al sentir el frío atravesar la tela, Giovanni pasa el papel por la zona, demasiado brusco. Le aparto la mano, fastidiada por su falta de delicadeza y mi torpeza.
—Está bien, déjalo así.
Él se niega.
—Fue mi culpa.
Continúa con el movimiento hosco, suelto un bufido lastimero antes de intentar quitar su mano de mí, otra vez.
—No lo fue, deja ya—musito.
Por fin se detiene. Levanta la vista a la mía, ceñudo.
—¿No puedo ayudarte?
Pero, ¿qué carajos le pasa hoy? La mano engalanada por un par de anillos dorados de Eros aleja la de Giovanni de mí. Su postura defensiva me cubre el costado, proporcionándome su tibieza corporal.
—No, si ella te dice que no, no puedes—gruñe a media voz, hincando la vista irascible en él.
Giovanni, como hace unos momentos, le hace frente con la barbilla en alto. Las palabras se me atascan al sentir un calor nervioso cubrirme la cabeza. Ambos se dedican miradas extrañísimas que nos dejan al resto sobrando. Hera le chista algo a su hermano, él pasa de ella.
—Muchachos, tranquilos, que es mi hija no un pedazo de carne—interviene papá con su usual voz relajada, a la vez que mueve un dedo al asiento vacío junto a Lulú—. Giovanni, siéntate allá—la sonrisa que empezaba nacer en los labios de Eros se desvanece cuándo papá repite el ademán, a la silla junto a su hermana, dónde se supone, se sentaría Martín—. ¿Me permites? Quiero cenar junto a mi hija.
Y así es como papá y Martín ocupan los antiguos asientos de Eros y Giovanni.
Reparo en cada una de las personas que ocupan la mesa, dejando uno vacío reservado para Hunter. Les quiero a todos, de distintas maneras, niveles y proporción, pero les quiero. Mi pecho se hincha llenando mis ojos de lágrimas hechas de la dicha más pura y cruda que he sentido en mucho tiempo. Estoy en casa, y en este preciso momento, siento cada confín dentro de mí atestado de felicidad.
—¿Cómo se dice buen provecho en alemán?—mamá exclama la pregunta a Trevor que traduce en un santiamén. Levanta el vaso de jugo para brindar con Hera y después con Lulú.
Hera traza una sonrisa abierta, chocando el vaso contra el de mamá.
—Guten appetit.
Mamá desliza la vista a Eros, alza el vaso y antes de beber un sorbo, profiere:
—Guten appetit.
~
—Me agrada.
A pesar de sentir la subida drástica de mis latidos, continúo acomodando la ropa dentro del cajón vacío para mamá. Una explosión de emociones ocurre en mi pecho, y tan pronto como le doy la espalda, extiendo una sonrisa que me abarca la cara entera.
—También a mi—bromeo, llevando la vista a la suya.
No mueve ni un músculo de la cara.
—Me agrada, pero—repite, haciendo ahínco en la última palabra—. Tiene una vibra dominante que... que no me termina de encajar. No me gusta que su familia venda armas, no me gusta que se tome molestias de esa magnitud como traernos en un vuelo privado y menos me agrada la forma en que te mira, como si fueses su presa—hace una pausa, negando con la cabeza—, no lo sé. Es un chico guapo, de buenos modales, eso no lo puedo negar, pero siento que cree que puede tomar atribuciones sobre ti que no debe.
Le miro guardando silencio, sin percibir ni un débil latido.
—¿Hablas del viaje?
¿Le habrá dicho Martín que todo esto del viaje fue una estrategia de Eros para qué Giovanni no se quedará aquí? Mamá no se opuso a que fuese con Jazmín, no obstante, su cara al enterarse no fue la más simpática, tampoco le pasó desapercibido la expresión de Eros al enterarse que esta noche tendría que pasarla acá, pues la familia de Hunter sigue reunida.
Si hubiésemos cambiado a Giovanni por Hunter...
—Claro, ¿de qué más?
Encojo los hombros, doblando la siguiente camisa abstraída en mis cavilaciones. Todavía no caigo en cuenta que Eros conoció a mis papás, y ellos están de acuerdo con la relación.
Papá si, en todo caso.
—Pero no te opusiste—digo con voz débil.
—¿Con qué cara rechazo semejante ayuda? Si desde un principio la chiquilla me hubiese informado que sería un viaje privado me niego, pero ya estábamos allí en el aeropuerto con el pájaro gigante esperaba por nosotros—repone con cierta tirria en la voz—. Yo te lo dije, ¿o no? Mientras más caro sea el regalo, más esperará de ti. Lo último que deseo es que sientas que le debes algo.
Curioso, que así es como me siento.
—No fue mi idea, yo tampoco lo sabía—respondo con la voz inaudible.
Asiente con prudencia, dibujando un mohín desidioso.
—Lo sé, ya hablaré con Martín—chasquea la lengua, plantando su mirada indecisa en mi rostro carente de emociones—. Se le nota el interés en ti, de eso no hay duda, aunque diré que a mis ojos, es más pasional que otra cosa. No te digo que dejes de verlo, si tú te sientes bien con él, entonces me tocará morderme la lengua porque tuve tu edad, bastante que me prohibieron tus abuelos, y ninguna me abstuve de hacerlas.
Esta mujer habla de atrás para adelante, me confunde con cada oración que dice.
—¿Me estás dando el permiso o negándomelo? Es que no te entiendo.
—Te estoy diciendo que hagas lo que quieras mientras no salgas con una sorpresita, ya tú sabes de lo que hablo—contesta con altivez, la mirada limpia de vacilación—. Continúa enfocada en tus estudios, que el amor no te ciegue. Tú futuro te pertenece a ti y solo a ti, cada una de tus decisiones, tómalas pensando en ti, ni siquiera en mí, ¿me estoy explicando?
Amor. Quiero reír, pero sería ganarme una bofetada. Isis detesta que me ría en momentos serios, y este, es uno de ellos. La palabra amor tiene una connotación demasiado poderosa como para usarlo al referirme a Eros. Me asusta el pensar en el día que, sin pensarlo, utilice ese término para describir mis sentimientos por él.
Confío en que cuando llegue el momento, no le daré tantas vueltas como ahora, porque a mi parecer, el amor es eso, seguridad y confianza. Y en este instante, no me siento lista para unir su nombre a ese término.
Le quiero, es cierto, pero no le amo.
—Perfectamente.
Expulsa todo el aire contenido en sus pulmones.
—¿Te han servido las horas? ¿Estás segura de querer irte por esa carrera? Puedes intentar acudir a cursos de otras, para que pruebes si tienes dudas—sugiere, sacando otro bulto de pantalones—. Asistí a uno de enfermería antes de ingresar a la faculta.
—Tan segura como que el agua moja.
—Que graciosa—rechista—. Bueno, tu papá y yo nosotros rezaremos por esa beca mientras tú trabajas por ella.
Si Martín pudo, yo podré. Si Martín pudo, yo podré...
—Haré mi mayor esfuerzo—mascullo, refrenando el sentimiento de abandono que la charla con el guía me produjo.
—No me sirve tu mayor esfuerzo—sentencia, pegándole una palmada a la montaña de ropa—. Toda tu dedicación lo quiero centrada en ese objetivo. Tu hermano, tu papá y yo lo esperamos.
Eso me ayuda un montón.
—Sin presiones, ¿no?—espeto, ella se da cuenta de lo que ha dicho, continúa sacando trapos de la maleta.
—Sin presiones—repite. Su cara se ilumina al toparse con una caja morada—. ¡Ah! Te iba a decir que me llegó esta copa menstrual, es de tu talla, ¿quieres probarla?
Reviso las imágenes, la idea de tener eso adentro no me produce ningún confort.
—¿No?
Ella blanquea los ojos y comienza a destaparla.
—No seas miedosa, mira, te voy a enseñar cómo se pone—me dedica una mirada entusiasmada cuando saca la bolsa—, ni la sientes.
Miro al empaque, dudosa.
—¿Cómo no sientes eso? Mírale el tamaño.
Enseguida se olvida de la bolsita para fijarse en mi cara, en alerta, como si se retrajera de decirme alguna cosa.
—No hables de tamaños, porque no te va a gustar el camino que tomará esta conversación y te aseguro que saldré ganando yo—pide, devolviendo todo a la caja—. Ahí te la dejaré, ya me dirás si te animas o no.
Asiento, pasando la pila de pantalones a la gaveta.
—El próximo mes la pruebo.
Pasa casi un minuto en completo silencio, las voces de papá, Martín y Giovanni se oyen desde el recibidor. Nos toca a nosotras acomodar la ropa, porque ellos cocinaron y lavaron la loza.
La idea de mandarle un mensaje a Eros preguntándole que le pareció todo me atraviesa los pensamientos, pero conociendo su vacía y hasta borde comunicación, es posible que reciba un 'bien' y ya está. Lo dejaría para después, cuando descubra una recompensa a su a la altura de las circunstancias, porque ni siquiera el regalo que pude comprarle por su cumpleaños será suficiente, y me costó el sudor de una quincena, mi cuenta está en ceros, se fue todo en regalos, incluido el de Ben, re calculando fechas, mañana sería lo que Nelson llama, el magno evento para cerrar el año.
Y pasado mañana, Eros cumplirá veinte años.
—Oye, ese Giovanni si es bocón, ¿verdad?—habla en susurros—. Pensé que el catire le daría un tatequieto, se le veía que tenía ganas, ¿crees que no me di cuenta?
Estoy segura que todos nos dimos cuenta.
—Se lo merecía—me limito a contestar.
—Jum, bueno—finaliza el tema—. Mejor cuéntame cómo resultó todo eso entre Eros y tú, ¿fue cómo en las películas? ¿Chocaron y se te cayeron los libros?
Si lo vemos desde esa perspectiva.
—Todo comenzó un treinta y uno de agosto...
Y le mentí, diciéndole que choqué con su mirada resplandeciente bajo las últimas pinceladas del sol de verano, y todo fue tan bonito, limpio y puro que era imposible negarse a tal situación y prospecto.
No se comió el cuento, pero sirvió para que nos diera sueño.
La copita no me funcionó, a usted si? Consejos por favor🧍🏻♀️
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