"32"

—¿Vendrás a la fiesta de Ben?—consulta Shirley, terminando de repasar la vitrina con el paño húmedo de desinfectante—. Yo sé que sí y que también llevarás a tu galán, ¿verdad?

Le miro con suspicacia, ella finge desinterés examinando el vidrio por doceava vez. Shirley es una maniática de la limpieza, si no está barriendo tiene que desempolvar algo, si todo está pulcro, la considero capaz de ensuciarlo ella misma para comenzar desde cero.

De todos los hábitos que me puede contagiar, de verdad quiero que me transmita ese.

—¿Por qué siento que lo quieres más a él allá que a mí?

Le había extendido la invitación noches atrás, para mi gran sorpresa y emoción, aceptó sin rechistar. Al parecer, la idea de conocer al querido Ben le parecía toda aventura.

—¿Estás celosa?—se mofa, enarcando una ceja.

—Claro—bufo, rebotando el bolígrafo contra la palma de mi mano—. Me tienes que querer a mí, no a él—antes de que conteste, levanto el plumón y añado—. ¿Puedo llevar a mis amigos? Son tres.

Ella levanta las manos, balanceando el paño como si se tratase de una bandera.

—Por supuesto—casi grita, jubilosa—. Más gente es igual a más regalos, trae tu pandilla completa.

—La idea de las fiestas es compartir—interviene Randy, Shirley le escanea de arriba abajo con aspereza.

—Se nota que no tienes hijos.

La melodía inicial de Radioactive de Imagine Dragons surge de los parlantes, avivando los ánimos caídos; Nelson, metido en el almacén, profiere un sonido de aprobación, Randall lo traduce a un pedido de subir el volumen.

Dan las nueve y quince, la pantalla de mi celular se enciende mostrándome el esperado mensaje de Eros, avisándome que se encuentra cerca. En coordinación con Shirley cambiando el letrero a cerrado, presiono el botón que expulsa la facturación de la tarde, saco las del pisa papeles para sacar las cuentas tarareando la canción de fondo, con el pecho contraído de la ansiedad de saber que en pocos minutos estaré cenando en algún restaurante con Eros.

Probablemente soy la chica más ridícula del planeta, emocionada hasta la histeria porque va a reencontrarse con el mismo chico luego de haber recibido en su interior horas atrás.

Pero es que Eros no es cualquiera, Eros es... bueno, mío.

No sé qué tan correcto sea ese término para referirse a personas, suena equívoco, pero no se percibe así. No lo siento mío por posesión, porque me pertenezca, es mío porque...

No, no hay manera bonita o decente de responder a eso.

Así que puede sonar mezquino y desatinado, pero esa era mi definición hasta conseguir una de respaldo, coherente y asertiva. Sí.

Trece minutos exactos después, salgo del local luego de despedirme de los chicos. Eros me intercepta pronto, se le ha hecho costumbre venir hasta la puerta de la tienda por mí, desde el siniestro encuentro con el encapuchado.

Viene ataviado en un suéter color crema de cuello alto, gabardina marrón oscuro, pantalón negro y cabello y barba recién estilizados, se ve increíble, las manos me pican por acariciarle la cara y probar la textura de su ropa, pero no es él quien me hace detenerme, ni el vaso que tiene en la mano, son las chicas flanqueándole, Hera y Lulú, lo que me saca de contexto, cada una concentrada en un helado. Parece un papá de paseo con sus dos criaturas.

Al llegar a mí, él me ofrece el batido.

—¿Qué es esto? ¿Una cita de a cuatro?—proclamo en broma, recibiendo el detalle.

—Pudo ser de cinco, pero Hunter no pudo escapar de la cena con sus abuelos—contesta Hera, con la sonrisa repleta del dulce—. Ocurrió un problema con el viaje de papá y mamá, tenemos que ir a solucionar al aeropuerto, tómalo como un paseo de reconciliación.

La sangre se me agolpa en los pies.

—¿Cómo? ¿Están aquí?

No estoy lista para conocerlos, lo estaría si me limitara a ser una amiga más de Hera, pero sí de postre me como a su hijo y todos lo saben, el contexto cambia radicalmente.

Me echo un vistazo rápido, llevo las converse negras más viejas que tengo, el cabello recogido en una trenza desaliñada y seguro que la frente me brilla como mi nombre lo menciona, el puto sol, porque ni aunque el clima este en menos de diez grados, puedo mantener la piel de la cara seca.

Repito, no estoy lista.

—No—exclama Hera, mi corazón vuelve a su sitio luego de escalar a mi garganta—. Solo hay papeles que firmar y eso, ya sabes.

No, no lo sé, pero de igual forma asiento con la cabeza.

Volteo hacia Eros mucho más tranquila, él me dedica una mirada significativa, mi pecho se agita al atisbar en sus orbes una incipiente picardía que destella como la lámpara sobre nuestras cabezas.

—¿Hola?—pronuncia con sarcasmo, sacando la tira de la mochila de mi hombro—. Me alegro de verte, también.

Pruebo la malteada ahuyentando la sonrisa bordeando mis labios.

—Recién nos vimos—replico, evitando mirar a las chicas, puedo intuir sus sonrisas, la vergüenza me empaña las mejillas de calor—. Hace un ratito.

Hace el amago de contestar, pero se interrumpe así mismo expandiendo su bonita sonrisa.

—No lo sentí así—farfulla, me da la impresión de que lo toma como un chiste interno—. Camina adelante, no recuerdo la salida.

Los chiflidos de disgusto de Hera y Lulú no tardan en aparecer, tengo la certeza del juicio de sus miradas, puedo sentirlas adheridas como stickers en mi perfil, pero mi completa atención permanece en la de Eros, para no derretirme de la vergüenza en pleno invierno.

—A mí no me la haces dos veces, Eros Tiedemann—le susurro, encadenando su brazo al mío—. Camina, y puede que más tarde, si tengo los ánimos, si me da la gana... te daré la entrada.

No me contradice, y así a la par, nos dirigimos al estacionamiento, con las dos chicas comandando el camino.

~

—y...—suelto el aire, removiendo los dedos entumecidos—, ¿resolviste el problema?

Una hora de camino más casi media hora distrayéndome con los videos de chisme de famosos que Hera reproduce en la web, postradas en el recibidor de una aerolínea de la que no sabía existencia junto a otros clientes de pinta importante, incluso iban con agentes de seguridad, a la ansiosa espera de la reaparición de Eros después de que su silueta se esfumara por una puerta. El estómago ya no me gruñe, me truena como si cargase por dentro una tormenta eléctrica en su punto álgido, ya no sabía cómo enmascarar el malhumor ruñéndome sin piedad la cabeza.

Eros afirma, me brinda el soporte de su mano para ponerme de pie.

—El problema tocó tierra.

Lo miro sin comprender, escuchando el repiqueteo de unos tacones aproximarse.

—Señor Tiedemann—le llama una mujer, por el logo en su blazer, trabaja aquí—. Por aquí, por favor.

No concibo de dónde viene la sólida turba de nervios disgregándose por mi cuerpo como hormigas rabiosas debajo de la dermis. Algo no encaja en el panorama, como si ignorara un pedazo de cuento que el resto conoce, pero yo pasé por alto por soñar con los ojos abiertos.

Las chicas detrás barbotean risitas entre ellas, el chiste solo lo saben ellas. Mi corazón palpita frenético, un agujero se forma debajo de mis clavículas y los brazos se me adormecen. ¿Por qué siento que me llevan directo a una trampa? Tiene que haber algo implícito que me he perdido, y eso no es lo peor, lo es que dentro de mí siento que lo sé, pero mi mente no conecta el sentido común con los hechos frente a mi nariz.

—Uy, Señor Tiedemann—remeda Lulú, y cuando Eros les lanza un vistazo inquisidor por encima de su hombro, ellas ríen más fuerte.

Seguimos la vía a las afueras de la estación, la sensación de vacío en el escenario y palpable tensión entre nosotros se vuelven implacables al atisbar varios jets en la pista de aterrizaje, trato de darle mute al exasperante fragor de mis cavilaciones, considerando que la razón de estar acá se debe a una revisión, no sé nada sobre esto, puede que se necesite una firma de Eros para el que el viaje de sus padres pueda concretarse.

Esa es una respuesta congruente al porque de todos esos jets, hay uno marcado con el nombre de la compañía de su familia.

Abajo hay un reducido grupo de asistentes con la vista fija en la puerta que lentamente se abre y desciende, causándome la arritmia más feroz de mi vida. Un nudo hecho de nervios y miedo se forma en mi vientre y retuerce de formas dolorosas cuando la luz del interior opaca las siluetas de la mujer de estatura baja en el borde, sosteniendo la mano de lo que parece, el capitán.

Un grito se desvía de mi boca y muere en el camino, dándoles un respiro a mi cuerpo, volteo a saltear la mirada en los tres mentirosos a mi espalda, tan furiosa como temerosa de los próximos minutos.

Y ellos sonríen, ¡sonríen!

—Me mintieron—me cuesta pronunciar el reclamo con la mandíbula tan tensa—, ¡si vienen sus papás!

Hera arquea una ceja, entrelazando los brazos sobre su pecho.

—Perdona, pero mi madre no es pelirroja—matiza retórica, ante la mención de cabello rojo, giro de vuelta con tanta energía que la trenza me golpea en la cara, justo como el significado de lo que ha dicho.

Me siento como un creo yo, lo haría un pez atrapado en una pecera pequeña. Sin espacio, mirando a mi entorno como un círculo detrás del ligero oleaje, experimentando el ruido de afuera a través de las vibraciones. El problema es que no soy un maldito pescado y el error en esta metáfora, es que mis branquias no funcionan bajo el agua.

Básicamente, me estoy ahogando con mi propia saliva.

Si no tuviese las manos enguantadas, ya me hubiese traspasado las palmas con el filo de las uñas. La tirantez en mis músculos me inhibe moverme, respirar, pestañear. No coordino más de dos más dos son cinco, que mi nombre es Sol y que es mi mamá, Isis Fajardo, la mujer que desciende del jet.

—Ay no, por favor—gimoteo sin aire—. Me voy a morir.

Inclino el torso al frente tratando de atraer aire a mis pulmones, tengo la teoría de que si me quito las tres capas de ropa del encima podría respirar, pero me congelaría en el proceso.

—¡Creo que tu mamá está molesta porque no te acercas!—grita Lulú por encima del bullicio de los motores.

No he tomado la valentía de levantar la cara, pero eso suena mucho a mi mamá.

La mano de Eros se ensortija en mi muñeca, ni siquiera el kilómetro de tela obstaculizando el toque de su piel, puede mantener a raya la fina descarga de calor, paciencia y apoyo que incluso en la sencillez del gesto, consigue infundirme.

No podía quedarme toda la noche parada aquí como cobarde, esperando que sean ellos lo que se acerquen a mí, sin embargo, la conmoción no se iba, al contrario, toma poder al ver la figura de papá bajar cargando una mochila en los brazos. No sé como sentirme, feliz, por supuesto, pero la impresión no se borra con solo quererlo. Miles de teorías y preguntas me consumen el cerebro.

Están aquí, y Eros también, ¿significa que tendré que... presentarlos?

Enfócate, Sol.

Eros presiona intermitentemente mi muñeca animándome a ir con ellos, por instinto elevo el rostro conectando nuestras miradas, la vergüenza se apodera de cada fibra, nervio y hueso en mi cuerpo, tengo que desviarla al percibir el fluir de la sangre en mis cachetes. No me cabe en la cabeza que mi hermano haya aceptado algo como esto, quiero pensar que no lo sabía, o...

—¡Ve con ellos!—chilla Hera entre risas, y allí mi cerebro hace cortocircuito.

La presión del estruendo, la idea de que en serio están aquí apuñalándome la mente para obligarme a recobrar la compostura y las ganas de aspirar el aroma a manzana y café de mis papás son el impulso a tomar un paso al frente, luego otro, y otro más hasta trotar los metros restantes, con las mejillas agarrotadas por la brisa gélida y el corazón desbocando.

Mamá me espera con los brazos extendidos, no puedo evitar sonreír al verle cubierta de pies a cabeza con ropa de invierno en tonos ocres tallas más grandes, ofreciendo una ilusión óptica de ser más pequeña de lo que realmente es. Me detengo a tiempo para no tropezarme con ella y echarnos al suelo, mis brazos se enrollan cual boas constrictoras entorno a su cuello, y ella me abraza por la cintura con tanto ímpetu que me aporrea las costillas.

Susurra frases que no alcanzo a escuchar aún cuando su boca está cerca de mi oído, el ruido estrepitoso no me permite entender más que siseos sin sentido. Su ropa se encuentra tan helada como la mía, pero el calor nacido del abrazo aplaca la temperatura, los castañeos de dientes y me hincha el corazón de emoción, la más pura de las ilusiones y la intensidad sofocante de tener la pieza que me faltaba de vuelta conmigo.

Partimos el abrazo, ella me toma de las manos, tela contra tela, firmeza contra energía.

—Sol—dice mi nombre por lo alto, y un aleteo veloz me recorre el pecho—. Estás helada, hija.

Asiento solo porque sigo enmudecida mentalmente.

Pero, pero...—balbuceo, intercalando la mirada de uno al otro—, no sabía que vendrían.

Papá deja caer el bolso al suelo, mamá me libera y como si de repente todo el coraje me arrasara por completo, me abalanzo a sus brazos, con los sentimientos hechos gresca.

Mis ojos cerrados, mis dedos afianzados a su abrigo, si mamá me cortaba la circulación, papá planeaba quebrarme los huesos y no tenía temor al dolor porque la calma de su presencia lo amortigua como un colchón de un metro de angostura.

Sí, hija, así funcionan las sorpresas—dice ella.

Un aullido de felicidad me raspa las cuerdas vocales, me atrevo a dar saltitos entre los brazos de papá, como niña pequeña, como me siento ahora mismo. Me resulta absurdo que mi olfato se agudice ahora que la esencia de ellos me inunda los pulmones, pareciera que hace minutos lo que sea que me atravesase la nariz careciera de potencia en el aroma, o mi sentido es el que falla; no es ninguna de esas opciones, es la exaltación del momento y la terrible añoranza de mi hogar lo que escarba en mi memoria y me satura y afina la percepción.

Mamá dice algo pero no va dirigido a mí, abro la mirada de golpe al reconocer la voz que le responde.

Hola.

Giovanni me observa desde la espalda de papá, perplejo y no sé qué más. Luce el cabello oscuro cubriéndole las orejas, unas levísimas marcas debajo de los ojos pardos y el inicio del crecimiento de una barba cubriéndole el mentón. Papá me suelta y toma un paso al costado, permitiéndole al chico salir de su escondite.

De verdad, lo juro que no quería, pero los recuerdos de las vacaciones en mi habitación, la suya y el sofá de su casa me atestan la mente y el bochorno me azota malicioso, y sin clemencia. No le odio, no tengo razones, simplemente lo poco que sentía por él se asemeja más a un chiste que una anécdota, ahora que tengo, aunque no debo, compararlo.

—¡Reacciona pues!—grita mamá, las imágenes inadecuadas en mi cabeza se desvanecen.

—¡Bueno dame tiempo!—acierto a extender el brazo, él toma mi mano, entrelazando nuestros dedos, un escalofrío me corta el cuerpo ante la extraña sensación—. No puedo creer que estén aquí.

En serio no.

Ya va a llorar—se burla papá.

Hago un puchero y niego antes de expandirme los párpados con los dedos.

No, claro no—le muestro mis ojos con insistencia—, mira, no tengo nada.

—Derrochas felicidad—comenta Giovanni, mamá le da un golpecito en el brazo.

Está en shooock—mamá vocaliza alargando la palabra.

Pongo los ojos en blanco, cruzándome de brazos al advertir otra ventolera helada. Quiero decirles para movernos del exterior, pero volver significa encontrarnos de frente con Eros, y no estoy, para nada, preparada para que mis papás y él crucen palabras.

—¿Hace cuánto saben sobre esto?

Hace una semana, me tuve que tragar la lengua para no decirte—contesta mamá, señalando al jet—. Pensé que tendríamos un vuelo normal, pero cuando llegamos nos esperaba este camastrón—zarandea la cabeza en negación—, no sé como haremos para pagar esto, tendremos que venderte.

Abro la boca ofendida, cortando la carcajada.

A mí me sorprendió más saber que tienes novio—reprocha papá con tono de mofa, ni la aspereza glacial del clima puede contrarrestar el calor en mis pómulos.

—No es mi novio—la negativa se precipita fuera de mi boca—. O sea, no todavía, estamos de prueba.

Me retuerzo los dedos de las manos y curvo los pies, terriblemente incómoda y avergonzada, ningún hijo quiere conversar con esto con sus padres, ni siquiera yo, que puedo definir nuestra comunicación relajada y abierta. Aquí le calló la boca a la Sol de hace cinco años cuando tuvo su primera menstruación y tuvo la charla, y se moría de lo embarazoso del asunto, pero dónde aprendió que tenía labios en otro lado que no es la cara, que la vulva se lava solo con agua y datos extras como la estructura del pene, digo, todos deben saber que es el conducto deferente, ¿no?

Le callo la boca porque en mi ingenuidad, creía que no existía nada más bochornoso que mirar a tu mamá ponerle un condón a una banana, resulta que no, que lo es presentarle al chico que poniéndote el mundo de cabeza, te hace sentir que estás admirando el mundo desde la perspectiva correcta.

Eso prefiero conversarlo con el espejo, de ser posible, con la casa a solas para evitar malentendidos.

Entre prueba y prueba...—tantea Isis, componiendo un claro doble sentido.

Isis, por Dios—rechista Francisco, haciéndola reír.

Ella me toma del brazo, cuando papá trata de tomar la mochila de vuelta, un hombre vestido con el uniforme de seguridad lo hace por él, papá insiste en llevarla, pero él le porfía más y termina quedándosela.

Traslado la vista al trío esperando por nosotros, Eros, alto y ufano mira hacia nosotros.

Supongo que hay que presentarlos, ¿no?—digo resignada.

No, como crees—ironiza, apretando el paso como pingüino—. Camina rápido que hace frío, coño.

El ruido de fondo hace el mejor de los trabajos en ocupar el silencio en la corta caminata, demasiado breve para consentirme estructurar una propia presentación, de hecho, pensar en no poder hacerlo, no me deja... pues hacerlo.

Trato de no mirar a Eros, la timidez sofocante es el indicio que ha dejado la aguda vergüenza, quiero preguntarle, reclamarle o no, pero no tengo cara ni para dirigirme a él, y me pasará en los próximos días, lo sé, siempre que recuerde la magnitud de esto. Pensar en quedarme a solas con él será una tortura, ¿cómo podría agradecerle? Un 'gracias' lo sentiría tan escueto y vacío, para mí no es suficiente.

Cuando quedamos frente a frente, mis nervios se trepan a su cúspide, percibo perlas de sudor bajo la bufanda y como por efecto de un sedante, mis muñecas seden dejando caer mis manos. Isis me taladra con la mirada al darse cuenta que mi silencio se extiende más de lo necesario, Lulú levanta una mano para acabar con la tensión y Hera levanta los labios espabilando al mismo tiempo que yo.

Mamá, ellas son Lulú y Hera—las señalo respectivamente, luego las miro a ella y repito—, ella son mis papás, Isis y Francisco.

Ellas asiente y los ojos se les brotan cuando mamá las toma en un abrazo bestial, apretándolas fuerte contra ella. El asombro se les pasa enseguida, al menos a Lulú, que devuelve el contacto como si la conociera de años atrás.

Me percato que los semblantes se le sombrean morados, le doy una palmadita a mamá pidiéndole que las suelte.

Hola—dice Hera y su retraimiento me hace enarcar una ceja.

Me pregunto si será lo único que sabe decir en español, entonces estaríamos a mano, yo tampoco sé más que eso en alemán.

Mamá une las manos contra su pecho, parpadeando como si las pestañas le pesaran.

Son de mi tamaño—me da un golpecito con el codo—. Son lindas ellas, Sol, muy lindas, diles.

Hago el amago de hablar, sin embargo, Hera levanta la mano. Cierro la boca de sopetón, mirándole husmear dentro de la bolsa de la discordia.

—Este es Trevor—comenta, extrayendo un aparato del tamaño de una barra de chocolate, rectangular, blanco, con lo que aparenta ser, una pantalla negra y ovalada en el centro—. Es un traductor de alta tecnología, presionas este botón, le hablas y él lo traduce al instante—le pasa uno a mamá, otro a papá y a Eros—, ya lo he adaptado a nosotros, Sol, dile que lo pruebe, anda.

Me he quedado guindada leyendo el nombre de mamá en el monitor.

—¿Eso existe?—cuestiono, Hera inclina la cabeza a un lado conteniendo la sonrisa.

Entre las tres probamos a Trevor, Hera nos enseña dónde bajar y subir el volumen, adaptar los idiomas e incluso leer la traducción. Mamá no sale del deslumbramiento y yo menos, les dice lo bonitas que son, halagos por aquí, halagos por allá, y se les pasa la tirantez tras nosotras, que no tiene nada de relación con papá.

Mamá hace aspavientos soltando agradecimientos a diestra y siniestra, incluso a Eros, pero ella sigue inmersa en las chicas y no le presta tanta atención. Las abraza otra vez y menciona que parecen la versión humana de Campanita y sus amigas.

Giovanni se mantiene al margen, espera a que papá conozca a las chicas abstraído en un mutismo íntegro, para él ofrecerles la mano. Ellas sonríen cordialmente, él se desenvuelve con la intervención del dispositivo.

El frío me cala en los huesos y heló las articulaciones cuando mamá posa la vista en el chico a mi lado, curiosidad adornando su expresión.

Se acerca los cuatro pasos que los separan, contemplándole cual proyecto científico, mientras Eros pasa revista del rostro de mamá con minuciosa atención, parado férreo, inexpresividad en las facciones pero con un destello singular en la mirada. El resto miramos la escena callados, salteando la vista de un rostro al otro, como un jodido partido de tenis.

Tú debes ser Eros—le habla al aparato, tendiéndole una mano a Eros quién rompe la seriedad de su rostro con una sonrisa perfilada.

—Y usted Isis Fajardo—contesta, con Trevor de micrófono, tomando con apacibilidad la mano de mamá—, un gusto conocerle.

Bueno, ha sonado genuino, puedo respirar otra vez. Mamá me echa una ojeada que me quita la sonrisa al presionar el botón del traductor.

Sol me dijo que tienes unos brazos como para ahor...

Le arrebato el artefacto del demonio a mamá de las manos.

—Bueno, no funciona Trevor—la frase sale atropellada—, se descompuso, no sirve.

La presión en las cuencas me indica que estuve a punto de expulsarlos de mi cara, el calor del bochorno en mi rostro se vuelve abrasivo cuando ni tapando la salida de audio, el dispositivo deja de traducir.

No puedo sentir más pena, mi cuerpo no tiene ni un recóndito espacio libre para soportarlo un gramo más. La cara me arde y los pulmones detienen su función. Los demás ríen, pero no conmigo como acostumbro, se ríen de mí y yo deseo acomodar el cuello bajo la rueda del jet, ni siquiera veo a Eros, justo decido que no lo haré por el resto de la semana.

Exageración más exageración menos, da igual, el bochorno seguirá.

Mamá me arranca de vuelta el traductor.

No seas falta de respeto, estoy hablando—reprende. No demora en acercar la boca al traductor estrechando la mirada en Eros—. ¿Cuánto mides? A ver, baja el cuello que no te veo los ojos con claridad.

Él obedece, sosteniendo esa sonrisa de suficiencia pegada al rostro como un trofeo.

—Un metro noventa y dos.

Amén.

La risa me gana, pero la mirada de sospecha de mamá la evapora. A veces creo que tiene la capacidad de leerme la mente.

Ah mira, sí, los tiene azules como el cielo, como me dijiste—pronuncia divagando la mirada en la de Eros—. ¿Usas rímel?—Eros niega ceñudo, mamá retuerce la boca incrédula—, pareces galán de telenovela, algo así como... el William Levy alemán.

A Eros el desconcierto le compone la expresión. Con una mano me cubro la boca atajando el flujo de carcajadas, con la otra apunto a Giovanni.

—Eros él es Giovanni—mi voz sofocada por la mano—, Giovanni, Eros.

El ambiente no es precisamente relajado, el apretón de manos no lo suaviza. Giovanni luce su máscara impasible, no le interesa demasiado quien sea Eros y Eros es reflejo de lo mismo.

No hay más comunicación que esa, y me doy por bien servida.

—Bueno, Eros—rompo el contacto con una risita—, él es mi papá.

Eros no baja la postura de guardia, se muestra altivo y divinamente estoico, una faceta que le brinda un aire maduro y reservado que aprecio como una sinrazón. Intercambia un apretón de manos con papá, no me pierdo ni uno de sus gestos, con las pulsaciones en la garganta, intimidada por la imagen de tenerlos a ambos cerca sin haberlo planificado ni hablado.

No estoy preparada, para nada.

—Francisco Herrera, un gusto, caballero—gesticula papá, no le suelta la mano y un hormigueo nervioso me recorre los brazos al atisbarle ceñir la mirada y acercar la boca al aparato—. ¿Eres o no el novio de Sol?

Las cuerdas sosteniendo mi corazón ceden y este cae en el suelo, entre mis pies. Miro en alerta a Eros, él no se permite desviar los ojos de papá.

—Eros Tiedemann—contesta, una sonrisa implícita en su acento remarcado—. Considerando los constantes rechazos de su hija, todavía no me ha quedado claro.

Mi boca cae abierta ante la mirada especulativa de mis papás al oír la traducción.

Ay, pobrecito—lloriquea mamá, tomándole del brazo—. Mira todo lo que hace y Sol lo maltrata.

—¡Claro qué no!

Ella ríe, y la cara se me desfigura al verle palpar el brazo.

Pues mira, si tienes buenos brazos—cuando Trevor traduce, la mirada rebosante de ego y diversión de Eros se engancha a mi cara, aparto la mía a tiempo de sufrir un colapso.

Mamá compórtate—siseo, ella rechista, pero lo hace.

Tú no has dicho ni un gracias—me acusa, y la piel del rostro se me infesta del mismo hormigueo ansioso.

Ya se lo iba a decir—profiero a media voz, ella entrecierra los párpados dudosa.

—¿Por qué no vamos a casa?—papá interrumpe la perorata entre mamá y yo—. Seguro que allá podemos hablar más cómodamente—espera la traducción antes de añadir—, porque hay mucho de qué hablar.

Y por un segundo noto en Eros lo que jamás tuve el placer de atestiguar: un vestigio de nerviosismo. Tan efímero que lo creo producto de una ilusión.

Afirma una vez, certero, señalando al interior del establecimiento. Finalmente huiríamos de la gélida noche.

Mamá camina en medio de las chicas, papá al costado de Giovanni y yo paralela a Eros. No me dice nada, me ofrece una mano y dudo en tomarla por pena a mostrarme de esa forma frente a mi familia, pero la calidez reconfortante de su sonrisa me impulsa a entrelazar nuestros dedos.

Caminamos lejos del ruido y el viento deprisa, como siento todo esto. Él y yo.

Deprisa, a la par de la luz y no es limitante a esto, al conocer a mi familia, en términos de sentimientos también. Me gustaría encontrar el botón de pausa y mantenerlo presionado un buen rato, al menos hasta comprender lo que ocurre, porque me siento en una caída libre sin la necesitada seguridad de que una malla salvavidas me espera al final.

Dentro de mí sé que ya es tarde, yo misma decidí permitirme avanzar, el problema es que no es que yo quiera, es que con esto me doy cuenta que mis deseos no valen cuando mis emociones se manejan por su propia voluntad.

Lo acepté porque no veo otra opción más que estrellarme contra el duro pavimento de la realidad, esa que me afirma que ni aunque quisiera, podría ir contra el propio instinto de mis anhelos.

ªEroSol según Isis:

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