"31"

          —Vamos a Las Cataratas del Niágara, Hera, no a la Fashion Week.

Nueve y poco más de la noche, a menos de veinte minutos de arrancar a un viaje por carretera a la frontera con Canadá, toda la noche, en pleno invierno, y a Hera no se le ocurrió mejor idea que usar lentes de sol.

El ruido de los motores de los autobuses, la noche sumida en oscuridad, libre de estrellas, la luna oculta tras las nubes, el frío traspasa las capas de ropa, pincha los huesos y las caras de absoluta agonía del resto, conforman una película de suspenso. La falta de entusiasmo general sepulta el  poco ánimo que me quedaba, parece que vamos a un funeral y no a conocer un nuevo lugar en la pelota del mundo. Intuyo que están aquí por la misma razón que yo, los dos puntos sobre la materia más baja.

Las puertas del bus se abren detrás de Tyler, por fin, y él sigue plantado como una mierda en un parque. Los de atrás se quejan, hartos de esperar.

—Por tus harapos puedo notar que tú si lo tienes claro—rechista Hera, dándole un empujón para subir—. Apártate.

Reviso el trozo de papel que me han dado al firmar la asistencia, puesto diecinueve, Eros el veinte, hace semanas le pregunté si vendría y me había dado un sí receloso, pero ha cumplido. Estuviese explotando de la emoción si el inconveniente con Hera y el problema con el detestable de Henry no existieran, pero me cuesta despegar la alegría del suelo cuando una de mis mejores amigas tiene el orgullo de titanio y otra se recupera de un susto terrible.

Hace dos días que aconteció la discusión en casa de Jazmín, sé que Eros la obligó a sentarse delante de él esa noche y estuvo a punto de abrirle el cráneo para inscribirle en el cerebro el camino erróneo que ha cogido, y resultó efecto, pero, ¿cómo me ha pedido disculpas?

Con un batido. Enviado con Hunter.

Yo no quiero un simple 'discúlpame, Sol' escrito en el vaso, yo deseo que tenga a mí y me lo diga de frente, sentarnos a conversar como personas racionales y no desquiciadas que se señalan y acusan entre gritos.

Me apodero de la ventana mientras Eros sube la mochila al compartimiento en la parte superior; espero que ocupe el puesto para extender la cobija que nos he traído encima de las piernas, la misma del viaje a Albany. Espero dormir todo el jodido camino, le he rezado a la entidad disponible, buena o peligrosa, que me otorgue la fantasía de un sueño profundo y no pequeños adelantos de uno.

Lulú ingresa y seguido lo hace Hunter arrastrando una maleta con ruedas rosa en miniatura, revisa el papel del asiento asignado, se detiene en el par delante de Hera y Lulú, diagonal al de nosotros. Monta el equipaje al asiento que da al angosto pasillo, sube el de Lulú y el suyo y toma lugar junto a la ventana permitiendo el fluir del resto del grupo, en silencio, arrastrando las pisadas muertos recién levantados de su descanso eterno.

—¿Vas a dejar eso ahí?—pregunta Tyler al pasarle a un lado.

—Hera pagó por un puesto extra para su equipaje de mano—repone Hunter, encogiéndose de hombros—. Sigue caminando.

Los puestos se van ocupando paulatinamente, por lo visto no soy solo yo quien busca dormirse apenas nos pongamos en marcha. Debe ser la sensación de encontrarnos en vacaciones navideñas y todavía tener que entregar un último trabajo y vernos las caras cuando todos duermen en sus camas.

Tanteo entre los asientos por la palanca, doy con ella pidiendo en silencio que funcione, lo hace, el espaldar cae despacio. Allen, el chico detrás se queja pero le mando a callar siseándole de vuelta, no pasaré las horas rígida ganándome una tortículis por sus lamentos.

Eros me mira con la pregunta rondándole los ojos, le evito el bochorno que sé le daría preguntar y meto la mano en medio de los puestos otra vez, bajando su palanca y por un efímero momento, veo un rastro de vergüenza difuminarse de su semblante. Esto se suma a esos pocos recuerdos dónde yo soy quien le enseña algo a él, puede que sea insignificante e incluso estúpido, pero siempre es él quien me adiestra, en diversos sentidos, pero ser yo la que tenga esa clase de poder proporciona una especie de satisfacción que solo en estos momentos soy capaz de sentir.

En el mejor de los sentidos, me gusta aprender de él, que él aprenda de mí, aunque sean enseñanzas mínimas, el concepto de dar y recibir se refuerza cuando existe una enseñanza de por medio.

Paula corta el silencio subiendo al bus entre aplausos, silbidos y meneos descoordinados de caderas. La única alma jubilosa entre el apiñamiento de pura desidia.

—Oigan, ¿es cierto que pasaremos a Canadá? ¿O son mentiras de Drew?—cuestiona a mitad del corredor, retorciéndose la trenza en un intento por sacarla de debajo de la tira de la mochila.

Mi mente colapsa.

—No, ¿no?—miro a Eros, luego a ella y después a Drew—. ¡No!

La chica me mira sin comprender mis aspavientos.

—¿Qué te pasa?

Me llevo una mano al pecho.

—No tengo visa para entrar a Canadá.

La pareja pone los ojos en blanco, riéndose de mi preocupación. Si estuviesen en mi lugar perdería la gracia, yo solo digo.

—Bueno, te abandonaremos en la frontera y tendrás que esperar nuestro regreso—se mofa Drew continuando el camino—. Mala suerte...

A alguien le cae en la cabeza su equipaje cuando trataba de meterlo en la parte superior, las carcajadas superan el ruido del motor, pero la posibilidad de quedarme fuera de los planes, abandonada entre un país y otro, sin más que cincuenta dólares en el bolsillo y un pasaporte a menos de un año de caducar, me inhibe unirme al alboroto de un instante.

Me estoy creando escenarios improbables por culpa del imbécil de Drew. De Drew, por Dios.

—No me dejarás sola, ¿verdad?—cuestiono en un susurro a Eros.

Me contempla, ocultando cierta travesura tras sus orbes.

—Incluso si me lo pidieses, me lo pensaría.

La atmósfera es un completo desastre. El bullicio del autobús, los murmullos del resto buscando sus puestos iluminando con la linterna de su celular, otros tanto acomodándose, otros más quejándose. Nada me distraía del placer que siento siempre que admiro el reflejo divino de su mirada enfocada en mí, no importa cuánto trate de convencerme que no me causa nada, que paso desapercibida al encanto de sus ojos luminosos, mi propio cuerpo actuaba en mi contra, estremeciéndose por dentro de esa forma ordinaria que me costaba disimular.

Lo odio por eso. Lo odio porque mis ojos no son ni un cuarto de intrigantes como los suyos, y para él, no debe ser más que otra mirada del montón.

—A los desgraciados de la sección C les tocó el mejor autobús, tienen para cargar el móvil y todo—Paula corta la tensión entre los dos—. Qué envidia.

De rodillas en el asiento con la nariz aplastada a la ventana, mira con desdén al vehículo al costado. Le creo, aquel luce más grande y actual, la textura de estas butacas raspan, la espuma tan dura como un pedazo de anime.

—¿Estos no?—escucho a Hera preguntar, detecto un gramo de exaltación en su tono.

Paula bufa, cerrando la cortina de un tirón.

—Esto es clase más baja que la económica, si llegamos con vida date por bien servida.

El tiempo pasa relativamente rápido, la urgencia de emprender camino es sentimiento general. Eros se queja de mi mala decisión de venir en este vehículo y no en su camioneta, pero en el fondo, escondido en un confín, el viaje no tendría la misma gracia.

Alguien propuso relatar historias de terror para dormir, la mayoría estuvo de acuerdo, pero cuando Paula contó lo común que son las masacres en hospedajes, nadie quiso oír nada más.

Declan, profesor encargado de nuestro grupo, vuelve a pasar lista, revisa que todos los permisos estén con él y desaparece a los primeros puestos, informando que en menos de cinco minutos tomaríamos rumbo a la frontera.

Pronto el sonido de las conversaciones disminuyen y la temperatura aumenta, el interior levemente luminoso por la cantidad de gente con los celulares en la mano. Conseguimos una repisa bajo el asiento para estirar las piernas, si las mías quedaban un poco arqueadas, en Eros no hacía mucho diferencia en su postura sentada normal.

El vibrar del vehículo aunado a la calidez bajo la cobija y la comodidad del brazo de Eros me hacen pensar que quizá el recorrido no sea tan escabroso como lo creí.

—¿Has viajado en bus antes?

Su rostro ensombrecido por la capucha forma una mueca de gracia.

—¿Qué pregunta es esa?

—Solo responde—mi voz no es más que un susurro.

—No.

La obvia respuesta me hace sonreír, por mucho que batalle contra su propia sonrisa, acabe vencido por ella. Me arrebujo bajo la cobija, pegándome a él para recibir su calor, robándome el aroma impregnado en su ropa.

—Que emoción—levanto la cara, a centímetros de su oreja—. Eres virgen.

Consagra mi tontera con un beso tímido sobre mi cabeza.

Las risas escandalosas de Lulú atraen mi atención a ella, de costado, escondida tras el pecho de Eros, visualizo a las chicas batallando por conseguir una posición cómoda, Lulú no deja de reír por algo, y Hera todavía con los lentes puestos, abraza la frazada contra ella, confusión tallada en lo poco que queda expuesto de su rostro.

—Pulsas esta palanca hacia abajo y estiras el respaldo para atrás—le explica Lulú—. ¡Tarán! Tienes una cama improvisada.

Hera afirma decidida, le pasa la sábana y se dispone a copiarle.

—Entendí, muy bien.

Lo logra, pero cae de sopetón con el espaldar completamente extendido de sobre las piernas de Tyler.

—¡Me vas a cortar a la mitad, mujer!—le grita, provocando los siseos del resto.

—Eso te pasa por atravesar las piernas—replica Hera, levantando solo una minúscula distancia el asiento.

—Si subes las piernas, entras entera, ¿ya ves?

Lulú le demuestra cómo, se tapuja bajo la manta a espaldas del corredor. Hera, de nuevo, repite el proceso, quedan las dos una frente a la otra, disimulando las risas bajo la cobija.

—Ser petite no es tan malo después de todo.

A ese suspiro de Hera, le procedió el silencio.

Esa sensación que percibí de Eros un minuto atrás, me embarga sin contemplaciones. Me siento apartada de ellas, de sus bromas secretas, de su conexión. Regreso el tiempo a preescolar dónde era la rechazada, la olvidada por todos, la niña dejada de lado, y vuelvo a sentirme enteramente ridícula. ¿Debería ser yo quién baje el escudo de orgullo? No lo creo así, ¡no por orgullo, si no por lógica! No hice nada indebido, ¿por qué tendría que ser yo quien dé el paso?

Adoro a Hera, la amo con todo lo que soy, es mi amiga, mi confidente, mi hermana, pero no puedo bajar la cabeza en esto, no puedo ser yo quien ceda cuando fue ella la que me trató como me siento ahora mismo, una paria, una parte insulsa en el grupo que creamos. Puede que ambas estemos tocando suelo equivocado, que nos aferremos a ideas desacertadas, pero si dejo pasar su trato de esa manera tan blanda, no se lo pensará dos veces la próxima vez que pierda los estribos para volver atacar sin mediar pensamientos.

Tengo que aprender mucho, lo acepto, pero ella también y no pienso ser conejillo de indias ni de ella, ni de nadie. 

—Ella sabe que hizo mal, me lo ha dicho—barbotea Eros cerca de mi oreja—, le cuesta disculparse.

El batido me dijo eso mismo.

—Entiendo que es tu hermana y quieras ahorrarle ciertas cosas, pero es ella la que tiene que decirme eso, no tú—musito, él afirma con un movimiento de la cabeza.

—Lo sé, lo sé.

Encorvo las piernas subiendo las rodillas al pecho, Eros las toma y pasa por encima de su regazo, asentando mis pies cubiertos por calcetas de lana gruesa sobre la butaca, en el espacio entre sus piernas. Me empujo contra él dando con la posición idónea para dormir sin cortarle la circulación ni partirme la columna vertebral, brazos estirados sobre su abdomen, frente apoyada sobre su hombro, impregnándome de su aroma, arropándome con su tenue calor, compartiendo la misma cadencia de latidos y respiración, como si fuésemos uno.

Y cuando creo que todos compartimos la misma sintonía, ilusa yo, el alma del grupo reaparece después de recargar energía.

—¡Arriba esos ánimos! Nos quedan siete horas de camino.

El estruendo de música proveniente de un celular despliega una ola de quejas y gruñidos, todo se va al demonio cuando Christine, Irina, Cosbey y unos otros más le siguen el juego con gritos y aplausos.

Me tapo la cabeza con la manta, recordándome que matar es un delito y de los graves. Eros se remueve, chasqueando la lengua, tan disconforme como el resto.

~

—No hay un hueso que no me cruja, ni articulación que no me duela—el lamento de Hera resuena encima de los murmuros—, debimos tomar un vuelo, esas cosas son insoportables.

Desembarcamos diez minutos atrás frente al hospedaje, luce más como un hotel de carretera que un conjunto de habitaciones familiares. Nadie lo ha dicho, pero es terroríficamente similar al de Hostel, de paredes desteñidas, el moho y la humedad manchando lo que era verde olivo y un letrero rojo cagado por palomas. Un espectáculo digno de pasar largo y olvidar.

Poco más que árboles secos y desvalidos de hojas y color, nieve en algunos puntos de la vía y oscuridad fue lo que pude atisbar por la ventana.

Cuatro y quince de la madrugada, la temperatura en Buffalo es como estar encerrado en un domo de hielo con aire acondicionado. Por nada del mundo dejo la cobija, aunque siga cubierta por ella, el temblequeo de pies a cabeza y el castañeo de dientes sigue martirizándome la paciencia, ya me he masticado la lengua.

Examino el paraje a través de la bruma del sueño inconcluso, van ingresando de uno en uno, decir que las mochilas los llevan cargados a ellos es más acertado que el revés. No tuvimos la fortuna de tener descanso, no por culpa de Paula, irónicamente fue de los pocos que se rindió y sus ronquidos acompañaron como coplas malditas el ruido del bus, si no por la incomodidad de no encontrar manera de permanecer en una posición cómoda por mucho rato, porque sentías la sangre asentarse en un sitio.

Solo porque tengo la certeza de que caeré como una piedra enseguida toque la cama, le envío un mensaje a Martín confirmándole que llegamos.

—¿Tú te quejas? Tenía todo tu asiento sobre mis piernas—se queja Tyler, bostezando contra su mano.

Hera le barre con la mirada más helada que el mismo clima.

—No pienso discutir contigo.

Qué extraño.

—Eres tan insoportable como hermosa—dice el chico, vistiendo sus mejillas de un rojo intenso.

El sonido de los grillos es lo único que se escucha por cinco segundos. Tyler sonríe como si hubiese hecho la hazaña de su vida y una descarga de incomodidad me atraviesa el cuerpo. Ojeo el semblante de Eros, ha sido tan repentino, tan sacado de la manga, que ni a él le produce más que vergüenza ajena; en cambio Hera, le perfora la cara con esa mirada de terror que sabe manejar con maestría, más perturbada que otra cosa por el inusual coqueteo.

Se baja las gafas de un cabezazo, le caen en la punta de la nariz respingada.

—Soy una chica comprometida, abstente de hacerme esos comentarios fuera de lugar.

—¿Comprometida? ¿No estás muy joven?—interroga pasmado—. ¿Con quién?

Usa la punta de la uña para subirse los lentes, contemplando fijamente a Tyler.

—Conmigo misma, zopenco, quítate de mi camino.

Le golpea con un hombro pasándole de largo aunque no logra moverlo y se va al embudo de gente.

Adentro la cosa no pinta mejor.

Papel tapiz marrón oscuro rasgado, piso de alfombra manchado con quien sabe qué, tenía miedo de soplar con fuerza y morir aplastada porque la humedad en el techo había formado abolladuras a lo largo y ancho de este. Hago un mohín al pasar cinco segundos dentro, la nariz se me satura del fuerte olor a lejía y algo más que no reconozco, pero tampoco era agradable.

Cada profesor va pasándole las llaves de las habitaciones a los grupos de cinco, Hunter y Lulú se nos han adelantado, ella es la única que muestra al menos un rastro de alegría, zarandea la nuestra sobre su cabeza, caminando hacia nosotros a saltitos como una liebre.

—¿Con quién les tocó?—cuestiono a Hunter una vez lo tengo en frente.

—Patrick, Turner y Chesterfield—contesta, mostrándome el papel—. ¿A ustedes?

Los dos bajamos la vista a Lulú. Ya sabíamos que iría con las tres, lo que me tiene un poco nerviosa, sería muy raro pasar esos tiempos con las demás sin comunicación entre Hera y yo.

—Paula y Meredith, las renegadas—dice Lulú, suprimiendo una sonrisa.

¿Cómo pretendo descansar con Paula en la misma habitación? Si no duerme, no querrá que nadie más lo haga, y si duerme, nos mantendrá despierta con sus ronquidos de cuarentón borracho.

—Pudo ser peor—sondea Hunter, apuntando al grupo de Stella, Lourdes, Christine, Irina y Sienna con un gesto de la cabeza—. Pudo ser cualquiera de las duplas.

Dios, no por favor, que idea tan macabra es esa.

—¿No están emocionados? Dicen que la fuerza del agua es tanta que tenemos que usar impermeables para no empaparnos—Lulú continúa hablando—. ¿Se imaginan que alguien caiga? ¡Qué horror! Espero no ser yo, ni ustedes.

A veces la imaginación de Lulú se torna un poco escabrosa.

Paula se reúne con Meredith, ellas con Hera y las tres miran a nuestra dirección, apresurándonos a buscar la recámara. Paso un brazo sobre los hombros de Lulú y le doy un empujoncito hacia la posición de las chicas, luego de tomar mi mochila de los brazos de Eros y despedirme de ellos con un mohín de cansancio.

—Ven, vamos a la habitación—le digo a Lulú—, nos dejarán reposar un par de horas, hay que sacarles provecho.

Une nuestros brazos y aprieta la mejilla contra mi hombro, recargada de emoción.

—Ay, Sol, ya verás que la pasaremos increíble—murmura e hice de esas palabras mi mantra.

—Seguro que sí.

   
~

—Qué día de mierda es este—revuelvo el capuchino con tanta rabia que termina desbordándose—. Me voy a morir en diez minutos de hipotermia si no que quito el agua de la maldita cascada, el estómago me gruñe del hambre y tengo como un mes de sueño retrasado.

El reloj marca las cinco y veintitrés de la tarde. Conseguimos dormir tres horas más, nos despertaron a las siete en punto a desayunar sándwich con queso y jamón y un jugo de naranja sin azúcar, salimos a conocer la historia de la ciudad con un guía turístico, me la pasé más de cabeza en el cuaderno anotando todo lo que hablaba más que admirando en sí el entorno, todo eso tenía que plasmarlo en el informe.

Museos, parques, incluso un jardín botánico, nos movilizamos de un sitio a otro sin parar más que para almorzar hamburguesas y papas fritas, para seguir a lo que todos esperaban, las famosas cataratas.

Comparando a la multitud que según el guía mencionó se formaba en verano, el sitio se hallaba vacío y lo comprendo, ¿quién desea ser arropado por nieve y agua a la misma vez? La vista es indudablemente impresionante, un espectáculo precioso de la naturaleza, el agua golpeando las rocas y la inmensidad y grandeza me arrebato un suspiro al primer vistazo, pero atravesar un parque repleto de nieve para acabar como un pollo remojado con agua igual de helada, no es la experiencia más confortante del mundo.

Pero mi cuadro favorito en todo, es visualizar Canadá al otro lado de las cataratas, las fronteras siempre me parecieron curiosas, dividir la misma tierra en dos naciones distintas, con gente y cultura diferente, es hasta chistoso como unos centímetros pueden cambiar tu estatus legal.

Un empujón y me atrapa migraciones.

—Eres como una check list de quejas, Süß—dice Eros con mofa, la bolsita de azúcar que no usa se le lanzo a mi café.

—¿Por lo menos te ha gustado la vista?—cuestiono, mirando la espuma tocarme la punta de los dedos—. Sé sincero.

Bebe un sorbo, el bigote le queda manchado de espuma, las ganas de besarle para saborear el dulce directo de su boca son tremendas, él enarca una ceja, me entra un aire de vergüenza al divisar la sonrisita confiada, se ha dado cuenta de mis intenciones, me pregunto si él me sabe leer o es que simplemente soy demasiado obvia.

—No es una magnificencia, conozco una vista sencilla pero mucho más atrayente en los Alpes Bávaros, la puedes contemplar desde la habitación del Rey Luis II, en Neuschwanstein—hunde su mirada en mis ojos, un destello perverso asediando sus pupilas dilatadas—. Se me acaba de ocurrir otra fantasía.

Se me sale una risa mientras pruebo la temperatura de la bebida antes de contestarle.

—¿Con el rey?

La burla ni siquiera le roza, pasa de ella, pasando el sobrante de espuma de la cucharita a su lengua, paladeándole despacio, agudizando la intensidad de su mirada en mí.

¿Qué no se da cuenta que estamos rodeados por todo el curso? Me pone nerviosa, ansiosa e incluso urgida, un gesto insulso, una mirada, unas palabras subidas de tono bastan para desvanecer la muralla de contención a mis deseos. Esto no es normal, esto ya sobrepasó los límites de lo moralmente posible.

—Follarte en esa habitación.

Sí, sí, por favor.

Escondo el entusiasmo quemándome más allá de la ingle, tomando un trago más.

—No me agrada la idea de acostarme en esa cama, debe estar repleta de polvo y hongos—repongo, y su sonrisa es corrompida por algún sentimiento lascivo.

—¿Quién dijo que tocarás la cama?

En el corazón me cae a los tobillos cuando mis pies, antes postrados en la silla vacía frente a mí, tocan el piso sin advertencia, al tiempo que gotas marrones me salpican la bufanda y parte del abrigo.

Stella deja su postre sobre la mesa,  acomodándose feliz y campante frente a la silla.

—¿Está ocupado?—tantea, echándose sobre el asiento—. Pues ya no.

Percibo la tensión dispersándose entre nosotros, atrayendo el pesado silencio. Evito mirar alrededor, sé que acaparamos el interés de cierta parte del grupo, el mutismo se ha extendió a las mesas más próximas, no obstante, que esta chica se haya tomado el atrevimiento de la manera en la que lo hizo, me tiene lo suficientemente concentrada en su cara de fingida inocencia en lugar del resto.

Me acomodo mejor, apoyando los codos sobre la mesa.

—Buen provecho—gesticulo, enojo evidente en mi voz, a lo que ella pincha la ración de pastel, removiendo los hombros ridículamente.

—Gracias—replica, levantando la vista—. Hola, Eros.

No lo veas, Sol, no lo hagas.

Como Stella, me quedo esperando la gran respuesta.

—Que seriedad—pronuncia ella, relamiéndose la boca sucia de chocolate—. ¿Cómo has estado?

—En un éxtasis prolongado.

La connotación sexual en esa respuesta atrae un hormigueo a mi vientre, ella también, casi encojo un hombro como tonta demostrando no sé qué cosa, aún trato de comprender la razón del porque esta chica me cae como una patada en los ovarios, mis pensamientos se dibujan en círculos, repasando el mismo sendero guiando a la misma conclusión: no por lo que pasó entre ella y Eros, me da igual, es por su trato hacia mí.

Se cree que tiene un derecho sobre él por lo que ocurrió entre ellos dos, tan insólito como el alarde que hace sobre eso, como si estuviese en mi posición y no a años luz de lograr repetir..

—¿No me preguntarás cómo estoy?—sondea Stella, mi paciencia resbala por un precipicio del tamaño de las mismas cataratas.

—¿No te da vergüenza venir aquí a rebuscar una conversación que claramente no quieren tener contigo?—y a joderme la tarde, oigo el eco de mi subconsciente.

Muta la expresión en un milisegundo al desplazar la mirada a mi posición, soberbia y resentida.

—Sol, que yo sepa, no estoy hablando contigo.

Su vocecita me punza como agujas en la sien, calientes, profundas y fastidiosas. Me masajeo despacio percibiendo la sangre acumularse en mi cabeza, de pronto la temperatura se me ha elevado.

—Stella, por favor, lárgate, me fastidias la retina—espeto, harta de su presencia de aroma a pastelito de vainilla.

Profiere una risita mordaz que me cruza los nervios.

—Los celos no te quedan bien—responde desafiante, mis venas queman, culpa de la rabia viajando por mi sistema.

—Supongo que la dignidad a ti tampoco, porque nunca te veo con ella.

Los ojos le van a explotar si sigue taladrándome la cara de esa manera, le sostengo la mirada, impasible, cuando por dentro la aglomeración de sentimientos corrosivos disparan dardos directo a mi interior.

Eros se remueve, pero no consigue decir nada, Stella le gana la oportunidad.

—No acepto que me faltes el respeto.

—Entonces no me vengas a fastidiar—sentencio, ella se pone de pie formando una escena de lo más dramática y vergonzosa.

—Yo no sé quién demonios te crees que eres, pero a mí no me vas a estar hablando así.

La mano de Eros se enrolla en mi antebrazo cuando me impulso sobre mis pies, encarándola, permitiendo el fluir de mis emociones ordinarias y terriblemente nocivas, engarzadas a mis palabras.

—Mientras me interrumpas mi comida, te voy a hablar como me dé la gana.

El ruido de fondo cesa, puedo sentir las miradas centradas en nosotras, juzgando desde la postura hasta la mirada, pero no me importa, yo estaba tranquila, tratando de calentarme con mi café, buscando el visto bueno al frío de mierda que por causa de la cólera que esta chica me ha producido, se ha desvanecido un poco; ella es la que se mete dónde no es requerida, y no sé qué clase de reacción espera que tenga, no sé si quiere que la reciba con aplausos y globos o qué.

Eros trata de empujarme de vuelta a la silla, solo atino a quitar su mano de mí, no porque tenga algo en su contra, si no porque no quiero dirigirme a él de malas maneras, en este estado, cegada por la situación, no controlo lo que digo.

—A ver, ¿qué pasa ahí? ¿Herrera? ¿Presley?

Theresa, profesora encargada del grupo D interviene. La boca de Stella forma un rictus macabro, ganas de borrárselo con un golpe me abundan.

—Nada, profesora, Sol se ha acabado todos los sobres de azúcar—pronuncia con dejo cándido que nadie más que ella se lo traga.

Regreso al asiento sin prisa, manteniéndole la mirada, en alerta a que me lance la bebida, ella copia mi gesto, tomando una expresión de victoria que más que enojo, me da una infinita vergüenza ajena.

—Toma estos—Theresa lanza tres bolsitas más sobre la mesa—. Coman en silencio, por favor.

De reojo diviso a la profesora alejarse y perderse zigzagueando entre las mesas, al resto retomar lo que hacían antes del bochornoso espectáculo y a Stella sonreír con ínfulas de grandeza.

—Ridícula—escupo, y ella se pone de pie de un brinco, golpeando la mesa con los puños y yo solo me río.

—¡Profesora!

~

—Recuerden bajar a cenar en quince minutos, luego de las diez de la noche cierra el restaurante—anuncia otra vez Marta, la profesora del grupo A.

—Si profesora—repetimos las cinco como un rezo forzado las cinco.

—Paula, cúbrase por favor—rechista antes de trancar la puerta.

A Paula el sermón le pasa de un oído al otro sin mayor consecuencia, ella sigue alisándose el cabello con el torso al descubierto, exhibiendo sus pechos sin pudor. Solo puedo pensar en que si los míos lucieran así, tampoco me molestaría, pero no puedo cambiarlo pronto, tengo que al menos apreciarlos por lo que me hacen sentir, a fin de cuentas, dentro de la boca de Eros no se ven.

Ocho de la noche, le escribo a mamá y a Martín, les cuento como me fue, miento para no alargar el tema y les envío las fotos en las que no salgo haciendo puchero.

Hace una hora volvimos del café, cualquiera puede notar la vibra tensa tejiéndose entre Hera y yo, sobre todo al momento de elegir con quien compartir cama, todas creímos que pelearía por la individual, pero no, se sentó en una doble junto a Lulú. Meredith y Paula tomaron la otra, yo me hice un espacio en solitario.

Paula me hizo tragarme mis palabras, no se ha vuelto eufórica en querer cometer una travesura, tampoco ha traído alcohol a escondidas y eso me decepcionó, un poco, solo un poco, posiblemente eso le daría la vuelta al día. Ella funciona como líder, integra a todas a la charla, sin presión ni preguntas incómodas, sin entrometerse en el obvio problema entre las dos. Es un respiro en medio del tsunami, mi cuerpo adolece por el viaje, la caminata y el frío, lo que menos deseo es sumirme en otra contienda con Hera, mis emociones están refrigeradas en el pozo más profundo de mi interior.

Podía intuir las intenciones de Hera, ha pasado el día acercándose dos pasos, tratando de entablar una conversación, pero se mordía la lengua y retrocedía un paso. Posaba a mi costado para las fotos, me mirada de reojo y apartaba la vista en cuanto yo volteaba. Desea hablar, pero no sabe cómo, lo que su hermano me dijo anoche, es evidente.

Le daré lo que resta de la noche, si al amanecer no consigue la valentía, quebraré mi orgullo, por ella, por nuestra amistas, y seré yo quien dé el paso, y por Dios que no quiero, pero la incertidumbre de este tira y afloja me desgasta, y quiero paz, anhelo tranquilidad, es todo lo que pido.

—Tenemos que limpiar este desastre, cenar y entregar el trabajo y solo tengo ganas de morirme—se queja Paula—, ¿ustedes sabían de ese trabajo? Porque yo no.

Meto el celular bajo la almohada, recostando la cabeza sobre ella.

—Pues dudo que nos traigan hasta acá sin pedir nada a cambio—dice Hera con un ligero tono ácido, tecleando en su celular.

¿Hablará con Jamie o con Maxwell? ¿O con los dos? Que irritante no poder preguntarle directamente.

—¿Nada a cambio?—replica Paula, su cabello soltando humo—. Guapa, pagamos casi cien dólares en viáticos.

—Una estafa—me apuro añadir.

—Nunca había viajado sin mi familia—menciona Meredith, encogiéndose de hombros en un movimiento sutil—, para mí ha sido genial.

—Para mí también—le apoya Lulú—. Paula solo se divierte quejándose.

La aludida le apunta con el aparato, lo que le hace reír. Lo desconecta y procede a cubrirse con un suéter y abrigo. Fue la última en bañarse, mientras al resto tuvimos que tomar una ducha de pájaro para no saturar, ella se pasó un cuarto de hora allí dentro, y es la que más se ha tardado en arreglarse, incluso más que Hera, que demora una eternidad en estar lista.

Hoy no estoy para tomarme tiempo frente al espejo, hoy existo, y nada más.

—¿Vieron que Mandy faltó toda esta semana? Se adelantó a las vacaciones—se gira y nos observa animada—. Se perdió el gran descubrimiento de Will y David en el baño por Declan, eso les pasa por infieles.

El alma me abandonó por un minuto entero al oír el chisme del día, dos chicos del grupo C no llegaron al almuerzo, cuando Declan fue por ellos a su habitación, los encontró en plena faena en uno de los baños, todo habría quedado allí, de no ser por el imbécil de Cosbey y su grupo de imbéciles que no perdieron la maldita oportunidad de burlarse de ellos.

El rumor se extendió como brasas porque uno de ellos pertenece al equipo de fútbol, el otro no oculta su orientación sexual y todos saben que, de hecho, tiene novio.

Había asumido que involucraría a Hunter, mi amigo quedó rendido en su habitación, ajeno a lo que ocurría en la recámara contigua.

—Pobre Rob, no se merece eso—se lamenta Lulú.

—Es un buen chico—acota Meredith—, ay, cuando se entere...

Paula afirma con la cabeza, untándose una segunda capa de brillo en los labios.

—Cosa buena que no vino.

—Ya debe saberlo—añade Hera—. Los rumores viajan con la luz, créeme.

—Tienes razón—cede Paula—. ¿Bajamos?

Todas se ponen de pie, barren con sus cosas desperdigadas por la cama y se amontonan en la entrada. Las sigo a pasos flojos, el peso en los hombros me tumba la postura, como quisiera seguir tirada en la cama reposando, pero el hambre puede más que el sueño en este momento.

Y pensar que todavía no escribo ni una palabra del maldito trabajo.

Sale Paula, Meredith y Lulú, Hera podría seguirles, si no hubiese cerrado la puerta y recostado la frente en ella. Luce como un cachorro regañado, uno que sabe que hizo mal. Percibo la densidad que transmite, la fuerte indecisión colándose en mi cuerpo acelera mis latidos al oír el quebradizo lloriqueo que suelta.

—Permiso—le digo solo para instarle hablar, esperando que no advierta la ligera mofa en mi voz.

Ella no se mueve.

—No.

—Permiso, Hera—insisto, retrocediendo un paso cuando gira sobre su eje con la fuerza y velocidad de un tornado, apretando fuertemente los puños contra su abdomen.

—Perdóname, fui la peor de las amigas, fui una mierda de amiga—pronuncia con la voz ahogada, acentuando las palabras—. Hablemos por favor, ya no quiero discutir—no levanta la vista del piso, pero si las manos, las abre despacio, ofreciéndome lo que parece un pedazo de tela—, cocí esto para ti porque me dolía el mío al tenerte lejos, acéptalo como ofrenda, simboliza un nuevo corazón.

La curiosidad supera el orgullo, lo tomo con cuidado, al extenderlo en la palma de mi mano, encuentro un corazón rojo con alas en degradé del naranja al amarillo, todo hecho con trozos de tela. Repaso el borde con la yema de los dedos, la costura es milimétrica, cada puntada exacta, me percato que lo ha cosido a mano, como las diminutas iniciales de mi nombre en la curva superior.

Un aluvión de aflicción y cariño me acomete, una combinación atípica que me dan ganas de llorar entre risas. Arrastro el pulgar por el centro, la textura de la tela delicada al tacto.

Bueno, ella casi literalemente, me ha entregado su corazón.

—¿No dirás nada?—formula en un suspiro pesado.

Sube el rostro, la sombra de una pena opaca el azul de su mirada acuosa.

—Estoy esperando que me digas en qué fallaste, así me aseguro que estas disculpas no son mera formalidad—pronuncio nivelando el matiz de mi voz.

Parecía retomar la constancia de la respiración, señala a la cama con un dedo tembloroso.

—Tomemos asiento.

Se adueña de la cama de Paula y Meredith, yo tomo la que ella comparte con Lulú. La suela de sus zapatos rosa el piso, retuerce los pies y las manos, incapaz de aplacar el innegable torbellino de nervios recorriéndole.

Espero que sea ella la primera en hablar, enseguida parpadea incómoda al comprender mi silencio.

—No sé por dónde empezar—dice, soltando una risa inquieta.

—Desde el inicio, duhle recuerdo—, desde que me bloqueaste y me privaste de una conversación necesaria y luego, sin escucharme, me señalaste como la ladrona de tu hermano.

Resolla un quejido y se lanza al frente, apoyando los codos en las rodillas y cubriéndose las orejas con las manos. Si no le gusta siquiera escucharlo, entonces es grave.

—Hice mal, lo sé, no debí decirte eso, no debí intentar poner a los chicos en tu contra, no debí orillarte a relevar ese secreto—el palabrería brota de su boca como una oración dicha con excesivo fervor—. Me cegué, estos días me hicieron analizar la situación, mirarlo todo desde otro ángulo, fallé.

—Sí.

—Mucho.

—Pues sí—exhalo todo el aire posible, los pulmones me ardían de la falta que tenía—, y la verdad estoy muy cansada para discutir lo mismo, Hera, quiero que comprendas que no podía por respeto a la privacidad de Mandy, privacidad que violenté—ella asiente una y otra vez con la mirada fuertemente sellada—. Me dolió que me dijeras eso, me lo creí, te he dicho que si en algún momento te sientes incómoda por mi relación con tu hermano, dímelo y lo resolveremos, pero no gritándomelo a mitad del pasillo.

—Lo que dije fue una mentira en mi arrebato, producto del resentimiento. No tengo nada en contra de ustedes, solos o juntos, te lo prometo—gimotea—. Eros se enfadó conmigo, me sorprende que siendo mi hermano estuviese de tu lado, ¿sabes lo qué eso me dice?

Ladeo la cabeza, concediéndole una mirada certera.

—¿Qué tiene razón?

Suelta una risa entrelazada a su lamento.

—Que te aprecia sinceramente—decreta, y la estancia se hunde en un mutismo aplastante.

Eso es lo que cualquier persona daría por sentado, ¿no? Si estamos en este mes de prueba, pasando el tiempo juntos, follando en cualquier oportunidad libre, estudiando, mirando películas, hablando de nuestras vidas antes del otro, es por una razón congruente, nadie pierde su tiempo en alguien que no le produce ni un remesón en el estómago.

¿No es cierto?

Asumiría que sí, que vamos en serio, pero somos jóvenes, ¿qué podemos esperar de esto más que divertirnos? En mi futuro cercano no vislumbro ni un compromiso ni hijos ni nada de ese nivel, solo deseo disfrutar con una persona que logre encenderme la piel con caricias lúbricas y removerme el corazón a besos lentos. Quiero sentirme querida, y querer al punto que el pecho me duela de lo hinchado de mi corazón, sin dudas, ni cuestionamientos. Quiero sentir mucho, quiero sentirlo todo, así termine con el corazón roto, pero por eso, por sentir demasiado, por no tener espacio para tanto.

El golpeteo raudo y hosco de mis latidos se torna incontenible al caer en cuenta que estoy más hundida en esto de lo que creí, porque al inicio quería sentir en la piel, lo que ahora deseo percibir en el corazón.

¿Sentirá él lo mismo? ¿Tendrá estas mismas preguntas? ¿O solo soy yo la que sobre piensa las cosas? ¿Querrá él quererme? ¿Se puede querer querer? ¿O solo pasa y cuando te lo planteas, significa que ya le quieres? No sé cómo funciona, no tengo idea de cómo aceptas ciertas situaciones, sentimientos o emociones, no lo sé, y tomo eso como mi respuesta.

Aún no ocurre, pero lo que sí es acertado afirmar, es que deseo querer a Eros.

Inmensa en mi mente y sin soltar el hilo de mis cavilaciones, atino a articular un simple y sobrio:

—Ah.

Se echa al borde de la cama, me toma las manos presionándome los dedos con la misma vehemencia que percibo de su mirada apabullante.

—Sol, tú no lo ves porque no has vivido en Alemania, y tampoco conociste a mi hermano antes de su paso por prisión, pero este Eros tiene algo distinto, pero distinto bueno. ¿Comprando flores y chocolates para una mujer que no sea su madre o hermana? Ni siquiera Maxwell lo hace, esos detalles no son comunes, ¿y viniendo de Eros?—bufa, negando con rapidez—. ¿Por qué crees que la prensa enloqueció al tener esas fotos de ustedes? En plan romance y todo eso—afirma como si yo le hubiese respondido—, porque nadie se lo esperaba.

El pobre corazón sufre apachurrado entre mis manos y las de ella.

—¿Por regalarme flores? ¿En serio?—una risa irónica barbotea de mis garganta.

Hera revira los ojos.

—¿Escuchaste algo de lo que te dije?—insiste—. En Alemania no se hace eso, no la mayoría, al menos. Lo que tú percibes como un gesto normal, nosotros lo vemos excesivamente cursi, de los tiempos de nuestros ancestros—explica con fervor—. Él se fijó en lo mucho que te gustan las flores, así que se apresuró en buscar las mejores cuando le expliqué que nuestras culturas son distintas, que no le corresponderías con esa actitud de 'me gustas, estás conmigo' creo que eso ha influido en él, el tener que construirse tu cariño le ha hecho bien; y sí, actúa como un imbécil a veces, está aprendiendo, pero ya no acude al gimnasio de boxeo que tanto se empeñaba en ocultar, corre en las mañanas y se ejercita en el que tenemos en casa, sin golpear a la gente—ella no pestañea, quiere, de una forma u otra, hacerme entender—. Tú no lo ves, pero yo sí, Sol, yo sí que lo hago.

No quería dejar que el discurso me afectase, pero, maldita sea, lo ha hecho, me ha perforado la cabeza y algo más que prefiero ignorar.

—No me tomes como la razón de su cambio, Hera, lo conozco hace tres meses, y no soy ni psiquiatra ni curandera—emito con inflexión solemne—. No le quites esfuerzo, si mejoró es debido a su constancia con las psicoterapias, si lo hizo, fue por y para él.

Desconozco que tan seguido asistía a las clases de manejo de ira antes, uniendo los engranajes, considero que apenas puso un pie fuera de prisión, pues me ha dicho que dentro su ayuda era descargarse con el resto de reos.

Se me revuelve el estómago y las ganas de llorar me inundan de imaginarlo.

—Lo sé, solo quiero dejar en claro que no me molesta que te acuestes con él—dice como si nada, suelto una mano de su agarre para taparme los labios, encerrando el grito que se me despega de las cuerdas vocales.

—¡Pero no lo digas así!—exclamo perturbada.

Su risa ligera enaltece el brillo jovial en su mirada.

—¿Estoy perdonada?—tantea, tratando de contener la exaltación.

Excelente pregunta.

—Sí y no—suspiro, admirando el corazón arrugado en medio de nuestras manos—. Dame unos días, no esperes que actúe con normalidad así de pronto, sigo dolida.

Abre la boca levemente, pero la cierra de inmediato, rebotando la cabeza, parece que trata de incrustarse la idea en el cerebro.

—Bueno.

—Bien.

Lo cierto es que por mi parte no habría inconveniente de ser como antes de esta trifulca, pero quiero que entienda mis puntos, comas y signos, es que ella puede ser lo berrinchuda y malcriada que quiera con su familia, pero no conmigo. 

Le sostengo la mirada sin saber que más agregar. Solo me deleito del regocijo que me da liberarme de esa piedra en el zapato, feliz de por fin charlar con la intención de escuchar a la otra y sobre todo, teniendo la fuente de paciencia proveyendo para nosotras, y además, que haya sido ella la que lo requiriera. Me alegra tener a mi mejor amiga de vuelta, fueron pocos días, pero sí que la extrañé y eso no podría negárselo a nadie.

—Eros de verdad te aprecia, Sol, como no lo ha hecho con nadie más—farfulla, contemplándome con un millar de sentimientos encontrados en sus pupilas.

Disfruto la emoción, combustible a mi corazón, que la sinceridad impresa en su voz me otorga, llenando mi pecho de un ardor propulsado por la fuerza de mis latidos.

—¿Cómo estás tan segura?—casi suplico una explicación.

Hera me muestra la más gigante y cálida de sus sonrisas.

—Espera y lo sabrás.

~

Un toque, un balanceo y un viento frío me despiertan a mitad de la noche. Abro la mirada asustada, encontrándome rodeada de nada más que abundante oscuridad, cuando una calidez toca mi espalda y una mano se ancla a mi cadera.

Giro de golpe topándome con el fresco aroma a perfume y una pincelada de tabaco que me calma de ipso facto.

Es Eros, es inconfundible.

Como dardos los recuerdos de las últimas horas se incrustan en mi mente. La cena, las fastidiosas de Christine, Irina y Stella uniéndose a nuestra mesa, Eros ignorándolas, yo queriendo arrancarles los ojos por mirarlo. Luego el espectáculo deprimente de nosotras tratando de describir la historia de las cataratas, rebuscando términos innecesarios para completar las mil palabras, y por último, el duchazo que me aventé antes de meterme bajo las cobijas y caer rendida acompañada de los ronquidos de Paula y el reconfortante calor de la calefacción.

Y ahora aquí, siendo irrumpida por la avasallante presencia de Eros.

—¿Qué... qué haces?—logro articular un susurro ronco.

Se adhiere a mi espalda, empujándome contra él en un movimiento sutil. Mi trasero y espalda arqueada encajan divinamente contra su fuerte anatomía, a pesar de tener dos capas de ropa encima, la proximidad y el cuadro íntimo que la posición confiere me hacen sentir desprolija ante él.

—Dormir contigo—barbotea cerca de mi oreja, comprimiéndome todo por dentro.

—¿Aquí?

—¿Dónde más?

La cama es pequeña mí, diminuta para los dos. Si conmigo se sentía llena, con él tenía que hacer magia para no caer, pero resuelve el asunto abrazando mi cadera, manteniéndome contra él.

—Nos van a descubrir.

Como si me importara eso ahora.

—Me iré antes de que siquiera despiertes—promete, proporcionándome un manto de serenidad y quietud.

Al ras de la profundidad del sueño, arropada por su exquisita tibieza y llena de su divino aroma, aquella afirmación de hace unas horas toma forma en mi cabeza y pierde importancia al compararla con lo que siento justo ahora.

Yo no deseo querer a Eros, yo ya he comenzado hacerlo.

No con la intensidad que anhelo, porque sí, quiero quererle hasta fundirme en mis huesos, hasta que mi piel no sea suficiente y tenga la necesidad de migrar a la suya para sentir más, hasta que no tenga fuerzas para discutir conmigo misma, intentando descifrar aquello que siento, hasta no tener espacio en mi pecho para una emoción más. Quiero sentirle tanto que las dudas no existan, que las preguntas se contesten con sonrisas y los antojos sean besos y caricias.

Quiero quererle más de lo que ya lo hago.

Sería la tarea más sencilla de todas, porque aunque tratase de convencerme de lo contrario, no me permito tocar niveles tan altos de estupidez, como negar lo que está claro.

Me encanta su manera de atrevida, hosca e irónica de ser, su petulancia atada a la singular elegancia a la hora de comportarse como un señorito de la alta sociedad, como también su falta de límites, extensa picardía y fiero desacato cuando me toma con desenfreno, llevándome al borde de la demencia.

Me gustan sus silencios, todavía más sus palabras repletas de retos, y la audacia para conseguir lo que quiere. Adoro la perversidad de su mirada, su inteligencia remarcada en cada cosa que hace, y sus ínfulas de grandeza, que le quedan muy bien y me caen en ocasiones malditamente mal.

Estoy expuesta a la incertidumbre de si será lo correcto o no, ofrecerse en bandeja de oro al escarnio emocional es para valientes y temerarios, y yo me considero muy perspicaz para lanzarme aventuras de esa especie, pero por primera vez echaré el miedo por un peñasco para aferrarme a la osadía de dejarme invadir en sentidos más íntimos que el placer carnal.

Me permito abrazar el resto de la noche por Eros y el alivio de desenmarañar lo que él tejía en mi interior. Como el resplandor de una vela en penumbras, vive encendida la ambición de que él, quiera lo mismo.

Exacto, es romance🥀

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