"29"





Sigo el recorrido de las gotas de lluvia resbalando por el vidrio empañado del vaho, provocado por la tibieza de mi aliento. Reviso el esmalte carmesí de mis uñas divinamente arregladas, luego repaso los verbos en francés una y otra vez... nada era suficiente distracción de los gimoteos de Mandy.

No quería sonar como un alma insensible al pedirle que se tape la boca porque comienza a calarme los tímpanos y me provocaría migraña, pero tampoco tengo la capacidad de formular que una oración decente de consuelo o en todo caso, decirle algo que pueda generarle calma tan temprano en la mañana, pero Dios, conozco de primera mano que un 'todo estará bien' puede caer peor que un 'cállate de una buena vez'.

Me embozo en la cobija gruesa, percibiendo el calor acumulado dentro. Los sollozos de Mandy no se detienen ni parece hacerlo pronto, advierto a Eros presionarse la sien, exasperación y tedio cincelada en sus facciones, como cuarenta minutos atrás desde que partimos de casa y tuvo que cargar el bolso de la chica y meterla en la maleta. No se va a contener mucho rato más de soltarle una barrabasada, las entrañas se me retuercen de pensarlo.

La tensión escala su límite a la misma cadencia de los lloriqueos de Mandy, percibo el aire espeso y nocivo, imposible de aspirar y el pecho ardiendo, prensado de moderar la respiración. Las siete y cincuenta y seis minutos marca los dígitos en el monitor, diez más y cumpliríamos la primera hora en carretera, la primera de tres y media.

¿Qué puedo hacer? ¿Contar un chiste? ¿Encender el radio? ¿Ofrecer comida?

Eso, comida. No es la cura, pero ayuda.

Pero Mandy necesita estar en ayunas.

Que mal, por ella.

Anoche durmió en casa, luego de compartir la cena con Martín y reafirmarle la mentira de que le acompañaría a un procedimiento estético, fuimos a dormir y nos engarzamos en una discusión luego de que pidiera que yo durmiera en la colchoneta porque a ella 'no se le da bien compartir cama', casi nos arrancamos el cabello cuando le contesté que ya lo sabía, por algo está embarazada.

Saco el tupper lleno de arepas de la mochila, pidiendo al cielo que no hayan perdido tanta temperatura. Me levanté cuando el cielo continuaba sumido en un manto de sombras para cocinarlas, seis, de pollo con aguacate, mayonesa y queso. Saco una, la envuelvo en una servilleta y volteo hacia el conductor.

Eros quita la vista de la carretera enfocándola en mí un respiro.

—Hice arepita, ¿quieres?—susurro, extendiendo la mano—. Piénsalo bien, esto puede cambiar tu perspectiva sobre la vida.

Apenas me permite terminar la oración, me la quita de la mano y le pega un mordisco tan grande que se lleva media arepa a la boca. Le miro pasmada como mueve la mandíbula contadas veces y vuelve a hincarme los dientes, devorando el resto. Parece que sabía lo que guardaba y esperaba desde que embarcamos el ofrecimiento.

Le doy otra, el mismo procedimiento, tengo miedo de pasarle una tercera y acabe masticándome los dedos.

—¿Qué tal?—inquiero, dándole la última—. ¿Lo mejor qué has probado en tu vida?

Se termina el desayuno en menos de tres minutos, no soy la única impresionada, Mandy lo debe estar también, ha parado de sollozar desde la primera mordida. Creyendo que ha quedado hambriento, le paso una de las mías, pero se niega y extiende una sonrisa apretada que por consecuencia incrementa la celeridad de mis pulsaciones.

Suelto el aire de golpe relajando mis músculos yertos. Desde anoche, anclado y resaltado en mi cabeza tengo el terrorífico encuentro con el encapuchado, Eros se negó a mencionar palabra sobre eso, pude recibir aquella preocupación y desasosiego durante la cena y la vía a mi casa. Me pasé todo el rato pellizcándome la el interior de la mejilla con los dientes, soportando las ansias de vomitarle las interrogantes que reservo, no quise agravar su obvia inquietud, la que irradiaba como sentarse junto a un horno al máximo de temperatura.

Pude concebir el sueño entrada la madrugada, acompañada por la combinación irritante de la disonancia de ronquidos de Mandy y la sarta de preguntas sin respuestas amontonadas una sobre otra, y tuve una peculiar epifanía cuando transitaba entre la lucidez y el descanso.

Solo espero que funcione y esto no acabe como un cuento de cómo me expuse al ridículo voluntariamente.

Le miro pasear la lengua por el frente de los dientes al tiempo que posa con un cuidado que me roba el aliento, la mano en mi rodilla.

—Lo mejor que he probado eres tú.

Lo ha dicho sin dubitación, con firmeza, igualando el agarre en mi cuerpo. Quiero soltar grititos de emoción como una desquiciada y brincar hasta agotarme. ¿Cómo puede provocarme esta conmoción con una sola frase? No lo sabía, no encontraba razón lógica y tampoco la quería.

Me gusta sentirlo, en todos los sentidos conocidos y los que quedan por conocer, sin necesidad de buscar excusas, ni razones; me gusta así, sin lógica ni coherencia, me gusta y ya está.

—Ni siquiera les importa lo que estoy pasando—recrimina Mandy, interrumpiendo mi hilera de cavilaciones, retomando los sollozos.

Hago el ademán de responderle qué no es así, sin embargo, Eros se adelanta.

—Tienes toda la razón.

Abro la boca sin poder emitir palabra, formulando en silencio una manera de ofrecerle apoyo sin ser demasiado intrusiva o por el contrario apática como el chico a mi costado.

—A ver, ¿quieres hablar de algo en específico?—inquiero, volteando a verla.

Terriblemente hinchada, con el cabello alborotado y los ojos rojos del llanto, Mandy me devuelve la mirada. Se seca los mocos con un trapo y el camino húmedo bajo sus orbes inundados de lágrimas.

—¿Por qué tengo qué ser yo la que pase por esto?—ocurre el desborde inminente y mi pecho se contrae ante la compunción producida por el dolor impreso en sus palabras, tan crudo que me cuesta digerirlo—. Las anticonceptivas me dan migraña y me hacen engordar tan rápido que en una semana puedo subir tres kilos si no sigo la estúpida dieta, ¡ahora tengo que tomar esa mierda porque el imbécil de Mason no sabe ponerse un condón! Lo odio, lo detesto, él puede embarazar a cien mujeres con una corrida, ¡¿y yo soy la que tengo que cuidarme?! 

Es cierto, las migrañas que me causan la píldora son un pesadilla al rojo vivo, pero dejarlas no es opción para mí por ahora, no quiero ni siquiera recordar los cólicos menstruales y adivinar si ese mes los tendría, y si no, prepararme para el siguiente mes porque sería el doble de doloroso. Además, con la actividad sexual que llevo, abandonarlas no sería la mejor opción.

Pero, ¿y si fallan?

Eros no eyacula dentro de mí, pero, ¿quién sabe y soy la elegida por el espíritu divino siglos después? Solo falta un gota, una pizca de descuido para formar un cigoto y lo que acabaría en este momento, por muy horrible que suene, en arruinarme la vida. Mandy dijo que Eros usó condón con ella, ¿lo habrá hecho con las demás? ¿O tampoco se protegió con ellas? Le pedí pruebas, y salió ileso, pero, aún así...

—¡¿Por qué no usas condón conmigo?!—el grito me raspa la garganta—. ¡¿Qué si quedo embarazada?! ¡¿Eh?!

Por un instante creo registrar el amago de una reacción de desconcierto en él, ¿qué me dirá? ¿Qué se la ha olvidado? Si es así, ¿también se le olvidó con otras? Entonces debe tener una jauría de crías rubias o de mirada azul como la suya regada por ahí.

Su gesto confuso muta a una sonrisa sardónica, le miro intrigada y alterada, esperando su respuesta.

—Tendremos un bebé venezolano alemán, de piel trigueña y ojos azules, ¿lo prefieres rubio o castaño?

Se me baja el azúcar, o la tensión, no lo sé, pero algo me cae a los pies.

Me le quedo viendo un rato extenso, regalándole tiempo a rectificar su respuesta, pero no, sonríe con descaro, enseñando la hilera de dientes relucientes, demasiado, para ser un fumador ansioso.

Me palmea el muslo, riendo por lo bajo. A cualquier otra persona le parecería lindo, incluso tierno; pero a mí, que le temo más a quedar embarazada que a mi propia muerte, me abre un agujero en el estómago, mismo que desprende una desazón agria en mi boca.

A mi mente viene la imagen de una familia en el comedor, una mujer en sus días de término de embarazo, con un bebé lloriqueando en brazos, meneando lo que parece un sopa a mediados de un verano, podía sentir el calor, con el cabello fuera de la coleta apuntando a todas las direcciones, descalza, el rostro engullido por las ojeras y detrás de ella, un hombre panzón, fumando en la mesa esperando por la comida.

No miré sus rostros, tampoco quise ni me hizo falta para saber quiénes eran. Fue como un horroroso presagio, uno que difumino tan rápido como puedo creyéndome la persona más exagerada del planeta.

—Cruce de razas, como hace mi tío Will con sus perros—Mandy mete su bocaza, de la manera más inoportuna que pudo ocurrírsele.

—Vuelve a decir algo como eso y ni vas a saber de dónde salió el golpe—amenazo, cruzando mirada con ella a través del espejo retrovisor. Muerdo la arepa con más fuerza de la necesaria—. Todavía no captas que no estás en posición de comportarte como acostumbras.

Mandy forma una mueca retraída, echándose hacia atrás. El tema de la protección me ha puesto de un humor insufrible. Me empiezo a cuestionar si haber accedido a ayudarla fue la mejor decisión. Ni yo le debo nada, ni ella a mí. Me repito que lo hago por ganarme una plaza en el cielo, no por la insoportable de ojos verdosos.

—¿No has pensado que Mason te embarazó a propósito?

La interrogante de Eros flota en el aire cual gas tóxico, permitiendo el silencio apoderarse del vehículo. Me ahogo con el pedazo de masa, me golpeo suavemente el pecho apretando los labios evitando escupir sobre el reluciente tapiz, más calmada, tuerzo el cuello para visualizar el semblante desencajado de la chica, la siniestra sugerencia le ha dejado en estado estupefacto.

Me termino la arepa y Mandy sigue petrificada.

—Respira que me asustas—exijo, ella revolotea las pestañas, regresando a la vida.

—¿Por qué dices eso?—incredulidad y un ligero toque de miedo presente en su voz—. ¿Por qué haría eso? Le dije cientos de veces que no quería, yo...

Eros lleva el cuerpo hacia adelante dejando la barbilla a centímetros sobre el volante. Achica la mirada, sopesando si contestarlo o no.

—Porque mi padre lo hizo con mamá—revela y la mandíbula me cuelga—. Por razones distintas a las que Mason lo habrá  hecho contigo, no lo sé. Una manera de vengarse de ti, ¿no se te pasó por la cabeza?

Ahora soy yo la que se ha quedado como una estatua. Fría e inmóvil.

Es mucho por procesar, la información me ha caído como un balde de hielo sobre la cabeza, de las distintas vías que pudiese tomar, como cuestionarle, hablar sobre lo que sea, o evadir el tema, Mandy salta hacia adelante, asomando la cabeza entre los asientos, sin permitirme decidir por una.

—¿Por qué lo hizo tu papá?—inquiere ansiosa. No puedo evitar compararla con Rachel de Anne With an E cuándo se entera del último rumor en Avonlea.

Contra todo pronóstico, Eros le contesta:

—Para evitar que se fuera a Francia.

Pero, pero...

—¡¿Qué?! ¡¿Y qué hizo tu mamá?!—Mandy exclama las preguntas, hincando las uñas en el asiento.

Eros se encoge de hombros, paseando la mano entre las hebras doradas en su cabeza.

—Se mudó a Francia—responde con simpleza, como si fuese lo obvio.

Escucharlo me da brinda un soplo de alivio. Espío impaciente su rostro esperando un cambio negativo, un rastro de displicencia o desasosiego, algo que me comunique lo afectado que se siente por esa situación, lo que sea. Pero nada pasa, él sigue vistiendo su semblante neutro, concentrado en el viaje, como si contar aquello le resultase cosa del día a día.

¿Qué sé de su familia? Hasta ahora que menciona ese hecho, caigo en cuenta que no conozco la relación entre sus padres, solo sé sus nombres, Agnes y Ulrich, por boca de Hera, desconozco si son divorciados, o bueno, si alguna vez estuvieron casados. No podría tomarlo como otro misterio, Hera habla de ellos a menudo, eufórica mostrándonos el regalo del mes que su padre le ha enviado, y recuerdo esas revistas dónde nombran a su madre como una afamada diseñadora de interiores.

Nunca mencionó nada más, asumo para respetar su intimidad, pero he ahí el núcleo de las interrogantes, ¿tienen intimidad juntos o no? Después de saber el motivo de la concepción de Eros, pensaría que no, pero estaría ignorando la existencia de Hera, ¿a menos que sean de distintos padres?

Me siento como un maldito agujero negro, tragándose todas las preguntas existentes, comienzo hartarme de mi misma.

—¿Lo tóxico se hereda?—la pregunta vuela de mi boca sin dejarme tan solo pensar en ella.

Reparo en la sonrisa oscura jugando con el arco de sus labios.

—No le veo la gracia—sentencio, y su mueca se completa.

—Naturalmente, Sol, me preocuparía si lo hicieras—repone con esa jodida sonrisa perenne.

Mandy me atesta un golpe en el hombro, volteo hacia ella, ceñuda.

—¿Escuchaste?—me pregunta con la mirada abierta de par en par—. No es nazi, es uh la la, croissant, oui oui, Timothée Chalamet.

Procuro no reír, pero es inevitable. Me digo no sentarme con ella en ninguna prueba de la única clase que compartimos, ese acento es tan deficiente como el mío.

Eros niega con la cabeza, rebotando el pulgar en el volante.

—Nací en Baviera.

Mandy y yo compartimos una mirada rápida, ella vuelve a los puestos traseros, aguantando una carcajada.

—Y cuándo creí haberlo escuchado todo...—comenta somnolienta, deja salir un extenso bostezo que termina en rugido. Mira a Eros, arqueando una ceja—. ¿Ustedes siempre se quedan detrás de las mujeres que los rechazan?—mueve la vista a mí, ocultando la sonrisa detrás de la mano—, en Varsity no tienes competencia.

Si nos manejamos desde esa lógica, no se quedará conmigo, porque no recuerdo haberle rechazado una sola vez, por el contrario, desde el día uno estuve dispuesta a conocer donde desemboca el recorrido de pecas de su cuello, y tamaña sorpresa me llevé al hallar el sinfín de ellas adornando hasta cada pedazo de piel.

Conecto miradas con Mandy a través del retrovisor.

—Ve a dormir, que esas ojeras se te ven horribles.

Revolea las pupilas, ofreciéndome su móvil.

—Tómame una foto—exige, posando con la cabeza en la ventana polarizada, colocándose unos lentes de sol que le cubren la mitad de la cara—. Si no subo contenido a mi perfil me preguntarán dónde estoy y no tengo ánimo de hablar con nadie.

Le miro como si le salieran arañas de la cabeza.

—Sube una vieja.

—Se darán cuenta—gruñe, apuntando al celular con ahínco—. ¡Tómala y ya! Jesús, hay que rogarte para que hagas cosas simples.

Terminé haciéndole una mini sesión fotográfica, nunca quedaba contenta con el resultado. Al final subió un par que edito con una aplicación y se recostó a lo largo de los puestos, cubierta de pies a cabeza por la manta que trajo consigo.

Cuando el reloj me indica que han pasado quince minutos y confío en que Mandy se ha dormido, llevo la vista a Eros, quién se ha mantenido absorto en el camino y el silencio todo este tiempo.

¿Será prudente soltarle una pregunta? Lo veo de reojo, con la piquiña de una interrogante clavada en el cerebro. Muerdo el interior de mi mejilla, tanteando si hacerlo ahora o cuando Mandy no esté. Aunque ahora que lo pienso, no le molestó revelar algo tan delicado delante de ella.

—¿No te...—carraspeo, mi voz ha sonado muy gruesa—, sientes mal por eso?

Él enseguida entiende a lo que me refiero.

—No—decreta, encogiéndose de hombros—. Nunca me sentí lo que soy, un error.

Un baño de sangre se atasca en mi semblante. Me siento liberada en la misma medida que avergonzada, no quería que tomase mi pregunta de esa forma, sonaba puramente cruel, mi intención era conocer sus sentimientos respecto a eso, digo, a cualquiera le afectaría saber eso sobre su vida, ¿no?

—Error—sondeo—, no lo llamaría así.

Articula una risa sin nada de gracia que se oye como un bufido.

—Tienes razón, llamémoslo por lo que es, un abuso— dictamina con tono ecuánime—. Mamá me adora, Ulrich algo parecido, jamás tuve motivos para sentirme menospreciado. Esta mierda no es un secreto, lo conoce todo Múnich, pero me enteré por boca de...

Se interrumpe, presionando el volante bajo sus manos con vehemencia, lo noto en sus nudillos pálidos y la tirantez de sus venas resaltando azules.

—¿De...?—repito, arrastrando la palabra.

—Helsen.

Y suspira, un sonido casi inaudible, pero fuerte y pesado. Pareciera que se lo ha venido reteniendo desde hace un largo tiempo.

Esa respuesta física me dice más que unas simples palabras. Dios, eso es, ese debe ser ese el origen del severo rencor de Eros por su tío, porque me ha contado que sus papás jamás aducieron razones para sentirse producto de un acto erróneo, lo aman sobre toda las cosas, él se siente querido, pero ha sido Helsen quien le ha escupido esas cosas.

En segundos me monto un escenario dónde Eros no es más que un chiquillo y su tío quien debe demostrarle cariño, le dice lo que ciertamente no debió saber a tan corta edad, y una punzada de dolor me atraviesa el corazón al imaginarme su reacción. Me lo imagino así, porque me pongo en su posición y es como supongo yo habría actuado, muy parecido a esas veces que Martín me decía que me habían encontrado en un basurero.

Quiero pegarle una patada con botas punta de acero en las pelotas a Helsen, y de paso a Martín también.

—Pero siguió con él, tenemos a Hera.

Atisbo el inicio de una expresión disconforme, sin embargo, desaparece antes de completarse. Sacude la cabeza, soltando un suspiro desalentador.

—Su relación es complicada—expresa desganado, apretujándose la nariz—. A mamá no le gustan las etiquetas, el compromiso no es para ella y Ulrich es, bueno, no le gusta perder. Solo ellos comprenden lo que tienen, nadie más.

Traduzco esa respuesta a un... si, pero no, y le doy la razón, esa pieza no encaja en el rompecabezas a medias en mi cabeza.

—Tu papá, mierda—murmuro, pisando la gravedad del problema—, él de verdad hizo... te hizo.

Le oigo aclararse la garganta, mientras contemplo la vía despejada.

—Estaba, está—se corrige, sorbiendo por la nariz—, enamorado.

Volteo la cabeza de sopetón, rápido y fuerte, ganándome un mareo. ¿Ha dicho eso? ¿De verdad lo ha hecho? ¿O son mis oídos fallándome vilmente

—Eso no es amor, es manipulación—concreto con firmeza—, y de las más bajas.

Hace un mohín desinteresado, acompañado de otro encogimiento de hombros.

—No te sabría decir lo que haría o no en su situación—contesta con aires evasivos—. Jamás me he enamorado.

Mmm.

El cubículo se sumerge en un mutismo de esos que te comen a gritos la cabeza.

Lo he tomado como una indirecta direccionada a mi corazón, y me jode el malestar que me causa, como si remarcara una línea entre los dos. Me habría sentido avergonzada si el término enamorado me hiciese ruido, tampoco sé que pretende al mencionarlo, si aclararme una duda que jamás tuve de si lo está de mí o comienza a sentirse de esa manera; es pronto, demasiado para plantearme esa posibilidad, me aterra hacerlo ahora, que si bien es cierto que me lo he llegado a cuestionar a en una de las incalculables noches de insomnio, la conclusión es la misma: lo que siento por él, no es más que deseo, uno vehemente, rudo e inacabable.

O... no lo sé, justo ahora soy ignorante respecto al amor, jamás lo he experimentando, no de la manera que podría quererle a él.

Pero si su pretensión es recalcar lo obvio para levantar una división absurda, le demostraré que conmigo está tan equivocado como los que votaron por Chávez en el noventa y nueve.

—Yo tampoco y dudo que me pase—increpo. Me enrollo aún más dentro del abrigo y le quito la mirada de encima—. Pero no hay que estarlo para reconocer que eso es terrible.

Considero esta charla una victoria para mí, una sin sentido, cuando le percibo removerse y momentos después, oigo abrir la caja de cartón de los de los cigarros y el sonido metálico del encendedor.

Creyendo que va a rellenar el auto de humo, giro el rostro pero él ya presiona los botones, bajando los vidrios delanteros. Tiemblo al advertir la frialdad pavorosa del viento, recojo mi cabello en un puño, previniendo el revoleo con el aire. En silencio, le miro abastecerse de una bocanada inmensa del tabaco que expulsa cinco segundos después visiblemente más relajado.

—Tu palabra es decreto, Süß.

Con eso, finaliza la particular conversación.

Me enfoco en mirar los videos graciosos que papá me envía, unos tan ridículas que más que risa dan pena ajena, pero me esfuerzo en comentárselos uno por uno, le gusta debatir sobre ellos.

Porque claro, hay mucho por conversar sobre un video de nueve segundos de un mono comiendo plátano.

Cuando voy por el tercero, el aparato vibra, notificando el ingreso de un mensaje.

'Huye, estás a tiempo :)'-Amanda Newless.

Volteo hacia atrás, ella reposa con el aparato en medio de su mejilla y asiento, fingiendo dormir.

Releo el texto, lentamente, una sensación fastidiosa de escozor asalta mi garganta, podía compararlo con cuerdas apretándose en torno a mi cuello, presionando con fuerza al repetir la bendita palabra.

Huir, ¿qué significado tiene? Escapar de una situación o persona propensa a causarte daño. ¿Eso ha hecho Eros? ¿Dañarme? Analizo mi yo de hace meses y mi yo actual, ¿he empeorado? No, ¿me siento peor por alguna razón? Sobre el tema de mi beca, si, maldita sea, sí, mi cuerpo se acerca peligrosamente a su punto de quiebre, lo noto en mi piel, en mi cabello, en mi ojeras, es inminente a estas alturas, voy en una carrera tan apresurada que ya no puedo detenerme, solo pienso en estudiar, repasar las clases antes de caer en el sueño, y soñar con ellos.

Querer soltarlo, pero no tener el valor de hacerlo por temor a fracasar.

Repaso mi estado emocional, feliz de rodearme de personas amadas, de sentirme apreciada, querida y perteneciente a su grupo. En clases, en el trabajo, en la compañía. Casi llena, me falta la cercanía física de mis papás.

Y me siento realmente especial compartiendo con Eros.

Desde el primero contacto de su piel contra la mía, de la fogosidad de sus besos, la intensidad de sus toques, la experticia de sus movimientos, no dejo de sentirme libre. Compartir cama con él me ha hecho descubrir una faceta de liberación adjudicada al sexo, a mi descubrimiento íntimo que me ha forjado una capa blindada encima de mi seguridad respecto a mi cuerpo que jamás creí experimentar.

No me molestan sus manos sobre mis distintas texturas, no tengo ánimos de cubrir esas zonas dónde el tono de mi piel es distinto, no quiero esconderme de su mirada atenta y no deseo más que apretar su boca contra mis senos cuando me devora en vida; y cuando acabamos, esos minutos de apacible silencio envueltos en sudor y aroma a sexo y nicotina, no anhelo más que escucharle hablar sobre su vida antes de prisión, antes de Nueva York, antes de mí.

Es correcto, para mí, como un sitio creado únicamente para los dos.

Reconozco sus imperfecciones, no pretendo cambiarlas, no podría hacerlo, me gusta con ellas. Eros es un ser de carácter imponente y primitivo, muchas veces no medita, actúa guiado por su instinto, y eso sería un problema si yo fuese su par, semejante a él, pero no lo soy.

Soy contraparte, contradicción, obstinación y pensamientos, y es por eso que encajamos sin fuerzas, pues dos piezas iguales jamás se complementan.

Por ahora, huir, suena como una triste paradoja.

~

Mandy espera su turno dentro de una habitación, cubierta por nada más que una bata blanca con estampado de puntos azules. En su faz es notorio el nerviosismo, también en la manera de enterrarse las uñas en la piel, con la mirada perdida en el suelo y la mente aislada.

Desde que pisamos la clínica no ha querido estar sola, creí que incluso pediría la compañía de Eros, pero no, me tomo de la muñeca y mantuvo al costado desde su registro, confirmación, charla sobre cómo sería el procedimiento y momento dónde tuvo que desvestirse y delegarme sus cosas. Mandy estaba hecha un nudo de emociones, cualquiera lo sabría, solo verla, extrañamente más pequeña y ajena al resto del mundo, sin su usual careta de arrogancia, y más para mí, que conozco sus desfiles extravagantes por los pasillos, luciendo como la reina del plantel.

No pude evitar conmoverme al oírle moquear mientras se cambiaba de ropa, su cuerpo encorvado sacudiéndose, sin importarle tenerme a mí, una casi desconocida, observándole en su momento más vulnerable.

—¿Estaré haciendo lo correcto?

Su voz, sin volumen ni fuerza, un gimoteo desesperado por conseguir confort en la respuesta. Un sobrecogimiento invasivo me surca el pecho y estrecha el corazón, emociones que trato de difuminar revisando el reloj en la pared, marca las diez y cinco minutos de la mañana, el silencio se perpetúa entre nosotras, y no tengo idea de qué contestarle. Temo decir algo que no deba y sepulte la confianza que tiene.

Ella me mira aprensiva, necesita escuchar de otra persona que no está cometiendo un error, necesita sentirse apoyada, acompañada y comprendida, sus ojos hinchados me lo suplican, así que alejo todo prejuicio o sorna, esta chica puede ser Hera, Lulú o incluso yo misma, lo que haya pasado pierde toda importancia, pensar en ello sería una falta de respeto total a esta situación.

Inhalo profundo, ordenando mis ideas y cuando lo creo conveniente, me acerco a ella.

—Lo que es correcto para nosotras, puede ser incorrecto para miles y no por eso debe ser considerado malo. Los distintos puntos de vista existen y se respetan, sin embargo, que permitas que eso afecte tus decisiones sería restarle importancia a lo que tú deseas. Tu situación no tiene que ser la mía, ni la de ninguna otra mujer—despido el aire despacio, apoyándome en el filo de la camilla, su lado—, Mandy, sé puedo sonar cruel, pero eso que dicen que uno aprende a ser madre en el camino no es una verdad general, hay millones de casos en los que nunca sale bien, y sus errores lo pagan las criaturas que trajeron a este mundo destruido por crecer en un hogar nada sano. La maternidad es preciosa, sí, pero cuando se quiere y desea. Nada en esta vida es completamente color de rosa, y créeme cuándo te digo que también extenuante y dolorosa. La sociedad está cambiando, ser madre no es prioridad. ¿Suena egoísta? Sí, pero a veces hay que serlo por un bien mayor.

》Yo si te entiendo, ¿y sabes qué? Si estuviese en tu lugar tomaría la misma decisión. No somos las malas de la película, somos la que decidimos por nosotras mismas, por encima de cualquiera que trate de cambiar nuestra esencia.

El silencio se extiende, tenso, de toneladas de peso, no aparto la vista de su mirada cristalizada, inundándose de más lágrimas con cada tic de la manecilla del reloj.

Y se arroja contra mí, encarcelándome entre sus brazos débiles, sollozando contra mi abrigo. Aprovecho que no me ve y hago una mueca de asco al ver el hilo de moco que me ha pegado en el abrigo, las ganas de empujarla para limpiarme son inmensas, sin embargo, me abstengo de moverme, soporto su llanto en silencio, tratando de no mirar el resto de residuos de su nariz. Podría darle palmaditas en la espalda, pero me mantiene presa, sin siquiera permitirme respirar.

Está bien, me digo, es más barato limpiarse un moco que aguantarse el desborde de emociones.

Me concede la libertad pasados dos minutos, los conté. Coge unos kleenex dispuestos en la mesita al costado de la camilla y se sopla la nariz, luego los arroja al tacho de basura, caen fuera y como ella se hace la desentendida, tomo varios y después de limpiarme el abrigo, agarro los sucios del suelo con una mueca repulsiva en la boca y los lanzo donde deben ir.

—Tengo tres hermanos, mamá repite una y otra vez que un hijo siempre es una bendición, que para eso nacimos las mujeres, para engendrar—los sollozos disminuyen, pese a eso, agrupadas en los ojos siguen las lágrimas—. ¿Cómo puede ser una bendición cuándo me siento tan miserable?

Sus orbes destellaron endebles.

—Porque no lo quisiste, Mandy—digo, cruzada de brazos—. Y si fuese así, no existiría ni una mujer infértil en este planeta, somos más que ese estúpido estigma. No escuches a los demás, cierra los ojos un minuto y piensa en lo que tú deseas, en nadie más.

Lo había dicho con sentido reflexivo y ella lo tomó literal. Aprieta los párpados tan fuertes que los pómulos le tiemblan. Entre tanto ella busca la respuesta en su interior, le doy un veloz barrido a la habitación. Hay una maquina que reconozco de inmediato, un ecógrafo, también una pantalla en la cima de la pared, cuadros con frases motivadoras y una silla azul eléctrico. Ni atosigante ni vacío, el balance perfecto.

—Lo haré—expresa con voz grumosa pero no menos segura.

Asiento, apartándome de la camilla. Nos dieron un espacio para una charla antes de proceder a confirmar que sí este embarazada con un ultrasonido, y de allí continuarían con el resto. Saco las manos de los bolsillo y me le quedo viendo un segundo, no quisiera dejarla sola, tengo esta inusual voluntad de tomarle la mano y no soltarla hasta que todo finalice, pero sé que no me permitirían ingresar.

Giro con dirección a la salida. Cuando toco el pomo de la puerta, tuerzo el cuello y le digo:

—Ten en claro que esta decisión no te resta valor. Tanto como si te cuidabas o no, está únicamente en tus manos decidir.

Asiente con la cabeza, y por primera vez desde anoche, una pequeña sonrisa se asoma en su semblante demacrado. Las noches de insomnio le pasan factura.

—Gracias, Sol.

Señalo a la sala de espera con gesto nervioso. Lulú, incluso Hera serían mejores compañeras y consejeras que yo.

—Estaré esperándote afuera.

    ~

Menos de media hora después de salir de la habitación, una enfermera me avisó que el procedimiento había culminado, Mandy necesitaba reposar una hora bajo supervisión, al terminar ese tiempo, Eros pasó por nosotras.

Antes de ir al apartamento que Eros rentó por el día, pasamos por una farmacia por toallas higiénicas, los analgésicos y antibióticos que le recetaron, además de algo para almorzar y llevar en el camino de vuelta, cuando se le pase el efecto de la anestesia. Durante el camino no mencionó nada, no le escuchamos ni una exhalación, varias veces tuve que girarme para asegurarme que seguía con vida o al menos despierta, solo susurró un frágil 'gracias', a un segundo de entra a la habitación.

La idea era regresar tan pronto terminaran las cosas en la clínica, no teníamos planeado pasar estas horas aquí, pero considerando el estado meditabundo de Mandy, estar a solas lejos de cualquier contacto humano habitual le haría bien. En una hora le tocaría la puerta para que salga a comer, aún es muy pronto.

Un estremecimiento me cala la columna vertebral, las acaricia de Eros en mi cuello no se detienen, siguen el mismo vaivén sensible, erizándome los vellos. Me pierdo en el agujero abismal abarrotado de teorías, suposiciones, pensamientos y recuerdos.

Ella, Mandy, de verdad lo hizo.

¿Cómo me hace sentir eso? Soy una mezcolanza de sentimientos en este momento. De calma, alivio porque pudo conseguir ayuda, de retorcida indignación, porque no todas tienen la misma oportunidad y aflicción, porque así lo haya querido, absolutamente nadie desea pasar por esto por voluntad propia, nadie en su sano juicio despierta y piensa la genial idea que es embarazarse decidir de no tenerlo, porque de la boca para afuera es sencillo decirlo, 'haría lo mismo que tú', pero solo quien transite ese camino de incertidumbre y miedos sabrá cuan penoso es tener la determinación de dar el paso, de igual manera acabas agotada emocional y psicológicamente.

—¿En qué piensas?

Se encarga de quitarme el abrigo y suéter lentamente, le agradezco con una sonrisa sencilla, mientras me saco los zapatos. Aspiro hondo, más liviana de emociones.

—En lo difícil qué es ser mujer—digo en un rumor, uniendo nuestras miradas la vista a la suya—. Y en lo mucho que me gusta serlo.

Contradictorio, pero soy mujer de desafíos.

O a eso quiero aferrarme, especialmente ahora.

Me levanto de la cama retirando la camisa por encima de mi cabeza, avanzo dos pasos desabrochando el botón del pantalón y me detengo para sacar las piernas de la prenda pensándome dentro de un sauna, a solas, sin la mirada del sujeto a mi espalda impresa con tinta ardiente en mi talle.

Cubierta por un conjunto blanco de encaje una talla menos de la mía, comienzo arrepentirme de elegirlo por el miedo a dar un paso y quedar con los labios de la vulva afuera.

—Estoy loca por ducharme—volteo a verle, su mirada aplastada en cualquier parte de mí, lejos de mis ojos—, ¿quieres venir?

Muerta de vergüenza entro al baño sin esperar respuesta, a solas por un instante bajo la defensa, admirando la estructura simétrica del espacio de tonos cálidos, beige, marrón y mostaza. Un gran espejo en forma de media luna que va desde el techo al piso descansa detrás del lavamanos, tulipanes blancos dentro de un jarrón sobre el mueble del lavamanos le regalan un toque armonioso al lugar, pero el protagonismo se lo lleva lo que tengo justo frente a mí: un jacuzzi inmenso de grifo dorado simulando oro. Si lo agrandan un metro más, pasaría como piscina muy pequeña.

Percibo la presencia de Eros antes de oír sus pasos.

—Esto es divino—menciono, pasando la mano por la cerámica.

A mi mente llegan retazos de las veces que estuvimos a punto de unirnos en su tina, llegué a creer que teníamos una maldición, porque siempre pasaba algo que nos hacía abandonarlo.

—Tan pronto lo vi, pensé en ti—susurra cerca de mi oreja, después de besarme el cuello.

Sus manos alcanzan mis caderas provocándome un ligero escalofrío al contacto gélido en mi piel caliente, arrastrando las palmas dulcemente a través de mi estómago, erizándome la piel en ese sendero ferviente a mi vientre dónde presiona impulsándome hacia atrás, contra él, al encuentro de su completa desnudez.

Me ha dejado sin habla, la sensación dura de su excitación contra mi espalda, su aliento removiéndome el cabello, sus manos tomando mi piel como si fuese suya y el furioso revoloteo de nervios y expectación me han arrebatado la posibilidad de siquiera pronunciar un suspiro. No me ha hecho la gran cosa, simplemente ha puesto sus manos sobre mí y yo me siento entrar en combustión.

Mandy duerme en la habitación contigua, luego de un procedimiento demoledor de sentimientos, y yo estoy aquí, pensando en las distintas maneras que podemos usar el maldito jacuzzi.

—¿Por qué nunca podemos usar el tuyo?

Desliza la punta de la nariz en la cima de mi cabello, negando. Una de sus manos desciende unos escasos centímetros, introduciendo la punta de los dedos bajo el elástico de la panty, mis latidos decaen a mi ingle, toda la tensión acumulada en esa zona, cerca del tacto intencional de Eros. Me remuevo por la odiosa ansiedad de tenerle tan cerca, retorciendo los dedos de los pies, alivianando las cosquillas que su proximidad imprudente me genera de pies a cabeza.

Baja el rostro delineando con su boca el costado de mi cabeza, su aliento abrazando mi oreja para detenerse en mi hombro, le había creído a la inocencia del beso que desprende allí, si su mano no se hubiese zambullido en mi ropa interior, fundiendo el ardor violento de mi vientre en humedad sobre sus dedos curiosos.

—Una de mis fantasías es cogerte en un jacuzzi—susurra la confesión a un centímetro de mi cuello.

Se me hace cuesta arriba pronunciar palabra cuando sus huellas recorren con parsimonia mi intimidad, de arriba abajo, sin apuro ni presión, una suave, lenta y deliciosa estimulación.

—Tienes muchas fantasías—logro gesticular.

La vibración de su risa en la curva de mi cuello me hace temblar levemente, él lo nota, su sonrisa de complacencia sobre mi hombro me lo dice.

Consigue ceñirse a mi espalda eliminando el paso del aire entre los dos, dispersando la humedad con sus caricias de arriba abajo, movimientos paulatinos y sensuales, tengo la tiránica necesidad de plantarle el culo en la erección, más el poder de su toque sobre mí es destructor, no me permite hacer nada distinto a disfrutar del roce de sus dedos en mi clítoris mojado. No media palabra, su cuerpo habla por él y el mío, conociendo su lenguaje, le comprende como un experto en la materia.

—Y en todas, la protagonista eres tú.

Ah, es que tiene reparto.

Reservo el estúpido pensamiento solo para mí, y él mismo, sin saberlo, me hace olvidarlos cuando desliza hacia abajo las tiras de mi sujetador y escabulle la mano en medio de su pecho y mi espalda en busca del broche, aunque trato de seguir el compás sugerente de sus dedos, perderme en esa sensación, un intento de eximir esa vergüenza de mostrarle mis senos se presenta en el momento que logra quitarme la prenda y lanzarle a quien sabe dónde, el instinto de cubrirme me ataca, pero dura tan poco que el creciente alivio por poco me saca una risa, pues me hace apretar el costado de mi brazo contra su pecho y una exhalación después, el calor de su boca húmeda arropa mi pezón, arrancándome el más primitivo de los gemidos.

Es indescriptible lo que esa lengua suya, hambrienta y constante puede causarme. En mis pechos, cuello, en mi sexo, dónde sea que plasme caricias, consigue adueñarse de ello todo el proceso de hacerme perder el juicio.

Me devora, muerde la punta con delicadeza, lame la aureola y succiona la cumbre con esa intensidad alucinante. Atiende el otro con la misma fiereza y devoción. Pierdo el balance, tengo que sostenerme de su hombro cohibiéndome de articular los sonidos que mi cuerpo muere por soltar.

—Mandy puede escuchar—mascullo con la voz tomada por el trémulo deseo.

—No lo hará si te comprometes a ser silenciosa—susurra afanado en la cruda estimulación doble, malditamente coordinado y diligente.

—Espera, quiero...

Detiene las caricias y estuve a punto de hacer pucheros cuando suelta mi pezón, incentivándome a terminar la oración, pero la vergüenza descarada me tapuja la garganta con las palabras.

—¿Quieres?—insiste, el vacío se aferra a mí cuando retira los dedos de mis bragas, persuadiendo la agudeza de mis sentidos sofocados de placer al moldear un sendero hecho de mis fluidos, de mi monte de Venus, pasando por mi vientre contraído hasta detenerse en mi estómago.

Joder, ¿cómo le digo?

Pues hablando, ¿no? No hay nada de malo en pedirlo, no me ha hecho nunca sentir incómoda en el ámbito sexual, cohibida sí, de la sobrecarga de energía sobre mi inexperiencia, pero ha sabido adaptarse a mí y yo a él, entonces, ¿por qué le doy tantas vueltas?

Díselo y ya.

Quiero probarlo—barboteo, sosteniéndole la mirada con fingida entereza, por dentro, a un remesón de derrumbarse mi escueta valentía—, quiero meterlo en mi boca y saborearte como lo haces conmigo.

En su boca se dibuja una pequeña sonrisa perversa de inmensa satisfacción y ganancia, removiendo materia híper sensible dentro en los confines ocultos en mi interior. Me ofrece una mano, su mirada sombreada por una emoción indescifrable posee la persuasión exacta para hacerme recibir el apretón y permitirle llevarme a la silla junto al jacuzzi.

Los nervios me comen viva, nunca había hecho nada ni remotamente parecido, temo tasajearle el pene con una mordida, me digo que eso no pasará, al primer mordisco algún grito me detendrá.

—Ponte de rodillas, quiero verificar algo—pide con ronquera, obedezco, tratando de mantener la vista en sus ojos y no lo que obstaculiza la conexión—. No, quedas muy abajo—toma asiento, me toma el mentón con la mano libre—, ¿has hecho esto antes?

Él sabía la maldita respuesta, es su ego agigantado el que busca oírlo fuerte y claro.

—Solo en mis sueños—murmuro una risa, apretando los muslos al sentir su mano ensortijarse en mi garganta—. Yo, bueno, he leído artículos por internet y uno que otro video...

Bajo la vista y una sonrisa me parte el rostro en dos. Ahí está, la peculiar peca, nunca la había visto así de cerca y en este ángulo.

Apoyo el trasero en mis talones, mordiéndome la sonrisa que la suya me ha hecho formar. Me mira incrédulo por un instante antes de proferir una risita grave.

—¿Videos, Süß?—podía oír el dejo de una sonrisa en su voz—. Olvídate de esa mierda, yo te voy a enseñar, pero primero dime qué leíste, me has despertado la curiosidad.

Le dedico una mirada irritada y divertida, se la está pasando a lo grande, todo en él desprende una arrolladora excitación.

—Bueno, un artículo decía que les gustan que les soplen aquí—le toco la cumbre rojiza—. Sin mordidas, ni nada que implique dientes y mucha, mucha lubricación.

Niega, quitanda el cabello de mis hombros.

—Olvídate de eso también—delinea mi labio inferior con su dedo, clavando su mirada allí—, saca la lengua y mantenla firme—mirándome fijamente a los ojos, se toma la erección y le da certeros apretones desde la base a la punta, hago lo que me pide, al primer contacto de su piel tersa y caliente con mi lengua todo en mi interior se estremece—. Mete la punta en tu boca, chúpalo despacio y no dejes de mirarme.

El placer de cumplir su mandato aplasta el vestigio de bochorno que me sobraba, lo disuelvo en la lengua a tal reacción de mis papilas gustativas con el sabor a nada de su piel. Esperaba, no sé lo que esperaba, pero es como probar un pedazo de agua convertido en carne. Apenas reconozco el aroma impregnado su piel, de su crema, la misma que usé la primera noche que pasé en su habitación.

Arrastro la lengua entorno al glande, lento, conociendo nuevos relieves, distinguiendo la diferencia de tacto, apreciando la dura rigidez de los músculos de sus piernas, cubiertas por vellos dorados en punta.

—Húndelo un poco más, sigue moviendo la lengua así—pide, y yo cumplo—. Carajo.

Un brillo siniestro le cubre la mirada afincada en mi rostro, sorteándola de la unión en mi boca a mis ojos. Mi lengua baila de un lado a otro, retozando la dureza, identificando las venas gruesas que le atraviesan.

—Más—exige con ronquera, humedeciéndome a un punto demencial.

Lo adentro empapando el camino que dejo atrás de saliva, las lamidas no se detienen, pero no puedo abarcarle en su totalidad, bajo la vehemencia de sus ojos, lo sumerjo solo un centímetro más, uno, pero la atroz arcada que me provoca me hace retroceder hasta sacarlo entero, desbordando saliva por las esquinas de la boca.

Toso hasta pasar la horrible sensación, le siento arrumar mi cabello y subirlo en un puño mientras me limpio la boca.

Se me ha olvidado el consejo de la página: sacarlo un poco para contraer la faringe, eso corta la arcada.

—¿Estás bien?—cuestiona—. Podemos seguir luego.

No replico, o sí, pero no uso palabras, vuelvo a él, lamiendo el glande y el camino que había tomado, presionando con una fuerza dolorosa los muslos unidos, recibiendo una dosis de alivio a la aguda necesidad de calma a mi centro a estas alturas, empapado. Escucho su gemido parecido a un gruñido de placer, incitación a repetir el vaivén de mi lengua, dejando escapar la más pura sensación primitiva, soltando las ganas de atibórrame de él.

Percibo la marea de arcadas, retraigo la cabeza pasándole la lengua a lo largo, el movimiento me corta la vía de respiración esfumando la sensación del vómito, poco me falta para chillar de emoción, pero la espesa lubricación me hace volver a engullirlo y disfrutar de sobre mi lengua, tan sólido y frágil a la misma vez, con un peso que me causa dolor al presionar los dientes en mi carne.

—Muérdelo—demanda, y mi cerebro se funde. ¿Qué en la web no decía...?—. Por algo te dije que te olvides de esa mierda, hazlo sin fuerza.

Me he quedado guindada en mis cavilaciones un segundo, hilachos de saliva desbordan de mi boca, deslizándose cuello abajo. Me esfuerzo en recoger con la lengua lo que quedaba, presionando ligeramente los dientes en la piel febril, una bola de fuego se deshace en las llanuras de mi vientre ante la imagen de sus labios entre abiertos, enfocados en la delirante unión de su cuerpo y mi boca.

Tiene todo para ser la representación carnal y erótica perfecta para mí, rígido de pies a cabeza, venas del brazo que sostiene mi cabello sobresalientes, mandíbula afilada, boca roja a medio abrir articulando un sonido bajo y ronco, dulce melodía para mis oídos y fervor a mis venas.

De rodillas frente a él, bebiéndole, saboreándole, absorta en la más pura y cruda expresión de placer cincelado en su rostro, no puedo pensar en nada más que para él, no pudo haber otro nombre.

Eros, eso es él. Impulsos eróticos, fantasías sexuales y deseo desenfrenado.

—Más duro, solo un poco más.

Hinco los dientes aumentando la presión, mordiscos débiles a través de su extensión, sacando la lengua siempre que sentía una arcada acercarse. Repito lo mismo, lamiendo, lo que alcance, respirando por la nariz y botando por la boca al momento de llegar al glande.

—Haz lo que quieras—respira con pesadez por la boca—, el resultado es el mismo.

Sonrío a medias, arrastrando la lengua en la cima como a un helado, llevándome la gota de líquido saliendo del diminuto agujero. Lo paladea en círculos contra el cielo de mi boca, identificando un sabor imperceptible a sal, tenía que estar demasiado concentrada en conseguirle sabor, pues solo destaca la textura, como probar agua viscosa.

Enlazo nuestras miradas y aplicando flojos mordiscos intercalados con lengüetazos, lo introduzco en mi boca, manteniendo férrea la presión entre mis piernas.

Me dejo guiar por mi propio instinto, me divierto con él, enrollando la lengua a su alrededor, recorriendo la línea de las venas, soplando en la cúspide mojada y pasándole por la parte frontal de mis dientes. Eros intercepta cada movimiento y caricia con exhalaciones fuertes, apretones en mi cabello y contracciones del cuerpo involuntarias. Jamás me había sentido tan poderosa sobre él, nunca me había maravillado tanto sus reacciones impulsivas desencadenadas por el intenso placer.

Esa frase que dicta que dar es más gratificante que recibir, me parece tan certera en este momento.

Aprieto los labios alrededor del prepucio y deslizo la boca a cadencia pausada, adelante y atrás, una y otra vez, y es cuando resolla el primer gemido ronco que el recordatorio en mi cabeza se enciende como una alarma anti incendios, ruidosa y molesta.

Lo saco de mi boca dejando una succión en la punta, y me quedo allí, con la molestia del piso contra mis rodillas y la ansiedad sexual apremiante entre mis piernas, esperando que abra los ojos.

Y lo hace, visiblemente afectado y confuso.

No permito que hable, voy de frente y sin temor a fallar.

—¿Tienes información sobre el hombre de la otra noche?

Una sonrisa desconcertada y algo satírica le adorna el semblante incendiado.

—Me tienes que estar jodiendo—repone, soltando una risa que denota incredulidad.

—¿La tienes o no?

Obviamente la tiene.

—Sí.

Sonrío, besando la bonita peca en la punta. Él se remueve ansioso y se tensa terriblemente al sentir el paso de mi lengua por su longitud.

—¿Me dirás quién es?

Niega tapándose la cara.

—No.

Detengo todo contacto, uniendo las manos detrás de mí. Eros vuelve la mirada a mí, consternado y alterado. Enarco las cejas apurándole, no sé si esto está mal, a fin de cuentas es extorción, ¿no? Pero no me retracto, por la urgencia en su mirada sé que ha funcionado.

—Te lo diré, pero no te detengas.

Me reacomodo sobre mis talones, sin permitirle abandonar el vínculo de nuestros ojos, subo una mano a la base del miembro y la suba apretando suavemente, como hizo él al inicio.

—Te escucho.

Comienzo con movimientos lentos, ondeando la muñeca, admirando el deseo encender el brillo letal en sus pupilas dilatadas.

—Zane Müller, no me pidas que te de su biografía ahora mismo.

Sin dejar de verlo a los ojos, vuelvo a sumergirlo hasta la siguiente lluvia de arcadas, esparzo la saliva con la lengua y ayuda de la mano, retomando la estimulación. En este punto ya no sabía quién estaba más necesitado, pero me sentía quemarme con mi propia humedad, la presión férrea de los muslos ya no servía de nada, deseo más.

—Un detalle—pido, aumentando la velocidad.

Comprime los dientes, despidiendo una bocanada de aire entre ellos.

—Es alemán.

Río, al tener en la boca, la vibración le hace apretar los párpados y soltar un jadeo. En este punto la tanga me estorba. Disminuyo el ritmo un nivel como advertencia a que si no me dice, me detendré. Repite el gruñido, reforzando el engarce en mi cabello.

—Implicado en el caso de Hera.

Eso... eso no lo esperaba.

—Apártate, me voy a...

Sus palabras se cortan cuando lo hundo en mi boca. Mi cuero cabelludo adolece la tosquedad del agarre, luego de escuchar un gruñido placentero, le siento bombear repetidas veces, obstruyéndome la garganta con su eyaculación espesa. Trago sin mediar en el sabor, la viscosidad adherida a la lengua, dientes y garganta me toma de sorpresa y se me escapa una arcada, el resto de la corrida bordeándome los labios.

Y saboreo, paladeo el resto contra el cielo de la boca, mirándole fijo. A diferencia de aquella solitaria gota, esto me sabe a como huele el... ¿cloro? ¿Una gota de cloro diluida en un litro de agua? Exactamente eso, no sabía con que otra cosa compararlo.

No proceso del todo lo que acaba de pasar, y aún con los labios pegajosos de su corrida, me toma de la cintura y pone de pie. Mis rodillas sufren el cambio de posición, el dolor mengua al tocar el asiento con el culo.

Ha revertido la situación, es él quién reposa frente a mí, como si estuviese sediento de mí, arranca la única prenda en mi cuerpo con desespero caótico, tomándome del trasero, me pone al borde de la silla y levanta lo justo para que su boca baje al deliciosos encuentro con mi intimidad, lamiendo de arriba abajo, probando la resistencia de mi cuerpo, la que rompe sin recato al circundar la punta de la lengua en mi clítoris, ganándose un estremecimiento.

Encaja los dedos en mi piel, devorándome sin lastimarme, su barba cosquilleándome exquisitamente en los lugares correctos.

Con la punta de los pies sobre sus hombros, los muslos expandidos otorgándole sitio a su cabeza y el corazón como un loco frenético, me olvido en la amplitud experta de sus caricias y la oleada furiosa de sensaciones vehementes recorriéndome de pies a cabeza.

—Ese tal Zane, ¿no tendría que estar preso?

La esponja se siente áspera al contacto con la piel de mi espalda. Eros se encarga de enjabonarme completa, tomándose el tiempo que no tenemos en esa tarea. Me pregunto si huelo mal y quiere limpiarme a profundidad o qué le pasa.

—Arribó a Nueva York hace dos semanas. Se esconde muy bien—comunica, yéndose por el borde de mis senos—. Zane era menor de edad en el momento que dictaron su sentencia. Le dieron dos años más que a mí, lo liberaron antes por buena conducta, aún no sabemos quién pago su fianza, todo lleva a un hombre que no tenía dónde caerse muerte, un informante anónimo le ha pedido que lo haga.

Trago grueso. Esto no pinta nada bueno.

—¿Cuatro años por una...?—no me atrevo a decir la palabra delante de él, no por pudor ni mucho menos, si no porque sé cuánto le afecta hablar del tema. Es su hermana, mi mejor amiga y lo que pasó fue repugnante, esa condena es un chiste de mal gusto—. Y yo pensaba que la injusticia en Latinoamérica era descarada.

Lo es, Sol, peor que descarada.

—No se hallaron pruebas en su contra, tanto Hera como él testificaron que su participación se limitó a tomarla de las muñecas y—hace una pausa, tomando una bocanada de aire. Busco su mano bajo el agua, sus dedos rápidos se entrelazan en los míos, apretándolos con ímpetu. El gesto me colma pecho de aleteos y extiende un calor que espanta el frío que sentí al oír sobre el encapuchado—, ver.

Mi corazón sufre un quiebre al oír los escabrosos detalles. Hera nunca los dio y tampoco quise o tuve ánimo de preguntarle. Sería traer la oscuridad de su pasado a lo que ella llama su nueva y brillante vida.

Eros me rodea con sus brazos, recostando su frente en mi espalda. Acabo uniendo nuestros dedos, y él vuelve apretarlos, un silencioso agradecimiento.

—A vacacionar no creo que venga—expreso con inflexión miedosa.

Porque si, me muero de miedo de que este tipo les haga algún daño, a ellos, incluso temo por Helsen, que no es cercano a ninguno, pero es un Tiedemann al fin y al cabo.

—¿Hera sabe de esto?

Si me afecta a mí de esta manera dolorosa, se me parte el corazón al pensar en ella, el miedo y la inseguridad que debe sentir. No solo que esté libre, que vuelva a su vida como si nada hubiese ocurrido, como si no participó en un hecho tan dantesco, es el hecho que está pisando la misma ciudad dónde ella vive.

—Sabe lo mismo que tú—me besa el hombro y después apoya la quijada allí—. No quiero que esto te genere estrés innecesario, ya tienes suficiente con la universidad, todo está bajo control.

Tuerzo el cuello, clavando la vista en la orilla del jacuzzi, donde reposan los corazones que Eros ha trazado con el cabello que se me ha caído. Como vuelva a pasarme las manos por la cabeza, tendrá para dibujarnos a los dos a cuerpo completo.

—¿Cómo sabes eso si no conoces su ubicación?

Bate las pestañas para quitarse la gota que le cae del mechón de cabello sobre la ceja.

—Confía en mí.

No es él, esto va más allá de su poder, y yo sé que él lo sabe, lo dice de boca para afuera, para calmar la evidente preocupación nerviosa que esto me genera. Temo por Hera, por él, por todos, los quiero encerrar en su casa, lejos de todo peligro.

La vibración de mi celular sobre la mesa llama mi atención, me seco las manos con la toalla en el asiento y lo tomo enseguida creyendo que es mi hermano, pero no es Martín, es Hera, quién envía una de las fotos que le tomé a Mandy en el auto hace horas y una gran flecha apuntando a la ventana donde mi reflejo aparece. Mi corazón sufre una sacudida temerosa antes de ponerse a latir con a ritmo furioso, golpeándome las costillas.

El contacto no me muestra la foto de perfil de ella abrazando a Hunter. Me ha bloqueado. Hera me ha bloqueado. Aprieto el aparato en la mano, odio querer expresarme y que no me den siquiera la oportunidad, que me quite eso me enerva la sangre y enciende el cerebro de rabia.

—¿Qué pasa?—cuestiona Eros.

Y yo que tengo el enojo como una estaca atravesándome la garganta, solo puedo exclamarle al celular:

—¡Hera, Hera pasa!

Clases gratis dijo la Sol✍🏻

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