"17"
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"There she was, my new best friend
High heels in her hand, swayin' in the wind
While she starts to cry
Mascara running down her little Bambi eyes
"Lana, how I hate those guys"
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—Iré a maquillarme, ¿bien? Les escribo cuando vuelva a casa.
Corto la conexión, soltando el aire que no sabía, estaba reteniendo. Ellas tienen razón, no me produce ninguna emoción salir con Ricardo, estoy segura que hace dos días también lo sabía, pero el enojo debido a la desfachatez de Eros de afrontarme a la mitad del pasillo con su hermana a unos metros, me sirvió de pésimo gusto a darle una respuesta favorable a la invitación.
La furia e indignación me tragarán entera si me atrevo a desglosar hecho por hecho lo que me trajo a esta situación. En conclusión, le sigo regalando poder a Eros sobre mis decisiones, si no fuese por su maldita culpa, jamás habría dicho que sí.
Y lo sabe, es muy posible que el imbécil escuchase mis planes, debe estar riéndose de mí y mis anodinas ganas de asistir a esa cena.
Reviso la hora en el celular. Las siete y quince de la noche, en una hora Richi vendrá por mí y yo todavía sigo con la cara deslavada, el cabello plagado de nudos y el paño húmedo de la reciente ducha cubriéndome el cuerpo. Arrojo la prenda a la cama y escarbo en la gaveta por un bonito conjunto de lencería y enseguida me entretengo con el maquillaje.
Pude prescindir de su presencia toda la semana, aún con su vehemente mirada encajada en mi nuca o detallando mi perfil, claro que lo percibí y esas eran sus intenciones, pues nada disimulado fue. Lo tuve persiguiendo mi figura como un ave carroñera, esperando devorarme a la primera caída.
Pues que se joda. Él y sus bonitas pecas. Desde este momento, lo expulso de mi cabeza.
Conecto el celular a la bocina inalámbrica que saque al contado del trabajo y me concentro en esparcir uniforme las cremas y demás productos, disfrutando el ritmo de la música y bebiendo mi merecido vaso de agua y extensos minutos después, contemplo el resultado final en el reflejo, satisfecha con ello, y antes de adentrarme al vestido, le arrojo una gotas de perfume, el mismo que restriego bajo las orejas, las muñecas, el pecho y entre los muslos.
Una vez lo vi en un ritual en una novela de las nueve de la noche, no dejo de hacerlo desde entonces.
Las siete y cuarenta. Veinte minutos más.
Me visto y dejo caer el cabello sobre mi espalda, mi celular suena anunciando la entrada de una llamada, el pánico me recorre pero se desvanece cuando leo el nombre de Hera en la pantalla.
Deslizo el dedo y presiono la opción de voz alta, tratando de desanudar las hebras sin arrancarme la cabeza.
—¡¿Por qué no revisas los mensajes?!
El grito rompe tímpanos me hace arrugar las facciones y alejarme un paso del aparato. Oigo la risa de Lulú en el fondo, por lo que no me preocupo de que algo malo haya ocurrido.
—Estaba maquillándome, Dios, ¿qué pasa?
—¡Eros ha salido de aquí con dirección a tu casa!
De súbito, la sangre se agolpa fría en mis talones.
—¿Hace cuánto?—cuestiono recogiendo el celular, desactivo el altavoz y lo presiono contra mi oreja.
Me muevo como un torbellino por toda la habitación, metiendo lo necesario para salir del apartamento antes de la llegada de Eros. Toparme con él y su genio de mierda es lo último que necesito en este momento.
—¡Desde que colgaste la llamada!
Y como en una película de suspenso, escucho el crujir metálico de las escaleras de emergencia, me lanzo a la ventana, abierta en lo mínimo, permitiendo la circulación del aire, pero Eros me gana la carrera, levanta el marco por completo y aparta de mala manera las cortinas.
Su silueta alta, de hombros anchos y compactos empequeñece el espacio, mi habitación se siente como una casa de muñecas cuando él la ocupa. Retrocedo tres pasos y me estrello contra el escritorio, notando la vehemente vesania diluida como veneno en su mirada.
—Te escribo luego—corto la llamada y dejo el celular sobre el escritorio—. Desde ya te digo que no tengo tiempo para...
—¿Una cita? ¿Una cita después de follar conmigo?—brama, comprimiendo la mandíbula.
Estrecho los ojos y me cruzo de brazos, confundida y con una perniciosa estela de diversión cruzándome las emociones cuando en mi mente las últimas oraciones que me dirigió se repiten como una ahora endeble apología.
—¿Qué haces aquí, huh?—una risita me abandona—. ¿No se supone que no vendrías tras de mí?
Restriega sus manos por la cara, en busca de calma que no consigue porque termina por desordenarse el cabello, soltando un gruñido iracundo.
—Te di tiempo, Sol, para que pensaras que es lo que quieres para nosotros, sin interferir—adelanta un paso, apuntando con un dedo desdeñoso mi vestido—. Pero lo que escucho es que tu mayor problema es que no sabes que vestido lucirle aquel imbécil.
Me tiene que estar jodiendo.
—¿Tiempo? ¡¿Tiempo?!—mi voz raspa mi cuerdas vocales—. Fuiste tú quien me increpó a mitad de un pasillo enojado por no sé qué, escupiendo amenazas sin fundamento, ¿y ahora me dices que me dabas tiempo? ¡Vete a la mierda! Tú y yo no quedamos en nada, yo solo actuaba como siempre lo has hecho. Follar e ignorar.
Posa las manos en sus caderas, examinando cada parte de mi rostro con las pupilas llameantes.
—Lo que siempre hago—escupe. De súbito elimina la distancia que nos separa y sin darme oportunidad de retroceder, acuna mi rostro entre sus manos, escudriñando mis facciones con anhelo y algo que no reconozco pero me pone a latir el corazón a desenfreno—. ¿Qué no te das cuenta, niña tonta, que me gustas y no solo para un polvo?
El significado de esa última oración acompañado del modo sublime de sus ojos al viajar por mi expresión, como si quisiera darme a entender algo más a través de la conexión de su mirada, altera el funcionamiento de mi mente y cuerpo.
'Es la primera vez que a Eros le gusta realmente una chica' el discurso de Hera se repite en mi cabeza y me odio por la ola de ilusión aflorando en mis entrañas.
—Qué lástima—mascullo con la voz floja—. Vete de mi casa, tengo que salir.
Él niega impetuoso, reforzando su agarre en mi rostro al tiempo que desciende sus labios a los míos, permitiéndose un indiscreto roce, una caricia, pero con la potencia de repercutir en mi pecho, cabeza y un par de zona más.
—Si creías que al meterme en tu cama me quitarías el gusto por ti, déjame decirte cuán equivocada estás, porque has causado el efecto contrario—murmura, mis labios cosquillean, recibiendo la tibieza de su aliento.
Reposa un beso en mi mejilla y otro en la punta de mi nariz con delicadeza exquisita. Quiero decirle que me siento de la misma manera, que no paro de pensar y soñar con la soltura, firmeza y el sinfín de toques hábiles de sus manos, pero eso empeorará esta extraña situación. La voluntad que parece desaparecer siempre que Eros me toca, regresa un segundo brindándome un poco de lucidez.
—Sé sincera contigo, Sol—es una exigencia—. Tú no quieres ir con Ricardo...
—Si quiero.
Cubre mi mandíbula con sus dedos y me obliga a conectar mi mirada dudosa con la suya solemne.
—Dímelo mirándome a los ojos.
Trago saliva con dificultad.
—¿Tus ojos son detectores de mentiras?
El amago de una sonrisa levanta la comisura de sus labios.
—Sí, sobre todo de las tuyas.
Sostengo la magnitud de sus ojos sin permitirme claudicar.
—Si quiero—reitero con fiereza—. Y vuelvo a pedirte que regreses a tu casa, Ricardo está por llegar.
Cierro la cartera y me dirijo a la puerta, cada paso mis pies se vuelven más y más pesados.
—Sol—dice—. Quédate. Lo que sea que él pueda darte, lo tendrás de sobra conmigo.
—¿Tú qué sabes lo que Ricardo pueda darme?
—¿Para qué te invitaría a salir? ¿Para cantar odas a Jesús Salvador?
Tensiono los dedos alrededor del pomo de la puerta, detestando el atisbo de duda quemando mi decisión.
Porque quiero, sí quiero. Quiero sentirlo de nuevo y otra vez luego de esa, y una última más, para asegurarme que he tenido suficiente de él y no sufrir esta estúpida necesidad por él otra vez que me ha dejado con un hambre feroz, como una jodida bestia encadenada que busca liberarse y no hallo manera de aplacarlo.
Suelto la manilla y lo encaro de nueva cuenta.
—¿Qué es lo que quieres?—cuestiono mordaz, retrocediendo hasta chocar con el filo del escritorio.
Baja la vista al piso, dudando, como si le avergonzara decir las siguientes palabras.
—No sé qué es lo que sigue, no tengo idea de que paso dar—alza el rostro, pero sus ojos, no se fijan en mí—. Lo único que tengo claro es que no deseo que vayas a esa cita, quiero que vayas a una conmigo.
Mi corazón cesa su andar.
Una cita. ¿Una cita con Eros? La conjugación no suena convincente o incluso certera, pero se siente como aspirar aire extranjero, un desconocido al inicio con el que esperas desarrollar una sana cohesión.
Pero...
—¿Has tenido una cita en tu vida?—me oigo preguntar, suspicaz y algo recelosa.
Levanta el mentón, como si se preparase para contestar a una grave acusación.
—Quiero tenerla contigo, ¿hay algún problema con eso?
—Sí, que estoy ocupada.
Hago el ademán de acercarme a la puerta, pero su cuerpo se interpone.
—Sol...
Despido el aire con fuerza, soltando la severa tensión constriñendo mis músculos.
Me siento en el centro de una disyuntiva, salir o quedarme a escucharlo, pese a que no deseo enrevesar mi vida saturada de guías, libros, trabajo y horas comunitarias, la idea, una cita, compartir una cena, charlar sobre cualquiera cosa que nos alcance la boca y follar, se proyecta como un postre, una deliciosa tentación.
Enlazo las manos sobre mi abdomen y me acerco un paso a su formidable presencia, compartiendo el destello ansioso llenando sus ojos.
—Mira, Eros, eres joven y yo también lo soy, pero divergemos en muchos puntos de vista, sobre todo sea respecto a las relaciones. Te gusta estar con una chica, luego con otra y otra y si eso te hace feliz, bien por ti, pero a mí me gusta lo estable y exclusivo, cuido mucho mi higiene y tiempo muy poco tengo—adelante un paso más, levantando la mirada cuando la cercanía se reduce a unos meros centímetros—. Lo que yo quiero tu no me lo vas a dar, tampoco pretendo cambiar tu estilo de vida, porque yo no lo haré por ti.
Una arruga de desconcierto aparece en medio de sus cejas pobladas.
—¿Alguna vez te he dicho que no deseo una relación?
—No, pero tampoco me hace falta cuando tus acciones lo demuestran.
Ladea la cabeza, su sonrisa se empaña de sorna.
—Te recuerdo que quien me echó de su casa fuiste tú, podría decir lo mismo de ti, esto lo sé porque me lo acabas de decir—alega, riguroso—. Y te recuerdo también que fuiste tú quien decidió aplastar mi presencia esta semana, ¿sabes cuántas veces me dejaste con la palabra en la boca como un idiota? Te las diré: quince, ni un hola ni un adiós te dignaste a corresponderme.
—Es que...
—¿Es que qué?—insiste y en mi estómago se forma un revuelo cáustico.
—Me hacía sencilla la situación.
Lo dije, la confesión voló sin filtro, no hay vuelta atrás.
No hay porque convencerme de lo evidente, Eros me gusta, claro está, si realizan una encuesta en Varsity, el total de los resultados serían un cien por ciento para 'ya lo sabemos'. Hace una semana lo eché de esta misma recámara temiendo sentir lo que esta noche se intensifica con fervor en cada célula, nervio y músculo que me compone.
Eros me gusta, sí, pero me gusta más de lo que vagamente podría admitir y su respuesta conservada en besos severos y dominantes, me lo reafirman con aprensión.
Sume su lengua de lleno, tocándome un punto sensible dentro de la boca que ni siquiera sabía que tenía. Mi piel cosquillea bajo las caricias ofrecidas en el contorno de mi cara, enseguida me dejo inundar por el aroma exquisito de su perfume colmándome los sentidos, y de la nada, solo porque sí, me encuentro deseando hundir la nariz en la curvatura de su cuello.
Jadeo por aire contra su boca, arqueando la espalda cuando me sube el vestido de un jalón, introduciendo las manos debajo, tanteando con decisión mi trasero y más arriba, buscando el contacto de sus palmas abiertas en la curva de mi espalda baja, originando esa maldita sensación ardiente en mi vientre que amenazaba con quemarme viva si él no hacía algo al respecto.
El beso se torna exigente, deliciosamente demandante, prendiéndome las entrañas en fuego, extendiéndose por cada confín de mi cuerpo. Eros clava sus dedos en mi cintura privándome del resquicio de lógica a la que me sostenía, queriendo sentirle más cerca, aprieto mis pechos contra su abdomen, vibrando ante la sensación exquisita de mis pezones recibiendo un poco de atención.
Me hallo en el fracaso, en el momento que me muerde con religioso ímpetu el labio murmurando lo mucho que anhela volver a sumergirse en mí.
Y se separa, olvidándome agitada y absorbida por el incipiente deseo contra el escritorio, mientras se aleja y toma asiento en la cama, como si nada, y con una sonrisa altiva, palpa el colchón.
—Ven aquí, te voy a demostrar lo enfermo que me tienes.
Más una demanda que una petición.
—No—niego con la cabeza, sentándome en la orilla del escritorio—. Ven tú hacia mí.
Un pinchazo de incertidumbre entorpece el recorrido frenético de la sangre por mis venas, sin embargo se ensombrece con cada latir.
Eros enarca una ceja y se muerde el labio, ese gesto pretencioso se ha vuelto mi favorito. ¿Cómo unas palabras pueden tener el poder de aflojarme las piernas? Como efecto de un maleficio. Retazos de imágenes de lo que hicimos días atrás aterrizan en mi mente, esa sonrisita terriblemente vulgar suya me asegura que conoce lo que pasa por mi cabeza.
—Dame un incentivo más para ir—murmura, antes de poder contestarle, añade—. Abre las piernas, permíteme admirarte.
El picor de la vergüenza me hace reír a la vez que me obliga a presionar los muslos juntos, pero es el calor emergente en mi centro lo que me impulsa a separar las rodillas, solo un poco, regalándole un vistazo de mi tanga negra.
—¿Así?
Apoya los brazos en la cama y se inclina hacia atrás. Ladea la cabeza en un mejor ángulo que le permita ver más allá del camino entre mis muslos, con los ojos unos tonos más oscuros, brillando de excitación.
—Más, súbete el vestido—exige, un delicioso adormecimiento me toma entera.
Hago lo que me pide, soportando las ganas de abofetearme. Se las ha arreglado para que el juego se torne a su favor, a pesar de eso, me consideraría una mentirosa de mierda si dijese que no me gusta, que me fascina tanto que la emoción de pensar en sentirle otra vez, me pone el corazón a latir con un frenesí reflejado en mi intimidad.
El solo peso de su mirada extraen ese instinto primitivo resguardado en mis entrañas, que solo resurge en momentos como este, dónde el tacto obnubila el resto de mis sentidos.
—Estás tardando mucho, no soy una chica paciente—susurro, subiendo los pies en los reposa brazos de la silla delante de mí.
Comienza a desabrocharse el cinturón, luego el pantalón, la mirada siempre adherida a mi entrepierna. La boca se me seca y por mi vientre se pasea una suave sensación de hormigueo caliente, acentuándose en mi sexo al tener vista de nueva cuenta de su miembro, rodeado por su mano impudorosa.
Se proporciona apretones por toda la longitud de venas remarcadas y punta húmeda y rojiza, nunca se permite desviar los ojos de mí.
—Conmigo aprenderás a serlo—dice con inflexión grave, poniéndose de pie con la erección firme entre los dedos—. ¿Pretendías mostrarle esto al valiente de Ricardo?
Volteo los ojos, empujando a un lado las libretas para apoyarme en la superficie.
—Quién sabe, a lo mejor él no se tardaba tanto.
La mirada amarga que me arroja solo consigue inflar mis ansias. Alza una de mis piernas logrando tomar asiento en la silla, moviendo la mano anclada en su polla continuamente. Lleva uno de mis pies al borde del escritorio, me abre y expone aún más.
El deseo se traga la vergüenza y se desborda al sentir un beso húmedo en mi tobillo.
—Mueve la tela a un lado, déjame verte—pide, obedezco en automático, tomando el elástico, echándolo a un lado con lentitud—. Eres preciosa, joder.
Traza un camino de besos enardecentes arriba, aferrando las manos en mis muslos, estimulándome con caricias dulces, pausadas.
Cada centímetro que su boca se come vía mi sexo me pone más anhelante. Remuevo las caderas como si eso le fuese apresurar, causan lo contrario. Sus dedos se hunden en mi piel manteniéndome quieta, la percepción fría de sus anillos me hacen estremecerme. Pocos segundos después, desprende un beso en mi piel mojada y procede a sacar la lengua, proporcionándome un lametón de la entrada al pubis, removiendo fibra extremadamente sensible.
Por un instante mi cuerpo se sacude, un jadeo inesperado se escabulle de mi garganta, la mezcla de vergüenza y placer me sabe a delicia, y a Eros, dedicado a comerme el coño como si fuese su platillo preferido, también.
Cada lengüetazo es un empujón a la escaza vergüenza que me sometía y me impedía disfrutar de sus caricias. Su lengua baila entre mis pliegues y por encima de ellos. Me siento desfallecer cuando introduce la lengua en mi interior recogiendo mis fluidos, subiéndolos a mi clítoris dónde los esparce en círculos constantes. Muevo las caderas inconscientemente, danzando al ritmo que su lengua experta toca, buscando un mayor contacto, un poco más de alivio que él no se retrae en entregarme.
Suspiro un gemido, mi cabeza cae hacia atrás.
La razón salió despedida de mi cuerpo en el instante que su boca encontró mi sexo. El ardor se extiende por mis piernas, las rodillas me temblequean y el brazo que me sostiene falla al oír un gemido suyo que se pierde en mis jugos. Me cuesta mantener el agarre en la tanga, pero no me permito soltarla solo para no cortar el contacto. Chupa y se ensaña, las piernas se me abren solas, el vestido se enrolla en mi cintura y los ojos se me blanquean cuando succiona en el lugar correcto.
Sello la boca evitando gemir, pero es imposible no hacerlo cuando se propone hacerme correr afianzando sus dedos en mis muslos, moviendo la lengua sobre el botón que envías oleadas calientes por toda mi anatomía, devorándome de la manera más explícita que existe.
Mi respiración se torna pesada, los pulmones me arden, vacíos de aire, su atención en mi sexo me lo ha arrebatado. Tengo que cerrar los ojos, la vista se me ha desenfocado a causa del placer, todos mis sentidos centrados en la forma que circula mi clítoris, con la presión necesaria a una cadencia exquisita. Empujo las caderas adelante, no quiero perderme nada, ni el apretón hosco en mis muslos, ni los besos lúbricos, ni el sonido de su lengua sobre mis fluidos.
Continúa lamiendo, mordiéndome suavemente, succionando, comiéndome. Mi mente vuela lejos, el instinto toma poder de mi cuerpo, convirtiéndome en un manojo de gemidos cortos, temblores y pulsaciones en cada confín de mi cuerpo. No me toma mucho tiempo recibir el orgasmo mordiéndome la boca, con sacudones en la mano que agarra la tanga y las rodillas igual que ella.
Los pulmones me arden por la falta de aire, suelto mi labio tomando inhalaciones profundas, retorciéndome por las sensaciones post orgásmica, la maldita se extiende al mirar a Eros lamerse la boca, se niega a perder una gota del mío.
Libero la tanga tomando una mejor posición encima del escritorio, sin querer, golpeo con el codo la cesta de lapiceros tumbándola al suelo. Miro el desastre torciendo los labios, Eros no me deja distraerme, tomando mi mandíbula, fundiendo su boca húmeda y caliente en la mía. Sabe a mí, a él, a nosotros. Aplasta su lengua contra la mía, subo una mano a su nuca devolviéndole la ferocidad con la que me ataca.
Entonces baja los tiros del vestido, desciende la boca por mi barbilla, su barba cosquillea mi cuello y desprende besos sobre mis pechos cubiertos, tanteando la zona con recelo.
Cierro los ojos y me centro en el placer, en el cuidado de su besos para permitirle exponerlos. Un escalofrío placentero me sacude los nervios cuando gruñe una palabrota al llevarse uno a la boca.
Y comienzo a verle el lado positivo de tenerlos tan pequeños cuando consigue metérselo entero en la boca.
Arqueo la espalda sin poder articular ni un sonido, me ha quitado esa capacidad. Su lengua experta se moviliza torno a mi pezón, muerde levemente, ahora sí, sacándome un gemido, mis caderas se mueven reaccionando a esa descarga de placer que se esparce por mis extremidades como lava, fundiendo todo lo que se atraviesa a su paso. Pasa la atención al otro dejando el primero embadurnado de saliva.
Los toques de su lengua en la punta erecta hacen eco en mi sexo desesperado de atención, misma que él se la da, allegando la mano ahí.
—Sostenla—solicita. Toma mi mano y la acerca a mi entrepierna, me hace tomar la tela y empujarla a un costado—. Como la sueltes, me detengo.
Extrae un condón del bolsillo trasero, rasga el envoltorio y con una agilidad nada sorprendente viniendo de él, se cubre la polla con el látex. Sin más dilación, acerca la erección a mi entrada, y recordando el dolorcito que me ha dejado aquella vez, me tenso, él lo percibe y baja la cabeza abandonando un dulce beso en mis labios.
Profiero un gemido entrecortado, percibiendo las paredes de mi sexo abrirle paso, adaptándose a su longitud. Él empuja las caderas un poco más, me torturo el labio con los dientes, la sensación de dolor eclipsada por el calor que desprende en mi interior. Otro poco más, aprieto los párpados concentrándome en la sensación primitiva, deliciosa y apabullante que toma fuerza a cada segundo que trascurre.
Le toma un último remesón de las caderas hundirse por completo dentro de mí, sacándome un chillido que él ataja con su boca.
Se queda quieto, permitiéndome adaptarme en torno a él, a su dureza emitiendo calor delicioso, mezclándose con el mío. Explora las llanuras de mi boca, saboreándome con deliciosa destreza, sin premura, grabando cada ángulo, curva, textura. Sufro un remesón de deleite al sentir el navegar de sus manos por toda la extensión de mi espalda, causándome escalofríos maravillosos que seguro siente en la polla al hacerme contraer mi intimidad. Mientras sus besos me demuestran paciencia divina, sus maños profesan incontables blasfemias expresadas en magreos deliciosamente violentos a mis pechos.
Enredo las piernas en su cadera, apretándole el trasero con los talones, exigiéndole un poco de benevolencia, no resisto un segundo de jugueteo más. El bamboleo da inicio lento, tentativo. No lo tomo como una preparación, si no una clara advertencia. Presiono la planta de los pies encorvados en el borde del escritorio, apoyada de manos en la superficie, comparto contacto visual con Eros, en sus orbes azulinas, no hallo más que el puro instinto carnal opacando sus pupilas, lo que asumo, es un mero reflejo de las mías.
Desabotona su camisa y se la quita, siguiendo con el vaivén lascivo de su cuerpo. Libre de la prenda, coloca ambas manos a mis costados, inclinándose a mi boca. Sella sus labios en torno a los míos, besándome con frenesí exquisito, probando mis labios con chupetones idílicos que me ponen a pedir por más, y él me lo da. Sus caderas golpean contra mí con firmeza, removiendo las cosas en la mesa. Y no me importa, todo deja de tener peso al sentir esa forma impúdica suya de clavarse en interior, en mi carne sensitiva, apropiándose de mis jadeos, pensamientos y sentidos como si le pertenecieran a él y no a mí.
La calidez de su boca me transporta a un nuevo mundo creado solo para los dos, el latir en mi pecho se complemente con la respiración irregular. Eros afinca su boca con mayor sadismo, aumentando la fuerza de sus acometidas.
Estrella su piel en la mía, duro, sin compasión por mi o por el pobre escritorio que choca contra la pared a cada embate iracundo. Entra y sale imprimiendo malicia en sus movimientos, rozándome el clítoris con su pubis cada vez que nuestras caderas se encuentran. La posición me adormece las nalgas, pero ni eso aplaca las maravillas que su cuerpo me hace sentir, menos, cuando su boca conduce una senda húmeda y ardorosa por mi cuello y se atreve a succionar una zona que ni siquiera sabía lo sensible que era, arrebatándome un jadeo que me hace soltar la prenda.
Se detiene de ipso facto, retirando la cara de mi cuello.
—Sol...—gruñe, arrastrando las palabras.
Me apuro a coger la tela empapándome la punta de los dedos con mi propia excitación.
—La tengo, continúa, por favor.
Obedece, devolviendo los besos a mi boca, retomando el ritmo de sus arremetidas violentas. Pega la frente a la mía, despegando su boca pero no se aleja demasiado, permite que su aliento se mezcle con el mío, murmurando palabras que no comprendo, y dejo de oír cuando el orgasmo se aproxima a velocidad atemorizante.
Se mueve con suma libertad y plenitud, resbalando en mi interior sin pormenores, con el entrecejo arrugado y la mandíbula tensa, centrado en las acometidas despiadadas que me ponen la piel caliente, y los pensamientos impuros. Somos un desastre de sensaciones, sudor y coro de jadeos discordantes. Mi pelvis cede ante su ímpetu, absorbiendo cada embestida, colmándome de su extrema pericia. La sangre ruge bajo mi piel como el deseo prendido de ella, el orgasmo no tarda en aproximarse, tensándome el cuerpo entero.
Unos, dos, tres y cuatro choques más, la sensación de alivio y satisfacción me entumecen los sentidos, extendiéndose en oleadas originadas de mi centro ardiente. Si no fuese porque sus manos me toman de la espalda, habría caído encima del celular, los libros y materiales escolares.
Eros ni siquiera permite que el estupor se desvanezca, puesto que me levanta de la cintura y baja del escritorio. Me siento gravitar un instante, hasta que el frío del suelo toca la planta de mis pies. Soy medio consciente de lo que ocurre, zarandeo la cabeza, y me atrevo abrir los ojos confiando que el mareo se extinguió, me hallo delante del escritorio. Meditabunda, recibo un azote en el culo que me saca un quejido, trato de girar para verle a la cara, me toma el mentón volviéndome la cara al frente sin ápice de delicadeza.
—Las manos en la orilla, firme, ahora—demanda, anclando los dedos a mis caderas.
Me cruzo de brazos, frunciendo los labios aunque no pueda verme.
—Pídemelo bonito—apenas lo digo, otro azote me pone arder la piel del culo—. ¡Oye, pero...!
Y otro más que me calienta no solo la piel. Me muerdo el labio conteniendo el gemido, no puede ser que esto me guste tanto, no es normal que lo que me hacía llorar de niña, me haga gemir de adolescente. Eros me levanta de las caderas obligándome a quedar con los pies en punta y buscar equilibrio en la mesa, le siento tantear mi entrada con la polla, como pidiendo permiso, remuevo el culo exigiéndole que entre de una buena vez, pero él me lo niega, arrastrando su miembro sobre mis pliegues, como si buscase bañarse en mis fluidos aunque ya este empapado de ellos. Percibo la punta de su nariz rozar mi espalda, el hormigueo ansioso me hace arquearla, y es su lengua ardorosa escurriéndose por mi piel la que me hace estremecer de pies a cabeza.
Despacio, fluye una mano en la amplitud de mi espalda, vagando los dedos dentro de mi cabello asiendo la mano en las hebras con fuerza, y así, de una estocada, corrompe mi interior.
—Joder—sisea—. Te sientes tan bien...
Comprimo los dientes maldiciendo en silencio, oprimiendo el vientre. La posición me deja muy, pero muy cerrada, fijándose en la tensión de mis músculos, me empuja los pies para que abra un poco más las piernas y pueda arquear aún más la espalda, se mueve un poco, pero suelto un quejido que le hace parar.
—Duele, duele.
Su mano suelta mi cadera y me toma del cuello, echando mi cabeza hacia atrás con los dedos enrevesados en mi cabello, mi espalda queda totalmente arqueada, mis pezones erguidos repuntando al techo.
—Despacio, no iré a ninguna parte—murmura, posando un beso en mi sien—. Lo tomaste muy bien una vez, puedes hacerlo otra vez.
Se inclina a besarme sin apuro, despejándome de la vehemencia a la que me tiene acostumbrada, su boca roza con parsimonia la mía, en tanto su mano desciende a mis pechos, tan distinto al gesto de su boca, a esa parte de mi cuerpo los trata con rudeza y somete a estrujones alcanzando un nivel bajísimo de dolor, pellizcando los pezones, aplastando la punta.
Hace que me incline más abajo, lo justo para liberar mi cabello y escurrir los dedos en medio de mis piernas, en ese punto que me provoca una sacudida delirante. Se dedica a pasearlos por mi intimidad, adeptos únicamente a ese lugar, casi, como si imitaran la adoración de su boca sobre la mía, dominante y por mucho avasallante, continuando con las acometidas y la estimulación en todos los puntos que pueda abarcar.
Una completa locura, acabaría en una dura demencia como siga provocándome tanto, en todas partes, a la misma vez, hasta que...
El sonido de una llamada entrante irrumpe abruptamente mi liberación. Ladeo el rostro, mi celular pendiendo en la orilla de la mesa anuncia a Richi como remitente.
Richi, Ricardo, la cita... ¡la cita con Ricardo! ¡Joder! ¡¿Cómo se me pudo olvidar?!
—No contestes—exige Eros, cesando la estimulación.
—Le diré que hoy no...
—Que nunca.
Mese las caderas, contundente, mis ojos se cierran ante la vibración de mi sexo a causa del éxtasis que me provocó.
—Que estoy enferma—musito, mi voz afectada—. Luego hablaré con él, solo no quiero que... se quede afuera.
La réplica de Eros se suspende cuando presiono el botón verde y me acerco el dispositivo a la oreja.
Y Eros, Eros balancea las caderas de nueva cuenta, sus dedos trazando mi cadera, descendiendo en la búsqueda de mi sexo.
—¡Hey! El tráfico es una pesadilla—la voz eufórica del chico se incrusta en mis tímpanos—. Estoy en frente del edificio doscientos veinte, ¿correcto?
Eros separa mis pliegues y toca mi punto saturado de nervios, sus caderas colisionando contra mi cuerpo.
Que no se escuche, que no lo escuche...
—Sí, pero—inspiro como puedo, estabilizando la voz—, verás, ocurrió un inconveniente y no creo poder...
El celular vuela de mi mano, la impresión se mezcla al río de emociones sofocándome.
—Sol está ocupada, no está en ánimos de conversar— pronuncia, sus dedos frotándome con descaro—. Sí, Eros, ¿quién más podría ser?
—¡Eros!—rujo, el nudo en mi vientre se torna inaguantable—. Devuélveme el... joder...
—Como vuelvas a enviarle un puto mensaje te prometo que voy a guindarte por las pelotas en la misma plaza del saco de arena.
Cuelga y arroja el celular a la cama, envuelve mi cabella alrededor de su brazo y acerca mi espalda a su pecho.
—¡Eres un idiot...!
Aplasta sus boca contra la mía, cortando el reclamo y desencadenando el inminente orgasmo que me deja vibrando de placer.
Pronto se separa de mis labios despacio, permitiéndose recuperar el aire perdido en esa unión, echando adelante mi cabeza, brindándole descanso a mi cuello adolorido, más sus dedos lascivos no paran de tocarme con experticia, doblegándome ante la inminencia del tercer orgasmo creándose con cada movimiento de su muñeca.
En un movimiento certero, lleva la mano en mi cuello a mi garganta, profundizando las penetraciones tocando un punto doloroso, se acerca a mi oreja dónde clava un leve mordisco, removiéndome los nudos en el vientre.
—Si te vieras desde mi posición, te prometo que te quedas sin inseguridades, Süß—farfulla, disparando las pulsaciones de mi corazón.
Libera mi garganta, atracando la mano de regreso a mi nuca. Comenzando a mecerse en mi interior con nueva ritmo duro y rudo. Me muerdo el interior de la mejilla, sintiendo las piernas temblar. Deseo se extiende por mis venas, imparable, ardoroso, y es que en cuánto creo conseguirle el aguante a la situación, sintiéndome a nada de deshacer la tensión en mi ingle, escucho con suma claridad como la puerta de la entrada se abre, y momentos después, el sonido de las llaves de mi Martín y la puerta cerrarse de golpe.
La sangre se me agolpa a los pies. levanto la cabeza, tensa como un hilo, esperando lo peor. Lanzo un vistazo a la puerta, miro el pestillo hundido y más que tranquilizarme, es el que Eros no se detenga lo agrava mi situación. Para mejor.
—¡Sol! ¿Estás en casa?
¡¿Es que no puedo coger en paz?!
El grito de Martín no es lo que me constriñe el vientre, son sus pasos acercándose a la recámara, lo que me hace contener la respiración. Con todos mis sentidos en alerta, Eros toma un puñado de mi cabello, acercando su boca a mi oreja.
—¿No piensas contestar?
Y me embiste con rudeza, me muerdo con fuerza el labio temiendo partírmelo, reteniendo el gemido entrecortado. ¿Qué tan enferma tengo que estar para que esto me excite tanto? Definitivamente la cordura se me escapó por la ventada en el momento que Eros ingresó por ella.
—¡Sí!—suelto el grito que suena a lamento cuando mi hermano golpetea la puerta.
—¿No ibas a salir? ¿Estás llorando? Te dejaron como novia de pueblo, seguro—recrimina Martín al otro lado de la puerta.
Pudiese responderle que me tienen como novia en luna de miel, pero prefiero vivir un poco más, por lo menos, hasta alcanzar el orgasmo.
Eros, cómplice de mis pensamientos sin saberlo, detiene las penetraciones, aún dentro de mí, se dedica a estimularme con los dedos, teniendo una fijación en ese botón de miles de nervios, convirtiéndome las rodillas en gelatina.
Como si un nudo de calor se atase en mi sexo y sus dedos buscasen liberarlo, mi cuerpo se remueve por ese alivio, suspirando un gemido fugitivo desde lo más recóndito de la garganta, gemido que él ataja a tiempo con su mano.
—¿Sol?—dice Martín, el corazón advierte con salirse de mi pecho.
—Harás que se entere lo que andas haciendo, ¿quieres eso?—cuestiona Eros directo en mi oído, retándome, complaciéndome.
Sacudo la cara, aparta la mano y luego de tomar aire, proclamo:
—Me bajo la regla y me duele—hinco las uñas en el material del escritorio, percibiendo la fuerte sensación del clímax invadir mi ingle.
Pasan unos segundos de silencio, segundos que se llevan todo mi esfuerzo en no llenar con soniditos que a mi hermano le causarían un infarto. Eros deposita un beso en la base de mi cuello, divagando la nariz a mi hombro, lamiendo la piel a su paso, erizando cada diminuto vello en mi cuerpo.
Y joder, estoy tan cerca...
—Ah bueno, ahí tienes pastillas—dice mi hermano, dando un golpe más fuerte a la puerta que me hace levantar la cabeza presa del pánico—. Prende el celular, me preocupo.
Oigo sus pasos alejarse, Eros acrecienta la velocidad de sus dedos, hunde los dientes en mi hombro, con la mano libre me echa el torso abajo, arqueo la espalda recibiendo las últimas estocadas, desencadenando el orgasmo que me debilita las rodillas.
Eros sale de mí, dejando que me vaya contra el piso. Caigo encima de las piernas, con el corazón acelerado, la piel enardecida y el sexo palpitante. Mi hermano está a metros de mí, y yo estoy acá, escondiendo a un sujeto que me ha dejado vuelta nada a punta de orgasmos. Me siento sucia, eso no es lo malo.
El que me guste y quiera repetirlo, lo es.
Me quedo un rato así, con el vestido amontonado en la cintura y el cabello como nido de pájaro. No puedo moverme, no solo por la inestabilidad de mis piernas, también porque me ha dejado sin conciencia, preguntándome si es real o un sueño. Se ha sentido tan malditamente bien, pero tan bien, que por alguna razón sin sentido quiero ponerme a llorar.
—Camina a la cama, no hemos terminamos—pide en un murmuro. Me cubro la cara con las manos, lo que le saca una risa baja—. Qué, ¿no puedes?
Por la rendija entre los dedos, busco su pie y le estampo un puñetazo que me duele más a mí que a él.
—Idiota.
Aleja una mano de mi rostro suavemente. Me ofrece una suya, la acepto sin rechistar, dejando que me levante con solo subir el brazo. Recuerdo que él no ha acabado, me dejo guiar al colchón, el cosquilleo originado en mi pecho desciende a mi vientre, previendo los siguientes minutos.
Eros se termina de desvestir con agilidad, me empuja a la cama y se cierne sobre mí, uniendo nuestros labios en un beso sereno, tomándose el tiempo de succionar mis labios, saborear mi lengua y amasar mis senos. El calorcito conocido en mi intimidad se presenta, vivo y ardiente. Abro las piernas, invitándole, él lame su camino a mis pechos, apropiándose de uno en tanto se reclina encima de mi cuerpo, descansando una mano al costado de mi cabeza.
Me mira desde su posición, prendido de mi seno, pupilas dilatadas, mejillas rojas que de seguro estarían calientes al tacto, cabello desordenado. Pasa la lengua como si lamiese la copa de un helado derretido, agudizando la mirada traviesa en la mía, misma que me obligo a soltar, verlo comiéndome de esa manera, sentirlo, es la más grande de las provocaciones. Él suelta un risa inaudible, succionando mi pezón antes de pasar al otro y brindarle las mismas atenciones. En este punto me sentía cómoda con las brasas viviendo en mi vientre. Ya eran parte de mí.
Y sin más, entra en mí con una serenidad que me pone el corazón a temblar.
—En silencio—murmura, como si le hablase a mi pecho—, que tenemos compañía.
Había dicho que me demostraría lo enfermo que está por mí, resulta que sin saberlo, luego de dos orgasmos más, ahogando gemidos en las sábanas y la textura de su piel, descubrí que yo también lo estaba por él.
Salgo de la ducha rápida que me di, anotando mentalmente las tareas que necesito hacer:
Enviarle un mensaje de disculpa por el desplante y la intrusión de Eros a Ricardo.
Buscar algo de comer con urgencia.
Tomar valor para iniciar una conversación, porque con esto quedé más confundida que antes.
Mientras Eros se asea, realizo lo primero, contesto unos cuantos más a las chicas y a mamá. Richi contesta que no me preocupe, en sus palabras, se lo imaginaba. Me pregunto si se habrá dado cuento del contexto de la llamada, rezo porque no, jamás podría verlo a la cara de nuevo.
Percibo la presencia de Eros salir del baño, sus ojos me estudian con escepticismo mientras se seca el cuello con la toalla. Lleva el pantalón sin abrochar y el cabello goteando.
—¿Por qué me miras así?—susurro, recordando que mi hermano permanece en su habitación.
—Estoy esperando que me eches a la calle—replica con gracia—. ¿Ahora sí podemos hablar de nuestra relación?
Enciendo la bocina y coloco la primera playlist que encuentro, esperando que la música amortigüe el cuchicheo.
¿Ha dicho...?
Toma asiento en la cama y palmea el colchón, invitándome a acompañarle.
—¿Qué relación?—interpelo con genuina incertidumbre.
Enarca las cejas como si fuese obvio.
—La que tenemos a partir de hoy—responde con tanta naturalidad que me saca un par de carcajadas—. ¿Puedo saber la razón de tu risa?
No sabría si llamarle ingenuidad o picardía, ambos términos se adaptan a su tono mordaz.
—Eros, las personas se conocen, hablan y tienen citas por un tiempo antes de iniciar una relación—informo como si le hablase a un niño. Él frunce el ceño, confusión pegándose a sus facciones—. No es la norma, pero es lo más sano.
Él inclina la cabeza a un lado. Una arruga acentuándose en su entrecejo.
—¿Cuántas citas hay que tener para que aceptes ser mi novia?
Presiono los labios, empujando lo que esa palabra me ha hecho sentir de vuelta al escondite en mi interior.
—¿Acaso yo quiero serlo?
Una media sonrisa le adorna el rostro.
—¿Si?
—¡No!—objeto, ofensa le invade las pupilas—. No sé, me gusta llevar las cosas con calma, ponernos una etiqueta en este momento se siente apresurado.
—Estás siendo muy dura conmigo. Te he dicho que jamás he estado en una relación, por lo que nunca tuve la necesidad de ser fiel—explica con cierto matiz hostil—. A ninguna de ellas les prometí lo que a ti soy capaz jurar.
Huyo del ardor de su mirada.
—¿Y eso es?—inquiero con la voz en un hilo.
—Que no voy a fallarte—asegura—. Follarte si y mucho, pero necesito una oportunidad para demostrarte el valor de mi palabra.
Compartimos un momento de mutismo, permitiéndonos explorar la mirada del otro.
—Suenas muy seguro de ti mismo—menciono, apartando los ojos, me pregunto cuándo podré mirarle sin sentirme invadida.
—Lo estoy.
—¿Ah sí? ¿Qué sabes de las relaciones románticas? Digo, yo no soy experta pero sé lo que quiero en la mía.
He clavado la daga en el punto sensible. Él sabe que estoy en lo correcto y quiero que me argumente, ¿por qué? No lo sé, solo quiero que o haga y ya está. Se yergue, centrando los ojos en mí.
—Sé lo suficiente.
—A ver, ¿el qué?
Él dirige la mirada a la repisa encima de mi cabeza, deja salir una risa corta, introduciendo las manos en los bolsillos del pantalón, arrojando el atisbo de una sonrisa taimada.
—Que está prohibido salir con otras personas y se puede follar sin condón.
Un jadeo incrédula resbala fuera de mis labios. Él de verdad, de verdad, ha dicho eso...
—¿Te estás escuchando, hijo de Dios?—exclamo, colocando una mano en mi cabeza sin salir de mi estupor.
Eros brama una palabra en alemán, hincando la vista en la mía, como si supiera que ese es mi punto débil. Sus ojos. Está a más de dos metros de distancia, y todavía tiene la audacia de tornar mis latidos a ritmo raudo y originar un cosquilleo férvido que viaja de mi nuca a la punta de mis pies.
Entre nosotros se percibe una clase de magnetismo, como dos piezas tratar de no chocar, manteniéndose en un espacio seguro.
Y ya me estoy hartando, quiero chocar, estrellarme, converger con él, en él sin pensar en nada más.
—Sol—dice mi nombre como una promesa—. Solo una oportunidad.
El nudo en mi estómago viaja a mi garganta donde aprieta con furia y me empequeñece la voz.
—Nos acabamos de conocer, Eros—lanzo una última queja—. Ni siquiera nos llevamos bien.
Se pone de pie y se aproxima hacia mí, me trago los latidos golpeteándome la garganta. Ni ganando centímetros demás por estar sentada en el escritorio, puede llegar a la altura de su rostro. Me toma del mentón para levantar mi rostro, mi curvado para poder verle directo a los ojos de pupilas dilatadas y destellos indescifrables.
—Porque tú así lo quieres.
—No me eches la culpa de todo, no te voy a llenar de besos y abrazos cuando tuviste un trío con dos chicas que comparten clases con nosotros y me insultan diariamente, después de amenazar sin fundamento a un chico que tuvo un coqueteo estúpido conmigo.
Tensa los labios.
—Veo lecciones en los errores.
Ahí viene de nuevo, la duda, la desazón, el maldito e infortunado sí o no. Joder, ni siquiera escoger la carrera que quiero estudiar me resultó tan cuesta arriba como esto. Siento como mi mente y corazón juegan ping pong con la resolución del embrollo en el que yo misma me he envuelto.
Uno me advierte con gritos que me aleje, que dé un paso atrás, el desleal que cede a las emociones me pide en susurros que me lance a su boca y me olvide del resto, que si el mundo se me viene encima, yo sabré levantarlo como siempre he hecho.
El problema no es que se me venga encima, si no que se me deshaga en las manos. Nunca he sido buena reconstruyendo nada.
—Podemos salir, ya sabes, comer, al cine, estudiar juntos, eres bueno con los números y yo con las letras, conocimiento recíproco, qué sé yo—matizo con la voz grumosa. Apartándome de su mano—. Conocernos, probar si nos soportamos estando solos y con la ropa puesta.
Frunce el entrecejo, bajando la vista a mis labios.
—¿Cuánto tiempo?—suena desesperado y eso me enternece. Dios, cuan notorio es que no conozco absolutamente nada del amor romántico.
—No sé, en el camino veremos.
La duda se cierne en su rostro.
—Pero no puedes salir con nadie más, eres mía—decreta, una molestia nace en el fondo de mi garganta.
—No y tu tampoco y no soy tuya, no soy una cosa—objeto, hincando una uña entre sus pectorales—. Estoy compartiendo mi valioso tiempo contigo.
Toma mi muñeca y levanta mi mano, observo como la acerca a sus labios vestidos con una bonita sonrisa.
—Me parece que quien no sabe sobre relaciones eres tú—se mofa, me arrebata una sonrisa porque es posible que tenga razón.
Dos ciegos guiándose mutuamente. Qué alentador.
Mi corazón brinca al reconocer una duda más superponerse sobre el mar lleno de ellas.
—Tú...—carraspeo, despejando mi voz de cualquier indecisión—, ¿tú estás yendo a control de ira?
El cariz le resalta sorprendido, sin vestigio de vergüenza o algo parecido. Tomo esa reacción como buena señal.
—Hera conversó contigo—afirma y yo muevo la cabeza en un débil asentimiento—. ¿Qué piensas sobre eso?
¿El que haya matado a golpes al que violó a su hermana, mi mejor amiga?
—Que actuaste acorde a la situación—suelto con toda firmeza—. Una lástima a donde fuiste a parar, no sé si estoy mal, pero no me importa tampoco.
Eros, por lo visto, esperaba esa respuesta, esa sonrisa fascinada es el puro reflejo de su mirada.
—Si no fuese regularmente a terapia, tu amiguito estaría camino al hospital.
Él ensancha la sonrisa al notar mi semblante inexpresivo.
—No sonrías, no es gracioso—le reprendo.
—Tengo permitido reírme de mí—contradice, soltando mi mano—. ¿Cómo te apetece cerrar este trato?
La sugerencia se estrella entre los dos con una nota implícita, tentadora, pero ya tenía una respuesta, sin saber que haría la pregunta.
—Mirando mi película favorita—tumbo sus planes y su mirada sugerente—. Iré a buscar algo de comer, no hagas ruido, mi hermano podría escucharte.
Salgo de la recámara sufriendo los últimos espasmos del momento sacudiéndome los músculos de las piernas y una peculiar pero agradable sensación abarcándome de la cabeza a los pies.
No tengo la entera certeza de lo que acaba de ocurrir, supongo que el verdadero descubrimiento vendrá los días venideros.
Solo resta descifrarlo con ingenio, porque las ansias presentes ya lo están.
Se respira romance😍
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