"14"
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"I think I'm too cool to know ya
You say I'm like the ice, I freeze
I'm churning out novels like
Beat poetry on amphetamines"
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—No volveré—Lulú, pese a que aún moquea, se las arregla para sonar segura—. En poco cumpliré la mayoría de edad y si en este lapso se atreven a buscarme, interpondré una denuncia contra Henry—Lulú hace una pausa para exhalar y poder continuar—, y contra ti.
Cuelga. Lágrimas espesas se desparraman por sus mejillas intensamente coloradas, la vista me lastima, tanto que apenas puedo respirar. Saber que no lo están a causa de su sonrojo, si no debido a los golpes, me vuelve el corazón demasiado pequeño.
Hunter la aferra a su costado con fuerza, como si quisiese sorber el dolor de ella. El olor a antiséptico sigue adherido a mi nariz, a pesar de que ha pasado más de una hora desde que el doctor particular que atendió a Lulú se marchó.
No escuchamos la voz de Eros en el toda la vía, se limitó a ayudarme con Lulú y sus heridas mientras Hera y Hunter abandonaban el club y venían hasta aquí. Cuando Lulú le aseguró que se encontraba bien, se encerró en su habitación.
Nunca había tenido el infortunio de conocer el lado alterado de Hera, Hunter, tan diferente a la reacción que tuvo ella de querer correr a la estación policial más cercana, secundando mi idea, se enfrascó en abrazar a Lulú sin cuestionamientos y ella le agradeció en silencio.
Lulú se negó a ir al hospital, no quería rendir explicaciones y como Hera no se quedaría en paz hasta saber que todo estuviese lo mejor que se puede en un caso como este, llamó a un doctor de confianza que visitó la residencia tan pronto como pudo. Le receto antiinflamatorios, analgésicos y le advirtió que si sentía muchos dolores de cabeza o problemas con la vista, que lo más recomendable es acercarse a una clínica.
Henry la golpeó en el rostro múltiples veces, rotundas bofetadas, golpes compactos golpes en las costillas, a lo largo de sus piernas. Desde mi lugar custodiando la puerta de la habitación de Hera, me percato de que esa dolosa postura encorvada que ha adquirido, en el transcurso de cada hora, le ha reducido un centímetro de estatura.
Luce pequeña, acongojada, mis brazos arden por abrazarle y brindarle consuelo, pero lo último que deseo es lastimarle con mis bruscos intentos.
Lo poco que ha podido mencionar entre balbuceos, la agresión de Henry se desató al no conseguirla en casa, ha salido de fiesta sin su permiso.
Odio puro, crudo y verdadero lo he sentido en contadas ocasiones, Henry Spitter se corona con el primer puesto.
—Todo estará bien, estamos contigo—musita Hunter—. No vamos a permitir que se te acerque, no te dejaremos sola.
Mi fortaleza se sacude al atestiguar la escena. Lulú asiente débilmente, intentando convencerse a de que será así. Hera le tiende un conjunto de pijama que ella recibe con una torcida de labios que no se completa en sonrisa.
—¿Podemos dormir ahora?—un sollozo corta sus palabras, ella se lo traga en un suspiro diminuto.
—Esto deberían conocerlo las autoridades, Lulú—insisto, ella niega con fervor y mucho pavor.
—No, en un mes cumpliré dieciocho años, me van a encerrar de nuevo con ellos, no quiero eso.
—Pero, Lulú...
—Sol—su frágil voz me interrumpe—. Solo quiero descansar.
El pálpito de la incertidumbre y el miedo no decrecieron, pese a la filosa necesidad de tomar acciones mayores, su rostro pálido, demacrado producto del llanto y el pasmo de lo ocurrido, dibujan una línea que no me permito pasar. Deseo ayudarla, no empeorar su estado.
Mañana otro día será.
—Está bien—mascullo, soltando el aire contenido—. Si es lo que quieres, está bien.
Ella asiente y Hera le toca el hombro.
—Volvemos en un momento.
Lulú se arrastra por la cama. Hunter se mete bajo las sábanas lilas con ella sin mediar palabra, enseguida y esa es la última imagen que veo antes de que la recámara sea consumida por la penumbras. Hera abre la puerta y me hace una seña para que le siga.
—Sol—Lulú me llama, me detengo antes de salir de la recámara—. Gracias por ir por mí.
Mi pecho se expande al notar la gratitud inmensurable prendida a sus palabras. Se me complica seguir reteniendo las lágrimas, me obligo a serlo, mordiéndome los labios, no quiero llorar frente a ella, le hará sentir peor.
—Siempre—declaro con determinación—. Duerme, mañana conversaremos mejor.
Salimos de la habitación, Hera señala la sala de cine con un movimiento de la cabeza y yo la sigo de cerca.
Eros no se ve ni se oye cerca, son casi las tres de la mañana, asumo que debe encontrarse en un sueño tan profundo como el océano.
Hera enciende las luces y me invita a tomar asiento en la primera de las tres hileras de sofás. Agradezco el trabajo de calefacción al mantener los puestos tibios, suficiente aire recibo al andar desnuda bajo la corta falda.
En el mutismo y soledad ceñida en cada rincón de la habitación, Hera suspira, como si liberase toda emoción cargante e insoportable al aire.
—¿Qué ocurrió? ¿Cómo es que encontraron a Lulú?
Arrugo las facciones, pensando en cómo darle detalles... sin revelar esos detalles en específico. Cruzo las piernas, coronando las rodillas con las manos prensadas en puños. Fue una noche transigente y jodida.
—Eros y yo salimos a la camioneta, ya sabes, estábamos hablando—no es una mentira, eso era lo que hacíamos. Hera me contempla creyéndome a medias, pero entiende que no es momento para presunciones—. De repente escuchamos a Lulú gritar al otro lado de la calle, Eros bajó, yo también, pero Henry la empujo dentro de su auto. Todo fue tan rápido, un segundo hablábamos, al otro Eros...
Tomo una inhalación mi mente sofocada por el recuerdo reciente de esa mirada hueca, vacía y casi inhumana de Eros. Mi piel se eriza al rememorar el profundo terror que sentí, opacado por un inmenso alivio al no oír más que el chasquido del gatillo.
Jesús, ¿de verdad intentó traspasarle la cabeza a Henry? La imagen en mi mente es clara, vívida, pese a que ese momento transcurrió como una ráfaga y aunque no han pasado más de dos horas de lo sucedido, se siente como si una eternidad nos rebasó.
Agito la cabeza, abrumada por todo lo que ha pasado en tan corto tiempo.
—¿Eros qué?—apremió Hera, clavando sus piscinas celestes en mi con insistencia.
Guardo silencio cinco segundos más, sopesando las palabras adecuadas.
—La única razón por la que Henry sigue con vida, es porque al revólver ya no tenía municiones—revelo en un susurro.
Un escalofrío me recorre los huesos, el desasosiego de tener a Lulú sollozando en mis brazos mientras observo a Eros a un balazo de convertirse en un asesino, ha sido una de las experiencias más agobiantes que he vivido.
Hera retrocede, fría y malvada perplejidad tiñendo sus facciones pálidas. Baja la vista un segundo a sus manos enlazadas sobre su regazo, como si eso le ayudase a comprender mejor lo que he dicho.
—¿De qué me estás hablando?
Me abstengo de rodar los ojos porque entiendo su estado de impacto.
—Eros sacó el revólver que guarda en la guantera, ¿sabías que tiene un arma allí?—inquiero, perturbada por el dato. Hera niega, inmersa en el relato—. Pues la tiene. Después de perseguir a Henry, le disparo a los cauchos y cuando Lulú le gritó a Henry que le daba asco que... la tocase, Eros—me detengo para surtirme de aire, Hera me observa expectante y muy, muy aterrada—. Eros le apunto a la cabeza y apretó el gatillo, pero ya no tenía balas.
La expresión de Hera se ensombrece, robando con descaro el brillo de su mirada. Me pregunto, al notar lo mucho que le ha afectado saber este detalle, si hice bien en decirle sobre esto. Posiblemente no, pero ya es tarde para arrepentimientos.
—Me estás mintiendo.
Aprieto la mandíbula, negando.
—¿Por qué lo haría?
—¡No sé! Es que... es muy grave, ¿qué hubiese pasado si...?—agita las manos, asustada, nerviosa, todo un barullo de emociones fuertes y maliciosas presentes en ella—. Necesito un té, siento que me voy a desmayar, Eros no puede volver ahí.
Ahí. Repito en mi mente. Ahí, se refiere a la cárcel, ¿no es verdad? Obviamente que es a eso.
Evalúo su expresión, meditando lo conveniente que sería arrojar la pregunta, pero no me toma mucho, el instinto me gana.
—Hera—susurro—, ¿por qué estuvo Eros en prisión?
Su mirada se expande en desmesura, sobresaltada, escandalizada. No se lo esperaba, para nada.
—¿Él te lo dijo?—cuestiona en un murmuro.
—Casi—repongo—. Me lo dijo tu tío, Helsen.
—Eso explica los moretones...—menciona más para sí misma que para mí—. Si lo sabes, entonces no hay razón de seguir ocultándolo—suspira, mirándome con una mezcolanza de emociones extraña—. Para entender las acciones de Eros, tenemos que regresar muchos años atrás. Te pido que me escuches sin interrumpir, ¿bien?
—Sí, bien—contesto con urgencia.
Hera se enfoca en mi rostro, decidida y asustada a partes iguales, una mezcla ajena en ella, nada inherente de su ser.
Se reacomoda en el mullido sofá, abrazándose con firmeza, como si necesitase brindarse ánimo y apoyo.
—Eros desde muy pequeño tuvo arranques de ira descontrolados. De la nada o por una mínima cosa. Si un niño lo pisaba por error, él lo mordía, si uno le alzaba la voz, él le pagaba, si se tropezaban con él, su reflejo era irse a los golpes. No era normal que un niño tuviese ese comportamiento tan agresivo, era una pesadilla—comienza el relato—. A sus once años ya habíamos pasado por tres colegios distintos.
—¿Te expulsaban también a ti?—no puedo evitar preguntar.
—Eros tiene un grave problema con la seguridad, no le agrada perderme de vista, así que a donde iba él, yo le seguía—explica con la voz fundida en la calma—. Cuando iniciamos en el tercer instituto, mamá tomó la iniciativa de llevarle con un profesional. Tenía trece años cuando Eros fue diagnosticado con Trastorno Explosivo Intermitente. Su comportamiento se debe a una causa biológica, no era algo que pudiese controlar, menos siendo tan chico, necesitaba ayuda y lastimosamente la tuvo algo tarde—de pronto, un vestigio de angustia me atraviesa el pecho como una cuchilla caliente—. El TEI no tiene cura pero si tratamiento. Eros tenía la opción farmacológica, la psicoterapia y clases de control de ira. Rechazo los fármacos pero estuvo bien con las demás.
Le miro ceñuda.
—¿Por qué los rechazó?
Hera retuerzo los labios, no le place contarlo.
—Entre las contraindicaciones se nombraba la mínima posibilidad de sufrir una baja de libido.
Bajo la cabeza, incapacitada de sostenerle la mirada. En lo poco que conozco sobre Eros, podría afirmar que eso suena como él, como algo que haría.
—Oh ok.
—Le fue bien, mucho. Seguía escapándose de casa, pensábamos que era para, ya sabes, verse con chicas, pero empezamos a notar moretones en sus mejillas, labios, los nudillos rotos, sangre en la ropa—un cosquilleo me toma las palmas de la mano al notar el matiz oscuro que empezaba a tomar la conversación—. Papá ordenó seguirlo una noche, descubrió que se había involucrado en peleas callejeras, se rodeaba de gente de baja calaña que se movían en el mundo de las ilegalidades para sobrevivir. Cuando mis papás lo confrontaron, él dijo que eso le ayudaba. Papá le ofreció la oportunidad de asistir al mejor gimnasio de boxeo, algo más seguro que meterse con pandilleros, pero él lo declinó. Papá le puso un millón de restricciones, pero Eros es demasiado astuto, siempre halla la manera de salirse con la suya.
》Una noche escuché a Eros y Jamie conversar sobre ir a cierto lugar a tal hora de la noche y yo me adelanté. Quería conocer eso que le hacía desafiar a papá, ese fue mi motivo. Esa noche Eros fue a mi habitación a pedir por dinero, papá le había quitado las tarjetas, así que usaba el mío, pero yo no estaba en mi cama. Yo siempre llevo un dispositivo GPS conmigo por cuestión de seguridad, así que fue por mí pero ya era demasiado tarde.
Mi corazón sufre la hostilidad de otro ataque cuando Hera titubea, apartando la vista de mi cara, con las mejillas rosadas y los labios sellados en una solemne línea. Su voz, varios tonos más apagada encendió más de una alerta en mi sistema.
No me gusta lo que estoy escuchando, no me gusta el semblante miserable de Hera, sobre todo, porque es la primera vez desde que la conozco en observarla de este modo tan deprimido.
—Está bien, Hera, no tienes que seguir—trato de enmendar mi error, no debí preguntar. Debí suponer que si no querían decirme, era por algo más que querer ocultarle a los medios el asunto—. Perdóname, no quise hacer que te sintieras obligada a contarme sobre algo que no me compete.
Ella sacude la cabeza, dirigiendo sus orbes cristalinos de vuelta a mi rostro, sin rastro de la expresión que le cubría hace no más de un par de segundos. Hera endurece sus facciones, luciendo unos años mayor.
—Me consiguió desnuda, desmayada y con sangre en los muslos, tirada en un terraplén demasiado lejos de casa, demasiado cerca de la gente con quien pasaba las noches—revela, arisca e imponente, como si decirlo le resultara una liberación hosca, arrancada a la fuerza—. Lo único que soy capaz de recordar es a mi hermano arropándome con su abrigo y sentir como me alzaba en brazos.
Me siento un jodido bloque de hielo al escucharle lo que es, sin lugar a dudas, el relato de una pesadilla.
Imaginarme a Hera, tan pequeña en tamaño e indefensa, ser vejada de la peor forma que alguien puede serlo, acaba por despedazar la coraza que mantenía erguida y firme para no afectar a Lulú. Las lágrimas que soportaba me recorren las mejillas, desbordándose por mi mentón, empapándome el cuello en cuestión de un momento.
—Lo siento tanto, Hera, tanto—musito con la voz rota.
Conserva el cariz impoluto, recordando.
Ella, como si fuese yo la que necesitara el consuelo, deja un par de palmaditas en mi espalda.
—Eros en ese momento buscó hasta dar con los culpables, eran dos. Uno murió casi al instante por la paliza. Pasaron tres meses antes de que se realizara el juicio, lo condenaron a un año y cuatro meses en el reformatorio por ser menor de edad, pero allí solo duro dos meses, se metía en demasiadas peleas, un niño rico es el centro de atención en esos sitios, fue muy duro—gimotea con pesar—. Lo trasladaron a una prisión en Bremen, el primer mes mamá no podía dormir, yo tampoco. Tenía pesadilla y la única persona que podía calmarme y hacerme sentir segura, se encontraba metido en una prisión—mi corazón se estruja al notar el quiebre que sufre su voz, su armadura fundiéndose, dejándome entrever la Hera abatida que trata de esconder con tanto esfuerzo—. La pena fue baja por ser Eros menor de edad, los abogados alegaron que lo hizo en mi defensa, aunque no sirvió de mucho, su trastorno de cierta manera ayudó y por supuesto, la 'donación' de un cargamento militar millonario de papá al estado.
Hera me quita las hebras adheridas a mi mejilla por la humedad que me dejaron las lágrimas, trazando una sonrisa diminuta que me confirma que conozco a dos de las chicas más fuertes con las que podré toparme.
Contemplé su rostro por un periodo que lo sentí infinito, hasta que la necesidad de parpadear me obligó a cerrar los ojos, exprimiendo las últimas gotas que rápidamente ella ataja con sus pulgares helados.
—No me veas así, no quiero que me veas o pienses distinto de mí por esto. Me costó millones de lágrimas entender que no fue mi culpa, que no me lo busqué—masculla si fuerza en la voz—. Por favor, no quiero palabras de consuelo que me hagan sentir como aquella vez, que todos me veían con esa compasión que me repugna. Lulú es quien necesita nuestro apoyo y toda nuestra atención. Tenía que ser yo quien te cuente esto, porque Eros jamás lo haría.
Un moco se me escapa de la nariz, tan rápido como puedo, me limpio con el dorso de la mano, observando a Hera acrecentar su sonrisa, mirando con asco cómo me limpio la mano con la orilla de la falda.
—¡Ya no llores!—exclama, riendo, un sonido ligero.
—Es que no puedo parar.
Su mano regresa a brindar caricias a la espalda, sin dejar de reír.
—No puede ser que sea yo la que te consuele a ti por algo que me pasó a mi—declara con tono burlón que me saca una sonrisa entre la segunda lluvia de lagrimas. Debo de verme terrible.
—No tienes corazón—digo, sorbiendo por la nariz—. ¿Eros está yendo a control de ira?
La escucho suspirar.
—Sí, también a un gimnasio de boxeo—comunica—. Es su forma de drenarse y está bien, no ha causado problemas. Hasta hoy.
—Creo que le falta golpear más el saco—comento con deje preocupado.
—Hoy se extralimito. La situación con Lulú le recordó a lo que viví, ¿y sabes qué? No me sentiría mal si Henry dejara este mundo pronto, pero su vida no vale la de mi hermano en prisión—escupe—. Eros puede ser un dolor de cabeza, pero es el único que me hace sentir protegida. Ni el montón de guardaespaldas que teníamos en Baviera, solo Eros.
Las piezas se completan como engranajes, comienzo a entender muchas cosas. La razón de Hera de no querer hablar sobre su familia, su hosco recelo con desconocidos, todo guía al hecho de la supuesta desaparición de Eros. No es una situación de hace más de diez años, pasó hace menos de cinco, es en lo que a mí respecta, reciente.
—Eso es lindo, de cierta manera—acepto, sonriendo de lado—. Martín me abandonó la vez que nos asaltaron, corrió y me dejo atrás.
Hera desata una carcajada que le hace taparse la boca con una mano. Ambas caemos en el silencio, uno cómodo, sumergidas en nuestro propio mar de cavilaciones.
Eso era, Eros asesinó a golpes al violador de Hera, a uno de ellos. Husmeo en mi interior y psique algún sentimiento que pueda considerar correcto, como repulsa, decepción, perplejidad o incluso temor, pero lo único que siento, es una gran satisfacción realmente enfermiza.
—¿Estaremos mal por desearle la muerte?—hablo después de un rato, volteando a verle.
Ella muestra una sonrisa efusiva, con un brillo especial en las pupilas.
—No, claro que no. Los malos son ellos, nunca lo dudes.
Al momento de salir de la saca, Eros regresa de la cocina vistiendo nada más que un pantalón de pijama y la cadena con la 'H' de oro que jamás se quita pegada al pecho.
No es la primera vez que veo su abdomen expuesto, a veces se queda a jugar básquet con los chicos, y lo hace sin ella. Pero es que después de lo que pasó esta noche entre nosotros, es imposible no echarle una miradita disimulada. Le va bien en el gimnasio, puedo darme cuenta.
Hera repara en su hermano y sin decir ni una palabra, apura el paso a su alcoba. En mis planes estaba el seguirle, pero la voz ronca de Eros me detiene.
—Espera un momento.
Me quedo estática en el sitio, divisando con calambres en el vientre como se acerca a paso pausado hacia mí. Me escrudiña de arriba abajo, en sus ojos puedo ver las ojeras que empiezan a formarse.
—¿Estás bien?—la pregunta sale de mi boca antes de siquiera construirla.
Eros frunce el ceño un segundo antes de sonreír de oreja a oreja.
—Mejor que nunca—manifiesta con extrema galantería, sacando un pedazo de tela de encaje negro que ondea como bandera.
Mi tanga.
—Dame eso.
Las mejillas se me encienden, el corazón se me detiene. Enseguida me lanzo agarrarla, pero él se mueve más rápido y la sube por encima de su cabeza, muy fuera de mi alcance. Trato inútilmente de recuperar mi ropa interior honra, no obstante, él continúa ondeando la tela, proclamándose ganador en esta partida injusta.
Diviso el destello sugestivo aplastado en su mirada, remarcando el sonrojo de mi cara. ¿Por qué me lo tenía que poner tan difícil? Parece que le pone verme avergonzada hasta los tuétanos y con la dignidad pendiendo de un hilo.
Hago un segundo intento por recuperar la prenda, pegando saltos con los brazos estirados que solo consiguen sacarle risas que me causan gruñidos frustrados. Confiando en un último brinco, tomo impulso, pero no me hago con la prenda, es un beso furtivo de sus labios, dejándome pasmada sobre mis pies.
—La guardaré como recuerdo—decreta, devolviéndola al bolsillo. Cierro los ojos, sintiendo la ola inmensa de vergüenza atestarme el pecho—. Duerme conmigo.
Pésima idea.
—Mis amigos me necesitan—me excuso, retrocediendo un paso que me acerca a los escalones.
—Tus amigos necesitan comodidad y en esa cama no entra ni un alma más.
Tiene razón, pero no quiero dársela.
—No creo que sea buena idea.
Revira los ojos.
—Solo vamos a dormir, Sol, carajo, no soy un maldito insensible.
Hago el firme amago de contestarle que lo parece, cierro la boca, agotada para discutir nimiedades.
—Como sea—replico, liderando el camino a su recámara.
Me acomodo la sudadera con capucha que Eros me facilitó, me cubre las rodillas y queda tan ancha que no me toca el cuerpo; me da la extraña sensación de ir desnuda.
Reviso por tercera vez el baño, el de su habitación. Es raro que supere en dimensiones al de Hera, provisto con un jacuzzi para dos personas, tina y regadera de esas que solo ves en revistas de casas de lujo y te atacan las ansias de meterte en medio sin saber de dónde demonios proviene el agua.
Eros es meticuloso, aseado y exageradamente organizado. Hera en su baño tiene maquillaje y cremas regados por todas partes, cajón que abras, cajón en el que consigues una paleta de maquillaje junto a una pasta dental sin usar.
El pago al servicio de limpieza debe triplicar mi quincena.
Luego de revisar las gavetas bajo el lavamos, me embadurno de crema hidratante corporal que conseguí en uno de los cajones de la parte de abajo junto a otro montón de todo tipos de cremas, mascarillas, serums y cajas de condones.
Al volver a la habitación, Eros ya está metido la cobija, mirando cualquier cosa en la tableta. Seguro que redes sociales no, lo busque y no tiene ninguna. Al fijarse en mi presencia, deja el aparato de lado y se posiciona de costado, alzando las sábanas, invitándome a entrar.
Y eso hago. Pese a que no hay ninguna luz encendida dentro de la habitación, puedo atisbar con su rostro debido al ventanal que va desde el techo al piso, cubierto por una simple cortina gris que permite vislumbrar retazos de la ciudad e ilumina la recámara de decoración minimalista y elegante.
Protegida por la cobija, acostada como un cadáver en un ataúd, escondo la mitad de la cara dentro del suéter y cierro los ojos. La reciente ducha me ha noqueado, el peso de lo ocurrido, los hechos, las confesiones, las sensaciones, todo, se vuelve tangible, me cae sobre la cabeza, me hunde despacio en un plácido adormecimiento.
Y cuándo creo que Eros no mencionará nada, se aclara la garganta.
—Con respecto a lo de hoy...
Me cuesta abrir la mirada, al hacerlo, me impacta la serenidad aplacando la severidad perenne de sus ojos, como en contadas ocasiones.
Ya que ha hablado, ¿debería decirle que Hera me contó sobre...? No, no es el momento.
—No te diré que hiciste lo correcto, pero no te culpo—me remuevo bajo la calidez y suavidad de la gruesa cobija, acoplándome al espacio—. Sin embargo, estoy agradecida que no pasara a mayores. Hera te necesita con ella, no en prisión, de nuevo.
Estira un brazo para quitar el cabello de mi cara. Su mano me acaricia el pómulo, una gesto dócil que me toma desprevenida, pero me dejo hacer, solo por sentir su piel contra la mía, desatando las pulsaciones furiosas de mi pobre corazón.
—Tu consejo es bien recibido, pero no me refería a eso.
Con su dedo impertinente, empuja mi labio inferior hacia abajo, y con su mirada exquisita contemplando mi rostro, atrapo la punta de su dedo entre mis dientes y le doy un mordisco antes de soltarlo.
—No tengo nada que decir—declaro, sellando los ojos.
Percibo sus movimientos bajo la pesada colcha.
—Buenas noches, Sol.
El letargo pronto se apropia de mi consciencia.
~
—¿Si ganamos nos apedrearán?—pregunta Lulú.
—¿Si perdemos nos abuchearán?—inquiere Hera.
Le hinco un mordisco a la insulsa hamburguesa, encogiéndome de hombros.
—Nah, miren al rededor. Tenemos buena barra.
Hoy es un jueves diferente, el partido de fútbol americano no tiene sede en Varsity, ni en Elementary, gracias al creador. Hoy vinimos hasta Middletown para apoyar a Hunter y al resto del equipo. Muchos estudiantes locales nos echan miraditas despectivas y estúpidas de reojo y cuchichean sobre nosotros, otros más, solo nos ignoran. Esta parte de las gradas la ocupamos los que apoyamos a Varsity, una cuarta parte del resto del campo.
—En poco salen—menciona Lulú debajo de la gorra de béisbol y la bufanda de gran tamaño que le ayuda a esconder los hematomas.
Han pasado unos escasos dos días desde la asquerosa situación, aún la situación traumática que vivió tan fresca, Lulú ha estado con muchos ánimos. Pese a que Hera asumió que se quedaría con ella, Lulú tomó la decisión de aceptar la propuesta de la abuela de Hunter en ir a vivir con ella. Jazmín es una dulce señora hogareña, del tipo que hornea toda clase de cosas para sus nietos y cuida de un montón de plantas.
Vive sola y le viene bien la compañía agradable de Lulú, quien tiene la convicción de salir adelante por sus propios medios y sabe que en casa de Hera, eso no pasará. Hera se empeña en tratarla como un bebé, error que cometo a veces, por eso no sería capaz de culparle, sin embargo, Lulú desea buscar un trabajo y vivir de eso hasta que llegue el momento de irse a California con su padre, cuando culmine el año escolar.
Todo parece ir tan bien que no parece real. En las películas cuando pasa eso, es porque se viene algo peor.
Drew, Paula, Christine, Irina, Kayla y unos cuantos más dejan los pulmones en el piso cuando los equipos salen finalmente de los vestidores. No puedo contribuir, tengo la boca atiborrada de comida, me ahogaría.
—¿Ese de allí no es Ricardo?—cuestiona Hera en una exclamación, la única manera de escucharle sobre el griterío.
Sigo el camino de su mirada. En efecto, se trata de Ricardo. Conversa con un par de chicos cerca borde de las gradas, vistiendo un jean oscuro y camisa blanca que resalta su piel bronceada. Hera se levanta, alzando las manos para captar su atención.
—¡Eh! ¡Richi! ¡Por aquí!—grita, agitando los brazos de lado a lado. Lulú hace lo mismo.
El chico nos visualiza enseguida. Se excusa con sus amigos para acercarse a nosotras, portando una esplendorosa sonrisa.
—Diría que es una sorpresa, pero ya sé que a donde vaya Hunter irán ustedes—dice a pasos de nosotras. Cuando llega a nuestra posición, nos saluda con un abrazo a cada una—. ¿Cómo han estado? Se ven muy bien.
Deja caer su mano sobre el hombro de Hera, gesto amistoso que le hace sonrojar. Ella también se ha fijado en el cambio de Richi y le ha gustado.
—Diré que bien para simplificar las cosas—comenta Hera, quitando de un manotón el cabello del rostro—. ¿Estudias aquí, en Middletown?
Richi asiente.
—Así es, ahora mismo están en mi territorio—anuncia, fingiendo altanería.
—¿Te parece mejor que Varsity?—cuestiona Lulú.
Él actúa un gesto inconforme, levantando un hombro.
—La misma mierda pero con diferente nombre—reconoce, soltando una risa seca.
—No has pasado por los partidos, ¿qué pasó contigo?
Mi pregunta le hace retorcer con desconfianza los labios, mueca que me abre un hoyo de incertidumbre en el estómago. ¿Tan mal le caigo? Eso no era lo que parecía.
—Sobre eso—dice, rascándose la cabeza con cariz pesaroso—. No sabía que tú y Eros andan en algo, si lo hubiese sabido jamás me hubiese atrevido a coquetear contigo frente a él.
Lo miro ceñuda y desorientada, evitando a toda costa mirar a Hera.
—Eros y yo no tenemos ninguna relación.
Richi frunce la boca, casi en desacuerdo.
—No es lo que él cree—ratifica con recelo—. Me amenazó con que si volvía a hablarte me haría papilla.
Retrocedo un paso, recibiendo la información como una bofetada. Mi boca se seca y la sangre se me concentran en los talones, llevándose con ella el pedazo insignificante de humor que tenía.
—No puede ser...—musita Hera, cubriéndose la vergüenza que su rostro manifiesta con una mano.
—¿Cuándo pasó eso?—la interrogante se escucha mordaz.
—El día siguiente de encontrarnos—responde enseguida y los pedazos de hamburguesa que había comido retornan por mi esófago. Richi me observa, signos de precaución destellando en su mirada café—. Oye, no quiero problemas, si ustedes tienen algo no quiero interferir.
Niego con ímpetu, esforzándome en mantener la voz estable.
—No los tendrás, te lo aseguro—proclamo, forzando una sonrisa—. Eros está confundido.
El chico abre los ojos, una sonrisa genuina estirando sus labios.
—Si no es así déjame tu número—de inmediato saca su celular de alguna parte de su vestimenta y me lo extiende—. Podríamos salir por ahí un día. En plan de amigos, no tiene porque ser una cita.
—Sí, eso estaría bien—expreso gentil, guardando mi contacto en el aparato.
Puedo sentir la ira quemando mi garganta. Me siento tan enfadada y desilusionada que en lugar de despotricar, me siento en completo silencio, mi mente envuelta en una tempestad de pensamientos y emociones incongruentes.
Ricardo se queda hablar hasta que el partido inicia. Las chicas mantuvieron gran parte de la conversación, porque no podía dejar de pensar que el mismo día que a Eros le pareció buena idea amenazar a Ricardo, fue el mismo día que tuvo su trío sexual.
¡Se le ocurrió meterse en mi intimidad y luego tener un jodido trío!
¡Lo quiero...!
—¿Estás bien?—me pregunta Lulú, cortando mis violentas cavilaciones.
—No—me sincero.
Hera suelta un bramido, se oye como un animalito enfurecido.
—Es un cavernícola.
Lulú chasquea la lengua de acuerdo con Hera.
—Lo es.
—Busquemos algo de comer, te hace falta—sugiere Hera, subiendo el aza de la mochila al hombro.
—Bien.
Sí, bien.
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