"11"
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"I sing the national anthem
While I'm standing
Over your body,
Hold you like a python"
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—Este sitio es inmenso, Hera, ¿cuántas personas entra aquí?
Stella regresa a su puesto en medio de Lourdes y Paula. Guarda su celular en el cluth que su amiga sostiene por ella, desde que llegó hace apenas unos pocos minutos, se la ha pasado captando en fotos y vídeos las dimensiones del sitio.
A pesar de encontrarnos dentro de los límites de un club nocturno, el que Hera nos haya conseguido un sitio en la zona VIP, bastante alejado de la zona donde la celebración comienza a dar sus primeros vestigios, nos facilita la comunicación, evitando que nos tengamos que gritar a la cara con alto riesgo de escupirnos.
Como me gustaría que Hunter estuviese aquí y no con Tom, cualquier panorama recupera el brillo perdido con el tronar de su risa, sobre todo esta noche, que no hallo manera de centrarme en la conversación de las chicas, el piso, la iluminación, la gente colmando la planta baja... lo que sea que me distraiga de contemplar nada más que las pestañas curvas y gruesas del chico a mi lado, su rodilla en contacto con la mía, gesto descuidado que me puso a rugir la sangre detrás de las orejas.
—Trescientas y poco más marca el aforo, si la policía no interviene, podemos llevarlo a cuatrocientas.
Cuatrocientas personas dentro de un local con alcohol y música revienta tímpanos. Qué buena idea para pasar la noche...
—Si vendemos trescientas entradas por quince dólares cada una, serían...—Stella voltea a ver a Lourdes—. ¿Pondrías la calculadora en tu celular?
—Cuatro mil quinientos dólares.
Contesta Eros lacónico, su cuerpo ocupando el asiento en una postura que destila aburrimiento.
A Stella le destella la mirada con aires coquetos, guarda un mechón de cabello detrás de la oreja, ensanchando sus labios.
—Que ágil—dice risueña—. No me sorprende.
Eros pasa de ella, regresa a seguir la partida de tic tac toe con Lulú, en el cuaderno asignado para la organización del magno evento y del que solo sé que posiblemente será en pocos días... y el local continúa en 'veremos'.
—Cuatro mil quinientos, eso es muchísimo dinero y nada más con las entradas—dice Paula. Viste un vestido negro ajustado a su figura como una segunda piel, y un intenso maquillaje en tonos oscuros que le dan un aire sensual y misterioso. Se ve magnífica—. Si elegimos un lugar moderado para el baile, podemos irnos de viaje un fin de semana a Miami.
Lourdes asiente frenéticamente. Parece que le ha atacado una descarga de energía.
—¡No había pensado en eso!
El rostro de Paula se enaltece al mostrar su característica sonrisa ladina.
—¿Ya ven cómo si soy de utilidad?
Irina deja salir un resoplido de fastidio. Christine y ella han estado muy calladas, demasiado, incluso resulta sospechoso. Me sorprende que no se han devorado las ideas de las demás.
—Estamos aquí para evitar que nuestro baile sea en cualquier sitio mugriento—espeta Irina con desdén—. Queremos lo mejor...
—Y lo mejor es un viaje a Miami—le interrumpe Paula, sin ápice de querer perder la discusión.
—Ugh, no. Luego se hablaremos sobre eso, este evento es únicamente para el baile—Christine respalda a su amiga, volteando a ver a Stella—. Pasemos a lo que realmente importa. Stella, ¿habías dicho que tu sección se encargará de la decoración?
La interpelada afirma con un movimiento certero de la cabeza.
—Y la suya verá por la repartición de las invitaciones y banners publicitarios, ¿cuántas invitaciones serán impresas en total?
—Cuatrocientas—informa Hera—. El diseñador trabaja en ellas.
—¿Sin local?—pregunto confundida.
Hera me aprieta la muñeca, sin fuerza.
—No seas pesimista, Maxwell cederá—sonríe a medias antes de recorrer a las chicas con la mirada—. ¿Alguien se comunicó con el periódico escolar? Es buena opción para dar a conocer la fiesta.
Christine se suelta a reír desaforada. Hera le devuelve una mirada impávida que le hace largar un suspiro.
—Nadie lee el periódico escolar. He estado haciendo publicidad en mi cuenta, tengo muchos interesados al pendiente.
Ahora es Paula quien se parte de la risa. Me da una golpecito en el hombro con el suyo, señalando a la rubia con un ademán de la cabeza.
—Tres mil seguidores y ya se cree influencer, que pena.
Ambas comparten una explosiva mirada que nos deja a los demás en una posición de desubique total. Pero Dios es bondadoso y Jamie llega cortando el, para nada cordial momento, con una botella color café de dimensiones mayúsculas. En ella leo Don Julio.
Es tequila y más feliz no puedo sentirme, es lo que necesito para soportar la noche, al menos un poco, le prometí a mi hermano llegar a casa con las ideas claras.
—Regresé y con buenas noticias—Jamie deja una gran la gran botella el medio de la mesa de vidrio, a su lado, un mesero coloca una bandeja con sal y rodajas de limón—. Diversión embotellada.
Hera rechista, llevándose una miradita por encima del hombro de su amante prohibido.
—Excelente idea, Jamie. Darle alcohol a un puñado de menores de edad que cuando no se soporta.
Sus ojos se entornaron con algo de suspicacia.
—Te aseguro lo que sea, que el tequila puede volver amigos a los mismísimos Winston Churchill y Adolf Hitler—apunta con un dedo a Paula y a Christine—, ¿por qué no a estas chicas?
O puede transformarlas en enemigas mortales, cualquier cosa puede pasar.
—Oye, Jamie. Yo no las soporto, pero si me comporto—interfiere Lulú, levantando una mano por encima de su cabeza.
Eros deja caer el lapicero encima del cuaderno, fijando la vista con un pequeño rastro de enfado en ella, quién se encoge en el asiento debido a la vehemencia que Eros imparte en el contacto.
—Si te emborrachas, no seré yo quien te lleve en brazos a la camioneta, Lucrecia.
Siempre dice eso y es lo que acaba haciendo. Lulú lo sabe, intenta eliminar la sonrisa teñida de burla, pero es imposible, acaba riéndose al Eros enarcar una ceja.
—No bebo ni una gota de alcohol si me traduces una última frase.
Él se niega. Saca un cigarro de la cajetilla blanca con rojo reposando junto a la libreta, a la vez que se levanta con aires de superioridad, la señala con el cigarrillo.
—No, no pasará.
Después de arrojarme una mirada veloz que grita una invitación, se va a la parte más alejada del VIP, junto a las escaleras que llevan a la zona general.
El vistazo me pone a latir el corazón a paso raudo. Me encantaría seguirle, joder, las entrañas se me constriñen de necesidad por ir hablarle de lo que sea, siempre que sea su acento hosco y remarcado lo que me colme los oídos de ese cosquilleo que no tarda en desplazarse a mi ingle, pero como deje a Hera sola con el nido de víboras por ir a charlar con su hermano, se encarga de mandarme a la horca sin derecho a defensa.
—¡¿Quién quiere un shot?!
El grito de Jamie me punza los oídos y genera una ola de chillidos y aplausos. El chico arrastra los diminutos vasos hacia cada una, levanta la palma pidiendo que no los tomemos, no hasta que él con más paciencia que precisión, llena cada cuenco hasta el tope, al rebasar el último, el mío, ondea la mano permitiendo que los arranquemos de la mesa y cada una vacíe el líquido garganta abajo.
Hago un mohín al sentir el líquido quemarme la garganta. El sabor amargo se pega a mi lengua, pero que logro dispersar con la sal y la rodaja de limón que Paula me ofrece.
—¡Quiero otro!—pide Irina en un grito furioso.
Jamie hace el ademán de servirle más, pero Hera se niega.
—Luego de conversar con Maxwell, debe de venir—Hera se corta al observar a la escaleras, volteo hacia el lugar, al pie de ellas, un muchacho de contextura media, alto y con cabello oscuro y ondulado, alcanza la segunda planta—. Llegó.
El tal Maxwell casi se cae de culo al encontrarse con Eros recostado contra el pasamano, abre los ojos tan impactado que no logra articular ni un suspiro, o eso es lo que noto desde mi perspectiva. A falta de palabras, le ofrece una mano a Eros, este la toma y le devuelve el saludo con fuerza, causando un gesto adolorido en la expresión del chico..
Jamie y Hera comparten un vistazo. Miradas ansiosas que se dicen mucho, en un lapso de escasos segundos.
—¡Max!—grita Hera, consiguiendo la atención del muchacho—. Por aquí.
Maxwell consigue su voz y le susurra una cosa a Eros antes de encaminarse al semicírculo que hemos formado. De inmediato, Stella arrastra la libreta y lapicero frente a ella, preparándose para tomar apuntes.
Eros camina detrás del chico, quien aún mantiene el cariz fieramente sorprendido.
—Exactamente la misma cara de imbécil—menciona Jamie, Hera le da un empujoncito, ampliando la sonrisa educada que le surca la comisura de los labios—. Trata de que sea rápido, los nudillos me pican por golpearlo.
Enojo asalta el rostro delicado de Hera, el comentario no le ha hecho gracia.
—No molestes—le susurra en el momento exacto que Eros y Maxwell se detienen frente a la mesa—. Du bist früh angekommen, wie geht es dir?
《Llegaste temprano, ¿cómo estás?》
Maxwell estira su brazo pidiendo por la mano de Hera, ella se aferra a su mano, él no duda en impulsarla hacia arriba, cubriéndola en un abrazo exultante y apretado que desata un par de risotadas en Hera.
No se apartan, Hera genuinamente luce feliz de verle y eso a Jamie le retuerce las tripas, o en todo caso, es lo que su rostro distorsionado que guarda mucho más que simple enojo demuestra.
—Muñequita, muñeca de porcelana, ¡eterna se me hace la vida en tu ausencia!—exclama el recién llegado como si recitara el más profundo verso de amor—. Dulce princesa, ¿soy merecedor de un beso de tus labios coloridos?
Necesito otro shot.
—Un poeta—comenta Lourdes, con los ojos expresivos tomando detalle del desconocido.
—Un lambiscón—refuta Jamie, sirviéndose otro shot. Lulú pestañea, acercándole su vaso.
—Te lo daré luego de conversar—promete Hera. Ella vuelve a envolvernos con su vista a nosotras, empieza a presentarnos una por una—. Max, estas son mis amigas Lulú, Sol y Paula. Irina, Christine y Stella me ayudarán con el tema que te comenté por la llamada.
Maxwell enarca las cejas, paseando la vista pausadamente por cada una de nosotras, deteniéndose un segundo más en Stella y Lulú.
—Tantas flores primaverales juntas, ¿acaso es este mi natalicio?
Él suena como un libro de William Shakespeare, cosa que a muchos les parecerá encantador. Excepto a Jamie, que lo mira con tanto disgusto que parece que se ha metido un limón entero en la boca.
—¿Podrías hablar como una persona normal?—espeta Jamie—. La mitad de las veces no te entiendo.
Maxwell le envía una sonrisa sórdida por encima del hombro.
—Necesitas muchísimo intelecto y sensibilidad para expresarte de esta manera, Jamie. Virtudes que, como ya sabrás, te escasean.
Jamie adelanta un paso con toda la intención de buscar pelea, pero no se le acerca demasiado, Hera salta en medio de ambos, atajando la situación.
—No pasa nada, no pasa nada—tartamudea nerviosa, ojeando por el rabillo del ojo a Eros que observa como un animal en caza la extraña escena—. Jamie, ¿por qué no vas a fumar con Eros a la esquina?
Él la regresa una mirada consternada.
—No fumo.
Hera cierra los ojos por un segundo. Conteniéndose de mandarlo al demonio.
—Entonces ve y aprende.
Jamie entiende que lo que Hera quiere es tenerlo lejos. Monta una gesto decepcionado que incluso a mi me aprieta el pecho y sale como un tornado del semicírculo. Eros lanza una última mirada austera a Maxwell y se va detrás de su amigo.
Maxwell cambia radicalmente el cariz arrogante a uno cómplice, Hera niega, como si ya supiese cuáles eran sus intenciones desde el inicio.
—A lo que vinimos—restriega las manos, moldeando una sonrisa coqueta—. ¿Comenzamos?
Loa siguientes minutos Hera se embarca en una conversación sobre sus planes y que es lo que desea lograr. Maxwell la escucha atentamente, sin interrumpir ni opinar.
Stella le ayuda con los detalles y en cuanto acaban de exponer aquello que tenían planeado, Maxwell informa que en caso de que el club fuese suyo, no tendría ningún inconveniente en alquilarlo, sin embargo, su padre tenía la última palabra. Pidió unos minutos para charlar con él y volver con la respuesta definitiva.
El corto tiempo que queda para darle publicidad a todo, vender las entradas y atraer la atención como una fiesta de 'preparación para Halloween'. Aunado a eso, el hecho de que no es seguro que Maxwell pueda alquilar el club, tiene a las chicas enfermas de los nervios.
Lulú, tan caritativa, sirve una ronda de shots y otra más luego de esa que les empieza a soltar la lengua y ahí es donde las opciones se reducen solamente a dos: o nos hacemos amigas, o nos arrancamos el cabello entre todas.
Más ebria que cuerda, sello los ojos aminorando la clase de pensamientos de los que no podría culpar al alcohol, puesto que los tengo completamente sobria. La piel me arde, una sensación extraña me tiene los vellos erizados, el corazón acelerado y las bragas húmedas.
Es que me resulta descabellado e incluso enfermizo como sin intercambiar palabras, con solo saber que está tan cerca y percibir el pesar de su mirada en mis piernas expuestas, Eros tiene el poder de desordenarme el sistema racional.
Yo necesito...
Paula choca su hombro contra el mío. Volteo a verla y ella me señala con una mueca en los labios a Eros, junto a Jamie en el mismo lugar de antes, con otro cigarro entre los labios.
¿Es qué no puede dejar de fumar?
—¿De qué tamaño crees que lo tiene?
Me ahogo con la saliva, me doy palmadas en el pecho cortando la tos. Claro que entiendo a qué se refiere, la cuestión es que no sé si es buena idea imaginármelo justo ahora...
—No lo sé—contesto a media voz.
Paula entrecierra la mirada, nada contenta con mi respuesta.
—Un aproximado, Sol. No es complicado.
—¡No sé, no es mi problema!
—Y tampoco tuyo, Paula—interfiere Lulú—. No seas asquerosa, respeta.
¿Por qué me tiene que preguntar justamente a mí? ¿Justamente ahora? Niego con fervor, extendiéndole el diminuto cuenco a Lulú, ella no se detiene a servirme otro, se lo agradezco levantando la mano antes de tragármelo de un trago.
En este punto ya no necesito limón ni sal, lo que necesito es más alcohol, que me nuble la mente para parar de evocar el recuerdo de su boca probarme con esa fiereza arrebatadora y sus dedos prominentes entrando y saliendo de mí.
—Stella sabe—intercede Lourdes, enseguida mis ojos se mueven a la chica, creo que el corazón se me detiene el segundo que le toma levantar un hombro, como si eso fuese algo que le deberíamos de aplaudir—. Cuéntanos.
Tardo un par de segundos en comprender el significado de las palabras de Lourdes. Si Stella sabe algo como eso, es porque se ha acostado con Eros.
¿O se lo han dicho? Deseo con todas mis fuerzas que se haya enterado por Mandy, no me importa, porque me sentiría una completa estúpida al enojarme si me entero que a la chica que me ha tratado con desdén desde que llegué a Varsity, le ha tocado más que a mí.
—Lourdes, eso es tema privado—masculla en una tonada que pide implícitamente 'pregúntame más'.
—¡Ay habla! No te hagas de rogar—le insiste Paula.
—¡No quiero escuchar eso!—exclama Hera, tapándose las orejas.
Stella cruza las piernas y nos pide que nos acerquemos. No quiero hacerlo, pero mi cuerpo desobediente me contradice.
—Tienes que estar muy preparada para recibirlo, solo eso diré—revela y una mezcla de sentimientos confusos y nada placenteros me invaden el estómago.
—En centímetros, Stella—rechista Paula.
Irina carraspea y yo entro en tensión. Me siento decepcionada, pero conmigo misma, porque no tengo razón de estarlo.
—Ya paren con eso, ya entendimos—interviene Lulú, manteniendo un volumen sensato—. Es incómodo lo que hacen.
—Es verdad, no hace falta que lo diga—menciona Irina—. Nosotras ya sabemos.
Lourdes señala a Christine, después a Irina con una mueca azorada. Ambas se miran entre sí, una única y efímera mirada saturada de buenos recuerdos de los cuales no quiero saber nunca.
—¡Esperen! ¿Ambas se acostaron con él?—casi grita Paula. Una mezcla de perplejidad y repulsa le enmarca la cara.
Las dos asienten. Las dos asienten.
—A la misma vez—revela Irina y las demás dejan escapar un jadeo impactado.
A.La. Misma.Vez.
Y no me invitaron. Pienso con rencor quemándome el cerebro.
—Esta conversación no me agrada para nada—rezonga Hera—. Qué mal gusto..
—Lo dices porque es tu hermano—expresa Stella con la voz empalagosa.
Una tenue arruga se forma en el entrecejo de Hera.
—Lo digo por él.
Stella pasa por alto el insulto.
—Si ni las saluda, ¿en qué momento pasó eso?—interroga Paula.
Irina posa un dedo en su mentón, pensativa.
—El sábado después del primer partido de la temporada de fútbol—responde Christine por ella.
Hago mis propios cálculos mentales. Si mi memoria no falla, fue el día después del encuentro con Richi.
—¡Demonios! Descuento en zorras dos por una—bromea Paula ganándose una mirada ácida de parte de Irina.
Me repito que Eros puede hacer con su vida lo que desee, no tiene que rendirle explicaciones a nadie y yo no tengo porque sentir este nudo en la garganta.
Analizando todo desde una perspectiva más centrada, lo que me jode en sí es que se haya acostado con ellas específicamente ellas, él más que nadie conoce nuestra dinámica y poco le importó y me enfurece todavía más saber que no tiene porque interesarle.
Esto no tiene porque hacerme sentir así, de esta manera tan desdichada. No es como si no supiese lo que ha estado haciendo estas semanas, todo el mundo lo sabe.
Aunque para ser francos, jamás me esperé enterarme de que haya hecho un puto trío con Christine e Irina y se haya acostado con Stella, la misma chica que me echó en cara el que Eros jamás se fijaría en mí.
Me ha dicho que le gusto, múltiples veces. Me ha besado, me ha tocado e inundado con sus dedos y demostrado, aunque sea, un poco de interés en mí. Y con estos relatos, estoy confirmando que él solo quiere una cosa de mi parte.
Rodeada de luces neón con el espectro de una canción tecno taladrando mis oídos y mi no-sé la-cuenta trago en la mano, acabo con el malestar en la garganta, reiterando que nunca demostró más que el deseo de compartir un momento en mi cama, en la suya, o dónde sea; soy yo la que se ha venido creando falsas expectativas y lo peor del asunto, sin fundamentos. Porque no los hay.
Bebo lo que bautizo como el último trago, antes de que la vista se me nuble, le escribo un mensaje a mi hermano pidiéndole que venga por mí.
—Pero son amigas, ¿no se sienten... celosas?—Lourdes pregunta con cierta tonada turbada.
Christine suelta una risa corta, cubriéndose la boca con una mano.
—Queremos volver a acostarnos con él, no casarnos. No somos tontas,
Esa última frase me cala hondo, porque puede que tenga razón.
—Pues yo y les aviso que les llevaré ventaja—Stella habla con gran porcentaje de seguridad impreso en la voz—. Iré a conseguir suerte esta noche.
Camina con soltura y gracia a la posición de Eros y Jamie. Ella posa sus garras en el brazo de Eros y enseguida el alcohol empieza a subir por mi garganta, me tengo que tapar la boca al verle alzarse en puntillas buscando sus labios, un aire de alivio me traspasa al Eros esquivarla a tiempo, pero no me salva del velo que me recubre la mirada.
Eros mueve la vista hacia mí, pero giro la cara antes de que me pille observándolo como una idiota. Como lo que soy.
Eso es, eso tiene que ser. Me molesta que lo haya hecho con ella y no conmigo, porque le estaría dando la razón. El que me encuentre tan desilusionada por algo que jamás tuvo un comienzo, no es más que una señal del cielo advirtiéndome lo mal que la pasaría si dejo que mi gusto por él acrecente.
Esta salida me ha abierto los ojos de sopetón. No tendría que estar enojada, si no agradecida. Eros es problemas, y lo que sea que esté pasando, tendría que parar. ¿Cómo? yo misma lo he dicho, no ha siquiera empezado. ¿Cómo detener algo al que no le encuentro ni pies ni cabeza?
El nudo en mi garganta se vuelve insoportable, antes de hacer el ridículo al derramar un par de lágrimas, me hago con la botella y me sirvo yo misma un shot desbordante.
El último, me prometo.
Maxwell vuelve minutos después. Jamie y Stella se acercan con él. Hera se pone de pie tambaleante, acá a una hora a todas nos ha calado el alcohol en la sangre en tiempo récord, porque así bebimos, como en una competencia.
—Como te dije hace un rato, muñequita, no soy el dueño de este club, ese es mi padre y es él quien toma las decisiones, yo solo soy su aprendiz, y como comprenderás, Halloween es una fecha que nos llena los bolsillos, me temo que alquilarte el club en su totalidad, me traería pérdidas—Hera forma un puchero tiernísimo, que le saca una sonrisa ladeada al chico de mirada azul oscuro—. Sin embargo, podemos llegar a un acuerdo.
Enseguida el ánimo en mi amiga rubia cambia.
—Te escuchamos.
—Podríamos dividir las ganancias a un setenta por ciento ustedes y treinta por ciento nosotros. Alcohol, música y personal corre por cuenta nuestra, ¿qué te parece? Todos nos coronamos ganadores.
Hera pega un saltito de emoción. No estoy metida en este asunto, pero el saber que se ha conseguido una solución, me trae un alivio. Hera bajo ansiedad es como un animalillo asustado sin saber cómo escapar.
—Me parece un trato más que justo, Max.
Hera hace el ademán de darle un abrazo eufórico, la emoción del momento se la lleva cuesta arriba, pero él la detiene posando un dedo frente a ella, desvaneciendo el ánimo alterado de la rubia.
—Pero, hay una única condición que puedes aceptar, si quieres, por supuesto.
Hera sella los labios arrojando un vistazo veloz al costado, dónde Jamie actúa de guardia de seguridad. Ella se muerde el labio, salteando la vista precavida de uno al otro. Podías percibir la tensión saliendo de ella como ondas eléctricas, incluso se te adosaba al pecho al mirarle retorcerse los dedos.
—¿Cuál sería?—pregunta con la voz grumosa.
Maxwell abre las manos, como si estuviese a punto de dar la mega noticia del año.
—Aceptar ir a una magnífica cita conmigo.
No me hace falta observar a Jamie para saber que lo ha empujado fuera de sus cabales. Su cuerpo irradia enojo, blanqueo los ojos, no soy Hera y la situación se me hace ridículamente cansona.
—No pudiste lograr nada con ella en Múnich, ¿ahora la obligas aquí?
Maxwell hunde el ceño.
—¿Te estoy obligando, florecita?—pregunta a Hera, que no sabe que contestar—. No lo estoy haciendo. Hera, como yo, es una chica de negocios. Sabrá que es lo que le conviene, que no—sonríe ampliamente—, tu entras en esa última categoría y bien que lo sabes.
Jamie toma un paso adelante. Tan pronto como lo hace, Lulú se aferra a mi brazo. El miedo de que haya una pelea y vuelva a tener un ataque de pánico me pone en alerta, por lo que tomo su mano y aprieto con fuerza.
—Me das tanta vergüenza, Bornmann.
Maxwell se encoge de hombros, poco menos que nada le importa lo que Jamie tenga que decir, y lo deja en claro.
—Es preferible eso a ser un cobarde—devuelve con dejo de suficiencia—. A diferencia de ti, yo no le temo a Eros.
Jamie da un paso adelante, creo que incluso han apagado la música en el piso inferior, puesto que el silencio es denso.
—¿Qué es lo que intentas decir?—pregunta mordaz, con la cara roja y la mandíbula tensionada, como si buscara partirse los dientes con una sola mordida.
Maxwell no se deja amedrentar por el fuego encandilando la mirada verde de Jamie. Levanta el mentón retorciendo los labios, actitud altiva que ensombrece todavía más el semblante del rubio.
—Si no vas a comportarte como un hombre, apártate de mi camino.
Eso es todo. Jamie lanza un certero puñetazo al rostro de Maxwell. A Hera se le escapa un chillido de puro terror, el impacto de ver a Jamie de este modo tan crudo, me paraliza en el asiento, afianzando mi mano en la de Lulú, paralizada como yo.
Las chicas se mueven lejos, la única que se atreve a cerciorarse del estado de Maxwell es Paula, quien logra que el chico levante la cara, lo justo para ver un hilillo de sangre corriéndole por el mentón. A pesar de que se mira extremadamente doloroso, no muestra ningún signo de ello.
Jamie no espera a que Maxwell se recomponga, ni siquiera le importa que Paula este a milímetros del chico, él busca ir contra él, de nuevo. No obstante, Eros se hace presente en el instante justo, bajando el puño ensangrentado de Jamie de un tirón. Mantiene el ceño hundido, oscilando la vista entre los dos contrincantes.
—¿Qué pasa?—interroga con voz aversiva.
Hera, al notar que Maxwell iba a responder, se pone delante de él. Pálida como una hoja de papel, borbotea un repertorio de palabras que se entremezclan entre sí, sin llegar a darles sentido alguno.
—No entiendo, Hera, respira—pide su hermano.
—Maxwell está obligando a tu hermana a ir en una cita con él, si no, no le alquilará el maldito local.
Eros tuerce el cuello para ver a Maxwell. Este tampoco permitiendo que Eros le haga bajar la mirada, contesta:
—Y no me ha respondido.
Algo que no consigo descifrar se abre paso en el cariz agrio de Eros. Dentro del mutismo de la situación todos esperan una respuesta de parte de Eros, hundido en sus cavilaciones. Hera sigue torturándose los dedos, mordisqueándose el labio, a la expectativa de lo que su hermano diga, pero él no la mira a ella, si no a Jamie.
—¿Eso te ha hecho actuar de esta manera?—cuestiona con voz baja, un tanto oscura—. Me tiene que importar a mí, no a ti.
Jamie retrocede un paso, como si hubiese recibido una bofetada. No esperaba que Eros le contestara eso, y menos de esa forma tan arisca, o es lo que su rostro desencajado da a entender.
—Hera es de mi familia, lo sabes.
Eros entrecierra los ojos, fijando su mirada en él, parece que se comunican de esa manera, el de ojos verdes acaba rehuyendo del de ojos celestes segundos después. Eros desliza la mirada a su hermana, aferrándose al ceño arrugado.
—¿Qué piensas hacer?
—Necesitamos la fecha—Hera hace lo imposible por no ver a Jamie. Se vuelve hacia Maxwell, y añade—. Saldré contigo, Max, sabes que para mí no es inconveniente.
Eros da un aplauso, dando por finalizado el tema.
—Todo aclarado, ¿nos vamos?—cuestiona, Hera zarandea la cabeza negándose.
—No, en un par de horas más—comenta—. Sin peleas, se los pido de por favor.
Con el peso de los tragos encima, sus pupilas dilatas y el ardor de un sentimiento amargo quemando cualquier rastro de ilusión. Mis expectativas de esta noche han fallado. Lo que pensé que saldría mal, salió realmente bien. La saliva se me atasca en la garganta al percibir la mirada de Eros sobre mí, podía reconocerla incluso a través de la bruma del alcohol.
Yo sé lo que deseo, él también, darle largas al asunto solo me hace desvariar de mis verdaderos anhelos, no estoy dispuesta a repetir los sentimientos de esta noche, no quiero dudar de lo que realmente es, no me lo pienso permitir. Con solo pensarlo me dan ganas de abofetearme, que estúpida me siento, ¿cómo pude pensar...? Una risa me asalta y escapa de mi boca, estruendosa y sin motivo para el resto, me cubro los labios tratando de parar.
Soy mi propio chiste.
—¿Un trago?—pregunta Paula, tendiéndome otro chupito.
Niego, ya no lo necesito.
—Estoy bien—proclamo, sintiendo el pecho más ligero—. Estoy bien.
~
—Sr. Petricelli, tengo una pregunta para usted. Quizá le parezca tonta, pero me gustaría saber que piensa—comento, aprovechando los quince minutos que se toma para beber en tranquilidad la taza de café que Cecil le preparó. Minutos que estoy interrumpiendo vilmente, pero es su expresión pasiva lo me invita a proseguir—. En un caso hipotético de que decida donar mi cabello y la persona que le de uso comete un crimen y suelta una hebra en la escena, ¿podrían inculparme a mí?
Aparta la taza de su boca con aire pensativo. La duda nació la noche anterior al terminar de ver un caso criminal, me propuse buscar la respuesta en internet como suelo hacer, pero el cansancio me venció y fue cuando las puertas del elevador abrieron en este piso que la recordé.
Mi celular vibra en el bolsillo de mi abrigo, Hera ha pasado la última hora enviándome fotos del disfraz que nos consiguió para mañana por la noche.
No me entra en la cabeza como es posible que en una semana organizara y vendieron la mayor parte de las entradas, no lo sé, no voy al día con el evento, toda mi atención se la roban las mezquinas horas sentada en el escritorio, con la espalda adolorida y la nariz hundida en la pila de libros, cuadernos e impresiones.
Una semana de lo más extraordinaria. Siguiendo órdenes estrictas de mi hermano, me he perdido las reuniones después de clases en el acogedor nido de lujo de Hera, compartimos dos almuerzos en la mía, oyendo los determinados descargos de Hera contra el grupo de chicas, por tratar de mantener los eventos de la graduación con su toque de opulencia y suntuosidad.
Una tarea cuesta arriba por no mencionar imposible, si consideramos que un porcentaje de estudiantes prefiere cargar mochilas con sus útiles y demás cosas, por evitarse usar los lockers porque en la noche se meten a robar.
Aunque me reitero para mantener la actitud erguida y no bajar el rostro debido a la vergüenza que me genera pensar en eso, en mi fuero interno la burla de mi subconsciente me repite cada hora que me esforcé en esquivar a Eros porque he estado ocupada en mis asuntos, limitando la interacción en burdos saludos y despedidas manifestados en monosílabos y no por lo que sé y me hace llamear el pecho con un inusitado rencor.
Sí, es eso.
—Esa es una buena pregunta—concuerda Cecil, noto un temblor de susto en su risa nerviosa—. Sobre todo porque doné cabello hace un par de años. Nueva inseguridad que agregar a mi lista de preocupaciones.
Bosquejo un mohín en su dirección.
—Lo siento.
El sonido de la tasa sobre la madera me hace mover la vista hasta la posición del abogado.
—No hay preguntas tontas, muchacha, hay tontos que no preguntan—enuncia Andrea, estirando los labios en una sonrisa plena—. Sobre la pregunta, de hecho, sí, la respuesta es sencilla. Como sabrás, soy abogado, no forense, pero conozco algo del área. Para extraer ADN de un cabello, se necesita analizar la raíz y hasta donde tengo entendido, y que nos diga Cecil si es así, el cabello donado es cortado, no arrancado—se interrumpe así mismo con la risa que se le escabulle, suena como el ladrido de un chihuahua, cosa que me hace reír también a mi—. Perdóname, es que me imagine a Cecil calva. Continúo: por lo que si se llegase a encontrar tu cabello en una escena, no obtendrían más que lo que se conoce como el ADN mitocondrial, que no tiene un ADN específico, para identificarlo, se tendría que comparar con el de otra persona del mismo linaje materno. Pero no sirve para identificar a una persona en concreto, por lo que no es válido en un juicio.
Escucho atenta, moviendo la mano sobre la libreta, anotando lo más rápido que puedo la respuesta. En ella escribo cada consejo o información que Andrea me provee.
—Me esperaba algo así, pero no estaba segura. Gracias señor Petricelli.
Él asiente, volviendo a concentrarse en su café humeante.
—A tu orden.
—¿Te atrae el derecho penal, Sol?—pregunta Cecil, volteando la silla hacia mí.
Meneo la cabeza, indecisa.
—Sí, pero también el civil. No sabría cuál elegir.
—Puedes estudiar una rama y luego la otra como hice yo. Apenas culminé el postgrado de penal, comencé con internacional—aconseja Andrea—. En las mañanas, aquí, ejerzo el título Internacional, en las tardes me enfoco en casos penales. Deberías acercarte al bufete, te vendría bien analizar un caso conmigo, así vas formándote una idea más clara.
La emoción me estruja con agresividad el estómago. Nunca he visitado un bufete, ni en mis más locos sueños estuve en uno, la sola idea me pone loca de alegría, sería lo más cercano a conocer lo que, si las cosas salen como yo lo espero, mi futuro.
Bebo un trago descuidado, el líquido me quema y vuelve rasposa la lengua, más no opaca el júbilo que la sugerencia del abogado me ha causado.
—Eso sería magnífico, señor Petricelli—todo eso que siento, se cuela en mi voz.
El rostro de Andrea se arruga en una mueca confusa.
—¿No te había pedido que me llamaras Andrea?
Medito la respuesta soplando sobre el café.
—Es que a mi madre le parece irrespetuoso y valoro mucho mi vida como llevarle la contraria.
El abogado se arregla la corbata, riendo en compañía de Cecil. Da igual, llamarle de frente por su nombre de pila directamente tampoco se sentía correcto.
—Bueno, como te sientas más cómoda. Está bien para mí.
Asiento, tomando de la bebida caliente, esta vez con el cuidado de no acabar con la lengua escarapelada.
Y aquí, rodeada de archivos legales, acompañada por un abogado y su fiel asistente, el corazón, alebrestado y la promesa incierta de un futuro, mi visión se empaña de la escena de verme recibiendo la noticia de una beca completa para la universidad de mis fantasías.
El teléfono del escritorio de Cecil suena. El sonido me espabila, me alejo de divagaciones regresando la atención a la laptop luego de otro pequeño sorbo de café.
—Enseguida subo—escucho a Cecil decir—. Oh, ¿a Sol? Bien, ya se lo comunico. Si, cuídate cariño, ya la envío.
Las pulsaciones se me detienen ese segundo que la mujer menciona mi nombre. La última vez que sonó el teléfono y preguntaron por mí, era Eros, exigiendo que me liberaran de la jornada para que baje a producción. Andrea, solo por llevarle la contraria, le dijo que no y Eros lo llamó a su celular privado amenazándolo con algo que hasta hoy ignoro, pero que tuvo el peso suficiente para hacerle ceder.
Deslizo la vista a Cecil a preguntarle qué pasa, ella sostiene las manos juntas en su pecho, mostrando la sonrisa afable de siempre. Espero atenta a que me dé noticias.
—Querida, Helsen ha firmado los documentos que necesitamos aquí, pero ha requerido que subas tú a buscarlos—informa y un extraño sentimiento me atesta el estómago—. Con tu pase marca el numero treinta, las puertas abrirán directo al puesto de su secretaria la señorita Robertson, dile que vas de parte de Andrea para que te deje entrar a la oficina.
—Enseguida—digo, apretujando la boca en una sonrisa un tanto chueca.
Muevo la vista de ella a la pantalla, guardo los cambios en el documento y lo minimizo. Palpo el bolsillo trasero confirmando que la tarjeta sigue allí apenas me levanto del asiento. El que sea el tal Helsen quien pregunte por mí no lo hace menos engorroso, incluso podría afirmar que me siento peor. El piso treinta es el mismo donde Eros cumple sus horas, será demasiado incómodo aparecer por allí, así, de la nada.
Es muy probable que pase de mí y yo aquí, con los nervios en crisis.
Salgo de la oficina con el corazón latiendo deprisa, las palmas de las manos me empiezan a sudar. Las restriego contra el pantalón, no podía recibir documentos del vicepresidente con las manos húmedas.
Las puertas del ascensor se abren y tal como dijo Cecil, una mujer joven de piel trigueña y cabello castaño, se levanta de su puesto para recibirme con una sonrisa inmensa que me encantaría corresponder, pero me siento tan tensa que me resulta complicado.
—Hola, vengo de parte de Andrea Petricelli—anuncio una vez me detengo frente al escritorio.
Un asomo de reconocimiento brilla en su mirada.
—Pase—señala a la puerta de madera doble junto a su puesto—. El señor Tiedemann espera por usted.
Tomo un profundo respiro antes de caminar a la oficina percibiendo el drástico aumento de mis latidos. Después me reiré de esto, no existe razón para sentirme de este modo, lo único que tengo que hacer es entrar, recoger los documentos y salir. No más.
Doy un par de toques a la puerta, cuando oigo el 'adelante', la abro despacio con tanta expectativa borbotando dentro de mí que me siento a punto de sufrir un choque emocional.
Un paso dentro, vista fija en el piso de mármol. No cierro la puerta detrás de mí, sería un instante. Tomo el valor de mirar al frente, por fin, solo para llevarme dos grandes sorpresas:
Eros no encontraba por ningún lado y el hombre que llegue asumir, se vería como alguien que pasa los cuarenta años de edad, luce contemporáneo a mi hermano de veinticuatro. Posee un parecido espeluznante con Eros, guardando espacio a la gran diferencia, de que el hombre que me examina de pies a cabeza, es castaño.
Quizá sea porque ambos se proclaman dueños de las mismas pestañas espesas, no obstante, el color de su iris varía unos tonos más oscuros.
Me aproximo al escritorio en el centro del colosal espacio de grandes ventanales que exhiben una vista extraordinaria de Manhattan desde las alturas. El sitio es abierto y vacio, insulso. No tiene nada que acapare mi atención.
—Toma asiento por favor, Sol, ¿no es así?—asiento, divagando en porque razón no me da los papeles y ya. Me extiende una mano que tomo sin dudar—. Un gusto, Helsen Tiedemann. Tenía muchas ganas de conocer a la famosa novia de mi sobrino.
Tardo un instante en comprender que este intimidante hombre atractivo, es el tío de Eros. ¡Su tío! pero, ¿cómo? Una de las tantas veces que hable con Franziska, su abuela, me dejó en claro que tuvo un único hijo, Ulrich, padre de Eros y Hera. Lo más extraño es que su nombre lo he escuchado no más de tres veces de la boca de la misma Hera.
No sé cual de que sorprenderme más, si Franziska ocultando a su hijo o el que me confunda con la desconocida novia de Eros.
—No soy su novia. Soy amiga de Hera y compañera de clases de Eros—aclaro con la voz irregular. Eros y él sin dudas comparten genes, esa mirada poderosa no la tiene cualquiera.
El hombre de aspecto circunspecto y reservado, ladea la cabeza, confusión asediando sus facciones marcadas.
—¿De verdad? Es que estuvo muy insistente con el tema de tus horas comunitarias, lo malinterpreté, lo lamento—no suena muy convencido, pero lo deja pasar—. Ya sabrás que en la compañía no aceptamos pasantes de instituto, eres libre de sentirte afortunada. ¿Qué tal van las horas, por cierto?
La idea de que me ha pedido que venga por los documentos ha sido una excusa para decirme que no puedo continuar con las horas aquí me cruza por la mente, pero la sonrisa benévola que enseña me contradice.
—Muy bien, el señor Petricelli y Cecil son bastante atentos.
Asiente de forma ausente. Él no se preocupa por eso, pregunta por mera cortesía.
—No esperaba menos. Gracias a los millones de halagos que he escuchado sobre ti de Andrea y Cecil, tuve mis dudas, no entendía como alguien tan dulce e inteligente podría corresponderle a alguien como Eros—menciona, un dejo de insolencia asfixiando su voz gruesa—. Digo, es mi sangre, pero tengo que aceptar que es un completo desastre.
—¿Alguien como Eros?—pregunto recelosa.
Helsen se deja caer contra el espaldar de la silla, mostrando una mueca inocente en su expresión que no le compro. Lo miro encogerse ligeramente de hombros, distraído.
—Sí, ya sabes. Apenas hace, ¿qué? ¿Tres meses? Que culmino su condena en la cárcel, nada bueno.
En un latido, una vórtice sin fin se traga y obscurece mi psique.
La imprevista revelación casi escupida en mi cara y sin preparación me empuja a un colapso mental. Si tuviese un botón de encendido y apagado, ahora mismo se sentiría tal cual lo estuviesen sosteniendo en medio para dejarme fuera de enfoque. Eros y cárcel en una misma oración. Recojo los trozos de información, por fin, completando el rompecabezas.
Esos dos años que estuvo 'desaparecido', según lo que este sujeto me dice, los paso en prisión.
El cambio tan brusco que ha dado mi día ha sido extremo. De venir a recoger unos papeles, termino sentada frente al tío Hera y su hermano. Mismo tío que me acaba de revelar el secreto del que ni Hera ni su hermano han querido revelar. Me deja sin saber que responder.
Aparto la mirada de la suya. Debo verme como una lunática ahora mismo con los ojos abiertos de par en par, clavados en alguna parte de la desmedida oficina sin gracia.
—Perdone, no sé porque me diría algo tan delicado—musito. Paso la vista a mis manos unidas sobre mi regazo, demasiado cohibida por decir algo más.
Escucho como remueve algo sobre el escritorio.
—¿No lo sabías?
Niego.
—No, señor.
Suelta un largo bufido que me acelera el pulso.
—Bueno, mi querida Sol, te lo digo porque has pasado a estar en el ojo del huracán—el matiz de pena en su voz me hace levantar la mirada, para observar que me ofrece una tableta. Lo tomo con el corazón latiendo presuroso, sin esperar, para nada, encontrarme con la portada de una revista alemana con fotos de mi cara, la de Eros y pequeñas imágenes de nosotros en Staten y Coney Island, riendo, besándonos, sus manos tocándome—. A mí lo que Eros haga con su vida privada no me quita el sueño, sin embargo, es algo que por alguna razón de gran interés en Alemania. Es de conocimiento general que Eros ha estado preparándose para tomar el cargo de su padre, ahora más que nunca la prensa lo tendrá en la mira. Es cuestión de tiempo, muy poco, para que se filtre información de donde ha pasado los últimos dos años. La prensa será dura, incluso contigo.
》 Sol, me pareces una chica inteligente, y te lo digo ahora que estás a tiempo de saltar del barco sin sufrir consecuencias. Tienes un futuro brillante, no permitas que Eros te lo empañe.
No entiendo una palabra de la revista, una de los tantos tabloides de chismes que estuve ojeando aquel día que busqué el nombre de Eros en internet. Esto es como un mal chiste, el karma riéndose de mí. Verme en una posición tan expuesta en una situación que debería ser privada me abre un agujero negro en el pecho que se traga todas mis emociones. Estoy en blanco.
La presión en la garganta se vuelve cada vez más intensa con cada segundo que pasa. El manto que me recubre la mirada se hace incontenible, de modo que pestañeo repetidas veces, despejando el velo de lágrimas que me negaban la vista.
—Y-yo no...
—Sol—llaman a mi espalda. Como si no fuese suficiente, Eros aparece a mi lado. Me quita el dispositivo de las manos delicadamente, como si temiera hacerme daño. El cariz duro de ceño fruncido y mirada vehemente me advierte lo enojado que se encuentra—. Ve con Andrea.
Me levanto del asiento con movimientos robóticos, automáticos. Me sentía fuera de mi misma. Helsen me ofrece un par de carpetas y una sonrisa siniestra.
—Adiós.
Es lo último que le escucho decir antes de salir de la oficina con las carpetas apretadas contra mí y el corazón retumbando.
Apenas pongo un pie de vuelta en la oficina, Cecil me salto encima como un gato preguntándome si me sentía bien. Por lo visto, mis sentimientos se han exteriorizado y mi semblante denotaba tal palidez que la mujer corrió a prepararme un vaso con azúcar asegurándome que mi tensión había descendido peligrosamente.
Aquí me encuentro, con miles de interrogantes, miedo sobre la repercusión que me traería el que mi cara cubierta por una máscara de placer ruede impresa y por internet como el chisme del año. Pero con la esperanza de que el agua dulce me calme los nervios y me deje pensar con la cabeza fría.
Como Martín o mis papás se enteren de esto... o alcance los limites de Varsity, que seguro lo harán...
Agito la cabeza despejándola de esos pensamientos que en este momento, no me hacen bien.
—No sabía que el vicepresidente fuese tan joven—comento como si nada, dejando el vaso vacío junto al ordenador.
Cecil voltea a verme con una sonrisa dulce adornándole el visaje.
—Oh, sí. Helsen tiene veintinueve años. Pero si me dice que tiene veinticinco se lo creería. Guarda mucho parecido con Eros, tienen los mismos ojos encantadores, justo como Ulrich, ¿no crees?
No, no lo creo. Los de Eros son más... bonitos.
—Es muy joven para ser vicepresidente—manifiesto, impresión manchando mi voz.
—De hecho, sí. Pero Tiedemann Armory es una compañía familiar, apenas nace un heredero, se le enseña, indica e instruye sobre el negocio. Son capaces de grandes cosas a temprana edad—dice Cecil, asomando una gran sonrisa orgullosa—. Te sorprenderías al saber las edades de los anteriores. Ulrich ascendió a la presidencia a los treinta años, esperamos que Eros ascienda más joven aún.
Enarco las cejas, impresionada.
—Eso es mucha carga para alguien tan joven.
—No para los Tiedemann, cariño.
—¿Eros será adoptado?—declara Andrea en tono de broma.
Cecil le envía una mirada odiosa.
—El muchacho está demostrando que es capaz. Tu solo estas enfadado porque en un par de años será tu jefe.
Andrea golpea con la palma abierta la pared que tiene al costado.
—El día que Eros tome la presidencia, será el mismo día que mi trabajo en esta empresa termine—decreta el abogado, pegando un golpe en la mesa con los nudillos.
Cecil se lo toma a broma. Lo mira por encima de sus gafas delgadas, sonriendo de manera osada.
—Qué bueno, así podre postular para el puesto de asistente.
Andrea la ignora, volviendo a sus oficios. Cecil me guiña un ojo y regresa la atención a la pantalla de la computadora.
Tres minutos más tarde o eso calculo, justo cuando el agua dulce comenzaba a resultar efectiva, la puerta de la oficina se abre estrepitosamente. La imagen de Eros con la camisa manchada de sangre y el labio roto nos hace pegar un respingo de susto en los asientos.
¡Hace unos minutos se encontraba en perfectas condiciones! ¿Cómo es que ahora se mira así?
Barre el lugar con la mirada hasta toparse conmigo.
—¡¿Qué demonios...
Andrea se calla a medio grito cuando Eros lo apunta con ira contenida.
—Ahórrate los insultos, no estoy de humor.
Cecil se acerca a él con las manos tapándose la boca.
—¡Dios mío! ¿Qué te paso?
Eros no la mira. Sigue con los ojos puestos en mí.
—Nada. Sol, recoge tus cosas. Nos vamos.
NO. No tengo ganas de tratar con él. Luego, cuando me sienta más calmada, hablaremos sobre el horrido asunto de las imágenes filtradas.
—No he terminado mi trabajo—me pareció oír un gruñido
—No discutas conmigo.
—No quiere irse contigo—rebate Andrea.
Eros ni voltea a mirarlo.
—Sol—insta empezando a perder la paciencia.
—Te ha oído—protesta Andrea.
Eros toma una profunda bocanada de aire.
—Andrea, no es el momento—interviene Cecil. Gira la cabeza para mirarme con los ojos alterados—. Sol, ve mi niña, no pasa nada.
—Pero...
Eros se aprieta el puente de la nariz. Los nudillos enrojecidos quedando a la vista.
—¡Sol!
Me rindo.
—¡Bien! Ya voy.
Arrojo mis cosas la mochila sin preocuparme como quedan. Eros espera por mí en la puerta con gesto turbado, me despido lo más rápido que puedo de Andrea y Cecil, una mirada de disculpa que ellos me devuelven con un ademán tranquilizador de las manos. Salgo de la oficina con Eros detrás de mí.
El ascensor ya tenía las puertas abiertas, una vez dentro, Eros revisa el estado de su labio en el espejo, se limpia el rastro rojizo corriendo mandíbula abajo, afincando la mirada en mí a través del reflejo, todas mis interrogantes se arremolinan en mi lengua, abro los labios pretendiendo lanzarle al menos una, pero el estado de impresión no termina de soltarme.
Imagino que a él tampoco, porque de esa boca rota no sale nada.
En el estacionamiento dudo si subirme o simplemente dar la vuelta y salir del edificio, fluctúo en medio de dos opciones: irme y pensar las cosas con la lucidez perdida hace un rato, o enfrentarle de una buena vez, otra vez, yendo por el acabose de la indecisión.
Me desencanto por la segunda.
Y varios minutos de silencio asfixiante después en el trayecto a su casa, mis dedos tensos recibiendo el castigo de todo este revoltijo en forma de pellizcos, entramos al recibidor.
No me da tiempo de preguntarle sobre nada, tira de mi brazo empujándome contra él, mi mochila cae al suelo junto a mis pies en el momento que une nuestros labios en un beso atormentado con sabor a sangre, cigarro y café.
Me digo que tengo que pensar empleando toda la lógica que pueda, pero es tan complicado cuando su boca descontrolada me la quita a mordiscos febriles. Podía sentir su dureza a la altura de mi estómago, trastornándome. Mis manos se mueven a su pecho percibiendo el ritmo enloquecido de sus latidos contra mis dedos hambrientos de tocar más que la ropa, despacio, traslado las manos a su cuello coincidiendo con su piel ardiente y pulso agresivo, de la que no tengo suficiente.
Me paro sobre las puntillas de mis pies, queriendo colmarme los sentidos de su aroma, buscando sentirle más de cerca.
Sus manos navegan debajo de mi camisa, el frío de sus anillos contra mi piel me hace arquear la espalda, mis pechos sensibles tocan sus pectorales, devorándome con avidez, adelanta un paso obligándome a retroceder, y otros más. Mi espalda toca la pared, me besa con tanto ahínco que temo por la herida de su boca, más no se queja, se adueña de mi cintura colocando sus manos cual grilletes en torno a ella, reclamando mi boca al punto que se me hizo imposible seguirle el ritmo. Eros se despega de mis labios, no de mi piel, continúa desperdigando mordiscos y chupetones discretos a lo largo de mi mandíbula, erizando cada vello poblando mi piel sensitiva a causa de sus caricias.
Solté un jadeo cuando le sentí succionar gentilmente cierta zona en mi cuello, provocando el declive de mis piernas, apenas sosteniéndome de la anchura de sus hombros, me permito disfrutar de la ola de sensaciones extraordinarias recorriéndome entere. Mientras sus besos bajan a lentitud desesperante, sus manos ascienden, explorando lugares peligrosos, pero tan necesitados como la protuberancia presionando contra mi cuerpo, entonces...
Prisión. Revista. Indecisión.
Los términos ocupan mi mente en turbulencia, abro la mirada de golpe, rebuscando en mi interior por un resquicio de cordura.
—Por eso desapareciste— digo con la voz jadeante, reprimiendo el gemido al sentir la leve succión en la piel de mi garganta—, porque estuviste en prisión.
—Lo estuve—acepta, concentrando todo su deseo en el lametón en medio de mis clavículas, logrando que me retuerza entre sus brazos.
Me separo unos centímetros, el contacto piel contra piel bloquea cualquier pensamiento coherente. Él me observa unos segundos, los suficientes para intimidarme con la intensidad que despliega su mirada.
—¿Por qué?—hace el amago de reunir nuestros labios, ladeo el rostro consiguiendo un duro beso en mi mejilla—. Detente.
Conecta su mirada insondable un segundo en la mía, luego a mi boca y de regreso a mis ojos antes de apartarse. El besuqueo terminó. Me cruzo de brazos apretando los muslos, buscando aminorar la ansiedad hecha humedad adherida a mis bragas.
Entiende que no dejaré que me bese hasta tener respuestas, asiente una vez, me deja ir, encaminándose al bar para servirse un trago de... algo.
—No tiene importancia—repone, tomándose el trago de un golpe, acomodándose la erección.
Cierro los ojos tomando aire. Más por evitar mirarle el pantalón abultado que en pro de mi tranquilidad.
—¿Me sacaste de la compañía para no decirme nada?—cuestiono, centrando la mirada en la entrada de la cocina.
—Te saque de allí porque me muero por besarte—sentencia, me muevo detrás del sofá al oír sus pasos tomando su camino de regreso a mí.
Doy de frente con él, el mueble portándose cual muralla en medio de nosotros. Rueda los ojos colocándose las manos en las caderas. Reparo en la hinchazón de su boca mojada de licor y producto de los besos. Relamo mis labios deshaciendo—intentado—la sensación de querer pasarle la lengua por encima.
—Tu pregunta iba de donde, no el porqué de mi ausencia.
Sus pupilas dilatas resplandecen obstinadas.
—Bien, ¿y por qué te enviaron allá?
Consume un trago del líquido ámbar.
—Eso no puedo decírtelo.
—¿Por qué?
—Porque no es mi historia para contar.
El corazón me cae a los pies cuando mi mente se acumula de esas perturbadoras imágenes.
—Esas fotos, Eros...
—En este momento deben estar fuera de la web, es delito divulgar esas imágenes, no tienes dieciocho años—acota, riguroso y fríamente adusto—. Es un hecho irreversible, lo comprendo, haré lo que sea para evitar que vuelvan a esparcirse.
El corazón me sube a la garganta, atascando el fluir de mi respiración.
—Dios, si esas fotos llegan a mi familia—lo encaro, fúrica—. ¡Todo es tu culpa! ¡¿Qué no pudiste esperar a tocarme en un lugar privado, joder?! ¡Todo tu país sabe que me has puesto la mano en...! Además, ¡no quiero verte ahorita, estoy molesta!
Percibo el desconcierto carcomiéndole.
—¿Por qué? ¿Qué carajos hice?—espeta, irguiéndose—. Eres tú la que ha me ha ignorado toda la puta semana sin motivo, ¿o te recuerdo las veces que cambiabas de pasillo o corrías fuera del salón para evitarme? ¿Crees que no me doy cuenta de ti, Sol Herrera, si pisé este país pensando tu cara?
Mi pecho se comprime producto de una sensación ambigua.
—¡Escúchate! ¡Suenas como un desquiciado!
Adelanta un paso certero, cohibiéndome en el acto.
—¿Y si lo estoy qué?
—Pues no quiero que sea por mí—decreto y no me lo cree porque yo ni en mis palabras confío.
Se restriega la cara con las manos, su boca aún exhibiendo sangre seca en la cortada.
—Regresemos al asunto, ¿por qué estás molesta? ¿Por qué te metí dos dedos y no tres?
¡Sí, maldito, sí!
—¡Eres un jodido imbécil! ¡No haces más que escupir estupideces!
Sus manos toman las mías, las une, inesperadamente besa mis nudillos y procede a presionarlos contra su pecho, respirando con esfuerzo. Su apacible actitud me desconcierta, me cuesta comprender que es él, el dueño del temperamento más jodido y volátil que he conocido en tan breve tiempo, quien sea el que consuma la situación a través de la quietud, incluso advierto que lo hace de manera automático, como si estuviese programado.
Parece que él también necesita la calma.
—Respira y baja la voz, Cleo debe disfrutar del espectáculo en vivo como nadie—masculla con aprensión—. Ahora dime, por favor, quiero oírte, ¿qué es lo que ocurre?
La valentía se deslava de mi pecho. Pensarlo si quiera suena tan... insubsistente.
Pero levanto el mentón, tengo que arrancarme la espina o jamás me permitiría sentir con libertad.
—¿Tuviste un trío con Irina y Christine?
Su ceño se profundiza.
—¿Quién te dijo eso?
—Ellas y lo dijeron muy confiada—replico, cruzándome de brazos—. ¿Lo vas a negar?
No lo medita.
—No.
Mi corazón da un vuelco.
—De todas las chicas lindas de Varsity, ¿se te ocurre meterte con ellas? ¡Le pegaron a Lulú en la cabeza! ¡Nos insultan a tu hermana y a mí cada vez que nos miran!—clamo, la mezcla de rabia y desazón quemándome vilmente—. ¡¿Por qué siento que lo hiciste a propósito?!
—¿Por qué haría eso?—espeta, forjando mis ganas de quitarle la sonrisa con mis uñas—. El mundo no gira a tu alrededor, Sol Herrera.
—Pero tú sí, Eros Tiedemann, y me lo demostraste cuando susurrabas mi nombre mientras cogías con otra—replico, saboreando la bifurcación del sentimiento, glorioso por tener sus deseos, pútridos, porque no los cumplió conmigo—. Yo sé que es lo que quieres.
Sus pupilas dilatas resplandecen.
—Ilumíname.
—Acostarte conmigo—contesto con demasiada, casi obtusa seguridad—. ¿Y sabes qué? No tenías que intentar comprarme regalándome un celular, o meterme a fuerzas en la compañía. Tu sinceridad vale más que eso.
Me aparta de él, rompiendo la burbuja que nos envolvía, fuerte desconcierto tiñéndole las facciones.
—No sé de que hablas.
Arqueo las cejas.
—¿No quieres acostarte conmigo?
Me mira como si tuviese dos cabezas.
—Si, por supuesto. Pero lo que hice, lo hice sin esperar nada a cambio—increpa con la voz ronca.
Me lo ha confirmado. Eso es todo lo que necesitaba para dar el paso y quitarme la marca de ser la renegada sin el temor de ser rechazada. Si esto es lo que él quiere y yo también, ¿Por qué alargar las cosas? Eso lo complicaría más.
—Bien, hagámoslo.
Bajo la mirada atenta y exquisita de Eros, cometo el acto más osado que he hecho en mucho, mucho tiempo.
Me quito la camisa y en el segundo que lo hago, la vergüenza ligada con arrepentimiento me azota tan fuerte que me enredo con la prenda y para evitar que me vea el sujetador, no me la pongo de regreso, formo una bola con ella y la apretujo contra mi pecho. No quiero que me vea los pechos, no quiero eso.
Eros se presiona la sien, negando con la cabeza en un ademán exasperado.
—Sol—gruñe—, vístete.
Me niego.
—No, vamos acabar con esto. Solo, solo déjame ponerme la camisa y...
—No te voy a voy a poner ni un dedo encima—me interrumpe, y las pulsaciones se me detienen.
—Wow, gracias—susurro con un matiz decepcionado que no pude reprimir.
Doy un paso atrás, sintiendo el rechazo golpearme como un tractor. Esto pasa por no pensar las cosas antes de hacerlas, esto fue una mala idea, claro que lo fue. Si no intento nada antes. La garganta me pica, las lágrimas suben a mis ojos tan rápido como mi rebuscada convicción cae en picada, estrellándose en el suelo y volviéndose pedacitos.
Eros capta mi actitud retraída. Frunce el ceño, quitándose el saco para cubrirme suavemente con la prenda.
—No es lo que piensas—se apresura a decir, apuntando al ascensor—. Alguien viene subiendo.
De pronto, las puertas del elevador se abren y Lulú, Hera y Jamie entran a la estancia cargando sonrisas que se convierten en gestos de espasmo en cuanto sus miradas advierten mi presencia en medio del salón, con el saco de Eros cubriéndome el torso casi desnudo.
Quiero gritar hasta desaparecer, no sé la conexión entre un hecho y el otro, pero deseaba con la poca fuerza que me restaba que eso pasara.
Esto no puede estar pasándome. Mi mejor amiga no puede conseguirme a medio vestir frente a su hermano. No puede.
—Buen provecho—expresa Jamie con una sonrisa tan grande como la de Lulú.
Se me escapa un gemido de vergüenza. Jamie pasea la vista de mí a Eros, nota la severa mirada que él le lanza y enseguida se cubre los ojos con una mano.
—¡Lo sabía!—exclama Hera, dando saltos, sus tacones de suela roja resonando por todo la estancia—. ¡Lo sabía!
Carajo, mierda, ¡quiero correrla de su propia casa!
La mano de Eros me palpa la cintura y me somete a un leve apretón antes de cernir su sombra ancha sobre mí y acercarse a mi rostro.
—Ve con ellas—murmura, su aliento cosquilleando mi piel—. Tú y yo hablaremos después.
Eso, aunque se escucha como una advertencia, lo siento una promesa.
Hasta con anillos dijo Sol😳
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