CAPÍTULO SIETE
[ THE FIRST WOMAN ]
CAPÍTULO SIETE
❛nadie lo había conseguido en diecisiete años❜
EL ENTRENAMIENTO HABÍA SIDO más duro de lo que creía. Ya no solo se sumaba la poca formación física que presentaba, si no las malas comidas y el poco compañerismo que tenían conmigo. Si no fuera por Steve, con el que compartía la misma situación de soslayo y cansancio, esto sería aún más difícil.
Además estaba el hecho de tener a mi hermana como supervisora. Había hablado largo y tendido con ella, llegando al acuerdo de no decirle nada a nuestros padres y por lo tanto seguir formándome en el ejército.
─Esta es mi vida ahora, Peggy -le había dicho después de uno de sus largos discursos sobre el peligro y la desfachatez de engañar a mamá y papá.
─¿Te das cuenta de dónde te estás metiendo?
─¿Y qué hay de ti? -le pregunté levantándome de la cama. Estábamos en su habitación- Se supone que eres enfermera, no un agente secreto del gobierno británico.
─No soy agente secreto, llevo un caso secreto, que es diferente -me corrigió.
─Eso es lo de menos. ¿Por qué tú sí, y yo no? -inquirí- Puedo hacer esto, Peggy. Solo tienes que confiar en mí.
A partir de ahí no volvimos a tocar el tema. Me trata como a una igual, nada de favoritismos por ser su hermana. Si tiene que gritarme delante de todos, me grita, si tiene que castigarme con dos vueltas más a la base por no hacer bien los ejercicios, también lo hace.
De hecho, ahora mismo estábamos corriendo. Steve y yo éramos de los últimos en la fila y Peggy nos miraba desde el asiento del coche en el que ella iba montada como si quisiera matarnos. O al menos a mí. Yo no tenía mucha resistencia, pero corría como un rayo. Podría haber adelantado a Steve desde hacía tiempo, pero no quería dejarlo el último. Por eso mi hermana me asesinaba con la mirada, no entendía por qué respaldaba tanto a Steve.
─Vamos, Rogers -le apremié- Un poco más.
─Sigue tú -jadeó moviendo la mano con desdén- No te quedes atrás por mí.
─No seas idiota, estamos juntos en esto.
Las pocas semanas que llevábamos en la base habían bastado para que entre Steve y yo creciera un lazo bastante estrecho. Podría decirse que éramos buenos amigos. La gente pensaba que éramos pareja; incluso mi hermana o el Coronel Philips lo hacía.
Si de algo me había dado cuenta era que, aunque Steve no fuera el hombre más fuerte del mundo, sacaría pecho por defenderme aunque se tratara del mismísimo grandullón de Hodge. De hecho, más de una vez le había plantado cara por reírse de mí, pero el pobre había acabado chorreando por el vaso de agua que le habían arrojado.
─No tendrías que haberle dicho nada a ese idiota -le había comentado mientras le ofrecía unas servilletas para que se secara la cara.
─¿Y dejar que continuara riéndose de ti? -preguntó retóricamente aceptándolas, sus dedos rozando con los míos por un fragmento de segundo. Nos miramos- N-Ni hablar. Estamos juntos en esto.
Así que ese es el motivo por el que le tengo tanta estima a Ojos Azules; el otro día había sido por mí al haberme defendido de Hodge, hoy era por él para no quedar como el único endeblucho del grupo. Los dos éramos los soldados de pacotilla, según había oído que nos llamaban.
─¡Pelotón, alto! -el sargento de formación gritó y todos automáticamente dejaron de correr. Steve y yo no, nosotros tuvimos que seguir caminando hacia él pues estábamos unos metros más por detrás- Esa bandera indica que estamos a medio camino -dijo señalando con el dedo índice el mástil- Aquél que me la traiga vendrá en coche con la agente Carter.
En seguida todos empezaron a intentar subir por el mástil para coger la bandera. Miré a Peggy y ambas pusimos los ojos en blanco.
Hombres.
─¡Vamos! -apremió el sargento de instrucción cuando veía que todos los que lo intentaban caían deslizándose por el mástil. Incluso Hodge había fallado- ¡Nadie lo ha conseguido en estos diecisiete años, fuera!
Se rindieron ante las palabras del hombre y siguieron caminando, pero Steve y yo no queríamos continuar el largo camino a pie. Estaba cansada y me tentaba poder ir en coche con mi hermana, quería al menos intentarlo. Steve también opinaba lo mismo; además de que él era asmático.
Ambos caminamos hacia el mástil y alcé la vista hasta la bandera que ondeaba al viento. Sin duda sería imposible de llegar hasta ella, y eso Steve lo sabía. Bajé la vista hasta el pie de ésta, donde dos tornillos sujetaban el mástil a una pequeña base circular. Le di un codazo a Steve y entonces lo comprendió.
─¡Carter, Rogers, entren en la formación! -nos gritó el sargento.
Steve hizo caso omiso y se agachó para retirar los dos tornillos y dejar sin sujeción el mástil, mas este no hizo el menor movimiento. Alcé la pierna y le di una patada, causando un estridente ruido y levantando una capa de arena. Caminé hasta la bandera del suelo y la descolgué de sus soportes, doblándola y pasándosela a Steve.
─No -se negó- Tú has tenido la idea.
─Tú has pensado lo mismo -le dije- Tómala tú, yo puedo aguantar unas millas más.
─¡Los dos, tortolitos! -gritó Peggy- ¡Subid al coche!
Steve y yo nos miramos, él con una fina capa de rubor sobre sus mejillas y yo con una sonrisa divertida ante la bromista de mi hermana. Le pasé la bandera al sargento, que nos miraba sorprendido como el resto de nuestros compañeros, y junto a Steve, me subí al coche con Peggy y el conductor.
─Bien hecho, camaradas -nos felicitó dándonos una palmadita en la espalda a cada uno.
─¿Realmente hacía falta lo de "tortolitos"? -pregunté mirándola mal.
─Hacía falta -asintió haciéndome negar con la cabeza pero sin poder evitar sonreír. Había echado de menos sus bromas o comentarios pesados.
Terminar con el entrenamiento aquél día había sido todo un alivio. Me dolían las piernas como si estuvieran hechas de cemento. Teníamos el resto de la tarde libre, así que decidí aprovechar y darme una ducha rápida antes de que llegaran nuestros compañeros. Steve y yo nos dedicamos a hablar cada uno desde su cama; él arriba y yo abajo. Me di cuenta que aún no lo conocía del todo, quiero decir, no sabía mucho de su vida a pesar de llevar ya cerca de dos o tres semanas. Si íbamos a ser compañeros, ¿qué mejor conocer la vida el uno del otro?
─¿Jugamos a las preguntas? -pregunté de repente, rompiendo el silencio que se había creado entre los dos. No había sido un silencio incómodo, más bien de cansancio. Los dos estábamos agotados, pero el aburrimiento me superaba, así que...
─¿A las preguntas? -inquirió confundido. Los muelles de su colchón crujieron encima de mí.
─Ya sabes, nos hacemos cualquier pregunta y la respondemos -le expliqué- Para conocernos mejor, apenas sabemos nada el uno del otro. Ni si quiera sé cuando es tu cumpleaños.
─El cuatro de julio -respondió- Me toca.
─Eso no contaba como pregunta -refunfuñé dándole una patada a su colchón, haciendo que soltara una carcajada- Bueno va, pregunta.
─¿Cuándo es el tuyo?
─Trece de noviembre. Me toca -callé durante unos segundos para pensarme la pregunta- ¿Cuál es tu comida favorita?
Oí a Steve soltar una carcajada. Supongo que había meditado demasiado para una pregunta tan cutre.
─Me gustaba todo lo que cocinaba mi madre, pero supongo que el pastel de carne era mi favorito. Esa mujer realmente sabía hacerlos bien.
─Hablas de ella en pasado -me fijé.
─Murió de tuberculosis, era enfermera y se contagió -su voz no sonaba débil o quebrada, más bien era como si estuviera explicándome lo que hizo la semana pasada. O bien la pobre mujer había muerto hacía tiempo, o Steve no era de exteriorizar sus sentimientos. Sonaba mejor la segunda opción.
─Lo siento muchísimo, Steve -comenté apenada- ¿Cómo era ella?
─Ella era... fantástica -resumió en una sola palabra- Se llamaba Sarah y era la mejor cocinera, enferma y madre que tuvieras la suerte de encontrar.
Sonreí ante las cariñosas palabras hacia la difunta mujer.
─Amaba a mi padre, iba todas las semanas al cementerio a ponerle flores. No faltó ni un día.
─Tu padre...
─Murió en la guerra, ya hace muchos años de eso -respondió- Yo era solo un niño.
─Debe de ser difícil perder a las personas más importantes de tu vida -solté en voz baja más para mí misma que para él.
─Por suerte tengo a Bucky -dijo. No podía verlo pero estaba segura que una sonrisa cruzaba su rostro- Él es más que un amigo para mí. Es mi hermano. Siempre ha estado ahí cuando más necesitaba.
─¿Sabes Steve? La fuerza y los músculos no son lo que te hacen un gran hombre, si no el coraje y el corazón que uno tenga -dije- Y tú has sido muy valiente por afrontar la vida solo y de esta manera, además de tener un gran corazón.
Me arrepentí al instante de haber dicho aquello. No por haberle halagado, si no por sonar tan estúpida. Steve no necesitaba que nadie le dijera aquellas cosas, no necesitaba la pena de nadie y el consuelo de ninguno; él era auto suficiente por sí mismo. No obtuve respuesta alguna de su parte, lo que me hizo sacudirme más por dentro y sentirme todavía más tonta. Me mordí el labio inferior y tapé mi cara con frustración.
─Gracias Sharon -dije de repente, haciendo que soltara un suspiro de alivio- Eres una buena amiga.
─¿Pasamos a la siguiente pregunta? -propuse cambiando de tema. Los sentimentalismos no se me daban bien.
─¿Me tocaba a mí?
─Adelante.
─Flor favorita -pidió.
─Uh -exclamé- Nada de rosas, eso es tan típico.
─Tienes toda la razón -asintió.
─Creo que me gustan mucho las margaritas.
─¿Crees?
─Bueno, es que estoy entre esas y los girasoles -expliqué- No lo sé, me gustan las dos.
─Margaritas y girasoles -repitió Steve como si estuviese mentalizándoselo- Tu turno.
─¿Qué pedirías en este preciso momento si no hubiese ninguna guerra?
─Vaya, esa es una pregunta difícil de contestar -comentó rascándose la nuca- Creo que sonará un poco típico, pero...
─¿Un ramo de rosas?
─No hay nada más típico que un ramo de rosas -rió Steve ante mi broma- Pero no, no es eso. Supongo que pediría poder formar una familia.
─Pero Steve, eso no es algo que tengas que pedir, es algo que obviamente pasará.
─¿Tú crees? -preguntó, aunque sonaba a que lo hacía retóricamente- No todo el mundo tiene la suerte de encontrar a una mujer que quiera pasar el resto de su vida con el mismo hombre y tener unos hijos que le quieran.
─Claro que sí.
─De todas formas, ¿quién sabe si voy a poder tenerlo o no?
─¿Por qué dices eso? -inquirí irguiéndome en el colchón, haciendo sonar los muelles de éste. Mi pregunta pronto cayó con su respectiva respuesta. Volví a sentirme un poco estúpida- La guerra pronto acabará, estoy segura.
─¿Y quién dice que saldremos de ésta?
─Oye, ¿desde cuándo tú eres el negativo de los dos? -pregunté. Salí de mi cama y me puse en pie. Steve no se esperaba que fuera a levantarme, por lo que su cara adoptó cierta expresión de sorpresa y confusión- Cuando la guerra acabe los dos vamos a salir de noche, tú buscarás a tu socia para bailar, te enamorarás, os casaréis, tendréis hijos y una vez al mes me invitarás a cenar a tu casa y recordaremos viejos tiempos en el frente. ¿Qué te parece?
Steve rió fuertemente y se sentó sobre el colchón, haciéndome hueco. Me senté a su lado y me miró aún con una sonrisa en los labios. De alguna manera aquella sonrisa, junto a tener a mi hermana, era lo único que me animaba a pasar los duros días en la base. Sé que sonaba un poco cursi y absurdo, pero era la verdad. Si Steve se reía, todo estaba bien.
─Me parece perfecto -asintió aún alzando la comisura de sus labios- ¿Qué hay de ti?
─Oh, de mí. Buena pregunta -dije sacudiendo el dedo índice varias veces- Digamos que la noche en la que salgamos a bailar y tú ya hayas encontrado a tu pareja, yo ya habré espantado a todos los hombres del local.
Steve echó la cabeza hacia atrás y soltó una enorme risotada.
─Los habré dejado a todos cojos por pisarlos, realmente soy horrible bailando -me sinceré riendo- Después de eso, intentaré encontrar acompañante para tu boda, pero elegiré ir con mi hermana. A partir de ahí me rendiré, dejaré de buscar marido y me convertiré en la tía loca de tus hijos -Steve prácticamente estaba llorando de la risa, todos los ahí presente nos estaban mirando un poco raro pero no me importó en absoluto y continué relatando la historia de mi futura vida entre carcajadas- Ya sabes, la loca de los gatos.
─Vale, suficiente -pidió moviendo su mano como símbolo para que parara- Eres realmente una melodramática, es evidente que nada de eso sucederá.
─Cierto, para empezar no tendré gatos. Soy alérgica y seguramente hasta ellos huirían de mí.
─No seas absurda -rió Steve- ¿Te digo lo que realmente sucedería?
─Soy toda oídos -hice un movimiento de brazos para alentarle a continuar con el relato.
─Cuando lleguemos, ninguno de los dos encontrará pareja de baile y ahí se acabará la noche. Volveremos a nuestras casas y al día siguiente acordaremos no volver a salir a menos que estemos seguros de tener alguien con quien bailar.
─Eh, si sigues así de negativo no vas a encontrar a nadie con quien bailar.
─Bueno, de todas formas, no las veo haciendo cola para hacerlo -comentó mirando sus manos. Yo suspiré e hice que me mirara- No me mires así.
─¿Y por qué no van a querer bailar contigo, eh?
─No soy la clase de hombre por el que las mujeres hacen cola por bailar -repitió haciéndome negar con la cabeza.
─Yo haré cola por ellas -dije sonriendo. Steve imitó mi gesto, aunque una capa de rubor cubrió sus mejillas- ¿Te parece bien o no?
─No sé bailar -se sinceró riendo nervioso.
─Yo tampoco -dije encogiéndome de hombros.
─¿No haremos un poco el ridículo? -preguntó alzando una ceja.
─Oye, estamos juntos en esto, ¿no? -dije golpeándole el hombro con el mío propio.
─Estamos juntos en esto -asintió con la cabeza mirando sus manos.
─Bueno -dije- ¿A quién le tocaba preguntar?
Steve soltó una carcajada y me miró negando con la cabeza. Adoraba esa forma de decir "estás completamente loca" sin articular ninguna palabra. Puede que sí, que estuviese loca, pero eso era cosa mía.
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Este capítulo fue el que más me gustó escribir. No sé, shippeo mucho a Sharon y a Steve. Espero que os haya gustado tanto como a mi escribir para vosotras. No tengo nada más que decir, solo que deis a la estrellita si os ha gustado y comenteis cualquier cosa que pueda cambiar o que esté bien así.
Muchos besos, ¡nos leemos!
-Mina Vega, xx
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