CAPÍTULO ONCE

[ THE FIRST WOMAN ]

CAPÍTULO ONCE

❛el primero de muchos❜


    SALIMOS CORRIENDO COMO ALMA que lleva el diablo. Mis pies parecían pesar como plumas, por lo que la velocidad que alcancé fue increíblemente rápida. Casi no sentía el control de mí misma. El infiltrado que al parecer había robado la última muestra del suero había acabado con la vida de la pobre anciana que cuidaba de la tienda de antigüedades que servía de tapadera para ocultar el laboratorio. Fuera, vi a mi hermana parada en mitad de la carretera con una pistola en alto y con el ceño fruncido, apuntando a su objetivo con precisión, el cual era un coche que se acercaba a ella peligrosamente.

─¡Peggy, no! -grité corriendo hacia ella y lanzándola a un lado del pavimento para evitar que la atropellasen. Mis hombros impactaron contra el frío y duro asfalto, pero por sorpresa no me dolió.

─¡Lo tenía! -gruñó levantándose.

─¡Perdón! -me disculpé corriendo detrás de Steve, el cual le seguía el paso al taxi que había robado aquél hombre.

Seguimos corriendo sin parar. Horas atrás, si estuviese haciendo esto, mis pulmones arderían pidiendo un respiro -o dos- y posiblemente habría caído inconsciente por falta de oxígeno, pero ahora era diferente. Perdimos de vista al taxi, pues se dirigió hacia otra calle, aunque ésta estaba separada entre dos más de la nuestra. De repente un ciclista chocó contra mí y caímos al suelo.

─¡Lo siento, lo siento! -me disculpé levantándome rápidamente y ayudando al hombre a levantarse- ¡Lo siento!

Entonces no solo había perdido de vista el taxi, si no a Steve. Me desvié por otra calle intuyendo la dirección que tomaría el ladrón del suero. Por un momento me preocupé por Steve, pero me dije a mí misma que estaría bien.

Y hablando del rey de Roma, o de Brooklyn, en este caso, al cruzar por delante de un callejón cerrado por una valla metálica de casi dos metros de altura, Steve la saltó por encima como si nada y se posicionó a mi lado sin dejar de correr.

─¿Qué demonios ha sido eso? -le pregunté jadeando.

─¡No lo sé!

La carrera no se detuvo, y menos podríamos permitírnoslo ahora que estábamos a varios metros del taxi. Había un poco de tráfico entre medio y los vehículos nos dificultaban el paso, pero Steve, el ingenioso Steve, empezó a saltar sobre los techos de los coches hasta acercarse al taxi.

─¡Steve! -lo llamé- ¿Se puede saber qué haces?

¡Improvisar!

Pronto consiguió colarse en el techo del vehículo que perseguíamos y el conductor, intentando deshacerse de Steve, empezó a dar volantazos para que cayera al suelo. Mi corazón dio un vuelco cuando sus manos casi se separan de los bordes de la ventanilla. De repente, el dolor de cabeza que había empezado a desaparecer después de salir de la súper cabina del experimento, volvió y aumentó con creces. Mis sienes palpitaron y tuve ganas de gritar por el molesto ruido de gente gritando y hablando en voz tan alta. Sin poder evitarlo, me centré tanto en que no le pasara nada a Steve y en el molesto dolor de cabeza, que casi conseguí que un coche me atropellara, por lo que salté sobre un puesto de comida, destrozándolo todo.

─¡Eh! -se quejó el vendedor levantándose del suelo.

─¡Lo siento, lo siento! -aquél día era el que más veces me estaba disculpando con la gente por mi torpeza.

Comprobé la dirección que estaba tomando el taxi y me di cuenta que se dirigía al puerto, así que tomé unas calles que conocía para llegar hasta la zona. Cuando mi vista reconoció el mar y los barcos atracados en el puerto, oí gritos y disparos. Me escondí en una pared que daba vía libre a la escena que el ladrón había ocasionado y busqué la ocasión perfecta para atacar. Había cogido a un niño como rehén y disparaba hacia Steve, el cual se estaba escondiendo detrás de unas boyas metálicas enormes y oxidadas. Me fijé que encima de mi cabeza pasaba una alambre de pared a pared y de un tirón lo rompí, me enrollé un extremo en la mano y salí del callejón para enfrentarme al ladrón para que así soltara al pobre niño inocente.

Le pasé el alambre por el cuello intentando inmovilizarlo, pero pudo escaparse y golpearme un codazo en la nariz sin dejar al niño libre. Caí de espaldas al suelo esquivando un disparo y sin poder evitar que se escaparan.

─¡Sharon!

Steve corrió hacia mí y me levantó al mismo tiempo que una bala rozaba nuestras cabezas. Nos escondimos detrás de los mismos pilones en los que él estaba y me toqué la nariz en busca de sangre. No había nada.

─¿Estás bien? -preguntó tomándome del rostro.

─Solo ha sido un golpe -respondí evitando el contacto visual con sus ojos. De su frente corrían algunas gotas de sudor y su pelo estaba despeinado y mojado por éste, tentándome a pasar los dedos para colocar los mechones rebeldes en su sitio- Tenemos que ir a por el niño.

─Tú ocúpate de él, yo me encargo del otro y del suero.

Salimos corriendo del escondite y pronto dimos con el ladrón que, al vernos, se puso nervioso y en un acto para despistarnos, lanzó al crío al agua. El pequeño enseguida empezó a dar brazadas rápidas y desesperadas, pero al no saber nadar, se hundió.

Sin pensármelo dos veces, me lancé a por él y de un tirón lo saqué a la superficie. El niño respiró por la boca agitadamente y lo abracé con fuerza para que no volviera a sumergirse.

─Eh, cielo, ¿estás bien? -pregunté moviendo las piernas sin parar, pues al tener los brazos ocupados, si dejaba de hacerlo, los dos nos hundíamos.

─No sé nadar -lloró el niño.

─No te preocupes, te tengo -le aseguré aferrando más fuerte sus brazos a su alrededor- Ahí hay una escalera para subir, vamos.

─No me sueltes -me pidió.

Se me hizo un poco difícil nadar al mismo tiempo que me preocupaba de que el niño no se soltara, pero al final llegamos a la escalera metálica y oxidada y con cuidado llegamos a tierra firme. Un grupo de gente estaba ahí esperando a que algo sucediera, entre ellos, una mujer que lloraba desconsolada.

─¡Mi hijo! -gritó sin irrumpir el llanto y corriendo hasta el pequeño que había terminado de subir el último escalón.

─¡Mamá! -corrió él a sus brazos.

Ambos lloraron abrazados mientras les observaba y trataba de mantener la respiración calma. Los ojos de la madre me buscaron y sonreí mientras posaba mis manos en las caderas y asentía con la cabeza para devolverle el efusivo agradecimiento que había formulado en rápidas y desesperadas palabras.

Busqué a Steve con la mirada, preocupada y angustiada, pues lo había visto lanzarse al agua cuando el ladrón se metía en una especie de submarino ultra moderno. Llevaba demasiado tiempo sumergido y temía que le hubiese pasado algo. Pero como, siempre, al hablar de él, éste hacía su acto de presencia. El hombre salió volando del agua y cayó al suelo, respirando con dificultad al mismo tiempo que Steve subía con total tranquilidad por las escaleras que anteriormente el niño y yo habíamos usado.

El ladrón del suero se intentó levantar para escapar, pero le propiné una patada a la que él respondió atacándome con una navaja, haciéndome un pequeño corte en el abdomen que me tiró hacia atrás del susto. Steve le golpeó el estómago con el pie, provocando que el suero se escapara de sus manos y la probeta se rompiera, esparciendo el líquido azul por el suelo.

─¿Quién es usted? -le preguntó cogiéndolo por el cuello de la camisa y zarandeándolo.

─El primero de muchos -respondió con un aparente acento alemán. Con su propia lengua se arrancó un diente y lo mordió haciendo sonar un chasquido- Corta una cabeza y otras dos la substituirán.

Me acerqué más a él cuando de su boca de repente empezó a salir una especie de espuma blanca. En su frente se marcaron un par de venas y el cuello se ensanchó y enrojeció en busca de respiración.

─Hail Hydra -murmuró sus últimas palabras en medio de un grito ahogado.

Steve soltó confundido al hombre ya muerto y se puso de pie, mirándose los brazos como si antes no hubiese deparado de los músculos que ahora disponía.

─¿Estás bien? -le pregunté llevando inconscientemente una mano a su antebrazo.

Entonces sus ojos depararon en mí y en la sangre que teñía la camiseta mojada. Llevó los dedos al borde de la tela y la levantó, frunciendo el ceño ante la línea roja carmesí que medía unos tres centímetros de largo.

─Es solo un pequeño corte -dije restándole importancia.

─Quizá deberíamos volver -propuso bajando de nuevo la camiseta. Sus dedos quemaron ahí donde tocaron.

Asentí conforme a su decisión y abandonamos el lugar sintiendo las curiosas miradas de los ciudadanos a nuestras espaldas. No era algo muy común ver a dos personas andar descalzas y completamente empapados.

El dolor de cabeza disminuyó, aunque seguía teniendo la sensación de que la gente me gritaba en el oído cuando en realidad las calles estaban la mar de tranquilas. Fruncí el ceño y chasqueé la lengua ante el ardor del corte. Aunque había dejado de sangrar, escocía por la sal del mar y la tela de la camiseta pegada por el agua.

─¿Estás bien?

Steve se detuvo en medio de la cera y apretó mi brazo con delicadeza, haciendo que lo mirara fijamente a esos ojos azules que, como tantas veces había mencionado, escondían las celestes playas de California.

─Solo... estoy un poco confundida. Esto ha sido bastante raro, ¿sabes?

─Sí, lo sé -asintió- Anda, vayámonos. Cuanto antes lleguemos antes te curarán.

─Ya te he dicho que no es nada -le aseguré empezando de nuevo nuestro lento andar.

─Bueno, aunque solo tengan que ponerte una tirita, no me quedaré tranquilo hasta ver cómo lo hacen.

Negué con la cabeza ocultando una risita y continuamos nuestro camino. De vez en cuando me lo quedaba mirando, inclinaba la cabeza hacia atrás y lo contemplaba como si fuera lo último que le diera el gusto a mis ojos por ver.

─Estás realmente enorme -le decía asombrada.

─Creo que no me acostumbraré a esto -murmuró alzando un poco el brazo.

Los músculos de éstos se tensaron y reí ante su cara de desconcierto. Me aferré a su brazo y envolví los dedos alrededor de éste mientras me acurrucaba a él sin dejar de caminar.

─Bueno, yo creo que sí -dije sonriendo.

Steve soltó una carcajada y flexionó más el brazo para dejarlo en un posición cómoda al andar. Íbamos juntos del brazo, como cualquier pareja a nuestro al rededor. Salvo que nosotros íbamos descalzos, completamente empapados y con un súper suero corriendo por nuestras venas.

Pero aún así, sí, parecíamos una pareja.

Y eso, no sé por qué, me gustaba.

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Estoy súper, súper contenta. ¡Y todo gracias a vosotras! Las visitas y los votos suben cada vez más rápido y los comentarios son de los mejores que he visto en tiempo. No me gusta hacer la pelota, pero tengo claro que sois de las mejores lectoras que no he tenido en mucho tiempo.

Ya que el otro capítulo estuvo tan bien recibido, he decidido adelantarme a colgar este, porque os lo merecéis.

No es gran cosa comparado con el anterior, pero las cosas tienen que ir poco a poco porque sino la novela se hace muy corta y rápida y a mi ya sabéis que me gusta profundizar en los capítulos.

Lo dicho, muchas muchísimas gracias por todo el apoyo recibido. No sabeis cuánto me alegra saber que os gusta tanto.

Me gustaría hacer preguntas para ir conociendoos un poco más. Empezaré por lo más simple: ¿cuántos años teneis y de dónde sois?

Yo soy de España y tengo diecisiete años, aunque mucha gente piensa que aparento menos -no sé cómo tomarme eso, si como un halago o un insulto.

¡Besos a todxs!

-Mina Vega, xx

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