CAPÍTULO DOS
[ THE FIRST WOMAN ]
CAPÍTULO DOS
❛enhorabuena, soldado❜
PASARON LOS DÍAS y yo seguía recordando a Steve Rogers con su singular timidez y sus increíbles ojos azules. Mi madre no solo estaba enfadada conmigo por no haberle ido a comprar, si no por estar hablando con un desconocido. Le mentí y aseguré varias veces que era un chico que conocía de habérmelo encontrado de vez en cuando al salir a hacer recados, pero una vez más demostró que no tenía un pelo de tonta y me hizo limpiar toda la casa de arriba abajo. Suspiré aliviada porque al menos no se había dado cuenta que tenía intenciones de entrar y alistarme para el ejército. De haber sido así tendría que limpiar de arriba abajo todas las casas del vecindario.
Los días pasaron lentos y no tuve oportunidad de volver a salir sola e intentar afrontar mis miedos para ir a alistarme. No entendí mi último bajón de moral. Estaba tan cerca y dejé desaprovechar la ocasión de una manera tan estúpida que aún habiendo pasado casi una semana sigo regañándome a mí misma.
Pero el destino me dio una oleada de buena suerte y pude volver a acercarme al edificio de alistamiento de la última vez. Llevaba unos pantalones marrones y una camisa blanca que contrastaba muy bien junto al color de mi cabello, liso y recogido en una coleta alta. Cuando entré a la estancia, medio vacía ya que era de las ultimas horas para cerrar, y con mis botas de cuero negro pisando fuerte, los pocos rostros varoniles que quedaban esperando por ser atendidos se giraron a verme.
─Las pruebas para poder presentarse al alistamiento de enfermería están en el edificio de al lado, señorita -dijo un hombre mayor, aparentemente doctor por la bata blanca que lucía, detrás de una especie de estrado en el que estaba atendiendo a un hombre.
─No he venido a alistarme como enfermera -comenté con voz firme. Sonreí para mí misma triunfante al no titubear.
El hombre me miró detenidamente y carcajeó, una carcajada que duró un segundo y que se detuvo por un momento para más tarde arrancar con fuerza y sacudir la habitación contagiando al resto de hombres. En medio de treinta segundos tenía una habitación entera riéndose de mí.
─¿Y a qué ha venido entonces? ¿A ser soldado?
─Pues...
─Deje que le diga una cosa, señorita. Llevo muchos años aquí y créame, he visto de todo, pero nunca antes había visto a una mujer perder el tiempo de esta manera.
─Bueno, siempre hay una primera vez -comenté levantando la barbilla con orgullo.
─Supongo que también será la primera vez para usted así que, lárguese, no tiene nada que hacer aquí.
─¿No piensa usted dignarse si quiera a evaluarme?
─Ya la evalúo desde aquí, señorita, y usted no va a entrar en el ejercito.
─¿Y por qué no?
─Señora, algunos llevamos esperando aquí todo el día, no haga que perdamos más el tiempo y lárguese, por favor.
─Tengo el mismo derecho que usted a esperar a que se me haga una prueba de alistamiento -solté con todo el respeto que me era posible hacia el hombre que me había hablado. Al fin y al cabo había tenido el gesto de hablarme bien y no como estaba haciendo el doctor.
─Alístese a buscar marido, las mujeres no tienen nada que hacer en la guerra más que coser los botones de los uniformes -gritó el chico que permanecía de pie y sin camisa, siendo evaluado delante del estrado.
Mis nudillos crujieron y sentí cómo mis uñas se clavaban con fuerza en la piel de la palma de mi mano. Di unos pasos adelante, los suficientes como para quedar a pocos metros de aquél idiota, que ahora estaba girado hacia mí y mirándome expectante.
─Exijo que se me den respuestas del por qué una mujer no puede estar luchando en el ejército.
─Simple. Por-que-es-una-mu-jer.
─¿Y qué me hace diferente a usted, que se hace llamar hombre?
─Pero mírese, si fuera un chaval de mi edad sería tan escuálido como para caber en una caja de zapatos y poder levantarlo del cuello de la camisa con un solo dedo. Si fuera hombre sería la vergüenza del país. Y de hecho, lo es ahora mismo.
Mis nervios se crisparon de tal manera que me fue irremediable frenar el impulso de querer estampar mi puño contra su nariz. Al principio dolieron mis nudillos como si los hubiera estrellado contra una pared de cemento, pero al ver cómo se tambaleaba hacia atrás tapándose la nariz ahora llena de sangre, sentí como toda punzada de dolor desaparecía por una ola inexplicable de placer.
La sala se sumió en un incómodo silencio a excepción de los gemidos de dolor por el chico que me había insultado y los comentarios de ayuda del doctor que también había tenido el descaro de reírse de mi.
Permanecí inmóvil y sin intención de irme porque yo venía convencida de salir con el intento de haber probado alistarme aun habiéndome rechazado. Una mujer vestida con ropa que parecía ser de secretaria se acercó al doctor, que había sentado en una silla al chaval que había golpeado, y le susurró algo que pareció disgustarle.
─¿Que el Dr. Erskine dice qué? -preguntó en un notable y elevado tono de voz. La mujer continuó susurrándole algo al oído y se marchó deprisa cuando el hombre suspiró frustrado y asintió con la cabeza resignado- Nombre.
Fruncí el ceño, pues no entendí aquello último.
─Su nombre, señorita -repitió con insistente y ruda voz.
─Oh -asentí sorprendida. No creí que fuera tan fácil. Si lo hubiera sabido le hubiera golpeado en la cara nada más entrar- Sharon Elisabeth Carter.
─¿Carter? ¿Como Peggy Carter?
─Es mi hermana. ¿Por qué?
─Su cartilla o ficha médica, por favor -dejé sobre el estrado lo que me mandaba y una vez tuvo delante los papeles que pedía los miró sin hacerme ninguna pregunta más.
Miré hacia el fondo de la estancia, de donde había salido la anterior secretaria y visualicé unas habitaciones individuales que se usarían para exámenes médicos más a fondo. De una puerta salía un hombre mayor también en bata blanca pero con un singular pelo canoso y rizado. Llevaba una aparente barba de tres días y gafas redondas. Se acercaba a mí, o al menos eso creía, pues no dejaba de mirarme.
─Dr. Abraham Erskine -se presentó extendiendo su mano.
─Sharon Carter -contesté estrechándosela.
─Parece que tendremos otra Carter -comentó con un singular acento alemán.
─¿Disculpe?
─De modo que quiere entrar en el ejército -dijo ignorando mi pregunta.
─Así es, señor -asentí mirando de reojo al hombre que había golpeado, que me observaba desde su asiento sin dejar de presionar un pañuelo ensangrentado contra su nariz.
─Sígame.
Sin pensármelo dos veces obedecí y dejé que me llevara hacia una de aquellas habitaciones del fondo. Dejó la puerta abierta para mí cuando llegamos a una de esas pequeñas salas médicas y le sonreí a modo de agradecimiento. Había una simple camilla con un papel sobre ella para cubrirla y los típicos carteles para evaluar la vista.
─Definitivamente, me ha sorprendido, señorita Carter.
─¿Por qué?
─He visto hombres queriendo entrar en el ejército -empezó. Su acento, aunque alemán, daba la sensación de recibirte con bienvenida a sus palabras-, pero jamás con el ímpetu e intención que usted.
─Y... ¿es eso malo, Dr. Erskine?
─Para nada, para nada. Creo que a esta guerra lo que le hace falta es más hombres con el mismo carácter que una mujer. Como el suyo, señorita Carter.
Estaba impresionada por aquellas palabras. Nunca ningún hombre había hablado así de una mujer, y menos de mí, relacionándola con la guerra.
─Dígame, ¿por qué quiso alistarse al ejército?
─Yo vivía en Londres y cuando se corrían rumores del estallido de una guerra, en seguida quise ayudar. Pero aún no tenía la edad suficiente para alistarme ni como enfermera. Mi hermana sí, y se marchó de casa. Más tarde, mi padre, que se fue al frente, volvió herido e incapaz de batallar de nuevo y le propusieron abrir una fábrica aquí en Estados Unidos, así que viajamos -el Dr. asintió escuchándome y proseguí- No llevo muchos años aquí, pero entendí que este era el lugar perfecto para darle a mi vida un cambio. ¿Y qué mejor cambio que intentar entrar en la guerra?
─Definitivamente, sí, ese es el mejor cambio -asintió sonriendo.
─Se lo comenté a mi familia, y bueno, no les hizo mucha gracia -me encogí de hombros- No sé si se negaban porque no están a favor de una mujer en el frente o porque se preocupaban por mí. Pero a mí eso no me vale, Dr. Erskine -hablé antes de que fuera a decir algo- Me preocupo por mí, sí, claro. Pero también me preocupo por toda la gente que está muriendo a manos de los alemanes.
─¿Quiere ir a matar nazis? -preguntó mirándome seriamente.
─No quiero matar a nadie. A mi padre casi lo matan en la guerra y no me gustaría ser la culpable de llevar la mala noticia a una familia de que su padre o marido o hermano no ha vuelto -respondí frunciendo los labios- Quiero que esto termine.
Se quedó callado durante unos segundos y yo me temí lo peor. Este hombre debe estar riéndose de mí, seguramente. Una mujer en la guerra. ¿Dónde se ha visto eso? O peor aún, una mujer como yo en la guerra. Estaba claro que no tenía ninguna posibilidad de entrar, moriría en seguida ya fuera por las meras condiciones del campamento de entreno.
─¿De dónde ha dicho que es?
─De Londres, señor.
Sacó un sello de un bolsillo de su bata y abrió mi cartilla. Bajé la vista decepcionada. Bueno, al menos lo había intentado. Oí el sonido del papel siendo tintado por el sello y me mordí la lengua. Si me daba prisa quizá llegara a tiempo para alistarme como enfermera.
─Espero que no le moleste un traslado más, señorita Carter -dijo tendiéndome la ficha médica- Enhorabuena, soldado.
Observé la gran letra de color rojo en la hoja que me hacía apta para entrar en el ejército y sonreí hasta que mis mejillas dolieron.
─Muchas gracias, Dr. Erskine -susurré emocionada. No iba a llorar, estaba claro. Pero, bueno, casi.
─Ya hay mucho grandullón luchando en esta guerra -dijo mirándome- Quizá lo que haga falta sea alguien chiquitín y con carácter.
Salí de la habitación y le lancé una mirada llena de odio al chico al que anteriormente había golpeado. Tenía sangre seca en su barbilla y seguía presionando un pañuelo contra su nariz. Levanté la cartilla con el aprobado y el dedo del medio de mi mano derecha. Vi cómo apretaba su mandíbula y carcajeé. No sé qué era mejor, si entrar en el ejército o pavonearme de los que no me creían capaz de ello.
Aunque, venía la parte mala de todo esto: decírselo a mis padres. Ya me podrían haber dado un cargo como sargento que no me dejarían ir ni en mis más profundos sueños. Para papá el tema de una mujer estando en la guerra era algo intolerable. Y aunque mamá defendía los derechos de las mujeres y muy, muy en el fondo estaba orgullosa de mí por tener una mente abierta, sabía que no podría decir nada si papá se negaba a dejarme ir.
Así que solo me quedaba una opción: mentirles.
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Y aquí tenéis el segundo capítulo. Sé que Steve no ha salido para nada, pero era importante para que vierais un poco más del carácter de Sharon en cuanto a conseguir sus metas.
De nuevo, quiero agradeceros todos los votos y comentarios. Para mí es un alivio que os esté gustando la historia y le deis un voto de confianza en vuestras bibliotecas.
Espero que el capítulo haya sido se vuestro agrado, comentad qué os ha parecido y si veis que es preciso cambiar alguna cosa. Acepto cualquier tipo de crítica constructiva.
Besos a todas.
-Mina Vega, xx
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