MAS ALLA DE LA LINEA.



































Antes de que sigan, tienen que leer los cinco volumenes, el spin Off y despues los nueve capitulos extra de los cuales hay dos en cada volumen de los cinco. Claro, en su respectivo orden.































El olor a polvo y cenizas fue lo primero que Ochako percibió al abrir los ojos. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que los había cerrado por última vez. Todo su cuerpo dolía, una sensación profunda y abrumadora que parecía provenir de cada célula.

El cielo sobre ella era un lienzo gris sin forma, carente de sol o estrellas. Al incorporarse lentamente, se dio cuenta de que estaba en medio de lo que alguna vez fue una ciudad, pero ahora solo quedaban escombros.

Columnas de humo se alzaban en la distancia, mezclándose con el horizonte de ruinas. Edificios que alguna vez se alzaron orgullosos ahora eran esqueletos retorcidos de metal y concreto.

—¿Dónde... estoy?

Su voz era apenas un susurro, ahogada por la sequedad de su garganta.

Miró hacia abajo y vio su traje de heroína, rasgado, cubierto de sangre seca y polvo. Las marcas de quemaduras y cortes en su piel eran un recordatorio de algo que no lograba recordar del todo.

"¿Qué pasó? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estoy aquí?"

Al intentar levantarse, sus piernas temblaron, casi cediendo bajo su peso. Se apoyó en un pedazo de muro caído y miró alrededor, tratando de orientarse. Reconocía las calles, pero al mismo tiempo no las reconocía.

Era su ciudad, o lo que quedaba de ella.

Caminó unos pasos, una de sus botas haciendo eco en el silencio absoluto.

Todo estaba muerto. No había voces, ni sonidos de autos, ni siquiera el murmullo del viento. Era como si el mundo entero hubiera sido congelado en un instante de destrucción.

"Esto... no tiene sentido. No debería estar aquí. Recuerdo... algo, pero no puedo atraparlo".

Su mente era un torbellino de imágenes confusas.

Rostros conocidos se desdibujaban cuando intentaba enfocarlos. Algo había pasado, algo importante, algo terrible. Pero cada vez que intentaba aferrarse al recuerdo, este se desvanecía como humo entre sus dedos.

Caminó más profundamente en las ruinas, siguiendo un instinto que no comprendía del todo.

Pasó junto a lo que una vez fue una escuela, ahora reducida a un montón de escombros y vidrios rotos. El aire estaba impregnado de un olor extraño, como si el tiempo mismo hubiera comenzado a descomponerse.

—¿Es esto... un sueño?

Se pellizcó el brazo, pero el dolor fue demasiado real. Levantó la mirada al cielo, buscando algún signo de vida, algo que le diera una pista de dónde estaba. Pero el cielo no ofrecía respuestas, solo un vacío inmenso y desolador.

"¿Morí? No... no puede ser. Pero... ¿entonces por qué estoy aquí?"

El peso de la incertidumbre comenzó a apoderarse de ella.

Sus pasos la llevaron a lo que alguna vez fue un parque. El columpio oxidado se mecía de forma casi imperceptible, pero no había viento que lo moviera. Se acercó y se dejó caer de rodillas frente a él, su respiración acelerada.

"Esto era mi hogar. Estoy segura. Pero... ¿por qué no puedo recordar lo que pasó?"

Cerró los ojos con fuerza, tratando de concentrarse, de reconstruir los fragmentos rotos de su memoria. Recordaba el calor de una batalla, el sonido ensordecedor de explosiones, y luego... nada.

"¿Estaba luchando? ¿Con quién? ¿Por qué no puedo ver sus rostros?"

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, rodando por sus mejillas sucias. Quería gritar, pero su voz estaba atrapada en su garganta. La sensación de impotencia era abrumadora, como si una mano invisible estuviera presionándola hacia el suelo.

—No puedo quedarme aquí. No puedo rendirme.

Se obligó a ponerse de pie, tambaleándose mientras el columpio seguía balanceándose detrás de ella. Sus ojos recorrieron el horizonte, buscando algo, cualquier cosa que pudiera darle sentido a la locura que la rodeaba.

"Si estoy aquí, tiene que haber una razón. Esto no puede ser el final. Pero... ¿qué se supone que haga?"

La noche no llegó.

El cielo permanecía gris, inmóvil. Era imposible saber cuánto tiempo había pasado desde que comenzó a caminar. Cada paso la llevaba más lejos de lo que una vez fue familiar, adentrándose en lo desconocido.

"Es como si este lugar estuviera... vivo. Cambia cuando no estoy mirando. Pero... ¿qué significa eso?"

El paisaje comenzó a transformarse de manera sutil.

Las ruinas de la ciudad dieron paso a un terreno extraño, donde los edificios parecían derretidos y las calles se torcían como si alguien las hubiera moldeado con las manos. Se detuvo frente a un poste de luz que aún se mantenía en pie, aunque su base parecía fundirse con el suelo.

"Tengo que encontrar a alguien. Alguien más debe estar aquí... ¿verdad?"

La idea de estar sola para siempre en aquel lugar era aterradora. Pero cada rincón que exploraba, cada calle vacía, solo reforzaba la posibilidad de que realmente estuviese sola.

Siguió caminando, cada vez más lejos, cada vez más perdida.

El mundo a su alrededor parecía burlarse de ella, cambiando de forma cuando menos lo esperaba.

Encontró una fuente, su agua inmóvil como cristal. Se inclinó para tocarla, pero su mano atravesó la superficie como si no estuviera allí.

"Esto no es real. Nada de esto es real. Pero entonces... ¿qué soy yo?"

El pensamiento la paralizó por un momento. Miró sus manos, sus piernas, su reflejo borroso en el agua de la fuente. Todo parecía normal, pero nada se sentía normal.

Los recuerdos seguían esquivándola, como sombras que desaparecían en el rabillo de su ojo.

Se aferró al poco que tenía: los colores borrosos de una pelea, la sensación de haberlo dado todo. Pero no sabía si esos recuerdos eran reales o si su mente estaba fabricándolos para llenar el vacío.

—Tengo que seguir adelante. Aunque no sepa hacia dónde voy, no puedo quedarme quieta.

Y con esa determinación, dio un paso más hacia lo desconocido.

El tiempo no tenía significado.

Ochako había dejado de intentar contar los minutos, las horas. Solo sabía que sus pies seguían moviéndose, uno tras otro, mientras el paisaje cambiaba lentamente a su alrededor.

Las ruinas de la ciudad que alguna vez llamó hogar se habían desvanecido tras días de caminata, reemplazadas por vastas extensiones de terreno desolado.

Las primeras noches, o lo que ella asumió que eran noches, habían sido las más difíciles.

Intentaba descansar, pero siempre con un ojo abierto, esperando algún signo de peligro. Sin embargo, no había ruido, no había movimiento, nada que confirmara que no estaba completamente sola en aquel mundo extraño.

"¿Es esto el infierno?"

El pensamiento cruzaba su mente una y otra vez mientras recorría llanuras cubiertas de polvo negro, interrumpidas por escombros imposibles: un tren partido en dos que parecía emerger de la tierra como una herida abierta; un árbol solitario, cuyas hojas eran fragmentos de vidrio que tintineaban con el viento que no sentía.

"No, esto no es infierno. Esto es... algo más. Algo peor. Al menos el infierno tendría sentido".

A veces, mientras caminaba, creía escuchar ecos. Susurros lejanos, como si el aire estuviera cargado de voces de otro tiempo.

Se detenía, giraba sobre sus talones, buscando, esperando encontrar algo, alguien. Pero siempre era lo mismo: el silencio opresivo que se tragaba todo a su alrededor.

"Tal vez estoy imaginando cosas. Tal vez mi mente... está empezando a fallar".

Ochako había dejado de intentar recordar cómo había llegado allí. Era una tarea inútil, un dolor constante que solo la empujaba más hacia el abismo de la desesperación.

En cambio, trataba de enfocarse en lo tangible: sus pasos, su respiración, el sonido de sus botas sobre la tierra.

"Un paso más. Solo uno más. Tengo que seguir".

El suelo comenzó a transformarse bajo sus pies al final de la primera semana.

Lo que antes era tierra firme se convirtió en una mezcla de arena y ceniza, dificultando su avance. Cada vez que daba un paso, su bota se hundía, y sus piernas se sentían más pesadas. Era como si el mundo mismo quisiera detenerla.

"Esto no puede ser al azar. Este lugar... no está vacío. Siento que está mirando".

La primera vez que lo pensó, el escalofrío que recorrió su espalda fue casi paralizante. Había algo en el aire, una presencia que no podía ver ni escuchar, pero que estaba ahí, observándola. Se forzó a seguir moviéndose, tratando de ignorar la sensación.

Caminó hasta que su cuerpo ya no pudo más, dejándose caer sobre una roca que parecía esculpida por siglos de viento, aunque sabía que en aquel lugar el tiempo no existía.

Se abrazó las piernas, buscando un poco de consuelo.

"¿Cuánto tiempo puedo aguantar esto? ¿Qué pasa si no hay un final?"

El horizonte seguía tan vacío como siempre, pero cada vez que cerraba los ojos, veía destellos de lo que había sido.

La ciudad, las risas, las voces. Izuku.

Su rostro aparecía entre las sombras, pero nunca con claridad. Algo en su pecho dolía cada vez que pensaba en él.

"Él tiene que estar aquí. En algún lugar. No importa lo que pasó... él tiene que estar aquí".

Esa idea fue lo único que la hizo levantarse de nuevo. No había pruebas, pero su instinto le decía que no estaba sola, que había otros atrapados en ese lugar, igual que ella.

"Si puedo encontrarlos, si puedo encontrarlo... tal vez podamos salir de aquí".

El paisaje seguía transformándose de maneras que desafiaban toda lógica.

Las dunas de ceniza negra dieron paso a lo que parecía ser un mar congelado, con olas detenidas en el tiempo como esculturas de cristal. El cielo, aún sin sol ni estrellas, había adoptado un tono opaco, casi metálico.

Ochako avanzaba con cuidado, sus pasos resonando suavemente contra la superficie helada. Había dejado de sentir frío o calor, como si su cuerpo hubiera abandonado la necesidad de percibir esas cosas.

"Esto no es real. Ninguna de estas cosas es real. Pero... ¿entonces qué soy yo?"

Su reflejo en el hielo la detuvo. Se inclinó lentamente, observando su rostro. Parecía ella, pero no del todo. Había algo en sus ojos, un brillo extraño, como si algo más estuviera mirando desde dentro.

—Esto no puede ser normal —susurró, pero su voz apenas fue un eco que se desvaneció rápidamente.

Intentó apartarse, pero su reflejo permaneció allí, inmóvil. Era una tontería, lo sabía, pero no podía sacudirse la sensación de que algo estaba mal. Finalmente, apartó la mirada y siguió caminando, intentando no pensar demasiado en ello.

Durante los siguientes días, el terreno se volvió aún más surrealista.

Un bosque apareció de la nada, con árboles cuyas ramas se alargaban hacia el cielo como manos pidiendo ayuda. Cada hoja era una pieza de papel, escrita en idiomas que no reconocía.

"Esto no es un lugar. Es... un rompecabezas. Fragmentos de algo que se rompió hace mucho tiempo".

Se detuvo frente a uno de los árboles, arrancando una de las hojas.

Las palabras parecían moverse bajo su mirada, reconfigurándose en frases que no podía entender. Las dejó caer al suelo, frustrada, mientras una sensación de vacío se asentaba en su pecho.

"Tal vez nunca entenderé esto. Tal vez no hay nada que entender".

El bosque no tenía fin. Cada paso parecía llevarla más profundamente a un laberinto de ramas retorcidas y susurros silenciosos. Se obligaba a seguir avanzando, a pesar del peso creciente en su pecho.

"Si me detengo ahora, no habrá manera de salir".

Al final del bosque, llegó a un precipicio.

Frente a ella, el vacío se extendía infinito, salpicado de islas flotantes de tierra, escombros y estructuras imposibles. Una casa al revés giraba lentamente en el aire, mientras un río caía de una roca flotante hacia la nada.

Ochako se quedó allí, observando, sintiéndose más pequeña y perdida que nunca.

"Esto no es un mundo. Es un cementerio. Todo lo que se perdió... todo lo que fue destruido... está aquí".

Apretó los puños, respirando profundamente. Había comenzado a aceptar que no había lógica en aquel lugar, pero eso no significaba que pudiera rendirse.

"Si hay un final, tengo que encontrarlo. No importa cuánto tiempo me lleve".

Con esa determinación, comenzó a buscar un camino hacia adelante, hacia lo desconocido. Entonces...

Ochako despertó al filo de un acantilado.

La brisa seca y caliente del páramo arañaba su piel, levantando partículas de arena que se adherían a las grietas de su traje desgastado.

La vista frente a ella era una mezcla inquietante: fragmentos de edificios flotaban en el aire como si estuvieran suspendidos por un capricho del tiempo; un río oscuro fluía hacia arriba, perdiéndose en un cielo teñido de un extraño rojo apagado.

"¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Por qué sigo caminando?"

Su mente repetía esas preguntas como un mantra, buscando un eco en la nada que la rodeaba.

Había aprendido a caminar sin rumbo, a dejar que sus pies la llevaran por inercia. Ahora, sin embargo, algo en aquel paisaje detenido parecía llamarla, como si la estuviera retando a encontrar respuestas.

—Si alguien está ahí... escúchame —murmuró al vacío, su voz temblando como si temiera romper la quietud.

El silencio respondió, como siempre.

Pero esta vez, Ochako no dejó que el desánimo la venciera. Se puso de pie, tambaleante, y comenzó a caminar hacia una silueta que había divisado en el horizonte: un árbol muerto, solitario en medio de la vastedad.

"Si tan solo pudiera recostar mi cabeza y descansar. Si no hubiera nada contra lo que luchar o proteger... ¿quedaría algo de mí?"

Cada paso hacia el árbol era un esfuerzo. La arena se movía bajo sus pies, cediendo como si quisiera arrastrarla hacia abajo. Ochako apretó los puños, sintiendo cómo el sudor frío corría por su frente.

No iba a detenerse. No podía permitírselo.

Al llegar, descubrió que el árbol no era un árbol. Era una estatua: una figura humana tallada en lo que parecía roca negra, con grietas que se extendían por su superficie. En su rostro había una expresión de tristeza contenida, casi desesperación.

—¿Eres tú quien me llama? —preguntó, con la voz apenas audible.

Por supuesto, la estatua no respondió.

Pero en su mente, algo se encendió, una chispa de obstinación que la hizo aferrarse a una idea absurda.

"Tal vez alguien me está escuchando. Tal vez si pido suficiente... si insisto lo suficiente, algo o alguien responderá".

Se arrodilló frente a la figura, dejando que su cuerpo se relajara tras días de caminar sin descanso. Las palabras comenzaron a fluir de sus labios antes de que pudiera detenerse, como una súplica a un dios olvidado.

—Yo no pedí esto. No sé qué hice para terminar aquí. Pero... si hay algo que pueda hacer, algo que pueda cambiar... dime qué es.

La estatua permaneció inmutable, pero Ochako sintió un alivio inesperado al hablar, como si arrojar sus pensamientos al vacío le devolviera un poco de control.

"Este mundo es un páramo donde nada puede crecer. Solía tener fuerza, pero me quedé sin esperanza".

Alzó la vista al cielo, notando cómo las nubes carmesí comenzaban a moverse, deshaciéndose en hilos finos que se perdían en el horizonte. Era la primera vez que veía algo cambiar en aquel lugar, y su corazón dio un vuelco.

"¿Es una señal? ¿O solo un capricho de este lugar?"

Se quedó allí, junto a la estatua, hablando durante horas.

Le contó sobre sus compañeros, sobre los momentos en que había sentido orgullo, miedo, amor. Le habló de lo que había perdido, de lo que había hecho para proteger a otros. Y, finalmente, de su deseo más profundo:

—Si puedo arreglarlo... si puedo cambiar lo que pasó... haré cualquier cosa. Solo dame una oportunidad.

El eco de sus palabras se extendió por el páramo, mezclándose con el susurro del viento. Ochako esperó una respuesta, cualquier señal de que había sido escuchada. Pero lo único que encontró fue el silencio.

"Tal vez estoy loca por intentarlo. Pero... ¿qué más puedo hacer?"

Se levantó, limpiándose las lágrimas con la manga desgarrada de su traje. Miró una vez más a la estatua antes de girarse y retomar su camino.

"Este mundo es un páramo, pero no voy a quedarme aquí para siempre. No importa cuánto tiempo me lleve. Encontraré una forma".

Mientras se alejaba, las grietas de la estatua comenzaron a brillar débilmente, como si respondieran al calor de su determinación. Pero Ochako no lo vio. Sus pasos la llevaban hacia un nuevo horizonte, donde sombras de otra realidad se alzaban como promesas lejanas.

"Sé que es mi culpa que esté aquí sola. Pero si sigo avanzando... tal vez pueda encontrar un camino de regreso".

Tal vez, pero...

El viento en el páramo soplaba con una furia que parecía imitar lo que ardía dentro de Ochako. Había dejado atrás la estatua, había dejado atrás la súplica, y con cada paso sentía cómo algo oscuro crecía en su pecho. Era como un zumbido constante, una voz aguda que no callaba.

"¿Por qué yo? ¿Por qué aquí? ¿Qué he hecho para merecer esto?"

A lo lejos, el paisaje se distorsionaba de nuevo: torres oxidadas se alzaban entre colinas onduladas que parecían hechas de piel agrietada, surcadas por cicatrices profundas. Un cielo metálico las cubría, proyectando sombras que se retorcían como si tuvieran vida propia. A Ochako no le importaba.

—¡Maldita sea! —gritó al aire, su voz desgarrada reverberando en el vacío. Su garganta ardió, pero no se detuvo—. ¡Esto no tiene sentido! ¡Nada tiene sentido aquí!

La furia era un alivio inesperado. Había pasado demasiado tiempo callada, tragándose la desesperación, tratando de encontrar lógica en lo ilógico. Ahora, dejaba que sus emociones fluyeran como una cascada desbordada.

"Me he aferrado tanto como he podido por aquellos a quienes tuve que defender. ¿Y para qué? ¿Qué defendí realmente si ahora estoy aquí, sola?"

Pateó una roca que estaba en su camino, enviándola, rodando hasta caer en un abismo que se extendía como una boca abierta frente a ella. Observó cómo desaparecía, y el vacío de aquel acto insignificante solo aumentó su enojo.

—¡No es justo! —gritó de nuevo, apretando los puños hasta que las uñas se clavaron en sus palmas—. ¡Dime qué quieres de mí!

El silencio era como una burla.

No había respuestas, ni ecos que aliviaran su rabia. Solo el peso de su propia voz, atrapada en un lugar donde el tiempo no existía y las emociones no encontraban salida.

"Solía tener fuerza, pero me quedé sin esperanza. Y ahora, ni siquiera tengo eso".

Los recuerdos comenzaron a golpearla, como si su mente se vengara de ella.

Vio los rostros de sus compañeros, escuchó sus voces llamándola, gritándola, antes de que todo se desvaneciera en un borrón de dolor.

El último instante antes de despertar en este mundo vacío volvió con toda su crudeza: su cuerpo cayendo, su sangre empapando el suelo, la mirada de Midoriya...

—¡Izuku! —pronunció su nombre con veneno, sus ojos ardiendo con lágrimas contenidas—. ¡Esto es culpa tuya! ¡Todo esto es tu culpa!

Pero incluso mientras decía esas palabras, una punzada de duda la atravesó.

"¿Es realmente su culpa? ¿O estoy buscando alguien a quien culpar porque no puedo aceptar que fallé?"

El pensamiento la llenó de un odio renovado, esta vez dirigido hacia sí misma. Ochako golpeó el suelo con fuerza, sintiendo el impacto vibrar en sus brazos.

—¡Debería haber sido más fuerte! —susurró, su voz rota—. Debería haber hecho más.

El paisaje parecía responder a su furia.

Las torres oxidadas comenzaron a desmoronarse lentamente, como si el peso de su ira las estuviera desgastando. Una lluvia fina, ácida, comenzó a caer, dejando un olor metálico en el aire. Ochako levantó la cara al cielo, dejando que las gotas ardieran en su piel.

"No estoy lista para enfrentar esto. No puedo... no quiero. Pero ¿qué otra opción tengo? ¡Quiero intentar! ¡Quiero luchar!"

Caminó sin rumbo, con las gotas de lluvia mezclándose con las lágrimas que ahora corrían libremente por sus mejillas. Su furia no la abandonaba, pero algo dentro de ella comenzaba a fracturarse, a mostrar grietas que prometían algo más que enojo.

"Este mundo es un páramo donde nada puede crecer. Pero si no fuera por mí... ¿estaría aquí sola?"

La lluvia cesó tan abruptamente como había comenzado, dejando el suelo oscuro y resbaladizo. Ochako se detuvo, su respiración agitada. Algo cambió en su expresión, un destello de algo que no era furia, sino resignación.

—Esto no puede ser todo. No puede ser el final —murmuró al vacío, su voz más tranquila pero no menos desesperada—. Si voy a estar aquí... entonces no voy a rendirme, aunque me odie por ello.

A lo lejos, el horizonte cambió una vez más. Donde antes había solo ruinas y páramos secos, ahora surgían fragmentos de un bosque, árboles inmensos que parecían emerger directamente de sus recuerdos.

Ochako los miró con cautela, sintiendo que, aunque la ira seguía ardiendo en su pecho, algo nuevo comenzaba a formarse.

"Tal vez la muerte es como quedarse dormido. Pero... tal vez no estoy lista para dormir todavía".

Con los pies firmes en la tierra húmeda, Ochako dio un paso hacia el bosque. La ira no había desaparecido, pero se había convertido en algo más manejable, algo que podía dirigir hacia un propósito.

Y ese propósito estaba en algún lugar adelante, esperándola.

El bosque había resultado ser un espejismo.

No fue más que un breve respiro antes de volver al mismo páramo interminable, al vacío que se burlaba de sus esperanzas con su vastedad inmutable.

Ochako caminaba ahora por un terreno que parecía una mezcla de desierto y ruinas: escombros de edificios que alguna vez fueron majestuosos, ahora reducidos a polvo y sombras. Todo estaba cubierto por una luz grisácea, como si el mundo entero se hubiera olvidado del color.

Se dejó caer sobre un fragmento de muro derruido. Su traje, ya apenas un conjunto de jirones era un reflejo perfecto de lo que sentía por dentro: desgarrada, rota.

"¿Para qué seguir? No hay nada aquí. Nadie va a venir. Nadie va a salvarme".

Por primera vez desde que llegó, Ochako no pudo obligarse a seguir caminando. Su cuerpo estaba pesado, como si el suelo quisiera arrastrarla hacia sí, consumirla. La arena parecía cálida contra su piel, casi acogedora, y por un momento pensó en dejarse llevar.

"Si tan solo pudiera recostar mi cabeza y descansar..."

Levantó la vista al horizonte, pero no encontró nada que pudiera darle fuerzas. No había señales, no había cambios. Incluso los fragmentos de otros mundos que había visto antes parecían haberse desvanecido.

Todo estaba muerto.

—¿Qué sentido tiene? —murmuró, su voz quebrada. Las palabras eran más para ella misma que para el vacío—. Nadie me necesita aquí. Ni siquiera sé por qué estoy viva.

La desesperación era como un peso que apretaba su pecho, ahogándola lentamente. Las lágrimas comenzaron a caer sin que ella las pudiera detener, trazando surcos en su rostro cubierto de polvo.

No era la primera vez que lloraba, pero esta vez no había furia en su llanto, solo un vacío insoportable que parecía crecer con cada sollozo.

"Este mundo es un páramo donde nada puede crecer. Solía tener fuerza, pero me quedé sin esperanza..."

Su mente volvía una y otra vez al momento antes de despertar en este lugar. Los recuerdos eran borrosos, como si estuvieran atrapados detrás de un velo. Sabía que había luchado, que había dado todo lo que tenía, pero no podía recordar los detalles. ¿Había hecho algo bien? ¿Había salvado a alguien?

—Tal vez no... tal vez fallé en todo.

Se abrazó a sí misma, temblando. El silencio a su alrededor era ensordecedor, una presencia pesada que parecía devorar sus pensamientos.

"Si tan solo pudiera dejar de pensar... tal vez entonces finalmente podría ser libre".

La idea de la libertad era tentadora, pero también aterradora. Ochako se obligó a mirar sus propias manos, sucias y temblorosas. "¿Qué es lo que estoy esperando? ¿Por qué no puedo simplemente... rendirme?"

El peso del tiempo inexistente la aplastaba.

No sabía cuánto había pasado desde que había llegado aquí, pero cada instante parecía una eternidad. Había intentado mantenerse fuerte, había intentado luchar, pero ahora... ahora no quedaba nada por lo que luchar.

"Tal vez la muerte es como quedarse dormido".

La frase resonó en su mente, suave como una promesa. Cerró los ojos, dejando que el pensamiento la envolviera, y por un momento, permitió que la oscuridad se apoderara de ella.

Pero algo en su interior no la dejó ir del todo. Era un hilo delgado, casi imperceptible, pero estaba ahí. Algo que la obligó a abrir los ojos de nuevo, a levantar la vista hacia el cielo gris y vacío.

"¿Por qué sigo aquí? ¿Qué es lo que me está deteniendo?"

No tenía respuestas, pero el hecho de hacerse la pregunta era suficiente para mantenerla en el suelo, para evitar que se perdiera en la nada.

—Por favor... alguien... algo... dame una razón para seguir.

Sus palabras se perdieron en el viento, pero en lo más profundo de su ser, algo le susurró que no estaba completamente sola. Aún no. Había una chispa en algún lugar, aunque fuera pequeña, y mientras esa chispa existiera, no podía rendirse del todo.

"Este mundo es un páramo, pero... tal vez no siempre fue así".

Se quedó sentada allí, inmóvil, con la cabeza apoyada en sus rodillas.

No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que encontrara la fuerza para moverse de nuevo, pero sabía que, de alguna manera, lo haría. Porque, aunque fuera pequeño, aunque fuera insignificante, todavía había algo dentro de ella que no estaba lista para dejarse ir.

El páramo parecía menos hostil, o tal vez Ochako había dejado de percibirlo de esa manera.

Caminaba despacio, con pasos ligeros, dejando que el viento acariciara su rostro, aunque aún trajera consigo el olor metálico de un mundo roto. Había perdido la cuenta del tiempo; las horas, los días, los meses eran conceptos difusos. Y, sin embargo, algo dentro de ella había cambiado.

No era que el vacío hubiese dejado de doler, ni que las cicatrices de lo que había perdido se hubieran cerrado. Más bien, había llegado a comprender que ese dolor sería su compañero, y que aprendería a cargarlo como un peso que no se puede soltar.

"Tal vez nunca entienda por qué estoy aquí. Tal vez eso no importe tanto como pensaba".

A lo lejos, una torre retorcida se alzaba sobre el horizonte, rodeada de fragmentos de cristal que reflejaban una luz imposible. Era uno de los tantos elementos incongruentes que aparecían y desaparecían sin aviso, pero esta vez Ochako no lo ignoró.

Algo la empujó a acercarse.

El suelo bajo sus pies cambió de nuevo. Las grietas del páramo dieron paso a baldosas desgastadas que parecían haber pertenecido a una ciudad olvidada. Una sensación de déjà vu la invadió mientras avanzaba, como si ya hubiera estado allí antes.

—No importa si lo hice —murmuró para sí misma, casi como una afirmación.

Se detuvo frente a la torre y se inclinó para recoger un fragmento de cristal que yacía en el suelo.

Era pequeño y afilado, pero sorprendentemente cálido al tacto. Al mirarlo de cerca, Ochako pudo distinguir un reflejo borroso en su interior: un destello de su rostro, de lo que era antes.

"Me he aferrado tanto como he podido por aquellos a quienes tuve que defender. Tal vez esa fuerza no desapareció; tal vez sigue en algún lugar dentro de mí".

Se llevó el cristal al pecho, sosteniéndolo con ambas manos. No lloraba, pero sus ojos brillaban con algo que no había sentido en mucho tiempo: calma.

—Esto es lo que soy ahora —susurró, con una voz que no temblaba.

No hubo respuesta del vacío, pero ya no esperaba una. No necesitaba una. El eco de sus propias palabras era suficiente.

"Este mundo es un páramo donde nada puede crecer. Pero incluso aquí, yo existo. Y eso tiene que significar algo".

Comenzó a caminar de nuevo, dejando la torre atrás. No tenía un destino claro, pero había aceptado que no lo necesitaba.

Los fragmentos de mundos rotos seguían apareciendo y desapareciendo a su alrededor: una hilera de postes eléctricos en medio de la nada, un puente que terminaba abruptamente en el aire, los restos de una catedral cuyos vitrales se habían fundido con el cielo.

"Tal vez todo lo que queda por hacer es seguir avanzando. Tal vez eso es lo que significa estar viva".

Por primera vez, Ochako dejó que su mente vagara sin luchar contra ella. Los recuerdos seguían siendo borrosos, pero ahora los aceptaba como eran: incompletos, fracturados, como este mundo.

Recordó los rostros de quienes habían caminado a su lado, las risas y las lágrimas que compartieron. Había tanto que no podía recuperar, pero eso no hacía que el pasado fuera menos real.

"Quizás nunca encuentre respuestas. Quizás nunca vuelva a verlos. Pero mientras siga aquí, puedo intentar honrar lo que fuimos".

El viento soplaba con suavidad, y Ochako lo sintió como un abrazo distante.

Había aprendido a encontrar pequeños consuelos en este lugar: la textura áspera del suelo bajo sus pies, la calidez de los fragmentos de cristal, incluso el interminable horizonte que, aunque vacío, prometía posibilidades.

"Este mundo es un páramo. Pero yo no tengo que serlo".

Su paso era firme ahora, no porque supiera a dónde iba, sino porque había decidido que importaba seguir caminando.

La aceptación no era una rendición, ni un olvido. Era un pacto silencioso consigo misma, una promesa de que, incluso en este lugar donde nada podía crecer, ella seguiría intentándolo.

Y así, Ochako continuó avanzando, llevando consigo el peso de lo que había perdido, pero también la certeza de que su existencia tenía un propósito, aunque aún no lo entendiera.

Al principio, la noción del tiempo aún era algo tangible para Ochako.

Contaba los días, las semanas, y finalmente los meses con una disciplina casi obsesiva, aferrándose a cualquier atisbo de normalidad. Sin embargo, al alcanzar el primer año, todo lo que había intentado sostener comenzó a desmoronarse.

Su traje de heroína estaba completamente irreconocible: el rosado y negro originales se habían desvanecido bajo capas de mugre, sangre seca y polvo. Había improvisado prendas con jirones de tela que encontraba entre las ruinas; un pedazo de una cortina aquí, una tela quemada allá.

No era elegancia, solo necesidad.

"¿Cuánto tiempo ha pasado realmente? ¿Un año? ¿Dos? Tal vez todo esto es solo un sueño interminable".

Las ruinas a su alrededor seguían cambiando.

Había días en los que reconocía fragmentos de su mundo: un parque infantil, una valla publicitaria destruida, incluso un edificio que se asemejaba a la agencia donde había trabajado brevemente como aprendiz.

Pero luego, esas visiones eran devoradas por paisajes que no podía comprender: árboles que se retorcían como espirales imposibles, mares suspendidos en el aire, cielos divididos en capas de colores que parecían gritarle.

Ochako comenzó a hablar sola.

No podía recordar cuándo exactamente había comenzado, pero lo hacía cada vez con más frecuencia.

—Eres patética, Ochako —se dijo un día, sentada frente a un espejo roto que había encontrado en los escombros de algo que parecía una mansión—. Pero al menos sigues viva.

Su reflejo le devolvió una sonrisa torcida.

El cristal estaba tan agrietado que su rostro parecía descomponerse en pedazos al observarlo. A veces, juraba que su reflejo le respondía, pero no estaba segura de si era su imaginación.

"Tal vez estoy empezando a perder la cabeza. Tal vez eso sea mejor que enfrentar esto sola".

En el cuarto año, dejó de contar los días.

Su mente se resistía a mantener un registro, como si algo en su interior hubiera decidido protegerla de la monotonía aplastante. Ahora vivía de impulsos: caminar hasta que no pudiera más, buscar refugio cuando sentía que el aire mismo podía consumirla, y repetir.

Había comenzado a escuchar voces.

Al principio eran sus propios pensamientos, que a veces resonaban como si alguien más los estuviera pronunciando.

Pero con el tiempo, las voces adoptaron tonos diferentes, incluso nombres. Reconoció a algunos: Deku, Iida, Tsu. Otros eran desconocidos, fragmentos de un pasado que no podía recordar completamente.

—¿Qué esperas de mí? —gritó un día al vacío, arrojando una piedra hacia el horizonte—. ¡No puedo salvarlos! ¡Ni siquiera puedo salvarme a mí misma!

El eco fue su única respuesta, pero ella juró haber oído risas en la distancia.

Las décadas se fusionaron en un torbellino de imágenes, sonidos y emociones. Ochako dejó de ser una mujer que caminaba por un páramo y se convirtió en algo más: un espectro errante, una sombra de lo que una vez fue.

El paisaje había dejado de tener sentido hace mucho.

Las ruinas de ciudades modernas se entrelazaban con castillos medievales; el océano flotaba por encima de campos de lava. A veces, el cielo era azul y brillante, pero en un parpadeo, podía transformarse en un abismo negro plagado de estrellas.

Ochako se había adaptado a este caos.

Su cuerpo era ligero, como si la gravedad ya no tuviera completo control sobre ella. Podía trepar muros verticales, caminar sobre techos inclinados, incluso atravesar ríos de ceniza sin quemarse.

"Este mundo no tiene reglas. Así que yo tampoco las necesito".

A veces, su propia voz se sentía ajena. Se escuchaba ronca, cansada, pero también había momentos en los que sonaba como alguien más, alguien desconocido y lleno de certezas.

—No tienes que luchar contra esto —le susurraba una voz que parecía salir del aire—. Solo déjate ir.

—¡No puedo! —respondía Ochako, golpeando una roca hasta que sus nudillos sangraban—. ¡Todavía soy... yo!

Pero ¿era cierto? No estaba tan segura como antes.

Ochako ya no sabía cuánto tiempo había pasado. ¿Un siglo? ¿Más? El concepto de tiempo era irrelevante aquí.

Lo único que importaba era seguir moviéndose, aunque a veces no supiera por qué.

La locura ya no era un enemigo; era una compañera constante. Había aprendido a hablar con ella, a abrazarla como una amiga. A veces se reía sola, otras lloraban hasta quedarse sin aliento. Había días en los que simplemente se quedaba mirando el horizonte, esperando algo que nunca llegaba.

"Tal vez estoy destinada a quedarme aquí para siempre. Tal vez esto es lo que merezco".

Había momentos en los que recordaba los rostros de quienes había amado: Deku, Iida, Tsu, incluso Bakugo. Pero esos recuerdos se desvanecían rápidamente, como si este lugar los devorara.

Ahora, solo eran sombras, ecos de algo que alguna vez fue real.

Ochako se detuvo frente a un lago que reflejaba un cielo que no existía. Su rostro estaba cubierto de cicatrices y su cabello era una maraña de mechones sucios. Pero aún podía reconocerse, aunque fuera vagamente.

"Este mundo es un páramo donde nada puede crecer. Pero sigo aquí. Sigo... siendo yo".

La locura era un ciclo, una espiral interminable de negación, ira, depresión, aceptación y algo más.

No podía escapar de ella, pero tampoco se rendía completamente. Cada paso que daba era un recordatorio de que, aunque el tiempo no existiera, ella sí.

Y mientras caminaba hacia el siguiente horizonte imposible, Ochako dejó que las etapas se mezclaran en su mente, un torbellino caótico que la empujaba hacia adelante.

No había destino, pero tampoco había final. Y quizás, en ese punto intermedio, estaba la respuesta que buscaba.

El momento llegó como un susurro, suave y engañoso, antes de explotar dentro de ella con la fuerza de una tormenta.

Ochako no podía recordar cuándo fue la última vez que sintió algo tan visceral, tan poderoso. No era felicidad, pero tampoco era tristeza. Era algo más, algo primigenio que la sacudía desde lo más profundo de su ser.

Euforia.

Había dejado de contar el tiempo hacía mucho.

Las décadas, los siglos... ¿qué importaban ya? Había recorrido cada rincón de este collage imposible de mundos rotos, cada fragmento de ciudad, cada paisaje desfigurado por la convergencia de realidades.

Ahora, mientras caminaba por una llanura donde montañas invertidas colgaban del cielo como estalactitas, algo dentro de ella finalmente cedió.

Se detuvo y soltó una carcajada. Primero fue baja, un sonido ahogado, pero luego creció, llenando el vacío a su alrededor.

—¡Ja, ja, ja! —su risa resonó en el aire, burlona y amarga, como si el mundo entero se hubiera convertido en el chiste más cruel.

"Esto es todo, ¿verdad? No hay un final, no hay un propósito. Solo esto. Este páramo eterno donde nada puede crecer, y yo... yo soy su reina."

Las lágrimas corrían por su rostro, pero no estaba segura de si eran de alegría o desesperación.

Tal vez ambas cosas.

Comenzó a girar sobre sí misma, levantando los brazos al aire, como si bailara al ritmo de una música que solo ella podía escuchar.

Las prendas que alguna vez formaron su traje ondeaban a su alrededor, transformadas en harapos que parecían parte de su piel.

—¡No necesito un propósito! ¡No necesito respuestas! —gritó al cielo fracturado, donde las nubes se movían como remolinos de humo negro—. ¡Este es mi mundo! ¡Yo decido lo que significa!

Las voces volvieron, pero esta vez no como susurros, sino como un coro ensordecedor. Eran miles, tal vez millones, gritando su nombre, riendo con ella, llorando con ella.

"Uravity. Ochako. Heroína. Cobarde. Fuerte. Débil. ¿Qué importa ahora? Todo eso quedó atrás. ¡Soy todo y nada al mismo tiempo!"

Cayó de rodillas, con los brazos abiertos y la cabeza hacia atrás, mirando el cielo que ahora ardía con un fuego imposible, colores que no existían en ningún espectro conocido.

La risa aún escapaba de sus labios, pero había algo más en ella: aceptación, tal vez.

—¿Quieres quitarme esto? —le susurró al vacío, como si hablara con alguien—. ¡Tómalo! ¡Llévatelo todo! ¡Ya no me importa!

La tierra bajo ella comenzó a temblar, como si respondiera a su desafío. Rocas levitaban, el aire se llenaba de estática, y el paisaje a su alrededor cambiaba rápidamente, mezclando fragmentos de todo lo que había visto antes: rascacielos inclinados, desiertos de cristal, océanos de lava que fluían hacia arriba.

Y en medio de todo, Ochako se puso de pie.

—Este mundo es un páramo donde nada puede crecer —murmuró, con una sonrisa torcida en los labios—. Pero yo he crecido aquí. Yo soy la semilla de este lugar.

Un grito desgarrador escapó de su garganta, no de dolor, sino de liberación. Era el grito de alguien que ya no temía, alguien que había abrazado todo lo que era, incluso sus fragmentos rotos.

"Soy parte de este mundo, y este mundo es parte de mí. No hay escapatoria porque no quiero escapar. Aquí soy libre."

La euforia se apoderó de ella completamente. Ya no caminaba; corría, saltaba, bailaba sobre las ruinas, gritando al vacío, riéndose de todo y de nada. Cada paso era una declaración de existencia, cada risa una burla al absurdo del tiempo.

Cuando finalmente cayó al suelo, exhausta pero extrañamente plena, sintió algo que no había experimentado en siglos: paz.

No era la paz tranquila que había soñado en otro tiempo, sino una paz tumultuosa, caótica, que encajaba perfectamente con el mundo destrozado a su alrededor.

Tal vez la muerte es como quedarse dormido —susurró, recordando una línea que había repetido tantas veces que ya no estaba segura de sí era suya—. Pero esto... esto es como despertar.

Y con eso, cerró los ojos, permitiendo que el caos la envolviera, no como una prisionera, sino como parte de él.

El vacío eterno que Ochako había llegado a aceptar era, en sí mismo, un reflejo de todo lo que había perdido.

Millones, miles de millones de años habían pasado, o al menos eso suponía.

En ese lugar donde el tiempo no existía, las nociones de los mortales carecían de sentido.

Vagaba ahora por un cielo oscuro, tan vasto que las palabras "universo" o "infinito" parecían un mero susurro. Las tierras flotaban a su alrededor: fragmentos de mundos colisionados, fragmentos de realidades partidas.

Podía distinguir un bosque helado donde los árboles sangraban savia cristalina, un campo de batalla desolado donde estatuas gigantes de guerreros caídos se inclinaban hacia el abismo, y más allá, un océano donde las olas fluían hacia arriba, tocando un cielo de estrellas muertas.

Ochako flotaba entre ellos, un punto diminuto en la inmensidad, con el traje de heroína destrozado, reducido a harapos que apenas se aferraban a su cuerpo. El peso del tiempo —o la ausencia de este— había moldeado su ser.

Era un alma endurecida, rota y reconstruida innumerables veces.

Había aceptado su destino hacía tanto que ya no recordaba cuándo. Había aceptado la locura, la soledad, el interminable vagar. Este lugar no desaparecería, y ella tampoco.

Pero entonces... algo cambió.

Fue pequeño al principio, una chispa dentro de su mente. No un pensamiento completo, sino un destello. Un rostro. Una voz.

—Uraraka... —

El resto de las palabras llegó como una avalancha, una tormenta de recuerdos que se rompió sobre ella con la fuerza de un océano liberado.

"Uraraka... yo siempre te he odiado."

Su cuerpo tembló mientras las palabras resonaban en su mente.

Había pasado tanto tiempo desde que sintió algo tan puro, tan desgarradoramente humano. La ira explotó dentro de ella, abrasadora, consumiendo cada rincón de su ser como un fuego que había esperado milenios para ser encendido.

—¡IZUKU! —gritó, y su voz atravesó el vacío, reverberando por los fragmentos de mundos y galaxias a su alrededor.

El grito iluminó la oscuridad.

No como una luz cálida, sino como un estallido cegador de energía rosa. Su aura, la manifestación de su quirk, brotó de su cuerpo con una intensidad que no había sentido en una eternidad.

Se expandió en ondas, sacudiendo el espacio mismo, como si este respondiera a su rabia.

Ella recordó... Todo.

La guerra contra Izuku.

El fin de los héroes.

El surgimiento del Rey del Origen.

El mundo destrozado.

Su propia muerte.

Su cuerpo flotaba en el vacío, pero su mente ardía como un sol.

Las lágrimas corrían por su rostro, calientes y amargas, mientras se abrazaba a sí misma, como si intentara contener todo lo que estaba a punto de estallar.

—Me has quitado todo... —murmuró, con la voz quebrada pero cargada de una furia que crecía con cada palabra—. Me arrebataste mis sueños, mi hogar, mis amigos, mi vida... ¿y creíste que iba a desaparecer? ¡No! ¡No voy a desaparecer!

El aura rosa que la rodeaba se intensificó, pulsando como un corazón furioso.

Por primera vez en milenios, Ochako sintió que su quirk estaba vivo, que respondía a su odio, a su determinación.

Flotó hacia arriba, o al menos lo que ella percibía como arriba, mientras el vacío a su alrededor parecía inclinarse ante ella.

Las galaxias que flotaban a lo lejos parpadearon, como si se arrodillaran ante el grito de su alma.

—Izuku... Tú me trajiste aquí. Tú hiciste esto. Me mataste... Pero no terminaste el trabajo.

Las palabras se transformaron en un mantra dentro de su mente, alimentando la energía que la rodeaba.

Sentía que el vacío temblaba, que los fragmentos de mundos a su alrededor se agitaban. Su poder, el poder que había creído olvidado, ahora se expandía más allá de su control, abarcando todo lo que tocaba.

En el centro de ese universo oscuro, Ochako se alzó.

Ya no era la heroína que había sido. Ya no era la chica que soñaba con ser una salvadora. Ahora era una fuerza, una entidad moldeada por la eternidad y alimentada por un odio que nunca desaparecería.

Nunca voy a olvidar, Izuku...—susurró, mientras el brillo rosa de su aura iluminaba el vacío, envolviéndolo en un resplandor que desafiaba la oscuridad infinita—. Y tú tampoco lo harás.

Se quedó allí, flotando en la nada, abrazada por el eco de su propio odio.

En ese momento, no había más tiempo, ni más mundos, ni más fragmentos. Solo había ella.

Y su odio.

El cosmos, en su infinita quietud, guarda secretos en su vastedad, y entre esos secretos se esconde el origen de las almas que alguna vez caminaron sobre la Tierra.

El origen de Ochako Uraraka, sin embargo, no se encuentra en un solo instante.

Su existencia comenzó como una chispa, un susurro en el vasto vacío, como un eco de algo mucho más grande que ella misma. Como todo en el universo, su vida no fue lineal; fue una espiral, un ciclo que se reflejó en la constante lucha por encontrar su lugar en un mundo que nunca dejaba de cambiar.

La primera chispa de su vida nació cuando una pequeña niña, envuelta en la ternura de la infancia, despertó al mundo. Pero, como un objeto en caída libre, ella no se vio a sí misma de inmediato, solo fue arrastrada por la corriente del tiempo.

En la calidez de su hogar, donde las paredes aún estaban hechas de sueños, Uraraka vivió la inocencia. El aire de su ciudad natal, impregnado con la humedad de las montañas, cargaba las pequeñas risas y los murmullos de una familia que se sostenía a sí misma.

Su vida era como una piedra lanzada a un río: el agua de la rutina diaria la rodeaba, la acariciaba, la arrastraba, pero no la aplastaba. Ella sentía que estaba destinada a fluir con ella, que el curso de su vida no debía ser cuestionado.

"Todo es tan simple," pensó Ochako, observando a su madre, trabajando sin descanso, sonriendo con una dulzura amarga mientras hacía que su hija soñara con un futuro lleno de aventuras. "Así debe ser la vida. Un flujo sin fin hacia un destino predefinido."

Pero con la adolescencia vino el primer rasguño en esa perfección ilusoria.

Las preguntas emergieron en su mente como estrellas fugaces, fugaces pero inquebrantables. ¿Cuál era su propósito? ¿Por qué las vidas de aquellos que amaba parecían tan frágiles? La escuela se convirtió en su campo de batalla, no de combates físicos, sino de pensamientos.

Había comenzado a buscar algo más allá de la rutina. Buscaba significado, porque algo en su interior le decía que todo aquello que la rodeaba no era lo único que debía conocer.

Un día, mirando el cielo, una sensación de vacío la golpeó.

[Hay algo más allá de esto. Algo que no puedo ver, pero que puedo sentir.]

Era una vibración en sus huesos, una inquietud en su corazón.

El mundo de su infancia, sus primeras amistades, su hogar, ya no parecían suficientes para explicar las inquietudes que bullían en su interior.

El amor por la heroína que quería ser, la necesidad de proteger a los demás, la certeza de que debía hacer algo más grande que ella misma, todo eso comenzaba a chocar con la realidad de las expectativas.

El universo, en su inmensidad, parecía un espejo que le devolvía una imagen distorsionada de lo que era. Pero, como todas las estrellas nacientes, ella no podía aún comprender el reflejo.

El cielo estaba dividido, las estrellas eran fragmentos de posibilidades, y el eco de las voces que se alzaban a su alrededor comenzó a mezclarse en un murmullo interminable. Y entonces la necesidad de encontrar un propósito la empujó hacia adelante. "Sé que puedo hacer algo más. Puedo ser una heroína. Puedo marcar la diferencia."

El salto al heroísmo fue inevitable, como el momento en que un cometa atraviesa la atmósfera.

Pero cada paso que dio, cada logro alcanzado, solo profundizaba la verdad del vacío que se extendía ante ella. "¿Es esto todo?" se preguntaba, mientras observaba a los héroes consagrados, aquellos cuyas sonrisas se sentían tan ajenas y distantes.

El vacío comenzaba a tomar forma, un eco de una pregunta que siempre estuvo ahí, esperando ser formulada.

[¿Es el sacrificio todo lo que queda?]

La idea de sacrificarse por los demás la inundaba, pero con cada sacrificio, algo se desmoronaba dentro de ella.

La vida que había conocido parecía construida sobre una base de arena. Y cada día que pasaba, el horizonte se alejaba más de sus manos. Mientras tanto, las fuerzas que gobernaban el mundo, esos sistemas invisibles que mantenían todo en equilibrio, se retorcían y desmoronaban, y las voces que le decían que todo estaba bien comenzaban a sonar vacías.

La ciudad se volvió opaca, un paisaje borroso donde la luz ya no parecía penetrar del todo.

[¿Quién soy yo, realmente?]

Fue en ese momento, en la tormenta de dudas, cuando el encuentro con Izuku cambió todo.

Él, un reflejo de sí misma, pero a la vez una respuesta a esa inquietud constante. En sus ojos, vio algo que la llamó, una llamada a ser parte de algo más grande.

La mirada de Izuku, llena de sueños y de un destino aún incierto, la hizo comprender que ella también era un fragmento de algo inmenso, algo que ni siquiera podía entender en ese momento.

Así comenzó el viaje de Uraraka hacia el abismo, hacia el lugar donde los mundos chocaban, hacia la etapa final que la llevaría a un destino más allá del tiempo. Y aunque no sabía lo que la esperaba, sentía que el vacío había comenzado a hablarle.

En su alma se encontraba una puerta, una puerta que nunca había notado, pero que siempre estuvo allí. Una puerta que la llevaría a su fin.

"¿Qué pasa si la respuesta no está en salvar al mundo?" Pensó. "¿Qué pasa si la respuesta está en comprender que ya no puedo salvar nada?"

Y el eco del universo respondió en silencio.















































































——————————

[Tal vez ya es demasiado tarde para salvar algo.]

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INTRODUCIR: THE LINE - TWENTY ONE PILOTS.

La vastedad del espacio era como una tela rota, las galaxias arrugadas por la inercia del tiempo, los planetas esparcidos como fragmentos de sueños rotos.

Uraraka, suspendida en el vacío, ya no sentía el frío ni la gravedad. Su cuerpo flotaba, pero su alma parecía sumida en un peso insoportable.

El silencio del universo era absoluto, interrumpido solo por el eco distante de las estrellas moribundas. Aquello que alguna vez había sido un sueño, una misión que la había llevado hasta donde estaba, ahora se había desvanecido.

Su mente había estado atrapada en un ciclo infinito de recuerdos, de momentos que ahora parecían lejanos y desvanecidos, como si nunca hubieran existido en primer lugar.

[Recuerdo cuando todo empezó... el sueño de ser heroína, de ver a mis amigos... a él, a Izuku...]

El pensamiento se arrastraba por su mente, el recuerdo de un tiempo pasado, pero al mismo tiempo era tan ajeno que ni siquiera podía reconocerlo como propio.

Se sentía como si estuviera mirando una vida que no le pertenecía. El amor que una vez había sentido, ese amor profundo que había sido su motor, su impulso...

[Lo amaba... pero él ya no era el mismo. Y yo tampoco lo soy.]










El brillo de su quirk, la gravedad misma, se extendió por todo su ser, el aura rosada que la rodeaba se intensificaba, conectando la oscura nebulosa en la que había estado flotando, con las estrellas que una vez soñó alcanzar.

Pero ya no había más sueños.

La fuerza de su quirk, la que alguna vez le dio esperanzas, ahora era solo una representación del vacío. Aquella misma fuerza que una vez usó para levantarse por otros, la que le permitió volar alto... ahora era un recordatorio de lo que había perdido.

[Yo solía creer que podía salvar a todos. A ellos, a él... Pero ¿qué soy ahora? ¿Quién soy en este vacío? ¿Quién soy sin ellos?]

Cada galaxia que pasaba en su camino se convertía en un reflejo de las partes de su vida que había dejado atrás. Años, siglos, milenios, cada uno transformando su ser.

Las ideas de justicia, de heroísmo, de amor... todo había sido absorbido por la oscuridad que la rodeaba.

El espacio, con su inmensidad, parecía burlarse de ella, mostrándole lo infinitamente pequeña que era en su propia existencia.

[Izuku... el hombre que amaba, el hombre que una vez creí que salvaría el mundo. Pero él ya no recuerda quién soy. Yo ya no recuerdo quién era... todo lo que fui... todo lo que alguna vez quise ser... se ha desvanecido.]

Ella cerró los ojos, flotando más allá del tiempo y el espacio, sintiendo el peso de todo lo que había perdido.

En su mente, las imágenes de su infancia, sus sueños, su amor por Izuku, todo comenzaba a desmoronarse. Como un edificio hecho de recuerdos rotos, las paredes caían una por una, hasta que solo quedaba la pura esencia de lo que alguna vez fue.

[Todo lo que alguna vez amé, lo he perdido. Y ahora, este es el final... Este es el punto donde todo lo que fui se disuelve en la nada.]

De repente, algo en su pecho, en lo profundo de su ser, comenzó a vibrar. Era como si el universo mismo la llamara.

La luz que emergió de las grietas de su mente se expandió, envolviéndola. Aquella puerta brillante en la oscuridad, una línea blanca que se extendía hacia el infinito, apareció ante ella.

[¿Es esto mi destino? ¿Acaso lo que busco está al otro lado de esta línea?]

Un suspiro, leve pero lleno de resignación, se escapó de su boca.

Ella entendió lo que significaba ese lugar, ese paso.

No había más retorno.

Todo lo que alguna vez fue suyo estaba más allá de esa línea.

Todo lo que quedaba era una última oportunidad para encontrar algo nuevo. Algo más allá del amor que una vez le dio sentido a su vida. Algo más allá de las ruinas que Izuku había dejado atrás.

La energía rosada la rodeó como una corona etérea, brillando con la intensidad de una estrella moribunda.

El aire a su alrededor comenzó a distorsionarse, las capas de su aura envolviéndola como una prenda celestial.

A medida que su forma se transformaba, se podía ver cómo su físico cambiaba, la fragilidad de su ser se desvanecía en una figura imponente. Ya no era la chica que soñaba con ser heroína; ahora se había convertido en algo mucho más grande, mucho más antiguo.

Las ondas de energía comenzaban a formarse a su alrededor como espirales que giraban y se tejían, envolviendo su cuerpo en un resplandor rosado.

Aquella corona, que representaba todo lo que había perdido, se elevó por encima de su cabeza, y sus ojos se abrieron con una intensidad nueva, un resplandor carmesí y rosado que destellaba con una ira y una fuerza indescriptibles.

[Esto... esto no es solo para mí. Es por todos los que alguna vez creyeron en mí. Es por lo que me dejaron atrás, por lo que ya no soy... es mi última oportunidad de romper esta maldición.]

La línea blanca, la puerta hacia el presente, brilló ante ella.

A medida que daba un paso hacia adelante, el resplandor rosado se intensificaba, las capas de energía a su alrededor batiendo como alas de ángel caído.

[¿Me decepcionare? ¿Aun podre pasar?]

Su rostro, antes lleno de dudas y dolor, ahora era implacable, impasible.

Y entonces, el resplandor se desbordó.

La luz rosada explotó, como una supernova, llenando el vacío alrededor de ella con una fuerza tan destructiva como la de un dios olvidado.

En ese instante, Uraraka Ochako, la chica que había soñado con ser heroína, la chica que había amado y perdido, la chica que había sido destruida por los eones de tiempo se levantó en su forma definitiva.

Un ser que ya no era un sueño.

Un ser que ya no era humana.

Un ser que había dejado atrás todo lo que alguna vez fue, y que ahora enfrentaba al universo con una fuerza que nada podría detener.

[El destino no puede controlarme. Ni el amor, ni la ira. Yo soy mi propia fuerza. Y voy a destruir todo lo que me retenga.]

Los pensamientos de Uraraka flotaban a la deriva, como partículas atrapadas en el viento de un abismo interminable. El peso de su existencia, de lo que había sido y lo que ya no podía ser, la envolvía como una neblina densa y oscura.







































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[La gravedad es una fuerza...]

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La grieta en la oscuridad se abrió por fin.

La línea de luz que había estado esperándola comenzó a formar una apertura, una ventana hacia el presente. A través de ella, vio a Izuku. Su imagen, su presencia, la que había llevado con ella durante tanto tiempo, emergió de la grieta, nítida, clara, y tan cercana como nunca.





































































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[..He dominado esa fuerza.]

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Uraraka cruzó la línea de luz, transformada por completo, y mientras la energía la rodeaba, su mirada se cruzó con la de Izuku.

...

















Se que a estas alturas del juego deberia ser irrelevante... sin embargo,  no lo es.  Una espina clavada que no he podido sacar. Creo que es una de las razones por las cuales publique este capitulo, quizas para obligarme a tener el valor de terminar lo que empece hace ya media decada. Pero esta vez lo hare bien, sin apresurarme, tranquilamente y en su orden para poder cerrar todas las inconclusas que se encuentran en IF. 

1 Año despues del ultimo capitulo de los 9 extras, sin embargo, esta bien. Para mi lo esta. Lo hare por que cuando finalmente le pueda dar este final que realmente merece, tal vez, quizas tal vez le de sentido a lo que hare despues. Asi que empecemos con algo sencillo, la continuacion del extra 9 y el comienzo de una serie de capitulos que la verdad no tengo idea cuantos me tome, aunque no creo que sean muchos. Todos iran directo aqui. Donde todo acabo, y donde todo empezara de nuevo para acabar como debe hacerlo.

Para poder sacarme esta espina. 

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