v. of greatness and sorrow

capítulo cinco !
de grandeza y tristeza



Como cada mañana, la aurora halló a Aenar Targaryen en el patio de entrenamiento de la Fortaleza Roja. El príncipe se deleitaba en la serenidad del sol naciente para comenzar su día, aprovechando la frescura nocturna que aún perduraba cuando abandonaba sus aposentos bajo la luz de la luna.

El día se vestía de alegría, marcado por el inicio del torneo en honor al heredero no nato del Rey Viserys Targaryen. Con el bullicio de los sirvientes despertando los pasillos, el príncipe interrumpió sus prácticas en el patio y retornó a su habitación para prepararse.

Aenar solía tomar baños helados, encontraba claridad en el agua helada antes de las apariciones reales junto a la familia, un ritual que le confería concentración para afrontar el día con determinación.

Por eso, al concluir con su baño, no pudo evitar notar que Alysanne yacía aún en la cama, envuelta en un sueño imperturbable parecía.

El príncipe se detuvo junto al lecho donde reposaba su esposa dormida, y no pudo evitar la tentación de contemplarla por unos instantes con un semblante serio. Los rayos dorados acariciaban el rostro angelical de Alysanne, iluminando su cabello y su figura envuelta en las sábanas blancas.

Con suavidad el nombre de su esposa se deslizó de sus labios, como un susurro que buscaba despertarla sin perturbar su serenidad. Alysanne entreabrió los ojos lentamente, protegiéndolos del sol matutino con una mano. En el umbral del despertar, lo primero que vio y oyó fue a su hermano Aenar.

―Despierta, el torneo comenzara pronto.

Aenar se alejó sin más hacia el rincón opuesto de la estancia, concediendo la privacidad que su esposa y sus damas precisaban para alistarla para el día. Después de unos momentos, al recibir el leve gesto de afirmación de Alysanne, permitió que la servidumbre entrara con su desayuno.

Alysanne Targaryen nunca fue dada a hablar mucho por las mañanas, menos aún ahora que comenzaba su día compartiendo el desayuno con alguien que apenas la miraba. Por eso, le sorprendió que Aenar le hubiera dirigido siquiera dos palabras.

Cuando la princesa se acercó a la mesa del desayuno, ubicada junto al balcón bañado por la luz del día, la mano de Aenar, diligente y caballerosa, deslizó la silla para que ella tomara asiento. Este gesto noble no pasó desapercibido ni para la servidumbre ni para la misma princesa.

La única dama de compañía de la princesa, testigo silenciosa de aquel acto de cortesía, parecía contener las palabras que ansiosas aguardaban por cruzar el umbral de sus labios y el de la puerta de la habitación. Sabían que apenas dejara la estancia, llevaría esa información a los nobles de la corte.

―Gracias.

Alysanne captó al instante su juego; él respondió con una fingida sonrisa apenas esbozada y se entregó a su desayuno con voracidad.

Después de que los sirvientes se retiraron, dejando atrás la comida servida en sus platos y las copas llenas, la princesa se sintió en la libertad necesaria para hablar.

―¿Cómo estuvo tu entrenamiento? ―preguntó ella mirándolo mientras él comía.

Aenar detuvo los movimientos de su mandíbula al masticar y levantó la mirada con confusión.

―No tienes que... ―dijo a medias casi en un susurro, se detuvo a masticar el resto de su comida, Alysanne frunció el ceño. ―. No tienes que fingir interés en mí y lo que hago.

Alysanne arqueó una ceja hacia él mientras Aenar desviaba la mirada, se encontraba asombrada de que alguien mayor a ella pudiera ser tan... ¿persistente? No encontraba la palabra exacta para describirlo.

Lo que la princesa no sabía era que con esas palabras sencillas había conseguido alterar al príncipe frente a ella; años habían transcurrido desde que alguien mostrara verdadero interés en las ocupaciones de Aenar.

No era igual tener a Viserys observándolo desde la distancia, ofreciendo consejos vacíos que nunca seguiría, a tener a Alysanne luciendo genuinamente interesada y preguntándole por ello.

Por un segundo creyó que era mentira, que la servidumbre seguía allí y por eso su hermana-esposa actuaba así.

―No estoy fingiendo ―exclamó. Alysanne extendió el brazo sobre la mesa, con su propio tenedor pinchó la comida en el plato de su hermano y la llevó a su boca. ―. Si vamos a hacer esto, necesitamos conocernos de verdad.

―Bien. ―Se llevó la copa con agua a los labios y luego continuó. ―. Estuvo bien, supongo, como siempre.

Alysanne apenas pudo contener una sonrisa al observar a Aenar, visiblemente tenso y nervioso. Era evidente en su evasiva mirada y en sus respuestas casi titubeantes. Esta dinámica era nueva para el matrimonio.

Por lo general, sus conversaciones eran poco amigables y distantes, marcadas por una frialdad apenas disimulada. Esta era la primera vez que alguno de los dos mostraba curiosidad por las rutinas diarias del otro.

―Me alegra saberlo. ―Alysanne continuó con su comida, y Aenar pensó que ahí terminaría la conversación. ―. ¿Es difícil? Quiero decir, sé que practicas desde pequeño, pero... no sé, siempre quise sostener una espada y tener el poder de usarla con destreza.

Nuevamente, Aenar se detuvo al escucharla, como si la voz de Alysanne fuera el motivo de que su mundo se detuviera. Esta vez procuró no mostrar su confusión y respondió con prontitud.

―No es cuestión de dificultad, sino de anticipar y ejecutar los movimientos de tu contrincante si lo que quieres es ganar ―explicó Aenar. Alysanne asintió, apoyando los codos en la mesa para escucharlo. Aenar carraspeó y se inclinó hacia adelante, gesticulando con las manos mientras continuaba. ―. Es casi como un baile, debes dominar la postura y...

―¿Un baile? ―Alysanne intervino con una risa ligera. ―. No sabía que fueras un buen bailarín; cada vez que bailamos, pienso que tienes dos pies izquierdos.

Sin poder evitarlo, una sonrisa sutil se dibujó en los labios del mayor, acompañada de un leve resoplido apenas audible. Una risa contenida que igualmente llegó los oídos de Alysanne, suavizando su expresión hacia su hermano-esposo.

―Miren eso, tiene sentido del humor.

Aenar rodó los ojos y pasó una servilleta por sus labios, como si intentara ocultarse, mientras Alysanne no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en su rostro.

Continuaron el desayuno en paz, con Aenar hablando con entusiasmo como un niño sobre sus lecciones con la espada, compartiendo con Alysanne algunos de sus secretos sobre el arte del combate.

Caminaron hacia el balcón donde la realeza, junto a miembros del Pequeño Consejo, y los nobles se reunirían para presenciar el torneo de caballeros, Aenar y Alysanne caminaron en un silencio cómodo por primera vez, intercambiando saludos con los lores que les dirigían la palabra.

Alysanne llevaba un vestido rojo adornado con hilos negros y dorados, mientras Aenar vestía con los mismos colores de una manera que los hacía destacar juntos, complementándose de manera espectacular.

―Princesa Alysanne. ―Alicent Hightower se inclinó ante ellos con reverencia. ―. Mi príncipe.

Aenar y Alysanne respondieron al saludo con gracia, sus brazos entrelazados como un símbolo de unidad mientras avanzaban.

―Alicent, es un placer verte de nuevo. ―La princesa sonrió levemente mientras se acercaba a ella. ―. ¿Has visto a Rhaenyra?

―Está llegando tarde, como de costumbre.

La noble dama y la princesa intercambiaron sonrisas mientras la mayor negaba con la cabeza; por supuesto, Rhaenyra estaba llegando tarde.

―¡Hermana!

La Hightower y la pareja Targaryen se giraron hacia el extremo opuesto del corredor al ver acercarse a Daemon Targaryen, caminando hacia ellos con un porte elegante y una sonrisa cargada de arrogancia.

Pronto Aenar fue liberado del abrazo de su esposa, dejando su brazo en completa soledad, suspendido en el aire. Aunque Alysanne le daba la espalda, él podía percibir la gran sonrisa en su rostro. La razón de tal sonrisa era el hermano que tanto aborrecía.

―¿Vienes? ―preguntó la princesa con entusiasmo, girándose hacia su esposo, quien obviamente iba a declinar su propuesta.

―Ve tú.

Sin más preámbulos, la princesa se lanzó hacia su hermano mayor y lo abrazó con efusión al reencontrarse después de tanto tiempo separados. Era como cuando era niña y avistaba a Caraxes surcar los cielos de la ciudad tras una larga ausencia, y Daemon siempre la recibía entre sus brazos con una calidez que era imposible resistir.

―Lady Alicent.

Aenar rompió el silencio justo cuando la joven de vestido celeste concluía su reverencia y se disponía a alejarse. Ser la mejor amiga de la princesa Rhaenyra conllevaba ciertos privilegios, entre ellos, conocer más de lo habitual sobre la familia real. Alicent comprendía el enigma silencioso y oscuro que representaba Aenar Targaryen.

―¿Mi príncipe?

La joven giró sobre sus talones con una mirada perpleja, quizás había malinterpretado lo que había escuchado, quizás él ni siquiera había mencionado su nombre.

El mayor guardó silencio por un instante, esquivando la mirada de Alicent, mientras entrelazaba las manos delante de su cuerpo en un intento de liberar las palabras atrapadas en su garganta.

―Lamento su pérdida ―exclamó el príncipe mirándola fijamente, mientras Alicent abría y cerraba la boca sin encontrar las palabras adecuadas. ―. No es fácil perder a una madre y... si alguna vez necesita algo...

Aenar mismo desconocía de dónde surgía esa benevolencia en él. Quería rendirle sus respetos a la joven, pero ofrecerle su hombro para llorar era un paso mucho más allá de lo que había anticipado.

―Sus palabras son de mucho aprecio, mi príncipe ―murmuró la dama con una sonrisa de tristeza. ―. Es la primera persona que tiene la certeza de sentir mi perdida y afirmar que no es fácil, lo agradezco.

Él simplemente asintió en respuesta. Alicent se despidió y partió hacia su lugar en el balcón real de la familia. Aenar la observó por unos breves instantes, solo para descubrir la mirada penetrante de Otto Hightower posada sobre él.

Al girar la cabeza hacia el otro extremo del corredor en busca de su hermano mayor y hermana menor, Aenar se sorprendió al no encontrarlos allí.

El resentimiento y la molestia se infiltraron nuevamente en sus huesos. Daemon había regresado justo en el momento en que, a su pesar, más necesitaba a Alysanne a su lado para mantener la fachada.

Si ella no mostraba inquietud por el asunto que ambos habían pactado, entonces él también podría desentenderse y permitir que las lenguas largas de la corte siguieran difamando la reputación de ella.

El príncipe tomó asiento a cierta distancia de su prima Rhaenys, justo bajo la mirada cariñosa de Viserys y los ojos penetrantes de Otto Hightower.

Observó a su alrededor con curiosidad, había presenciado innumerables torneos, bailes y otros eventos organizados por su hermano para los nobles del reino. Conocía la rutina, dominaba el protocolo a seguir y, con el tiempo, había aprendido a identificar a quienes debía evitar para no caer en conversaciones eternas.

―¡Estoy aquí!

Alysanne llegó casi corriendo, con una sonrisa luminosa que iluminó el rostro de Viserys cuando le besó la mejilla. Saludó con cortesía a su prima Rhaenys y al resto de su familia antes de tomar asiento junto a Aenar. Le dirigió una mirada cargada de ternura y una pequeña sonrisa, ansiosa por retomar su conversación de antes.

Sin embargo, el ceño fruncido y el rostro serio de su hermano, junto con la indiferencia de su mirada, le advirtieron que algo no iba bien.

―¿Algo interesante? ―preguntó la princesa intentando romper el hielo.

―No ―respondió Aenar mirando hacia el frente.

―Daemon te envía saludos ―murmuró con un aire de complicidad, haciéndole frente a la seriedad que había en Aenar, cuya mirada pareció teñirse de disgusto ante la mención de su hermano. Provocando una carcajada en la princesa.

A escasos centímetros, el Rey y su Mano no pudieron evitar detenerse a observar a la pareja. Viserys, con un sutil golpe de codo, instó al Hightower a contemplar a sus hermanos menores y la felicidad que irradiaban. La risa de Alysanne resonó entre los presentes, atrayendo miradas como el canto de una sirena en medio del mar, dulce y envolvente.

Cuando el eco de la risa de Alysanne Targaryen se desvaneció en el aire, el Rey se alzó solemnemente y una quietud profunda se posó sobre todos los presentes, como si el mundo mismo aguardara sus palabras.

―¡Sean bienvenidos! ―resonó la voz de Viserys, asegurándose de que cada palabra llegara a todos los rincones. ―. Sé que muchos han recorrido un largo camino para estar en estos juegos, pero les aseguro que no se decepcionarán. Cuando veo a los grandes caballeros que ahora se alistan en las justas...

Mientras el discurso de Viserys Targaryen fluía como un río, los ojos de Alysanne se vieron atraídos por otra situación, el intento de su sobrina de pasar desapercibida entre la multitud, buscando ser invisible al tomar asiento junto a su buena amiga Alicent Hightower.

La Joya del Reino se inclinó levemente hacia adelante, atrapando un mechón de cabello platinado entre sus dedos. Al tirar suavemente, Rhaenyra se giró hacia ella con una expresión de ofensa clara en sus ojos. Alysanne la observó con seriedad mientras el Rey hacía contacto visual con su hija momentáneamente, sin interrumpir su discurso.

―Y este gran día ha sido aún más favorecido por la noticia que comparto con alegría. ―Alysanne escuchó atentamente, sintiéndose ansiosa de repente. ―. La Reina Aemma ha comenzado su trabajo de parto.

La justa se desencadenó al instante: caballeros heridos y victoriosos sobre corceles, estandartes ondeantes, caballeros pidiendo el favor de las nobles, un enigmático caballero de apellido Cole y más.

Sin embargo, el corazón de Alysanne estaba en otro lado, cautiva por la reciente noticia pronunciada por su hermano mayor. El trabajo de parto de Aemma había comenzado, y un peso en su pecho la oprimía con tal fuerza que le impedía concentrarse en los eventos desplegándose ante sus ojos.

Ni siquiera los rumores que compartían su sobrina y su amiga sobre una dama encinta fuera del matrimonio fue suficiente para captar su atención y distraerla. Fue el roce casual de la mano de Aenar con la suya lo que la devolvió a la realidad.

Enseguida supo lo que debía hacer.

―¿A dónde vas?

El príncipe capturó su mano en el momento en que Alysanne se alzó.

―Necesito ver a Aemma ―susurró la princesa, en vano tratando de evitar llamar la atención.

―Creo que la Reina está algo ocupada en este momento ―murmuró Aenar, moviendo la cabeza con calma mientras hablaba en tono bajo y sereno.

―Volveré enseguida, lo prometo.

En un movimiento rápido, la princesa Alysanne se acercó velozmente al rostro de su esposo, depositando un beso en su mejilla con la naturalidad de un hábito arraigado desde hace tiempo.

Bajo las miradas expectantes de gran parte de la corte, desde esa misma mañana habían comenzado a jugar sus cartas. Sin embargo, el corazón de Aenar dio un vuelco al sentir los labios de Alysanne rozar su piel. Con ojos violetas fijos en la figura que se alejaba, observó en silencio como su esposa se retiraba.

El príncipe recuperó la compostura al divisar el estandarte de su Casa ondeando en lo alto. Su mirada severa se posó en el caballero de armadura negra, mientras internamente rodaba los ojos al verlo dar vueltas en su corcel.

―¡El príncipe Daemon de la Casa Targaryen, príncipe de la ciudad, escogerá a su primer oponente!

Gwayne Hightower había sido la elección del príncipe, y Aenar no podía evitar pensar en lo predecible que era esa decisión.

Por supuesto que el príncipe Aenar Targaryen sabía lo que había sucedido la noche anterior con los ahora Capas Doradas, como también sabía del agarre en la sala del consejo entre la Mano del Rey y el Lord del Lecho de Pulgas.

Lady Alicent contuvo apenas un jadeo de sorpresa al ver a su hermano caer pesadamente al suelo por el golpe de Daemon. Sus ojos reflejaron su estupor cuando se encontró con la mirada firme de Aenar, mientras otorgaba su favor al Príncipe Canalla.

Aenar habría disfrutado ver a su hermano fallar y caer de su caballo al ser derribado, pero el susurro de Otto Hightower alcanzó sus oídos. Ver a Viserys retirarse solo aumentó su deseo de partir de aquel lugar.

¿Había pasado algo con Aemma? ¿Le habría ocurrido algo a Alysanne?

De repente, sintió el impulso de seguir los pasos de su hermano mayor, no por interés en la Reina ni mucho menos en el Rey. No, el nudo en su estómago que crecía lentamente era el deseo de asegurarse de la seguridad de Alysanne.

Al presenciar a los caballeros enfrentarse a muerte y un escudero a su lado vomitando, decidió que era hora de dar por concluido el día. Se levantó y, bajo la mirada vigilante de Otto Hightower, abandonó una vez más el balcón real.

Los corredores de la Fortaleza Roja estaban sumidos en un silencio desolador mientras se aproximaba a los aposentos de la Reina. A medida que avanzaba, el eco distante de gritos confundió sus sentidos, impulsándolo a apresurar el paso. Con un empujón, apartó a los guardias que custodiaban la puerta y entró velozmente a la habitación.

El aire estaba cargado de tensión y preocupación, reflejado en los rostros de los sirvientes y los maestres que se movían con nerviosa diligencias alrededor de la cama de la Reina.

A solo unos pasos de distancia, junto a la cama donde Aemma se retorcía entre contracciones mientras Viserys la sostenía firmemente de la mano, Alysanne permanecía allí, observando la escena con una quietud que parecía congelar el mismo tiempo.

―Alysanne.

La llamó, pero su llamado quedó sin respuesta, mientras el maestre se aproximaba con gesto serio para indicarle que debía retirarse de la estancia de inmediato.

―Tócame otra vez y acabaré contigo.

Fue lo único que dijo el príncipe, en sus ojos violetas se veía la seriedad con la que hablaba. El maestre retrocedió enseguida.

―Alysanne... ―Una mano se posó en el hombro de la princesa, quien dio un sobresalto al sentir el contacto. ―. ¿Qué sucede?

La imagen de Aemma Arryn, sus lamentos desgarradores, penetraron hasta lo más profundo de su ser. Verla así, postrada en la cama entre sufrimientos, evocó recuerdos que Aenar hubiera preferido mantener sepultados en las sombras más remotas de su mente.

―Aenar, el bebé... ellos... ―Alysanne apenas pudo articular palabras coherentes, sus ojos oscilaban entre su esposo y la Reina. El príncipe tomó delicadamente su rostro entre las manos.

―No puedo entenderte, háblame tranquila.

Las lágrimas llegaron a los ojos de Alysanne. ―Él bebé está volteado.

Desearía poder decir que su semblante se tornó afligido o triste, pero el príncipe mantuvo su expresión imperturbable y respiró profundamente. No podía permitirse mostrar desinterés, consciente de que podría atraer miradas inquisitivas.

Con maestría, sus ojos revelaron una preocupación simulada, pero afortunadamente para él, su hermano mayor intervino, cortando el momento.

―Tienen que irse.

Viserys se puso de pie junto a sus hermanos. Alysanne negó con un gesto rápido, no pensaba abandonar el lado de Aemma, mientras Aenar guardaba silencio.

―Tienen que irse, ahora.

―No, Viserys, no dejaré a...

―Alysanne, es una orden ―exclamó el Rey con seriedad, su respiración agitada resonando en la estancia. Luego, dirigió la mirada hacia Aenar. ―. Tienen que irse. Es una orden de su Rey.

Los profundos orbes del príncipe se encontraron con los del Rey, cuyos ojos hablaban más que mil palabras a su hermano, mientras ignoraba los ruegos de su hermana para permanecer en la habitación. Aenar comprendió lo que debía hacer y, por primera vez, obedeció una orden de Viserys.

Sin titubear, agarró el antebrazo de Alysanne y la condujo fuera de la estancia, a pesar de sus protestas y esfuerzo por liberarse, que fueron en vano. Ambos eran conscientes de quién poseía la fuerza predominante, pero en ese momento a la princesa no le importaba.

Los príncipes recordarían ese día por siempre, no había duda.

Los gritos de Aemma Arryn se quedarían grabados en la mente de Alysanne, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas reprimidas. Todo lo que podía ver eran los guardias erguidos frente a la puerta que anhelaba atravesar.

Mientras el príncipe Aenar la mantenía firme en su abrazo, sin proferir palabra para consolarla, la princesa eventualmente perdió las fuerzas y simplemente golpeó el pecho de su esposo, al tiempo que lanzaba gritos desgarrados, dejando salir de su boca cuanto insulto cruzara por su mente.

Solo cuando los gritos de la Reina cesaron y el llanto de un bebé llenó el aire, Alysanne detuvo sus esfuerzos por liberarse. El dolor se apoderó de la princesa, lágrimas rodaron por sus mejillas y esta vez no resistió cuando su esposo la envolvió entre sus brazos, permitiéndole finalmente ahogarse en su pena.

Ese día, Alysanne Targaryen perdió a quien más cercana tenía a una figura materna. Y en ese mismo día, Aenar Targaryen sintió que por primera vez el mundo conspiraba a su favor, pues algo en lo más profundo de su ser se sintió satisfecho de que su hermana-esposa finalmente experimentara tal dolor.

El mismo dolor que él cargaba desde hace años.




































Antes de lo previsto, toda la corte y la familia real se vieron vestidos de negro, reunidos en una colina, envueltos por el aroma del mar y bañados por los rayos del sol en un día luminoso, pero sombrío al mismo tiempo.

El funeral de la Reina había llegado y la tristeza los envolvía, pues en la pira funeraria junto al cuerpo de Aemma Arryn reposaba también el recién nacido Baelon Targaryen, heredero al Trono de Hierro. El infante había acompañado a su madre a la tumba apenas unas horas después de venir al mundo.

Los días sombríos en la Fortaleza comenzaron con aquel torneo, y parecía que nunca volverían a ser los mismos. La presencia de la Reina siempre fue un deleite para todos; su ausencia, en cambio, los atormentaría eternamente.

Contrario a aquellos que guardaban luto por la Arryn, Aenar persistía en su rutina diaria siempre y cuando fuera lejos de ojos curiosos, de todas formas lo hacía vistiendo el negro de luto. Desde el día del torneo, el príncipe anticipaba que al regresar a sus aposentos encontraría a Alysanne y su figura desconsolada.

No obstante, el día del funeral lo sorprendió encontrarla ya vestida, sentada en una silla en lugar de estar recostada en su lecho, y degustando algo de comida por primera vez en lo que fueron días eternos.

El cabello platinado de la princesa estaba peinado con cuidado y elegancia, en un recogido sencillo que mantenía los mechones fuera de su rostro mientras permanecían al aire libre. Vestía un traje negro adornado con delicadas decoraciones de hilo azul en los hombros.

Azul en representación de los Arryn. Azul en forma de respeto y cariño a Aemma Arryn.

―Estoy lista. ―Su voz resonó suavemente en la habitación, marcada por ojos hinchados y un tono ronco. Fue un extraño alivio escuchar palabras brotar de sus labios tras días de silencio.

Alysanne Targaryen permaneció en silencio al lado de su esposo, Aenar Targaryen, contemplando con una mezcla de melancolía y orgullo la escena que se desenvolvía ante ellos. El príncipe estaba absorto en la contemplación de Syrax en la colina, cuando un escalofrío le recorrió al sentir la mano de la princesa deslizarse y entrelazar sus dedos con los suyos.

La punta de la nariz de Alysanne lucía enrojecida, y sus ojos se llenaban de lágrimas silenciosas mientras observaba la figura de Rhaenyra frente a la pira de su madre y hermano. Admiraba y sentía un orgullo profundo por su sobrina, reconociendo en ella una fortaleza que ella misma dudaba poseer para enfrentar lo que vendría a continuación.

Ambos fueron testigos de la determinación de su sobrina; Alysanne sintió como su corazón se estrechaba al observar la escena, mientras que Aenar mantenía su semblante sereno, su rostro marcado por años de sufrimiento silencioso. El destino de los Targaryen siempre estuvo tejido con hilos de grandeza y sufrimiento.

Alysanne bajó la mirada para contener sus lágrimas y calmar su respiración agitada. No se atrevía a enfrentar la escena de nuevo, los cuerpos en lo alto y los ojos enrojecidos de Rhaenyra. Prefirió fijar la vista en el suelo y anhelar que todo acabara pronto.

Sin embargo, la atención de Aenar se desvió cuando Daemon y Rhaenyra comenzaron a hablar en Alto Valyrio a pocos metros de distancia. A pesar de sus deseos, el viento impedía que escuchara claramente las palabras que intercambiaban su hermano y sobrina.

―Dracarys.

Rhaenyra lo dijo. Una palabra que resonó en el aire como un decreto de despedida y de renuncia al dolor.

Inmediatamente, Syrax obedeció el comando de su jinete, descendiendo de la colina con pisadas que hicieron temblar el suelo bajo sus enormes patas. Inhaló profundamente y exhaló un torrente de fuego ardiente sobre la pira que contenía los cuerpos inertes de la familia real.

Entonces, Alysanne alzó la mirada con resignación, reuniendo valor para enfrentar el escenario ante ella, manteniendo la cabeza en alto como debía.

Las llamas cobraron vida con un calor abrasador, envolviendo los restos de la Reina Aemma y el Príncipe Baelon en un resplandor dorado y carmesí. La pira se trasformó en un espectáculo de despedida, una ola de calor y luz que ascendió hacia el cielo, llevándose consigo los momentos compartidos y los recuerdos de los amados que ahora descansaban en la paz de las llamas.

Alysanne se quedó allí, contemplando, mientras el fuego consumía a quien más cerca había tenido como madre y al bebé anhelado por su familia durante las últimas lunas. Sentía cómo el dolor se entrelazaba con la resignación y el deber.

Aenar apretó suavemente la mano de Alysanne y con su pulgar acarició la piel suave de ella. Los ojos de la princesa buscaron los suyos y Aenar no apartó la mirada gélida que mantenía incluso cuando por dentro sentía un torbellino. Como si aquel encuentro ante ambos fuera un pedido de auxilio.

En el silencio que los envolvía, mientras las llamas danzaban y el humo ascendía, contempló los destellos apagados en los ojos de Alysanne, como si el dolor y la pérdida finalmente hubieran alcanzado el resplandor de su mirada. Era como ver una estrella fugaz extinguirse lentamente en el cielo, dejando solo una sombra de lo que una vez fue su esplendor.

Incluso los ojos más hermosos, como los de su hermana, podían perder su brillo y opacarse hasta ser tan oscuros como la penumbra de las noches, una verdad dolorosa que Aenar descubrió en ese día sombrío.
































author's note:
no se olviden de votar y comentar que les va pareciendo la historia hasta el momento, eso sirve de mucho y a veces es la motivación necesaria para continuar escribiendo🥺
¿qué les pareció el primer capítulo de la segunda temporada? hablemos de eso!!!
y ya falta poquito para el segundo!!!

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