iii. castle's secrets in dawn's light
capítulo tres !
los secretos del castillo a la luz del amanecer
Tras un año y medio transcurrido, el tiempo, de manera súbita, pareció acelerar su curso, sorprendiendo a ambos príncipes, quienes se hallaban a meras horas de prometerse mutuamente al otro por el resto de sus vidas en el Gran Septo.
Los aposentos de Alysanne eran un caos desde hacía días. Al adentrarse a la recamara de la princesa, lo primero que llamaba la atención eran los variados colores y formas de flores. Las telas apiladas para confeccionar nuevos vestidos dignos de una dama ocupaban gran espacio, ya que dijeron que debía empezar a vestir como una mujer, pues pronto dejaría la niñez atrás. Los juguetes de una joven princesa también estaban esparcidos por la habitación.
―¡Pruébatelo! ¡Pruébatelo!
Rhaenyra Targaryen saltaba con júbilo en la cama de Alysanne, quien rápidamente la alzó entre sus brazos para bajarla de allí y evitar cualquier accidente. Durante los últimos días que había pasado con la niña, había llegado a comprender la constante preocupación en la que Aemma siempre se encontraba. La princesita parecía ser inagotable en energía y solo se dedicaba a actividades que fácilmente podían resultar en algún golpe.
Desde hace una semana, Rhaenyra no se despegaba de Alysanne ni un instante. Dondequiera que estuviera la mayor, se podía estar seguro de que la hija del Rey no tardaría en aparecer detrás de su falda.
Hace algunas noches, los gritos de la reina resonaron por toda la Fortaleza, despertando a todos cuando la luna estaba en lo más alto del cielo. Alysanne, al igual que toda persona viviendo allí, comprendieron al instante lo que acababa de ocurrir. Otra pérdida para la Casa Targaryen.
―Nyra, cálmate, es hora de dormir ―dijo la princesa, mientras rebuscaba entre sus vestimentas. ―Ya me has visto con el vestido más de diez veces en los últimos tres días; no va a lucir diferente esta vez ni ninguna otra.
Rhaenyra, con los brazos cruzados, se posó en el borde de la cama, contemplando en silencio a su tía. Alysanne, después de unos breves instantes de distracción, volvió su mirada hacia ella al no oírla. Le resultó inevitable esbozar una sonrisa al encontrarla con el ceño fruncido.
―Puedo contarte un cuento para dormir ―agregó Alysanne, aún no era tan tarde.
Al instante, el semblante de Rhaenyra se iluminó. Alysanne sabía que con esas palabras sencillas podía devolverle la calma a su dulce sobrina cada vez que se enfadaba.
Aunque solo había una diferencia de cinco años entre las princesas, desde que eran pequeñas habían sido inseparables, criadas como si fueran hermanas. Con el transcurso de los años, un vínculo especial se había ido forjando entre ellas, algo que ambas podían sentir profundamente.
Rhaenyra no era la hermana de Alysanne, ni Alysanne lo era de Rhaenyra. Para Alysanne Targaryen, Rhaenyra siempre sería su bebé, sin importar la edad que tuviera o las circunstancias en las que se encontraran.
―¿Puedes contarme sobre Visenya? ―dijo emocionada la niña mientras se recostaba.
―¿Otra vez? ¿No prefieres oír otra cosa?
Rhaenyra negó con una sonrisa. Alysanne soltó un suspiro y se preparó.
Después de cepillar el cabello de Nyra y esperar a que se cambiara por sus ropas de dormir, se aseguró de arroparla con una manta y colocarle sus mejores almohadas para que descansara su cabeza. Alysanne se recostó junto a ella y comenzó a narrar la historia de Visenya Targaryen, que ya sabía de memoria, mientras jugaba con sus propios mechones de cabello.
La mirada de la princesa se perdía en la ventana de su alcoba, donde las estrellas y la luna adornaban el cielo nocturno. Su mente estaba poblada de pensamientos tumultuosos, pero agradecía en silencio que su cuerpo no cediera a los embates de los sentimientos que la consumían.
Cuando el sol se asomara anunciando un nuevo día, sus damas de compañía entrarían por las puertas frente a su cama para asistirla en vestirse con aquel vestido por una última vez, para la ocasión más trascendental.
En tan solos horas se convertiría en la esposa de alguien.
―¿Puedo dormir contigo esta noche, tía Aly? Prometo no darte patadas esta vez ―murmuró la pequeña Rhaenyra con los ojos entreabiertos, aferrándose a las mantas como si temiera ser apartada de su refugio y llevada a su propia habitación.
―Por supuesto, Nyra, puedes dormir conmigo una última vez. ―Besó la coronilla de la princesita.
―¿Una última vez? ―preguntó la más joven confundida, Alysanne se recostó sobre su codo y apoyó su rostro en una mano para observarla.
―Sí, no podremos dormir juntas después de mañana ―explicó Alysanne. ―Aenar dormirá aquí o yo en su habitación.
De pronto, los ojos de Rhaenyra se abrieron, como si sus palabras le hubieran causado molestia. Aún adormilada, se aferró al brazo de Alysanne y cerró los ojos, buscando conciliar el sueño de esa manera.
―No me agrada. ―Alysanne detuvo sus caricias en el cabello de Rhaenyra, quien abrió los ojos y la miró intensamente. ―No me gusta que te cases con el tío Aenar, es malo y extraño. Y tampoco me agrada que, por su culpa, ya no podré dormir contigo ni escuchar tus cuentos. Te vas a olvidar de mí.
Alysanne Targaryen soltó una risa más sonora de lo previsto. La sinceridad en las palabras de Rhaenyra era algo que valoraba profundamente, sabiendo que prevenían de un corazón puro; ningún niño mentiría de esa manera.
―¡Claro que no me olvidaré de ti! ―exclamó la mayor con una sonrisa, no quería que su única sobrina se sintiera así. ―Puedo pasar por tus aposentos a contarte un cuento cada noche antes de dormir y, si es muy tarde, siempre podemos fingir quedarnos dormidas.
Había susurrado aquello último antes de dejar un pequeño toque con su dedo índice en la nariz de Rhaenyra, ambas princesas sonrieron alegres.
―¿Lo prometes?
―Te lo prometo, Nyra ―respondió la mayor con una mano en el corazón.
Bajo el manto de la noche, la hija del rey se durmió en los brazos de su tía, a quien consideraba no solo una hermana mayor, sino también su guía. Mientras la penumbra envolvía la estancia, Alysanne le narraba la epopeya de los Conquistadores y cómo, con sus dragones, forjaron un reino unido.
Las horas transcurrieron y Alysanne seguía acariciando el cabello de su sobrina dormida, su mirada fija en el techo de la habitación, inmersa en la espera.
De pronto, dos golpes resonaron en una de las paredes, alertando a Alysanne. Con suma delicadeza, separó a Rhaenyra de su lado, procurando no perturbar su sueño. Una vez logró el cometido, la envolvió nuevamente en la manta y depositó otro beso en su frente.
Observarla en su sueño, tan serena y vulnerable, casi podría hacer creer que esa niña era tan sosegada como parecía. Pero Alysanne conocía la verdad: su sobrina, con once onomásticos a sus espaldas, era un verdadero torbellino.
Con rapidez, Alysanne se despojó de su vestido y se vistió con las prendas habituales que usaba durante la noche que pretendía ser alguien más. Una vez lista, lanzó una última mirada a Rhaenyra, quien seguía profundamente dormida.
Siendo lo más silenciosa posible, deslizó el banco de madera que reposaba junto a la pared. Al instante, una puerta secreta se abrió, y el viento susurrante junto con la oscuridad del pasadizo le dieron la bienvenida.
Descendió las escaleras y se adentró en el largo y estrecho pasillo, iluminado por antorchas en forma de dragón. Como era habitual, no pudo resistirse a detenerse aunque fuera por un momento para contemplar el cráneo de Balerion, rodeado por una multitud de velas que lo bañaban en luz.
―¡Boo!
El grito de la princesa fue sofocado por una gran mano que cubrió su boca, mientras el cuerpo de aquel que casi detuvo su corazón se estrechaba contra el suyo por detrás. Alysanne se calmó al reconocer el distintivo anillo que adornaba la mano en su cintura.
―¿Por qué tardaste tanto? Este lugar me da escalofríos.
Soltó Bywin como si nada cuando la princesa volteó a verlo.
Alysanne no se contuvo y le dio un golpe en el hombro, ganándose un jadeo de dolor de parte del guardia.
―¡Casi me matas del susto! ―exclamó en un susurro la peliblanca, mientras Bywin se encogía de hombros con una sonrisa y colocaba ambas manos en la cintura de la princesa. ―Rhaenyra estaba conmigo, tenía que asegurarme de que estuviera dormida.
Él asintió comprendiendo.
―¿Cómo está todo allí?
No tardaron en ponerse en movimiento, avanzando hacia la salida. En cuestión de minutos, alcanzaron un balcón de la Fortaleza que les ofrecía una vista majestuosa de la ciudad entera, envuelta en la oscuridad, solo iluminada por las llamas que danzaban en las calles aún activas a pesar de la hora.
―Nos estamos recuperando ―dijo la princesa apartando la mirada de Strong.
Desde aquella noche, sus encuentros en los paseos nocturnos de la princesa habían sido constantes, forjando una relación basada en la mutua confianza. Sin embargo, Alysanne creía que Bywin no necesitaba conocer los dilemas que enfrentaba una vez que volvía a enfundarse en sus títulos y lujosos vestidos dentro del palacio.
La mirada de Bywin se suavizó, había aprendido a leer las expresiones de la princesa en poco tiempo. Para Alysanne, ocultar sus emociones era una tarea ardua con él, pues el guardia ya la conocía demasiado bien.
Bywin Strong posó su mano en el mentón de la princesa, girando delicadamente su rostro hacia el suyo. Lo que más le gustaba físicamente de ella era el hermoso color de sus ojos, aquellos que le arrebataban el aliento y lo hacían sentir afortunado cada vez que se encontraban con los suyos.
―Vamos, sabes que puedes confiar en mí ―susurró, deslizando ahora su mano hacia la mejilla de ella. Alysanne cerró los ojos brevemente al sentir su tacto. ―No voy a decirle a nadie, lo juro por mi honor.
Cuando Alysanne abrió sus ojos y se encontró con la sonrisa pícara de Bywin, una cálida sonrisa comenzó a iluminar su propio rostro. Sin vacilar un instante, se inclinó hacia adelante.
Bywin sintió el suave roce de los labios de Alysanne sobre los suyos, aquellos labios que ya había memorizado y besado en incontables ocasiones. La sensación era familiar, pero el sentimiento seguía siendo el mismo desde la primera vez.
Cuando el guardia fue a colocar sus manos sobre la cintura de la princesa, ésta se apartó en un movimiento veloz y corrió escaleras abajo hacia la ciudad.
―¡Hey, no hagas eso!
Sin demora, Bywin la siguió. Sus risas y empujones se entrelazaron con el bullicio de la multitud en Desembarco del Rey; ya estaban acostumbrados después de tanto tiempo.
Tras el juego, no tardaron en hallarse nuevamente en un pasaje oscuro, evocando aquel encuentro inicial que marcó su destino.
La espalda de la princesa chocó contra la dura y fría piedra, un suspiro ahogado intentó escapar de sus labios, pero fue silenciado por el beso apasionado de Bywin Strong, quien, entregado a la pasión, parecía un hombre disfrutando de su última comida.
Las manos de Alysanne Targaryen exploraron el torso del guardia de la ciudad, sintiendo la fría armadura contra sus palmas antes de ascender hacia sus mechones castaños tan característicos.
En el instante en que Bywin trató de emular a la princesa y explorar su cuerpo con sus propias manos, Alysanne tiró suavemente de su cabello apartándolo por un breve momento. Sus miradas se encontraron en un instante de complicidad.
La princesa y el guardia tenían los labios hinchados por tan apasionado encuentro que habían tenido, las respiraciones agitadas y sus pechos subían y bajaban, el cabello de ambos era un desastre y la capa que ocultaba la identidad de la Targaryen ya no cumplía su labor principal.
Las manos de Bywin se aferraban a su cintura, mientras que las de Alysanne permanecían enredadas en sus cabellos. El alboroto de las abarrotadas calles se desvaneció ante el susurro de la princesa.
―Quiero que me tomes. ―Reveló el cuello del guardia con un suave tirón, comenzando a dejar besos húmedos en distintas zonas, logrando que Bywin se estremeciera. ―Quiero ser tuya.
Ella continuó repartiendo besos y lamidas a lo largo del cuello del muchacho, sintiendo como él apretaba su agarre en su cuerpo y trataba de acallar sus jadeos de placer con los ojos cerrados.
Por primera vez, el joven Strong se había quedado sin palabras y reacción alguna, aunque sus expresiones demostraban el placer que estaba sintiendo. Las manos de Alysanne descendiendo a su zona más privada fue lo que provocó que abriera los ojos de golpe y la detuvo.
―¿Qué? ¿Aquí? ―dijo él alarmado mirando en todas direcciones.
―¿Dónde más? No podemos ir a mis aposentos y es un riesgo muy grande atravesar toda la Fortaleza para ir a los tuyos. ―Una sonrisa juguetona apareció en los labios de la princesa. ―¿Desde cuándo tan preocupado?
Cuando ella intentó acercarse una vez más para continuar con lo que estaba haciendo previamente, las manos de Bywin en sus hombros la detuvieron. Alysanne lo miró confundida.
―¿Estás segura de esto? ―El silencio reinó entre ambos por unos segundos.
Aquella era una decisión importante, una vez que lo hicieran no habría vuelta atrás y si aquello llegaba a ser información conocida en las manos equivocadas. Bywin terminaría muerto y Alysanne estaría muerta en vida.
―Quiero que realmente estés segura de esto, Alysanne ―susurró Bywin mirándola fijo. ―No podremos deshacerlo una vez que lo hagamos hecho.
Sin embargo, la Targaryen atacó los labios de Strong una vez más con ferocidad a modo de respuesta. Bywin no pudo evitar agarrarla del cuello para profundizar el beso y corresponderle cómo debía, ambos hundiéndose en un fuego que no estaba nada cerca de apagarse.
―Estoy segura, quiero hacerlo ―dijo la princesa agitada separándose del beso. ―Considéralo un regalo de bodas. ―Mordió el lóbulo de él cuando murmuró aquello en su oído.
Bywin soltó una risita. ―No creo que a tu esposo le guste este regalo.
Alysanne hizo un camino de besos por toda su mandíbula hasta sus labios, provocando cosquillas desde la punta de los dedos de los pies de Bywin hasta su nuca. Un nuevo beso apasionado fue compartido por los amantes bajo la luna y estrellas de Desembarco del Rey.
Entonces, lentamente, Alysanne Targaryen se arrodilló frente al guardia, con ambas manos sujetadas en el cinturón de cuero. Los ojos marrones de Bywin brillaban observándola y sin romper el contacto visual con el violeta de sus iris.
―Eres una diosa.
El guardia no pudo evitar dejar salir aquel comentario mientras acariciaba la cabeza de la princesa con una mano.
―Soy tuya, completamente tuya.
Los maestres guardan silencio sobre los rumores de la voluble personalidad que parecía poseer la Princesa Alysanne Targaryen, ya que solo atestiguan los hechos. Sin embargo, Champiñón no dejó pasar la oportunidad de registrar cómo, en la tercera luna del año 108 d.C, la virtud de la princesa fue entregada al guardia de la ciudad en un concurrido burdel de la Calle de Seda.
Pero como todos ya saben, un enano bufón jamás sería un cronista de confianza.
Esa noche, la princesa y el guardia retornaron entrelazados, su paso marcado por la complicidad, hacia la imponente Fortaleza Roja. Tras compartir unos instantes de proximidad, se separaron en los recovecos secretos, cada uno guiado hacia sus aposentos.
Como cada noche, entre las calles de la capital, acompañada por su fiel guardia, Alysanne Targaryen regresó a su recamara. Una sonrisa radiante, tan luminosa que parecía encender el firmamento, adornada sus labios, mientras un rubor apenas perceptible coloreaba sus mejillas, testigos mudos de la dicha que le embargaba.
Una vez resguardada entre las paredes de su habitación, y tras asegurar el cierre de la puerta que conducía a los caminos ocultos, Alysanne movió con delicadeza el pequeño banco a su posición original, como si nunca se hubiera movido de donde estaba.
Retiró la capa que cubría parte de su vestimenta y cabellera y comenzó a prepararse para la cama.
―¿Tía Aly? ―resonó la voz de Rhaenyra en la penumbra, deteniendo el corazón de Alysanne por segunda vez en aquella noche. Volvió su mirada hacia la niña, que yacía en su lecho, frotándose los ojos cansados. ―¿Dónde estabas?
―Nyra.
Con paso decidido, se acercó a la niña, su rostro ahora desprovisto de la sonrisa que lo adornaba momentos atrás, reemplazada por la sombra de la preocupación que oscurecía su mirada.
―¿Hace cuánto estás despierta?
―No lo sé, hace un momento ―dijo la princesita con un bostezo de por medio. ―Un sonido me asustó y cuando desperté estaba sola y en la oscuridad.
―Lo lamento, Rhaenyra, no volveré a dejarte, lo prometo.
Alysanne colocó un mechón de cabello despeinado de la niña detrás de su oreja, mientras le sonreía, rogando porque no se diera cuenta de lo que en realidad sucedía.
Después de unos segundos, Rhaenyra desvió su atención hacia las prendas que vestía su tía, consciente de que aquello no era lo usual para la hora de dormir. Conocía cada uno de los exquisitos vestidos que Alysanne lucía a diario, pues se deleitaba con su elegancia, y a menudo anhelaba tener réplicas de los mismos.
―Tía ¿Puedo hacerte una pregunta? ―Alysanne asintió. ―¿Dónde estabas realmente? Te escuché irte hace horas, y sé que fue hace mucho tiempo por la forma en que el cielo comienza a aclararse.
Una vez más, la sonrisa de Alysanne se desvaneció como un suspiro ante las palabras de su sobrina. Rhaenyra había descubierto su secreto.
―Y no me mientas, esa no es tu ropa ―señaló con la mirada, Alysanne se sintió estúpida por un segundo. ―Donde sea que estuvieras, estabas pretendiendo ser alguien más.
El aire flaqueaba en los pulmones de la mayor, apenas alcanzaba a respirar, sin hallar respuesta a la posibilidad de que su sobrina hubiera descubierto su más profundo secreto. La verdad oculta durante años podía desvelarse en un instante, y ese solo pensamiento la enfermaba.
En medio de la tempestad de ansiedad y latidos debocados, la mano de Rhaenyra encontró la suya, infundiendo un destello de serenidad en el caos. En el centro de la recamara, sus miradas violetas se cruzaron, mientras la joven inclinaba la cabeza, capturando la mirada nerviosa y distante de tía.
―No voy a decir nada ―dijo Rhaenyra tratando de mostrarle una sonrisa. ―Puedes confiar en mí, jamás traicionaría a mi hermana mayor.
Alysanne dejó escapar un suspiro, liberando el peso del alivio que cargaba en su pecho. Apoyó una mano sobre la cama, buscando algo que la sostuviera en medio del torbellino de emociones. La confianza, como una brisa suave, comenzó a filtrarse en su ser, reconstruyendo sus cimientos.
―Decirte la verdad no sería bueno para ti, Rhaenyra ―susurró mirándola con lástima. ―Si alguien más lo descubre, tú estarías involucrada.
La menor apretó sus labios y asintió, diciéndole que lo comprendía.
―Por supuesto, sé que merodeaste por la ciudad. No me concierne lo que sea que hagas, pero no debe ser nada bueno si no quieres revelarlo ―declaró la joven con determinación, arrebatando la calma que Alysanne había alcanzado por un momento. ―Pronto descubriré la verdad.
Una risita escapó de los labios de la joven Rhaenyra al descender de la gigante cama, dejando a Alysanne sumida en la incertidumbre de cómo actuar ahora que su sobrina poseía tal conocimiento.
―¿Puedes acompañarme a mi recamara? ¿O vas a quedarte toda la noche intentado recuperar compostura?
―Muy graciosa ―dijo Alysanne mirándola, tratando de encontrar la diversión en la situación, su pequeña sobrina era más avispada de lo que imaginaba. ―¿Por qué quieres irte?
―No deseo estar aquí cuando tus molestas damas de compañía aparezcan, si lo primero que veo y escucho al despertar es el rostro y la voz de lady Redwine... no será un buen día.
Alysanne negó con una risa de por medio, eran más parecidas de lo que esperaba.
Después de unos minutos, Alysanne se vistió con las prendas apropiadas para deambular por los pasillos de la Fortaleza. Juntas, abandonaron los aposentos de la mayor, encaminándose hacia los de la menor.
Los pasillos se extendían desiertos, impregnados únicamente en los sonidos que traía consigo la llegada de la luna, susurros apenas audibles envolvían a Alysanne y Rhaenyra mientras caminaban. Incluso sus propios pasos resonaban con un eco persistente. Si acaso alguien las sorprendiera vagando a esa hora, sin duda recibirían una reprimenda.
Ambas deberían estar durmiendo y descansado para el gran día.
Otra vez, la princesa Rhaenyra recibió el dulce beso de buenas noches de su tía, quien la envolvió con las sabanas por segunda vez en esa noche. Con delicadeza, Alysanne cerró la puerta de la habitación de la princesa y se encaminó de vuelta hacia la suya, en medio de la serenidad nocturna que envolvía la Fortaleza.
La soledad y vastedad de los corredores, junto con la cautela que marcaban los pasos de Alysanne, provocaron que su piel se erizara, impregnada de un escalofrío que la envolvía como un manto gélido.
La princesa se envolvió en un abrazo solitario, buscando consuelo en sus propios brazos, mientras sus ojos escudriñaban el vacío detrás de ella, alerta ante lo inesperado. Sin embargo, su atención debió centrarse en sus propios pasos, que continuaban apresurados, pues no divisó a la persona que se cruzaba en su camino, y chocaron de frente en la oscuridad.
Un jadeo de asombro escapó de sus labios al retroceder, solo unos pasos, y encontrarse con la mirada de quien había interrumpido su camino. Una sorpresa abrumadora la envolvió, y sin pensar, dio un paso atrás adicional. Frente a ella se encontraba Aenar Targaryen.
A sus espaldas, el pasillo oscuro por el que había caminado el príncipe se desvanecía en la penumbra, mientras que del lado por el que avanzaba Alysanne, la luz del sol naciente iluminaba el horizonte con su resplandor incipiente.
Perpetuamente serio, desprovisto de cualquier atisbo de emoción. Alysanne debía alzar la barbilla para encontrarse con su mirada, no temía a Aenar en sí, sino a sus actos. En la incertidumbre de no conocerlo, se sumía en el temor de anticipar sus acciones.
―¿No deberías estar durmiendo? ―Rompió el silencio el príncipe.
La voz de Aenar siempre resonaba de manera peculiar en el alma de Alysanne, especialmente cuando sus palabras se dirigían hacia ella. Sin embargo, con prontitud, procuró recobrar la compostura, simulando que acababa de despertar.
―Acompañé a Rhaenyra hasta sus aposentos ―murmuró Alysanne con suavidad, su voz como un susurro melodioso que acariciaba los oídos con dulzura, incluso a Aenar, quien podría no ser inmune a su encanto. ―Durmió conmigo.
El semblante imperturbable del mayor permanecía inalterable, mientras Alysanne buscaba refugio en sus propios brazos, escudriñando el entorno en busca de una vía de escape ante aquella incómoda situación.
―La boda es en unas horas ―soltó el príncipe mirándola fijamente, Alysanne lo miró confundida. ―Deberías estar descansando.
―Eso estoy intentando hacer, si me dejas...
Ansiaba concluir aquel encuentro lo más pronto posible, detestando la incomodidad y la penetrante mirada de Aenar posada sobre ella. Sin embargo, los designios del príncipe divergían; una vez iniciado, no permitiría que ella se retirara dejándolo con palabras en la boca.
El poderoso agarre de Aenar envolvió el antebrazo de Alysanne con una fuerza que excedía lo necesario cuando ella intento escapar a su lado, deteniendo de golpe y con brusquedad los pasos de la princesa.
La tensión colmaba el aire, una presencia palpable que envolvía a ambos. Alysanne contemplo la mano de su hermano posada en su delicado brazo y luego volvió a observarlo, pero esta vez Aenar ni siquiera la miraba.
El príncipe mantenía su mirada fija en algún rincón del castillo, evitando cruzarla con los hermosos ojos de su hermana menor. Prefería que ella percibiera la seriedad y frialdad impregnadas en sus palabras sin la suavidad de su mirada.
―¿Sabes lo que significa esto para todos, verdad? Sobre todo para nuestro adorado hermano Viserys.
Un nudo se formó en la garganta de Alysanne, confundida por el propósito detrás de las palabras de su hermano. Aun así, la princesa se esforzó por proyectar confianza en sí misma. No permitiría que la supuesta intimidación de su hermano, o lo que fuera que representara, la afectara.
―Sé perfectamente cuál es mi deber, sé lo que este matrimonio significa para la Casa Targaryen.
―No te estás casando con una Casa, Alysanne, te estás casando conmigo ―susurró, sus palabras afiladas como dagas en el aire. Alysanne intentó liberarse de su agarre, pero solo consiguió que Aenar apretara aún más su brazo. ―¿Estás segura de entenderlo? ¿No hay algo más que debas saber, o yo?
El ceño de Alysanne se frunció, cada vez más perpleja por las palabras de Aenar. No lograba entender a qué se refería con todo eso, ni comprendía su súbita preocupación por el significado de su unión, cuando durante tanto tiempo había demostrado poco interés en ella o el matrimonio.
―No me gustan las mentiras, Alysanne ―exclamó Aenar, acercándose de pronto al rostro de ella, buscando que comprendiera su postura desde ahora.
Era la primera vez que escuchaba su nombre resonar con tanto desdén en sus labios. Era hora de establecer límites a lo que sea que estuviera ocurriendo, pues este era el comienzo de una nueva vida juntos, y lo último que deseaba era que su matrimonio se cimentara en una conversación que parecía un juego de gato y ratón.
―No hay mentiras entre nosotros, Aenar ―declaró con brusquedad, emulando su tono.
―No te hagas la inocente conmigo. Sé sobre tus aventuras en la ciudad y de tus encuentros a escondidas con lord Strong ―espetó con furia.
En un instante, su cuerpo se petrifico, su boca se volvió árida y las palabras quedaron atrapadas en su garganta. Toda la determinación que había reunido para enfrentar a Aenar se desvaneció al escuchar el nombre de Bywin.
Esa noche, se suponía que fuera la más preciada en su memoria en un futuro, pero ahora su secreto era compartido, no por una, sino por dos almas ajenas a ella y su amante. El peso del estrés la consumía, y ya no quedaba más que fingir...
―¿Cómo te atreves a...?
―No intentes negarlo, te he estado vigilando ―confesó, dejando que las palabras fluyeran sin preocupación. Aenar Targaryen solía ser meticuloso, siempre calculando sus movimientos con cautela antes de realizarlos, pero en ese instante, olvidó todo eso. ―Solo deseo que comprendas las repercusiones de tus actos.
―¿Acaso me estás amenazando?
Al igual que Aenar, la máscara de Alysanne Targaryen se deslizó por un breve instante al pronunciar esas palabras con firmeza, acercando su rostro al suyo. Si ya había sido descubierta, lo único que le quedaba era proteger lo que atesoraba.
―La reputación de nuestra Casa, y por sobre todo la nuestra, está en juego. No puedo permitirnos un escándalo.
En cierto sentido, tenía razón. Él no anhelaba más atención de la que ya atraía, y ella ansiaba mantener su vida secreta en las sombras de Desembarco del Rey. La princesa simplemente bajó la mirada, concediendo, de alguna manera, la victoria al príncipe en ese intercambio de palabras.
―Sería una pena que nuestro matrimonio comenzara bajo una sombra de desconfianza, hermana.
La tensión persistía entre ellos, mientras sus cuerpos, próximos, ardían con el fuego que anidaba en su interior. El peso de las palabras no pronunciadas se cernía en el aire, como un velo de silencio cargado de significado.
La cereza del postre llegó cuando Aenar liberó el brazo de Alysanne para posar su mano en su cuello con el pulgar en la mejilla de ella, obligándola a encontrarse con su mirada. La princesa, con una expresión helada y furiosa, enfrentó su mirada. Sin embargo, las acciones del príncipe la dejaron perpleja.
Con parsimonia, los labios de Aenar depositaron un beso en la coronilla de la princesa, desprovisto de cualquier rastro de afecto.
Pronto, Alysanne se encontró nuevamente envuelta en la soledad de los corredores oscuros y helados de la Fortaleza, sin siquiera darse cuenta de cuándo sus pies comenzaron a llevarla de regreso a su alcoba.
En ese día, destinado a ser el más feliz para la princesa, su mente se vio envuelta en un torbellino de pensamientos sombríos. Cuando sus damas de compañía llegaron para asistirla, la princesa permanecía despierta en su lecho, con la mirada perdida en el techo y las manos reposando sobre su vientre. Durante toda la mañana, reinó el silencio, respondiendo solo cuando era imprescindible.
En el camino hacia el Gran Septo en la carroza, junto a Viserys, forjó esa sonrisa fingida de felicidad que tan bien conocía. Sin embargo, esta vez, su hermano fue capaz de percibir la falsedad detrás de ella.
Las palabras del septón se desvanecían en la distancia de sus recuerdos, mientras su mente se sumergía en un torbellino de pensamientos, enfocada únicamente en la firmeza con la que las manos de Aenar sujetaban las suyas.
Los cronistas afirmaban que la noche de bodas entre la princesa Alysanne Targaryen y el príncipe Aenar Targaryen había sido inolvidable, ya que los gritos de placer de la novia resonaron por toda la Fortaleza Roja.
Sin embargo, Champiñón prefería narrar una historia completamente diferente. Se rumoreaba que esa noche, una joven cortesana de baja alcurnia había entrado al palacio con la intención de unirse al lecho matrimonial de los príncipes Targaryen recién casados.
Según este cronista de fiabilidad cuestionable: "El príncipe Aenar había compartido la intimidad con la joven ante los ojos de la princesa, instándola a ser lo más vocal posible, deseando que sus clamores resonaran a través de los Siete Reinos. Todo ello con el propósito de avergonzar a su amada hermana en su noche de bodas y porque evidentemente había algún conflicto sin resolver que le impedía consumar la unión con la princesa Alysanne."
Sin embargo, eso careció de importancia, pues de una manera u otra, la princesa Alysanne Targaryen había perdido su virtud, como se anticipaba, ya fuera esa noche o la anterior.
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