Capítulo 8

VIII

Más tarde en mi cuarto, acostada bocarriba sobre el colchón, examino al tras luz el sobre que Adam me dio. No tiene caso, el papel es demasiado grueso como para permitirme distinguir algo. Si quiero saber el contenido, tengo que abrirlo, cosa que me aterra en demasía. Me quedo así por un rato, debatiendo conmigo misma, hasta que mi móvil rompe el silencio en la mesilla.

Lo miro desde mi posición con fastidio. No tengo el más mínimo deseo de bajarme de la litera para ir a cogerlo, así que lo dejo sonar.

Clara, que está en la cama de abajo trabajando en un informe para una clase, asoma la cabeza ensortijada por el barandal.

—¿No vas a coger la llamada? Podría ser importante.

Suspiro largamente. «¿De verdad tengo que salir de aquí?» Sus ojos ambarinos me miran inquisitivamente. Supongo que sí.

Resoplando deslizo mis piernas por el borde de la litera, con la intención de bajarme, pero justo cuando apoyo la planta del pie en la escalera, ella me detiene.

—Quédate ahí, yo te lo paso —dice; después va al escritorio, coge el móvil y  me lo trae.

—Gracias.

—No hay problema.

Al abrir el móvil me encuentro con una llamada perdida de Reed. Me imagino que ya se tiene que haber enterado de lo del duelo. Con lo rápido que corren las noticias aquí, no me sorprendería.

Le marco y lo contesta al primer timbrazo. Su voz se escucha algo agitada, como si estuviera corriendo o caminando muy deprisa.

—Alison, ¿estás bien?

—Sí, estoy bien.

O eso quiero creer. La verdad es que todavía no me creo lo que me está pasando. ¿Un duelo formal? ¿Qué se supone que quiere decir eso, que nos van a poner a luchar como gladiadores? Imágenes de hombres sudorosos y armados con espadas y escudos vienen a mi mente. Hasta se me eriza la piel.

—Estás en tu dormitorio, ¿verdad? No te muevas, que voy para allá.

Reed llega a los pocos minutos y me apresuro a abrirle. No vaya a ser que alguien lo vea y se riegue el chisme por la base. En cuanto le abro, miro para ambos lados del pasillo. Por suerte nadie nos está viendo, así que lo halo por el brazo. Una vez él pasa por el umbral, cierro la puerta.

—Hola, teniente Thomas —lo saluda Clara desde su litera.

—Buenas noches, Williams.  Lamento importunarte, pero necesito hablar con Alison.

—Por supuesto. Como no —le responde ella socarrona, levantándose de la cama y recogiendo sus cuadernos. Presumo que para ir a la biblioteca.

—No tienes que irte, hablaremos en otra parte —le digo por cortesía. La verdad es que ya que lo tengo aquí, sería una lata tener que irnos otro lugar.

Para mi suerte, en vez de hacerme caso, Clara continua metiendo los útiles en una bolsa de lona.

—No seas tonta. Como quiera tengo que ir al centro de cómputos a buscar información —me responde, posando una mano sobre mi hombro y dirigiéndome una mirada cómplice—. Tómense todo el tiempo que necesiten.

La sigo con la vista, bastante mortificada, hasta que ella desaparece por el corredor. Clara no estará pensando que nosotros vamos a… Sacudo la cabeza, en un intento por sacarme de la mente la serie de imágenes subidas de tono que acaban de plagarla. Malditas hormonas. Que ni se les ocurra hacer acto de presencia ahora.

Por un momento me parece ver un brillo de diversión en los ojos de Reed. Las mejillas se me calientan. «¿Será que me leyó la mente?» Espero que no. Eso sería demasiado vergonzoso.

—Me llegaron noticias de que te retaron a un duelo —dice él al fin, sacándome de dudas.

—¿De verdad?, pensé que habías venido por otra cosa.

Reed suspira, peinándose el cabello con los dedos.

—Alison, esto es serio. —«Como si no lo supiera»—. ¿Dónde está la citación?, ¿ya la leíste?

 —No. Ni siquiera he abierto el sobre.

Reed me mira con incredulidad. Seguro piensa que soy una irresponsable, cuando en realidad estoy tratando de no perder la cabeza. 

—¿Qué esperas para hacerlo? Tráemela acá.

Hago lo que me dice, busco el sobre y se lo entrego.

Su rostro se contrae con cada segundo que pasa. No me gusta para nada la expresión que tiene; es la que pone cuando va a darme malas noticias. Sabía que no debía abrir la carta. Ahora no habrá forma de escapar de esto.

Reed niega con la cabeza, aún leyendo el papel crema.

—Esto no es razonable. Dos semanas es muy poco tiempo para prepararte. Tú eres novata y él un aspirante a oficial con mucha experiencia.

Un rayito de esperanza se asoma por mi angustiada alma. ¿Será que puedo librarme de esta?

—¿Entonces puedes hacer algo para impedir el duelo?

 «Di que sí, por favor, di que sí.»

Los labios de Reed desaparecen tras una fina línea. Se me cierra la garganta. Eso solo significa una cosa.

—Haré todo lo que pueda. Pero no puedo asegurarte nada.

 Tal como me lo sospechaba; todavía cabe la posibilidad de que el Consejo me obligue  a participar.

—Es extraño. ¿Por qué alguien como Baker te retaría a un duelo? —dice él después.

—¿No es obvio? Lo hizo porque mandé a uno de sus adorados Clasistas al hospital.

—Esa razón es muy simple. Conozco a Baker, él no es ese tipo de persona. Debe haber algo más.

—¿Qué estás queriendo decir?

—No es nada importante. No te preocupes. —Evade mi pregunta. Como siempre... ¿Cuándo será el día en el que me diga las cosas sin dorarme la píldora?

—¡Cómo no me voy a preocupar, si ese tipo está buscando una excusa para atacarme!

Reed me toma por los hombros, dándoles un pequeño apretón.  

—Con alterarnos no ganamos nada —dice con seriedad—. Iré a consultar tu caso con el Consejo; después veremos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. —Termino cediendo. No es como si tuviera otra opción.

Dicho eso, Reed me envuelve en un fuerte abrazo. La calidez de su cuerpo y su esencia me reconfortan. De manera que si fuera por mí, me quedaría refugiada en su pecho toda la noche.

—Tranquila, haré todo lo posible para sacarte de esto.

**

El lunes todavía no recibo noticias favorables sobre el duelo, lo cual me está matando lentamente por dentro. No me concentro ni en las clases ni en los entrenamientos. Es en estos últimos donde peor me va. Aysha no está para nada contenta con mi desempeño. Y vaya que me lo deja saber. Me lo dice con cada poro de su cuerpo.

—¡¿Crees que así tendrás oportunidad de ganar el duelo?! —me grita mientras me obliga a levantarme del piso acojinado.

Desde que se enteró del duelo las sesiones se han convertido en un entrenamiento militar. Sus ataques son tan fuertes, que en segundos me tiene doblegada en el piso. Pero ella, no conforme con eso, continua con la tortura. Reed se queda en pañales al lado de Aysha. Aunque comienzo a sospechar que él se reprimía durante nuestros entrenamientos en North Falls.

—¡Arriba! ¡Ahora!

Quiero llorar. Si no lo hago es porque soy demasiado orgullosa como para hacerlo delante de ella. Aysha será mi mentora, pero eso no le quita que sea la ex novia de Reed. Me paro como puedo, apoyándome en mis manos y rodillas. Mis piernas temblorosas apenas pueden sostenerme. Sin embargo, me mantengo de pie.

Vuelvo a levantar mis barreras, para en segundos ser sumergida en una serie de alucinaciones que me hacen desear la muerte. De pronto, justo cuando estoy a punto de ceder y dejarme caer al suelo por enésima vez, todo desaparece: la imágenes, el dolor y  las horribles nauseas.

—Creo que es suficiente por hoy.

No podría estar más de acuerdo con ella. Si hubiéramos continuado, de seguro habría parado internada en el hospital.

Estoy empapada, podría exprimir mi camiseta y sacarle al menos un cubo de sudor. Aysha me pasa una botella de agua, la cual me llevo a los labios con la misma desesperación que un hombre sediento en el desierto. El líquido baja por mi seca garganta como un bálsamo. Mientras bebo la observo de reojo. No tiene ni una señal de cansancio, una clara indicación del abismo que nos separa. Me cuesta creer que sea tan poderosa siendo tan joven. A no ser que a ella le pasara como a Reed, que desarrolló sus poderes en la niñez.

—Lombardi, necesito que dejes de reprimirte. Tú tienes la capacidad, ya lo has demostrado antes. ¿Qué es lo que te detiene?

 No sé de qué me habla, si lo único que he estado haciendo en todo este tiempo es estirar mis límites. Aysha entrecierra los ojos, dirigiéndome una mirada que parece traspasarme el alma. ¿Qué le voy a decir? De verdad que no entiendo a qué se refiere. No me estoy reprimiendo. Si fuera así lo sabría.

La joven oficial suspira. Por la cara de resignación que pone, sé que me leyó los pensamientos.

—Quiero que pienses en ello. Y espero una respuesta en la siguiente sesión. ¿Entendido?

—Entendido.

Pasa otro día y el panorama no mejora. Continuo en las mismas, despistada y sin poder concentrar mis energías en otra cosa que no sea el duelo. La cuestión es que la gente no deja de pensar y hablar de eso. ¡Es imposible! Cuando me ven por los pasillos me miran como si yo fuera una infeliz condenada a muerte. ¿Tan poderoso es Adam? Supongo que sí. Reed me dijo que era un aspirante a oficial. Y según lo que me han explicado, solo los que tienen un alto dominio de su don cualifican para subir de rango.

Lo que me cuesta entender es por qué la gente está tan entusiasmada. Supuestamente los duelos son una tradición antigua establecida para entrenarnos y desarrollar nuestros poderes al máximo. Yo no les veo la utilidad. Si tengo un mentor que me entrena y guía, ¿para qué necesito participar en un duelo también?

Clara me contó que los duelos son distintos a las sesiones de entrenamiento de nuestros mentores, puesto que muy a menudo nos enfrentamos a alguien que no posee nuestro mismo don. Como quiera que sea, deberían de haber parámetros. Que una novata como yo tenga que enfrentarse a alguien experimentado como Adam no tiene sentido. El resultado es más que obvio.

Como si necesitara más presiones, el maestro de historia nos asigna hacer un informe investigativo sobre la guerra civil.  Suspiro resignada. No  puedo continuar descuidando mis estudios. Así que  me voy para la biblioteca y me encierro en el centro de cómputos.

Allí pierdo media hora, pues en lugar de hacer la tarea, me pongo a navegar por otras páginas que nada tienen que ver con historia. Entonces se me ocurre buscar información sobre los Índigos, a ver qué sale. La mayoría de lo que aparece son teorías poco acertadas. Solo algunas se acercan a la realidad de lo que somos.   

Continuó leyendo los resultados de mi búsqueda, cuando de pronto un titular llama mi atención.

Explosión en la Corporación Índicum cobra la vida de al menos cien personas

Por John Howard/Enviado especial

Al menos cien individuos fallecieron la tarde del viernes tras una explosión producida en el edificio principal del Laboratorio de investigación Índicum.

“Todavía no hemos encontrado la causa de la explosión”, nos informa el jefe del cuerpo de bomberos, Charles Smith. “No hubo sobrevivientes. El edificio contaba con un sistema de seguridad muy especializado. Los pocos que pudieron sobrevivir a la explosión no tenían forma de escapar del fuego que se produjo minutos después”.

Entre las víctimas de la explosión se encuentran el presidente de la corporación, Ronald Carter, y su vicepresidente Paul Miller.

Mis ojos pasan por las líneas del artículo una y otra vez. El nombre del vicepresidente parece saltar de la pantalla. «No puede ser. Ese nombre es común, tiene que ser una coincidencia», razono.

Las posibilidades de que ese hombre sea quien estoy pensando son casi nulas, sin embargo, necesito confirmarlo.  « A ver. Debe de haber una foto», me digo, a la vez que muevo el ratón por la barra de desplazamiento.

Mi corazón se detiene y me tapo la boca para ahogar el gemido que se atora en mi garganta. Los ojos me escosen; no puedo controlar el temblor de mis manos. Es él, el mismo hombre de cabello castaño y sonrisa amable de la foto de mamá, aquella que ella tanto me ocultó sin tener éxito. Mi padre, quien recién me entero contribuyó a las miles de muertes causadas por Índicum, incluyendo la de la madre de Reed.

Cierro la página, borro el historial de navegación y apago la computadora. Olvidada queda la tarea de historia. No soporto estar más frente al monitor del ordenador.

«Dios mío. ¿Sabrá Reed sobre esto?», me pregunto mientras me apresuro hacia mi dormitorio. Todavía no salgo del estado de shock. Si antes resentía a mi padre por abandonarnos cuando yo aún estaba en el vientre de mamá, ahora lo odio. Me alegra no haberlo conocido. Nunca hubiera aceptado como padre a un asesino.

**

 Reed me da una llamada por la noche y me dice que vaya a su oficina; de seguro el Consejo ya tomó una decisión respecto al asunto del duelo. «¿Será que lo cancelaron? Por favor, que me diga que sí», pienso esperanzada.  Luego de enterarme de que es probable que mi padre sea un asesino, necesito una buena noticia.

Recordar lo de mi padre me revuelca el estómago. No sé ni cómo voy a encarar a Reed. «A lo mejor él está enterado y no me culpa», intento tranqulizarme. Sí, claro. Nadie perdonaría algo así. Ni que él fuera un beato. Estamos hablando de su madre, la persona más importante en su vida. Es más, me sorprende que no se haya unido a los proscritos, cuando él también fue víctima de Índicum.

Al llegar a la oficina, encuentro a Aysha reunida allí con él. Los observo detenidamente, en busca de alguna señal en sus rostros que me dé alguna clave sobre el resultado del veredicto. Mi ritmo cardiaco aumenta con cada segundo que paso escudriñándolos.

Los ojos de Reed no mienten. La reunión con el Consejo no les fue bien. Le dirijo una mirada a Aysha, para confirmar; su rostro serio repite el mismo mensaje.

—Alison, ven. Siéntate —me pide Reed.

Me acerco lentamente, poniendo un pie delante del otro. Pareciese que tengo las piernas hechas de plomo, del trabajo que me cuesta esa simple actividad. Me siento en una de las sillas al lado de Aysha y guardo silencio. El aire se siente muy espeso, como si una niebla negra hubiera invadido el lugar.

Aysha abre los labios y me preparo emocionalmente para escuchar la sentencia. Ni siquiera trato de convencerme de pensar positivo. Es mejor no ilusionarme y afrontar lo que venga.

 —Acabamos de culminar la reunión con el Consejo. El duelo sigue en pie.

**************************** Hola lectores. Como siempre, gracias por leer, comentar y votar. Saben que eso me hace muy feliz :3.  Ojalá y les haya gustado el capítulo. Por lo visto Ally tendrá que luchar con Adam. Pobrecita, no?   Nos leemos en el siguiente. Cuidense. Besos.

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