Capítulo 7

VII

El lunes por la tarde me reúno por segunda vez con Aysha. Primero comenzamos con el entrenamiento de mi don. Como es de esperarse, en esta ocasión mis defensas son mucho más fuertes y duraderas. Lo que sí me resulta difícil es atravesar sus barreras, dado que ella es más fuerte que Reed. Por eso es que no me autoflagelo cuando no lo logro.  Estoy muy consciente de que sí apenas puedo abrir una rendija en las paredes de él, pues mucho menos podré hacerlo en las de ella.

Después de una hora de práctica, mi mentora me dirige a otro cuarto, ubicado en el mismo piso. No tengo ni que preguntarle qué es lo que vamos a hacer, las máquinas trotadoras y demás equipo de ejercicio me dan una muy clara idea. Aysha me explica que es importante que aprenda a luchar, porque habrá situaciones en las que mi don no sea suficiente.

Cuando al fin Aysha me deja ir, no puedo caminar sin que me duela todo. Aquello me pareció más un entrenamiento militar que otra cosa. No hay un músculo de mi cuerpo que no esté resentido. Y eso que no me puso a hacer lagartijas. Sí lo intentó, pero al ver que no podía ni mantener la forma, desistió y me mandó a levantar mancuerdas.

El ejercicio me dejó muy hambrienta y no puedo esperar para ir al comedor, así que me apresuro por el pasillo, a ver si me da tiempo de darme una ducha antes de bajar a cenar con Clara.

En el comedor nos encontramos con Nathan y Josh, a quienes se les ha hecho habitual sentarse con nosotras. Hoy la comida me sabe mucho más sabrosa que ayer, debido a que no tuve que pelar tres sacos las patatas ni picar diez libras de cebollas. De solo recordarlo se me aguan los ojos. Si mis dedos sufrieron mondado las patatas, más lo hicieron mis ojos con las cebollas. Jamás volveré a ver a las empleadas del comedor  con los mismos ojos.

Durante mi castigo en la cocina nadie me prestó demasiada atención, pero hoy es diferente. Quizá sean paranoias mías, mas por alguna razón no logro sacudirme la sensación de que estoy siendo observada.

Mientras devoro mi cena paso los ojos por las mesas. Todos están en lo suyo, comiendo y conversando animadamente. No encuentro nada que me parezca extraño, hasta que los diviso en la esquina más alejada del comedor; un grupo de Índigos de aspecto poco amigable que come en silencio. Los observo por unos segundos, para luego darme cuenta de algo que hiela la sangre en mis venas: el chico que me atacó el viernes por la tarde, el mismo que mandé al hospital sin querer, está sentado con ellos y acaba de pillarme con las manos en la masa.

Rápido desvío la mirada, con el corazón en la boca. «¿Será él quien me está mirando?» Puede ser. Lo mandé al hospital, tiene razones suficientes para querer vengarse.  De pronto se me quita el apetito. Ni el trozo de pastel de chocolate me llama la atención ahora.

—Clara, ¿quiénes son esos que están en última mesa de atrás? —pregunto, señalando con disimulo hacia donde se encuentra el chico que me atacó.

Clara repasa el área con los ojos como quien no quiere la cosa, pero Nathan y Josh son bien obvios y voltean a verlos sin reparo alguno. Me hundo en el asiento, deseando tener el poder de la invisibilidad.  Estoy segurísima de que se dieron cuenta.

—Ah, ¿los que parecen que se comieron un limón agrio? —dice ella en voz baja, cosa que le agradezco en el alma.

Asiento con la cabeza, todavía sin atreverme a echarles otro vistazo.

—Nadie importante. Aunque si les preguntas a ellos, te dirán que son la crema y nata de la base. Los prodigios de esta generación —dice Josh con tono despectivo.

—¿Cómo que prodigios?

—A ver cómo te explico —dice Clara—. Me imagino que ya te habrás dado cuenta de que no todos tenemos las mismas habilidades. Antes de que los Índigos se unificaran, éstos eran divididos en tres categorías: ofensivos, defensivos y auxiliares; dependiendo del poder que poseyeran. Los ofensivos tienen dones que se pueden usar para atacar e incapacitar a los demás, como la telequinesis. Yo soy auxiliar. Con mi clarividencia puedo localizar personas, pero no defenderme ni incapacitar a nadie. Los defensivos son esos que pueden crear barreras y escudos para protegerse a ellos y, en algunos casos, a otros.

—¿Y qué vendría siendo yo? —La interrumpo. No tengo ni idea de a qué categoría pertenezco. Tengo barreras, pero también puedo atacar.

—Tu poder es el control mental, ¿no? Eres mixta, posees lo mejor de dos mundos: ofensiva y defensiva.

Mi boca forma una “o” silenciosa. Nunca me imaginé que existieran tales categorías.

—A la mayoría de nosotros no nos importa si somos ofensivos, defensivos o auxiliares. Somos Índigos y punto. Pero hay otros que no piensan igual, que creen que por poseer un don ofensivo son mejores que los demás —continua ella.

Me da la impresión de que me está hablando de los Índigos que le mencioné. Sus rostros serios y la forma en la que miran a los demás tiene cierto aire de soberbia.

—Como los Clasistas. Así es que los llamamos —interrumpe Josh.

—A mí me invitaron a su grupo pero no quise entrar. Me dijeron que si me unía no podía mezclarme con los que no fueran de mi clase.

—¡Vaya estupidez! ¿Por qué no se ayudan unos a otros? Total, estamos en el mismo barco —digo en voz alta.

—Así mismo es. No les des importancia —dice Clara.

Qué más quisiera yo. El problema es que ataqué a uno de los de su grupo. Me preocupa que quieran vengarse o algo. En el tiempo que he estado aquí sentada no he dejado de sentirme observada por ellos.

—Oye, Alison. ¿Es verdad lo que andan diciendo, que mandaste a uno de ellos al hospital? —pregunta Josh.

Por lo visto la base no es diferente a Olimpia, los chismes corren a la velocidad de la luz.

Nathan y Clara lo miran mal. Yo, por mi parte, busco en qué agujero meter la cabeza. ¿Qué le voy a decir, que no es cierto? No es como si pudiera negarlo. En especial si aquel chico abrió la boca.

—Fue sin querer —digo entre dientes. De alguna forma tengo que limpiar mi nombre, ¿no?

—Como sea. ¡Eres mi ídolo! —dice Josh sonriendo.

Yo no le veo lo bueno. Saberme Dios el lío en el que me he metido. Ellos no se ven el tipo de personas con el que quisieras meterte.

—Ya, no hablemos de eso —interviene Clara.

Josh chasquea la lengua.

—Aguafiestas.

Aunque quisiera evitarlo, no hay forma de hacerlo. Mis ojos se  mueven instintivamente hacia la mesa donde ellos están. Uno de los chicos, de cabello negro y rostro alargado, se me queda viendo fijamente. Retiro la mirada rápidamente y vuelvo a la conversación.

Ni dos segundos después, así de la nada, mi refresco enlatado se vuelca, vertiendo todo su contenido sobre la mesa y mi camiseta. «¡Demonios!», digo en mi mente, al tiempo que me levanto de la silla para evitar que el líquido pegajoso siga ensuciando mi ropa. 

Clara agarra unas servilletas del servilletero y me ayuda a secar el desastre. Entretanto, le echo una miradita al grupo de los Clasistas. Estoy segura de que esto no fue un accidente, la lata no se pudo mover sola sin la intervención de un Índigo, y tengo una idea de quiénes pudieron ser. Mis sospechas son confirmadas cuando el chico de cabello negro vuelve a mirarme y me sonríe maliciosamente.

—No se preocupen, estoy bien. Golpeé mi refresco con el codo —les miento. No quiero involucrarlos en mis problemas. Bastante de eso tuve en North Falls, cuando sin querer comprometí la vida de mis seres queridos. Esta vez no pienso cometer el mismo error. Si tengo que enfrentarme a los Clasistas, lo haré yo sola.

Una semana pasa sin que escuche de los Clasistas, quienes continúan con su vida como si yo no existiera. Un verdadero alivio para mí, a decir verdad. Tengo suficientes presiones encima; no necesito otra más. Entre los entrenamientos con Aysha, la academia y verme con Reed en las noches, no tengo tiempo para nada. Eso sin contar a Clara, Nathan y Josh, los cuales siempre me están fastidiando debido a que nunca estoy disponible para pasar el rato con ellos. La más comprensiva es Clara, mas aún así, a veces me dice que tengo que relajarme porque me va a dar un infarto.

Lo que ella no entiende es que no puedo relajarme, puesto que estoy muy ocupada tratando de demostrar mi valía; pero nunca le digo nada. Sé que me va a salir con que no debería preocuparme lo que los demás piensen y no quiero escucharlo. Quizá ella tenga razón. No obstante,  el asunto es más complicado que eso, porque mi objetivo no es impresionar a nadie, sino convencerme a mí misma de que estoy bien, de que puedo adaptarme y olvidar mi pasado.

Llega el miércoles, y con éste otra sesión de entrenamiento que me deja muy agotada. Clara me dice que vayamos a la plazoleta a pasar el rato y, pese a que estoy que no puedo ni con el alma, me voy con ella. Pude haberle dicho que estaba cansada. Sin embargo, la rutina diaria me está matando. Necesito distraerme, aunque sea solo por una hora.

Nos sentamos en un banco cerca del monumento. Tuvimos suerte de encontrar asiento, puesto que a esta hora siempre hay mucho tráfico por aquí. Se puede decir que la plazoleta es el punto de encuentro de todos los Índigos cuando no hay nada que hacer.

Nathan y Josh se nos unen un rato después. El segundo viene con el chisme de última hora. Supuestamente dos oficiales del escuadrón número tres están saliendo a escondidas. Escucho sus palabras con especial atención. Me interesa mucho saber de quiénes se trata. Sus nombres no me suenan, cosa que no me sorprende en absoluto, dado que no conozco ni a una cuarta parte de los habitantes de la base.

—Mira quienes vienen por ahí —dice Josh, señalando el camino de adoquines que dirige a la plazoleta.

Josh no tiene ni que decirme quiénes son. «Y yo que pensé que podría evitarlos para siempre.»

Los Clasistas se desplazan por allí como si fueran los dueños del lugar. Me recuerdan a Halley y sus seguidoras.

—No me digas que vienen para acá —dice Clara.

—Creo que sí —comenta Nathan—. ¿Qué querrán?

—Problemas. ¿Qué más va a ser? —murmura Josh, mirándolos con la expresión de quien acaba de toparse con su peor enemigo.

No digo ni una palabra, me limito a observarlos mientras ellos se acercan a nosotros. El grupo se compone de tres muchachos y dos chicas, quienes miran a todos los demás por encima del hombro.

La plazoleta se convierte en un avispero de murmullos. Todos están pendientes del grupito de Clasistas, lo que me causa un fuerte deseo de salir corriendo a esconderme debajo de una piedra. Una cosa es confrontarlos a solas y otra con audiencia.

Josh es el primero que se para de su asiento. Se lo ve bastante alterado, con los ojos entornados y el entrecejo fruncido. Me levanto y poso una mano sobre su hombro, en un intento por calmarlo.

—Cálmate, Josh. No sabemos qué es lo que quieren —le digo. 

Su risa seca viene a mis oídos.

—Se nota que no los conoces —responde—. Los Clasistas siempre buscan problemas.

Ni siquiera Clara lo contradice, lo cual es bastante significativo, pues ella es la pacificadora del grupo, la que le ve el lado bueno a todo.

—¿A qué vienen? —Me sorprendo al escuchar a Nathan, que también se puso de pie. La única que permanece en su lugar es Clara.

Los Clasistas se detienen a unos pies de distancia de nosotros. Sus rostros lucen aburridos, excepto el del chico que me atacó el viernes pasado, que me dirige una sonrisa malsana.

—Tranquilo, Nathan. Cualquiera diría que venimos a buscar pelea —dice el mismo chico de cabello negro y cara alargada que me sonrío en el comedor.

—A mí no me engañas, Adam; te conozco lo suficiente como para saber que vienes con una agenda, así que escúpelo —dice Josh, acercándose al muchacho a grandes zancadas.

Una de las chicas, pelirroja y pecosa, da un paso hacia adelante, pero Adam la detiene con un ademán.

—Dylan, ¿me haces el favor de darme la carta?

Dylan, que recién descubro es el nombre del chico que mandé al hospital, saca un sobre crema del bolsillo de atrás de su pantalón y se lo entrega.

—Adam, no tenemos que llegar a eso. —Interviene Clara por primera vez desde que ellos llegaron.

No entiendo lo que pasa, mas presiento que algo bueno no debe ser. El grupo de personas que nos rodean aumenta con cada segundo que pasa, murmurando entre ellos.

—Lo dices como si estuviéramos incumpliendo las reglas. Esto es legal —dice Adam.

A eso le siguen más murmuraciones, las cuales se intensifican cuando Adam se dirige a mí.

—Alison Lombardi, te reto a un duelo formal.

Adam me extiende el sobre y lo tomo con manos temblorosas. No sé qué hacer ni qué decir. ¿Habrá alguna forma de negarme a participar?

—¿Qué pasa si no acepto? —Me atrevo a preguntar.

Dylan sonríe, parece muy divertido ante mi pregunta.

Clara me aprieta el hombro, una señal de que no me va a gustar lo que voy a oir.

—No puedes, son las reglas. Cuando alguien te reta a un duelo formal tienes que participar. Es una antigua tradición.

 Arrugo el sobre en mis manos. ¿A quién se le habrá ocurrido esa regla? No tiene sentido que no pueda negarme a participar en el duelo.

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Muchas gracias por leer, comentar y votar <3.  Ojalá y les haya gustado, aunque no tuviera escenas de romance.  Trataré de subir el próximo el mártes.  Nos leemos. Besos. 

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