Capítulo 2

Hola, lectores. Aquí les traigo el capítulo dos. Espero que lo disfruten.

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                                                                                   II

Nathan no tarda en alcanzarme y agacharse a mi lado. No le quito la vista de encima. En especial cuando veo que estira su bracito con la intención de tocarme.

—¿Estás bien? —me pregunta, posando su pequeña mano sobre mi hombro. Entonces me fijo en su carita consternada. Me mira con sus enormes ojos grises bien abiertos—. Lo siento. No sabía que no ibas a poder defenderte.

Este es el colmo. ¿Cómo se supone que me voy a defender de un ataque que ni vi llegar? Además, de haberme dado cuenta de sus intenciones,  tampoco habría sido capaz de atacarlo. Él es un niño, por Dios. Podría ser mi hermano menor.

—¿Es así como reciben a los recién llegados?, ¿atacándolos sin motivo alguno?

El pequeño niega con la cabeza.

—No sin motivo.  Lo hice para probar tus poderes. No soy el único que quiere hacerlo, Josh dijo que también te probaría.

¿Josh? ¿Quién rayos es Josh? Espero no topármelo. No estoy preparada para este tipo de iniciación. Ahora entiendo por qué Reed insistía en mantenerme aquí. ¡Esta gente está loca!

—Pues ya ves. Soy muy débil —digo con un tanto de resentimiento.

Odio sentirme así, tan desvalida e indefensa.  Presiento que mi vida en la base va a ser más difícil y complicada de lo que pensé.

—No es tu culpa. No sé medir mi fuerza —dice Nathan agachando la cabeza.

Pese a la rabia, no puedo evitar sentir compasión por él. Es solo un crío. Uno fuerte, claro, pero sigue siendo un niño.

En eso Reed entra al cuarto, interrumpiendo la conversación.  Su mirada oscura se detiene en mí; luego en el pequeño agachado a mi lado. 

Nathan voltea la cabeza y da un respingo. Su cara se ve pálida, como si hubiera visto un fantasma.

—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —pregunta Reed, clavando sus ojos en el chiquillo, quien se escurre y pega a la pared.

—Y..yo…yo —balbucea Nathan, tratando de explicarse sin tener éxito.

—No te pongas así. Fui yo quien lo dejó pasar —intervengo.

Aunque Nathan me haya atacado, me da mucha pena de él. Reed es muy sobreprotector conmigo; podría darle un castigo muy severo.

—Así que lo dejaste entrar... —dice Reed, mirándome con escepticismo.

Mantengo mi postura. Si quiero ayudar a Nathan, tengo que ser fuerte y no dejar que me intimiden.

—Ya te lo dije. Lo vi afuera y lo invité a entrar. ¿Verdad, Nathan?

El niño reacciona rápido y asiente con la cabeza vigorosamente, siguiéndome el juego.

Reed se rasca la barbilla y aprieta los labios, como sopesando lo que le acabamos de decir. Luego pregunta:

—¿Por qué estás tirada en el suelo entonces?

¡Demonios! «Piensa, Ally, piensa», me urjo, tratando de encontrar la explicación perfecta.

Los ojos de Reed parecen botar chispas mientras me observa. Estamos jodidos, es imposible engañarlo. Con lo poderoso que él es, no me quedan dudas de que ya se enteró  de la verdad. Nathan no parece tener el mismo poder que nosotros, le sería muy fácil leerle la mente si así lo quisiera.  

—¿Acaso me ves cara de tonto? Me decepcionas, Alison. Te di el beneficio de la duda, y con todo y eso,  persististe en continuar con la mentira —dice en un tono extrañamente controlado.

Eso me da más miedo que cuando levanta la voz, porque no tengo forma de saber cómo ni cuándo explotará.

—Lo siento —digo cabizbaja, apenada por lo que acabo de hacer.

—Gates, mañana te espero en mi oficina. Más te vale que aparezcas, si sabes lo que es bueno para ti. ¡Ahora largo!

El niño no se lo piensa dos veces y sale corriendo, dirigiéndome una mirada de agradecimiento antes de salir por la puerta.

Una vez nos encontramos solos, Reed se agacha a mi lado. Me examina desde la raíz del cabello hasta la punta del pie. Se ve muy tenso, con los músculos crispados y una profunda arruga en medio de sus cejas.

—Esto no me gusta. Tendré que llamar a Banks para que te revise.

Lo miro extrañada, no entiendo cuál es el alboroto.

—¿Para qué lo vas a llamar? Estoy bien. Fue solo un empujoncito —le digo.

—Alison, hay muchas cosas que no entiendes —contesta él.

—¡Pues explícame entonces! —Alzo la voz. Me frustra cuando no me dice las cosas, como si yo fuera demasiado inmadura para comprenderlas.

Su mandíbula se contrae, al punto que puedo oír sus dientes rechinar.

—Podrías tener una hemorragia interna.  Los ataques de Nathan son muy poderosos. Aunque sientas que solo te dio un empujón, el impacto de su energía psíquica podría destruir tus órganos —. Se me seca la garganta ante el prospecto. ¿Aquí hay gente con ese tipo de poder? Y yo que pensé que había visto lo peor cuando Bruce me atacó. Al parecer estaba equivocada. Reed suspira, se pone de pie y me extiende la mano—. ¿Crees que puedas pararte?

Asiento con la cabeza, agarrando su mano con la intención de levantarme. Al moverme, una oleada de dolor aguda me recorre la espalda. Arrugo la cara, a la vez que me sobo el área afectada.

Los ojos de Reed parecen dos ranuras negras, de tan entornados que los tiene.

—¡Demonios! ¡Sabía que era grave! ¿Ves lo que te digo? Llamaré a Banks para que te vea. No muevas ni un músculo de ahí.  Cuando agarre a Nathan…

Su voz suena tan oscura que comienzo a preocuparme por la vida del pequeño.

—No te desquites con Nathan. Él no tiene la culpa de…

—No le estás haciendo ningún favor. La vida de un Índigo es dura. Nathan tiene que aprender a ser responsable de sus actos —me corta.

—Pero él no es el único que quería probarme. Todos allá fuera quieren un duelo, como si tuviera que pasar una especie de prueba para ser aceptada—. Los labios de Reed se esconden tras una fina línea, lo cual me hace sospechar que Nathan no me mentía—. ¿Es cierto?, ¿verdad? ¿!Qué clase de gente hace eso!?

Una sombra se cruza por sus ojos, dándole a su rostro una cualidad severa. El aire se siente distinto, más pesado. Sus cejas unidas y labios apretados me dan la impresión de que no debí decirle eso.

—Nosotros, Alison. Lamento que te parezca una barbarie, pero así somos. Tenemos que ser fuertes, y con mimos y arrullos no lo vamos a lograr.

Cierro los puños, mordiéndome los labios en un intento por controlar mis emociones. Pensé que sería diferente, que viviría una vida tranquila junto a Reed. Ahora resulta que esta “sociedad” no es mejor que la de los humanos. Aquí también hay jerarquías.

Mientras él se aleja para hablar por el móvil,  me pongo a pensar en todo lo que dejé atrás para venir aquí.  Mis amistades, mi familia…  Saber que ninguno de ellos me reconocerá si me los topo en un futuro me duele demasiado. No había querido pensar en ello, pero se me hace imposible no hacerlo.

Me echo a llorar amargamente, tapándome la cara con las manos. Mis sollozos retumban en la habitación, mas me importa un divino. De alguna forma me tengo que desahogar.

Reed engancha el teléfono y se voltea, mirándome con  una dureza que me perturba.

—Con llorar no resuelves nada.  La vida no es justa y la verdad duele. Esas son cosas que tienes que asumir.

Me sorprende la frialdad con la que me habla. No entiendo qué le pasa. Minutos atrás quería hervir vivo a Nathan, y ahora parece que me quiere arrojar al calabozo con los leones.

—Lo siento, no debí hablarte de ese modo —se disculpa minutos después, agachándose a mi lado para acariciarme la mejilla.

Aparto el rostro; todavía estoy muy enojada con él.

Reed deja salir un largo suspiro. Luego dice:

­—Bien, si así lo quieres.

Su tono oculta una advertencia que  ignoro  con descaro. Que haga lo que le salga en gana. Me tiene sin cuidado. Cruzo los brazos por encima del pecho  y me concentro en la pared opuesta. Que ni crea que le voy a hablar.

Los minutos pasan y comienzo a inquietarme. El silencio nunca ha sido mi amigo; me incomoda. Parece que Reed tampoco tiene intenciones de conversar. Si no fuera por el sonido que producen sus botas, pensaría que me ha dejado sola en el cuarto.

Me miro los dedos, juego con mi cabello y me muerdo las uñas. Estoy cansada de estar en este cuarto solitario. Quisiera salir  afuera y cambiar de ambiente. No obstante, las posibilidades de eso son nulas. Las molestias que siento en la espalda indican que he sido lastimada. Estoy segura de que el doctor recomendará que pase otros días más aquí.

Se supone que eso no me preocupe, pues afuera no me espera precisamente una fiesta de bienvenida. Sin embargo, extraño mi libertad. Y yo que pensé que mamá era sobre protectora. En la base son peores, me siento como si estuviera en un reformatorio militar. 

Me los puedo imaginar, levantándose a las cinco de la mañana a correr y a hacer lagartijas y abdominales, aguantando los gritos de un sargento sádico que los obliga a correr hasta reventar para después hacerlos continuar con otra sesión de entrenamiento riguroso. Se me paran los pelos. No creo poder soportar eso.

Ni bien tengo ese pensamiento, Reed suelta una carcajada. Volteo a verlo con incredulidad. Esto es el colmo. Tras que me trata como a una chiquilla se ríe de mí. Me pongo a buscar por el suelo, a ver si encuentro algo que lanzarle.

—Había olvidado lo dramática que eres —dice él al fin, volviéndose con una sonrisa sincera en los labios. Me cruzo de brazos frunciendo la boca, concentrando todo mi odio en la mirada—. No sigas, Alison, que me vas a matar.

—Sabes que quiero lastimarte, ¿verdad?

—Más alto no lo puedes decir, pero como apenas puedes moverte de ahí no me preocupo. Ya me perdonarás.

—Siéntate a esperar.

Los ojos de Reed lucen mucho más relajados que antes, algo que en el fondo, muy en el fondo, me alivia.

—¿Ves lo que digo? Ya me estás perdonando.

—Cállate. Tienes suerte que no tengo algo punzante cerca.

Sus carcajadas inundan el cuarto, y termino contagiándome de su risa. No son muchas las veces que lo escucho reír de esa manera.

El doctor se aparece un tiempo después, cargando con un maletín negro.

—Gracias por venir, Banks —le dice Reed, guiándolo hacia la esquina donde estoy recostada.

El hombre de mediana edad me observa detenidamente a través de sus lentes bifocales.

—No sabía si era seguro moverla, por eso no la trasladé a la cama —le explica Reed.

—Hiciste bien. Le haré una revisión y, si veo que es prudente, entonces la moveremos.

Después de casi media hora de preguntas y revisiones —las cuales incluyeron pero no se limitaron a tomarme el pulso y la presión arterial—, el doctor dice:

—Parece que el daño no fue severo. Habrá que hacerle unas radiografías  para estar seguros.

La frente de Reed se suaviza, al igual que la tensión en su mandíbula.

—¿Entonces puedo trasladarla a la cama?

—Mejor espera a que vengan los enfermeros, tiene la columna lastimada.

—Entiendo, esperaré. Gracias —responde Reed.

El hombre hace un gesto con la cabeza y se coloca el estetoscopio alrededor del cuello.

—Los veo luego. Si se producen más síntomas me dejan saber —se despide y desaparece por la puerta.

Reed se sienta a mi lado y  me toma las manos, frotándolas entre las suyas para calentármelas.

—No te preocupes. Todo estará bien.

Las esquinas de mis labios se elevan. Por más que él intente ser duro conmigo, sé que se le hace difícil no protegerme. Por otro lado, pese a la seguridad que eso me pueda brindar, estoy preocupada. Reed no puede vigilarme las veinticuatro horas del  día y tampoco puedo vivir bajo su sombra eternamente.

**

El incidente con Nathan me costó otra estadía en el hospital. Lo juro, si continuo aquí encerrada enloqueceré. Por suerte logré convencer al doctor para que me diera de alta antes de tiempo. Tuve que rogar y gimotear, hasta que al fin se dio por vencido.

Ahora me encuentro dando vueltas por el cuarto, esperando a que Reed venga a escoltarme a lo que será mi nuevo ¿hogar? ¿dormitorio? No tengo ni idea de a dónde iré, pero igual me siento aliviada. No importa lo que haya allá fuera, nada será peor que estas cuatro paredes, de eso no me queda ni una duda.

Reed llega a las ocho en punto, vestido con su uniforme negro. Viene cargando con una valija, la cual miro con un tanto de curiosidad, preguntándome qué habrá dentro.

—Cuando el escuadrón fue hacer su trabajo en North Falls removieron todas tus pertenencias. Pensé que te gustaría recuperar algunas de tus cosas.

Mis labios se ensanchan y me le arreguindo del cuello, casi ahorcándolo.

—Gracias, no sabes lo feliz que me has hecho —digo, antes de arrancarle la valija de las manos y correr a vaciarla sobre la cama.

De allí saco unos vaqueros oscuros y una camiseta negra.  Pude haber escogido una menos sobria, mas me sospecho que aquí la gente no es amante de de los colores brillantes. Además de que no quiero llamar demasiado la atención. Sé que con Reed a mi lado nadie se atreverá a iniciarme, pero quiero comenzar con el pie derecho.  Esta es mi oportunidad de rehacer mi vida, de comenzar de cero.

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No lo dejé en la parte más emocionante, así que no se pueden quejar :P .   Si no me tardo demasiado en editar, subo el próximo capítulo el domingo.  Estaba pensando subir dos veces a la semana, pero depende de cúanto me tarde en editar los capítulos. Ya veremos.

Quiero aprovechar para agradecer a todos por sus votos y comentarios. De verdad que me alegraron mucho y me hicieron ver que vale la pena el esfuerzo que le pongo a esto de escribir. Ya saben que yo de esto no vivo, que lo hago como pasatiempo.  Bueno, pues muchísimas gracias por leerme y seguirme. Nos veremos en el próximo. Besos. 

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