Capítulo 16
XVI
Conducimos lo más rápido que podemos sin que el vehículo se barra por la tierra de las estrechas veredas del bosque. El terreno rocoso nos dificulta la tarea, de modo que la aguja del velocímetro no pasa de las cuarenta millas por hora. Mirando por la ventana, admiro los árboles que se elevan imponentes a cada lado del camino. El paraje no cambia según avanzamos, o al menos así me parece a mí; me da la impresión de que viajamos en círculo.
Le echo un vistazo a Josh, quien al sentirse observado vuelve la cabeza en mi dirección. La poca luz que ofrecen los rayos de la luna se proyecta sobre sus altos y definidos pómulos.
—Josh, tú has conducido por aquí antes ¿verdad? «¿Sabes a dónde nos llevas?»
—Claro —dice como si fuera lo más obvio—. Recuerda que estaba entrenando para convertirme en oficial. La mayoría, sino todas las misiones que nos asignaban, requerían que fuéramos a alguna ciudad o pueblo cercano. No hacíamos nada complicado ni peligroso, por supuesto. Eran más mandados que otra cosa.
—Entiendo —respondo, sintiéndome estúpida por haber preguntado.
—Estabas preocupada, ¿verdad? Pensaste que estábamos perdidos —comenta él.
Las mejillas se me calientan y agacho la cabeza. Qué vergüenza. Tengo que aprender a controlar mis expresiones. ¿De qué me vale bloquear mi mente cuando mi rostro delata su contenido? El sonido de una leve carcajada me hace encararlo.
—Ya, tampoco es para que te pongas así. Sé que estás ansiosa. Yo también. Acabamos de romper como diez leyes del Consejo y andamos de fugitivos. Es natural.
«Y perdimos a Nathan», me recuerdo a mí misma. El nudo que se aloja en mi garganta me agua los ojos, de forma que tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no llorar frente a mis compañeros. Sería muy egoísta de mi parte continuar descargando mis emociones sobre ellos, que de seguro también sienten el dolor de la pérdida. El hecho de que Clara no ha mencionado palabra desde que nos quitamos los brazaletes me dice ese tanto.
Tras los cuarentaicinco minutos más largos de mi vida, al fin logro distinguir a lo lejos el color metálico de unas vallas. «¡Llegamos a la carretera!», digo para mis adentros. No se ven luces de autos transitando, así que me imagino que no es una ruta principal, sino una secundaria. Al dejar el camino angosto del bosque y entrar en ésta, confirmo mi teoría. La calle es estrecha y carece de las líneas blancas y amarillas que caracterizan las vías interestatales.
A medida que avanzamos, nos alejamos de los árboles y nos adentramos a un área más o menos civilizada. Pasamos frente a un bar. El letrero de luces de neón frente al establecimiento parpadea, como queriendo apagarse. El estacionamiento luce mugriento, lleno de vasos desechables, botellas de cerveza rotas y colillas de cigarrillos. Tres coches de aspecto igualmente descuidado ocupan el aparcamiento, lo cual no me sorprende. Nadie en su buen juicio entraría a ese sitio.
Respiro hondo, aliviada de alejarnos de ese lugar de mala muerte, cuando de pronto, noto que Josh mueve la palanca de cambios y la coloca en reversa. No me digas que piensa…
—¿A dónde vamos? —pregunto, apenas ocultando el pánico que comienza a crecer en mi interior.
Josh no me responde hasta que llegamos al bar.
—A buscar trasporte, ¿qué más? —dice, alineando la camioneta junto al auto menos destartalado de todos.
Abro mucho los ojos. Si él cree que voy a entrar en esa barra, está muy equivocado. Parece que Josh nota mi desagrado, porque luego dice:
—Ustedes quédense aquí, que yo me encargo.
Dicho eso, abre la portezuela y se baja del vehículo.
—¿Estás loco? Ahí solo debe haber rufianes y malhechores.
—Confía en mí, Ally. Sé lo que hago.
Le dirijo una mirada de auxilio a Clara. «Di algo», le ruego con los ojos.
—Yo tú no me preocuparía. Creo que Josh es perfectamente capaz majear a un par de borrachos.
Me cruzo de brazos. Me gustaba más cuando no se soportaban y Clara le llevaba la contraria.
—Ten cuidado —le digo a Josh, quien me sonríe y se da la vuelta.
Me revuelvo en el asiento mientras espero a que Josh salga por la puerta del bar. Clara trata de buscarme conversación sin tener éxito. Mis respuestas se limitan a asentimientos de cabeza y monosílabos.
Mi atención está fija en la entrada del establecimiento. Si él no sale en los próximos cinco minutos, me veré obligada a entrar, por poco atractiva que me parezca la idea. Si el exterior se ve así de asqueroso, no quiero ni imaginar cómo será por dentro, y mucho menos pensar en el tipo de personas que habrá allí.
Como si lo hubieran llamado, Josh sale por la puerta con rostro victorioso. Viene girando un llavero alrededor del dedo índice de su mano derecha, caminando con un porte que dice: «¿Ven? Se los dije». Abro y cierro la boca, sin poder pronunciar palabra. Mi amigo no deja de sorprenderme.
—¿Qué esperan? Bájense.
Clara hace lo que le dicen sin titubear. Yo, por mi parte, me tardo un poco en reaccionar y bajarme de la camioneta. Todavía no me lo creo. «¿Cómo hizo Josh para que le dieran las llaves?» Nadie en su sano juicio le prestaría su auto a un extraño.
—Bien hecho, Josh. Te has ganado mi admiración. Al fin le veo utilidad a tu don —lo felicita Clara.
—Espera un momento… —Entrecierro los ojos—¿Embelesaste a alguien para que te diera esas llaves? No entiendo, tu don hace que las personas se sientan atraídas hacia ti, ¿no?
—Ujum —asiente él sonriendo con suficiencia.
La imagen de un tipo calvo, grandulón y con la mitad de la cara tatuada babeando por Josh viene a mi mente. La escena se me antoja tan graciosa que no puedo resistirme. Me echo a reír, agarrándome la barriga para no perder el balance. La sonrisa de mi amigo se desvanece de a poco. Creo que ha adivinado mis pensamientos.
—Perdón Josh —digo entre risas—. No me rio de ti. Es que esto es…
Clara también ata los cabos y se lleva un puño a la boca, tratando de reprimir su risa. Sus carcajadas resuenan pese a todos sus intentos, incluso hasta se le salen las lágrimas. Josh se cruza de brazos y hace una mueca.
—Sí, sí. Ríanse todo lo quieran. Si no fuera por mí tendríamos que seguir a pie —dice irritado.
—Lo siento. No te molestes. Es una broma. Lo que dije antes es cierto. Ya no te veo con los mismos ojos.
No sé si eso es un elogio o una burla. A mí me sabe más a lo segundo, por lo que otra ronda de carcajadas brota de mi garganta.
—Será mejor que suban al coche, si no quieren que las deje aquí solas en manos de los hombres que hay adentro —dice él señalando hacia el bar—. Créanme. Con la borrachera que ellos llevan, no sabrán distinguir entre una niña y una mujer. Y ya saben, cuando los hombres toman la sangre se vuelve libidinosa…
Me ofende que me considere una niña, más eso no viene tanto al caso.
—No serías capaz —lo reto.
—Pruébenme y verán —amenaza él.
Por su tono sé que lo dice en broma. Sin embargo, hago lo que me pide; me subo al auto junto con Clara, quien reclama el asiento del copiloto. La parte trasera huele a sudor y a cigarros; los asientos desgastados poseen unas manchas negras de aspecto pegajoso, de las que no quiero saber su origen; y los cinturones de seguridad son inexistentes, lo cual tampoco me sorprende. Se nota a leguas que el dueño del coche no acostumbra a llevar pasajeros, o al menos no de los que se preocupan por su seguridad. «Ni modo», me digo a mi misma, esto tendrá que bastar. Peor es que el Consejo nos rastree y nos obligue a regresar a la base por andar de remilgada. Se lo debo a Nathan, su sacrificio no será en vano.
Después de veinte minutos entramos a la interestatal. Cada vez estamos más cerca de North Falls, lo cual me emociona y me aterra al mismo tiempo. ¿Cómo estará mamá? ¿Cómo será su vida sin mí? ¿Correrá algún peligro? Y Daria, ¿habrá hecho otra mejor amiga?
La idea me provoca sentimientos encontrados. Por una parte me entristecería ser reemplazada, pero por la otra me alegraría por ella. Porque ya no estaría sola en Olimpia. En Ethan no quiero ni pensar. Él fue quien me llamó al móvil. A lo mejor hasta lo tienen encerrado en un sanatorio. ¿Quién le va a creer que conoce a una Alison Lombardi cuando nadie la recuerda y no hay rastros de su existencia en todo el condado?
La incertidumbre comienza a pulular mi mente y termino dándole vueltas a las mismas preguntas hasta despertarme una aguda jaqueca. Intento distraerme para no continuar pensando, pero no hay nada que logre captar mi atención el tiempo necesario. Ni Josh ni Clara tienen ánimo de conversar. Y, si soy honesta, yo tampoco.
—El coche necesita gasolina —dice Josh un tiempo después—. Tendremos que parar en una estación de servicio.
—¿Crees que haya una cerca de aquí? —pregunto preocupada.
—Tranquila, Ally. El tanque todavía tiene la reserva.
Con eso no me dice nada. ¿Y si nos quedamos varados en medio de la interestatal? Hasta que no entremos a la gasolinera no podré relajarme.
Por suerte logramos llegar a la estación antes de que el tanque se vaciara por completo. Josh se baja y nos pide que esperemos en el carro. Ni siquiera me opongo, estoy demasiado cansada y estresada como para ponerme a discutir con él.
Josh regresa cargando un contenedor de cartón, de esos que dan en los establecimientos de comida rápida para sostener los refrescos.
—Tengan —dice él acercándoselo a Clara—, pensé que les gustaría algo caliente.
—Qué considerado, gracias —responde Clara agarrando la bandeja.
—Para que veas —contesta Josh.
—Gracias —le digo yo.
—No hay problema. El vaso con la tapa negra es mi café. A ustedes les traje chocolate.
—¡Chocolate! Mi favorito —dice Clara mientras agarra uno de los vasos con tapa blanca, antes de pasarme el mío.
El calor y el olor del chocolate me hace la boca agua, así que ni lo pienso y le doy un pequeño sorbo, no vaya a ser que me queme la lengua. Una vez el tanque está lleno, Josh se monta en el coche y toma su café.
—Estamos a 30 millas de North Falls —anuncia, lo que hace que el corazón se acelere en mi pecho—. Deberíamos llegar en menos de media hora.
—¿Cuál es plan ahora? —pregunta Clara— No podemos llegar allí sin más.
—Ahí es que viene tu rol. Necesito que localices a Thomas.
Clara suspira mirándolo con rostro serio.
—Debiste decirme eso antes. No puedo localizar a nadie sin un objeto perteneciente a esa persona. A no ser que tengas algo suyo…
—Yo tengo algo de Reed —la interrumpo levantando la mano, cual estudiante que sabe la respuesta a la pregunta.
Clara fija su vista en mí. Por la forma en la que sus labios se ensanchan, sé que ha caído en cuenta.
—Esa chaqueta es de Reed, ¿verdad?
Asiento con la cabeza, y, sin pensarlo dos veces, me quito la chaqueta y se la entrego.
—Perfecto. Con esto podré localizarlo.
La observo de reojo comenzar con el ritual. En la oficina de Davis me tomó desprevenida y me asustó, mas ahora que ya sé lo que va a pasar, no me preocupo. Mi compañera no tarda demasiado en caer en trance. Su cuerpo se estremece de la misma forma que haría una persona bajo un ataque epiléptico. Pronto vienen las murmuraciones, palabras sin sentido que parecen otro lenguaje, uno antiguo y mágico. Si se cree en esas cosas.
Finalmente viene la calma. Los temblores y gruñidos se detienen; no hay otro sonido que no sea el proveniente del motor del coche y el viento que se cuela por las ventanillas.
Josh y yo la miramos expectantes, mientras ella parpadea un par de veces y voltea a verme.
—Ally, ¿conoces un lugar llamado Redwood?
Hago memoria. Si no me equivoco, ese es un complejo de apartamentos ubicado en el mismo casco de la cuidad, cerca de las oficinas gubernamentales.
—Sí, sé donde es —respondo—. Está entre la avenida Elm y la calle Hill. Pero tengo una duda, ¿no será mejor ocultarnos en otra parte y contactar a Reed en secreto? Según tengo entendido, él no anda solo, sino con un escuadrón. Los del Consejo ya deben saber que nos fugamos y seguramente ya les informaron. Si hacemos acto de presencia allí, es muy probable que nos devuelvan a la base.
Josh se lleva la mano a la barbilla.
—Nada mal, Ally, nada mal. Pensaré en algo. ¿Por qué no descansan un poco? El viaje ha sido largo.
—No quiero dormir. Quiero estar muy alerta cuando llegue a North Falls —protesto.
—Por eso lo digo. Si estás agotada no podrás usar tu don como debes. Te necesito con energía. Nos sabemos con lo que nos vamos a encontrar una vez lleguemos. Confía en mí. Descansa.
Me niego a hacerle caso, pese a que sé que tiene razón. Minutos después me invade un cansancio arrollador y lucho con todas mis fuerzas para mantenerme despierta. Sin embargo, mi cerebro tiene la idea opuesta. Los parpados se me cierran y comienzo a cabecear. Por momentos me pierdo en el mundo de los sueños, para luego volver a la vigilia. Poco a poco el cuerpo se me paraliza, al punto que se me dificulta hasta abrir la boca.
Levanto la cabeza en un último esfuerzo. Mi compañero se lleva un dedo a la boca.
—Shhh. Descansa.
Lo escucho muy a lo lejos, como si nos encontráramos a varios metros de distancia. Me niego a darme por vencida, agarrándome a la última gota de energía que me resta. Al final pierdo la batalla. Un manto negro y espeso apaga mi consciencia.
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Gracias por leer, votar y comentar. No saben lo mucho que me animan cuando lo hacen. Por lo que vi muchas se quedaron traumatizadas con el capítulo anterior. No es para menos, Nathan era todo un sol. Pero nada, la historia debe continuar. Ya veremos lo que sucede después, no puedo adelantar nada. Nos leemos en el próximo. Besos.
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