CAPÍTULO 3: EL CAMBIO DE MI INFIERNO
PETER
Tenía suerte, me repetía una y otra vez al saber que mi celda no era de las peores del Exilio. El tiempo que estaba encerrado me había servido para averiguar ciertas cosas que pueden ser ventajosas para poder escapar con Nicole cuando se presentara la oportunidad.
Mi cuarto tenía unos ventanales en el techo por los que entraba la luz, pero no me permitían ver el exterior para no ver algo que pudiera indicar la localización de este maldito lugar.
Cada día, algunas criadas me visitaban para traerme ropa limpia y cerciorarse de que estaba bien. Pero lo peor de todo es que he vuelto a tomar sangre humana porque esas criadas eran también mi alimento.
Ahora soy peligroso porque la sed de sangre me amenaza cada día más teniendo miedo de mí mismo, pero era eso o morir aquí y no poder salvar a mi familia.
Cada día me permitía mi pequeño pecado, mi escape a un mundo menos cruel y más maravilloso. Pensaba en mi preciosa Madeline, en su cabello negro que brillaba con fuerza cuando los rayos del sol se reflejaban en ellos. Pensaba en su mirada oscura que se tornaba roja cuando la pasión nos envolvía con calidez y me arrepentía profundamente de no haber llegado más lejos con ella porque al menos me hubiera llevado un consuelo. Pero, dejando de lado ese lado egoísta, pensé que era lo mejor porque si no ahora estaría sufriendo demasiado.
Solo esperaba que este sacrificio hubiera servido de algo y ella estuviera bien
Gracias a algunas de las sirvientas que venían por orden de alguien a quien llamaban "ama", podía saber algunas cosas sobre este lugar. Había averiguado que este lugar está dividido en varias secciones dependiendo del delito cometido y del castigo impuesto.
El delito de Nicole era el de coquetear con un hombre prometido de una vampira de alta burguesía. El hecho de que una "convertida" le arrebatara a alguien de alta clase su prometido, era algo calificado de alta traición y el castigo era el de esclava sexual para el vampiro o los vampiros que desearan usarla.
Yo fui acusado por encubrimiento y por ello estaba encerrado, pero no sufría maltratos porque mi delito era el menos grave porque, en cierta manera, lo había hecho por mi hermano.
Otros delitos como el asesinato o la violación se consideraban los delitos más graves y los que estaban acusados o bien quedaban encerrados en las partes más profundas del Exilio o bien se vendían como esclavos a la alta sociedad vampírica.
Después de mucho intentarlo pude conseguir que me trajeran un cuaderno y un bolígrafo para poder escribir. En las páginas pude volcar toda mi frustración y recuerdos para no olvidar absolutamente nada de los periodos felices de mi vida para conservar la mente fría y no dejarme consumir por la oscuridad que me gobernaba cada día más.
El ansia de matar me estaba consumiendo y me odiaba cada vez más. Conforme iban viniendo más criadas para alimentarme, me costaba más no beber toda la sangre de sus venas hasta matarlas, pero siempre tenía a Madeline en mente y por esa razón paraba a tiempo.
Era el peor monstruo de todos, me había convertido en lo que más odiaba; mi padre, un ser de bajos instintos que no sabe controlarse por nada del mundo.
Pero mientras que estaba enfrascado entre mis páginas, la puerta se abrió y un rostro nada conocido entró a mi cuarto alertándome peligrosamente.
Su aura era evidentemente vampírica cuyo rostro impasible y frío como el invierno me miraba sin mostrar ningún tipo de sentimiento.
Sus ropajes eran antiguos, como sacados de otro siglo y en sus manos portaba un viejo pebetero desgastado con una pequeña vela medio derretida.
Su rostro de porcelana denotaba una juventud que bien sabía que era irreal porque debería tener varios siglos en su espalda. Parecía mirarme con una intensidad y un cierto odio, pero era difícil de descifrar lo que esa mujer pensaba. Sentía su poder emanar de su halo magnético tan típico de las criaturas como nosotros.
No quería hablar porque temía que algo peor me pasara y ya no poder escapar de allí.
Aquella mujer dejó el pebetero en la mesilla de noche con gran lentitud y comenzó a acercarse a mí con una gran lentitud. Temía que fuera a abusarme como estaban haciendo con Nicole así que instintivamente comencé a tensarme.
Aquella mujer lo notó y frenó en seco, quedando frente a mí con su insondable expresión. Entonces, tomó la silla del escritorio y se sentó sin apartar la vista de mí.
Entonces, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro resaltando el brillo de sus ojos entre grisáceos y verdes claro.
-Veo que no te acuerdas de mí...-Dijo en un susurro como si le costara hablar.
Fruncí mi ceño al ver que aquella desconocida parecía desesperada por no reconocerla, pero por más que la mirara, no podía recordarla.
No la había visto en la vida.
Ella comenzó a reír suavemente como si su nerviosismo buscara una válvula de escape y siguió hablando, esta vez, con cierta irritación en su voz:
-Veo que tu maravilloso padre no te habló de mí...
Yo no sabía qué contestar o si hacerlo por temor a que esa desconocida me acusara de algo más, pero ella, al ver que estaba en cierta manera aterrado, me sonrió con más dulzura y me dijo:
-No temas, soy la única de aquí que no soy una enemiga para ti ni para Nicole.
Cuando mencionó a Nicole, mi corazón muerto parecía comenzar a latir de repente y esa desconocida, al ver que estaba impactado por esa confesión, comenzó a explicarse:
-Sí, conozco a Nicole porque tu padre me habló de ella. No temas, a partir de hoy la visitaré para cerciorarme de que todo anda bien...
Pero, por alguna razón, no podía fiarme del todo de aquella mujer. Entonces se levantó y sacó un pergamino enrollado de la capa de su vestido, entregándomelo.
Yo la miré y me atreví a preguntar:
- ¿Qué es esto?
Ella se frotó las manos y me dirigió una cálida sonrisa antes de girarse hacia la puerta. La respuesta fue desconcertante:
-Es el billete a tu libertad; hoy sales de aquí.
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