『Capítulo 5』
Me levanto un poco tarde, tal y como sucede cada mañana; no soy una persona mañanera. Al abrir mis verdes ojos me percaté de que muchos de mis compañeros ya se habían ido a sus hogares, tan solo quedábamos Sophie, Ethan, Valentina y yo.
—Hasta el lunes —dice Vale emocionada, para luego retirarse de la habitación junto a una pequeña maleta y su perico, el Señor Galletas.
Me dispongo a levantarme y tomo de una de las cestas de mimbre, la ropa que usaré el día de hoy; tomando en cuenta que el clima en mi país, específicamente en la zona en donde vivo es muy caliente; decido usar una falda, la cual tenga una longitud aceptable para que oculte la cicatriz de mi muslo, ya que esta no me suele agradar mucho. Además, me puse una linda blusa amarilla de mangas cortas.
—Espera —menciona Sophie, acercándose a mí antes de adentrarme en el baño—. Ya me voy —dice abrazándome—. Nos vemos el lunes, Tayshell —añade.
—Hasta el lunes, Sophie —respondo abrazándola. Sé que llevamos muy poco en este lugar, pero me agrada considerar a Sophie mi amiga. Ella es muy dulce, amorosa y creativa; incluso, me atrevería a decir que ella es mi opuesto, ya que no nos parecemos en lo más mínimo, pero aun así somos cercanas.
Cuando ella se retiró, observo la habitación y es ahí donde maldigo en mi mente... solo queda Ethan.
—Increíble —exclamo con cansancio y cierro la puerta del baño de mujeres.
Coloco la ropa sobre el lavado y dejo que el agua poco a poco llene la bañera. Una vez lista, entro en ella y comienzo con mi aseo personal.
Al acabar mi baño relajante, me seco mi cabello largo y oscuro, y lo coloco a los lados de mi rostro, esperando a que este seque por sí solo. Aunque este está goteando más de lo que me hubiera gustado.
Al abrir la puerta, me encuentro con Ethan quien me observa desde su cama, ya que se encontraba colocándose un par de tenis. Le brindo una mirada de repulsión y continúo mi camino hacia mi armario, en donde dejo toda mi ropa sucia y una vez lista, me dispongo a salir de la habitación.
—¿No te vas a despedir? —pregunta Ethan molestándome de forma burlista.
—No —respondo y comienzo a subir los escalones hasta llegar al exterior del Dair.
Si debo admitir que estoy congelada ahora mismo, ya que no estoy acostumbra a vivir bajo estas temperaturas tan bajas. Además, es importante recordar que llevo puesta ropa no muy adecuada para esta época otoñal.
Cuando me encuentro en el jardín principal intento buscar la cueva por la cual llegué aquí hace cinco días y al visualizarla, me encamino a ella para poder volver a mi hogar.
Con cada paso que doy, puedo sentir más el calor de las costas del pacífico. Tomo la piedra al salir del túnel y camino con alegría hacia mi hogar, el cual no queda muy lejos de aquel árbol de madera oscura. Pero, de camino me percato que mi aspecto feérico desapareció; mis orejas volvieron a su estado normal y las escamas desaparecieron. Pero, lo único que aún permanece en mí es la marca elemental en mi muñeca.
Observo a la lejanía mi casa; esa cabaña de tamaño promedio, grandes ventanales de cristal y un lindo jardín lleno de distintas flores.
—¿Qué te sucedió? —pregunta Mason, al ver mi mano.
—Nada grave —respondo sonriendo.
—Te conozco desde hace diecinueve años, ¿crees que eres capaz de mentirme? —dice riendo.
—Me caí patinando —digo y recibo un pequeño abrazo de su parte.
—¿Ya te revisaron? —cuestiona observando mi mano. Desde que entré a patinaje, Mason ha presenciado varias de mis caídas y sus posteriores recuperaciones, así que decidió estudiar fisioterapia. Sí, todo un amor de persona, —espero que se note mi sarcasmo—.
—Sí, ya estoy mejor. De hecho, hoy me pude retirar un cabestrillo que me dieron en la enfermería —respondo. Él mira con atención mi inflamación y el notable color amarillento en mi mano.
—¿Cómo patinaste? Estamos en pleno verano —pregunta soltando mi mano.
—Bueno, recibimos las clases en un bosque en el cual es otoño. Además, tengo el poder del agua y hielo —menciono con orgullo.
—¿Poder del hielo? No te podía tocar el poder de hablar con animales o algo así —replica—. Eres muy terca.
—Dos cosas; primero, ese poder no existe y segundo, no soy terca —comento entrando a la cabaña.
—¿Quieres apostar? —cuestiona con seriedad—. Por cierto, papá llegará hasta la tarde y te dejó algo en tu habitación —indica para luego sentarse en la mesa de la cocina y continuar estudiando.
Al escuchar esto, subo las escaleras con gran rapidez, y al abrir la puerta puedo observar un hermoso vestido de falda mediana y mangas holgadas; este es en color turquesa.
—Es increíble —exclamo con emoción. Miro mi cama y en ella encuentro una carta con la letra de mi padre, en la cual me invita a una cena en uno de los restaurantes de la zona—. Adoro a este hombre —digo en voz baja. Muchos al escuchar que mi madre se dio a la fuga y nos dejó tanto a mí como a Mason bajo la supervisión de mi padre, sienten lástima. Pero, la verdad es que estoy mejor sin ella, tengo dos hombres fantásticos en mi vida, los cuales no cambiaría por nada.
Miro el reloj que descansa sobre mi mesa de noche y me percato que son las dos de la tarde, y esto me asombra, ya que ahora sé lo que es el cambio de horario, a pesar de no saber en qué lugar queda el mágico bosque Boreal.
—El trabajo —digo preocupada, porque se supone que debo volver al hotel. Así que decido tomar un bolígrafo negro y comenzar a redactar una carta hacia mi jefe.
Debo explicarle el porqué de mi renuncia, así que decidí inventarme que encontré otro trabajo, ya que la verdad puede sonar muy absurda para personas no creyentes en la magia —o sea, el noventa y nueve por ciento de la población—.
Una vez acabada la carta, decido ir al pueblo para tomar un autobús el cual me lleve al hotel y así entregarla.
—¿Le podrían dar esta carta al señor Rodríguez? —cuestiono una vez en la recepción.
—Por supuesto —responde un chico de cabello negro detrás de la ventanilla. Agradezco y me retiro del lugar. Siendo sincera me gustaba trabajar en este lugar, pero me resulta imposible mantener un trabajo estable. Por suerte, tengo dinero ahorrado.
Al llegar nuevamente al pueblo decido pasar a una tienda para poder comprar un vestido blanco para la ceremonia que habrá el lunes. Observé unos cuantos vestidos en ese tono, pero ninguno me llamaba la suficiente atracción, hasta que me topé con un vestido de falda mediana y mangas largas, era bastante bonito y muy cómodo a mi parecer, así que decidí adquirirlo. Luego de eso, volví a mi cabaña, ya que la noche se acercaba y con ella la cena con mi padre.
Me coloco el vestido que me regaló mi papá junto a unos lindos botines de cuero. Me maquillo de forma natural y sutil, y decido trenzar mi larga cabellera en dos trenzas, las cuales caen a los costados de mi cabeza.
—Te ves hermosa —menciona mi padre al verme bajar por las escaleras. —¿Lista?
—Por supuesto que sí, señor Gabriel Sáenz —respondo tomando su mano, pero exploto de risa al ver su cara de desagrado al escucharme decir su nombre completo.
—Muy graciosa, Tayshell —exclama.
—Papá, recuerda que Emma se quedará conmigo —dice Mason.
—Recuerda usar condón, Mason —indica mi padre.
—Esperen, ¿él ya lo sabe? —menciono señalando a mi padre.
—Se podría decir que después de que te fuiste, tuvimos una charla de padre e hijo —expresa mi padre abrazando a mi hermano. Todos reímos.
Luego de eso, mi papá y yo subimos a su auto, y nos dirigimos al restaurante que él mismo reservó hace algunas horas.
Después de algunos minutos de andar en carro, finalmente llegamos. El lugar se encontraba situado en una de las montañas que daba vista al hermoso océano. El restaurante tenía un aspecto elegante y bastante acogedor.
El mesero al vernos nos llevó a la mesa elegida por mi padre en la reservación, esta mesa estaba junto a la terraza del lugar; por ende, el paisaje era increíble. Se podía observar el hermoso atardecer, además, de las estrellas las cuales aparecían con la oscuridad de la noche.
—¿Qué les puedo ofrecer? —pregunta el chico muy amablemente.
—Yo quiero unos ravioles con salsa de queso vegano y hongos —indico observando el menú.
Esta siempre suele ser la comida que pido, ya que soy vegetariana y en lugares como este, la mayoría de las veces ofrecen mariscos —por la cercanía con el océano—. Además de platillos con carne y pollo.
—Quiero un arroz con camarones —menciona mi padre. Él a diferencia de mí, no es vegetariano. Es interesante, ya que el ser vegetariana no es algo que yo quise ser, simplemente siempre he detestado la idea de comer animales—. Y dos resbaladeras —añade mi padre, y él se ríe al ver mi reacción.
Desde que nos mudamos a esa zona del país la resbaladera se ha vuelto una adicción para mí, es una bebida deliciosa a base de agua de arroz. Quizás no suene muy atrayente esa descripción, pero eso lo mejor que he probado en mi vida.
—Tayshell María Sáenz —dice mi padre con rabia al ver mi amarillenta mano.
—Sí, padre —respondo con una pequeña sonrisa. Sé que está enojado por mi mano, no es la primera vez que me sucede. Además, siempre que me regaña me dice María, aunque ni siquiera me llame así.
—Me quieres explicar cómo te caíste —menciona cruzando sus brazos mientras me observa con atención.
—¿Alguna vez te he dicho lo mucho que te quiero? —insisto sonriendo. —Bien, me caí patinando —admito luego de ver su gesto.
—Nos mudamos de la ciudad para que te alejaras del patinaje y aun así patinaste, ¿cómo lo hiciste? —cuestiona él curioso. Por los siguientes minutos, le explico y él intenta comprender, ya que entiendo que eso suena algo loco. Pero, llegamos a un acuerdo; yo seguiré patinando, pero con el cuidado requerido para evitar cualquier tipo de lesión.
El resto de la velada la pasamos hablando animadamente junto a nuestros platillos y por supuesto, nuestras deliciosas resbaladeras.
—Gracias por esta magnífica noche —exclamo a mi padre, una vez de vuelta en nuestro hogar.
—No fue nada, hijita —menciona él, abrazándome con fuerza. Luego de eso, nos deseamos dulces sueños y volví a mi habitación, en donde me vestí con mi pijama y me quité todo rastro de maquillaje.
Después de eso, me acosté en mi cama y con mis frazadas cubrí mi cuerpo para poder caer en un profundo sueño.
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