『Capítulo 18』
—Hasta el lunes —decimos todos al unísono, antes de entrar a nuestros túneles elementales por última vez dentro de un próximo lapso de tiempo. Todos se encontraban con sus maletas y en el caso de Hunter, llevaba varios libros para devolver a su habitación. Oh y casi lo olvido, Vale se encontraba con su mascota el Señor Galletas, ya que debía dejarlo en Argentina... no podía dejarlo en este lugar por un tiempo indeterminado.
Atravieso todo el pasillo de madera hasta llegar finalmente a mi tropical hogar. Salgo del árbol por aquella extraña grieta que se forma al contacto de la magia y luego de suspirar el cálido aire del pacífico, me encamino a mi cabaña.
Camino unos pocos minutos por el bosque hasta que finalmente observo mi hogar y a mi pequeña familia esperándome en él.
—¡Te extrañamos tanto, princesa! —exclama mi padre para luego rodearme con sus brazos. Este es de los detalles que más voy a extrañar cuando ambos mundos estén separados.
—Y yo a ustedes —respondo y me alejo de mi padre para abrazar a mi hermano, Mason.
—No vas a creer quien vino a visitarnos —comenta Mason entre risas.
—¿Quién?
—Tayshell, querida —grita mi tía desde el pórtico de la casa, ella sale corriendo hacia mí y me abraza fuerte. Muy fuerte—. Tenemos que hablar sobre tanto —dice ella emocionada.
—Tía, soy tan afortunada por tenerte aquí —respondo, alejándome de ella con una sonrisa.
—¿Qué necesitas? —pregunta riendo. Mi tía Celia me toma del brazo y juntas entramos a la cabaña.
—¿Cómo sabes que te iba a pedir algo?
—Te conozco muy bien; por eso sé que jamás te emocionarías tanto por verme —dice dirigiéndose a la cocina, la cual tiene tonos claros y está perfectamente amueblada por mobiliario en madera. Toma un vaso y se sirve un poco del agua fría del grifo—. ¿Qué quieres? —añade y toma un sorbo de la bebida.
—Eso sonó como si fuera la peor persona del mundo —respondo, cruzando mis brazos.
—No eres la peor persona del mundo, pero tampoco eres la más afectuosa.
—En eso tienes razón —contesto riendo—. Bueno, tía, para nadie es un secreto que eres una increíble costurera. Así que... —digo haciendo la última vocal más larga de lo que es—. Necesito que me hagas un vestido. —Mi tía se comienza a reír.
—¿Estás haciéndome una broma? Hace mucho no hago prendas como vestidos.
—Emm no —respondo—. Necesito un vestido para un baile de invierno.
—¿Invierno? Pero si en estas fechas hay calor. —Me regaño mentalmente por olvidar que el Elements College no queda en mi país y según toda mi familia, yo estoy estudiando en una universidad cerca de la zona.
—Es una celebración que... —respondo con lentitud mientras intento inventarme algo—. Es que un grupo de extranjeros están de intercambio —añado y me detengo a pensar si lo que dije fue coherente—. Sí, eso; entonces queremos hacer ese baile para que se sientan en casa —digo y suelto un disimulado suspiro.
—Bueno; en ese caso, acepto. Siempre he querido hacerte un vestido, pero siempre te rehusabas. Mi momento por fin ha llegado —exclama emocionada—. ¿Para cuándo lo necesitas? ¿Diez días, quince o veinte?
—Tres —respondo y sonrío.
—¿Tres?
—En realidad, dos. Lo necesito para el lunes en la mañana.
—Mija, me vas a matar, ¿cómo piensas que lo lograré? —pregunta ella sorprendida.
—Por favor, lo necesito —menciono, abrazando su brazo.
—Bueno, pero tendrás que cuidar a tu prima.
—¿Qué? —respondo inmediatamente—. No pienso cuidar a ese pequeño terremoto.
—Entonces, no tendrás el vestido. —Entrecierro los ojos.
—De acuerdo —respondo no muy alegre por la previa noticia—. Ya tengo una idea de cómo será el vestido, lo quiero negro con una falda sencilla y...
—Ni en tus sueños —contesta mi tía Celia—. Negro jamás, vas a un baile, no a un velorio.
—Pero...
—Yo ya tengo la idea de cómo será tu vestido y no lo verás hasta que yo lo acabe —añade—. Voltéate —indica, toma una cinta métrica de uno de los cajones de la cocina y comienza a tomar las medidas de mi cuerpo como torso, brazos, caderas y cintura. Y anota todo en una pequeña libreta que mi padre siempre tiene sobre la encimera—. Listo; por cierto, tu nueva responsabilidad está en tu habitación.
—¿Qué? —chillo. Detesto que esa pequeña niña siempre se entrometa en mi habitación.
Salgo corriendo hacia mi recamara y abro la puerta.
—¡Tayshell! —exclama ella y se acerca a abrazarme.
—Si, si... hola —respondo mirando el lugar con atención—. ¿Qué estabas haciendo, Mariana?
—Nada —responde riendo.
—Mariana, me dices en este instante qué estabas haciendo —menciono con tono alto. Tratar con niños no es una de mis habilidades.
—Muñecas —dice ella y las señala. Camino preocupada hasta mi cama y me encuentro con mis muñequitas —por suerte— en perfecto estado.
—Siempre te he dicho que no entres a mi habitación sin mi permiso —reclamo y tomo mis dos muñecas, una de cabello rojizo y con pecas en su rostro, y la otra con ojos verdes y cabello negro, y las guardo en el cajón de madera que escondo debajo de mi cama.
—Tío Gabriel me dejó —exclama la niña.
—Eso me imaginé... ese traidor —susurro y en ese preciso momento observo a mi padre pasar frente a mi habitación con una leve risa—. Te vi, papa.
—Bien, Mariana. ¿Dónde quieres ir? —pregunto sonriendo falsamente. Prefiero llevarme a este pequeño terremoto de lindos ojos y cabello marrón a otro lado, que dejarla en mi habitación.
—Zoológico —responde ella emocionada y apunta un peluche de león que hay en una de mis estanterías.
—No —respondo.
—¿Por qué no? —dice haciendo pucheros.
—Los zoológicos son malos. Los humanos son tan egoístas, que creen que tienen el poder de elegir que animales mueren, viven enjaulados o bajo el cuidado de sus propias manos —respondo con rabia, pero al ver la carita de confusión de la niña, suelto un gran suspiro—. ¿Quieres ir a la playa?
—Sí —chilla ella de emoción.
Ayudo a la niña a vestirse con su pequeño traje de baño, el cual consiste en unos pantalones cortos negros y una blusita corta con estampado de flores coloridas. Además, le coloco sus sandalias y un poco de bloqueador en su rostro.
Una vez con ella lista, la dejo mirando algún programa infantil y me dedico a mí. Tomo una tanga y top en color turquesa, y una falda playera en tono oscuro. Me coloco mis sandalias y, por último, tomo un bolso en el cual llevo mi celular y algo de dinero.
—¿Lista, pequeño terremoto? —pregunto, ella corre escaleras abajo, emocionada.
—Mamá, mamá. Voy a ir a la playa —grita ella.
—¡Qué bien, dulzura! Espero que tu prima Tayshell saque su lado maternal —dice ella riendo.
—Trataré de buscarlo, pero no prometo nada —respondo antes de cerrar la puerta de la cabaña.
Así emprendemos camino hacia el centro del pueblo en donde tomaremos un bus hacia la playa.
—Tayshell, mira —expresa Mariana asombrada. Me volteo y puedo ver un paquete de juguetes para construir castillos de arena en la vitrina de un negocio.
—Bien, te compraré uno —respondo. Así que me dirijo a la tienda y adquiero dicho producto para luego volver lo más rápido posible a la parada de buses, ya que en pocos minutos este debe llegar.
Cuando llega, subimos a él y después de pagar el pasaje, buscamos un par de asientos disponibles.
Bajamos del transporte público y podemos observar la fina arena y las olas reventar a lo lejos.
—Mariana, quiero que seas obediente, ¿sí? —pregunto y ella asiente emocionada. La niña me toma de la mano y nos encaminamos a buscar un árbol del cual podamos obtener algo de sombra.
Cuando encontramos uno, nos sentamos en la arena y le doy los juguetes para la arena a mi prima pequeña.
—¿Quieres hacer un castillo? —pregunto y ella asiente emocionada—. Bueno, si quieres ve a llenar este cubo de agua e inicia el castillo, yo iré a buscar ramas o conchas de mar. —Mariana acepta y se aleja con su cubeta.
Yo me levanto de la arena y me alejo del árbol para poder buscar algunas maravillas que las olas del mar dejan en la arena.
Camino por la tibia arena, sintiendo el agua salada en mis pies. Me inclino hacia adelante al observar una bella caracola de mar rosada. Con ella entre mis manos, decido continuar buscando ramas o alguna otra cosa que sirva como decoración.
—Tayshell, mira el castillo —dice la niña con una gran sonrisa.
—¡Qué lindo! —respondo mirando el supuesto castillo, el cual en realidad parece un montón de arena mojada amontonada. Pero, no le iba a decir eso—. Te traje una caracola, ten —añado y ella la recibe sonriendo.
En ese instante escucho mi celular sonar, lo tomo y una sonrisa instantánea se forma en mis labios. Me había llegado la notificación de la creación de un nuevo grupo, esto pasó ya que al estar alejados por varios miles de kilómetros los unos de los otros, decidimos crear un grupo en el cual estar conectados y hablar.
Todos comienzan a saludar, pero lo gracioso es que estamos hablando silvano, ya que, si no lo hiciéramos, creo que sería casi imposible tener una conversación sin ayuda del traductor. Cada uno comienza a enviar una foto de donde se encuentran ahora; Sophie se encuentra en una noche de películas junto a su gatita Petite, Hunter se encuentra cenando, Ethan se encuentra jugando basquetbol y Vale está con su abuelita preparando galletas. Kang por razones de cambio de horario no está hablando con nosotros, ya que allá debe ser de madrugada.
—Tayshell, quiero nadar —dice la niña tomándome de la mano y tirando de ella.
—Bien, solo espera un momento —indico, y me arreglo un poco el cabello y me tomo una foto en el cual se observe el mar. Envío la foto y bloqueo la pantalla del celular para ir al mar un rato con Mariana.
Jugamos un rato entre las olas del mar, ella me tiraba agua y yo a ella, todo era alegría, pero muy dentro de mí tenía un miedo excesivo a que mis poderes no hicieran su aparición, pero por suerte, eso nunca ocurrió.
Luego de comprar un par de helados de sabores de caramelo y vainilla, decidimos volver a la cabaña. Ayudé a Mariana a darse una ducha para después vestirla con un lindo vestido azul con puntos blancos. Cuando ella se encontró lista se fue a comer algo junto a mi padre que recién llegaba de hacer algunas comprar del supermercado.
Una vez liberada del terremoto andante, tomé una caliente ducha y al salir me vestí con unos pantalones cortos de color gris y una blusa corta en color negro. Mi cabello lo até en un moño y salí a buscar algo de comer a la cocina, pero al llegar me prohibieron la entrada, ya que mi tía se encontraba allí haciendo mi vestido y no quiere que vea absolutamente nada de él.
Así que mi padre decidió prepararme un emparedado junto a una bebida de moras. Tomé la comida y me dirigí a mi habitación, en donde cerré la puerta, coloqué música en mis parlantes y decidí degustar mi platillo.
Observo mi celular del cual tenía algunos mensajes del grupo, respondo algunos de ellos y vuelvo a bloquearlo.
Al finalizar mi comida, me acuesto en mi cama y decido ver alguna película en mi computadora portátil, pero al cabo de algunos minutos acabo dormida por el cansancio.
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