The Doll House | Capítulo Tres
Las muñecas no se mueven, las puertas no se abren y esto es un sueño. ¿Verdad?
Nick cruzó el umbral, su linterna iluminó una habitación en penumbras, una cama cubierta de polvo cerca de una ventana tapiada, una alfombra y... la muñeca.
Cerró la puerta, su corazón latió en su garganta.
Maldición, maldición, maldición.
Es solo una muñeca, no se movería… ¿verdad?
Pero lo hizo. Y esto no era un sueño.
Y ella no era una muñeca.
Su mano, la que no temblaba sosteniendo la linterna, se hundió en el bolsillo de su chaqueta, dónde había guardado las cerezas y el melocotón. El filo presionó su piel, frío, y él suspiró.
Esto no era un sueño, era una pesadilla, y tenía que despertar.
Giró el pomo y abrió la puerta, y la muñeca de cabello rojo ya no era una muñeca, era Virginia Lot, y sus ojos grises lo observaron cuando entró.
—Nick, ¿Quieres jugar conmigo? —dijo, y su boca sonrió como solo las muñecas sabían sonreír. —¿Recibiste mi invitación, verdad?
Él asintió. Las palabras estaban estancadas en un punto doloroso debajo de su lengua, temerosas de aquel gris que lo miraba con melancolía.
O tristeza.
O algo peor.
La niña dio palmadas al suelo frente a ella y él avanzó, sentándonse con las piernas cruzadas sobre la alfombra. En el espacio entre ellos, además del polvo, había uno de esos antiguos juegos de té de porcelana blanca.
—Mamá dice que el té cura cualquier cosa. Incluso el miedo. ¿Quieres té, Nick?
Él asintió, obligándose a pronunciar un débil sí.
Ella sonrió y vertió té en una de las tazas. Aunque no era té en absoluto. Agua oscura y turbia, como la que adornaba los charcos de lluvia afuera, se derramó de la tetera, salpicando el blanco de sus guantes.
—Ops —musitó ella, y se rió.
Nick se obligó a reír también, solo un poco, mientras su corazón martilleaba en sus venas.
Ella llenó su propia taza y se la llevó a los labios, fingiendo beber, y luego la devolvió al centro de la alfombra. Nick respiró despacio, metiendo su mano en el bolsillo de su chaqueta y sacando una cereza. La masticó, dejando que el dulzor ácido de la fruta inundara su paladar.
Virginia observó el movimiento, girándose para tomar una muñeca del suelo.
—Ella es Lyz —dijo, pasándosela a Nick. Él la tomó, un poco sorprendido por el peso de la porcelana. La muñeca tenía el cabello rubio y los ojos de un azul claro, e iba vestida de blanco, al igual que Virginia. —Fue la primera —añadió.
—¿La primera? —repitió Nick. —¿La primera de qué?
—Y ella es Madeline —exclamó Virginia, ignorando su pregunta y dándole a Nick otra muñeca.
Esta muñeca tenía el cabello de un rubio más oscuro y los ojos cafés, y su vestido blanco estaba cubierto de tierra. Tierra húmeda.
—Y ella es Catherine —dijo, poniéndose de pie y corriendo hacia la cama. Tomó otra muñeca, una de cabello negro corto, y volvió a la alfombra. Tomó la taza y la inclinó contra la boca pintada de Catherine. —Catherine es mi favorita. Ella no llora cómo Annabeth —dijo, sentado a la muñeca a su lado.
—¿Quién es Annabeth? —preguntó Nick, sacando otra cereza.
Los ojos de Virginia se desplazaron a un punto detrás de Nick y él giró su cabeza, notando un estante en la pared, y colgando de una cuerda atada a él, una muñeca de cabello castaño.
—Ella llegó sin invitación —dijo Virginia, y su aliento frío contra su oreja sobresaltó a Nick, que mordió el corazón de la cereza con fuerza, enviando un torrente de dolor por su boca.
Virginia Lot estaba de pie a su lado, inclinada sobre su rostro.
—Ella llegó una noche, y ató una cuerda al viejo cerezo. Y lloró. Y gritó. Y luego ató la cuerda alrededor de su cuello y se ahorcó en mi jardín. Y no ha parado de llorar desde entonces —dijo, algo oscuro tiñendo sus palabras.
Luego extendió su mano, quitándole a Nick sus muñecas. Caminó hasta un rincón de la habitación, dónde yacía un viejo baúl de madera.
Nick se preguntó si acababa de imaginar el odio en la voz de Virginia, o si lo que acababa de decir era su versión de lo que había sucedido con aquella mujer encontrada muerta hacía sesenta y dos años en la propiedad.
Si miraba hacia atrás, ¿La muñeca Annabeth seguiría colgando de una cuerda en la repisa? ¿O se habría movido ya?
No, no se movería, ¿verdad?
—¡Oh! Y aquí está Rose —exclamó, y sacó del baúl una nueva muñeca, y el miedo en las venas de Nick se transformó en un dolor pulsante, que se obligó a reprimir.
—¿Rose? —preguntó Nick, sacando el melocotón de su bolsillo. Morderlo distrajo a su cerebro de no llorar.
—La dulce y traviesa Rose, sí. Ella es la últim…
El sonido de agua corriendo inundó la estancia, interrumpiendo a Virginia, quién clavó su mirada en una puerta de la que Nick no se había percatado antes, escondida entre las sombras.
Parecía hipnotizada, y sus pies dieron un paso hacia ahí.
Nick no sabía qué era ese ruido, pero el miedo volvió a cantar en el fondo de su mente y sus manos buscaron su bolsillo. El frío acarició sus dedos. Con lentitud, se puso de pie, siguiendo a Virginia.
Ella parecía murmurar algo mientras caminaba, arrastrando sus pies. Él, a su espalda, levantó la mano. Ella giró el pomo, abriendo la puerta.
¿Has escuchado una puerta crujir?
Se dió la vuelta, sus ojos grises vueltos de un blanco lechoso, y un grito escapó de su boca en el mismo instante en el que Nicolas bajo el cuchillo, hundiendolo en su garganta.
El grito se convirtió en un borboteo, y Virginia Lot cayó contra la puerta, estampandola contra la pared.
Al golpe le siguió un gemido y la puerta se balanceó hasta golpear la cabeza de la niña.
Ella no se movió.
No se moverá, ¿verdad?
Nick dió un paso atrás; sus ojos se elevaron a la habitación que Virginia había abierto. Las paredes estaban cubiertas de un moho del mismo tono de verde que la tenue luz que bañaba el lugar. Y había una bañera en el fondo, de la cuál provenía el sonido del agua. Esta se derramaba por el borde, empapado el suelo, espesa y oscura y…
Y eso no era agua.
Era sangre.
¿Qué demonios?
Dio otro paso atrás.
Una llave empezó a gemir y giró, dejando que más agua, tangerina por el óxido y los años sin uso de las cañerías, brotara hasta desbordarse de un lavamanos.
El espejo encima de este se meció, de una lado a otro, hasta que el marco podrido se rompió, cayendo al suelo en un charco de fragmentos.
Y una mano surgió de la bañera.
Cabello rojo la siguió.
Nick bajó la mirada, dónde la chica muerta era solo una muñeca, y dio otro paso más atrás. Y otro.
El cadáver de Virginia Lot alzó la cabeza y, dónde deberían estar sus ojos, habían dos agujeros negros, cercenados.
Y entonces se arrojó al suelo, arrastrándose sobre el agua teñida de sangre y el charco de vidrio, muy rápido.
Nick soltó una maldición y entonces corrió, por el pasillo de las fotografías y escaleras abajo, tan rápido que tropezó, estrellándose contra el viejo suelo de madera, dónde levantó una nube de polvo y astillas. Se incorporó inmediatamente, sin importarle dejar ahí dos de sus dientes frontales.
La puerta, recordó, Virginia la había cerrado cuándo él entró, y ahora estaba atascada.
El cadáver se arrastraba por el pasillo de arriba, hacia las escaleras, y Nick corrió hasta la vieja chimenea y tomó el atizador. Un golpe. Dos. Seis. La madera podrida cedió y él se arrastró por un agujero. Y luego corrió y corrió, y solo se detuvo hasta llegar a la verja.
Las muñecas de Virginia Lot estaban empaladas es las flechas de hierro, mirándola con sus ojos de cristal y sonrisas pintadas.
Rose estaba en el centro.
Nick dio media vuelta y se internó en el bosque, huyendo de Virginia, de sus muñecas, de The Doll House; las lágrimas escaparon de sus ojos, su visión se tornó borrosa.
Debía haberla protegido. Era su hermano. Había fallado.
Le había fallado a Rose y nunca podría arreglarlo.
No se detuvo, incluso cuando la falta de aire hizo arder su pecho. No sabía dónde estaba y la luz del atardecer se había convertido en neblina fría violeta. ¿Estaba lo suficientemente lejos? ¿Se detendrían las pesadillas? ¿Había…?
—Nick.
El susto lo hizo perder el equilibrio y tropezó sobre la tierra húmeda y rocosa del bosque. Su cabeza golpeó algo muy duro.
El bosque se llenó de sombras. El viento cantó moribundo en sus oídos. Intentó abrir los ojos, solo un poco, y una vieja casa llenó su visión y…
—No… no, no, no.
Sus pasos se acercaron. Un ribete de encaje blanco rozó su frente.
Su corazón se apretó en algo más doloroso que el miedo.
La sonrisa sanguinolenta y los ojos blanco lechosos de Virginia Lot se inclinaron sobre su rostro.
Su aliento era mortalmente frío.
—Serás una muñeca muy bonita, Nicolas. Bienvenido a casa.
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