Capítulo 6
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Capítulo 6. Demonios interiores
Un día después
Taehyung mordió la manzana y deslizó el pulgar sobre la pantalla de su teléfono. Todavía recordaba la frase que había visto escrita bajo las velas, frente a aquel pentagrama. Era más de media noche y se encontraba en casa, en la cama. Tras el mordisco, se ayudó de un traductor automático que le refrescara la memoria con el latín y sus antiguas clases de bachillerato. La oración decía: «Protégenos de La Oscura. Ella es la antigua. Ella está en la tierra».
—La Oscura —murmuró, sintiendo un escalofrío.
¿Qué significaba eso? Por más que repasaba las fotografías tomadas, lo único que podía pensar era que a Kim Namjoon le iban los rituales satánicos. Quizá sabía de los demonios, como él. ¿A caso también se encontraba en las manos de un diablo? ¿Habría utilizado dones oscuros para ayudarse en su reinado?
—¿Quién es La Oscura?
—Respuesta por beso —ofreció Jungkook con voz ladina.
Él por supuesto, estaba allí, de brazos cruzados, haciéndole una extraña y no muy amable compañía. Taehyung le dejó sin respuesta, y sin beso. Lástima.
—Si no vas a hacer nada útil, márchate —sugirió enfurruñado, y continuó rebuscando en internet significados que debían quedar muy lejos de la verdad—. Pronto me iré a dormir. Mañana tengo clase.
Jungkook esbozó media sonrisa, le quitó la manzana de los dedos y le pegó un buen mordisco. Taehyung se mordió el interior de la boca, guardándose un quejido.
—Entonces, ¿eso no es un rito satánico? —formuló Tae respecto a las fotografías, tratando de sonsacarle alguna respuesta.
Jungkook se asomó a su lado, masticando con gracia.
—Lo parece —parte de su aroma llegó a las fosas nasales de Taehyung; como a manzana roja y a toques del bosque, a musgo fresco y a algún cítrico suave y nocturno—. También podría tratarse de un exorcismo. O del juego de la rayuela.
—¿Qué? —soltó observándole de medio lado.
Jungkook le devolvió una mirada felina.
—Dame un beso —le chantajeó, ágilmente.
—Jungkook —se quejó.
—Bésame y te lo diré —musitó juguetonamente—. Vamos, no muerdo. No muy fuerte, al menos...
Taehyung frunció el ceño. Permitió que sus iris cometieran el error de inspeccionar sus labios; suaves y rosados, con el inferior más carnoso. Detestaba a Jungkook, pero besaba como un profesional y eso era lo que más temía. La química de su boca en la suya era algo que no podía explicar. El más joven reflexionó sobre la contradicción que encontraba dentro de sí; le apetecía hacerlo, pero también sentía una gran satisfacción negándoselo tanto a él como a sí mismo.
—En tus mejores sueños.
—Pues no te diré nada....
—Muy bien. Que te den —gruñó Taehyung.
Jungkook soltó una risita maléfica. Sí, a esas alturas le importaba un carajo que Kim Taehyung le maldijera.
—Sabes que puedo sentir que lo deseas, ¿verdad? —entornó como burla—. Estoy vinculado a tus emociones y sé lo que de verdad quieres, gruñón de pacotilla.
—Pues el cable de conexión debe estar un poco chamuscado si crees que eso es verdad...
El demonio se desplazó por su dormitorio, dejó el corazón desnudo y mordisqueado de la manzana sobre el escritorio y se guardó las manos en los bolsillos del pantalón, sin borrar su sonrisita. La goma de su máscara de gato colgaba por su muñeca. Taehyung continuaba concentrado en la pantalla de su teléfono, empecinado en averiguar algo. Se levantó de la cama distraídamente; no vio a Jungkook junto a su escritorio, por lo que se decantó porque ya se debía haber marchado. Tras una ducha breve y rápida, se enfundó el mismo pijama y regresó a su habitación sacudiéndose el cabello con una toalla pequeña.
—¡Boo! —dijo una voz grave y sin gracia.
Taehyung casi se tropezó con sus propios pies cuando lo oyó. ¿¡Todavía estaba allí!? La lámpara de la mesita de noche delineaba el perfil del demonio: tranquilamente reposado en su cama, con la cabeza sobre sus almohadones, de piernas cruzadas y el peluche sobre su pecho, como si se tratase de un niño bueno. No colaba. Si no le lanzó la toalla o el teléfono fue porque aún le quedaba algo de respeto a sus posesiones personales. Pero le hubiera encantado lanzárselo a la cabeza.
—Sal de mi cama —soltó Taehyung, pasando de largo en dirección al armario.
—¿Eso es lo que practicas frente al espejo a diario, antes de volver a verme?
Taehyung alcanzó un cojín de la butaca y se lo aventó por el aire con energía. Jungkook lo atrapó con una mano, luciendo sus buenos reflejos. Ni que fuera la bala de un cañón.
—Eres muy gracioso —ironizó Taehyung.
—Come algo que no sea una manzana o mañana te veré estirando la pata —repitió Jungkook con seriedad—. ¿Es que no sabes lo que son las calorías?
El humano le miró una última vez algo ceñudo. ¿Por qué estaba tan pesado con lo de la comida? Parecía su maldito padre y era un fastidio. Jungkook se levantó de la cama con elegancia, echándose la chaqueta negra sobre el hombro y sujetándola desde la solapa con un par de dedos.
—Me largo —le dedicó con poco cariño.
—¿Sabes lo que Namjoon tiene ahí arriba y no vas a decírmelo? —le detuvo Taehyung, repitiéndose más que el ajo.
—Bingo —espiró sin una pizca de remordimiento.
—¿Por qué? ¿Por qué eres así? —preguntó Taehyung, muy insistente—. ¿Por qué te cuesta tanto simplemente colaborar?
—No soy tan tramposo como tú. Además, me hace gracia ver cómo juegas a los detectives —tarareó—. A no ser que prefieras...
Taehyung rodó los ojos. «A no ser que prefieras que nos besemos», finalizó en su cabeza.
—Eres idiota —suspiró en su lugar.
—Soy un encanto —corrigió Jungkook, sarcástico—. Descansa bien, pastelito —y se esfumó dejando una brecha de humo.
Estaba sin respuestas, mirando un rincón de su habitación totalmente vacío. Un desastre. Kim Namjoon era líder de alguna especie de secta, a él le perseguían demonios que querían comérselo, tenía sexo duro con un diablo, y luego de todo eso, se veía obligado a volver a comportarse como alguien normal de su edad. Era de todo menos sencillo.
No obstante, sabía que Jungkook no iba a colaborar. Tenía las fotografías de aquella extraña y siniestra habitación encontrada en la casa de los Kim, y su interés se había disparado hasta el cielo. Puede que la palabra más exacta fuera infierno.
Antes de irse a dormir, Taehyung se colocó su portátil sobre las piernas e hizo una búsqueda en Google: «Demonios reales», escribió. La simple frase, provocó que en su mente una falsa proyección de Jungkook se riera de él. Solo quería saber más. La Oscura. ¿Quién era? Los demonios, ¿cuánto se sabía de ellos? ¿Había trucos en su contrato? ¿Realmente había perdido su alma? ¿Cuáles eran las normas que no conocía? ¿Crucifijos? ¿Velas? ¿Agua bendita? ¿Namjoon tenía algo que ver, o estaba equivocado?
En internet no encontró nada bueno. Todo le llevaba una posible muerte inminente, y en el peor de los casos, posesión. Las páginas webs mostraban datos satánicos y auguraban los peores de los destinos. Posesiones, mal karma, sacrificios, presencias peligrosas, el fin del mundo, poltergeist y un sinfín de repertorios escalofriantes. Taehyung se sintió un poco acongojado a esas horas de la noche, sin embargo, encontró un símbolo que ya había visto antes. Una luna que apuntaba hacia arriba, con una estrella de cinco puntas en el centro.
Taehyung se mordió el interior de la boca. Lo tenía. Copió la imagen y buscó similitudes, y sin saber muy bien por qué, terminó leyendo historias sobre brujas que invocaban a demonios en la noche de Walpurgis. Sobre nigromantes que levantaban a los muertos del cielo las noches sin estrellas. Sobre demonios que poseían sus cuerpos en una vieja fiesta pagana. Se le hizo difícil tragar saliva. Toda la información se remitía a tomos antiguos, volúmenes difíciles de encontrar, de lectura esotérica, que podría buscar en una tienda muy específica. El joven enlazó la ubicación del mapa y se la mandó a su propio teléfono. Tal vez debería hacer una visita a Incheon si quería jugar a los detectives, tal y como Jungkook había dicho.
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—¿Dónde te metiste el sábado? —le preguntó Hoseok en la universidad.
—Eh, creo que me sentó mal algo de lo que comí, y... tuve que marcharme —Taehyung se excusó como pudo, frotándose la frente con unos dedos.
—Pensaba que te habías largado con tu novio —expresó en voz alta su amigo—. Como no volví a veros por ningún lado...
—Oh, no. No, no, no. Olvida lo de mi demonio.
«¿¡Demonio!? ¿¡He dicho demonio!? ¡Oh, Dios mío!», escupió en su cabeza.
—¡Novio! —se corrigió con un chillido—. ¡Quería decir novio! Y no es mi novio, en realidad. Es más complicado que...
—Okay, okay. Es tu follamigo, lo entiendo. ¿De dónde has sacado a tal bombón?
—Le conocí, uhm, en una fiesta de snobs —se inventó rápidamente.
—Tiene pinta de ser mayor, ¿es mayor que nosotros?
—Sí. Es un viejo —admitió Taehyung con humor.
Casi podía oír a Jungkook chistando en su cabeza. Si oyera que acababa de llamarle viejo...
—Pero ya que estás saliendo con un tren como ese, podrías haberlo dicho antes, ¿no? —dijo su amigo, algo ofendido—. Quiero decir, ¿no se suponía que eras virgen? Joder. Con ese tío, hasta yo me cambiaría de acera.
—Calla —murmuró, esbozando una sonrisita tensa.
Otra vez lo de su virginidad, no. Ni siquiera quería pensar que Jungkook se la había arrebatado con su labia y persuasión. ¡Ugh, cómo lo detestaba!
—Entonces, ¿te has acostado con él? —cotilleó Hoseok.
Taehyung apretó los labios, desdibujando la curva de sus comisuras.
—Puede.
—¿Y qué hay de Jimin? Pensaba que estabais coqueteando.
—A eso me refería con que es complicado. No estoy jugando con él —se defendió, un poco tirante—. Jimin me gusta. Le quiero. Es solo que...
—Deberías decírselo...
Taehyung le miró de medio lado y detuvo sus pasos.
—Hobs, prométeme que no le dirás nada. No has visto a Jungkook. No sabes quién es.
Su amigo asintió con la cabeza y se encogió de hombros, retomando el paso.
—¿Vas a romper con él?
—No sé si romper es el verbo, pero... —resolvió, en parte diciendo la verdad—. De todas formas, a Jimin se lo contaré en otro momento. Él no tiene por qué saberlo.
Ojalá hubiera podido ser más sincero con Hoseok, y también con Jimin, por supuesto. A él lo adoraba genuinamente, era solo que, estaba atrapado con Jungkook en una situación de la que no podía escaparse.
Cuando llegaron al edificio de la facultad, se separaron para asistir a las clases de sus respectivos grados. Taehyung sacó la carpeta que guardaba en su bolso, comprobó que no quedaban estudiantes por allí y sacó entre dedos ágiles un puñado de fotografías impresas en papel fotográfico. Eran las instantáneas que tomó el sábado pasado con su teléfono; él mismo las había imprimido para usarlas. Se detuvo frente a la taquilla de Namjoon e introdujo unas cuantas, a través de la rendija, sintiéndose malvado. Quería asustarle. Hacerle saber que alguien conocía su secreto.
Taehyung se guardó el resto en el bolso, se le escurrió una foto entre los dedos y se acuclilló para recogerla rápidamente del suelo. Cuando lo hizo, notó un siseo tras el cogote. Volvió la cabeza lentamente, y vislumbró el ambiente enturbiándose y ennegreciéndose. El suelo tenía una fina capa de agua que creaba ondas bajo sus pies, las luces del techo parpadeaban, y al final del vestíbulo, atisbó una silueta huesuda con cabeza de carnero.
Él retrocedió unos pasos, conteniendo el aliento. ¿Estaba pasando? ¿Pasaba de nuevo? Introdujo la mano en el bolsillo, tratando de buscar el rosario. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se lo había puesto esa mañana? De repente, tropezó contra alguien y salió de aquel ensueño.
—Ah...
—¿Taehyung? —reprodujo Sihyun, uno de los chicos del consejo de estudiantes—. Te estaba llamando, ¿vienes? Han abierto las urnas para la votación. ¿A qué no sabes quién es el favorito? —sonrió.
Taehyung parpadeó varias veces, miró hacia ambos lados sintiéndose perturbado y asintió.
—Sí, vamos —dijo apresurándose.
Pasó un buen rato en el salón del club de estudiantes, rodeándose por la crème de la crème. Namjoon pasó por su taquilla a mitad de la tarde, tiró de la puertecita metálica y se topó con unas cinco o seis instantáneas de algo que reconoció inmediatamente; él apretó la mandíbula y llevó la vista hacia atrás. Nadie le estaba mirando. Los estudiantes pasaban de aquí a allá, algunos abandonando las clases de refuerzo de la tarde, las salas de prácticas y laboratorios, y la biblioteca. ¿Quién había hecho eso?
Por supuesto que la fiesta en su casa no había sido la mejor idea de todos, pero, él quería reunir a todos los estudiantes posibles por algo. Namjoon volteó una fotografía, y encontró escrito en puño y letra: «¿Quién eres?». En la segunda, leyó: «¿Crees que te tengo miedo?». Y en otra de ellas: «Te estaré vigilando de cerca». Se guardó todas en una hoja de plástico del archivador y cerró la puerta de la taquilla de un empujón. Su mente contenía una sopa de letras, un acertijo que, tan pronto dobló la esquina y atravesó el umbral de la puerta del club de estudiantes, resolvió de un plumazo.
Los ojos de Kim Taehyung se posaron sobre los suyos. Él estaba sentado en una butaca, rodeándose de gente. Sus párpados bajos. Sus piernas cruzadas. Su aura.
Taehyung le había visto entrar. Era su don. Lo que no se esperó, fue la intensa y directa mirada de Namjoon sobre él. El vello de su nuca se erizó. ¿Había visto la taquilla? ¿Lo sabía? ¿Sabía que era él? Si lo había intuido, era listo. Más que listo, todo un sabueso. Pero no tenía cómo exponerlo, y podía hacerse el tonto en cuanto le preguntara lo que fuera. Sin embargo, Namjoon no se acercó. Dejó su bandolera y su chaqueta en una de las sillas, y pasó el resto de la tarde presenciando una votación ordenada y tranquila.
Pero los dos sabían que la guerra había empezado. Una guerra silenciosa.
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Jimin detuvo su carrera bajo uno de los árboles del parque. Se encontraba a la orilla del río Han, bajo el verde espesor de las copas de los árboles y densos arbustos cercanos al agua. Taehyung llegó corriendo tras él. Llevaban tiempo sin salir a correr, sin hacer footing para luego tan solo tomar un refresco y sentarse en las colinas de césped. En ese atardecer, el cielo parecía una mandarina dulce, salpicado por rastros pálidos de rosa pastel.
—Por eso no fui a la fiesta. Mi hermana se la pasó en el hospital por una indigestión, y tuve que quedarme con ella —jadeó Jimin, pasándose un brazo por la frente sudorosa.
—Si me hubieras escrito, habría ido contigo —dijo Taehyung, abrió la botella de agua y tomó un trago—. No tenías que estar solo allí.
—Mhn, ¿tanto me extrañabas? —sonrió el rubio.
Taehyung sonrió un poco y negó la cabeza. En el fondo, pensó que era mejor así. De haber estado en esa fiesta, Jungkook le habría visto, y Dios sabía que más podría haber ocurrido.
—Siento no estar ahí. Últimamente no nos vemos demasiado, ¿verdad? —expresó Jimin con dulzura—. Estoy tan ocupado con mis prácticas... Y tú, con todos esos exámenes, y todas tus responsabilidades...
—Está bien... Todo está... —titubeó Taehyung—. Muy bien.
Jimin fue hasta él, escrutándole de cerca.
—¿Seguro?
—Sí —tragó saliva y trató de enfatizar una respuesta que no sonaba muy sincera—. Sí.
—Taehyung, te quiero. Siempre lo he hecho —confesó Jimin.
El castaño le miró a los ojos, aturdido. ¿Se refería a querer, como se quería a un hermano? ¿O había algo más? Por la forma en la que enlazó su mano con la suya, su corazón comenzó a repicar con urgencia en su pecho.
—Si no quieres que haga esto... Puedes decirlo —dijo Jimin, sujetando su mano.
—N-No. Quiero. Claro que quiero. Quiero todo, quiero...
Jimin estiró los talones y presionó sus labios contra los de Taehyung. El momento se volvió eterno, como el vuelo de una mariposa azul en el viento. Taehyung introdujo los dedos en su cabello, enredándose en la humedad de los mechones. Su corazón palpitaba de felicidad; como si estuviera viviendo un sueño. Había estado tanto tiempo deseando y enterrando su deseo por su mejor amigo, que no podía creer que él le estuviera besando de nuevo. Cuando se distanciaron, sus ojos brillaban y sus carnosos labios se hallaban entre abiertos, dejando escapar un suspiro que aleteaba como uno de sus besos.
—Mi casa está a quince minutos —murmuró Jimin.
Dulce y sensual. En poco más de un cuarto de hora, el rubio cayó de espaldas sobre el colchón y Taehyung subió sobre él besándole apasionadamente. Ambos sonrieron entre los besos, deshaciéndose de sus ropas con nerviosismo.
—¿Seguro que no hay nadie en casa? —preguntó Taehyung, sacándose la camiseta de manga corta por encima de la cabeza.
—Tenemos hasta las nueve —concretó Jimin.
Taehyung se inclinó sobre él y volvió a besarle.
—Creo que debería haberme duchado —jadeó Jimin, entre sus labios.
—Eso da igual.
Sus manos se deslizaban por su cuerpo y su cintura, deslizó los labios hasta más abajo y besó en la curva arqueada de su cuello, desperdigando besos sobre las clavículas, bajo el abdomen donde suaves abdominales se marcaban. Más abajo, pasó las yemas trazando una senda de fuego y besó en la uve de sus caderas y descubrió un tatuaje en él. Era una luna creciente, perfectamente delineada y tintada en negro.
Le recordó a la luna que había visto en aquella extraña habitación de la casa de Namjoon, pero a diferencia de esa, esta estaba de medio lado y no tenía ninguna estrella.
—¿Cuánto te has hecho esto? —formuló Taehyung, pasando los dedos sobre la figura.
—Te sorprendería saber dónde está el segundo...
Taehyung se mordió el labio inferior, reprimiendo una sonrisa.
—Ah, ¿sí?
—Sí...
—¿Es un lugar muy privado? ¿Un lugar donde no entran los amigos?
—Un lugar solo para un tipo de amigos —contestó Jimin a su flirteo. Extendió los brazos y le envolvió el cuello, agarrando sus mechones y atrapando sus labios de nuevo.
Los dos compartieron besos desordenados, donde cada pálpito elevaba la temperatura de la habitación. Jimin también le besó el cuello, elevándole hasta Júpiter. La agradable sensación de sus tersos y esponjosos labios le empujaban a un edén; reconocía sus jadeos como algo familiar, como si formaran parte de él. Había esperado demasiado tiempo a escucharlos.
—Oh, ¿y estas marcas? —Jimin detuvo los besos, contemplando las marquitas de chupetones que se dibujaban en un lado de su cuello.
Taehyung se llevó precipitadamente unos dedos allí. Maldición. Los había visto esa mañana, estaban rosados y casi habían desaparecidos, pero, sabía que alguien como Jimin no los pasaría por alto.
—Picores. Sarpullido —improvisó Taehyung, vacilante—. Debe ser el cloro de la piscina.
Jimin pareció tomarse su respuesta como válida. Volvió a besarle con una sonrisita, esta vez entrando en su boca con besos más cortos y superficiales. Sus piernas se enredaban y en el pantalón de chándal se marcaba una erección que presionaba contra la parte interior de su muslo, que presionó contra la suya, provocando a los dos un jadeo al unísono.
«Nadie puede tocarte como yo lo hago. ¿A quién crees que pertenece tu piel? ¿Tus labios? ¿Tus muslos?», le dijo eco de una voz.
Taehyung abrió los ojos como platos.
—Ah, espera, me la estás clavando en la pierna —murmuró Jimin, que volvió a besarle tras flexionar la rodilla junto a su cadera—. Así...
«¿Cada uno de los suspiros que has tomado desde que te conocí?», murmuró el recuerdo de Jungkook en su propia cabeza. Taehyung se arrancó de su boca precipitadamente, llevándose los nudillos a esta. ¿Qué demonios? Tragó saliva, sintiéndose horrible. Por un segundo, había pensado en Jungkook. Había pensado en Jungkook, besando a Jimin. Era el peor ser del mundo. ¿Qué le pasaba a su enfermo cerebro? ¿Qué le pasaba a él?
—Joder —escupió ásperamente.
Era un ser humano, no un objeto, no una herramienta, tal y como le utilizaba Jungkook. Es más, no deseaba pertenecerle a nadie. Eso no era algo normal en el siglo XXI. La gente era libre. No pertenecían. No se unían a otros mediante contratos injustos.
Jimin levantó la cabeza, clavando los codos en el colchón.
—¿Estás bien? —preguntó, tomando una bocanada de aire.
Taehyung llevaba unos segundos fuera de sí mismo. Jimin pasó una mano tras su nuca y le besó el hombro un par de veces suavemente, aquí y allá. Rozó su mejilla con un pulgar y le habló de cerca, en voz baja:
—No quieres continuar, ¿verdad?
—¿Qué? No, Jimin. Sí que quiero, claro que...
—No te preocupes —interrumpió Jimin, en voz baja—. No voy a enfadarme. Sé que es tu primera vez, no quiero que te fuerces...
Taehyung apretó los párpados y hundió el rostro entre sus propios nudillos. Dios, ¿cómo iba a decírselo? Le hablaba tan bien, mientras él pensaba en un demonio. No se lo merecía. Y tampoco se merecía a Jimin en ningún tipo de universo paralelo.
—Perdona, es que estoy un poco... Cansado...
—Lo sé. Ya han pasado diez años, ¿no?
Taehyung se quedó paralizado al escucharlo. Diez años. Diez. ¿Cuándo había sido el aniversario? ¿Lo había olvidado? Oh, Dios. Lo había olvidado. Se atragantó con su propia respiración, y con los ojos casi desencajados, jadeó unos segundos, culpándose por haberlo pasado por alto. Sus ojos se recubrieron por una película de lágrimas que no pudo controlar.
—Tae... No quería que te pusieras así... Lo siento —murmuró Jimin, preocupado.
—No, yo...
—Todos los años me pides que te acompañe al cementerio, pero en esta ocasión no me dijiste nada, y pensé que... Que querías estar solo. ¿Es eso?
—S-Sí —titubeó, con una expresión vacía.
—Comprendo. Pero estoy aquí, ¿vale? —insistió el rubio y dejó un beso en su mejilla.
Taehyung asintió con la cabeza, se pasó la muñeca bajo los ojos, frotándoselos, y sorbió la nariz. No quería que le viera así. Y tampoco quería decir la verdad: había olvidado el condenado aniversario de la muerte de su padre. Se sentía miserable.
En ese momento, miró de soslayo hacia el espejo que había en la puerta abierta del armario de Jimin. Vislumbró un parpadeo en la luz. Una sombra. Un aliento helado en su nuca. Algo le erizó el vello de los brazos y él alzó la cabeza, reprimiendo un jadeo.
«El rosario. No lo llevo encima», se dijo perturbado.
Jimin no pareció notar nada, pero él se levantó inmediatamente de la cama y buscó su camiseta en el suelo, agachándose para recuperarla. Adoraba, le encantaba estar con él, pero no podía permitirse perjudicarle. Taehyung se colocó la camiseta, la luz del crepúsculo entraba por la ventana. Atisbó una figura abajo, en el jardín, junto al tronco de un árbol, que levantaba la cabeza y le miraba. Cuando se acercó al cristal, tratando de evadir el reflejo de la luz en su superficie, lo perdió de vista. ¿Otro demonio menor? Cada vez, los veía más a menudo. Pero no, este no era un demonio menor. Había visto a una persona. Un hombre vestido de negro.
«Jungkook», le susurró su conciencia sin tranquilizarle en absoluto.
—Tae —Jimin se levantó de la cama, tras él—. Voy a darme una ducha rápida, ¿te quedas a cenar? Mi madre debe estar a punto de llegar.
—Mhn, creo que debería marcharme —resolvió Taehyung antes de meterle en problemas.
—Uh, de acuerdo —dijo pasándose una mano tras la nuca—. Bueno...
En todo eso, Taehyung se acercó observando a Jimin sujetar su camiseta en una mano. Tenía el cabello revuelto y los labios rosas, por sus besos. Él le pasó una mano tras la nuca y dejó un beso superficial por encima de sus labios.
—Buenas noches, Jim —le dedicó con afecto.
No salió muy tarde de la casa de Jimin. Tenía el coche en la misma calle, un poco más abajo. En el interior, había dejado su bolso deportivo, y nada más subir al vehículo, sacó y se colocó su cazadora deportiva, y arrancó el motor introduciendo las llaves en el contacto. Llegó a casa en unos veinte minutos más. Estacionó el vehículo frente al garaje y vislumbró una de las luces encendidas. «¿A esta hora?», dudó comprobando el reloj digital del coche.
Salió del vehículo y entró en casa poco después, dejando caer el bolso deportivo en el suelo. Taehyung se subió la cremallera hasta arriba, y percibió el denso silencio de la casa.
—¿Hola? —alzó la voz.
La luz que provenía de la cocina iluminaba parte de la entrada. Una sombra se acercaba, su silueta se delineaba en cada paso. Un, dos tres... Taehyung contuvo el aliento, retrocedió unos pasos y estuvo a punto de gritar cuando le vio.
—Señor Taehyung —dijo Jaseon.
—Ah —espiró el joven, que se volvió sobre sí mismo dos veces, pasándose una mano por el pelo—, Dios. Eres tú. Hah...
—¿Se encuentra bien, señor?
—S-Sí. Me has asustado. Pensaba que te habrías marchado ya a casa.
—Estoy a punto de hacerlo. Pero esperaba que llegase para la cena —su voz se distorsionó— y así poder cocinarle.
Taehyung clavó las pupilas en él, sintiendo una desagradable sensación trepándole la espalda.
—¿Qué? —formuló aturdido.
Jaseon dio unos pasos en su dirección, mientras el ambiente se tornaba en una fría y paralizante atmósfera que creó un eco en sus palabras y en cada una de sus pisadas.
—Muero de hambre. El tuétano de tus huesos servirá —oyó distorsionándose en sus oídos.
Taehyung alcanzó el pomo de la puerta, y salió corriendo de la casa a toda velocidad. Sus zancadas eran veloces y rápidas, más allá de jardín, alcanzando la linde del bosque por encima de la colina. Solo se giró para corroborar que le seguía; aquel no era el Jaseon que conocía. Su cuerpo se deformaba y se desplazaba a cuatro patas, veloz, como una bestia hambrienta que ansiaba alcanzarle. Sus ojos destellaban en tonos carmesí, y Taehyung apenas podía respirar. Había corrido tanto, que le quemaba cada aliento que intentaba atrapar con los pulmones, sentía la boca amarga y seca.
Cuando no pudo más, se escondió detrás del tronco de un árbol y aguardó, tratando de tragarse su agitada respiración como fuera. Le temblaban los dedos, tenía los ojos llenos de lágrimas y estaba aterrado.
—Sssshh... Eh, soy yo.
—¿J-Jungkook?
—¿Qué? No hay nadie.
—¿Qué haces aquí?
—Te he sentido.
—¿Hmh?
Taehyung dio unos pasos, deslizando una mano por el grueso tronco del árbol. Miró hacia la arboleda y un poco más allá, colina abajo. No había nada. Nadie.
—¿Lo has visto?
—¿El qué se supone que debo ver? —dijo tras su hombro.
Taehyung se volvió hacia él liberando un suspiro vacilante.
—Me seguía. Estoy seguro —tragó saliva con dificultad—. Era mi mayordomo. Me dijo que iba a comerme, y salió corriendo detrás de mí —decía en tensión—. Lo juro. Lo he visto. Él venía... desde allí... Me giré a medio camino y lo vi... Era como un perro grande...
—Creo que lo has alucinado. De ser real, yo también podría verle.
—No, no lo he alucinado. ¡No lo he alucinado! —exclamó al borde de perder los estribos.
Entonces, las lágrimas se desbordaron y corrieron por sus mejillas trazando un camino húmedo hasta el vértice de su mandíbula. Se sentó en el suelo, sintiéndose desprovisto de fuerzas y percibiendo el cansancio general tras su sprint. Apoyó la espalda en el tronco y se abrazó las rodillas, soportando el temblor general que se extendía desde su tórax hacia las extremidades. No quería llorar como un niño. No estaba tan asustado, solamente acumulaba tensión tras todos esos complicados días.
Jungkook le contempló unos instantes con una expresión fría y distante. Él meditaba algo lejos de su capacidad de deducción, y que por supuesto no expresó en voz alta.
—¿Llevas el crucifijo encima? —preguntó.
—No —murmuró, pasándose el puño de la manga bajo la nariz.
Le asustó el hecho de que Jungkook se acuclilló y le tomó por las muñecas, apartándole las manos de la cara. Taehyung estaba un poco lloroso y le miró con un vaivén de iris indecisos.
—No percibo nada en ti. Es raro —musitó Jungkook.
—¿Crees que sigo atravesando el velo? —jadeó, despacio—. No deja de ocurrirme desde hace unos días. En la universidad. Esta tarde, con Jimin. Ahora, al llegar a casa...
Vio a Jungkook arrugar la nariz, se incorporó y tiró de sus muñecas instándole a que se levantara. Taehyung le siguió y se sacudió el pantalón de chándal con las palmas, librándose de las hojas secas y tierra del suelo.
—Te echaré un ojo más a menudo y ya veremos —resolvió Jungkook con una increíble tranquilidad.
Taehyung le miró enfurruñado. ¿Es que no iba a hacer nada hasta que alguien le arrancara un brazo? ¿Por qué tenía que mostrarse tan indiferente y pasivo con todos los elementos, excepto cuando quería quitarle la ropa?
—¿Tú... me has seguido hoy? —se cercioró Taehyung.
—Qué dices —el contrario arqueó una ceja.
—¿Sí o no?
—No me aburro tanto, engreído.
—Pues alguien me está siguiendo —declaró.
—Te felicito. Los stalkers son más comunes de lo que piensas. Te sorprendería si te dijera la cantidad de seres del sexo opuesto que se obsesionan contigo en la universidad.
—Vale, ahórrate tus historias rocambolescas —le frenó Taehyung con una mueca.
Los temas de los que hablaba Jungkook podían variar desde vírgenes, a la cocina del siglo XXI a gente masturbándose en los vestuarios.
—Te estoy diciendo que tengo a alguien detrás y que estoy preocupado —insistió Taehyung.
Jungkook puso los ojos en blanco.
—Te he dicho que estaré más pendiente de ti —repitió, con un timbre desganado—. Sea lo que sea que te esté molestando, ignórale, se aburrirá rápido. Como yo, contigo.
Taehyung ignoró su estúpido comentario, comenzó a desplazarse entre los árboles decidiendo deliberadamente volver a casa antes de que fuera más tarde.
—Lo que tú digas —musitó dignamente—. Empiezo a pensar que no es un demonio; no he visto el agua. O el siris, como se llame esa cosa. Creo que alguien humano está interfiriendo. ¿Y si es Namjoon? Puede que practique magia negra, o haya invocado a algo que me haga perder la cabeza...
De repente, Jungkook le agarró el codo y entorpeció sus pasos hasta frenarlo. Taehyung giró la cabeza y casi se dio de bruces con el pelinegro. El demonio ladeó el rostro, y contemplándole, se aproximó tanto a él, que a Taehyung le saltaron las barreras de protección. Su espalda retrocedió hasta topar contra la superficie de otro tosco tronco de árbol, y le miró, sin escapatoria.
—Q-Quieto, Lucifer.
Jungkook esbozó una inevitable sonrisa.
—Espera, ¿qué? ¿Lucifer? —repitió dulcemente divertido.
—Es una orden. Estate quieto —inquirió Taehyung—. Fush, fush... Bestia mala.
Jungkook soltó una risita grave y adorable. Taehyung levantó las cejas, atendiendo a su eventual sentido del humor. Solo esperaba no tener que volver a oírle reír sin malicia o ver ese tipo de sonrisa nunca más. Era una experiencia desconcertante, como si Jungkook fuera humano por momentos.
—Solo voy a comprobar algo —expresó Jungkook, que estaba olisqueándole.
Taehyung alzó los hombros y sintió algo escondiéndose en un cobijo recóndito de su interior. Jungkook siempre irradiaba calor, como si un aura tórrida e imantada le envolviese al tiempo que se disipaba en todas las direcciones. Su presencia le mareaba. Nunca había percibido nada igual con otro. Era un revoltijo inconexo de sensaciones: quería imponer una distancia de seguridad entre los dos, necesitaba recordarse que eran seres con propósitos distintos, a la vez que unas terribles ganas por tocarle le quemaban las yemas, como si lograr hacerlo fuera a desencriptar algo más que todavía no comprendía de sí mismo.
No se trataba de romanticismo. Simplemente, sentía curiosidad por él. Casi nunca había podido tocarle el pelo, se había limitado a imaginar cómo sería sopesar la forma de su nariz y los rasgados párpados de esos ojos negros. Quería agarrar su rostro cuando le besara; si es que Jungkook iba a hacerlo. Pues en la última ocasión, había tenido las manos atadas y ni siquiera pudo mirarle a los ojos, de frente, mientras lo hacían.
—Hueles...
—Huelo a sudor, si es lo que estás pensando —balbuceó el más joven.
—Hueles a humano —decantó Jungkook.
—Soy humano —razonó Taehyung, parpadeando en la cercanía.
—Elemental, mi querido Watson —murmuró el otro, con párpados bajos.
—Oh, ¿has tenido tiempo para ojear esas novelas? —chistó el castaño, presionando un poco su pecho con una mano—. Apuesto a que no son de tu siglo. ¿Cuánto tienes? ¿Setecientos años?
Jungkook frunció el ceño, pero no por sus tontas preguntas.
—Por mucho que te cubras con gel de vainilla y champú de lima, ¿a qué piensas que hueles? ¿A un postre? —le soltó.
—¿Hm? —Taehyung arrugó su gesto.
—Me refiero a que apestas a otra persona. A mortal —expresó Jungkook arrastrando las sílabas con severidad—. ¿Le has contado ya a tu novio que estamos en una relación de tres?
—A él no le metas en esto.
—Mnh, ¿y cuándo vas a presentármelo? ¿Debería pasarme por la universidad más a menudo? —dijo con malicia, y un timbre mucho más oscuro—. ¿Y si me apunto al club de natación? Así te podría ver todos los días desnudo.
—No quiero ni ver tu sombra aparecer por allí —le arrojó Taehyung.
—Tienes prohibido estar con él.
—¿Qué?
—Eres mío. Me perteneces. Y si desobedeces, te castigaré.
Los iris de Taehyung reflejaron una gran irritación. Pasó bajo su brazo y le esquivó, deseando tener algo a mano que poder lanzarle. ¿Una rama seca? ¿Una piedra?
—Lárgate, Jungkook. Estoy harto de ti.
—¿No será ese chico castaño, el que te tomaba del brazo en la fiesta la otra noche? Espero que no nos escuchase follar en el baño —entonó, chinchándole.
Taehyung se pasó una mano por el cabello castaño oscuro, conteniendo su rabia.
—¿Le has contado ya lo mucho que disfrutas conmigo, cuando te lo hago? —añadió Jungkook cruelmente.
—Vete al infierno, Jungkook —la voz le temblaba por la rabia—. Solo eres un puto cerdo.
—Oh, qué dulce —canturreó el diablo—. ¿También le dices esas cosas a él? ¿O a ese tal Jimin le engañas asimismo con la máscara que te pones todos los días?
Taehyung se lanzó hacia él con agresividad. Le empujó el pecho, sus fosas nasales se dilataban y tenía los ojos muy abiertos, cargados de ira.
—No me das miedo. ¿Te queda claro? Ya no me das ni una pizca de miedo —dijo muy amenazante—. Atrévete a hacer algo. Atraviesa la línea, y te prometo que te lo haré pagar —masculló, notando el corazón cabalgando con fuerza—. Desde que apareciste, ellos me siguen a mí. Quiero que te vayas. Renuncio a tus servicios y a nuestro contrato, ¡se acabó! Quiero acabar con esto. Quiero dejar de verte y olvidarlo todo... Para siempre... Por favor... Vete y no regreses... Desaparece...
Jungkook estaba muy quieto. Ni siquiera se había movido un centímetro por su empujón. Taehyung escupió al suelo y se volvió, dispuesto a regresar, pero una niebla oscura se deslizó velozmente hacia él y se materializó, paralizando sus extremidades.
—Espero que cada segundo que pases a su lado, recuerdes que sigues engañándole con este puto cerdo diablo al que perteneces —masculló Jungkook, rozándole fugazmente el mentón con la punta de la cola negra y afilada. Su muñeca estaba atrapada por él con dedos férreos, que casi le lastimaban—. Y no hay tijeras, ni cuchillo que pueda cortar nuestros lazos. Te tomaré como me corresponde hacerlo, y si me canso de él, iré a buscarle y lo aplastaré como a una hormiga.
Taehyung se zafó de su agarre, levantó la mano y le cruzó la mejilla de un veloz y fuerte guantazo. El golpe hizo girar la cabeza de Jungkook, cuyos labios se abrían con impresión. ¿Su tonto y caprichoso humano acababa de golpearle? Wow.
—Si le tocas. Te mataré —bramó Taehyung, cargado de ira.
—¿Tú a mí? —sus ojos negros centelleaban, reflejando entusiasmadamente su enfado—. ¿Tú y cuantos más? —sonrió como una serpiente.
—Te juro... Te juro que haré lo que sea para acabar contigo. Así tenga que introducirme a mí mismo en un pozo para que no me toques. Así tenga que dejarte pasar hambre durante meses, o clavarte un crucifijo en el ojo. ¡Cómo le toques un pelo, te mataré, puto monstruo! —exclamó desgarrándose la garganta.
La lengua de Jungkook se volvió tan puntiaguda como la de una serpiente. Taehyung presenció sus globos oculares oscureciéndose y algo terrible le estremeció. ¿Iba a atacarle? Su instinto de supervivencia le clavó una punzada en el tórax. Él echó a correr colina abajo, sorteando los árboles, desplazándose con grandes zancadas, bajando por la vertiginosa pendiente. Se percató de su buena complexión atlética mientras corría, y eso que siempre había preferido el nado. Creía que estaba cansado, pero el pinchazo de adrenalina le hizo mantener su sprint durante más de lo que esperaba.
Podía sentir la rabia, el odio, el desprecio de Jungkook tras él, como un chorro de niebla densa y líquida fluyendo tras su cogote. De repente, el tobillo se le torció y cayó inesperadamente al suelo. Probó de primera mano la tierra, las piedras afiladas y los rastros de hierbajos verdes. Las palmas de sus manos se rasparon y lastimaron inevitablemente. Taehyung giró la cabeza, jadeante, y ahogó un gemido pensando que algo más lo golpearía, hasta que de repente advirtió que nadie le seguía. Jungkook había desaparecido. Notó una brecha fría y húmeda en la rodilla, y tras otro quejido, flexionó las piernas y atisbó que su rodilla derecha estaba al aire libre. El pantalón se había rasgado, tenía la piel desollada y levantada, húmeda por la sangre, que se deslizaba sobre la tela y lo manchaba de un tono rojo oscuro.
Las lágrimas por el terror se deslizaban por sus mejillas, bajo las pestañas húmedas y ojos enrojecidos. Su corazón bombeaba rápido en sus oídos. Apenas podía tragar saliva. Taehyung trató de levantarse, pero el dolor de rodilla era tan punzante, que necesitó varios intentos para lograrlo. Y aún estaba a una razonable distancia de la casa, bajo el cielo negro y sin luna de la noche. A solas. Cansado. Asustado. Únicamente acompañado de la sombra de sus demonios interiores.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas. ¡Recuerda dejar tu voto y comentario, y compartir este libro con más personas!
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