Capítulo 01
Capítulo 1. El ritual de Walpurgis
[Versión final, corregida y editada – 2022]
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas. ¡Recuerda dejar tu voto y comentario, y compartir este libro con más personas!
En el tablón de anuncios de la universidad, un profesor clavaba la hoja de papel que bajaría a Kim Taehyung de su escalón como rey, al segundón con la nota más alta en los exámenes del primer semestre. Doce puntos y medio de catorce. Continuaba estando muy por debajo pese a todos los esfuerzos académicos que había estado realizando los últimos meses. Su estatus quo: vicepresidente del consejo. Estrella del equipo de natación y waterpolo. Un ratón de biblioteca que estudiaba de doce a doce, sin llegar a ver la puesta de sol de la tarde.
A Taehyung le descolgó la mandíbula tras contemplar su lugar. Un fastidioso murmullo se extendió entre todos los alumnos que se asomaban al tablón para ojear sus respectivas notas, cotilleando después sobre el primer y segundo número.
—No puedo creerlo —masculló Taehyung con la garganta rasposa—. Ese hijo de...
Kim Namjoon encabezaba el primer puesto una vez más. Los chicos de su edad, recién entrados en los veinte, no se pegaban en el patio del instituto y no competían a emborracharse y fumar cigarrillos. Se desmoralizaban con comentarios pretenciosos e intentaban fracturar su reputación frente al resto de formas sibilinas. Lucían su mejor aspecto, formal y perfecto, frente a una sociedad asiática extremadamente exigente. Taehyung se retiró con dignidad, apretando la mandíbula y reprimiendo un suspiro de frustración. Todos los ojos estaban sobre él en ese momento; en su cabello castaño y rasgos afilados, en su porte afilado y atractivo. Su uniforme de chaqueta carmesí, bien planchado, con la clásica corbata a cuadros.
No podía continuar permitiendo aquello: no se esforzaba para ser el mejor, para después quedar como el segundo. El segundo era el peor puesto. El segundo no tenía mérito. ¿El segundo? ¿Quién demonios se acordaba del segundo en la final de un campeonato o en un concurso? Él quería ser el mejor. El rey. Adoraba que todos correteasen tras él como ovejitas blancas, mientras él disfrazaba a su yo lobo del amable y bondadoso que no era en realidad. Que le preguntasen por cuál era el champú que usaba, por cuál era su marca de ropa favorita, y cómo lo hacía para siempre tener la piel tan perfecta.
Y es que, él, se apuntaba a las fiestas para aparecer como la estrella de cotarro. Era el más popular y deseado entre su círculo de amistades. Las chicas se le declaraban continuamente, aunque no tenía tiempo para aceptar citas entre tanto esfuerzo. Lograba presentarse en clase a las ocho de la mañana tras haberse tomado unas birras, pero siempre mantenía una apariencia fresca y adorable. Decidido. Gentil. Era perfecto. Sin marcas debajo sus ojos. Sin un solo cabello lejos de su perfecto flequillo.
Vivía con un mayordomo, Jaseon, que llevaba sirviendo a su familia un puñado de años. En cuanto a sus padres, su madre viuda bebía un montón y se la pasaba en viajes, despedidas de solteras, y fiestas con sus amigas de la misma edad, desde que tenía memoria. El asunto de su fortuna familiar era un tema en el que prefería no meter las narices; su padre falleció en un incidente, pero las acciones en curso de la empresa familiar y la herencia que les había dejado un buen colchón sobre el que reposar y con el que vivir tranquilos de por vida.
Volviendo a asuntos menos personales, Taehyung se había estado esforzando el último año y medio por parecer jodida y milimétricamente superior al resto. Inalcanzable. Lo justo y suficiente para que las chicas (y chicos, ¿por qué no?) continuasen suspirando por él cuando le veían pasar por delante de sus narices. Sus dos seres inseparables; Park Jimin, mejor y preciado amigo, y Jung Hoseok, casi un hermano.
El resto de los seres humanos que le rodeaban, le causaban pereza. La mayoría le caían mal y les parecía unos imbéciles superficiales. Pero, ¿acaso no lo era él también? Y su mayor y peor némesis, Kim Namjoon. Llevaba tiempo destacando en el grado que cursaban. Era un puto duelo a muerte, pero silencioso. Iban a hundirse el uno al otro, a pinchar las ruedas con sigilosas agujas que les desinflasen frente a otros. En Corea de Sur, y en las universidades privadas, los duelos de panteras funcionaban así. Era el cuchillo, el cuchillo sigiloso, el que se desplazaba sibilinamente hundiéndose entre las costillas del otro.
Y Taehyung estaba a punto de perderla tras la última fiesta a la que asistió el sábado. En el cumpleaños de Hoseok, tomó un vaso de plástico que rellenó con ponche y lo olvidó temporalmente en algún lado. Tras recuperar la bebida, tomó un par de sorbos más y su paladar advirtió que había algo raro en la sustancia. Probablemente, alguien derramó unos polvitos mágicos en su bebida, y por eso el resto de sus recuerdos de esa noche se trastocaron. Terminó vomitando en uno de los cuartos de baño de la casa de la familia Jung, mareado, nauseabundo.
Hoseok acabó acuclillándose a su lado, preocupado. Alguien le había drogado.
—Ha sido él. Te lo juro, ha sido él —jadeaba Taehyung, sujetándose al inodoro.
—Tae, esa es una acusación demasiado grave.
—¿Crees que me he drogado a propósito? Estás de coña, ¿no? —formuló, y tuvo una segunda y desagradable arcada, que casi le provocó vomitar lo que le quedaba de bilis en el estómago—. J-Joder...
Hoseok suspiró y se cruzó de brazos, apoyando la espalda en la pared.
—No. Pero si alguien ha traído droga, meterán en problemas a mi familia. Así que dejémoslo aquí. Por favor.
Taehyung le miró ceñudo. Si cerró el pico aquella noche, tan solo fue por proteger la reputación de su amigo. No podía montar un escándalo. Además, un rato antes, en mitad del colocón, había roto un caro jarrón de vidrio pintado de su familia, se había insinuado sexualmente a su mejor amigo (le dijo que se la chuparía), y estuvo replanteándose cómo podía acabar con Kim Namjoon y encubrirlo. A lo mejor podría estrangularle con la corbata del uniforme de la facultad.
Regresando a su estúpido y lamentable segundo puesto; Taehyung subió a mediodía a su vehículo, un Lamborghini negro, nada modesto.
«Estúpido coeficiente de ciento cuarenta y ocho. ¿De qué va? Seguro que se la chupa al Decano», farfulló en su cabeza. «Estoy hasta las narices de él. Cómo le odio, cómo le detesto...».
Nada más llegar a casa, dejó el vehículo en el garaje y entró a la estancia visiblemente enfurecido. Subió las escaleras pasando olímpicamente de Jaseon. Lanzó su bandolera de cuero contra la pared de su dormitorio y cerró la puerta de un sonoro portazo. A continuación, se liberó de la chaqueta del uniforme y se desanudó la corbata, que tanto le estaba agobiando. Se dejó caer sobre la butaca de la habitación, y cruzándose de piernas, empezó a darle vueltas a todo. Quería ser el mejor. El mejor. El más popular. ¿Y si le quitaban la corona? ¿Y si su falsa apariencia de chico perfecto se iba al traste? La simple idea le estaba obsesionado, abrumando, y sentía la misma necesidad de atención que la de un yonqui y su pinchazo de heroína.
Toc, toc. La puerta resonó con el suave toque de los nudillos.
—Señor Taehyung, le he preparado el almuerzo. ¿Quiere que se lo suba? —preguntó Jaseon desde el otro lado de la puerta.
—No —él alzó la voz, y notó un inesperado temblor en su único monosílabo.
Un momento, ¿Estaba llorando? ¿Qué coño? Se frotó los ojos con el dorso de la mano. «No. No. Llorar no», se impuso, aun con los ojos llorosos. «Se me hincharán los párpados».
—De acuerdo.
Jaseon debió haberse largado, puesto que Taehyung no escuchó nada más. Y él ni siquiera se lo había agradecido; al fin y al cabo, ese era su trabajo. Preparaba el almuerzo, la colada, era amo de llaves de la casa y también le pasaba revisión a la mujer que pasaba a diario para la limpieza, el jardinero, y otros asuntos. Pero Taehyung jamás agradecía nada.
En ese momento, tenía el estómago estúpidamente encogido y le apetecía vomitar. No se le pasó por la cabeza tomar nada, y mucho menos probar un bocado. De hecho, se le ocurrió que le vendría bien saltarse alguna que otra comida. ¿No le vendría mejor estar más delgado? Con un tembloroso suspiro de frustración, comprobó su teléfono. Tenía decenas de mensajes de texto; los del club de estudiantes, los del club de natación, sus dos amigos..., y la gente que creía que eran sus amigos, esos pobres ilusos pajarillos.
Jimin (15.53PM): ¡Taehyungie! Tengo buenas noticias. Mis padres no llegarán hasta el domingo. ¿Te apetece que pidamos comida picante? Una película, palomitas, tú, Hoseok y yo, ¿sí? ¡Como en los viejos tiempos! Solo nosotros. Mhn, di que sí...
A decir verdad, la idea le sonó increíblemente tentadora. Ese era su punto débil, sin lugar a dudas. ¿Cómo iba a decirle que no a Jimin?
Taehyung (16.02PM): Vale, pero me debes una.
Jimin está on-line.
Está escribiendo...
Jimin (16.02): Jajajaja, ¿Qué?
Taehyung (16.02PM): Yo solo digo que me debes una... Mi compañía cuesta su tiempo en oro.
Jimin (16.04): Mira que eres pesado. Oye, podéis quedaros a dormir. Por cierto, estuve ayudando a mi madre a reordenar cosas el otro día. No sabes lo que encontré en la buhardilla. ¿Recuerdas esa película de Halloween en la que...? Bah, da igual. Ya lo verás.
Taehyung levantó lentamente una ceja, frente a la resplandeciente pantalla del teléfono.
Taehyung (16.04PM): ¿Película de Halloween? ¿Eh?
Jimin (16.05): El sábado a las ocho. Mi casa.
Taehyung (16.05PM): Lo que usted diga, capitán Park.
Definitivamente, la comida picante era algo que se saltaba a caballo su estricta dieta, pero podía hacer una excepción por pasar un rato con ellos. Llegado el sábado, Taehyung aparcó frente a la casa de Jimin. El atardecer se ponía en el horizonte, dejando el cielo con los rastros de los rayos de sol apagándose. Era como si luchasen por sobrevivir unos últimos y escasos minutos más, las nubes se salpicaban de pinceladas de naranja caramelizada y rojo sangre.
Taehyung se detuvo frente al horizonte de casas y árboles de aquel barrio de gente rica y acomodada. Se dijo que, si pudiera darles un lametón aquellas nubes fracturadas, sabrían a metal y a mermelada de naranja amarga. Era como si el cielo de la puesta de sol quisiera abrir una puerta a un infierno celestial, en lugar de al típico edén que debía encontrarse mucho más arriba, allá donde sus ojos no alcanzaban a ver.
Poco después, tocó en el timbre de la casa de los Park y esperó a que le abrieran. Alguien desbloqueó la puerta, fue Hoseok el que asomó al otro lado. Su cabello era castaño claro y tenía los ojos del color de las almendras, llevaba un bonito jersey negro, trenzado, y unos jeans beige claros.
—Pero bueno, ¡el príncipe ha llegado! —enunció su amigo.
—Cómo que príncipe, ¿vasallo? —le devolvió Taehyung con una pizca de sarcasmo.
—Mi querido Taehyung —Hoseok inclinó la cabeza, teatralizando una reverencia—, príncipe de todos los necios y snobs del cotarro.
—Ja, ja, ja, ¡déjalo ya! —sonrió Taehyung.
Y aquella era la primera sonrisa sincera en toda su estresante semana. Por algo consideraba a Hoseok como un amigo; no todos tenían el misterioso poder de entretenerle.
—Pasa anda.
—Pensaba que esta era la casa de Jimin —dijo Taehyung, entrando tras él.
—Bueno, le he asesinado mientras llegabas, y ahora será mi casa —ironizó Hoseok.
Taehyung levantaba una ceja.
—Y ahora mi fantasma te perseguirá hasta completar su venganza —le sorprendió Jimin en mitad del vestíbulo.
Taehyung hizo contacto visual con él y sus labios se curvaron. Era difícil de explicar, pero ellos siempre habían tenido una química distinta. Especial, desde que a los diecisiete jugaron al juego de la botella en una fiesta. Jimin le sonrió, sujetaba un botellín de cerveza helada en cada mano, como si fuera los santos griales de su sábado.
—¿Te apetece una? ¿O dos?
—¿Beberemos en tu casa? Wow. Pensaba que los remordimientos no te dejarían dormir más tarde —le vaciló Taehyung, juguetonamente.
Jimin se encogió de hombros, restándole importancia.
—No te preocupes, lo siguiente será montar una orgía —dijo Hoseok, añadiendo una pizca de humor negro a la situación.
—Pues a lo mejor sí que la hacemos —afirmó Jimin con voz sibilina.
Taehyung se quitó la chaqueta, bufando una risita.
—De maravilla. Me pido ser el que os da por el culo a los dos.
—Claro, tú siempre debes que estar por encima —soltó Hoseok, que pasó por su lado.
Taehyung le miró de soslayo. ¿Eso había sido una pulla amistosa? Vaya. Rato después, hicieron un pedido a domicilio de comida asiática, muy picante, compartieron la cena y se hartaron de comer. Taehyung incluso se sintió mal por llenarse tanto el estómago. Entre sus conversaciones y risas, se pusieron al día con el cotilleo universitario. Layla se había tirado a alguien en los cuartos de baño de la universidad. El profesor de laboratorio no estaba enfermo; por lo visto le habían dado de baja porque se la había pegado por beber al volante. Un escándalo.
No encontraron el momento para ver una película. Cuando dio la medianoche, Jimin sugirió subir a su dormitorio para hacer algo más divertido (connotaciones sexuales aparte).
—No dejéis nada por medio o mañana mi familia acabará conmigo —les pidió Jimin, recogiendo todos los recipientes y envases.
Luego de dejarlo todo en la cocina, agarraron varios botellines más de cerveza del minibar y los subieron a su habitación. Jimin señaló la alfombra para que se sentaran en el suelo; nada de derramar bebidas y manchar su cama, o les apuñalaría.
—¿Vamos a jugar al monopoly? —cuestionó Taehyung, sarcástico.
—Casi.
—¿Quieres decir qué estás escondiendo? —inquirió Hoseok con media sonrisa—. Vamos, deja de hacerte el misterioso.
Jimin se mordisqueó el labio, yendo de un lugar a otro.
—Dame un segundo —se inclinó junto a la cama y tiró del cajón del mueble nido para sacar algo—. Sé un poco más paciente...
—Ah, es lo que me dijiste ayer, ¿no? —dijo Taehyung, estirando el cuello un poco—. Lo de la buhardilla —le dio un trago al botellín de cerveza, fría y amarga.
—Ahá. Ya sabéis que nos mudamos aquí hace un par de años —expresó Jimin. A continuación, sacó un tablero y volvió a cerrar el mueble, empujándolo—. Mi madre estuvo deshaciéndose de algunas de las cosas viejas que habían abandonado en el desván. Había un montón de chatarra y basura... No obstante, me topé con esto, y, bueno... Estaba lleno de polvo, pero...
El joven se los mostró, sujetándola entre los dedos. Era una tabla grande, cuadrada, con un pentágono negro en el centro. Estaba rodeado por un círculo, que, a su vez, contenía un montón de diminutos dibujos y símbolos chinos en forma circular que resultaban perturbadores.
—Una tabla ouija —musitó Taehyung, asombrado.
—Eh —Hoseok soltó unas leves carcajadas—. Ya no tenemos quince años para andar haciendo estas cosas. ¿Qué? ¿Vamos a hablar con nuestros tíos abuelos, muertos en la guerra?
—No es una tabla ouija —Jimin se sentó de rodillas sobre la alfombra, frente a ellos.
Colocó la tabla justo en el centro y se sacó desde debajo del brazo lo que parecía un diario forrado en piel marrón, que se ataba con una cuerda. Tenía un aspecto viejo y raído, como si aquel librillo tuviera más tiempo que si sumases todas sus edades.
—Venía con esto —continuó el muchacho.
Taehyung escudriñó la portada desde su posición; sobre la piel se dibujaba la cabeza de un carnero, que se hallaba en el interior de un pentágono y otro círculo lleno de símbolos chinos que parecían satánicos. Daba muy mal rollo.
—¿Puedo verlo? —preguntó Taehyung, que se deslizó más a su lado.
Jimin se lo pasó sin darle importancia, sus yemas entraron en contacto con el libro y rozó la portada, percibiendo que tenía un suave y casi imperceptible relieve que hizo hormiguear sus yemas. La piel se le erizó inexplicablemente.
—¿Habéis oído alguna vez sobre la noche de Walpurgis? Se trata de un rito pagano, también conocido como la noche de las brujas —les contó Jimin.
Hoseok le miraba atónito.
—¿Y bien?
—Bien, pues... Le eché un ojo a este libro. En su interior se encuentra escrito el ritual bajo el nombre de Walpurgis. Estuve buscándolo por internet y encontré un montón de información. Se dice que, los hombres mortales, en la antigüedad, se untaban con ungüentos creados por grasa de lobo o leche de burro. Celebraban el ritual a medianoche y se transportaban a otro lugar, logrando contactar con seres de gran poder. Esos seres, se veían obligados a cumplir sus deseos a cambio de pagos humanos —explicó Jimin, contemplándoles con un aire de misterio—. La gente los llamaba... Diablos.
Taehyung contuvo una risotada, pero al final se le escapó y casi escupió la campanilla. Era bastante gracioso, para qué mentir.
—Fascinante, Jim. Te acabas de lucir —dijo con una risita, tapándose la boca—. Suena tan real, que me muero por hacerlo.
—Claro, ¿por qué no íbamos a querer que un diablo cumpliese nuestros deseos? —agregó Hoseok a su vacile.
—Ya sé que solo es un juego —se defendió Jimin, y rodó los ojos—. Vamos, quiero hacer algo divertido, ¡dejad de ser tan escépticos un rato!
Hoseok suspiró profundamente y chasqueó con la lengua. En realidad, ninguno se tragaba nada de eso. Habían probado a jugar a la ouija de pequeños en una ocasión, pero lo hicieron dibujando un tablero sobre una hoja de papel y nunca funcionó. Aun así, ninguno de ellos eran fan de las películas de terror. En el fondo, guardaban respeto por lo desconocido y sobrenatural. No negaban la existencia de algún tipo de entidad todopoderosa y todobondadosa, pese a que tampoco eran muy dados a la religión. Y por desgracia, eran jóvenes y estúpidos. Y estaban aburridos.
«¿Un ritual para cumplir hasta sus deseos más oscuros? ¿Por qué no?», se dijo Taehyung. A lo mejor podía pedir que Kim Namjoon se esfumase como el humo de un cigarrillo.
—Vale. Intentémoslo. Total, no hay nada que perder, ¿no? —afirmó Tae, solo por apoyar a su amigo.
Le echó una mirada de medio lado a Hoseok, esperando que él también cediese de una vez. Hoseok rodó los ojos. No le quedaba más remedio: la presión social lo hacía todo.
—A ver. ¿Qué más pone en ese libro? —formuló, mostrando un leve interés.
Jimin se entusiasmó inmediatamente. Le quitó el diario a Taehyung de las manos y desenrolló la cuerda que se hallaba alrededor de la portada, bloqueándolo. Abrió las hojas y las pasó con los dedos. Eran recias y estaban endurecidas, se encontraban escritas a mano, con tinta negra y una tétrica caligrafía que turbó un poco a Taehyung.
—Según leí el otro día... Aquí está. Escuchad —dijo Jimin, deteniéndose en mitad del libro—. Los diablos obligados a cumplir el acuerdo adoptan la forma de machos cabríos, de monstruos y bestias, que trepan sobre los deseosos humanos y pasan toda la noche jugando con ellos, comiendo y danzando, convirtiéndolos en sus amantes, a cambio de cumplir los oscuros deseos de los mortales.
—¿Significa eso que vamos a follar como conejos? —bufó Hoseok.
Taehyung se rio un poco.
—Espero que no.
—Eso solo es una leyenda —dijo Jimin con retintín, pasando las páginas—. Vamos al ritual. A ver si lo encuentro...
—Espero que no haya que matar a un perro o sacrificar a una cabra. Paso de matar animales —bromeó Taehyung levantando las palmas con inocencia.
Jimin levantó la vista del libro, sonriendo un poco.
—Nadie va a matar perros, idiota —musitó, volviendo a concentrarse en el libro. Cuando encontró la página del ritual Walpurgis, se detuvo en esta y pasó la yema del índice sobre las primeras líneas—. Vamos a necesitar velas. Tenemos un montón abajo, a mi madre le encantan las velas aromáticas para el cuarto de baño. Hmhn, también algunas confesiones. Oh, ¡uvas! ¡Hay un racimo en la cocina!
—Va, yo voy a por las uvas —Taehyung se levantó del suelo.
—¿Dónde dices que estaban las velas? —formuló Hoseok, levantándose tras su amigo.
—En el mueble del baño, creo que tras alguna de las puertas —indicó Jimin, que dejó el diario a un lado y se incorporó para correr las cortinas de las ventanas—. Ah, y Tae, trae un bol de la cocina, ¡por fa!
Sus dos amigos salieron del dormitorio, en lo que él preparaba el ambiente. El cielo se encontraba completamente negro y estrellado a esas horas, si bien el distante resplandor de las estrellas parecía casi ciego esa noche. Era como si se ahogasen en el denso y espeso manto oscuro del cielo. Mientras sus amigos volvían, sacó un mechero del cajón de su escritorio y extendió una esterilla sobre la alfombra, por si la manchaban o algo.
Taehyung regresó con el racimo y un recipiente. Estaba masticando una uva que se metió en la boca en lo que subía las escaleras.
—¡Eh, Tae! ¡No te comas las uvas! —le sermoneó Jimin.
—¡Ups! ¡Perdón!
Hoseok traía tres velas de vainilla, de un tono amarillo pastel.
—¡Ha llegado la hora de la aromaterapia! —canturreó.
Volvieron a sentarse sobre la alfombra, y esta vez se sentían como niños a punto de hacer a uno de esas cosas que les prohibían cuando eran pequeños. Un juego para adultos. Jimin se hizo con las velas y las colocó alrededor del tablero. Colocó el recipiente en el centro del pentáculo, y empezó a encender las velas una por una. Justo entones, le pidió a Hoseok, quien estaba más cerca de la puerta, que apagara la luz del dormitorio.
Taehyung estaba comprobando algo en su teléfono.
—Deja eso de una vez. Es más, silenciad los teléfonos.
—Oh, venga ya, Jim —se quejó Tae.
—Yo digo que los apaguemos —dijo Hoseok clavando las rodillas en el suelo antes de volver a sentarse cómodamente.
Taehyung le miró mal, como si le dijera: «Sí, eso, tú dale más ideas al tarado de nuestro amigo».
—Me parece bien. Vamos a apagarlos —afirmó Jimin cuando apartó el mechero.
Tras un suspiro, Taehyung apagó el suyo. Los otros dos también lo hicieron. La habitación estaba a oscuras, solamente iluminada por la titilante luz de las tres velas. Empezaba a ser un poco perturbador.
—Creo que ya está todo —dijo Jimin, volviendo a echarle un ojo al libro, cuyas letras perdían nitidez bajo la escasa luz de las velas—. ¿Habéis pensado qué vais a pedirle a los diablos? —se permitió bromear un poco.
—Yo estaba pensando en algo —se adelantó Hoseok—. Necesito independizarme. Estoy cansado de vivir en casa, y... Ah, ¿qué diablos? Quiero enamorarme.
—¿Amor? ¿En serio? —Jimin se rio levemente.
—¿Tanta gracia te hace? —le soltó Hoseok, enfurruñándose.
—Vamos, no me río de ti —dijo Jimin ladeando la cabeza, y suavizando el timbre de su voz—. Solo es que, ah, es algo demasiado puro para un ritual así.
—Bueno, ¿y yo que sé? —continuó Hoseok, visiblemente ofendido—. ¿Alguna idea mejor?
Mientras tanto, Taehyung estaba en silencio. Las pupilas de Jimin se posaron en él, tratando de descifrar su difícil expresión.
—¿Qué es lo que desearías tú?
Taehyung le devolvió la mirada. ¿Que qué querría él? Ser el puto rey de Corea del Sur. ¿Qué iba a ser, sino? Apuntaba alto. El mejor. El más reconocido. El más deseado. Quería que la gente le desease tanto, que no pudieran respirar al verle pasar. Deseaba convertirse en una obsesión. Obtener todo lo que le apetecía y cuando quería. Y por supuesto, que todas las miradas se encontrasen sobre él, le rodearan e idolatrasen. Su fantasía: señalar a Kim Namjoon desde la cima de una pirámide, para ordenarle que le trajera un condenado café y un sobrecillo de azúcar. Él, ensombrecido bajo su figura. Un simple sirviente. Incluso se lo imaginó vestido como el mayordomo de su casa. Dios, hasta se estaba poniendo cachondo de tan solo pensarlo.
Ahora bien, no podía expresar aquello en voz alta. Era demasiado vanidoso, demasiado siniestro para contárselo a sus amigos. Ellos no tenían ni idea de la rabia, de la inquina que guardaba en su interior. ¿Y si decían que estaba celoso? ¿Y si se daban cuenta de sus inseguridades? Se le hacía terrorífico pensar en que conocieran a su verdadero yo, y ese tipo de deseos tan oscuros y viciados. No quería que pensaran tan mal de él.
—No estoy muy seguro —mintió, y carraspeó un poco—. ¿Tú has pensado algo?
—Hmhn —Jimin se mordisqueó el labio—. Creo que me encantaría terminar la universidad con sobresalientes. Quiero ir al extranjero.
—El diablo lo tendrá difícil —intervino Hoseok, con un carcajeo—. A ver cómo lo hace para arreglar tus notas, porque...
Jimin le golpeó el brazo con un puño, pero los tres se rieron un poco.
—Veamos —musitó bajando la cabeza, y concentrándose en el libro—. Empecemos de una vez...
Hoseok robó una uva y se la metió en la boca.
—¡Que no os las comáis! —exclamó Jimin.
—Eh, que yo no las había probado —se excusó Hoseok.
—Aquí dice que hay que escupirlas —declaró Jimin, deslizando una yema por una línea.
—¿Escupirlas? —repitió Taehyung con cejas arqueadas.
—Cada uno de nosotros —especificó Jimin.
—Ugh, esto va a ser asqueroso —agregó Hoseok.
Jimin extendió los dedos y arrancó una uva púrpura del racimo. Se la entregó a Taehyung, y en seguida, arrancó otra para sí mismo. Hoseok tomó una más, que acarició entre los dedos.
—Os la metéis en la boca, la masticáis un poco y... la escupís en el cuenco —dictó Jimin, acto seguido se introdujo la uva en la boca.
Con un rostro de pudor, Taehyung también lo hizo y la masticó un poco, notando la pepita entre sus dientes. Lo hicieron uno por uno, primero Jimin, después Hoseok y por último Taehyung.
—La ceremonia contractual sigue una serie de reglas de culto. Número uno, la luz de las velas —leyó Jimin—. Hecho. Número dos, los restos de una cena y su saliva —apuntó con la cabeza al cuenco y las uvas machadas por sus dientes—. Hecho. Número tres, confesiones pudorosas. Una verdad que avergüence al contratista —levantó la vista del libro, pasando la mirada por encima de sus dos amigos.
—Mierda, esto empieza a parecerse al yo nunca —chistó Hoseok.
—¿En serio? —Tae esbozó una sonrisa irónica—. ¿Tenemos que hacer eso?
—Y no podéis mentir, eh. Vamos, estamos en confianza —expresó Jimin, con un suspiro—. Los tres somos amigos desde el instituto, lo que digamos no va a salir de aquí.
—Vale. Muy bien —Taehyung cruzaba los brazos—. Empiezas tú.
Jimin rodó los ojos. Tomó aliento y se decidió. ¡Al diablo con todo!
—Muy bien —verbalizó, y se relamió los labios—. Me he masturbado pensando en chicos —confesó rápidamente.
Hubo un silencio en la habitación. Taehyung se mordió el interior de la boca. ¿Así que iban a hacer confesiones de tales características? Si él dijera en voz alta con las cosas que se había masturbado a lo largo de su vida...
—¿Qué? Joder, no es para tanto —soltó Jimin, irritándose—. ¿A qué vienen esas caras?
—¿Debería preguntarte por los nombres de esos chicos? —dijo Hoseok, tratando de romper el hielo.
—Al menos no te van los furros —bromeó Taehyung.
Jimin sacudió la cabeza con una ligera risita.
—Imbéciles...
—Está bien. Está bien. Sigo yo —prosiguió Hoseok. Se reclinó ligeramente hacia atrás, apoyando una palma sobre la alfombra, en lo que se pasaba la mano tras la nuca—. Mi primera vez fue con alguien mayor que yo. Y yo todavía era un menor.
—¿¡Qué!? —escupió Jimin. Se llevó rápidamente las manos a la boca.
—Eso sí que es una confesión —Taehyung contemplaba estupefacto a Hoseok.
—No os preocupéis, solo me sacaba dos o tres años. Pero estaba muy buena —añadió en voz baja—. Lo malo es que era mi prima... Prima segunda. Si mis padres lo supieran...
Aclarada la situación, Taehyung notó que los ojos se posaban en él. Le tocaba y no había pensado en nada. A decir verdad, cualquier cosa podría avergonzarle, y más después de aquella tensa semana. Fuera lo que fuese, debía elegir bien sus palabras. Se había masturbando pensando en su mejor amigo, al cual tenía justo en frente de él. No podía jugarse su amistad de esa forma tan baja. Se sentía inferior a Kim Namjoon y el otro día se le habían saltado las lágrimas. No, eso era demasiado humillante, incluso para alguien como él...
—Soy virgen —resolvió.
Humillante para alguien como él, pero lo suficientemente práctico como para finiquitarlo en un futuro cuando la metiese en caliente. Pero de repente, ¡boom! Sus amigos explotaron en una tormenta de risas histéricas, de dudas y comentarios graciosos, seguidos de una absoluta desconfianza hacia aquella afirmación. A él le hirvieron las mejillas. Ahora sí que se sentía avergonzado.
—¿Te refieres a que nunca has follado o te han follado? —preguntó Hoseok, sin tomárselo muy en serio—. Porque hay una clara diferencia entre meter y que te la metan.
Taehyung tomó un trago de su botellín de cerveza. Necesitaba otra si iban a seguir hablando de eso. Jimin sabía perfectamente sobre su virginidad. Se lo contó en una ocasión, estando borrachos. Puede que se le hubieran declarado una docena de veces en el último semestre; se había liado con alguna chica, pero nunca se le había levantado. De hecho, aquello solo sucedió con una persona en cuestión. En el juego de la maldita botella, cuando Jimin y él se besaron. Un rato después, se enrollaron por primera vez, lejos de los ojos de los demás, pero aquello quedó en un evento que no volvieron a mencionar. Como si nunca hubiera pasado. Como si lo hubiesen olvidado.
Él clavó las pupilas sobre Jimin unos instantes. ¿Lo recordaba? ¿Se arrepentiría de aquello? ¿O sentía lo mismo que él? Esa chispa absurda y sugerente... Taehyung apartó los iris del chico tras unos segundos de contacto visual, percibiendo un pálpito nervioso bajo la tráquea.
—Voy en serio, capullo —dijo tras las burlas generalizadas.
—Me has tomado por sorpresa. Pensaba que ya te habrías acostado con más de una. ¿Con quién saliste la semana pasada? ¿Con la tal Layla? —dudó Hoseok, muy curioso.
—Sí, fuimos al cine y eso. Pero ya ves que no. Que esto no salga de aquí, ¿vale? Lo último que me apetece es que corra la voz o yo que sé...
—Tranquilo, tío —Hoseok levantó las manos en son de paz.
Jimin encogió los hombros, como si no tuviera demasiada importancia. A lo mejor para ellos no la tenían porque habían tenido sexo alguna vez a lo largo de su vida.
—Confesiones realizadas —prosiguió Jimin, tratando de avanzar—. Sigamos. Número cuatro —leyó—. Sacrificar objetos personales. Hay que quemarlos en el mismo recipiente.
—¿Qué? ¡No! —negó Taehyung con velocidad.
—¿Hay que hacer fuego? Incendiaremos tu casa —mencionó Hoseok.
Jimin les miró a los dos.
—Pueden ser objetos pequeños. Solo tienen que arder un poco, no va a pasar nada —dijo despreocupadamente.
—Díselo a tu alfombra —señaló Hoseok.
Taehyung contempló sus propias muñecas. Llevaba una pulsera que le regalaron por su cumpleaños, un reloj con una cadena de cuero, y una pulsera de tela que los tres compartían desde hacía cuatro años. Él levantó la muñeca, apartándose la manga.
—¿Lleváis la pulsera del campamento? —sugirió Tae.
Los otros dos asintió rápidamente. Los tres llevaban la misma.
—Es una lástima, era un buen recuerdo —expresó Jimin, desanudándosela.
—Mira, como esta cosa de Walpurgis no haga que nos toque la lotería mañana mismo... —dijo Hoseok.
—Solo es una pulsera, Hobi —le animó Taehyung—. Lo importante está en nuestras memorias —tarareó con un tono dulzón y poco creíble.
Los tres dejaron las pulseras en el interior del recipiente, por encima del mal aspecto que tenían aquellas las uvas masticadas. Jimin agarró el mechero y lo inclinó para intentar prender el contenido, sin mucho éxito.
—Espera —Taehyung aceró el botellín de cerveza y derramó un poco de alcohol por encima—. Prueba ahora, arderá mejor.
Efectivamente, funcionó. Las llamas tardaron unos segundos en elevarse, pero cuando lo hicieron, ardieron hacia arriba con fuerza y un hambre fuera de lo usual. Los chicos se vieron fugazmente cegados por el resplandor del fuego.
—¿T-Tenéis agua? —jadeó Hoseok, cubriéndose las pupilas con una mano—. A ver si vamos a salir ardiendo...
—Tengo un vaso justo aquí —indicó Jimin.
—Cuidado, la alfombra —señaló Taehyung con cierta preocupación—. Si la tabla arde...
—Creo que el cuenco aguanta...
—O no.
Las llamas chispearon de color carmesí un instante, antes de reducirse drásticamente. La oscuridad del dormitorio volvió a la normalidad, quedando sutilmente iluminada por las tres pequeñas velas de vainilla. Las llamas titilaban, pero eran mucho más rojas y oscuras que un rato antes. Taehyung se sintió un poco extraño. El cuenco continuaba ardiendo suavemente, pero, en su interior solo había tres uvas, tres pulseras de tela y apenas un chorro de alcohol que ya debía haberse consumido. ¿Cómo era que continuaban esas llamas?
—Joder, ¿habéis visto eso? —dijo Hoseok con los ojos muy abiertos—. Ha salido como una lengua de fuego hacia techo. Os juro que me he acojonado.
Taehyung se abrazó los brazos, notando un repentino frío.
—¿Has dejado la ventana abierta? —preguntó, frotándose los brazos un poco.
Jimin giró la cabeza.
—Juraría que estaba cerrada —contestó, poniéndose en pie.
—La calefacción estaba encendida cuando llegamos —mencionó Hoseok.
—No, no la he puesto en todo el día. Es que no hacía tanto frío...
Él comprobó la ventana. Estaba bien cerrada. Se giró sobre sus talones y contempló a sus dos amigos sentados. ¿Y si el jueguecito empezaba a ir demasiado lejos? Hoseok agarró el libro de cuero del suelo y posó los ojos en sus letras.
—Oye. Acabemos con esto de una vez —dijo el joven, pasando la vista por encima de cada paso del ritual, hasta llegar a las últimas líneas—. Número cinco, prueba carnal del contratista.
—¿Prueba carnal? ¿Qué coño es eso? —preguntó Taehyung, algo ceñudo.
Jimin fue hasta ellos y volvió a sentarse en el suelo, no tan convencido.
—Lo pone justo debajo —continuó Hoseok—. Se debe hacer una muestra presente del deseo sexual. Puede ser mediante la acción del coito, masturbación o muestra del deseo sobre... la carne —tragó saliva y levantó la cabeza—. Esto empieza a ponerse turbio.
—Vaya. Así que al final sí que tenemos que montar una orgía —Taehyung se masajeó una sien.
Jimin sonrió con cierta timidez, y le quitó hierro al asunto:
—Ahí no dice nada de follar. Podríamos, simplemente...
Su voz se desvaneció por completo. Los tres se miraron de soslayo, en un silencio incómodo.
—Yo no voy a comeros la boca a ninguno de vosotros. Lo siento. Esto queda en vuestras manos —dijo Hoseok, escurriendo el bulto con agilidad.
Jimin y Taehyung se miraron con una ligera tensión. Sabía por qué Hoseok acababa de decirlo; ellos dos ya se habían besado públicamente en una ocasión, en aquel tonto juego. Aunque él no tenía ni idea de lo que ocurrió un rato después, entre bambalinas...
—Entonces, ¿qué? ¿Tenemos que besarnos? —suspiró Taehyung.
—N-No sé. ¿Se te ocurre alguna idea mejor? —titubeó Jimin.
No le apetecía masturbarse ni en broma, así que... Taehyung agarró el botellín de cerveza de Hoseok, que él apenas había probado y tomó un último trago. Necesitaba estar un poco más bebido si iban a hacerlo. Entonces, Jimin se colocó de rodillas y gateó en su dirección con los iris fijos sobre el joven. Sus carnosos labios estaban entreabiertos, rosados. El colgante que pendía de su cuello soltó un destello plateado. El cuello del ancho jersey mostraba la delgada y delineada línea de sus bonitas clavículas. Taehyung tragó saliva, encontrándose paralizado. Una inesperada punzada de excitación vibró en sus venas. Lo deseaba. No sabía por qué ni desde cuándo, pero deseaba aquel beso.
Él estiró el cuello lentamente, cediendo a la gravedad de sus labios. Los dedos de Jimin agarraron el cuello de su camisa, y de solo un movimiento, acabó con la distancia entre sus bocas. Sus labios se encontraron, y durante unos segundos, fue como si ambos necesitaran aclimatarse al evento. La boca de Jimin tenía un toque de alcohol dulzón. Sus labios eran suaves y agradables, y su lengua pedía la entrada en su labio inferior tímidamente. Taehyung se dio cuenta de que, quizá, Jimin le gustaba más de lo que debería gustarle un amigo. ¿Por qué, sino, era la única persona a la que le apetecía ver esos días? ¿Por qué, sino, iba a estar dejándose llevar por un juego tan increíblemente estúpido?
Si quería una excusa para besarle en su dormitorio, podía haberle mandado un mensaje de texto y habría ido sin dudarlo. Le habría besado sin excusa alguna. Incluso podrían haberse encargado de aquel asunto de su virginidad allí mismo, en esa condenada habitación.
Taehyung se relajó, dejando que su cuerpo se inclinase más hacia él y cerrara un poco más la brecha entre los dos. Hizo una pausa momentánea antes de volver a tomar sus labios, cediendo al deseo del que hasta entonces no había sido consciente. Su boca se volvió ansiosa por más. Un gemido escapó de Jimin, cuando su lengua se deslizó por su labio inferior. Un rubor cruzaba sus mejillas mientras su cuerpo elevaba temperatura rápidamente. Él posó la mano en la nuca de Taehyung, apretándole contra su boca, correspondiéndole desordenadamente a un beso impreciso e indescriptiblemente agradable.
Sus labios rechinaron húmedos, contra los del otro, y entonces, un ligero carraspeó llegó a sus oídos de ambos.
—Ahem. Chicos. Creo que ya... Ya está —farfulló Hoseok, esperando que se detuviesen.
Jimin fue el primero en separarse, como si un rayo le hubiera golpeado. Taehyung tomó aire, pero le miró con curiosidad y relamiéndose. ¿Ese brillo que asomaba en sus ojos era excitación? ¿Había sentido lo mismo que él? No era el único. No estaba loco. Había algo más entre los dos.
El otro advirtió que Hoseok estaba tan colorado como ellos, e incluso más incómodo. La tensión sexual les estaba delatando; y lo mejor es que no era la primera vez que notaba que entre Jimin y Taehyung pasaba algo. Algo irracional. Algo que los dos habían estado enterrando, como si el fuego pudiera extinguirse con excusas mentales.
—V-Vale —Jimin tartamudeó sin querer, en lo que arrastraba el libro hacia él—. Déjame que lea el resto, eh...
Taehyung se pasó una mano por el cabello castaño, peinándose los mechones hacia atrás. Estaba caliente. Inexplicablemente en efervescencia. Si no hubiera sido por la vergüenza que le daba saber que Hoseok había tenido que presenciar aquello, quizá las cosas habrían acabado de forma muy diferente entre Jimin y él.
—El sexto y último paso para acabar con el ritual de Walpurgis —leyó Jimin, tratando de diluir el tenso ambiente—: un mortal debe ofrecer sangre.
Hoseok suspiró profundamente.
—Te dije que tendríamos que sacrificar una cabra.
—No. Deberá ser la sangre de un humano que haya realizado todos los pasos —especificó Jimin, con la vista sobre el libro—, sobre la cual se forjará un vínculo con una entidad superior. Si la entidad termina manifestándose, el contrato de Walpurgis se dará como cerrado y sus deseos más imaginables serán... llevados a cabo por el diablo...
Él levantó la cabeza del volumen.
—Vale, es un poco fuerte —admitió Jimin, con un aire algo acongojado—. Si queréis lo dejamos. Creo que ha sido demasiado...
—No fastidies —masculló Taehyung, frunciendo un poco el ceño—. No hemos hecho todo esto para dejarlo en el último momento.
—Déjame ver —Hoseok le quitó el tomo de las manos y revisó la última parte—. No necesitamos mucha sangre. Aquí hay una nota aclaratoria —apuntó con el dedo—: solo es una pequeña porción. Puede servir con un corte.
—Yo no voy a cortarme —Jimin se abrazó los brazos—. Odio la sangre. Me da náuseas.
—Da igual, sólo es un estúpido juego —dijo Taehyung.
A esas alturas, las llamas del cuenco se habían extinguido. Pero el frío persistía y la luz de las velas continuaba siendo inusualmente rojiza. Jimin parecía estar arrepintiéndose por haber iniciado todo aquello. Él se levantó del suelo y se fue hacia el interruptor de la luz, la pulsó, pero la lámpara del techo permaneció apagada.
—¿Qué coño...?
—¿Qué pasa? ¿Se ha ido la luz? —dudó Hoseok.
Jimin intentó girar la manilla de la puerta, sin embargo, estaba increíblemente dura. No podía abrirla. Parecía bloqueada.
—Joder. Joder, ¿qué...?
—Jimin, ¿qué...? —formuló Taehyung desde su lugar.
—No puedo abrirla —expresó Jimin en voz alta. Tiró de la manilla con fuerza y forcejeó sin ningún resultado.
Justo entones, salió disparado hacia la segunda puerta del dormitorio, la cual daba a un cuarto de baño compartido por otra habitación contigua. Taehyung le siguió con la mirada, notando un hormigueo de preocupación en su interior.
—Esta tampoco. Están bloqueadas —exclamó Jimin, desesperado—. ¿¡Por qué no puedo abrir las puertas!?
Hoseok estaba aterrado, pero se quedó muy quieto.
—Jimin, siéntate —le ordenó, en tensión—. Ahora.
Jimin le miró con los ojos muy abiertos. Advirtió que las velas estaban empezando a presentar una actividad anómala: las llamas se estaban elevando, como si le reclamasen. Liberaban lenguas bermellón, que parecían hambrientas. El corazón de Taehyung empezó a bombear muy rápido. ¿Qué estaba pasando? Eso no era normal.
—Jimin —Taehyung hizo un amago de levantarse, pero Hoseok le agarró la muñeca.
—Quieto, tú también. Sentaos. Esta cosa quiere que terminemos.
—¿Cosa? ¿Qué cosa? —respiró Taehyung, con los párpados cada vez más abiertos.
—No lo sé. La tabla. El ritual. El libro. ¡No lo sé! —exclamó Hoseok.
Taehyung nunca le había visto así: asustado, hecho un manojo de nervios.
Jimin llegó hasta ellos y se sentó, flexionando las rodillas. La agresividad de las llamas de las velas regresó a la normalidad, pese a que el tono carmesí continuó persistente. En ese momento, los tres se percataron de que se habían metido en algo preocupante. Algo sobrenatural y paranormal. Luces rojas. Puertas bloqueadas. La única salida era continuar.
—Tenemos que seguir —dijo Jimin.
—Yo lo haré —propuso Taehyung para salir del paso—. Hay que continuar con la sangre, ¿no? Jimin, ¿tienes tu navaja de mariposa aquí?
Se refería, por supuesto, a la navaja que le habían regalado en el campamento de verano al que fueron hacía unos años.
—¿Qué? —formuló Jimin, asustado.
—Estás loco —murmuró Hoseok.
—Solo va a ser un poco. Vamos —dijo con valía.
Jimin asintió con la cabeza dejándose convencer. Se arrastró con las rodillas hasta la mesita de noche y abrió el cajón, del cual extrajo una navaja doblada con las letras de ¡Camp Knowing! grabadas en la empuñadura. El joven regresó al círculo, frente a la tabla y se la entregó.
—Espera, ¿guardas una navaja en tu dormitorio? —le increpó Hoseok.
—No es para tanto. Era un regalo —se defendió Jimin.
—Podías haberlo usado como confesión —indicó el chico.
—No te hagas daño —le pidió Jimin a Taehyung.
—Descuida...
Taehyung abrió la navaja de mariposa. Contempló la hoja plateada por encima, donde las llamas se reflejaban de forma líquida y serpenteante. Estaba algo mareado por las tres cervezas que se había tomado. Había confesado que era virgen. Había besado a su mejor amigo llegando a ponerse como una moto, y para colmo, se hallaba en mitad de un surrealista ritual satánico. No quería reflexionar profundamente sobre lo que estaba haciendo; debían terminar con aquello. El corazón le iba muy rápido, mientras se arremangaba la manga de la camisa. Después, entendió la palma de su mano bocarriba y hundió la hoja sobre la piel bajo un rostro implacable, deslizándola descendientemente. Oyó a Jimin sorber entre dientes. Hoseok desvió el rostro, apretando los párpados. No podía ver aquello. La sangre brotaba entre la piel de manera abundante, pese a ser un corte leve y superficial.
—Debes derramarla sobre el cuenco para completar el ritual —musitó Jimin con un timbre vacilante.
Taehyung cerró la palma y la volcó por encima del recipiente, unas cuantas gotas cayeron sobre los restos achicharrados. Exhaló el aliento, apretando la mandíbula, vislumbrando cómo el líquido rojo y espeso caía como lágrimas sobre el cuenco. En la luz de las velas, todo era más tétrico. Jimin clavaba las pupilas en su mano ensangrentada, cuya última gota se deslizaba hacia la muñeca del joven. Se sentía horrible por él. Y pensó que debió haberlo parado a tiempo, pero de repente, las velas fueron sopladas por una brisa fugaz y las llamas se extinguieron sobre sí mismas.
El dormitorio quedó completamente a oscuras. Olía al humo de las velas. A las pulseras y restos de uva que habían ardido. A las gotas de sangre. El frío estaba helándole los sus dedos. Y Taehyung notó una sensación desagradable trepando por su espalda, erizándole el cogote, ¿acariciándole la nuca?
—¿Qué ha sido...? ¿Qué ha sido eso? —musitó Hoseok, asustado.
Jimin jadeaba irregularmente, tan asustado como el resto.
—No lo sé. ¿También lo habéis notado?
Taehyung giró la cabeza para mirar por encima de su hombro. No veía nada. Pero oyó algo; un suspiro, un aliento, una profunda exhalación acompañada del susurro más grave, suave y aterciopelado que jamás había oído antes.
—Kim... Taehyung...
Fue tan imperceptible como el sonido del viento, apenas rozándole los oídos. Aun así, su corazón cabalgó bajo su garganta, y la adrenalina bombeó en sus venas como si un depredador estuviera observándole en la vasta oscuridad. Pocas veces se había sentido tan desasosegado y asustado, al borde de suplicar que aquello se acabase.
—J-Jimin. Enciende una luz —murmuró Taehyung, muy asustado—. Enciende una...
Jimin estaba levantándose del suelo, se lanzó hacia el interruptor a tientas y lo presionó, sin ningún resultado. La corriente eléctrica debía estar fallando. La absoluta oscuridad los conmocionaba.
—Ya estoy cansado de esto. No me está haciendo nada de gracia, Jimin —gritó Hoseok, desesperado—. ¡No me gusta lo que...! ¡Ah!
El último grito hizo referencia a los sonoros y pesados pasos que pudieron escuchar al otro lado de la puerta del dormitorio. Jimin se abrazó los brazos y retrocedió unos pasos, aterrorizado. La puerta del dormitorio se sacudió por algún motivo, como si algo la golpease con mucha fuerza.
—¿Quién es? ¿¡Quién es!? —exclamó Jimin—. C-Chicos...
—¡Esto es tu culpa! —le lanzó Hoseok, que le alcanzó y le agarró por el codo en un momento de estrés.
—¡Yo no sabía lo que pasaría!
—¡¿Por qué teníamos que hacer ese juego?!
Mientras los dos discutían, Taehyung estaba quieto, en silencio, notando cómo la rara sensación le envolvía como en un extraño velo. Un eco en los oídos. Una suave y rica risa, que se difuminaba tras estos. Una afilada lengua, chistando sutilmente. Él se llevó las manos a las orejas, tratando de mantener la calma, no como sus compañeros. ¿De dónde venía eso? ¿Se había vuelto loco? ¿Era el único que había oído a una cuarta voz pronunciando exquisitamente su nombre y apellido?
—¡Tú también quisiste hacerlo! ¡No seas tan cagando! —se defendía Jimin.
Taehyung giró la cabeza despacio, de nuevo. Ahora sí lo notaba con claridad: una mano etérea se posaba en su hombro y descendía por su brazo, antes de esfumarse. Sus pupilas se habían dilatado y acostumbrado a la oscuridad, no había nadie a su lado, pero su sentido táctil lo había vivido con agudeza. La temperatura cálida de una palma invisible. ¿O se había esfumado antes de que le viera? Él sintió una extraña curiosidad, pero algo subconsciente le aterraba por completo. Como si acabase de asomarse al borde de un precipicio que daba al abismo. Un silencioso terror que le mantuvo paralizado.
—Tae. ¿E-Estás bien? —gimió Jimin a unos metros, vislumbrando su inusual silencio.
Unos fuertes y sonoros golpes impactaron contra la puerta, que se bamboleó en la penumbra del dormitorio.
—¡El bate! ¡El bate! —urgió Hoseok, tirando del codo de Jimin—. ¿Dónde lo dejaste?
—¿El bate de béisbol? —formuló e indicó con un dedo.
Estaba en un rincón, junto al escritorio. Hoseok lo alcanzó enérgicamente, y se dirigió a la puerta cuando esta se abrió de par en par, llegando a golpear contra la pared. Una intensa y brillante luz cegó las pupilas de los tres muchachos.
—¿¡Se puede saber a qué viene este jaleo!? ¡Llevo un rato llamándoos desde afuera!
Taehyung parpadeó, cubriéndose de la luz que hería sus pupilas. Retiró la mirada de la linterna que apuntaba directamente a sus caras. Era el padre de Jimin, ni más ni menos. Acababan de regresar de improviso de su viaje, tras una cancelación de eventos en su fin de semana. Jimin liberó su aliento, sintiéndose desubicado. Ninguno de los tres había escuchado la voz de su padre berreándoles desde el otro lado.
—Pero, ¿qué ha pasado? ¿Estáis bien? —cuestionó, advirtiendo sus pálidas expresiones faciales—. Y baja ese bate de béisbol, ¡por Dios! —le lanzó familiarmente a Hoseok.
Él lo apartó, sintiéndose fugazmente ridículo.
—Cariño, ¡ya hay luz! ¡El contador estaba apagado! —exclamó su mujer desde la planta de abajo.
Todos oyeron aquello.
—¿El contador de luz saltó? —dudó Hoseok.
—Estábamos a punto de bajar —se excusó rápidamente Jimin ante su padre—, pero...
Su padre apagó la linterna y pulsó el interruptor de la habitación. Aquel último fogonazo de luz provocó que todos afinaran los párpados y regresaran a la realidad.
—Se acabaron los juegos —finiquitó el padre con suspicacia—. Recoged lo que sea que estabais haciendo... Y abrid esa ventana. Aquí huele a humanidad.
Él pasó de largo, y los tres se miraron. La habitación tenía un montón de cosas de por medio, por no hablar de aquella tabla satánica. Taehyung no olvidó mantener oculta su mano; Jimin le alcanzó rápidamente un clínex y los tres quitaron de en medio la mayoría de los elementos mientras el chico musitaba que debían hacerlo antes de que su madre se asomara.
Hoseok levantó el cristal de la ventana y sacudió los brazos, esperando que el olor se disipara a tiempo.
—Buenas noches, chicos —saludó la mujer poco después, y se asomó al dormitorio arrugando la nariz por el persistente olor a algo achicharrado.
—Hola, señora Park —contestó Taehyung y Hoseok, a tiempos distintos.
—¿Vais a quedaros a dormir?
—No. Nos vamos —contestó Hoseok, inclinando ligeramente la cabeza.
—Traje el coche —agregó Taehyung.
—Como prefiráis. Estáis invitados. Te dejamos varios mensajes, ¿los has visto? —le preguntó su madre a Jimin.
Jimin la contempló unos instantes.
—Oh, sí. Sí. Claro —mintió un poco.
Ella arqueó una ceja, como si no le creyera del todo.
—Tú y yo vamos a hablar mañana —dijo antes de salir del dormitorio.
Jimin se llevó una mano a la cabeza. Exhaló, adivinando lo que pensaba: que habían estado fumando en casa. Probablemente hierba, o algo así. Sin embargo, él se alegró de que no les hubieran atrapado en algo peor. Por lo menos no habían montado una orgía, ¿o casi? Gracias al cielo, nadie había visto lo de la sangre. En cuanto los tres volvieron a quedarse a solas, intentaron no mencionar el asunto del ritual. Nada de deseos, ni juegos, ni confesiones extrañas. Jimin escondió el tomo bajo el colchón de la cama y guardó la tabla. Hoseok regresó del cuarto de baño tras abrir el botiquín, traía una gasa y una venda para Taehyung.
—Deja, yo lo hago —solicitó Jimin.
Tras cerrar la puerta, se sentó a su lado en el borde de la cama y se encargó de limpiarle y vendarle la herida superficial de la palma. Hoseok apoyó la espalda tras la puerta, cruzándose de brazos y contemplándole.
—Tienes las manos frías —musitó Jimin—. Siento haber dejado que te cortaras...
—Al menos no estábamos fumando. Y tan solo estamos un poco borrachos —dijo Taehyung, quitándole importancia.
—¿Un poco? ¿O del todo? —bromeó Hoseok, desde su posición.
Los tres compartieron una risita en voz baja. Jimin terminó de vendarle la mano, y en un par de minutos, sus amigos se pusieron los abrigos y se prepararon para marcharse. Taehyung trató de convencerse a sí mismo: lo que había pasado tras aquel tonto juego no era real. Solo lo había alucinado, por culpa del alcohol, el estrés de esa semana, y lo asustado que se había sentido. Preocuparse por aquello no tenía sentido. Además, cortarse la mano era probablemente lo más emocionante que había hecho esos últimos días, mientras deseaba hundirle la cabeza a Kim Namjoon.
—Recuerda que ya no puedes masturbarte con la derecha —le murmuró cómicamente Hoseok en lo que abandonaban la casa de Jimin.
Eso sí que iba a ser una lata.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas. ¡Recuerda dejar tu voto y comentario, y compartir este libro con más personas!
Eran las dos de la madrugada cuando Taehyung regresó a casa. No había ni un alma. Jaseon tenía su propio horario de trabajo, y su madre no debía ni estar en la misma ciudad. Estaba cansado de la semana que había pasado, y tras la cena, la bebida, y el rato con sus amigos, no tenía dudas en que se quedaría dormido nada más tenderse en la cama.
Aun así, hizo el esfuerzo de lavarse los dientes y la cara (no podía descuidar su físico), se colocó el pijama y se metió en la cama, dejándose caer como un tronco derribado. Cerrar los ojos fue la mejor parte de todo. El pálpito de su cabeza se esfumó, el escozor de su mano se mantenía a raya, y el malestar emocional se diluyó en las témperas de un sueño.
Taehyung se encontró con Jimin en el mundo onírico. Estaban en su propia habitación y eran mucho más jóvenes. Él gateó por encima de la moqueta, como lo había hecho Jimin y volvió a fundir sus labios con el joven. Sus besos se volvieron apasionados, hambrientos. Las caricias se deslizaron tras su nuca, por sus hombros, por su cintura.
Dios, estaba increíblemente caliente. Jimin pasó la lengua sobre sus labios, del inferior al superior con una sola lamida juguetona. Posó las manos sobre su pecho y le obligó a reclinarse, para finalmente apoyar la espalda en el suelo. El chico subió sobre él, sobre sus caderas, que mantenían una visible hinchazón en contacto con la suya. Jimin se inclinó para besarle con avidez, pero fue Taehyung el que atrapó su boca, anticipándose, ciñéndole a él con los brazos, deslizando las manos desde su cintura a la curva de su trasero. La chispa de la excitación navegaba por sus venas. Él besó. Besó. Jadeó en su boca, derritiéndose contra la invasión de su lengua. Jimin se distanció una fracción de segundo con una risita juguetona, le miró por encima con un deje orgulloso e inusualmente hambriento.
Sus ojos eran diferentes a los que Taehyung conocía. Desconocidos. Él ladeó la cabeza y atacó a su cuello, levantándole la camiseta por encima del abdomen. Taehyung apretó los párpados, sintiendo rozar el cielo. La caricia húmeda de su lengua trazaba un camino desde el vértice de su mandíbula al lóbulo de la oreja, para después morderla y gruñir en ella. Los dedos navegaban por encima de su abdomen, llegando a acariciar sutilmente los pezones erectos. Con impaciencia, Jimin tiró de la goma del pantalón de su pijama, llevándose bóxer blanco también de una. El miembro de Taehyung se presentó tal y como debía estar; Jimin se lamió los labios mientras lo envolvía con unos dedos alrededor de la base. Deslizó los labios sobre la punta dolorosamente lento, otorgándole tiempo a su lengua para explorar el glande. El líquido preseminal lubricaba en gotas un camino hacia abajo, y Jimin pasó la lengua por su longitud, desde la base hasta la punta, abriendo la mandíbula e introduciéndosela en la boca.
Taehyung hundió los dedos en la alfombra, ¿o era en sus sábanas? Su boca succionaba y devoraba su polla, humedeciéndola y masajeándola con una mano, acompañada de pequeñas lamidas, a un ritmo que él deseaba controlar con las caderas.
—Úsame, Taehyung —murmuró con una voz irreconocible.
La excitación nublaba la escena; él le dejó tocarle la cabeza, y Taehyung aplicó más presión, deseando acelerar y detener el tiempo.
—No sigas, voy a... Estoy a punto de...
En la siguiente lamida fuera de su boca, Taehyung advirtió que tenía la lengua afilada. Como una serpiente. Aun así, gimió en voz alta y se saltó el velo del suelo, despertándose bruscamente. Estaba clavando los dedos sobre el colchón, sobre las sábanas. Su respiración era irregular y el corazón le bombeaba rápido. Tener un sueño húmedo con su mejor amigo no entraba entre sus planes, si bien, tampoco esperaba que su reciente tensión sexual con Jimin se presentase de manera tan explícita en mitad de la noche.
Se sentía ligeramente sudoroso, el calor y la excitación invadía su sistema. Quería ser besado. Quería quemarse con esas caricias, y le dolía abrir los ojos ante un espejismo. En la penumbrosa habitación, Taehyung tomó aliento, tratando de recuperarse. Sin embargo, sus pupilas atisbaron a una silueta extraña. Una presencia, deslizándose a los pies de su cama.
Taehyung se sintió electrificado, aterrorizado en cuanto se dio cuenta que alguien debía haber entrado en su casa. Entonces, aquel ser levantó la cabeza. Una sombra de ojos negros, iris de color sanguinolento, contemplándole. Sus ojos le devoraban el alma, como si pudiera atravesar la cubierta de su piel y huesos. A Taehyung se le secó la garganta, reprimiendo un probable grito.
Tras la espalda de aquella figura, se elevó una juguetona cola que acababa en punta, como la de un gato, como la de una criatura depredadora que analizaba a su presa. Él gateó entre sus piernas, su peso hundía sutilmente el colchón y las sábanas, y Taehyung supo que era real ante la breve parálisis que le asolaba. De repente, esas manos estaban acariciándole los muslos; reconoció su tacto como si algo se lo susurrara. Era la misma sensación electrizante y hechizante que le tocó el hombro horas antes, en el dormitorio de Jimin.
La misma criatura que murmuró su nombre y se rio en sus oídos, tras acabar con el ritual de Walpurgis. Sus manos estaban calientes. Eran suaves, de palmas grandes. Él llegó hasta su rostro y Taehyung ahogó un gemido de terror, tenía cuernos sobre la cabeza, pequeños y afilados cuernos, de no más de cinco o seis centímetros, negros, entre los mechones de pelo de color azabache, y acabados en punta. Sus colmillos eran largos y los inferiores llegaban por encima del labio inferior, otorgándole una apariencia de bestia. Sus pupilas eran dos rendijas verticales y oscuras, en mitad de los iris carmesíes. Globos oculares de un negro abisal, paralizante. Le contemplaba como una pantera, con un hambre casi lasciva y definitivamente fatídica.
Taehyung entró en completo pánico. Tenía la piel de gallina y algo le gritó a su instinto que debía echar a correr. Correr. Correr lejos de allí. Refugiarse en una fuente de luz y huir de aquel ser. De aquello. De él. De lo que fuera que fuese esa cosa. ¿Iba a matarle? ¿Iba a violarle? ¿Quería torturarle?
Él dejó escapar un jadeo e intentó escurrirse bajo aquel cuerpo. Sin embargo, la criatura le tomó entre sus brazos y le retuvo con él.
—Ssshh... No te haré daño —musitó suavemente, pese a su horroroso aspecto.
—N-No, no. No me mates, no me mates...
—Estás muy asustado. Tranquilo —dijo acariciándole el mentón.
Taehyung pudo verle mejor a esa distancia: sus ojos inhumanos, las extrañas marcas demoníacas que acompañaban sus facciones masculinas, en la densa oscuridad de una noche sin estrellas. Tragó saliva pesada, liberando el aliento lentamente, mientras el dedo de aquel se deslizaba por su labio inferior, en una sinuosa caricia que lo delineaba. El toque le hizo sentirse inexplicablemente lujurioso. Peligrosamente deseado. Como si el pánico se diluyera de forma inconsciente, a la par que su ansia por salir corriendo de allí y pedir ayuda desde la ventana.
—Déjame intentarlo de nuevo —habló la criatura, sin que él lo llegara a comprender.
El acompañante se deslizó hacia abajo, inclinándose sobre sus caderas. Bajó el pantalón del pijama y el bóxer, liberando la dolorosa erección del muchacho. Su miembro se encontraba arqueado, con la punta húmeda y una visible vena recorriendo el centro del tronco. Taehyung gimió al sentir cómo la mano del desconocido le masajeaba. La sensación fue extrañamente cautivadora, le aliviaba. Su mente le susurró lo que ya imaginaba: aquello no era real, seguía soñando. Era otro sueño, aunque más vívido y perverso.
Se permitió disfrutar cuando los labios de la criatura dejaron pequeños toques a lo largo de la longitud del miembro, desde abajo hacia arriba, antes de introducirlo en su boca. Húmeda, tibia, sabia. La fricción de la piel de su polla le trajo una gran agitación sexual. Llevaba tanto tiempo esperando a que alguien lo hiciera de aquella forma...
Él jadeó con un timbre ronco y grave, casi insonoro, víctima de un frenesí incontrolable. Su estómago ardía en deseo. Sus músculos se contraían en las ráfagas de placer, se agarró a las sábanas con una mano y echó la cabeza hacia atrás, espirando un gemido ahogado, débil y plañidero.
Apretando los párpados imaginándose a Jimin; aquel sueño había sido impuesto por la criatura, quien personificaba el aspecto de su amigo mostrándole los mismos ojos negros y rojos. Y mientras tanto, el otro continuaba masturbándole, mordiéndole suavemente el interior de una ingle con los colmillos, como si tratara de dejar su huella. Al percibir el cercano clímax del humano, incrementó el ritmo para empujarle al precipicio del placer, las uñas de la otra mano arañaban el exterior del muslo levemente, en lo que esperaba ávidamente tomar el primer sorbo de energía sexual del mortal.
Taehyung se perdió en la lujuriosa sensación.
—Eso es... Córrete para mí...
El joven se quedó casi sin aliento, y como si su frase le liberase, se dejó llevar por la exquisita, dulce y placentera sensación del orgasmo. Su hambriento huésped probó los trazos de semen con su lengua y chupó la punta obrando porque no se derramase ni una sola gota.
Lo devoró encantado, sintiéndose fugazmente vivo, energizado. Más humano, menos como una bestia hambrienta y frustrada. Puede que no estuviera completamente saciado. Él tenía un gran apetito, pero aquel comienzo le permitiría adoptar una forma más humana y menos demoníaca, de momento.
Taehyung notaba el sudor en las clavículas y las sienes. Estaba asfixiado, los pálpitos rápidos del pecho y los suaves arañazos en el exterior de su muslo izquierdo le trajeron de nuevo a la tierra. Razonó sobre lo que estaba viviendo justo después de correrse. Su compañero deslizaba los labios por su ingle, muslo, hasta la rodilla suavemente. Levantó la cabeza relamiéndose con una lengua afilada, como la de una serpiente.
Solo entonces, el joven recordó su terror. No había hecho aquello en contra de su voluntad, pero no sabía cómo había permitido que su urgencia sexual fuera la cabeza pensante, en lugar de su cerebro. El rechazo le invadió como nunca antes; se arrastró hacia un lado de la cama y prendió la luz de la lámpara de la mesita de noche a tientas, tratando de volver a recolocarse las prendas inferiores lo más rápido posible.
La luz que desprendía la lámpara se volvía dorada a través del terciopelo beige.
«No estoy en un sueño. Es real. Todo es real», se dijo pese a desear lo contrario.
Giró la cabeza, temiéndose encontrarlo. Y allí estaba. Permanecía en el mismo lugar, a los pies de su sábana. Real. Aterrador. Y resultaba aún más horrible contemplar aquel aspecto demoníaco: cola negra tras su hombro, dos cuernos puntiagudos, mechones azabaches, ondulados. Ojos monstruosos y rostro como el de un diablo. Taehyung se llevó las manos a la boca y se encerró un grito en el fondo de su garganta. No podía moverse, estaba en shock. Tampoco tenía energías para gritar; se imaginó que estaba a punto de morir. Moriría allí mismo, sin escapatoria.
Pero en la escasa distancia de dos metros, vislumbró su paulatina transformación a algo más humano. Lentamente, sus globos oculares se aclararon. Sus iris carmesíes se desteñían como la sangre sobre el chocolate negro. Las pupilas verticales se redondearon. Sus cuernos comenzaron a reducirse poco a poco, y sus colmillos y mandíbula, tomaron proporciones que entraban dentro de lo común.
Era un hombre. Y no solo un hombre, un joven, de porte felino y elegante. De pómulos angulosos, rostro increíblemente níveo, como si jamás hubiera salido al sol. Perfecto, como si un artista hubiera pulido una estatua griega, de mármol. Los labios finos, con el inferior más carnoso y suave, de tono casi rojizo. Su cabello parecía estar volviéndose más frondoso ante su visión: los mechones se volvían húmedos como si acabase de salir de la ducha. Vestía una camisa negra y un traje del mismo color, sin corbata, como si todo permaneciese a una misma pieza. La cola se enroscó tras él antes de esfumarse como un hilo de humo negro que se disolvió tras su espalda.
Taehyung deslizó los ojos como platos sobre aquel ser. Sentía los dedos engarrotados, el corazón el palpitaba bajo la campanilla y sentía miedo a la par que desconcierto.
—¿Qu-qué eres? N-No te acerques —jadeó en voz baja y aguda—. Aléjate —farfulló.
El joven se levantó de los pies de su cama, y la rodeó con pasos lentos. Era alto, estilizado, diría que se movía con la elegancia propia de un felino. Taehyung captó las proporciones de sus largas piernas, y se apostó que debían medir lo mismo.
Cuando le vio inclinarse junto a él, el terror se apoderó de su aura y estuvo a punto de gritar. Aquel joven le tocó la mejilla con el dorso de un dedo muy suavemente.
—No tengas miedo, Taehyung. No voy a comerte —dijo de forma sibilina, y ladeó la cabeza, contemplando el cuello de la camisa de su pijama—, todavía.
Taehyung estaba paralizado. Tomó aire, asfixiado, cuando él apartó el dedo y le devolvió sus centímetros. A continuación, el desconocido se sentó en el borde de su cama, cruzándose de piernas y regalándole una miradita más que divertida. Taehyung tiró de las sábanas y se cubrió las piernas, como si pudiera escudarse con él. Se sentía desnudo, pese a estar vestido. Se sentía vulnerable y no sabía cómo salir de aquella situación.
—¡¿Quién eres?! —exigió saber—. ¿Cómo has entrado en mi habitación?
Jungkook sonrió de una manera tan encantadora, que lo sintió como una bofetada. También liberó una risita grave y rica, como si le fascinara su desconcierto.
—Hmhn, tienes carácter. Me gusta. Vamos a pasárnoslo muy bien juntos —entonó de forma maliciosa—. Los humanos que actúan como mosquitas muertas son aburridísimos...
Taehyung parpadeó varias veces; maquiavélico, sensual. Su aura era oscura y peligrosa. No le gustaba su forma de hablar. Él escapó rápidamente desde el otro extremo de la cama, escurriéndose entre las sábanas. Su primer contacto con el suelo fue de bruces, debido a que se le enredaron entre las piernas. Se levantó como pudo y miró de soslayo hacia la cama, pero el contrario ya no estaba allí.
Al volver a girar la cabeza, se lo encontró de frente e increíblemente cerca. Taehyung se sobresaltó y soltó un gemido, él le tomaba la muñeca en lo que se incorporaba, invitándole a levantarse en un escrupuloso silencio. ¿Cómo se había desplazado tan rápido?
El humano se apartó, rehuyendo de su contacto. Sus dedos acababan de quemarle bajo la manga. Y al mirarle a los ojos, ambos a la misma altura, se topó con los ojos castaños oscuros más densos y cremosos que antes. Sus pestañas oscuras ensombrecían una mirada de por sí difícil de desencriptar. No entendía de dónde salían esas facciones. Alguien tan guapo no podía ser humano.
—¿Eres un demonio? ¿Vienes por lo del ritual? —preguntó con desconfianza.
—Puedo ser lo que más desees que sea...
«Un demonio. Un jodido demonio. Tengo a un demonio en mi habitación», se dijo desesperadamente.
—¿Vas a matarme? ¿Por eso estás aquí? —repitió, sin razonarlo.
El pelinegro acortó la distancia entre los dos, observándole como si fuera un pedazo de pastel. A Taehyung le perturbaba su forma de mirarle; fija y estática, como si le atravesara la piel.
—Te lo acabo de decir. Me sale más a cuenta devorarte con otros métodos... no tan sangrientos.
—Bien. Pues vete —logró verbalizar, retrocediendo unos pasos—. No puedes estar aquí. No sé qué es lo que quieres, pero yo no puedo dártelo.
—Claro que puedes. Y yo también puedo dártelo todo.
—No, no puedes —negó nervioso.
Taehyung echó a andar hacia el otro extremo del dormitorio, pero el contrario pasó un brazo por su cintura, y pegó el pecho a su espalda, atrapando su muñeca con la otra mano.
—No tan rápido —siseó tras su oreja, provocándole una sensación jadeante en la que Taehyung pensó que podría tropezar en el suelo liso de su propia habitación—. Puedo estar donde estés tú, porque tú eres quien me ha llamado. Sé lo que sientes. Sé lo que te necesitas. Sé cuáles son los miedos que tanto te avergüenzan, y tus más... oscuros... deseos...
Los párpados de Taehyung se entrecerraron levemente, hasta que una chispa de conciencia le advirtió de la mano que rodeaba su cintura sinuosamente. Él se separó de aquel demonio de un movimiento y se volvió contra él: su muñeca continuaba bajo un impecable y no tan amable agarre.
—¿Qué yo te he llamado?
—Me vinculaste a ti en un ritual negro, con tu sangre —expresó ácidamente, frente a su rostro y entonces agitó suavemente la muñeca derecha que sujetaba entre ellos, cuya la mano se encontraba vendada—. ¿Te suena esto de algo?
Taehyung frunció el ceño. Logró escurrir la mano entre sus dedos y se la tocó para quitarse la molestia táctil de la que le había impregnado. El contrario le dirigió una mirada eventualmente fría y de decepción, como si esperase que fuera más inteligente y no tuviese que explicárselo. Se guardó las manos en los bolsillos del pantalón con elegancia, sin apartar sus sofocantes iris del chico.
—No sabía que había funcionado —dijo en voz baja Taehyung.
Miró su propia mano vendada y alzó lentamente la mirada hacia él. ¿Significaba eso que aquel ser iba a cumplir realmente sus deseos?
—¿Tú has hecho lo de mi sueño?
—Ahá.
Taehyung se mordió el interior de la boca. Así que ya sabía que le ponía cachondo su amigo y por eso se había disfrazado de él en un sueño. Perturbador, como poco. Un momento, ¿qué decía el trato? Él cumplía lo que quería, y viceversa. ¿No era algo de eso? El muchacho pensó que debía haber alguna trampa. Además, cumplir los deseos de un diablo nunca podía ser bueno...
—No estoy interesado... en tus servicios —logró decir, sin titubear—. Puedes marcharte.
El otro arqueó una ceja.
—¿Por qué iba a irme? Eres mío.
Taehyung frunció el ceño.
—¿Q-Qué? Eso no venía en el ritual.
—Ya. Pero eres mío, Taehyung. Todo tú —expresó su acompañante—. Tu sangre. Tu carne. Tu oxígeno. Tus labios... Me muero por tragarme tu energía vital y saciarme de ti. ¿Sabes cuántos años he estado hambriento, encadenado a las sombras, suplicando por probar un bocado? Tú me has liberado y aquí estoy —indicó, y se mordisqueó el labio inferior con encanto—. Y ahora, que por fin nos encontramos y nos conocemos, ¿Sabes lo mucho que te he estado esperando? —agregó con un tono juguetón.
Taehyung negó con la cabeza. Sonaba a fantasía. Una fantasía oscura y perversa.
—¿Mi energía vital? —repitió, asustado.
—Solucionaré todos tus problemas, a cambio de tus préstamos. Acabaré con tus miedos. Te alzaré hacia el tronco que tanto deseas, mientras tú me ofreces alimento —narraba el diablo, inclinando el rostro sobre él lentamente—. ¿Qué te parece nuestro trato? Seamos equitativos, ¿de acuerdo?
Se quedó algo atontado. La nariz del pelinegro rozó la suya en algún momento, y entonces tomó sus labios sin demasiados miramientos. Le estaba besando por las buenas, aunque Taehyung lo había visto acercarse a cámara lenta sin ni siquiera detenerlo. Ahora, una mano férrea sostenía su nuca, y en aquel primer beso, él se sintió frágil como una hoja seca. Hubo algo atrapándole y no se trataba de fuerza bruta. Era como un imán. Una inevitable gravedad. Una fuerza irresistible que yacía implícita en la curiosidad que escondía bajo la piel. Abrió los labios tímidamente, y el otro ladeó la cabeza, entrando en su boca sin compasión. El beso fue apasionado, pero no lascivo, sino hechizante. Embriagador. Un dedo pulgar se deslizaba por su otro pómulo y Tae se oyó a si mismo suspirar en la boca del compañero.
Se tambaleó hacia atrás por la fuerza de beso, sus labios rechinaron el uno contra el otro. Taehyung empezaba a marearse, cuando entonces, el desconocido se apartó como si lo notara. Él le miró con labios entreabiertos, se pasaba un pulgar por el inferior y llegó a chuparlo levemente, apreciando algún tipo de sabor.
—Delicioso —le dejó saber aquel diablo, con un delicado halago—. Podría tomar más.
¿Debía sonrojarse? ¿Debía preguntarle por qué le había besado por las buenas? ¿A qué se refería con lo de la maldita energía vital?
—No deberías... ha-hacer eso —soltó con un titubeo que claramente le dejó en ridículo.
—Ah, ¿no? —contestó el demonio, sin una pizca de arrepentimiento y una sonrisa que le contaba que haría cuanto le apeteciese—. Dime, Taehyung, ¿entregarías tu alma al diablo para cumplir con tus deseos? ¿O la perderías en el proceso, olvidando por qué comenzaste todo esto?
—¿Debo entregarte mi alma?
—Ya es mía, no te preocupes por eso, cielo —indicó, sin aliviarle en absoluto—. Nuestro contrato de vinculación es de amo y vasallo. Mis ojos pueden ver cómo eres... Envidioso, inseguro, orgulloso. Excesivamente preocupado por tu físico y por ti mismo. Demasiado superficial como para valerte como alguien maduro.
Taehyung frunció el ceño.
—Yo no... No soy así...
Pero lo era, ¿o no? La duda surgió en lo más profundo de su ser, y también temió que él pudiera verla. Aquello era algo que no conocían ni sus propios amigos. Era ruin y pretencioso, era demasiado oscuro para los ojos de las personas a las que quería. La parte más oscura de su yo le dijo que podía con ello. Si aceptaba, podría cumplir todos sus deseos y eliminar lo que tanto odiaba. Ser el rey de la facultad. Destronar a Kim Namjoon. ¿Hablarle a Jimin sobre sus sentimientos?
Taehyung inspiró profundamente y levantó el mentón, el orgullo le clavaba una punzada obsesiva. Así tuviera que pasar por encima de un alambre de espino.
—¿Harías lo que yo... quisiera?
A aquel ser pareció divertirle su repentino interés. Nada moral.
—Ten en cuenta una cosa, Taehyung —dijo él, levantando un dedo—. Cuando un mortal obtiene en su mano tal poder, puede convertirse en la peor versión de sí mismo. El sol más deslumbrante, hundido en el abismo más profundo.
—Tu nombre —pronunció Taehyung, sin dilación—, ¿cuál es? ¿Cómo te llamas?
Él esbozó una sonrisita, se mordisqueó el labio inferior y respondió como si se tratase del comienzo una bonita relación vainilla. Pero en el fondo, lo suyo era más como el chocolate negro con picante. Como el incienso de una iglesia, pero invertido: siendo solo el azufre que ardería y humearía el interior de un antro conocido como su propio y personal infierno.
—Jungkook.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas. ¡Recuerda dejar tu voto y comentario, y compartir este libro con más personas!
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