|ÚNICO|
La puerta se cierra suavemente justo en el momento en que ella abre los ojos.
Un solo suspiro abandona sus labios agrietados mientras parpadea para espantar las lagrimas. El corazón de Leila late tan rápido como el batir de las alas del pequeño colibrí que se asoma a través de la ventana. Por un momento los pensamientos en su cabeza se silencian de tal modo que es como si otra persona murmurara ideas con la boca llena de plumas. Y luego, las voces gritan. Tan alto y tan fuerte que pareciera imposible ignorarlas. Pero Leila lo hace, las ignora. Esta tan acostumbrada...
Se sienta suavemente en la colcha amarillenta llena de polvo. Mira sin ver como el colibrí choca contra la ventana una y luego otra vez antes de entender que no puede atravezarla. Más allá, altos pastizales marchitos eran calcinados lentamente por brutal sol de la tarde.
¿Donde estoy? Se pregunta desconcertada.
La habitación no es más grande que el espacio que ocupa el coche de su padre en la calle. Y la cama donde ha despertado solo son un par de colchonetas ubicadas una sobre otra bajo la colcha echa a mano de lo que alguna vez fue blanco. Las paredes eran celestes, un celeste sucio que las lluvias arruinaron. Una sola puerta en el otro extremo opuesto la saludo. El piso de madera chilló en protesta cuando sus pies lo tocaron, al igual que la habitación era frió y sucio. Se puso de pie, y solo entonces notó que ese largo vestido blanco que traía puesto no era suyo.
¡Oh mierda! Gritó una de voz en su cabeza.
Decidida a salir de allí e ignorando el creciente miedo que comenzaba a crecer en ella, caminó sin cuidado, ignorando que cada paso dado se marcaba en la espesa capa de polvo. Las huellas que ahora dejaba eran las únicas allí.
Apoyo la mano en la madera, sintiendo el terrible frió que esta desprendía. Sus cejas se juntaron mientras ponía la mano en la perilla y tiraba hasta abrirla.
Jadeante en busca de aire se alejo de la puerta hasta chocar con la pared, y aferrándose a ella cayó de rodillas mientras su estomago se revolvía y las arcadas amenazaban su cuerpo. El rostro de Leila se volvió en una mueca, se limpio las lagrimas provocadas por el asco, tras la puerta estaba totalmente oscuro pero un repugnante y pútrido olor salía de allí. Asustada se quedo estática allí, de rodillas sin importarle que se estuviera manchando de su propio vomito. El miedo surcaba en su cuerpo, mientras su mente se llenaba con las preguntas que hasta el momento había tratado de ignorar.
Pálida, se puso de pie, con las rodillas machucadas y manchadas, retrocedió para tratar de abrir la ventana, pero estaba trabada. Se estremeció y contra sus instintos camino nuevamente, vacilante y cada vez más asustada, hacia la puerta que, por alguna razón, le helaba la sangre. Giro la perilla y respiro una vez más, antes del que el aire pútrido de la habitación volviera a invadir sus pulmones, y la contuvo; tiró de la pesada puerta de madera hasta abrirla por completo. A pesar que sus ojos estuvieran abiertos no podía ver más allá de sus propios pies en la intensa negrura. Avanzó apoyándose en la pared, notando como la temperatura descendía varios grados. Dio un paso inseguro sobre algo espeso y mojado.
Encontró el interruptor de la luz -rogando en silencio que aun funcionara- y aun conteniendo la respiración, lo toco. Un chillido desgarrador salió de lo profundo de su garganta al ver, con horror, lo que se escondía de la luz.
La puerta se cerró de golpe acallando cualquier sonido.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top