I. Hermanos

El sonido de los tacones inundaba la sala de aquel gran castillo, la mujer que vestía en su cuerpo delgado y largo un vestido negro.

En su rostro era claro el enojo, y susurraba algo incomprensible entre dientes.

-Mi señora, los tenemos- hablo un guardia apareciendo en el lugar.

La mujer de cuerpo delgado no lo miro, y solo hizo un ademan con sus manos para que le trajeran su encargo.

Beldam era la reina temporal de la casa Jones, pues tras un trágico accidente donde su hermana y esposo habían fallecido ella tomaría el lugar de la corona hasta que su sobrina, Coraline, fuera mayor de edad.

En el salón entraron cinco guardias, dos de ellos escoltaban a dos hombres morenos.

La mujer giro entonces, mirando a los dos hombres y sonrío maliciosamente. Había ideado todo el plan perfecto para ser el reino más grande, sin testigos y sin que pareciera que ella había sido la responsable.

Un hombre de armadura camino hasta el frente y golpeó las rodillas de ambos hombres.

-¿Qué los rojos no les enseñan modales a sus hijos? Arrodillence frente a la reina- exigió el guardia.

-Ella no es mi reina- uno de los morenos aún en el piso escupió en dirección de la reina, ganando un golpe en su mejilla.

-¡Miguel!- grito su acompañante intentando safarse del agarre del guardia para poder ir hacia su amigo.

-Así que estas son las alimañas que han estado asaltando nuestros víveres y puertos- la mujer los miro a ambos con asco -No esperaba menos de ser dos sangre asquerosa. ¡Pero es su día de suerte! Les tengo un trabajo que si prometen cumplir lo compensaré con no llevarlos a la cárcel- sonrío irónicamente mientras aplaudía.

Ambos morenos la miraron confundidos, y después se miraron entre sí esperando alguna señal de su equipo para que pudieran actuar.

-Miren, si ustedes prometen ir y matar a todos los Hamada y su descendencia yo prometo no dejarlos pudrirse entre las ratas.
Pero, si lo hacen y además sin ser atrapados prometo que les daré lo que me pidan- la mujer se miro las uñas.

Leonardo no pudo evitar sentir algo de asco al ver el aspecto de esa mujer. Si se lo preguntaban a él, le recordaba a una araña o incluso a uno de esos espíritus malignos que a veces lograba ver en los campos de guerra.

Y no era para menos, casualmente el símbolo de la casa Jones era una araña.

-¡Quiero de vuelta a mi hermana!- grito Miguel -Se la llevo junto a otros niños hace meses y desde entonces no hemos sabido nada de ella- explico.

-Uhm, veré que puedo hacer- mencionó sin ánimos -¿Es un trato, escorias?- tamborileo los dedos sobre la silla una vez que se sentó.

-¡Una cosa más, reina!- grito Leonardo -Xochitl, una chica que también fue reclutada por usted hace meses, también la queremos a ella- explico.

-¡Bien! A juzgar por sus peticiones espero que trabajen tan bien- sonrío y con un simple ademan la mujer hizo que ambos fuera sacados a rastras de la sala.

Fue entonces cuando el guardia que había golpeado a Miguel se transformó en un hombre de rizos y en ágiles golpes atacó a uno de los cuatro guardias sobrantes.

Miguel por su parte, se apresuró a deshacer las esposas que tenía en las muñeca con el fuego que sacaba de sus dedos.

Y Leonardo pedía ayuda a un "alebrije" como el solía llamarlo, para que este atacara a dos hombres más.

-Te pasaste de verga con el putazo Camilo, hasta sangré- mencionó Miguel.

-¡Lo lamento, era para más realismo!- se excusó el susodicho con una sonrisa.

Los tres chicos eran de sangre roja, asombrosamente tenían dotes de un plateado pero con una ventaja.

Una vez que los dos guardias fueron atacados por el alebrije que solo era perceptible ante los ojos de Leonardo, los tres salieron lo antes posible del castillo tratando de no armar un alboroto.

Don Andres, un hombre de la tercera edad, los esperaba afuera en una carroza de mercancía donde los tres chicos se meterieron.

-¿Y bien?- cuestionó otro chico, moreno y de bigotes muy pequeños.

-No obtuvimos ninguna información, Nando- negó Camilo.

-¡Me lleva la verga!- grito el susodicho y pateo un poco uno de los costado de la carroza.

La carroza estaba separada en dos partes, una de ellas era la zona donde venían los cuatro chicos y solo podían salir si les habrían las puertas. Pero, había una pequeña ventana corrediza que los comunicaba al conductor.

Un chico apuesto y de ojos ámbar apareció por esa ventana, con cara de pocos amigos.

-¿Qué parte de que no pueden hacer puto ruido no entendieron?- protesto.

-¡Dejen de pelear y apresurence a llegar! Tenemos algo que contarles- mencionó Leonardo con los brazos cruzados mirando como ambos chicos, mayores a él, se peleaban.

El de ojos ámbar asintió, no sin antes dedicarle una señal obscena con su dedo medio a Nando.

-¿Quieres?- cuestionó Nando para no perder ante tal señal, pero fue demasiado tarde pues Marco ya había cerrado la ventana.

[...]

Habían llegado a aquel viejo pueblo donde muy poca gente residía, era un lugar para forasteros y rebeldes en contra de los sangre plateada.

Don Andres paro la carroza justo en medio del pequeño pueblo y con ayuda de Marco abrió las puerta traseras para que los demás salieran.

La gente se acercó hasta ellos, esperando alguna buena noticia pero al juzgar sus caras todos supieron que la misión había sido en vano.

-¿De qué querían hablar, Leonardo?- susurro Marco mirando al chico y poniendo una de sus manos sobre su hombro.

Leonardo suspiro y camino hasta la casa que estaba en medio de aquel lugar, entró y miro el sitio.

Había polvo por todos lados y muchas telarañas que le daban un aspecto espantoso. Detrás de Leonardo llegaron los demás, que de igual manera hecharon un vistazo a la casa.

Doña Rosa apareció de entre las sombras entonces, sonriendo y analizando los semblantes de cada uno de ellos.

-A juzgar por sus caras pareciera que la misión fue en vano- la mujer de la tercera edad y abuela de los San Juan suspiró sentándose entonces en un viejo sillón.

-Se puede decir- mencionó Camilo sin ánimos, recargado sobre el marco de la puerta y los brazos cruzados.

-No del todo, tenemos información que tal vez nos pueda servir- mencionó Miguel entonces, con ademanes rápidos y precisos.

-Bien, los escucho- la mujer los miro atenta.

-Beldam nos dió un trabajo a cambio de información- explico Leonardo.

-Quiere que matemos a los Hamada- susurro Camilo.

Doña Rosa abrió los ojos con asombro y torció la boca, algo andaba mal.

-¿A cambio de decirnos donde están las niñas?- cuestionó Doña Rosa.

Los tres jóvenes asintieron.

-¡Eso es suicida! No pueden hacerlo- protesto Marco furioso -Los Hamada son los únicos que impiden que Beldam acabe con los de sangre roja, además de que aunque aceptaremos es casi imposible salir con vida- explicó.

-Y ni hablar de que si sobrevivimos muy probablemente nos mande a matar y de que va a servir tener información si estaremos como los Hamada- Nando apoyo la idea de Marco.

-Cierto, pero ahora sabemos lo que planea y lo podemos impedir- susurro Miguel esperando que nadie lo oyera.

Mala idea, pues todos lo miraron entonces con cara de incredulidad.

-¿Y que piensas hacer? ¿Ir con los Hamada y decirles? Si claro, seguro te acusan de loco y te encierran- Marco tomó de los hombros a su hermano y lo agitó con fuerza.

-Pero es una buena idea intentar detenerlo- Doña Rosa sonrío y camino hasta Miguel.

-¿Cómo dice abuela?- Nando se limpio los oídos entonces, esperando que fuera cerilla acumulada lo que le había distorcionado a tal comentario tan loco.

-Pueden ir e impedir que maten a los Hamada, todos ustedes están entrenados para batallas grandes además de que ustedes tiene dones superiores a los que cualquier plateado podría imaginar.
Si no lo impedidos, toda nuestra raza podría perecer- explico la mujer.

-Pero abuela, ¿nosotros contra todo un ejército?- cuestionó Leonardo con preocupación.

-No, solo será contra los mensajeros de Beldam. Solo necesitan impedir que esos hombres maten a los Hamada- la mujer tomó la mejilla de su nieto y tiro de esta levemente sin ceder ante los reclamos de Leonardo.

-Okay, si, eso es una mejor idea- sonrío Camilo.

Todos los jóvenes salieron de la casa, donde casi todo el pueblo esperaba con ansias.

-¡Bien, bien, bien. Todos a sus trabajos, no hay nada que ver aquí!- grito un chico de aspecto un poco sucio y de cuerpo gordo y grande -¿Y bien? ¿Qué haremos ahora?- cuestionó el chico hacia Marco que caminaba junto a Miguel.

-¡Nada Abel, no hay nada que hacer!- contestó con fastidiado Miguel.

La contestación hizo que todos los jóvenes y algunos pueblerinos miraran asombrados al joven.

¿Quien no conocía a los hermanos Rivera y a los San Juan en ese lugar? Eran tan famosos por sus poderes que eran como una celebridad en el pueblo y algunos cercanos. Todos conocían y adoraban a los cuatro chicos, pero cada uno tenía una esencia que lo caracterizaba.

Miguel por primera vez estaba de mal humor, un humor que ni el se aguantaba ganando así el asombro de todos. Era raro ver al jóven así, pero era entendible pues la frustración de no conseguir nada sobre su hermana lo estaba carcomiendo por dentro y cada vez que sentía más culpable por no poder conseguir algo.

Su primo se sintió ofendido por el tono en que le había contestado y obtuvo un golpe en la nuca por eso.

-¡Nada más meteme otro putazo y me vas a calentar pendejo!- grito el jóven a su primo.

Abel pareció entrar en calor y le lanzó un puñetazo a su Miguel, el cual esquivó y regreso de una manera violenta.

Marco miro entretenido la escena, hasta que Luisa, su madre, le reprochó con la mirada que hiciera algo para detenerlos.

Entonces en un simple movimiento de manos, Marco hizo que Abel entrará en un portal y cayera en otro constantemente. Miguel comenzó a reírse por esto, al igual que Marco ya que nadie podía molestar ni "madrearse" a su hermano más más él.

Luisa le pego en el hombro a Marco y este cerro uno de sus portales logrando que Abel cayera ruidosamente en el piso.

-Pero que quede claro que él empezo- se justifico el de ojos ámbar.

-¡Ya basta los tres! Entren a la casa rápido, que necesitan descansar- protesto Luisa.

Los tres morenos entraron a la casa, con pocos ánimos. Y miraron a la familia que aún tenían algo de esperanza en sus ojos.

Marco negó entonces, con arrepentimiento cargando sobre sus hombros camino hasta la mesa donde la mayoría ya estaban sentados. Miguel lo siguió entonces con una cara de pocos amigos.

-No se desesperen, todo saldrá bien- sonrío Enrique, el padre de ambos chicos.

Era claro que toda la familia estaba más que esperanzada a encontrar a Socorro y con los ánimos por los suelos. Pero nadie quería que aquellos dos niños que arriesgaban sus vidas por encontrar a su hermanita lo notarán, aunque muchas veces no lo lograban atormentandose una y otra vez sin piedad, exigiéndose más de lo que sus cuerpos resistirían.

Luisa sirvió en aquellos platos viejos un poco de sopa a todos y se sentó al final. Miguel solo jugaba con la sopa y su rostro demostraba la tristeza en la que se estaba hundiendo.

Después de unos minutos se digno a probar la sopa, para terminar en silencio. Marco hizo lo mismo y una vez que terminó se paro de la mesa, lavó su plato y salió de la casa.

-¿Tan mal les fue?- cuestionó Rosita, una joven morena atractiva y con lentes.

Abel solo asintió ante la pregunta y siguió comiendo.

Miguel estaba en su habitación, la cual compartia con Marco. Para su suerte la habitación tenía una gran ventana que le permitía salir y quedarse por horas en el techo. Esta vez no sería la excepción.

Salió por donde siempre y escalo hacia el techo, donde se quedó acostado mirando el cielo y jugando con una flama roja entre sus dedos.

Marco apareció después de un rato, y se acostó junto a él.

-Pensé que Leonardo estaba contigo- mencionó una vez que estuvo alado de Miguel.

El joven negó.

Marco creo un pequeño portal por donde pasó una chispa de Miguel y comenzó a jugar con los portales para traspasar la llama hasta que esta se apago.

Ambos rieron, era un pequeño juego que hacían cuando eran niños y apenas dominaban sus dones.

-La extraño- susurro entonces Miguel, casi de la nada.

Marco se acercó más a él y lo abrazo, recargando además su cabeza en el hombro de su hermano.

-Yo también, como no tienes idea- susurro.

[...]

Hiro gruñó cuando un rayo de luz entró por su ventana dándole justo en el rostro, tomó su almohada y se cubrió este. Pero el gusto no le duró lo suficiente pues las mucamas entraron dejando la ropa que su padre había escogido para él.

Entre bufidos y protestas el chico se levantó, aseo y vistió con ayuda de las mucamas que se negaban a dejarlo vestirse solo.

Le habían abotonado la camisa negra, ajustado el corsét rojo de ese traje al estilo victoriano, y estilizado el pantalón negro para que quedará a su medida.

Hiro se miro ante un espejo entonces, como odiaba vestir de esa manera pero su padre lo pedía. Además de que posiblemente conocería a su futura cuñada y en el peor de los casos, hasta a quien sería su futura esposa.

-Te ves exquisito- hablo un hombre desde la puerta, Hiro miro hacia la dirección.

Una armadura negra y un hombre de buen porte lo miraba con una sonrisa. Después extendió una de sus manos cuál saludo.

Hiro fue directo hasta él y acepto el saludo de igual manera, con una amena sonrisa.

-¡Me voy unos meses y resulta que tomaste hormonas de crecimiento!- bromeo el chico de armadura negra.

Hiro comenzó a reír y negó.

-También te extrañe, Kyle- susurro. Las mucamas salieron entonces del lugar dejando a ambos hermanos solos -¿Qué tal tu viaje?- Hiro se volvió a mirar en el espejo y desabotono los primero botones negros de su camisa.

-Ya sabes, agitado- Kyle suspiro y se sentó sobre la cama del pelinegro -Pero bueno, oí que te dieron un regalo asombroso. Ahora eres el chisme y la envidia de todo el pueblo- sonrío mirando a su hermano, que batallaba a capa y espada con su cabello.

Desesperado el joven bufó y se digno por atar su cabello en una piña. Después camino hacia un cojín color vino de terciopelo y con sumo cuidado lo llevó hasta Kyle.

-Es un huevo de dragón- señaló.

Kyle miró asombrado y curioso la propiedad de su hermano, luego tomó el huevo entre sus manos y lo examinó.

-No tiene ni una grieta, es impresionante- Kyle seguía examinando el huevo.

Después de un rato entrego el huevo a su hermano, quien lo coloco de nuevo en el cojín y después, sobre su mesa.

-¿Crees que puedas llevarme contigo la próxima vez?- Hiro miró suplicante a su hermano.

-Si logro convencer a nuestro padre, es posible- sonrío y se acercó hasta su hermano para volver a abotonar su camisa -Es un día de gala, preséntate como debes- sentenció y camino fuera de la habitación de su hermano.

-¡Solo lo dices porque no sufres con esta estupida ropa!- grito molesto señalando el cuello de su camisa negra, y después todo el atuendo victoriano.

Kyle aún alcanzo a escucharlo y comenzó a reír. Hiro por su parte, espero a que dieran la indicación de que se presentará en el salón, aún sentado y observando con curiosidad aquel huevo.

Kubo toco la puerta entonces, y se inclinó.

-Me piden que lo lleve al salón- explico una vez que se reincorporó.

Hiro asintió y dejo el huevo en su lugar, camino hasta Kubo y después ambos caminaron hasta el salón.

-¿Cómo te sientes?- cuestionó Kubo sin mirar a Hiro, con su brillante armadura el jóven Yamamoto se veía imponente.

A vista del Hamada, aún seguía siendo el niño que lloraba con él cuando su padre tenía alguna misión para la corona.

Hiro acomodo una de las muñecas de su camisa con elegancia y miro el gran salón imponente frente a él, muchos se inclinaron ante su presencia y murmuraban algún tipo de saludo al príncipe, este solo correspondía inclinando un poco su cabeza y sonriendo.

Kyle observo a su hermano entrar, a su lado estaba su mano derecha, Gogo, con una armadura plateada similar a la de Kubo.

-¿Ese es Hiro? Vaya, si que cambio en estos meses- sonrío hacia Kyle.

-Lo sé, no esperaba que creciera más- bromeo logrando que la chica igual riera.

Por otro lado, Daiki miraba con atención a sus tres hijos. Tadashi estaba parado en su lugar correspondiente, alado de su trono y justo alado de Tadashi estaba Wasabi, su fiel amigo y próximo consejero.

-¿Cómo te sientes?- cuestionó Wasabi mirando a Tadashi con suma curiosidad y preocupación.

-Mejor que nunca, hoy dirán como tiene que ser mi futuro- susurro sonriente.

Cualquiera vería el nerviosismo del jóven, pero Wasabi veía más allá de esa falsa sonrisa que seguramente mentiría a cualquiera, pero a él no.

Coloco una de sus manos sobre su hombro y sonrío intentando apoyar a su amigo. No era secreto para él sus sentimientos por la rubia.

Honey servía vino entre las mesas, sonriente y hablando con otras chicas que igual estaban sirviendo bebidas y alguna comida. Tadashi la observo, y no pudo evitar sentir celos por los hombres a los que servía vino.

Muchos de ellos observaban a la rubia con deseo, era atractiva a la vista de cualquiera; sumado a esto su buen humor era el combo perfecto.

Tadashi, molestó estuvo a punto caminar hacia el sitio en el que estaba Honey, pero Daiki lo tomó del brazo y negó rotundamente.

-No me hagas quedar en vergüenza- susurro entre dientes Daiki.

Tadashi lo miro con asombro, y después vio hacia la rubia que noto su mirada y se alejó del sitio donde estaba.

Hiro se acomodo a un lado de Daiki entonces, y miro con asombro a Tadashi que se notaba bastante molesto.

-¿Ocurre algo?- susurro Hiro mirando a ambos.

-No ocurre nada Hiro- Daiki protesto mirando de mala manera a Tadashi.

El mayor se cómodo molesto la camisa blanca que vestía y se acomodo de nuevo en su lugar. Las puertas del gran salón se abrieron y dejaron pasar a un hombre junto a su hija, ambos de tez morena.

-Rey Hamada- el hombre se inclinó frente al rey.

Daiki lo miro y correspondió el saludo de igual manera.

-Rey Waialiki, que agradable su llegada- anunció el hombre.

El más jóven de los Hamada observo las vestimentas del rey presente, y tenía el símbolo de una matarraya en sus ropas.

-Mi hija y heredera, Moana. Tiene el don del agua y puede crear un tsunami si ella misma se lo propone- sentenció el hombre tomando por una mano a su hija y presentándola.

-Espero que esta unión haga feliz a ambos pueblos- expresó la morena.

Tadashi se inclinó entonces y asintió. Después miro su padre que con una seña le pidió a los Waialiki tomar asiento junto a él.

Hiro suspiró entonces, sabía que estaría lleno de política y nada interesante en su noche. Miro suplicante a Kubo para ver si este lo podría salvar de tal martirio, pero el guardia negó sonriente.

Hiro hizo una mueca entonces, y espero a ser torturado con política. La noche transcurría larga y lenta ante sus ojos.

Música había de fondo y pronto habría que comenzar los bailes. Beldam estaba de invitada entre la multitud, su sobrina la acompañaba y espero el momento preciso para acercarse hasta Daiki.

Una vez el baile de los prometidos comenzó, la mujer delgada se acercó hasta el rey con una reverencia.

-¡Rey Hamada, que gusto verle de nuevo!- sonrío ella.

Daiki correspondió el saludo con una simple sonrisa.

-¿A qué se debe su presencia, Beldam?- cuestionó el hombre mirando entretenido.

-Le presento a la heredera de mi reino. Coraline, con el don de los rayos- explico extendiendo una mano hacia su sobrina.

Daiki miro asombrado a la niña de cabello azul y después a su hijo Hiro, que no prestaba atención a su platica y en su lugar bebía y comía.

-Que casualidad, los reinos más poderosos con herederos tan similares- susurro el hombre.

-A eso quería llegar mi rey, quiero hacerle una propuesta. Mi heredera Coraline con su hijo menor- la mujer enarco una ceja mientras sonreía -¿Se imagina la fuerza que podría llegar a tener esta unión? Los dos más grandes reinos con dos herederos igual de fuertes, y no hablemos de lo asombrosa que podría ser la línea que dejen.

Daiki intrigado asintió.

-Hablaremos mejor en mi salón en unos momentos- susurro el hombre.

Hiro seguía sin prestar atención a los tratos que hacía su padre y miraba entretenido el baile que compartia su hermano junto a su prometida.

Entendía la tristeza de Tadashi para ese momento, no era un secreto ni para él o para Kyle que el mayor estuviera enamorado de Honey.

No podía dejar de pensar en cómo debería ser estar en los zapatos de su hermano, el no poder elegir al ser el mayor, no poder hacer nada.

-Hiro- Daiki intento llamar su atención, logrando que el menor lo viera -Iré a cerrar un trato real con la casa Jones, necesito que mantengas todo bajo control- explico el hombre y poso una de sus manos sobre el hombro de su hijo -Al finalizar la cena, no sólo tu hermano tendrá prometida- explico provocando que Hiro comenzará a toser.

El menor abrió sus ojos con asombro y dejó de lado el vino que estaba consumiendo. Esa noticia en verdad que no la esperaba.

Si su hermano se había comprometido a los veintitrés, ¿por qué él debía de comprometerse a los diecinueve?

Cassandra miro entre la multitud como su cuñado desaparecía con Beldam, y camino hasta donde su sobrino que ahora miraba asqueado su comida.

-Creí que el pollo era tu favorito- comento cuando estuvo frente a él.

Hiro la invito a tomar asiento con una sonrisa y negó.

-Si, pero justo ahora le acabo de perder el gusto- explico mirando el pollo -Mi padre me acaba de comprometer- sentenció sin ánimos.

Cass miro algo preocupada a su sobrino y coloco una de sus manos sobre la mejilla de este, con amor maternal.

-Ese es tu destino mi cielo, para esto te preparé por años. Ahora tus preguntas tienen una respuesta- explico.

Hiro sintió el peso de las palabras sobre su estómago, y asintió sin ánimos. Cass noto el poco humor de su sobrino y se paro, tirando un poco de uno de sus brazos.

-¡Vamos a bailar Hiro!- la mujer lo ánimo.

El menor asintió aún sin ánimos, odiaba bailar pero al igual que las clases y el entrenamiento militar, había sido obligado a aprender los bailes.

Camino hasta la pista con su tía, donde bailo prestando atención a su alrededor.

Tanta gente a la que él apenas y notaba, o siquiera conocía. No pudo evitar sentirse pequeño entonces, hasta que noto a un hombre con capucha al cual solo se lograban ver sus labios, Hiro agudizó su vista para observar mejor este rasgo.

Era de piel morena, y tenía un lunar en uno de los costados de su labio inferior, justo del lado derecho.

Un grito agudo y desgarrador se escucho entonces, alarmando y creando caos en todo el salón. La música alegre cesó y el pánico dentro se hizo presente.

Hiro intento buscar entonces la razón del grito y empujó a varias personas para acercarse hasta donde la multitud se acumulaba.

Como pudo llego hasta la primer fila, y vio en el suelo a su padre, un charco de espeso líquido plateado lo rodeaba además de que también había sangre saliendo de su boca a grandes cantidades.

-¡Un doctor!- grito eufórico el jóven mientras cargaba sobre sus piernas a su padre y en el acto, bañando todas sus ropas, piernas y manos con el líquido plateado.

Tadashi y Kyle aparecieron entonces, mirando igual de desgarrados la escena. Las luces del salón se apagaron y el caos se volvió peor.

Kyle organizo a los guardias, y asigno varios a Tadashi y a Hiro mientras él buscaba a los responsables.

-¡Hiro!- grito Kubo abriéndose paso entre la multitud y llegando hasta el jóven.

Tadashi rápidamente se movilizó y comenzó a ayudar a los guardias, desobedienciendo las órdenes de Kyle.

Después se acercó hasta Hiro a quien tomó por los hombros.

-¡Hiro, escúchame bien!- grito para sacar del shock al más jóven -Tienes que salir del castillo al igual que Cass, les asignaron ya una forma de huida. Necesito que sobrevivas Hiro, si algo nos llega a pasar tú eres el siguiente en la línea y se que con tu intelecto puedes mejorar todo esto- lo miro directo a los ojos y sonrío dulcemente -No cometas el error de los reyes anteriores, ninguna se las sangres es superior a la otra, son un complemento- explico de manera fraternal.

Tadashi miro a Kubo y con soló asentir el caballero saco como pudo al menor, después lo guió hasta una de las salidas entre los túneles secretos del castillo.

Fue entonces cuando Honey apareció entre los pasillos y entrego ropas, mochilas y algunos víveres a los jóvenes.

-Los manda tu hermano, por favor chicos, escondanse- susurro la rubia y abrazo a ambos menores.

Ambos jóvenes siguieron caminando hasta el final de los túneles, donde cayeron sobre un lago.

Como pudieron llegaron hasta tierra y rápidamente cambiaron sus ropas por las que Honey les había entregado. Kubo retiró su armadura y la aventó al lago, la ropa de Hiro la quemaron en una fogata.

Hiro seguía en shock, pero reviso la mochila que Honey le había entregado. Había libros, más ropas, los lentes que a veces ocupaba y el huevo de dragón. Kubo observo la suya, teniendo igual víveres y más ropa.

No se permitieron descansar después de ver que la ropa de Hiro había sido totalmente quemada y ambos caminaron entre el pueblo.

Todos estaban alarmados por la noticia del castillo, y entre algunas televisiones que se ocupaban casi siempre para dar avisos reales explicaban el suceso de la muerte del Rey.

Fue entonces cuando todo se calmó, Hiro se preguntó que hora sería y porque después de tantos gritos y llantos, estos habían cesado.

Pronto ambos jóvenes habían llegado a un bosque donde decidieron descansar.

-No mames, estuvo intenso- hablo una voz masculina cerca de ellos, ambos pelinegros se alertaron por esto.

-¡Cállate Nando, no pudimos conseguir bien nuestro objetivo!- hablo otra voz masculina.

Ambos chicos se miraron con preocupación y decidieron acercarse solo un poco hasta donde provenían las voces.

Para sorpresa de ambos, se trataba de cinco chicos, todos de piel más morena a la suya y vestidos con ropas algo deslavadas y gastadas.

Kubo observo detenidamente a cada uno de ellos, analizando las posibles amenazas.

-Pero lo intentamos que es lo importante- sentenció uno de los chicos levantando su mano, este tenía rizos y un pantalón café junto a una sudadera amarilla y unos tennis.

-No te daré los cinco cuando se puede decir que fallamos- susurro otro chico, moreno y de ojos ámbar, que vestía un pantalón de mezclilla, botas cafés bastante sucias, una playera blanca y una sudadera azul.

-No fallamos- sentenció otro chico, vestía un pantalón verde militar y una playera gris, tennis grises y una sudadera del mismo color.

-¡Claro que si Leo, no seas positivo!- protesto uno más, vestía de un pantalón negro, botas cafés igual de sucias y gastadas que la del otro joven, una playera blanca y una sudadera roja.

-¡Bueno ya! Se hizo lo que se pudo, además, solo eramos cinco contra todo un ejército de la loca- explico el último, tenía una tela con diseños roja en su cabeza, vestía de un pantalón de mezclilla gris, una playera roja y una sudadera negra, igual de tennis.

Hiro miro asombrado a cada uno de ellos, en su vida había visto a alguien similar pero por alguna extraña razón se sintió atraído por el joven de sudadera roja.

Lo observo con más detenimiento hasta recordar algo, pero su mente aún tenía pánico y le era imposible recordarlo. Kubo le hizo señas a Hiro para que caminarán lejos de estos, pero un movimiento en falso del príncipe hizo que todos los chicos se callaran.

-¿Escucharon eso?- cuestionó Camilo a sus compañeros en un susurro.

Todos asintieron y miraron a su alrededor, poniéndose alertas. Nando coloco una de sus manos sobre la tierra y cerró sus ojos, después señaló a sus tres con un dedo.

-Están por allá- explico mientras se ponía de pie.

Leonardo asintió y camino junto a Marco hasta donde su hermano les habia dicho, y atacaron a los dos oelinegros entonces.

No contaron con el entrenamiento militar de ambos, así que terminaron de espaldas sobre el suelo. Miguel escucho el desastre y con una de sus manos incendiada fue directo hasta donde estaban su hermano y amigo, en compañía de los demás.

-¡Dejen que nos vayamos y prometo no romperle el brazo a este idiota!- sentenció Kubo, que tenía a Marco bajo sus pies en una llave.

Miguel miró a Marco y a Leonardo que estaba de igual manera bajo los pies del otro pelinegro.

-¡Atacalos, puedo resistir un brazo roto!- grito Marco a su hermano.

Pero Miguel lo pensó unos segundos más, y apago su puño, después miro a Leonardo y este entendió llamando al Alebrije en su ayuda.

Kubo y Hiro dejaron en paz a los dos chicos, pero fueron tecleados por un "espectro invisible", casa uno de los chicos comenzó a atacar a los dos pelinegros.

Pero con su entrenamiento y poderes Kubo y Hiro lograron estar a la par.

Kubo, en su desespero hizo un movimiento de manos y controlando el aire a su alrededor mando a volar a todos los chicos, siendo azotandos contra árboles.

Hiro posicionó una mano sobre la tierra y lanzó un pequeño rayo que logró electrocutar solo un poco a sus enemigos gracias a la tierra húmeda.

-¿Quienes son?- cuestionó el de parche sin piedad y aun teniendo a los 5 chicos contra los árboles.

-¡Qué te importa, imbécil!- grito Nando con dolor pero con un movimiento de dedos logró controlar algunas piedras que fueron a dar a la cara de Kubo.

-¡Bien, ya basta!- grito Hiro desesperado y sacó un rayo de sus dedos en dirección a Nando, dándole solo una pequeña descarga -¡Quienes son, quiero respuestas ahora!- sentenció y miro a los demás.

Kubo no dejo en ningún momento su ataque y espero a que alguno respondiera, pero al no tener lo que buscaba comenzó a manipular sus dedos de otra manera.

Los cinco chicos sintieron la falta de oxígeno en sus cuerpos y comenzaron a entrar en pánico.

-¡Somos rebeldes!- grito Camilo.

Hiro y Kubo se miraron asombrados, ¿cómo podía haber plateados rebeldes? Kubo deshizo su ataque y dejó que el oxígeno volviera a los cuerpos de los cinco chicos.

-¿Por qué abría rebeldes plateados?- cuestionó Hiro muy confundido.

-¡Ja! ¿Plateados?- burlo Leonardo una vez que recupero el aliento.

-Tienen poderes, solo los plateados los tienen- explico Kubo igual de confundido.

-¡En la época de la canica tal vez!- bromeo Marco listo para atacar con un portal, pero no fue tan rápido pues Hiro atravesó un rayo por el portal logrando electrocutar al chico.

-No somos plateados a diferencia de ustedes, pálidos- sentenció Miguel mirando de mala gana a ambos pelinegros -Intentanos detener el ataque de Beldam contra los Hamada pero fallamos- susurro este mirando el piso.

-¿Beldam fue la responsable del caos en el castillo?- Kubo miró a todos.

Los chicos asintieron.

-Imposible- susurro Hiro.

-¿Qué quieren ustedes? ¿Capturarnos?- Camilo se cruzo de brazos.

-Nosotros logramos escapar del castillo, somos dos guardias reales- explico Kubo.

Todos asintieron y entendieron el porque la paliza que les habían propiciado.

-Bueno, no podemos dejarlos ir ahora que saben que somos de sangre roja y tenemos poderes- anunció Nando y miro a Leonardo.

Este asintió y rápidamente ordenó al alebrije teclear a sus oponentes, dejándolos desmayados en el piso.

-¿Se los llevamos a doña Rosa?- Camilo los miro en el piso, y pateo solo un poco la pierna de cada uno para segurarse de que si estuvieran totalmente noqueados.


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