7 | Valiente pero sensible
La tormenta no amainó en todo el día.
Al principio nos refugiamos en la comisaría pero, con el paso de las horas, el investigador Seok Jin insistió en llevarnos en su coche hasta la casa de los Kim ya que, como quedaba a las afueras, el trayecto prometía ser imposible a pie bajo aquel aguacero. No contaba con que el camino se hubiera convertido en un lodazal debido al arrastre de tierra procedente de las lindes del bosque.
—Es mejor que aparques —recomendó Tae Hyung desde su asiento de copiloto—. El asfalto está lleno de gruesos baches que no vas a detectar. Podemos quedarnos atascados en alguno.
—¿Baches? —El policía meneó la cabeza a ambos lados, consternado, pero no se detuvo—. ¡Estoy yo para baches! ¡No tenía ya bastante con el cadáver del árbol como para lidiar ahora con baches! —bufó—. Ay; de verdad no doy crédito a las complicaciones de este pueblo. Todo aquí es difícil. Hasta la carretera.
—No diré lo contrario. —Tae asintió—. Yo lo odio.
—Pues en mi caso no tenía una idea formada de lo que me esperaría al venir pero, visto lo visto, creo que también lo empiezo a odiar.
Atravesamos un desnivel. Fuimos despacio pero aún así el agua marrón saltó a nuestro alrededor como si nos zambulléramos en una piscina e impregnó de barro los cristales. Seok Jin imprimió detergente al limpiaparabrisas.
—¿No eres de aquí?
Aproveché que volvía a frenar para asirme al asiento delantero y, de paso, acercarme a él. Haneum tenía comisaria propia. Si Seok Jin pertenecía a otra parte, ¿qué pintaba allí?
—Soy de la capital. —La respuesta confirmó mi sospecha—. He venido por los homicidios.
Las ruedas derraparon al pasar por otro bache. El investigador corrigió el rumbo. Zigzagueamos. Tae Hyung se agarró al asiento. Jung Kook, a mi lado, silbó, presa de la impresión. Yo, sin embargo, me mantuve en el sitio.
—¿Por qué? —proseguí y, antes de que respondiera, añadí—: ¿Te asignaron el caso desde la sede central?
—¡Qué va! —Saltamos otro escollo—. Fui yo el que lo pedí.
Vaya; eso sí que era raro. Mucho.
—Suena muy honorable por tu parte —opté por una respuesta comedida—. No suele haber muchos investigadores dispuestos a trasladarse a una comisaría que queda tan lejos de su competencia.
—Ya, bueno, yo tampoco creía que existirían periodistas aficionados a dar paseos matutinos por zonas de alta criminalidad solo por gusto y, sin embargo, te he conocido a ti.
De acuerdo; fin de la conversación. Me había visto venir y no pensaba contarme nada. Me tocaría descubrirlo por mi cuenta, como todo lo demás. Retrocedí para acomodarme mejor en mi asiento. Fuera del auto el fin de mundo parecía querer engullirnos a través de la furia del cielo.
"Hoy he visto dos veces a Yoon Gi pero, a pesar de mis esfuerzos, no he podido hablar bien con él" tecleé en las notas del móvil. "Lo único que he logrado ha sido obtener algo de información relacionada", continué. "Al margen de que los habitantes de Haneum supliquen por su perdón, parece que un grupo de aldeanos organiza ofrendas en las que prometen devolverle lo perdido a cambio de preservar la vida". Me detuve al sentir un nuevo bache. "Esto no me cuadra. Según la leyenda, lo que Yoon Gi perdió fue a su amor y eso no se puede devolver".
Repasé el texto antes de levantar la cabeza, echar una mirada a mis compañeros, que se habían quedado en silencio, y continuar.
"En cuanto a los crímenes, después de lo del bosque, necesito averiguar si los demás..."
La letra s se me repitió cuatro veces al sentir el escollo y la posterior embestida del motor, que no logró mover el vehículo ni un milímetro hacia adelante. Rayos. Dejé de escribir. Las dos ruedas traseras se habían sumido en un enorme agujero.
—Me parece que hasta aquí llegamos. —Jung Kook se acomodó la ropa y se cubrió la cabeza con la capucha de la sudadera—. Es hora de darse una ducha épica.
—No quiero decir que te lo dije pero te lo dije. —Tae Hyung centró su mirada en Seok Jin, que seguía con el pie puesto en el acelerador—. Si no eres de aquí, ¿qué mínimo que escuchar a alguien que sí lo sea y que sepa cómo funciona esto?
—Disculpa por tratar de ser amable y llevarte a casa. —El aludido cejó en su intento de revolucionar el coche, dio un golpe al volante y abrió el portón—. ¡Ah, mierda! ¡Joder! ¡Si ya me lo decía mi madre! ¡Sé menos amable, Jin! —Salió—. ¿Por qué no la escucho? ¡Oh, ah, uh! ¡Qué pulmonía me voy a pillar! ¡Me reafirmo en que odio este pueblo!
—Vamos a ayudarle —murmuró Jung Kook, con la manivela de su puerta ya en la mano—. Pobrecillo; se ha estresado mucho pero si empujamos todos seguro que sacamos el coche rápido.
—No, no, no. —A Tae le faltó tiempo para mover la cabeza—. Yo de aquí no me muevo. —Se cruzó de brazos—. Está oscuro.
—¿Y qué? —intervine.
—Que el demonio puede venir a por nosotros.
Hubiera amado rebatirle. Sin embargo, ya no podía. No después de lo que me había ocurrido. Comprendía su miedo.
—Yo sí voy —fue lo único que se me ocurrió esgrimir—. Entiendo tu punto pero quedarnos varados en medio del lodo no es una alternativa.
La boca se le abrió hasta el suelo.
—¿Cómo que vas a salir? —Se giró justo cuando abría y ponía los pies en aquel lodazal—. ¡Pero tu estás loco por seguir al otro loco que tienes por amigo!
Salí.
—¡No, espera, Jimin! —insistió—. ¡No lo hagas!
No le hice caso. Tampoco pude responderle. El sonido de los truenos que acompañaban la densa cortina líquida fue abrumador y lo eclipsó todo. Quizás por eso me resultó tan aterrador escuchar aquel sollozo que se me coló por los tímpanos mientras tomaba posición en la parte trasera del coche con la intención de empujarlo a la señal de Seok Jin.
Me volví. No vi nada. El murmullo se repitió. Oteé a ambos lados, inquieto.
—¿Qué te pasa? —Jung Kook se colocó a mi lado—. ¿Te sientes mal o algo?
—No, es...
Lo oí de nuevo, esta vez más nitido. Era un gemido agudo.
—¿Jimin? —Mi gesto debió de tornarse pálido porque mi amigo se alarmó—. Ey, se te ve mal. Deberías volver al coche.
—Tu. —El siseo lo invadió todo a mi alrededor—. Tu.
El pálpito me desasosegó. Me tensé como un acordeón. La lluvia se sintió cristal punzante sobre la piel. Las pisadas a mi espalda me helaron la sangre. ¿Yoon Gi? No, no parecía él. ¿O sí? ¡Yoon Gi! ¡Ay, Dios! Empecé a marearme. El mundo se tornó borroso.
—Respira despacio, ¿de acuerdo? —Tae Hyung apareció frente a mí y me sostuvo antes de que me desplomara al suelo presa de la hiperventilación—. Yo te sujeto.
Obedecí. Jung Kook se apresuró a asirme por el otro lado y, entre ambos, me ayudaron a sentarme en la zona delantera del auto.
—¿Qué le pasa? —La voz de Seok Jin me llegó en medio del aturdimiento—. ¿Se encuentra bien?
—Me parece que se ha mareado. —Tae Hyung me rozó la mejilla. Su tacto frío por el agua me hizo espabilar ligeramente—. Vale, Jimin, no te preocupes. Aunque no me haga ninguna gracia yo ayudaré a Jung Kook a mover este trasto. Tu descansa.
Asentí, despacio. Me daba cuenta de que había cambiado de registro al notarme mal y eso era, sin duda, meritorio pero no alcancé a darle las gracias. Tras él la silueta oscura de Yoon Gi, con el gesto más pétreo que le había detectado hasta el momento, nos observó con la rabia contenida en los ojos y me silenció.
Nadie más le vio. Ni Jung Kook, que pasó a su lado para ofrecerme una botella de agua, ni Tae Hyung al retirarse para ocuparse del coche, ni Seok Jin al colocarse delante y dar las instrucciones necesarias. Nadie. Solo yo.
—Tu forma de mirarme es inquietante —me atreví a hablarle, aún mareado, en un murmullo—. Si no me hubieras salvado ayer estaría seguro de que pretendes asesinarme.
No respondió.
—Tu silencio tampoco ayuda —añadí.
Se arrodilló hasta quedar frente al portón. Me incorporé a duras penas en el asiento. Sus ojos negros se alinearon con los míos mas esta vez no experimenté miedo. Fue al contrario; la ansiedad desapareció y, por fin, me relajé.
—Tan valiente pero al mismo tiempo tan sensible. —Depositó sobre mis rodillas un par de pequeñas florecillas blancas—. Si las metes en agua caliente y después bebes el líquido sentirás gran alivio en el alma.
—Yo... —titubeé al cogerlas—. Gracias... Yoon Gi...
—Hacía mucho que no escuchaba esa palabra —murmuró—. Tampoco nadie me llama así.
—Pero es tu nombre, ¿no? —Me arrastré a fin de acercarme más—. Yoon Gi, ¿cierto?
—Lo es. —El gesto se le suavizó—. Jimin.
—Por fin me hablas bien. —Sonreí—. Es un alivio.
—No puedo decir lo mismo.
—¿Por qué?
—Porque sigues en Haneum.
—Yo... —La intensidad de sus pupilas me obligó a desviar las mías hacia las flores—. No sé muy bien qué responder a eso. —Jugueteé con el tallo—. No quiero marcharme sin entender algunas cosas como, por ejemplo, por qué todos dicen que eres un demonio si no es verdad.
—Ahí te equivocas —me corrigió—. Demonio es una acepción que se queda muy corta para definirme. Desconoces lo que puedo llegar a hacer.
—Pero me salvaste.
—Una rara excepción guiada por mi curiosidad que, por si albergas dudas, te advierto termina hoy.
En ese momento el auto se echó hacia delante. No me quedó más remedio que reacomodarme mejor. Yoon Gi se incorporó y retrocedió. Sentí un bote fuerte y a Seok Jin en el asiento del conductor arrancar el motor. Me escondí las flores en la manga. La capucha oscura desapareció entre la lluvia y, con ello, una sensación extraña se me instauró en el pecho. Se parecía a la nostalgia aunque, por descontando, no podía serlo, claro.
—Te ves mejor. —El comentario de Tae Hyung, ya desde el asiento de atrás, me devolvió a la realidad—. Haz el favor de no darme ese tipo de sustos.
—Lo siento —me disculpé—. Creo que el estrés me ha pasado un poco de factura aunque sí, por suerte, me estoy recuperando.
Y aún me recuperé más. Al margen de que nada más llegar a nuestro destino la señora Kim me obligó a darme un baño, a meterme en la cama y a beberme uno de sus tés, aproveché y le añadí la flor a la taza. El alivio en el cuerpo fue instantáneo y eso que solo le eché una. La otra me la quedé, la coloqué en la mesita de noche y me dediqué a observarla.
Qué curioso.
Hacía algunos meses un tipo me había dejado unas flores en la taquilla del trabajo muy parecidas junto a una misiva en donde expresaba lo mucho que me amaba. No dijo quién era ni tampoco encontré datos para ubicarle de modo que no averigüé más y, con paso de los días, el suceso quedó en una anécdota. Una que ahora me venía a la cabeza debido a Yoon Gi.
—¿Estás despierto?
El golpe de Tae en la puerta me resultó inconfundible.
—Me iba a dormir —contesté sin moverme.
—Ah, genial, procura descansar. Solo venía a decirte que he organizado el regreso a Seúl para mañana.
¿Cómo? ¡Rayos! ¡Cierto! Quería que nos fuéramos pero, ¿y mis respuestas sin resolver? ¡Había perdido muchísimo tiempo! ¡Tenía que ponerme a ello ya mismo!
"Kookie". Eché mano del chat del teléfono. "Necesito tu ayuda".
"A la oden, colega" respondió al segundo. "¿A quién hay que embaucar?"
Ahogué una carcajada. Él y su estilo inimitable siempre me hacían reír.
"A Tae Hyung" contesté. "Quiero salir a la calle sin que se entere".
"Vas a investigar lo de esta mañana" dedujo y, antes de que me diera pie a escribir algo, continuó. "Me parece guay pero creo que debería ir contigo. Somos un equipo de dos y, además, Haneum da mal rollo".
"Solo voy a comprobar algo" me excusé. "Pero te mantendré al tanto".
"Okey, jefe, pero que sepas que no me agrada tu exclusión".
Tres minutos después ya estaba en el pasillo sacando de quicio a su objetivo y, tras un rato de intercambios, el eco de la discusión se alejó de mi habitación hasta extinguirse.
Abandoné el dormitorio con un chubasquero puesto, el móvil preparado en modo linterna y las llaves de la comisaría en el bolsillo de la cremallera. Revisé las ventanas de las habitaciones que me salieron al paso. Todas estaban clavadas. Intenté bajar las escaleras. La voz de la señora Kim parloteando de fondo me lo impidió.
—Me temo que los jóvenes se encuentran descansado —dijo—. Mañana regresan temprano a la ciudad.
—¡Oh, vaya! ¡Qué lástima! —contestó una voz femenina—. Me hubiera gustado enseñarles el museo. Si hubiera sabido que Tae traería a sus amigos les hubiera preparado una celebración por todo lo alto.
—Lo sé, señora Sun. Es una pena que no haya surgido.
—En otra ocasión supongo podremos conocerles.
Regresé a mi habitación. Corrí las cortinas. Tiré del agarre del cristal. Solo logré moverlo un poco. Fui al baño. Rebusqué en el mueble algún instrumento que pudiera ayudarme a arrancar la fijación de la madera. Nada. Abrí la maleta. Tampoco. Regresé al cristal. Lo zarandeé. Se movió más. Repetí la operación. Un gancho se aflojó. Proseguí tirando. La voz de la señora Kim se escuchó junto a mi puerta.
—Jimin, tesoro, tengo que entrar a prender el quemador de hierbas.
Mierda.
—¡Oh, no se apure, ya lo he hecho yo! —Tiré, tiré y tiré aún más, cada vez con más fuerza—. Huele tan bien que decidí encenderlo por mi cuenta.
—En tal caso solo me queda desearte un descanso apacible.
—Igualmente, señora Kim.
Abrí un pequeño espacio. Me quedé quieto, centrado en contar los pasos de la abuela, antes de animarme a subir la persiana. Un atardecer algo lluvioso, limpio y vacío de sonido alguno me saludó. Analicé la distancia hasta el suelo. Había cierta altura pero creía poder con ella así que me coloqué en el alféizar y me ayudé de la rama del árbol que quedaba junto al cristal para colgarme del cemento.
Uno. Dos. Tres.
Salté.
N/A: me tardé y me quedó más largo de lo que últimamente suelo publicar pero, la verdad, no encontraba manera de hacer una narración breve que abarcara la descripción de tantos elementos y que captara la personalidad de los diferentes personajes. Ahora solo me queda rezar porque se lea bien jajaja
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