5 | Recuerdos de la noche oscura
Quise patalear pero el terror me dejó como un muñeco a su completa merced. Pensé en chillar mas no me salió la voz. En golpearle con los codos pese a que no era capaz porque su presencia se me hacía demasiado imponente.
—Te dije que te fueras. —Su aliento caliente se me pegó a las mejillas—. En ningún momento mencioné que lo hicieras gritando.
—Aux...
—¿Auxilio? —siseó—. ¿Y quién crees que podría ayudarte ahora mismo, Park Jimin de Seúl?
Un par de lágrimas se me escaparon y resbalaron hasta el dorso de la mano con la que me tapaba la boca. La apartó.
—De... Verdad... —Mis labios se movieron con torpeza en medio del sollozo—. Lamento muchísimo haberte visto... Lo siento...
Ladeó la cabeza. Aquellas pupilas oscuras como la misma noche me engulleron durante unos segundos. Parecía meditar sobre lo que hacer conmigo.
—Esto... —balbuceé—. Yo no...
—Sí, ya, la parte en la que eres un pobre niñito inocente aquejado por una extraña mala suerte la he entendido —murmuró—. La cuestión que me inquieta es por qué has entrado en el bosque.
—No... Sé... —Ay; no. Me daba cuenta de que no tenía nada sólido con lo que contestarle—. No entiendo cómo ha pasado.
No se movió. Tampoco cejó en su actitud intimidatoria. Cogí todo el aire que pude. Era momento de sacudirme el pánico, ¿verdad? Sí, por difícil que me resultara, tocaba ser valiente.
—Pero, ya que has sido tan amable de permitirme marchar, prometo hacerlo sin emitir sonido alguno.
La verdad, no sabía si aludir a lo que él mismo había dicho me serviría pero el caso fue que funcionó pues apartó el brazo con el que me cercaba, despacio, y después retrocedió.
El entorno se silenció. Los cuervos, que hasta ese momento habían mantenido un revoloteo incesante, se fundieron con las copas de los árboles. La quietud lo invadió todo. Mas, sin embargo, lejos de tranquilizarme, como debería de haber hecho, lo que hice fue salir despedido en la dirección que intuí que podría llevarme de regreso al pueblo.
Me aguanté el punzante dolor en el tobillo. Reprimí los lamentos de pánico. Me obligué a mantener la vista al frente, sin atender a los inquietantes sonidos de la maleza circundante. Ignoré la falta de aire al correr de esa forma. Y así me mantuve hasta que llegué a la rampa de tierra que separaba la vegetación de la zona urbanizada.
—Ayuda... —No pude reprimir la necesidad de suplicar mientras mis pies descalzos ascendían, a duras penas, por entre los guijarros—. Alguien...
Toqué con las manos el camino de piedra. Tiré de mí. El cuerpo me pesaba una tonelada. Di un traspiés. Resbalé hacia abajo. ¡Oh, no! Me incorporé. Repetí la operación. Esta vez logré subir y terminé de rodillas en medio de la calle desierta.
—Por favor... —imploré al vacío—. Necesito que...
La silueta delgada de una persona, al fondo, en la zona de las casas, me interrumpió. Había alguien. ¡Ay, Dios! ¡Alguien!
—¡Auxilio! —me dirigí a ella, con todas la fuerzas que me quedaban—. ¡Ayúdame, te lo suplico! ¡Un tipo extraño me está persiguiendo!
Estaba lejos. Desde mi posición no podía distinguir más allá de sus pantalones de tela blancos pero, para mi suerte, me escuchó y se volvió. El alivio me invadió.
—¡Eo! —Levanté los brazos—. ¡Aquí! ¡Estoy aquí!
Me devolvió un gesto tranquilizador. Venía. Uf; menos mal.
Y entonces ocurrió.
La luz cegadora a mi espalda. Los estridentes pitidos de un claxon que me hicieron girarme. La estructura metálica de un vehículo enorme que salió de la curva, precisamente en la zona donde Tae Hyung había dicho que era necesario ir a pie, justo frente a mi cara.
—¡Maldición! —Alcancé a escuchar la voz del conductor—. ¡No puedo frenar! ¡No puedo, chico!
Lo que pasó a continuación quedó dentro de una especie de nebulosa. No supe qué ocurrió con el vehículo ni tampoco conmigo. Lo único que podía evocar era el graznido de las aves y la sensación de flotar bajo un fuerte agarre.
—Parece que Park Jimin de Seúl no escucha. —El susurro del demonio me acarició el oído—. El silencio es fundamental en la tierra de Haneum.
De ahí mi mente saltaba directamente a la mañana, cuando había despertado en la cama sin un solo rasguño más allá del roce en el pie. Después había visto a la señora Kim, me había tomado el té y me había vuelto a meter en el bosque, esta vez de forma consciente.
Y allí estaba, huyendo del mismo modo.
¿Qué sentido tenía? Ninguno. ¿Por qué seguía con el miedo metido en el cuerpo si recordaba los sucesos de la noche anterior? No era lógico. Y, ¿cómo iba a resolver el mar de dudas que me revolvía la cabeza si me comportaba de esa forma? No, definitivamente así no iría a ninguna parte.
Me detuve, sin aire pero con la mente más serena.
Frente a mí se abría una explanada abierta por la que se colaba un raudal de luz que iluminaba de forma casi mágica el entorno. Levanté la vista. Unos cuantos cuervos me habían seguido. ¿Se trataba de él? Saqué el teléfono y los fotografié.
—¡Oye, Yoon Gi! —le hablé con normalidad—. Quizás en tu época esto de espiar a otros fuera normal. Sin embargo, ahora se considera un delito propio de un depravado o de alguien con un trastorno mental bastante grave, ¿sabes?
Nada. Ninguna respuesta. Vale; cambio de estrategia.
—He venido porque he estando dándole vueltas al por qué pude verte —continué—. La señora Kim, que es la dueña de la casa en donde me alojo, dice que posees una gran fuerza espiritual.
Revisé uno a uno los matorrales, en busca de su silueta. No la encontré.
—Quizás estoy equivocado pero es posible que yo también la tenga. —Avancé unos pasos—. Cuando era pequeño, las monjas que solían ir al orfanato en el que me crié me llevaron con un sacerdote para que limpiara mi alma.
Seguí caminando. Una rama gruesa me taponó el paso. La esquivé metiéndome por debajo. Dejé atrás el claro. La inmensidad de los árboles me rodeó de nuevo.
—Hasta ahora nunca le había dado importancia —proseguí el relato—. Siempre había pensado que se trataba de manías supersticiosas pero ya no estoy tan seguro. ¿Qué piensas tu?
Un par de cuervos revolotearon a mi alrededor. Me detuve.
—Pienso que eres muy osado y también bastante inconsciente, Park Jimin de Seúl.
El corazón me dio un salto. ¡Por fin! Ahí estaba. La imagen de Yoon Gi se recortaba en la penumbra de la maleza, a una distancia prudencial, con la capucha oscura cubriendo su rostro.
—Te advertí que este no era lugar para ti y, sin embargo, aquí estás otra vez.
—Me salvaste, ¿cierto? —La pregunta me salió sola—. Del camión —añadí—. Y después me curaste las heridas. —Me aproximé, despacio—. ¿Por qué? ¿Por qué me ayudaste?
—Vete.
—No puedo —rebatí—. Como verás, todo esto es demasiado impactante como para que lo ignore.
—Márchate.
—Después de que hablemos.
Un violento viento se levantó de repente, y arrastró consigo hojas, arenisca e incluso algunas ramas y piedras del suelo. Sentí que me tambaleaba. Bajé la vista a la tierra bajo mis pies. Temblaba como si de un terremoto se tratara.
Pero qué...
—¡He dicho que te vayas!
Una fuerza tiró de mí y me hizo caer al suelo. Los cuervos, que habían pasado de ser dos a cientos, se lanzaron sobre mí. Me cubrí la cara con los brazos. Los picotazos me obligaron a arrastrarme hacia atrás, a ciegas, hasta que choqué contra una piedra. Solo entonces el entorno volvió a la normalidad y las aves desaparecieron.
—Qué difícil es tratar contigo. —Me sorprendió mi propio arrojo al incorporarme e insistir—. Pero, ¿sabes algo? Soy periodista. No voy a parar hasta entender lo que me ocurre.
Le hubiera dicho más cosas pero la impresión ante la escena con la que me topé al darme la vuelta, en busca de algún sendero por el que circular, me dejó en blanco y temblando de pies a cabeza.
En el tronco de uno de los árboles habían crucificado a un hombre. Estaba clavado por las palmas de las manos a la corteza, su rostro lucía caído, mirando al suelo, y un profundo tajo le abría por la mitad el pecho, dejando al descubierto un hueco negro rodeado por restos de la camisa ensangrentada hecha jirones.
Ahogué un grito.
Dios mío.
Le habían arrancado el corazón.
N/A: Dicen por ahí que más vale tarde que nunca. 😣🤧 Ay. La verdad es que lamento mucho haber tardado tanto en revisar y reactivar esta historia.
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