4 | Fuerza espiritual
Di un bote, con el corazón a mil por hora y un sudor frío recorriéndome por el cuerpo.
No.
No estaba preparado para morir.
Aún no.
Aún...
El tacto de la sábanas en las piernas me cortó el hilo del pensamiento. Parpadeé, aturdido. ¿Estaba en la cama? Traté de acompasar la respiración y de analizar el entorno. Sí, lo estaba.
No había ningún bosque, ni árboles, musgo, hojarasca ni, por supuesto, cuervos que me persiguieran. Seguía en la habitación de la casa de la señora Kim, con la luz de la mesilla prendida y bajo un silencio de lo más sepulcral. ¿Qué hora sería? Mis ojos terminaron en el cuadro que contenía aquel rezo inquietante.
"¿Cómo pudiste verme?"
Me estremecí. Aún sentía la mirada penetrante de aquel chico a pocos centímetros de la mía. Una mirada gélida, curiosa y atrayente. Muy atrayente.
Qué disparate, ¿no?
Era, sin duda, la guinda del pastel de mi alocada auto sugestión: sufrir pesadillas vívidas en torno a la leyenda y encima obnubilarme ante un demonio que había creado mi imaginación. Ya me veía en el psiquiatra. ¿Cuánto cobrarían por una consulta?
Puse los pies en el suelo. El frío de los azulejos me hizo estornudar. Vaya; también tendría que pedirle cita al médico para tratar el catarro que seguro me iba a pillar. En fin.
Busqué las zapatillas. Las había dejado junto a la mesilla pero por alguna extraña razón no estaban ahí. Me asomé por debajo de la cama. Detecté una. La tomé. Fue entonces cuando lo vi. El corte en el tobillo que me había torcido al meter el pie en el hoyo mientras huía.
No. Imposible.
Lo rocé. Lo habían sellado con una especie de ungüento. Me llevé el dedo a la nariz. Olía a plantas y... Y...
¡Cielos! ¡Madre mía!
Me faltó tiempo para vestirme con lo primero que pillé y volar escaleras abajo, con el móvil en la mano y una ansiedad estratosférica en el pecho.
Había ocurrido.
Ese encapuchado existía.
La leyenda era real.
¡Era real!
"Haneum no es lugar para Park Jimin de Seúl".
¿Por qué? Por supuesto que ese pueblo no el lugar idóneo para nadie pero, ¿por qué me había advertido? ¿Y por qué no me había matado? ¿No se suponía que eso era lo que hacía cuando alguien tenía la mala suerte de cruzarse con él?
"Eso es lo curioso del asunto, que yo tampoco me quería presentar ante ti".
¿Cómo había ocurrido si no quería que le viera y yo tampoco había hecho nada para provocarlo?
"Vete".
No. De ninguna manera. Tenía mil preguntas y cero respuestas y, por desgracia para mí, estaba en mi naturaleza buscarle explicaciones a todo. Desde que tenía uso de razón había sido así. No por nada había estudiado periodismo.
—Vaya.
Frené mi carrera al detectar a la señora Kim con la puerta de la calle abierta, comprobando los cerrojos.
—Esto es raro —murmuró extrañada, para sí misma—. Siempre los encajo bien. Menos mal que tengo los quemadores.
Tragué saliva. Los había quitado yo. No lo recordaba pero, por fuerza, había tenido que hacerlo. Me metí las manos en los bolsillos, inquieto.
—Buenos días. —Me le acerqué—. ¿No es un poco temprano para que esté levantada? Es usted muy madrugadora.
—¡Ah, hola, Jimin! —Sus ojos se apartaron de la puerta—. Fíjate, lo mismo podía decir yo de ti.
Cierto.
—He bajado porque me he agobiado un poco en la habitación —reconocí—. No estoy acostumbrado a tener las ventanas cerradas de forma tan extrema.
—¡Caramba; casi lo olvido! —Ella, rauda como el relámpago de una tormenta, ignoró mi comentario, cerró y a continuación se dirigió a buen paso hacia el salón—. ¡He hecho un té de plantas naturales que es estupendo para el espíritu! ¡Ven! ¡Tienes que probarlo!
A decir verdad, en mi estado, con los nervios aún en el estómago y el corazón en la garganta, no tenía ningunas ganas de infusiones y menos aún si involucraban creencias espiritistas. Pero, como no podía negarme sin parecer grosero, la seguí y terminé sentado en la mesa ante unos tazones decorados a mano y una tetera achatada no menos espectacular.
—Parecen piezas de museo —observé.
—Pertenecían a mi abuela. —La anciana sirvió en el cuenco un líquido humeante de color rosado—. Mi familia tenía una posición privilegiada en el pueblo que acabó cuando mi madre decidió deshacerse de la mayor parte de las riquezas e inmuebles. Decía que arrastraban la maldición del demonio.
La mención me hizo levantar la vista de la bebida.
—Oiga, a propósito de eso... —Uf; a ver cómo se lo exponía sin contar nada—. Ese demonio... Tae Hyung me dijo ayer que es un ser humano.
—Más bien lo era.
Ajá.
—¿Cómo se llamaba? —seguí—. No recuerdo ese dato.
—Yoon Gi. —La mujer recargó los codos en la mesa con expresión pensativa—. Su nombre era Min Yoon Gi.
—¿Y sabe a lo que se dedicaba? Es decir, es alucinante que fuera capaz de invocar a los protectores del bosque.
—La conexión entre la magia y la naturaleza es fuerte cuando hay sangre y sentimientos de por medio y la leyenda narra que el joven poseía una gran fuerza espiritual. —Se inclinó sobre mí—. ¿Puedo saber a qué se debe tanto interés?
—Ah, no, no es nada —me apresuré a quitarle importancia, claro—. Simple curiosidad.
—La curiosidad es mala compañera en Haneum.
Me removí en el asiento. Lo suponía.
—Jovencito, ya que estás aquí con mi osito y tu amigo, aprovecha y tómate unas vacaciones —prosiguió—. Visita el pueblo, admira los paisajes y olvida el asunto del demonio, ¿sí?
—Sí —mentí—. Lo haré, descuide.
—Eso espero, tesoro.
Sorbí el té. La mirada de la mujer se mantuvo fija en mí. Uf; qué incomodidad. Desvié la vista y eché mano del móvil, con la intención de cortar la sensación.
"El demonio de Haneum era un humano llamado Yoon Gi" tecleé. "De momento solo sé que sus padres eran chamanes que viajaban de pueblo en pueblo, con lo cual deduzco que debía ser médium o curandero".
El ungüento del tobillo me vino a la cabeza. Me la había puesto él. Pero, ¿cómo? No recordaba nada. Y, de nuevo, ¿por qué?
—Voy a salir —decidí—. Como es temprano, voy a aprovechar para disfrutar de un buen paseo matutino antes de que suba el sol.
—Estupendo. —La señora Kim relajó el rostro—. Disfruta.
Apenas eran las ocho cuando abandoné la vivienda. No sabía muy bien qué rumbo tomar de modo que simplemente eché a andar por el sendero de piedra y gravilla que ejercía de camino por entre las casas. Todo seguía desierto. Parecía una aldea abandonada envuelta en un viento fresco y silencioso solo roto por mis propios pies al pisar la arenisca del suelo.
Me detuve ante un desnivel que permitía desviarse al bosque. Tenía la extraña sensación de haber estado ahí y, cuando me quise dar cuenta, me había dejado llevar y me había metido entre la frondosidad de la maleza. Avancé por entre las ramas. Algo se movió a mi derecha.
—¿Hola? —Me atreví a levantar la voz—. ¿Eres tu?
El graznido de un cuervo fue lo que recibí por respuesta. Ahí estaba.
—¿Yoon Gi?
Seguí la dirección del sonido. Sabía que estaba haciendo una locura y que lo sensato era dar la vuelta y regresar al pueblo pero mi maldita curiosidad podía más que mi seguridad personal y que cualquier otra cosa. ¿Era valiente? ¿Acaso un tonto? ¿Una mezcla de ambas cosas?
—Soy yo otra vez, Jimin.
Algo se agitó por mi izquierda. Di un salto pero entonces un conejo salió y se me atravesó corriendo. Ay; madre mía. Otro vaivén por el lado contrario, esta vez mucho más violento y acompañado de un gruñido o algo similar me hizo arrepentirme de haber llegado hasta allí.
Me di la vuelta. Eché a correr. Lo hice con todas mis fuerzas, sin respiración y con el miedo otra vez metido en el cuerpo. Lo hice de la misma forma que la noche anterior. Y por fin lo recordé todo.
Me visualicé levantándome del suelo bajo la atenta mirada de Yoon Gi para tratar de huir, cojeando y a gritos. Evoqué a la bandada de cuervos que me rodearon y me impidieron escapar. Mi espalda al chocar contra un árbol. Y su mano, mucho más cálida lo que habría esperado en un demonio, taparme la boca mientras apoyaba la otra en el tronco, inmovilizándome.
—No armes un escándalo. —Su susurro, firme, me puso a temblar—. No sabes cómo detesto los escándalos.
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