Capítulo 20
Alguien dijo una vez que no debemos tener miedo a la muerte porque, a fin de cuentas, forma parte de la vida y debemos amarla en vez de temerle. Para mucho fue la frase propia de un héroe, para mí, la de un egoísta que sólo pretende embellecer con mentira aquello que no tiene solución. Bajo ese lema se enmascara el dolor, la soledad, la impotencia, la culpabilidad y la agonía que traen consigo la pérdida de alguien a quien quieres. Hay cosas que, una vez se rompen, no pueden volver a ser reparadas por mucho que pongamos de nuestra parte, como un corazón roto o un sueño olvidado en la inmensidad del pasado. La muerte es nuestro fin común y, aún así, no soy capaz de verla como a una vieja conocida, sino como a una cruel enemiga.
La muerte se llevó consigo a lo mejor que había ocurrido en mi vida en mucho tiempo, como quien le priva un caramelo a un niño, haciendo oídos sordos al dolor que desataría con su decisión egoísta, ignorando el hecho de dejar atrás un corazón roto en cientos de pezados, irreparable. Jamás podría recibirla como a una vieja amiga. Quizás alguien pueda perdonarle sus actos egoístas pero, en cuanto a mí, he de decir que jamás podré perdonarla, ni aunque viviera una eternidad.
Abro la puerta trasera derecha de mi vehículo y me inclino ligeramente hacia adelante para encontrarme con el pequeño que duerme plácidamente en una sillita. Con ayuda de mis manos le quito el pequeño cinturón de seguridad que le mantiene sujeto y lo acojo entre mis brazos con cuidado, sintiendo su fragilidad más viva que nunca, temeroso de dar un paso en falso. Acuno a Ayden en mi brazos y acaricio con mi dedo índice su mejilla, ganándome una sonrisa a cambio. Todo vale la pena con tal de verle sonreír. Cualquier sacrificio lo valdrá todo con tal de arrebatarle una sonrisa en más de una ocasión.
-He hecho en mi vida muchas cosas mal pero tú eres la excepción- acaricio su pequeña manita y el pequeño encierra mi dedo índice en ella y entreabre los ojos, dejando al descubierto su iris verde, el mismo que compartía con su madre. Me sorprende lo mucho que se parece a ella. Es mirarle y encontrarme cara a cara con Liz. O quizás sea un efecto secundario de cuánto le echo de menos-. Prometo hacer bien las cosas contigo. Intentaré darte lo mejor del mundo, aunque tenga que luchar contra viento y marea, siempre voy a tener una sonrisa para ti, aunque tenga que guardarme el dolor que siento y hacer un esfuerzo enorme todas las mañanas.
Deposito un beso casto sobre su frente, cerrando los ojos momentáneamente para sentir cómo mis sentimientos se magnifican, y cuando vuelvo a descubrirlos al mundo me percato de que entre los árboles acaba de hacer uso de presencia un chico con camisa negra desabotonada por la parte superior y unos vaqueros negros. Sus ojos se iluminan al ver al pequeño que sostengo entre mis brazos y sus ansias por reencontrarse con Ayden son tan grandes que le llevan a salvar la distancia que nos separa con un par de zancadas.
-La siguiente toma es a las cuatro- anuncio, haciéndole entrega del bebé con cuidado-. Suele tener problemas para quedarse dormido, podrías probar a contarle un cuento.
-Tengo un arsenal de cuentos en los estantes de su dormitorio- informa, mirando al bebé como si fuera un pequeño milagro-. Le he puesto el atrapasueños que le regalaste a Liz en la cuna para ahuyentar sus pesadillas y, en parte, para hacerle sentir que ella siempre estará a su lado.
Elevo mis comisuras al oírle decir eso y no puedo evitar sentir cierta nostalgia ante el recuerdo que se recrea en mi mente referente a ese momento concreto del pasado. Daría lo que fuera por volver un tiempo atrás para poder disfrutar de la compañía de Elizabeth el mayor tiempo posible antes de que se marchase para siempre.
-Vendré a recogerle luego- recuerdo a modo de alarma, devolviéndole de golpe a la cruel y dolorosa realidad a la que tenemos que hacer frente-. No es seguro que permanezca en territorio de brujas demasiado tiempo.
-Lo entiendo. Es mejor que esté lejos de aquí. No sabemos quién está a nuestro lado ni sabemos de la existencia de sombras que nos acechan. Hay muchas amenazas que se ciernen sobre él, en parte procedentes del clan Valquiria, y no conviene que esté cerca del peligro demasiado tiempo- mece al pequeño entre sus brazos y sonríe con cierta tristeza-. Mi mundo se ha caído en pedazos y lo único bueno que hay en él es Ayden. Por él sonrío, mantengo la esperanza y confío en que llegarán tiempos mejores. Él le da sentido a todo lo que lo ha perdido tras la partida de Elizabeth- Ayden bosteza, anunciando que está cansado y Jamie se emociona ante el gesto-. Tiene sueño el pequeño cacahuete. Será mejor que nos vayamos a casa.
Le doy la espalda y hago ademán de volver al coche cuando escucho nuevamente su voz masculina manifestarse a mis espaldas con claridad. Detengo mi caminar y vuelvo sobre mis pasos hasta quedar en mi posición anterior, a pocos pasos de Jamie, quien aún está debatiéndose entre si decir o no lo que lleva callando tanto tiempo, ese algo que le atormenta y le quita el sueño.
-John, te debo una disculpa- dice con voz temblorosa, cabizbajo-. Siento haberte culpado de la muerte de Liz. Me equivoqué al hacerlo. No sé. Supongo que lo hice ante la impotencia que sentía por haberla perdido y no haber podido hacer nada por evitarlo. Tú no hiciste nada mal. Al contrario, la mantuviste con vida cuando peor estaba. Tu único pecado fue quererla tanto como yo lo hacía- se encoge de hombros y evita mirarme directamente a los ojos. Se siente avergonzado-. Eres un buen tío. Si no fuese porque estás enamorado de la misma mujer que yo, incluso podríamos llegar a ser buenos amigos.
Suelto una risita y él me imita.
-Volveré dentro de un par de horas.
-Intentaré sobrevivir hasta entonces sin llorar cada vez que él lo hace.
-Suerte con ello.
Vuelvo a mi coche y me acomodo al volante. Antes de poner en funcionamiento el motor y perderme en el horizonte de la carretera me tomo la libertad de observar como Jamie se marcha con Ayden entre sus brazos, feliz, protegiéndolo con su propia vida, contándole un cuento infantil que recuerda de memoria.
Aparco junto a la entrada al cementerio en el que descansan los restos de la chica de la que estoy enamorado y camino hacia la entrada metálica, atravesándola con buen ritmo, siendo recibido por una brisa fresca que azota mi rostro con delicadeza y hiela la sangre de mis venas a medida que va haciéndome perder temperatura corporal. Piso las hojas secas y ocres del suelo al ritmo que me pierdo en los caminos que forman las lápidas, entreteniéndome observando las flores frescas de algunas tumbas y marchitas de otras, percibiendo el recuerdo diario de alguien importante y, por otro lado, el olvido que trajo consigo el trascurso del tiempo. Quizás dentro de relativamente poco las flores que adornan el féretro de Liz se marchiten, perdiendo su vivacidad, y quizás las visitas se vean reducidas con el tiempo, pero aún así no dejaré de quererla ni un sólo día. Ella siempre será la dueña de mi corazón, pase lo que pase. Siempre ha sido así y siempre lo será.
Alcanzo el mausoleo donde descansa Liz y su hermano y me adentro en él con una necesidad imperiosa de volver a estar a su lado, aún sabiendo que no podrá verme ni sentir mi presencia. Me gusta pensar que el vínculo tan fuertes que nos unió fue capaz de superar a la propia muerte. Lo siento así, del mismo modo que siento que este amor pasional que siento hacia ella jamás va a desaparecer.
Deslizo mis dedos sobre el nombre tallado en dorado de la chica en cuestión y no puedo evitar sentirme perdido y solo ante esta adversidad que se muestra ante mí. No es fácil luchar contra el dolor por haber perdido a alguien a quien se ama cuando todo a mi alrededor no marcha bien, cuando el viento no sopla a mi favor. Aún recae sobre mí una profecía que amenaza con poner fin a mi existencia, el clan Valquiria pretende eliminar a una criatura que consideran un peligro cuando para mí es algo parecido a un milagro. La guinda del pastel es el regreso de Anabelle junto a Agatha, así como el correspondiente distanciamiento con mi hermano Kai movido por los fantasmas del pasado que, a día de hoy, aún asoman.
-He vuelto a ti- susurro con los ojos encharcados y una sonrisa triste en los labios-. Siempre vuelvo a ti, sin importar el tiempo que me tome. Tú siempre has sido y eres mi destino. Así que aquí estoy una vez más, llorando tu pérdida, pidiendo a gritos que vuelvas, proclamándote mi amor de la mejor forma que sé, estando a tu lado- cierro los ojos con fuerza y las lágrimas escapan de ellos frenéticamente. Nadie me dijo que hacerse el fuerte te destruía el doble-. Te echo tanto de menos que no lo soporto y lo único que quiero es que esta espera acabe de una vez por todas, que nuestros caminos vuelvan a cruzarse y que sintamos nuestra cercanía de nuevo. Ya no sé cuánto tiempo más voy a poder ignorar los recuerdos que despiertan en mí cuando paso junto a aquellos lugares en los que nos quisimos. Procuro olvidarte pero es misión imposible. Tú jamás caerás en el olvido. Te quiero demasiado para dejarte ir.
Aferro mis manos al altar y me permito derrumbarme ante el féretro. Siempre he intentado mantener la compostura, mostrarme fuerte ante todos, pero estoy cansado. Llega un momento en el que estás tan agotado de ser siempre fuertes que simplemente estallas como una granada, haciendo daño a quienes te rodean, sin poder evitarlo. He sido fuerte demasiado tiempo, he ignorado por mucho mis sentimientos. Ya no puedo fingir más que nada me importa, porque es precisamente todo lo que me importa.
-Vivo en un infierno desde que te fuiste- confieso con la voz quebrada por la tristeza-. Y sé que éste no va a ser más que prolongarse con el trascurso del tiempo. Pensar que tengo que convivir con este dolor toda una eternidad me autodestruye por completo. Sé que nunca voy a superar tu pérdida y mucho menos el dolor que trae consigo, simplemente seguiré con mi vida y terminaré conviviendo con él hasta el punto de no sentirlo. Pero créeme, si hay algo sincero es esto. Voy a echarte de menos todos y cada uno de los días de mi vida- trago saliva como puedo, sintiendo un nudo de nervios atascado en mi garganta-. No puedo tenerte a mi lado, así que me limitaré a soñar contigo hasta que volvamos a encontrarnos.
Recorro la escasa distancia que me separa de la puerta del mausoleo y antes de salir por ella me despido del amor de mi vida con una sonrisa triste y con ojos tranquilizadores, asegurándole que volveré más adelante para hablarle acerca de mis sentimientos, experiencias vividas por primera vez y recuerdos relacionados con el crecimiento de nuestro hijo. Volveré, de eso no me cabe ninguna duda. Uno siempre vuelve a aquellos lugares en los que es feliz.
La brisa fresca vuelve a acogerme con la fuerza de un látigo, levantando, además, las hojas secas del suelo, haciéndolas volar en todas direcciones, titubeando acerca del destino que espera asignarle a cada una de ellas. Una inesperada niebla se apodera del cementerio, ocultando gran parte de los cuerpos de las lápidas, de forma que tan sólo son visibles las cimas de aquellas más esbeltas, y con su llegada se manifiesta una serie de flores de un color negro apoderándose de los troncos de los árboles, trepándolos como si se trataran de enredaderas. Dirijo toda mi atención hacia el final del sendero por el que he venido y descubro una sombra ocultándose tras la niebla.
-¿Quién eres? Muéstrate.
Una chica de cabello castaño aparece de entre la niebla, portando un vestido negro ajustado que hace juego con sus pupilas y su piel cetrina. La recuerdo perfectamente a pesar de los años que han transcurrido desde entonces. Su mirada continúa siendo la misma, aunque su aspecto se ha visto modificado de forma poco grata.
-Tú- la acuso, acribillándole con la mirada, en un intento de descubrir qué hace aquí-. Tú eres la chica que estaba en casa de la familia Baker el día en el que Anabelle fue repudiada.
-Me sorprende que aún recuerdes la cara de aquella niña inocente que solía ser. Como puedes ver, ya no queda nada de ella.
-Eres Agatha.
-Prefiero que me llames mamá- dice con una sonrisa pícara-. A fin de cuentas, tenemos un vínculo familiar gracias a tu padre.
-Lamento decepcionarte pero ese hombre no merece ser considerado como tal. Tú para mí no eres más que una vulgar desconocida que, sin previo aviso, ha vuelto a nuestras vidas con fines aún por descubrir.
-¿Quieres saber a qué he venido?
Asiento, animándola a hacérmelo saber cuanto antes.
-Quiero acabar con mi hermana- suelta sin anestesia-. Y tú podrías serme muy útil en mi cometido.
-Te has equivocado de persona. Yo no sé quién es tu hermana y aunque lo supiera, tampoco estaría dispuesto a perder el tiempo con dramas familiares. Ya tengo suficiente con los de mi familia.
-Anabelle Baker. Ella es mi hermana- admite cuando me dispongo a marcharme-. Creía que estarías al tanto del árbol genealógico a estas alturas, teniendo en cuenta que tienes un hermano que es un obceso del control.
Maldigo una y otra vez a Kai internamente por haberme mentida acerca de este asunto, por haberme mantenido en la sombra como si fuera un crío incapaz de defenderse. Siempre ha querido demostrar su valía y fortaleza ante todos, aunque ello suponga poner en riesgo su propia vida con tal de salvar la de los demás. Su egoísmo y su falta de afecto le ha llevado a ser alguien independiente, una persona incapaz de pedir perdón, admitir que está equivocado y de pedir ayuda en momentos de necesidad. Siempre ha preferido hacer las cosas por sí solo y me temo que esa será su perdición. Se esfuerza tanto en apartar a las personas de su alrededor que llegará un día en el que estará completamente solo. Su vía de escape se convertirá en su perdición.
-No sé qué te ha llevado a querer desear acabar con tu hermana, pero espero que sea una razón lo suficientemente buena como para justificar lo que piensas hacer. Una vez que tomes la decisión, no habrá marcha atrás.
-Tengo más de un motivo. Podría pasarme días dándote razones a favor de hacerlo. ¿Y sabes cuál es la única que está en su contra? El hecho de compartir sangre, de ser hermanas. Y créeme, no es un motivo lo suficientemente bueno como para frenarme los pies.
-Te ayudaría encantado a devolver a esa víbora al lugar del que jamás debió escapar pero tengo cosas más importantes de las que ocuparme. Así que si me disculpas, tengo que irme.
-Habéis cometido un error metiendo a Anabelle en vuestra casa.
-¿Cómo sabes que ha estado en casa?- inquiero saber, algo preocupado.
-Soy capaz de entrar en tu mente y ver tus recuerdos más recientes, además de ver tus estados de humor de una tonalidad u otra envolviendo tu persona, según cómo te sientas.
Trago saliva y miro deun lado a otro.
-¿Y cómo me siento ahora?
-Estás tenso, preocupado. Alrededor tuya hay un halo de luz amarilla. Si encajo esa emoción con la llegada de mi hermana, no me resulta difícil descubrir que ha estado en vuestra casa. Tus recuerdos sólo me lo has confirmado.
-¿Crees que puede haber aprovechado la situación como medio para conseguir un fin?
-No lo creo, estoy segura- afirma totalmente convencida-. Cuando vuelvas a casa comprueba que todo está en orden, te darás cuenta de que hay algo que no encaja.
Le doy la espalda a la mujer, temeroso ante sus palabras, y hago por irme de allí cuando ella se interpone en mi camino y me escruta con ojos entrecerrados. Le miro sin comprender qué pretende obtener de mí y, al no querer comenzar una guerra que me tocará acabar solo, me limito a mantener la compostura y sostenerla la mirada, a la espera de recibir una advertencia.
-Quiero que hagas algo por mí.
-¿Por qué debería hacerlo?
-Porque de lo contrario haría saber a toda la comunidad sobrenatural que ocultas bajo tu techo a un niño que contradice a las leyes de la propia naturaleza.
-¿Qué tengo que hacer?
-Lo único que tienes que hacer es traerme la campana del alma antes de medianoche y, entonces, podrás volver a casa junto a tu pequeño sin sufrir el menor daño. De no ser así, te aseguro que me encargaré personalmente de desencadenar un infierno os acompañe a ti y a tu familia en vuestro día a día, un infierno sin fin.
Desafío con la mirada a la mujer de negro y ella enarca una ceja, a la espera de recibir una respuesta por mi parte. Antes de dársela a conocer pienso en el bien del pequeño y sobre todo en el de aquellas personas que puedan verse implicadas de forma indirecta de no tomar la decisión acertada. Y para mi sorpresa, entre ellas no entra Kai. Sé que él no se encuentra en la misma onda en la que me hallo yo y que sería un error confiar en alguien que me oculta información. No puedo confiar en él cuando se trata de la vida de mi hijo, de alguien es mitad yo, mitad el amor de mi vida.
-Tendrás la campana del alma antes de medianoche.
-Espero, por tu bien y el de tu familia, que así sea- advierte con una frialdad que me atraviesa el estómago como la hoja de un cuchillo-. No me subestimes, John, porque puedo llegar a ser mucho peor que mi hermana.
-Lo mismo digo.
-Conozco todas las tácticas de vuestra familia. Sé a lo que me enfrento. Y si me estoy encarando con la familia de vampiros más antigua que existe es porque confío en poder enfrentarme a ella y salir victoriosa- se da media vuelta y comienza a andar unos pasos hacia el frente, llevándose la niebla y las flores oscuras con ella cuando se detiene para dedicarme una última mirada-. Tienes hasta medianoche. La cuenta atrás acaba de comenzar.
Agatha se va triunfal, perdiéndose entre su propia niebla, de forma que cuando el paisaje se vuelve nítido para mis ojos ya no queda ni rastro de ella por nngún lado. Es como si nunca hubiera tenido lugar nuestr encuentro, como si todo hubiese sido fruto de mi imaginación al verse sumida en un profundo dolor, bajo tanta tensión acumulada. Sin embargo, sé que no se trata de una fantasía, sé con certeza que ella ha estado aquí por el mal sabor de boca que se me ha quedado y por el sentimiento de preocupación que me oprime el pecho.
De camino a las orillas del río medito acerca de los recientes acontecimiento e intento dar con una solución a todas y cada una de las adversidades que van surgiendo. Hoy debo hacerle entrega de la campana del alma a Agatha antes de medianoche o me veré en la obligación de renunciar a todo cuanto me quede, a todo cuanto quiero. Le prometi a Liz cuidar del pequeño, del mismo modo que se lo juré a él, no puedo faltar a mi palabra. Nada va a frenarme. Ni siquiera Kai, quien tiene que vérselas esta misma noche con Regina por el mismo motivo. Por una vez voy a dejar que mis enemigos pasen sobre mí, me derroten hasta reducirme a la nada. A fin de cuentas, ya poseo dentro de mí un gran vacío que nadie puede llenar.
Abandono el vehículo y camino hacia los asientos traseros, donde localizo a Jamie colocando al pequeño Ayden en una sillita con su correspondiente cinturón, haciéndole carantoñas. Observo la escena con mal sabor de boca, sabiendo que pronto esa felicidad de desvanecerá, consciente de que quizás tan sólo nos quede este momento de un pasado brillantes, de esos instantes felices del pasado que consiguieron sobrevivir en nuestra memoria.
-Le di la toma de las cuatro y cayó rendido- dice con una sonrisa de oreja a oreja-. Aunque el cuento de los Viajes de Gulliver también ha ayudado- asiento ante sus palabras sin prestar mucha atención a lo que me está diciendo, pues tengo la cabeza ocupada dándole vueltas al mismo asunto una y otra vez-. ¿Te encuentras bien?
-La amenaza que se cierne sobre Ayden es mucho mayor de lo que pensaba. Voy a necesitar ayuda.
-Cuenta conmigo.
-Sería de gran ayuda que pudieras custodiar nuestra casa esta noche- anuncio, mostrándole cuán preocupado estoy por el futuro del pequeño con la aparición de unas arrugas en mi frente-. No sé qué rumbo van a tomar las cosas a partir de medianoche y me gustaría que Ayden estuviera protegido en todo momento mientras estemos fuera.
-¿Quién se ocupará de él?
-Llamaré a Sophie, una persona de confianza. No te preocupes, con ella todo estará bien. Se ocupará personalmente de mantener a salvo al pequeño.
-Intentaré reunir a una parte del aquelarre para que vigilen la casa y las proximidades. No permitiré que le toquen.
-Estoy de acuerdo.
Por primera vez nos toca trabajar juntos, codo con codo, a pesar de nuestras diferencias en el pasado, a pesar de amar a la misma mujer y a pesar de pertenecer a colectivos distintos. En esta ocasión está en juego una vida que nos importa lo suficiente a ambos como para arriesgar todo cuanto tenemos. Ayden es ahora nuestra esperanza de futuro. La clave que puede posibilitar que la familia vuelva a unirse y se gane el privilegio de ser nombrada como tal. Todos confiamos en que él será nuestra salvación cuando estemos perdidos en la oscuridad.
-Mantenme informado acerca de todo lo que ocurra- pide Jamie mientras cierra la puerta trasera del coche y deja caer el peso de su cuerpo sobre ella-. Lucharé a tu lado, si es necesario.
-Intentaremos no llegar a ese extremo. Pero agradezco tu ofrecimiento. Todo ayuda siempre es bienvenida, sobre todo en tiempos difíciles.
Jamie me tiende la mano y yo se la estrecho con gusto mientras le sostengo la mirada. Le dedico un asentimiento a modo de despedida y él se limita a devolvérmelo. Subo al coche y lo pongo en funcionamiento al mismo tiempo que Jamie se oculta entre los árboles, a la espera de poder vernos marchar sin exponerse demasiado. Le doy vida al motor y me pierdo en la carretera a una velocidad moderada que voy aumentando progresivamente.
Me valgo del retrovisor central para mirar, en primer lugar a Jamie, quien alza una de sus manos y la agita en señal de despedida, y se pierde en la maleza, y luego para depositar toda mi atención en el pequeño que posee un gorro de lana de color azul en la cabeza, con un chupete del mis color, mientras duerme plácidamente, aferrándose con una de sus manitas a la mantita de color anaranjada que le envuelve.
Hago uso del manos libres para hacerle una llamada a Sophie Summers con tal de concertar nuestra cita para esta noche. Tan sólo son necesarios unos bips para que su voz se manifieste al otro lado de la línea, clara, melosa e incluso imperiosa.
-Sophie, necesito que me hagas un favor.
-¿De qué se trata?
-¿Podrías venir a casa esta noche para quedarte con Ayden?
-Sí, claro. No hay ningún problema.
Suspiro, aliviado, ante su respuesta afirmativa. Lo cierto es que ella era mi única opción. Ni siquiera tenía pensado un plan b en caso de que el primero no saliera bien.
-¿Está todo bien?
-Temo que deje de estarlo dentro de poco. Quiero que te quedes en casa junto a Ayden y que bajo ningún concepto abandonéis la vivienda. Es muy importante que no salgáis. Podría estar en juego vuestras vidas y si os exponéis, corréis el riesgo de ser un blanco fácil.
-Haré todo lo que esté en mis manos para que no sea así. Puedes confiar en mí, John. No haré nada que ponga en peligro al pequeño.
-Gracias por tu ayuda, Sophie.
-Dentro de media hora estoy allí.
Finaliza la llamada antes de que pueda despedirme y no me queda más remedio que volver a la realidad en la que vivo.
Dejo el coche junto a la entrada de casa y me apeo de él con un salto seguro. Voy hacia los asientos traseros y recibo entre mis brazos al pequeño que acaba de despertase y llora. Entro en casa meciéndolo con suaves y lentos movimientos al tiempo que le canto una nana con tal de calmar su ruidoso llanto y parece surtir efecto porque sus sollozos parecen apaciguarse.
Entro en su habitación y camino hacia la cuna del fondo. Lo acurruco sobre ella y le arropa para terminar por depositar un beso sobre su frente. Hago por apagar la luz de la mesita de noche para garantizar una oscuridad más apetecible para sucumbir al sueño para el bebé cuando reparo en una de las manitas del pequeño, en concreto en el dedo índice de su mano izquierda, en cuya yema hay una marca circular sangrante.
Tomo la mano de Ayden y observo la herida. Es, sin duda, provocada por el contacto de una fragmento fino y afilado con su frágil piel. La sangre está seca, hecho que me aporta información acerca del momento concreto en el que se produjo la herida. Puede hacer algunas horas que sufrió la punción de su dedo índice.
Para seguir investigando entro en su mente y descubro una serie de recuerdos algo borrosos, aunque no necesito la nitidez de ellos para poder identificar a la persona que ha estado con él. Una mujer de cabello color azabache y ojos castaños sedientes de poder y venganza se aproxima a la cuna donde con anterioridad yacía el pequeño y le sisea con tal de calmarle y asegurar que va a seguir durmiendo. Aprovecha la soledad de la habitación para sacar una varilla punzante de color gris y le propicia un pequeño pinchazo en el dedo índice al niño. De la herida brota una gota de sangre que almanece en un pequeño frasco cilíndrico. El bebé llora ante la interrupción de su sueño y el ardor que siente en la yema de su dedo.Anabelle esboza una sonrisita y acariciala cabellera azabache del pequeño antes de marcharse por la ventana, justo antes de que entre en la habitación para recoger a Ayden y llevarlo junto a su segundo padre, Jamie.
Vuelvo a la realidad de golpe, con el corazón latiéndome con fuerza y un sentimiento de furia naciendo en mi interior como consecuencia de la escena que he presenciado. ¿Qué se traerá entre manos Anabelle esta vez? ¿de qué forma quiere implicar a mi hijo? Y sobre todo, ¿qué va a ser de él cuando desconozco su futuro y, por lo tanto, no puedo actuar a tiempo?
Abandono la habitación con sigilo y bajo a la planta inferior. Camino hacia el salón y me detengo justo enfrente de un enorme cuadro en el que se puede ver a un sacerdote ayudando a los más necesitados en el campo, con las manos depositadas sobre mi espalda. A lo lejos se alza una iglesia, en cuya cima se encuentra una imperiosa campana acompañada por otro más diminuta en su zona superior. Ahí se encuentra la clave de mi destino, en esa reliquia familiar que ni siquiera me pertenece.
¿Qué decisión he de tomar a continuación? ¿traicionar la confianza de mi hermano para salvar la vida de mi hijo o aliarme con él y luchar contra toda amenaza? Sea cual sea el camino que desee tomar, siempre tiene como resultado la muerte de Ayden y eso es algo que pienso evitar a toda costa, sin importar el precio que deba pagar. Su muerte jamás será una alternativa. Derribaré todas las barreras e iré más allá de los límites de lo posible si es necesario, cualquier cosa antes que perder lo único bueno que queda en mi vida.
La decisión ya está tomada. Ahora sólo queda esperar.
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