Llevaba días sin aparecer.

Desde que cruzamos miradas y se marchó no ha vuelto. Al menos no a la hora que solía.

Esta mañana regresé a la cafetería, con la esperanza de volver a verle.

Si no lo hacía, nunca podría disculparme por lo que fuera que había hecho mal.

No tenía ni la más ligera idea de cuál podría haber sido mi fallo. Pero sin él, no hubiera llegado a ningún lado.

Desde el primer día que le vi y empecé a conocerle en la distancia, al menos lo que yo me imaginaba de él y plasmaba en mi novela de manera distorsionada para que captara la atención del lector.

Mañana tenía que entregar, como último día de plazo, El chico del café.

Y quería decírselo.