RÉQUIEM 7
JOHN
Necesitaba estar solo porque me volvía loco estar entre estas paredes que gritaban recuerdos. El dolor de pensar que no pude tener la vida que soñé, que las perdí a ambas y que además de ello estaba siendo obligado a trabajar para un atajo de personas que buscaban a mi hija.
Ellos me prometieron no tocarle un pelo si hacía lo que ellos decían y que, por el contrario, si me negaba no solamente me matarían, sino que la torturarían hasta que ella implorase su propia muerte delante de mí.
Ella no merecía vivir con miedo por eso no me resistí, simplemente trabajé lo mejor que pude para que se olvidaran de mi familia y por un tiempo parecía que fue así. Pero Drogo me confirmó que todo había sido una ilusión para creer que yo podía protegerla, que mi libertad a cambio de la de mi hija era un trato que siempre cumplirían. Todo era una burda mentira y ahora no solamente ella estaba en peligro sino también mi nieto.
El tiempo había pasado tan lento, pero tan rápido al mismo tiempo que aún no me hacía a la idea de que mi pequeña Alice ya era una mujer con su propia familia. Lo más sorprendente era que eligió un miembro de mi especie para vivir su eternidad y eso me daba felicidad porque mis nietos tendrían nuestra inmortalidad y podría disfrutarlos siempre.
Debía de contarle a Drogo todo lo que sabía acerca de los experimentos que se habían hecho a lo largo de estos veintiséis años que había estado en cautiverio. Tantos cadáveres habían pasado por delante de mis narices que era completamente terrorífico pero la mirada de mis compañeros al llevar a esas pobres almas sobre la camilla hasta el depósito era como ver caer la lluvia, algo completamente normal, pero para mí nunca lo fue.
En cuanto a nuestra alimentación...era algo completamente espantoso. Los vampiros de la organización no se alimentaban de sangre de animal sino más bien de humanos que tenían retenidos en el piso más profundo del edificio. Aunque necesitábamos la sangre de nuestra propia especie para sobrevivir, el simple hecho de tomarla por gusto hacía que bebiera de las venas de pobres humanos que estaban encadenados en el suelo en condiciones deplorables.
Yo me negué a beber de ellos así que opté por alimentarme de las muestras que venían del laboratorio que eran extraídos de algunos vampiros. Era una opción que nos daban a los que trabajábamos en los laboratorios y que apenas teníamos tiempo para perder así que esa excusa me valió para no tener que bajar a lo que ellos llamaban "el corral" y ver las masacres que allí ocurrían.
Las habladurías contaban que no solamente se alimentaban de los humanos, sino que había violaciones sin distinguir si eran hombres o mujeres. El último piso solamente era visitado por aquellos que no tenían escrúpulos y que la vida para ellos no valía nada.
Daba gracias a que podíamos elegir, aunque fuera eso, era quizás lo único en lo que nos daban libertad.
Conforme caminaba por el pasillo recordaba la primera vez que vinimos aquí. Mi mujer estaba radiante y planeaba todo lo que compraríamos para decorar cada rincón de la casa. Cada cuadro, cada mesita y cada cortina estaba en su mente risueña y eso me encantaba.
Era maravilloso verla danzar tejiendo sus sueños con los míos, era esperanzador para una criatura de la noche como yo. Era mi luz y era más de lo que podía pedir.
Aún me sentía mal por traicionar a mi amigo Víktor, pero en el amor solo el corazón es el que puede elegir y ella me eligió a mí. Solamente esperaba que, allá donde estuviera, no me hubiera guardado rencor y que su vida fuera feliz y plena.
Pensé en intentar localizarle, pero tras tantos años no sabría por dónde comenzar a buscarle y menos si él no deseaba verle. No debía de olvidar que él pertenecía a una familia poderosa y que no era un simple vampiro sino de los más antiguos que había vivos sobre la tierra. Pocos sabían que yo había sido convertido por culpa de mi vieja vida de mujeriego.
Me avergonzaba de mi pasado y de lo bajo de mis instintos. Viví en la Bulgaria del siglo XVIII en un barrio donde las drogas y la prostitución estaba a la orden del día. Mis padres no eran precisamente pobres y por esa razón me creía el amo y señor del mundo. Decidí que no merecía la pena estudiar porque el dinero me mantendría sobradamente el tiempo que viviera.
Mis padres intentaron convencerme de que sacara algo de provecho, pero no escuché a sus plegarias. Me dedicaba a beber lo que se me antojara y a estar con todas las mujeres que yo quisiera. Mis vicios y locuras me llevaron a un nuevo burdel que habían abierto en la ciudad y que parecía realmente interesante, pero había más de lo que aparentaba.
Todas ellas eran vampiras y era su forma más sencilla de obtener sangre y placer; las cosas preferidas de los vampiros. Pero una de ellas se encaprichó demasiado de mí y me convirtió para tenerme como mascota. Pasé un tiempo siendo su perrito faldero e incluso dijo por la ciudad que me había visto porque la había visitado una noche. Les contó a mis padres que él decidió marcharse lejos porque no soportaba la ciudad y quería vivir aventuras.
No les fue difícil creerlo y entonces pasé a ser un fantasma para todos.
Mi mala fama era conocida en toda la ciudad y, por desgracia para mí, no les dio mucha pena que me hubiera borrado del mapa. Era cierto que no era precisamente un hombre de bien pero el saber que tus padres estaban en cierta forma tranquilos al no tener que responder por mis irresponsabilidades me entristecía demasiado.
En el tiempo que estuve sirviendo a Morgana, aprendí a valorar lo que tenía a mi alrededor. En mis brotes de locura cuando ella me castigaba sin tener la sangre que tanto necesitaba, podía encontrar la esperanza de una vez ser libre y poder encontrar mi lugar. No volvería a casa porque nunca fue mi casa.
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