RÉQUIEM 52
SARAH
La relativa paz podía sentirse en aquellas cuatro paredes cargadas de tiempo e historia. Casi me había acostumbrado a esa mansión llena de gente que ya consideraba como mi familia. A pesar de lo diferentes que éramos todos nosotros, éramos un conjunto excepcional que nos compenetrábamos realmente bien.
La mañana vino más luminosa que de costumbre, casi parecía todo resplandecer a nuestro alrededor. Con una enorme sonrisa, me desperté al olor del café, el pan recién hecho y demás cosas que olían a dulce. El rostro angelical y amable de Fiordella asomó por el comedor donde yo ahora bostezaba sin pudor alguno. Le había cedido mi habitación a Chris para que nos turnásemos entre el sofá y la cama. Él se negó cientos de veces, pero al ver mi ira crecer como bizcocho en un horno, prefirió callarse y hacerme caso.
Casi envidiaba el aspecto tan fresco que ella portaba a todas horas, ¿Cómo demonios lo hacía?
—Buenos días señorita Jones, he venido para despertarla ya que el desayuno está casi listo. Sienna y yo nos despertamos bien temprano para hacer un buen desayuno antes de nuestra partida. El señor Jones ya nos dijo que iríamos lejos y que, por tanto, debíamos de estar bien preparados y aprovisionados. Por favor, no tarde en venir al comedor para desayunar.
Ella se marchó rápidamente no dándome si quiera tiempo en reaccionar. Quizás mi hermano en la noche, con cientos de pensamientos en su cabeza y la preocupación de que de nuevo aquella mujer irrumpiera en nuestras vidas, trazó el plan que seguiríamos mientras el resto dormía.
Eso me hizo sentir una punzada de pura preocupación; mi hermano debía de descansar y más después de lo que sucedió ayer. Tenía claro que hablaría con él para saber qué demonios estaba pasando.
Cuando entré al comedor, casi todo el mundo ya estaba sentado. Peter y Alice se miraban embelesados mientras que él le daba de comer. El pequeño Thomas estaba sentado en una trona disfrutando de su macedonia de frutas, Nicolae lo cuidaba de mientras a su lado mientras que Fiordella y Sienna revoloteaban alrededor de la mesa comprobando que todo estuviera al gusto de todos.
Chris parecía no encontrarse por allá ni tampoco Eyra, ¿Y Dónde estaba Jack y Alina?
Un grito de dolor pudo escucharse en la cocina, por lo que fui corriendo hasta allí y me encontré una escena completamente sacada de un programa de televisión.
Jack llevaba un delantal y estaba haciendo lo que deberían ser unas tostadas pero que ahora se parecían más a unos trozos de carbón. Chris en cambio, estaba haciendo unas tortitas cuyo olor cosquilleaba mi nariz y me hacía rugir el estómago. Alina estaba de pinche, ayudando al uno y al otro además de reírse de ambos cuando una catástrofe se avecinaba.
—¡Ay dios Sarah, tendrías que haber visto la cara de Jack en el momento justo que se dio cuenta que se habían quemado las tostadas!
No pude evitar sonreír ante las quejas de él diciendo que se retiraba del mundo de la cocina justo en aquel momento, por lo que decidí ponerme manos a la obra para que todos pudiésemos desayunar en condiciones. Me ocupé de las tostadas y del pan de leche, cuya mezcla estaba preparada para amasar y hornear. Chris por su parte, estaba en completo silencio como en un ritual en el que su concentración se encontraba en la superficie dorada de esas tortitas.
Se sentía bastante agradable que ambos hiciésemos algo tan normal como cocinar, se agradecía en tiempos como el que vivíamos en el que todo parecía haber salido de un libro de fantasía. Apreciaba la sencillez de la vida y ese momento, aunque corto, lo guardé como el mayor de los tesoros.
Lo miré disimuladamente apreciando sus facciones masculinas. El sol golpeaba sobre sus brazos fuertes y su rostro pálido. Sus labios eran gruesos, prominentes, con mandíbula marcada cuya línea recorrí cientos de veces con mi lengua. Suspiré sin querer y aparté la mirada completamente nerviosa. Esperaba que él no me hubiera pillado mirándole como embobada.
De pronto, apartó la sartén y caminó tras de mí, acercando su pelvis contra la mía, sintiendo todo su cuerpo impreso en mi espalda y trasero. Su brazo se alargó para tomar una de las especias que había en las estanterías, sintiendo como se restregaba más de la cuenta contra mí.
—La canela es muy importante, es afrodisíaca, ¿Lo sabías? — Me susurró al oído antes de alejarse y seguir como si nada haciendo las tortitas. El calor me invadió de pies a cabeza, tragando con dificultad ante aquel acercamiento. Llevábamos mucho tiempo sin siquiera darnos un beso, por lo que aquello me dejó en un estado de completa excitación.
Esta vez cuando me giré, su boca se cernió sobre mí con urgencia, amenazando con caer al suelo, pero su brazo me rodeó la cintura para pegarme contra él. Su lengua se abrió paso ávidamente en mi boca, saboreándome y extasiando mis sentidos. Le sujeté del cabello profundizando más el beso sin parar de emitir pequeños gemidos. Sus manos sujetaban mis caderas con fuerza, quizás temiendo que me arrepintiera y saliera corriendo, pero no iba a huir de él nunca más. Ahora más que nunca debíamos de estar juntos y ser el buen equipo que solíamos ser.
Un leve carraspeo nos hizo interrumpir nuestro candente encuentro, girándonos violentamente viendo como Alina nos observaba sonriente. Esperaba que no hiciera algún comentario, aunque conociéndola bien y mostrando aquella mueca divertida, no se iba a callar.
—Creo que es mejor que siga con el desayuno porque a este paso ninguno de los presentes vamos a llenar el estómago, cosa que a mí me da igual porque esas cosas humanas me repelen. Así que fuera de la cocina tórtolos, que yo me ocupo de todo.
Ella literalmente nos echó de la cocina y al entrar al comedor, todos nos miraban con cara entre curiosa y divertida. Supimos inmediatamente que se habían enterado de lo que había sucedido en aquella cocina. Aunque por fortuna nuestra, ninguno hizo comentarios.
El desayuno por fin estuvo listo y todos comimos rodeados de buena compañía y unas energías renovadas. Aunque por mucho que busqué con la mirada, ni Sebastián ni Eyra estaban en la sala y eso comenzó a preocuparme. Aunque viendo el aspecto tranquilo de Fiordella pensé en que quizás volvería pronto.
Preferí dejarme por unos momentos las preocupaciones para limitarme a disfrutar de la paz real, no la que me daban ilusoriamente los sueños.
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