RÉQUIEM 47

ALICE

Recuerdo su rostro tan nítido y real, tan cerca de mí que podía jurar sentir la brisa de su respiración rozándome la cara. No me hizo falta que me dijera su nombre, ya sabía quién era a pesar de que nunca la vi en persona.

Mi madre adoptiva tenía fotos de ella por todas partes para que yo pudiera saber quién fue, por lo que su rostro me lo sabía con tal precisión que sabía el tono de las pecas que se extendían por su nariz hasta los rizos rebeldes que solían arremolinarse sobre su frente. Supe cómo era mi madre desde que era pequeña y no hubo un solo día en el que no le dedicara unos minutos de mi tiempo a contemplarla a modo de que mi mente jamás la olvidara.

En los momentos en los que más vulnerable me sentía, siempre tenía una foto de mi madre cerca de mí. Desde el colegio hasta el instituto pasando por la época universitaria, siempre la llevaba encima a modo de amuleto protector. Y por ello, una de las veces sufrí un terrible incidente en el que Rebecca, mi madre adoptiva, me tuvo que sacar y meter a otro colegio. Una de mis compañeras me vio mirando la foto de mi madre y entonces me la arrebató. La perseguí por todos los pasillos mientras que ella se burlaba de mí incansablemente con una maldad tremebunda.

Cuando por fin pude alcanzarla, ella le dio la fotografía a otra de sus amigas y, para cuando intenté alcanzarla, ella la tiró al inodoro y tiró de la cadena. Las burlas desde ese momento fueron tan crueles, que no podía asistir a la escuela por la tremenda fobia a que se metieran de nuevo conmigo. Desarrollé un pánico a las relaciones sociales que tuve que tratar mediante terapias, cosa nada sencilla de sobrellevar para una persona que además no era muy normal.

Pero los años fueron pasando y afortunadamente las cosas se suavizaron bastante en cuanto comencé a ir a la universidad. Aunque claro, no se me olvidaba mi fobia a conocer gente y, aunque era bastante abierta en comparación a cuando era más joven, seguía teniendo problemas y bastante serios.

Y por ello no tuve nunca un novio. Tuve intentos fútiles de algo que parecía comenzar a despuntar, pero siempre me ocurría algo que me hacía desandar todo el camino que tanto me había costado recorrer. Lo extraño es que con Peter todo fue tan fácil e intuitivo que tenía la sensación de ser una persona completamente diferente a la que yo solía ser. Quizás él me hizo superar aquello que ni las terapias lograron modificar prácticamente nada y esa es una de tantas cosas que le debía.

La situación entre ambos era bastante tensa y fría; temía tanto el no poder arreglar las cosas. Tan solo necesitaba tenerle delante y un poco de tiempo para poder comenzar a explicarme, pero al estar tan lejos de él y él no saber dónde yo estaba, difícilmente podríamos encontrarnos.

Tenía flashes de lo último que sucedió: el rostro de mi madre, los gritos de Sarah y el llanto de Thomas. Todo ello formaba un bucle continuo que no cesaba ni un momento en aquella absoluta oscuridad en la que estaba sumergida. Tenía la sensación de estar dentro de mis sueños, aunque no dormía realmente en aquel momento. Permanecía con los ojos cerrados quizá con miedo a volver a abrirlos y darme de bruces con la realidad.

Pero me obligué a ello haciéndolo muy lentamente, ya que la situación ameritaba ser cuidadosa en todo momento. No había mañana que no le temiera a despertar o a dormir cuando llegaba la noche. Comenzaba a darme fobia el hecho de dormir, incluso teniendo una protección cerca de mí.

Lo que me dejó de piedra era reconocer la estancia, la luz que tanto echaba de menos y aquellas paredes que me sabía de memoria. No podía estar despierta en aquellos momentos; era imposible que me encontrase en mi dormitorio de la mansión.

La cuna de Thomas estaba aún como la dejé, incluyendo la ropa que dejé en la butaca apoyada en la pared o mis zapatillas en la puerta. Todo se encontraba exacto, casi como si el tiempo se hubiera detenido y yo no me hubiera marchado. Hasta el perfume de Peter se podía oler en las sábanas y en las almohadas de la cama. Me permití el lujo de darme unos minutos aspirando su aroma y abrazando la almohada que usaba. Aquella calma la necesitaba, aunque fuera meramente un sueño; era un consuelo y me aferraría a cualquier momento feliz fuera real o no.

Las lágrimas brotaban de mis ojos cansados y en mi pecho martilleaba incesante mi corazón. No deseaba despertar jamás de donde me encontraba porque todo era demasiado pacífico y estable.

La voz de Thomas me hizo mirar la puerta de mi dormitorio. Lo podía escuchar reír justo abajo, donde la entrada de la mansión. En aquella sala de estar era donde muchas veces colocaba el parque para que él jugara mientras leía o pintaba. Peter se nos unía porque adoraba tenernos a los dos junto a él mientras disfrutaba de su lectura acostado en mi regazo. Echaba de menos aquellos momentos tan sencillos que albergaban la paz que tanto ansiaba.

De nuevo la risa de mi hijo me hizo ponerme en pie para buscarle. Murmullos podían escucharse al otro lado, pero no distinguía el tono exacto de las voces, así que no podía saber quiénes exactamente estaban en el hall.

Al abrir la puerta, una ráfaga de aire acompañado por el olor de la leña de una chimenea, me alborotó el cabello que estaba completamente deshecho en mi coleta. Me lo solté y me pasé las manos, poniéndolas sobre la camiseta que llevaba puesta. Un leve sollozo se atascó en mi garganta.

—Es la camiseta de Peter...de mi Peter...—Susurré mientras tocaba el tejido que seguía oliendo a él, como cuando cada mañana despertaba a su lado bañada en su esencia, en su amor. Suspiré intentando no romper a llorar, comenzando a caminar por los pasillos y escuchando las voces que eran cada vez más tenues.

Empecé a averiguar algunos de los que estaban abajo: Sebastián, Nicolae y Sarah se encontraban seguro. Sus voces eran las más claras para mí y sospechaba que Jack, Alina y mi hermano también lo estaban. Al que no escuchaba era a Peter.

Cuando llegué a la escalera, temía bajar algunos peldaños y verlos a todos, sobretodo, verle a él.

Pero no pude resistir más el no saber, así que despacio comencé a bajar uno por uno intentando no hacer demasiado ruido para no alertar a ninguno de ellos. Para cuando pude ver el hall, mi boca se quedó abierta contemplando a los que consideraba mi familia. Mi hijo reía en brazos de mi hermano, Jack y Alina le observaban sonriendo. Nicolae y Fiordella estaban sentado el uno encima del otro completamente ensimismados, donde un halo de romance podía divisarse a kilómetros. Mi hermano le echaba miradas a Sarah, y ella a veces le correspondía la mirada, pero más bien ella aprovechaba los descuidos de él para contemplarlo con la misma mirada de idiota enamorada.

Deseaba fundirme en aquella imagen, quedarme en ella y no salir de los sueños tan maravillosos que mi mente a veces creaba para mí. Lo miraba como el mayor de los tesoros, con el pecho inundado de amor, de deseo y de necesidad. Mis sentimientos no eran como antes sino mucho más fuertes, más puros y plenos. Deseaba que ese hombre se quedara toda la eternidad conmigo.

Pero supe que todo aquello era mentira, todo era etéreo, por lo que di un paso atrás observándolos como despidiéndome mentalizándome de que pronto despertaría, pero la vista esmeralda de mi esposo se clavó en la mía con la misma intensidad de la primera vez que ambos nos conocimos. Todo pareció detenerse y fue cuando la chispa que siempre reconocía en el fondo de sus ojos, se prendió con una intensidad mayor que la que estaba acostumbrada. Comenzó a acercarse a mí con mucha suavidad y paciencia, deleitándose de mi presencia. Sus ojos rodaban por todo mi cuerpo sin pudor alguno, sin prestar atención a como temblaba y a mi rostro completamente rojo delante de todos nuestros amigos y familiares. Ellos, quizás al percatarse del incendio que se había prendido entre nosotros, dejaron de prestarnos atención para darnos nuestra merecida intimidad.

Cuando estaba justo enfrente de mí, su boca temblorosa se abrió, tomando mi rostro con sus manos:

—Mi amor...

Pero con un hambre voraz, se abalanzó a mis labios sin darme tiempo si quiera a decir nada. Mi cuerpo era lava incandescente, alcanzando temperaturas aún más elevadas que las que yo ya tenía. Apenas podía respirar por la pasión de los besos y la danza de nuestras obscenas lenguas. Me tomó en brazos, enrollando mis piernas alrededor de su cintura haciéndome disfrutar de la dureza que había en el interior de su pantalón.

No supe cuánto tiempo tardamos en llegar a su cama o, simplemente, cuando no tenía absolutamente nada de ropa sobre mi cuerpo.

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