RÉQUIEM 37


ALICE

El susto comenzaba a desvanecerse de nuestros cuerpos ya que llegamos a pensar que ese sería nuestro final. Thomas ya dormía en mi regazo completamente exhausto ya que, desde que me reuní de nuevo con él, no había cesado en jugar conmigo y balbucear. Él comenzaba a darse cuenta del mundo que le rodeaba y, quizás por esa razón, estaba aprendiendo a hablar muy rápido. Quizás en la necesidad de saber, de preguntar o de llamarme si en algún momento por azares del destino, él no me encontraba en las inmediaciones.

Sarah había salido en medio de la noche, pero eso no me sorprendía por su naturaleza fuertemente nocturna. Quizás se había reunido con Eyra para poder trazar el siguiente movimiento ya que requeríamos la ayuda de los otros dos clanes que coexistían en el territorio.

Por lo que Sarah me había contado, se llamaban Jensen y Daven. El primero era muy joven, de hecho, un adolescente. Acababa de ser elegido como Alpha de la manada hacía bastante poco por lo que su cobardía aun podía salir a relucir. En muy poco tiempo le obligaron a aprender todo lo que requería saber ya que su hermano mayor había renunciado al poder marchándose a escondidas sin encontrarlo a día de hoy. Por lo poco que se sabía por las habladurías de las ancianas, en hermano de Jensen deseaba recorrer el mundo en busca de aventuras y de enriquecimiento. Deseaba estudiar todo lo que pudiera, pero, al pertenecer a un clan de lobos y ser el próximo Alpha de la manada, no se le permitía abandonar a los suyos bajo ningún concepto.

Por esa razón huyó, dejando todo el peso de la responsabilidad al joven Jensen, el cual estaba más interesado en la naturaleza y el estudio de los minerales que en gobernar.

Me apenaba la historia de él y me ponía en situación. El miedo que debió de sentir y la frustración de no seguir el camino que deseaba, de seguro le había hecho ser aún más vulnerable que antes. Por esa razón, el arma secreta para convencerle y así ayudarnos era ser comprensivo. El ponernos en su lugar, el apoyarle y el demostrarle que no estaba solo y que era muy valiente por haber aceptado todo ello a pesar de que le tocaba a su hermano.

Yo era la indicada de convencerle; era madre y al estar embarazada me encontraba muy sensible. Estaba segura que lo lograría.

El problema era más bien Daven; un duro Alpha cuya rudeza era bien conocida. Si bien Sebastián era el más equilibrado de los cuatro clanes, Daven simplemente era una bestia que podría destrozar a Sebastián si él se pasaba de la raya, pero, increíblemente, ambos se llevaban bien.

Y un secreto a voces que le hacía ver menos rudo y que descolocaba a los suyos era su gusto inmenso por los conejos, de hecho, era el símbolo de los de su clan. Nadie sabía las razones porque aquellos que le preguntaron acabaron con un ojo morado o como mínimo, con una patada en las partes traseras.

Pero así eran estas criaturas, completamente misteriosas con muchas aristas y secretos que esconder. Su espíritu orgulloso los hace difíciles de conocer y comprender, pero, una vez lograbas penetrar aquellas infinitas capas, encontrabas a los mejores aliados que podrías encontrar.

Suspiré mirando de nuevo dormir a Thomas. Lo tomé en brazo para dejarle en la cama y así poder estirar mis entumecidas piernas.

Había que admitir que la noche era preciosa, todo parecía idílico, pero en mi caso, no lo era tanto así. No sabía que iba a suceder con mi matrimonio, no sabía lo que Peter pensaba en aquel preciso momento o si deseaba volver a verme. Toda esa incertidumbre me mataba cada día más y, aunque me moría por correr a la mansión para fundirme en sus brazos, había demasiado en juego como para exponernos así.

La Organización no era estúpida y de seguro había algunos miembros esperando el momento en que apareciera por allá, por lo que presentarme en este preciso momento era firmar mi suicidio.

Me asomé a la ventana y pude ver varias sombras que, afinando la vista y el oído, pude comprobar que se trataba de Sarah y Eyra que hablaban animadamente quizás de los planes que teníamos en un futuro más bien cercano. Deseaba saber más pero no quería inmiscuirme demasiado ya que, si se encontraban en plenas negociaciones, yo podría empeorar las cosas. Este mundo se regía por unas normas estrictas por tanto debía de ser cautelosa.

Decidí marcharme a la cama para poder descansar del día terrible que había pasado. Mi espalda crujió casi como si se tratase de un tablón de madera, pero no quise emitir sonidos que pudieran despertar a Thomas. En cuanto cerré los ojos, un dolor inmenso me atravesó el estómago tapándome la boca con mi mano para evitar gritar. Cuando intenté bajarme de la cama para avisar a Sarah, caí de rodillas haciendo que éstas comenzasen a sangrar. Aquella mala caída me provocó un daño peor del que pensaba porque, al intentar levantarme, un latigazo me recorrió la espalda, por lo que tuve que quedarme en aquella posición con las rodillas sangrantes y con la espalda casi completamente curvada.

Me sentía aterrada porque el bebé podía notar como se movía, como daba patadas de forma intermitente en mi abdomen. Y lo peor es que la ayuda no la tenía demasiado lejos, ¿Podrían escucharme si las llamaba?

- ¡Sa...Sarah! -Grité como pude. El dolor era tan inmenso que me cortaba la respiración. Caí desplomada deslizándome por el suelo como buenamente podía en dirección a la puerta. Las fuerzas me iban mermando cada vez más y temía el desmayarme antes de que ella supiera el estado en el que me encontraba. No tenía idea del tiempo que llevaban hablando como que tampoco sabía cuánto más estarían, ¿Quizás un par de minutos, un par de horas?

Cuando apenas me quedaban unos pocos metros, mi cabeza finalmente se apoyó contra el suelo y mis ojos caían presos de mi debilidad. Esperaba que pudieran encontrarme; deseaba seguir luchando, tenía mucho que aprender. Había dos pequeños regalos del cielo que dependían de mí; no quería que crecieran sin uno o dos de sus padres, no quería que crecieran en una guerra perpetua donde no se sabe lo que sucederá mañana.

Alargué la mano como si eso hiciera que apareciera Sarah pero no fue así. La puerta se abrió casi como una ráfaga de viento, mostrando la figura de una mujer enfundada en unos pantalones, una camisa de color blanco y unas botas de montaña. El rostro apenas era visible pero su cabello, exacto al mío, me hacía sentir una calidez extraña. La mujer vino hasta mí para besarme en la frente y decirme unas palabras antes de sumirme en la oscuridad.

-Lucha querida hija, el mundo siempre ha estado bajo tus pies. Tú tienes el poder de cambiar tu destino y el de los tuyos. Descansa pequeña guerrera.

Y no hizo falta más para hacer caso a esa mujer, pues era mi madre, la que dio la vida por mí y la que, probablemente sin saberlo, me protegió en las sombras.

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