Prólogo

Era una noche fría de invierno cuando escuché el ruido. La oscuridad me envolvía de tal manera que a pesar de haber abierto los ojos, seguía inmersa en una negrura aterradora.

Parpadeé varias veces para ajustar mis ojos por la falta de luz. Me deslicé de la cómoda cama en la que dormía desde niña y me coloqué las pantuflas afelpadas con forma de oso.

Caminé un par de pasos por el suelo de madera, procurando no chocar con ninguna caja producto de la mudanza. La ventana reflejaba la luna apenas visible por la niebla. Era bastante aterrador como las sombras generaban siluetas en la habitación, a pesar de ello, me acerqué para ver el patio de nuestra casa.

Se veía bastante normal, con las tenues luces alumbrando pobremente las calles del vecindario. Los árboles se movían en conjunto al compás de una extraña danza. No parecía haber nadie despierto a altas horas de la noche.

Con mi dedo índice toqué los cristales y tracé mi reflejo cansado después de tantas horas sin dormir. El reflejo me mostraba mis grandes y oscuras ojeras, pese a los somníferos que me había dado el médico no había podido dormir mas de dos horas seguidas.

Recordé como mi madre lloraba a mi lado por el estrés de no saber qué hacer conmigo, ella sabía que algo estaba pasando pero no podría ni imaginárselo. Nadie podría.

El doctor le había dicho a mi madre:

-Es producto de la adolescencia, se ve que es una chica saludable.- suspiró cansadamente como si fuera común mi situación y tamborileó sus dedos sobre el escritorio de la clínica- Viene mucha gente como ella últimamente, no pueden dormir y ven "cosas ". Sólo dele un calmante para dormir y ya va a ver como mejora.

Eso no había pasado. Llegué a tomarme 5 pastillas en un mismo día, lo que me llevó a un lavado de estómago en el hospital, pero mi estado de alerta constante no dejaba que bajara la guardia en ningún momento. Mi madre llegó a pensar que quise suicidarme, a pesar que le juré una y otra vez que no era así.

Estaba tensa y asustada todo el tiempo, con el corazón latiendo a mil por horas. Apenas podía comer o siquiera concentrarme en el colegio, lo que me llevó a la dirección varias veces. Hasta que me desmayé en plena clase de educación física, y lo peor de todo es que me desperté sobre la cama de un hospital totalmente paralizada, como si estuviera momificada. Esa fue la gota que colmó el vaso y mi madre, al no tener explicación alguna de los sucesos, decidió que lo mejor era mudarnos y empezar de nuevo. Yo dudaba mucho que eso fuera a resolver mi problema pero no se lo dije, no quería arruinar su ilusión y cuesta admitir pero una parte de mi quería que todo volviese a la normalidad. Pero de esas cosas, uno no puede huir.

Ella se echaba la culpa por lo que ocurrió en mi décimo sexto cumpleaños cuando estaba teniendo una especie de convulsión en nuestro living, y ella no estuvo allí para cuidarme porque estaba trabajando. Yo sabía que no era epilepsia, como creyeron todos en un primer momento. Sino que la oscuridad me estaba alcanzando.

Un golpe seco me sacó de mis pensamientos. Observé por la ventana otra vez y busqué y busqué por las calles tenuemente iluminadas, con el fin de encontrar el origen del ruido. Visualicé algo a mi derecha, en la esquina de la calle, frente a una vieja tienda de libros. Acerqué mi rostro más cerca del vidrio para ver mejor. No había duda alguna, era lo que me acechaba cada que cerraba los ojos. Era la sombra.

No una cualquiera, como las que aparecen cuando uno es afectado por los rayos del sol y se genera en el suelo o paredes su silueta oscura. No, no era eso, ya que la mía no se movía cuando yo lo hacía y no era de mí mismo sexo, mi tamaño. Era una silueta de un hombre completamente vestido de negro, se preguntarán como sé que es vestimenta negra porque todas las sombras son oscuras pero simplemente lo sé.

Me estaba observando, como lo hacía cada vez que intentaba descansar, no podía ver su rostro pero si su sonrisa macabra. Todos los pelos de mi cuerpo se erizaron en alerta. Aunque me encontraba en el segundo piso, y él a unos 10 metros de la casa, sabía que estaba desprotegida y por más que lo intentara, no podría contra él. Cuando él quisiera me llevaría a ese lugar oscuro de mis pesadillas.

-Aléjate de mí- susurré presa del pánico. Cerré mis ojos teniendo la esperanza de que se fuera pero una parte de mi sabía que no era así. Y cuando los abrí lo tenía más cerca. Se había acercado unos tres metros más. Ya estaba en el portón negro de mi casa.

Lo sentía observándome como un animal salvaje observa a su presa antes de cazarle. Mi corazón golpeaba salvajemente como si quisiera salirse de mi cuerpo. La figura seguía en el límite entre mi patio y la vereda a la espera de que vuelva a intentar cerrar los ojos, no lo haría.

- ¡Aléjate de mí! ¡Déjame en paz! ¡Por favor!

Sollozando me dejé caer en el piso frío de mi cuarto y abracé mis rodillas. Tenía pánico de alzar la vista y verlo junto a mí.

Metí mi cabeza entre los brazos y comencé a mecerme de adelante hacia atrás. Apenas podía respirar por los sollozos que sacudían mi cuerpo. Ya no lo soportaba, estaba demasiado exhausta. Clavé mis uñas en la piel de mis antebrazos para despertar de una buena vez de este sueño aterrador.

-Aira? - escuché la puerta abrirse pero yo seguí en lo mío. Adelante y atrás. Adelante y atrás pensé una y otra vez para calmarme y concentrarme en no cerrar los ojos. Debí parecer una maniática pero no me importó.- Oh, Amairani, cariño. - Mi madre se arrodilló junto a mí y me abrazó con todas sus fuerzas.- Todo va a estar bien, lo prometo.

Yo sabía que no era así, que ella no podía hacer nada pero no dije nada. No recuerdo haberlo hecho pero me dormí en sus brazos, sintiendo como la noche me daba la bienvenida.

Hola a todos! Espero que les guste la historia tanto como a mí. Agradecería cualquier comentario, opinión y por supuesto voto. No duden en seguirme y pasarme el Link de sus novelas así puedo leerlas.
Peguen un vistazo a la novela de mi hermana cotiluu .Sé reiran mucho y les encantará. Ella los va a seguir devuelta.
Gracias, un beso.

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