Quemar el Pasado

Confundido, asustado y a la vez furioso, Klaus se dejó caer sobre la nieve de rodillas, sintiendo un pesar gigante en el corazón y el alma que no sabía que aún conservaba. Su puño ensangrentado reposaba en la nieve, manchando de rojo el blanquecino césped. Herido, se irguió sobre su espalda y lanzó un grito que ahuyentó a los pájaros que aún reposaban el bosque.

Jeffrey lo escuchó, y bajó sus orejas sintiendo soledad. A su lado, Grace le acarició el cuello con el propio, a modo de abrazo, y lo guio por los árboles, desprendiéndolo de su anterior vida, y ofreciéndole un mejor futuro.

Por su lado, el albino no podía con el dolor. Enojado, se levantó como pudo a pesar de sus piernas tambaleantes, y corrió hacia la naturaleza. Raphel, horrorizado, intervino apareciendo de la nada, y dedicándole una mirada reprobatoria.

—¿Qué pretendes? —preguntó, fingiendo no entender.

—¡Quita de en medio! Voy a buscarlo... —insistió, desesperado, pero el mayor se negó, sujetando su cabeza con fuerza masiva.

—No permitiré que hagas esa tontería. ¿Acaso piensas que regresará contigo?

—¡Es mi amigo!

—Lo fue, pero es algo del pasado... ¿por qué te cuesta desprenderte de él? Ni siquiera hablaban tanto...

—Le quiero en mi vida. Lo conocí y siempre estuvo ahí para mí. Incluso cuando me volví... esto.

—¿"Esto"? ¿A qué te refieres con "esto"?

—A lo que sea que soy ahora... tienes razón, ya dejé de ser un humano, pero no sé bien qué puñetas soy ahora. ¡Por eso debo buscarlo! ¡Él sabe qué diablos soy!

—A él ya no le importas, Klaus —dijo Raphel con frialdad—, es una triste realidad. Te ha cambiado por una hembra, pero no se atrevió a decírtelo... pobre infeliz.

—¿Por... una hembra?

—Se ha enamorado, esas cosas pasan... tú pasaste a segundo plano, y él escogió su instinto de dejar de descendencia antes que a su amigo de toda la vida. Renuncia a Jeffrey, ya solo eráis extraños que compartían una morada. Poco le importaba tu progreso, la verdad.

—No es cierto... ¡Jeffrey siempre se preocupaba por mí!

Irritado, Raphel lo agarró del cuello con su gran mano y lo miró a los ojos al alzarlo a su altura de casi tres metros. Con una voz grave y enojada, le susurró:

—Klaus, tú no perteneces a los gliffin. Nunca lo serás. ME perteneces a , quieras o no. Algún día te darás cuenta de que todo este lloriqueo es innecesario, y muy egoísta. Apégate a la realidad —Lo tiró al suelo— sin paciencia, y con una mirada asesina—, y desquítate haciendo lo que tanto querías hacer... matar humanos. Despreciar tus horrendos orígenes es lo que mejor haces, igual que yo.

—No somos iguales.

—Por ahora —murmuró—, pero pronto lo seremos, ya verás...

La primera nevada hizo que Azur se planteara el primer asalto. Quería que fuera un lugar importante, quizá algún reino en crecimiento. Inglaterra era un país pequeño, pero lleno de gente importante. De humanos importantes. Todos objetivos potenciales para un asalto, sin dudas. Reunido con sus estrategas y Jack, planearon el ataque a la ciudad de Kroyle durante toda la noche. Al amanecer, despertaron a todo el mundo con un cuerno muy ruidoso, y todos estuvieron listos en menos de veinte minutos, como su entrenamiento los había adiestrado. Listos para el combate inminente, los hombres y mujeres bestia conversaban entre sí emocionados, moviendo sus colas y sus cuerpos con alegría asesina.

Klaus, por su lado, mantenía la mirada perdida en el suelo, estando al lado de Raphel, quien lo observaba sin disimular. Estaba irritado por su actitud de cachorro abandonado, y no podía esperar a que Jack y Azur se postraran enfrente de la multitud de soldados para dar sus primeras órdenes. El albino, desanimado, solo podía escuchar de lejos la armonía del bosque. Esperaba identificar los pasos de su amigo entre los miles de sonidos animales que recorrían los árboles, pero nada podía detectar.

Al fin, tras unos tortuosos diez minutos de indecisión, Azur fue quien se presentó ante los jóvenes, quienes de inmediato guardaron silencio y lo miraron, ocultando su euforia.

—Os veo muy entusiastas el día de hoy. ¿Queréis matar humanos tanto como yo? —Todos asintieron de manera uniforme— Qué bien... me alegra que eso ocurra. Hoy atacaremos una ciudad de un imperio que planea ocupar nuestra tierra inglesa. Unos humanos que se hacen llamar "Graziel" pregonan que derrocarán a la monarquía de nuestro reino, o al menos la parte humana, y la tomarán. Dicen que Inglaterra dejará de existir para convertirse en el "poderoso reino imperial de Graziel". Pero estoy seguro... —Miró a los ojos a Otto— que no dejaremos a ningún humano vivo por estas tierras, ¿o me equivoco y estoy rodeado de blandos pacifistas?

Todos gritaron con energía. El rubio sonrió de lado y extendió su mano hacia el este.

—¡Partiremos hacia la ciudad de Kroyle! ¡Será nuestro primer objetivo! Sé que está lejos de aquí, pero las villas humanas que nos encontremos en el camino serán paradas... para comer —Sonrió a los ghouls quienes rugieron con hambre—. ¡Mataremos a todos esos humanos! ¡¿No es cierto?!

Un rugido furioso le respondió y Azur se unió a ellos. Rompieron filas y los cientos, miles de hombres bestia partieron a las carretas, o se transformaron para viajar. Los nanatsus seguían a los caballos que llevaban los cargamentos, y Jack, junto a Azur y una mujer hiena de pelo grisáceo, se montaron sobre caballos nanatsus y partieron a la cabeza. Klaus se montó en una carreta que llevaba carne y niños, y vio sin entusiasmo como Raphel lo seguía caminando.

Con los primeros rayos del sol, las caravanas partieron, y los hombres bestia que quedaban en la vieja villa despidieron con vítores a sus héroes.

Nuestro protagonista seguía sin creer que atacarían la ciudad que lo empezó todo para él. Miraba a los niños que lo acompañaban con desinterés, sin querer unirse a su conversación sobre comida condimentada con pimienta y sal de la India. Cerró los ojos, esperando dormirse, pero el relincho de un caballo lo hizo mirar al frente de inmediato, topándose con Azur, y perdiendo de vista a su oscuro demonio vigilante.

—No sabía que la guerra te daba sueño. Todos los demás parecen entusiasmados, enano. ¿Dónde está el gliffin?

—Se fue —dijo por toda explicación—, ¿por qué atacar esa ciudad?

—Bueno... nada mejor para iniciar un genocidio que un sitio importante, ¿no?

—Supongo.

—Te veías más feliz en el entrenamiento.

—Jeffrey se fue.

—Desquítate matando —Klaus lo miró—, así hacen los verdaderos tipos rudos. Pronto se te va a olvidar la existencia de ese gliffin. Así que mata, y descarga tu ira con quien en serio la merece, en lugar de un fantasma.

Klaus bajó las orejas y vio a Azur marcharse. Con el mediodía, se quedó dormido.

Abrió los ojos cuando la caravana se detuvo. Estaban en Kroyle, o al menos a unos metros de la ciudad. Sobre una colina, los hombres bestia miraban con curiosidad la gran metrópoli. Klaus respiró un aire nostálgico y lleno de inmundicia. Sentía el hedor de los humanos, aunque realmente no podía detectar ningún olor. Pero lo recordaba como si se tratase de ayer que había convivido sano y salvo con Klyde, el niño que lo convirtió en el mayor enemigo de la humanidad.

Jack reunió a un grupo de nanatsus frente a él y se arrodilló.

—Vosotros buscaréis un hueco en la muralla. Y luego volveréis. Nada de atacar, solo limitaos a recorrer el perímetro sin que os vean. Cuando encontremos una aber...

—Yo conozco una —dijo Klaus, llamando la atención de todos. Raphel sonrió desde la oscuridad—. Justo debajo del depósito de armas. Si atacamos ahí, los dejaremos vulnerables. No podrán hacernos frente.

—¿Puedes idear una estrategia para que no pidan ayuda?

—Sí —Se ubicó frente a todos. Otto lo miró entornando la mirada, con un brillo asesino—. Tienen puertas al norte y al sur, y una de emergencia bajo el palacio, que sale a unos trescientos metros al norte de nosotros. Si emboscamos esas salidas, no podrán avisar a nadie. Mataremos a los mensajeros antes de que puedan salir corriendo. Sin ayuda ni suministros serán presa fácil.

—Comanda tú la ofensiva —propuso Jack, sosteniendo su hombro con un cariño casi paternal—, nosotros te seguiremos esta vez, pequeño Klaus.

—Sí. Demuestra que eres todo un tipo rudo.

Sintiéndose halagado, Klaus planificó minuciosamente el asalto. Abriría la guerra matando a todo lo que una vez comenzó su sufrimiento. Creyó haber tenido un amigo en Klyde, mas fue engañado y utilizado como a una rata de laboratorio. Enfurecido por dentro, esperó pacientemente a la noche, la hora acordada. Tenían la suerte de estar en invierno y que los humanos se calentaban toda la noche con una chimenea y carne caliente en sus casas. Menos vigilancia que de costumbre, quería decir.

Con la caía del sol, siete nanatsus y dos ghouls se preparaban para ir. Klaus miraba la gran muralla que alguna vez había admirado, pero que ahora solo parecía una piedra en el camino. Con ojos gélidos, Klaus se dirigió corriendo sigilosamente hacia la ciudad. Colándose en el hueco entre las rocas de la muralla, asomó la cabeza con indecisión. Nadie lo estaba esperando con un arma. Hizo una señal con su cola y los nanatsus entraron detrás de los ghouls, quienes tomaron su forma humanoide para no levantar sospechas a ojos indiscretos.

—Este sitio es enorme... —murmuró uno de los ghouls, una comadreja.

—Vamos —dijo Klaus, yendo hacia la derecha.

Se escabulleron hasta llegar a una zona residencial muy bonita. Klaus pateó una puerta fuertemente. Luego otra vez, y así hasta que la tumbó. Cruzó miradas con una familia, de un matrimonio y dos niñas. El hombre le apuntaba con un rifle cargado. Los ojos carmesí del albino centellearon al moverse hacia la izquierda, esquivando la bala que le rozó la mejilla.

Se movió rápidamente hacia los humanos, y lo golpeó repetidas veces en el abdomen. Los ghouls pasaron segundos después y tomaron sus formas animales. Agarraron a la mujer y se la dieron de comer a los nanatsus. Las niñas tomaron una botella rota y se la lanzaron a Klaus en la cara. Con retazos de vidrio roto por su cara, Klaus vio como una de las pequeñas saltaba por una ventana. La persiguió seguido de un nanatsu lobo, quien, al salir al exterior, aulló lo más alto que pudo. Todos los hombres bestia respondieron a su llamado de inmediato y una multitud de monstruos enfurecidos atravesó la muralla en un santiamén.

Empezaron a saquear la bodega de armas tras romper la puerta y matar a la vigilancia, agarrando cuchillos, armas de fuego y destrozando armaduras. Robaron joyas y oro, mientras mataban a los soldados que trataban de mermar sus fuerzas. Los comunes se apropiaron de las armas de fuego y las armaduras y se dividieron por la ciudad como fuego por un camino de aceite. Abrieron casas a la fuerza, los ghouls capturaron humanos, mataron a otros y se comieron a muchos niños en el proceso, disfrutándolo.

Los nanatsus se servían de los guardias, atacando en conjunto y devorando con deseo. La sangre corrió e hizo rápidamente sonar las alarmas de toda la gran ciudad. La iglesia y el palacio, edificios centrales, desplegó guardias por todo el perímetro y buscaron a los intrusos, pero, al dar con ellos, eran brutalmente asaltados. Una lluvia de flechas se cernió sobre un puñado de nanatsus, que chillaron.

Los ghouls, con ayuda de villed, escalaron por los altos muros, y atacaron como tiburones hambrientos a todos los soldados que alcanzaban. El pánico hizo a todos los habitantes salir corriendo, buscando las puertas de las murallas.

Pero, fuera de estas, esperándolos en el bosque, se encontraban los hombres de raza bestia, aguardando pacientemente. Mataron a todos los que lograban salir con vida. Los desgarraban, partían sus huesos a mordidas, o los descuartizaban vivos en un horrible espectáculo. Raphel cuidaba las provisiones desde la distancia, buscando a Klaus con la mirada.

Él corría por la linde del bosque con las manos y la boca llenas de sangre. Había matado a una de las niñas, pero la otra lo había burlado con una trampa y logró adelantarse. La obligó a volver hacia atrás, saltando casi sobre ella. La niña gritó, aterrada cuando el pequeño lobo, pero enorme a sus infantiles ojos, saltó una vez más, alcanzándola. Rodaron colina abajo, quedando ella atrapada bajo el abrazo fuerte de Klaus, quien respiraba agitado, sujetándola fuertemente del brazo, rozado por sus garras afiladas; y por su estómago, apretado firmemente por su otro brazo.

Podría bajar fácilmente la mandíbula y morderla en el cuello, causando una herida fatal que la mataría. Pero algo le impedía completar el trabajo. Su mano temblaba y su conciencia titubeaba sobre si hacerlo o no. Estaba indeciso, y miraba un punto vacío entre la hierba. Abrió la boca, sintiéndose asfixiado de repente, mientras sentía a la niña retorcerse entre temblores bajo su espeso pelaje desnudo y manchado de rojo rubí.

Klaus estaba dudando, incapaz de moverse.

«¿Qué estoy haciendo? ¡Debería simplemente matarla...!»

Un rugido furioso a pocos metros de distancia lo hizo reaccionar de golpe, y hundió las garras en la carne de la niña. Se resbaló de entre sus dedos, pero espabiló a tiempo y la mordió de una pierna y luego escaló por su pequeño cuerpo hasta estar encima suyo con los dientes fuera, listo para morder. Bajó rápidamente la cabeza y penetró la vena aorta de un certero bocado. La sangre fluyó en un torrente poderoso y le llenó la boca con un calor agradable que se escurrió entre sus colmillos de oso.

Se apartó cuidadosamente, y miró lo que hizo por unos cortos cinco segundos. La voz de Azur lo hizo mirar hacia la ciudad y salir corriendo en su dirección. Ingresó en la ciudad, ahora destruida por las pisadas de animales humanizados movidos por el sadismo. Su cabeza solo podía repetir la palabra "Klyde" una y otra vez, y sin pensarlo mucho, se dirigió al palacio. Estaba muy bien protegido, así que se auxilió de unos hombres tigre y mató a los guardias que custodiaban con miedo la puerta principal. Entró completamente solo, y recorrió el pasillo principal, completamente desolado. Entró a cada habitación, pero las encontró vacías.

Todo el mundo había huido, o eso creyó.

Su oreja se levantó hacia arriba, detectando un ruido extraño ajeno al caos desatado abajo. Subió con furia las escaleras, con sentimientos encontrados mientras pensaba en ver a Klyde nuevamente. De lo que sí estaba seguro es que se lo llevaría como prisionero. Embistió la puerta de su antigua habitación y la echó abajo de dos intentos. El oro y la plata que adornaban el marco se desprendieron y desperdigaron por el suelo.

Klaus entró, dejando huellas rojas en el precioso abeto tallado del suelo. En la ventana, abierta de par de par, vio a un anciano que reconoció por su vestimenta como el gobernador. Éste se volteó armado con un cuchillo de plata y mango de oro, pero lo soltó de inmediato al reconocer al lobo que tenía en frente.

—Estás... estás...

—Vivo, sí. ¿Increíble, no?

El anciano retrocedió, chocando con el borde de la ventana.

—¿Dónde está Klyde? Si trató de huir me temo que lo mataron al salir por la puerta del este...

—¿Klyde? Murió el mismo día que tú desapareciste. Siempre creí que tú... que tú lo habías...

—No lo hice. ¿Nunca lo encontraron? —Alzó una ceja, molesto— No mientas, o te mataré lentamente, anciano...

—¡Lo juro! ¡É-él desapareció justo después de ti! ¡Pensaba que lo habías...!

—Quisiera haberlo hecho —Klaus frunció el ceño, irritado—, lo habría hecho pagar por lo que me hizo.

—No teníamos idea de lo que pasabas...

—Has silencio, anciano. Aunque Klyde ya no esté, no creas que te voy a dejar ir con vida. Después de todo, allá abajo te espera una horda de ghouls hambrientos. Y aquí arriba estoy yo, que no tendré piedad.

—Has cambiado mucho.

—Fue algo necesario —Dio un par de pasos hacia él—, ¿por qué no huiste con los demás?

—No tenía sentido. Decidí contemplar la caída de mi imperio desde lo alto de este balcón.

—¿Eres consciente de que no vas a vivir para contarlo cuando yo salga de aquí, no?

—Supongo. Los hombres bestia nunca han simpatizado con nosotros los humanos, era cuestión de tiempo para esta masacre.

—Adiós, señor gobernador.

Klaus había agarrado una antorcha y un jarrón lleno de aceite que colgaba de una losa de mármol. Mirando al suelo, dudó antes de hacer lo que, quizá, Jack le pedía desde algún sitio. Negó con la cabeza y roció al hombre con aceite, luego lo agarró de su túnica de seda y le pegó la antorcha a la tela, para luego lanzarlo al suelo. Lo vio arder y sufrir desde el balcón.

Luego, tomó el bote de aceite salió, botándolo sobre la alfombra y dejando la antorcha ardiendo y siguiendo la estela del líquido grasoso. Luego bajó hasta las bodegas y arrastró un galón de aceite y luego otro de fino vino. Los volcó con ayuda de un rinoceronte blanco y prendieron fuego a todo lo que tocó el líquido.

Pronto todos los hombres bestia los imitaron, y en poco menos de diez minutos, la ciudad de Kroyle ardía. Sin habitantes vivos, el olor de la sangre atrajo a hombres bestia que se escondían en los suburbios. Jack habló con ellos, diciéndoles sobre lo que podrían lograr si mataban a los humanos entre todos.

La mayoría accedieron, y otros se mantuvieron neutrales. Klaus había vuelto a los aposentos que habían pertenecido a Klyde. No pensó que estuviera muerto hacía tanto tiempo, pero no tuvo de otra que resignarse a la realidad.

Tocó la sábana de seda, fría e iluminada por las llamas que se erguían en el cielo nocturno, y se sentó, rodeado de fuego. Por un momento, sintió que una mano le acariciaba la espalda con cariño. Miró hacia un costado y sonrió.

—Tú nunca te fuiste de aquí... ¿no, Billy? —murmuró, mientras las llamas consumían el suelo de madera, y mientras el humo intoxicaba el aire de la habitación. Anheló poder volver a donde fue feliz, pero había vuelto cenizas todo lo que antes representaba libertad y euforia.

Una lágrima escurrió de su ojo, pero antes de caer en las sábanas se hizo vapor por el calor que lo inundó todo. Las cenizas calientes quemaban a Klaus, quien sonreía, apegado a la nostalgia.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top