Inmortal

Azotes, ocasionalmente un grito exasperado por ayuda y luego más azotes. La oscuridad era un nido de gritos desesperados de una mujer, que lloraba a lo lejos... aunque no tan lejos como se pensaría. Los ojos se abrieron con cuidado y echaron un vistazo alrededor. No había nada interesante, solo una pared de madera roída por los años, y una abertura por donde entraba un pequeño haz de luz. Se asomó, apoyando la mano cerca de la apertura, y miró, viendo a una mujer desnuda de espaldas al suelo, siendo brutalmente azotada por un látigo de cuero.

Sangraba mucho y lloraba sin control. Quien la golpeaba era un hombre grande, no muy gordo, pero sí con una masa notoria, que la miraba con mucha ira en sus ojos, pequeños como botones. No decía una palabra, y solamente seguía en su tarea de repetir sus golpes tantas veces como pudiera. La sangre le salpicó en parte de la cara y se la quitó sacudiéndola dos veces. Parpadeó hasta que la vista se le enfocó completamente y luego embistió a la pared de madera, que cedió al segundo golpe con una facilidad increíble.

El hombre que azotaba retrocedió asustado, y le apuntó con el látigo.

—¡Tú... tú estabas muerto! ¡Yo tomé tu pulso después de... —Miró el cuello intacto— cortarte la garganta! —Él se levantó, moviendo la cola felina de un lado a otro— ¡Nadie me dijo que seguías vivo!

—No lo estoy —Sonrió antes de lanzarse hacia él, tomando la forma de un ser antropomorfo, con grandes colmillos y garras filosas. Hizo al abusador un puzle de carne picada, y tomó ropa para cubrirse. Tras levantarse, la mujer, sin moverse, le sonreía con alivio.

—Gracias... por salvar mi vida...

—No podría importarme menos —dijo el gato antes de irse. Caminando por las calles oscuras y húmedas, vio a hombres bestia en todas direcciones. Abandonó completamente la tienducha de dónde salió tras robarle la ropa al muerto de su interior, que le quedaba un poco grande. Exploró sus alrededores con todos los sentidos. Había vendedores de esclavos en las calles, junto a mujeres que claramente se prostituían, y animales ulgram exóticos atados a cadenas de acero.

«Debo estar en algún sitio ilegal...»

Mirando a su alrededor, vio un cristal y se acercó para verse con detalle. Sonrió acariciando su mentón. Tenía un pelaje grisáceo moteado con blanco y tintes de negro. Dientes perfectos, y ojos rojos y brillantes como la sangre misma. Era un leopardo de las nieves muy apuesto a los ojos de cualquiera.

—¿Le gusta la calidad de este cristal, señor? —preguntó el anciano vendedor, un ciervo— Lo extrajeron de las minas portuguesas donde habitaba un dragón congelado... se dice que mataron al dragón y su sangre se cristalizó logrando los minerales que se usaron para un vidrio de tan excelente calidad...

—Gracias, pero no me interesa comprarlo. Solo quería verme...

—Oh, comprendo.

El viejo se quedó sentado junto al vidrio y otras tantas baratijas mientras él se iba. Esquivó a dos niños, osos, que corrían detrás de un potro nanatsu que escapaba. Era un lugar con un orden caótico. Sonrió alegre de verse en lo que disfrutaba. Cerca de él, justo a su derecha, y a dos metros, había un metiche metido en un cepo no de madera, sino de acero. Se le acercó tras comprar un par de frutas a un niño que los vendía a su lado.

—Comida... por... favor... agua —murmuraba el apresado, con los labios resecos y los dedos pálidos. Estaba delgado, casi en los huesos, y parecía estar cerca del borde de la muerte.

—Oh, lo siento. ¿Pides comida? —preguntó el felino, mostrándole un trozo de manzana— Lo siento, pero ya se terminó.

La mordió delante de la pobre víctima, quien lo observaba con clara envidia. Babeó de hambre y trató inútilmente de moverse hacia él, mas su propia debilidad y el mismo cepo se lo hicieron imposible. El leopardo rio con maldad y lanzó el resto de la manzana al suelo, mirando al preso a los ojos.

—Recógelo.

Dio la espalda y se retiró. Nadie le prestaba atención, porque no intentaba destacar. Solo tenía una idea en mente por el momento, y planeaba llevarla a cabo. Siguió su recorrido por aquel macabro lugar lleno de gente cruel que caminaba de un lado a otro, como uno más. Compró comida en un puesto y su cuerpo le obligó a vomitarla. Olía a persona, a hombre bestia. El vendedor del puesto y varios animales de ojos blancos lo miraban como depredadores.

El felino gruñó en su dirección y la cola se erizó junto a cada vello de su cuerpo. Un castor enorme y deforme se le lanzó, y él lo esquivó agachándose. Los demás ghouls se transformaron y empezaron a perseguirlo por las calles oscuras. Al doblar una esquina, el felino sintió la insoportable luz del sol de mediodía en la cara. Estaba en un sitio completamente distinto. La luz lo bañaba todo y la gente, en lugar de verse como sombras demoníacas, era normal y alegre. Estaba a salvo y luego examinó su cuerpo palpándolo.

Era un hombre raza demoníaca bestia, así que, a diferencia de antes, los ghouls lo veían como a una presa potencial. Maldijo su mala elección, pero le gustaba lo que podía hacer. Tomó la forma humanoide y luego volvió a la de animal antropomorfo con proporciones perfectas, en lugar de la enorme deformación propia de la naturaleza ghoul. Los colmillos eran más pequeños, sí, y la piel menos dura y resistente, pero era más pequeño y ágil, y nadie intentaría acercársele si imponía el respeto suficiente, incluso siendo un bestia.

Siguió recorriendo su entorno con notoria curiosidad, y en las calles que ahora pisaba había paz y cosas normales. Revisó nuevamente en los bolsillos de su ropa y encontró dos monedas de plata. Alegre, compró con una de ellas otra muda de ropa de su talla en una sastrería. Luego, con la otra, comió tranquilamente en un puesto callejero de comida ulgram. Trató de olfatear, pero su nariz no era tan potente como antes, y se sintió abrumado por el único olor de la comida que tenía en las manos. Pero los felinos, por fortuna, tenían otra súper habilidad: la visión.

Entró en un callejón oscuro y rio al ver que nada se escapaba de sus nuevos ojos, que captaban cada detalle e incluso movimiento como si estuvieran totalmente iluminados por la luna. El oído también era de maravilla, y le ofrecía mucho mayor rango auditivo que antes. Podía escuchar conversaciones de transeúntes, el pisotear de los caballos sobre la piedra del suelo, los pájaros trinando en los árboles y sobre los techos de las casas. Movía la cola de un lado a otro, pero luego la miró, sintiéndose extraño.

«Cosas de caninos, supongo»

Salió nuevamente a la luz, y empezó a preguntar por alguna taberna o posada cercana. Sin dinero, entró a una taberna para escuchar, para ver si, con suerte, encontraba lo que buscaba.

O a quién buscaba, siendo más concretos.

Un grupo conformado por un hombre perro, un cerdo y una oveja bebían animadamente en la siguiente mesa, mientras conversaban sobre un tema bastante curioso que le llamó la atención al leopardo de las nieves a su lado.

—Oí por ahí que ya no hay comida —dijo el cerdo, bebiendo su cerveza.

—¿Comida normal o comida para ghouls? —preguntó la oveja.

—Comida para ghouls. Las granjas de cuerpos se quedan sin reservas, porque la taza de crímenes en Inglaterra bajó con el nuevo cuerpo de caballeros que suple mientras el rey está fuera... pronto habrá un genocidio nuevo. ¡Ja, ja!

—Qué aterrador —murmuró el hombre perro, bajando sus orejas—. ¿Qué hará el consejo con eso? ¿Matar a un grupo de gente y darlas como tributo?

—Hay un rumor interesante —El cerdo sonrió ampliamente mientras bebía otra jarra más de su bebida—: y es que esos viejos le encargaron al veterano que hiciera humanos artificiales.

Los tres rieron.

—Como si eso fuera posible —dijo la oveja, aguantando la risa—. Además, ese enano es muy gruñón como para obedecer sin más. Después de que murieron todos los generales y tenientes de la gran guerra se hizo bolita en su casa y luego se desapareció por cinco años.

El felino alzó las orejas al oír aquello, con interés. Para su desgracia, una de las dependientas se le acercó con una cara de molestia mezclada con lástima, y le dijo en un susurro:

—Señor, lamento que si no va a consumir nada, tiene que irse...

—Solo estoy aquí pasando el tiempo.

—No podemos tener una mesa ocupada por un cliente inútil... O consume o se va.

Se fue por un momento, y el felino siguió viendo a los hombres de antes, que no habían parado de hablar del tema.

—...pronto los ghouls morirán de hambre.

—Habrá algo de libertad, al fin.

El leopardo sintió de repente la gran mano del gerente de la taberna en su hombro. Alzó la mirada y vio al gran hombre elefante mirándolo con cara de pocos amigos.

—Te tienes que ir ya, vago.

Lo echó de un empujón de la puerta hacia afuera, y el felino se quedó mirando por una ventana de vidrio cuarteado lo que pasaba en el interior. El trío de charlatanes seguía en lo suyo, y luego todos se quedaron en silencio mirando a un grupo de hombres armados. Desgraciadamente, no podía oír lo que hablaban desde afuera, pero pidieron algo de comida en la barra. Luego, uno de ellos, un zorro fénec, y el más pequeño, se volteó a mirar a los hombres que seguían susurrando cosas sobre los rumores, o al menos eso intuyó el leopardo desde afuera.

El más grande de ellos tres, un temible tejón mielero con una cicatriz muy fea que le surcaba toda la cara, se acercó al cerdo y lo levantó por el cuello de su saco de cuero barato. Dijo algo, enojado, y luego se transformó. El gerente trató de pararlo, pero no pudo, y el tejón siguió gritándole a su víctima sobre algo.

Desde el exterior, el felino cerró levemente los ojos cuando el brabucón, de un bocado, se encargó de devorar la cabeza del que sujetaba. Los hombres salieron unos instantes después, y él los llamó.

—Disculpad, caballeros... pero quisiera preguntaros algo...

Billy y Arthur estaban trabajando en unas muestras del pelaje de varios primates, que, al ser familiares biológicos de los humanos, tenían cierta relevancia. Los ponían bajo potentes luces de cristalyta, un mineral hecho a partir de la sangre de los dragones, que les daban otra textura, similares a las de un cabello humano.

Habían avanzado un poco a pesar de llevar menos de un día, y Klaus estaba agobiado mirando el enorme papeleo que debía de escribir. Mandar cartas nunca fue su fuerte, pero debía practicar su tosca caligrafía antes de siquiera pensar en qué informar a los viejos insufribles del consejo gubernamental. Extrañaba la presencia del viejo y responsable rey... Mientras hacía pedazos un trozo de papel escrito (y con una mancha de la tinta de la pluma) se entretuvo pensando en el pasado. Hizo mucho más que matar en aquella guerra, ahora tan lejana. No podía creer que pasaron dos milenios enteros. Se habían sentido ligeros.

Tras la victoria, el pueblo de hombres bestia tomó las ciudades y pueblos de los humanos, y empezaron a admitir varias de sus costumbres para sobrevivir. La comida abundó durante siglos, y era poca la violencia. Los recibieron a él, a Azur y a Jack como héroes, junto a su gran ejército de asesinos. Recordó haberse sentido muy incómodo cuando los niños lo intentaban tocar.

Nunca le gustaron, después de todo.

Los primeros siglos fueron sencillos, escogieron reyes para cada país dependiendo de su desempeño y luego a otros señores. El problema empezó cuando la nueva generación quería violar lo que los viejos construyeron con sangre y sudor. La empatía por los humanos restantes, y prisioneros que servían como comida para ghouls, empezó una revuelta grande conocida como la "rebelión de traidores". Murieron muchos hombres bestia ahí, quemados, ahorcados o asesinados por otros.

Fueron tiempos pacíficos, pero no felices. Recordaba haber pasado horas enteras de muchos días, alrededor de unos diez años, mirando por las ventanas del castillo donde residía. Veía los pájaros, a la gente y al bosque que consumía el fondo. Buscaba con la mirada perdida al pelaje negro que alguna vez quiso como un hermano, mas no encontró nada. Su cuerpo no envejeció, mientras que los demás sí. Cuando Jack murió, primero que todos los demás, a la edad de trescientos catorce años, Klaus decidió irse a vivir al campo. Azur lo convenció para que viviese en Londres, en una casita más discreta. Y he aquí: en aquella vieja inversión, recordando muchas cosas con melancolía.

Billy interrumpió su flujo de pensamiento con un toque en el hombro.

—Señor, hemos encontrado algo.

Klaus abrió un poco los ojos y alzó una ceja, confundido. Caminó detrás de su asistente, y se dirigieron a la mesa central del laboratorio, donde Arthur sostenía un minúsculo cristal cubierto de una gota de sangre.

—Es sangre de gorila —explicó el pelinegro—, y tiene una pequeña anomalía conocida como alopecia.

—Calvicie —añadió Klaus, mirándolo con rabia contenida. Por ser viejo no tenía por qué ser precisamente tonto o analfabeto.

—Cuando los primates se enferman de esto pierden pelo, y los hace más similares a los humanos. Podría significar que esta enfermedad...

—Si fuera por eso estaría rasurando monos —gruñó el albino, mirando a los ojos atentos de Arthur—. No me tomes por estúpido, niño. O te irá muy mal.

El chico tragó algo de saliva, viendo a su jefe alejarse dando la espalda. Billy los miraba ora a uno y ora al otro, confundido. Él sí que había creído que era un descubrimiento real. Arthur esperó a que estuviera fuera de la habitación para enfurecerse y tirarlo todo al suelo.

—¡Arthur, ¿pero qué haces?! —chilló Billy, tratando de recoger los papeles y las muestras de sangre y pelo esparcidas por el suelo. Su hermano lo agarró de una oreja y lo alzó al punto que sus ojos quedaban a la misma altura.

—Tú, inútil, estás aquí para cubrirme la espalda. Yo, si aún lo recuerdas, estoy aquí para matar a esa cosa. Si no lo hacemos, nos ejecutarán en público.

—¡Pero...!

—Ese lobo es inteligente. Tenemos que actuar rápido. Entretenerlo con experimentos tontos hará que baje la guardia sobre nosotros. Rápido, ve y búscame el cianuro. Iré a disculparme con él...

Con una habilidad impresionante, Arthur preparó un té de manzanilla (había visto a Klaus bebiéndolo par de veces) y luego tomó una bolsita blanca que le ofreció su hermano con manos temblorosas. Vertió el veneno en el té y olió a lo lejos. La muerte por inhalación de ese químico era brutalmente dolorosa, así que prefirió no confirmarlo mucho. Tomó la taza de té y la puso sobre un pequeño platito, que llevó con firmeza a la alcoba del lobo enano.

Tocó con su mano libre y oyó un quedo "pase" del interior. Cuando Klaus lo vio de reojo, desde su mesa, volteó a verlo con una expresión de enojo.

—¿Qué quieres?

—Solamente quiero disculparme. Fui un idiota hace un rato —dijo el husky, con las orejas caídas—. Espero y acepte este té como una disculpa.

Klaus miró el líquido tras coger la taza. Ni la olfateó porque para nada servía, y luego bebió sin darle muchas vueltas. Arthur sonrió para sus adentros, mirándolo desde su altura. Esperando la reacción al químico tóxico. Sin embargo, nada pasó. Un minuto entero y Klaus ni por enterado. Arrugó el entrecejo antes de preguntar:

—¿Le ha gustado el té, señor? —El albino le devolvió la taza.

—Estuvo bien. ¿Es la primera vez que intentas envenenar a alguien? —Arthur abrió muchísimo los ojos y retrocedió un paso, temeroso— Porque de ser así te felicito, el cianuro puro no es muy fácil de conseguir que digamos.

—¿De qué habla, señor...?

Klaus se levantó, suspiró, y luego quedó a menos de veinte centímetros de distancia del otro, quien lo miraba con miedo. Él sonrió.

—Los venenos no me hacen mucho. Solo me dan algo de picor en la lengua, pero nada más. Solamente he tenido problemas con químicos una vez, y fue veneno de pez globo. Al final mi cuerpo lo asimiló y lo digirió. ¿No te lo dijeron tus amiguitos del consejo gubernamental? Intentaron de todo muchas veces, pero nada funciona.

Le apoyó una mano en el estómago, arrugando la chaqueta de cuero.

—Esa es una bonita chaqueta. ¿Quién te la regaló?

Lo empujó con mucha fuerza, haciendo que tropezara y cayera al suelo. Klaus se puso encima de él, y lo miró con sus orbes color sangre, que centelleaban con una luz fantasmal.

—¿Algunas últimas palabras?

—¡Me extorsionaron, lo juro! ¡Amenazaron con matar a mi familia si no lo hacía!

—Mentir no te va a salvar el pellejo. Ni rogar por tu vida tampoco, que lo sepas —Lo tomó del cuello de la chaqueta y le alzó el cuello junto a la cabeza—. Si algo aprendí en aquella guerra fue a matar serpientes.

Le dio un cabezazo que le sacó sangre, y luego lo mandó al suelo. Apretó los puños y lo golpeó en la nariz, los ojos y la frente mientras su víctima gritaba del dolor. Impotente, trataba de quitárselo de encima, pero Klaus no se movió un centímetro. Lo machacó hasta dejarlo irreconocible, y antes de matarlo, le dio un rodillazo en la entrepierna que lo dejó sin aliento.

Luego, le encajó las garras en los ojos y se los sacó con un grotesco crujido. Ciego, Arthur logró atinarle un zarpazo a Klaus en la cara. El albino le agarró la mano y la rompió de un movimiento. Otro grito, y muchos más. El menor tomó de la cola al joven y lo volteó bocabajo, haciendo que lo que quedaba de su cara estuviera en contacto directo con el suelo de piedra. Se levantó y lo agarró de la cola, y acto seguido lo arrastró, dejando un rastro de sangre. Poco tiempo después, Arthur perdió la conciencia, y, justo segundos después, Klaus tomó un cuchillo y lo degolló.

Viendo el desastre, el albino se limpió las manos y la frente con unos pañuelos que encontró sobre su cama. Tomó por los hombros al cadáver, y lo arrastró hasta la puerta trasera de su habitación, que daba a unas escaleras que bajaban. Con dificultad, bajó aquellos escalones arrastrando el cuerpo, y lo lanzó a una jaula vacía. Miró al resto de jaulas de su segundo sótano, todas vacías a excepción de una, que tenía a un enorme perro dientes de hierro que reposaba dormido.

—Hola, Rock —saludó el canino albino, despertando al animal, que ladró y gruñó en su dirección, mostrando sus colmillos de plata—, traje algo de comida.

Se acercó al cadáver y le rompió y arrancó un brazo. Luego se lo lanzó al animal, que lo devoró de inmediato moviendo la cola. Era un ejemplar saludable y con la condición de que sus colmillos eran de plata, algo bastante extraño. Klaus sonrió acariciándole la cabeza a través de los barrotes. Recibió una mordida que desgarró parte de su carne, pero que no pudo romper ninguno de sus huesos. El albino se examinó con la vista, viendo como los tejidos se reconstruían lentamente.

Tras echar un último vistazo a su mascota, se fue. Una vez arriba, salió nuevamente a la sala de estar, donde Billy comía un pedazo de pan.

—Señor Klaus... ¿y Arthur? —preguntó, bajando las orejas. Klaus pensó en su inocencia, más alta que el monte Everest.

—Oh... renunció —dijo con indiferencia—. Tú deberías irte a casa.

—¿Cuándo renunció?

—Hace unos diez minutos. ¿Te preocupa?

Billy asintió, algo cohibido. Su hermano había ido a envenenar a quien le estaba hablando en aquel instante. Eso no era muy buena señal, pero él tampoco aparecía. El perro se levantó, con algo de miedo, y dio la espalda en dirección a la puerta principal. Antes de que pudiera marcharse, oyó la voz de su jefe detrás de él:

—Yo espero que no hayas tenido nada que ver, o te veré allá abajo también.


Mascotas comunes en la Parte Tierra. Son grandes perros rojos con la mandíbula o varios dientes de metal.


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