10 [Final]
En el momento que mi padre cruzó la puerta principal de la casa con sus maletas en mano y dejándome la simple y falsa promesa de que volveríamos a vernos, sentí como un gran vacío se instalaba en medio de mi pecho y una tristeza descomunal me inundaba de pies a cabeza. Desde ese día algo inició. Algo oscuro me acompañó a todos lados, haciendo que todo lo que hiciera terminara en desastre, hiriendo a todas las personas a mí alrededor y logrando que quedara completamente sola fuera dónde fuera.
La tristeza y angustia aumentó con creces, ya que en el momento que conseguía un amigo, lo terminaba perdiendo por el temor que les causaba el poder salir heridos por torpezas.
En mi antigua escuela, el director me envió a ver a un psicólogo como un último recurso. El psicólogo determinó que la pena se transformó en ira acumulada y que todas esas cosas no pasaban al azar, sino que eran acciones que realizaba inconscientemente al ver la felicidad que ellos tenían y de la cual yo carecía en mi vida. Hacia todo eso para llamar su atención y en busca de que ellos entendieran, aunque sea, una pequeña parte de mi dolor. Por supuesto había un tratamiento, pero mi madre lo rechazó con el argumento de que lo que decía era algo absurdo, porque se rehusaba a creer que algo malo ocurría en su nueva y perfecta vida, y prefirió ignorarlo, al igual que muchas cosas en su vida. Me cambió de escuela y siguió como si nada, esperando que el problema se solucionara por sí solo.
Yo en cambio le creí, no todos eran accidentes ya que si lo analizaba, algunos podían ser fácilmente intencionados y eso, explicaría las lagunas en mi cabeza durante esos sucesos.
Cuando conocí a Bokuto mi mala suerte se apaciguó de manera notable, reduciéndose todo a simples accidentes reales, lo cual me hizo creer que de alguna extraña manera, Bokuto era un tipo de tratamiento para mí. Él era mi cura. Kōtaro era la buena suerte que necesitaba.
— Deberíamos irnos a casa, Ai. Ya es tarde y está helando. — Las manos de Akaashi se posan sobre mis hombros y me brindan un leve apretón. Su mentón se apoya en mi cabeza mientras observábamos la tumba frente a nosotros. — Me impresiona el hecho de que conocieras a Bokuto.
Mis dedos estrecharon con más fuerza el ramo de tulipanes blancos que llevo y tenso los labios, formando una fina línea con la intención de reprimir las ganas de volver a llorar.
— Lo conocí cuando asistía a mi otra escuela, en un café en el centro de Tokyo.
No pregunta nada y tan solo asiente, quedándose conforme con aquello.
— Te esperaré en la entrada. — Deposita sobre mis hombros su abrigo gris y se aleja por entre las tumbas a paso tranquilo, dejándome sola.
Me arrodillo ante el pedazo de cemento con el nombre de Bokuto acompañado de su fecha de nacimiento y de muerte. Dejo las flores en un macetero del mismo material y me quedo unos segundos observándolo, sin verlo realmente.
— Te extraño... Tonto — susurro con melancolía.
Una fresca brisa pasa por el lugar revolviendo mi cabello con suavidad. Suspirando me levanto, dedicándole una última sonrisa y saliendo al encuentro del hombre que me indicó el lugar en donde se encontraba sepultado el albino. Keiji me regala una leve sonrisa al divisarme acercándome a él.
— ¿Nos vamos?
— Sí.
Comenzamos a caminar en un completo mutismo hasta que escucho cómo Akaashi se aclara la garganta, llamando mi atención. Su mirada está puesta al lado contrario de mi humanidad y sus manos se encuentran ocultas en los bolsillos de sus vaqueros.
— ¿Qué pasa?
— Hum...yo...no nada. — Niega efusivamente, causándome extrañeza por su raro comportamiento.
Frunzo el ceño y me encojo de hombros, restándole importancia. Avanzamos un par de metros más hasta que siento cómo su mano se aferra a mi brazo izquierdo, obligándome a detener.
— En realidad... Sí pasa algo — confianza.
Lo miro expectante y algo extrañada.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué es?
— No soy bueno en esto y estoy seguro de que no es un buen momento pero... ¿Te gustaría ir a tomar un café conmigo? Co- como amigos...
— No... — La decepción se dibuja en su rostro y no puedo evitar sonreír un poco. —... soy muy fan del café... pero estaré encantada de ir a tomar un té contigo, Akaashi.
Una leve sonrisa de alivio surca sus labios y sus mejillas sonrojadas lo hacen ver muy increíblemente tierno bajo la luz del atardecer.
— Entonces... Té será.
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