05
No sabía si la imagen de Bokuto acariciando mi cabeza y besando mi frente antes de volver a dormirme fue tan solo una fantasía que creo mi cabeza o la realidad, pero fuera lo que fuera, provocó que sintiera una pizca de decepción al abrir mis ojos y encontrarme con Akaashi sentado en la silla a un lado de mi cama.
Me regala una sonrisa de alivio cuando se da cuenta que he despertado.
— Ya era hora. Me habías preocupado.
Aprieto mis labios formando una línea recta y me reincorporo en la cama. No lo miro, en cambio concentro mi atención en la sábana que me cubre y juego con esta de manera ausente.
— ¿Por qué sigues aquí? ¿Acaso no entiendes que solo causo desgracias a los que se me acercan? — interrogo en un tono bajo, pero que es suficiente para que él pueda oírme.
— No digas esas cosas. Son accidentes, pueden pasar en cualquier momento y a cualquiera.
Mis ojos van hasta su muñeca, la que se encuentra vendada ahora. Cuando se percata de ello la esconde de mi vista y deja escapar un pesado suspiro.
— No podré jugar por un par de semanas hasta que se recupere completamente — confiesa. Abro la boca para decir algo, sin embargo, me interrumpe. — No quiero volver a escuchar que fue tu culpa, ¿sí? Ya basta con eso, solo te culpas de cosas que pasan al azar.
Puede que tenga razón, pero por años he sido culpada de todos esos sucesos hasta el punto de que se ha vuelto una costumbre el hacerlo yo misma.
Respiro profundamente y me vuelvo a recostar, dándole la espalda.
— ¿Puedes irte? Aún me siento un poco cansada — miento con mis ojos fijos en la pared, sin ver nada realmente.
Parece meditarlo unos segundos para luego dejar escapar un suspiro de frustración. Escucho cómo la silla se arrastra para después oír sus pasos alejándose.
Cuando me hallo por fin sola, con mi dedo índice comienzo a formar pequeños círculos en la cama.
Las cosas no están saliendo tan bien como quería.
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Salir a la azotea es, tal vez, una de las mejores ideas que he podido tener en mi vida. El aire fresco acaricia mi rostro y desordena mi cabello un poco, pero no me importa en lo absoluto porque también logra que todos los músculos de mi cuerpo se destensen y que sienta como todos mis problemas, desaparecen por un momento.
Avanzo por el lugar mientras saco otra bolita de chocolate de la bolsa de dulces que he comprado antes de venir. Me detengo frente a la reja que impide que alguien con instintos suicidas salte al vacío o que algún fatal accidente suceda en las instalaciones de la escuela. Me dedico a observar a mi alrededor, y supongo que me encuentro tan concentrada y tranquila que, cuando una mano cae sobre la reja haciéndola temblar y sonar de manera repentina, consigue que dé el grito del siglo sumándole a la poderosa sacudida que azota a mi cuerpo. La bolsa se resbala de entre mis dedos y cae al suelo, los dulces salen disparados de la bolsa y se esparcen por el suelo, arruinándose.
— ¡Oh, por Dios! ¡No se suponía que eso tenía que pasar!
Me giro sobre mis talones con el ceño fruncido, sin embargo este desaparece tan rápido como apareció cuando mis ojos se topan con unos dorados que me miran arrepentidos. Las comisuras de mis labios se extienden en una sonrisa que muestra mis dientes y, con mi mano derecha hecha un puño, golpeo su hombro.
— ¡Tonto! ¡Me has asustado! — me quejo, fingiendo molestia pero no sale muy bien.
Acaricia el lugar golpeado y ríe.
— No creí que te asustarías tanto. Eres una miedosa.
— Por favor, si un loco llega a irrumpir tu tranquilidad de esa manera, lo más natural es que te asustes. — Miro los chocolates en el suelo. — Me debes otra de estas.
— Claro. Te compraré otra luego, no es como si costaran mucho. — Se encoge de hombros, restándole importancia.
Lo miro indignada.
— Claro que sí, tienen un gran valor sentimental. Son mis dulces favoritos.
Enarca una ceja y los admira detenidamente.
— ¿Así? Entonces juguemos a algo con eso.
— ¿Qué cosa?
Tomo la bolsa que aún contiene al menos cinco o seis bolitas de chocolate en su interior, alejándola de él.
Suelta una gran carcajada desde el fondo de su garganta, haciendo vibrar su pecho como tal acto.
— Bien, escucha: me lanzas cinco de esas y yo las debo atrapar con la boca, si lo logro me debes algo.
— ¿Cómo qué?
Se encoge de hombros.
— Algo así como un deseo.
Me cruzo de brazos.
— ¿Y si no los atrapas?
— Yo te debo un deseo. Lo que quieras. — Me guiño un ojo, para después subir y bajar las cejas de manera insinuante.
Siento como el calor se apodera hasta de mis orejas al atrapar el doble sentido a sus palabras.
Desvío la mirada de él y lo medito unos segundos
¿Qué podía perder con esto?
— Está bien.
— Perfecto. — Se gira sobre sus talones y da cinco pasos con gracia. — Desde aquí debo atraparlas, ¿bien?
Me fije en la distancia y asiento, conforme.
— Ok.
Tomo una de las bolitas y se la lanzo al igual que lo haría con un perro. El pequeño dulce se eleva y cuando pienso que pasará sobre él, Bokuto da un gran salto y lo atrapa con su boca.
Mis ojos se abren de la sorpresa mientras él come feliz de la vida.
— ¡Dios! ¡Pero qué gran salto!
— Buenas piernas. — Sonríe, golpeando sus muslos. — Vamos con el otro.
Y así seguimos, hasta que solo faltaba lanzar el ultimo.
¿Cuál es el marcador? Lo único que diré es que él chico posee unos reflejos de puta madre.
— Esto es injusto. Eres muy bueno.
Alza los hombros.
— Nunca dije lo contrario.
Y es verdad, no lo hizo, pero de igual manera lo encuentro injusto.
— Ya, aquí va el último.
Admito que el lanzar la bolita con poca fuerza fue intencional, ya que la tiré tan despacio que apenas y logra avanzar un par de centímetros para luego cambiar su trayectoria hacia el suelo. Sonrío por un milisegundo cuando pienso que es imposible que lo atrape, pero Bokuto em sorprende lanzándose de plancha contra el concreto y girándose justo a tiempo para recibir el dulce en su boca de una manera que hasta me hubiera gustado haber grabado.
Su cabeza descansa a unos centímetros de mis pies y, cuando termina de comer, sonríe con orgullo hacia mí.
— Creo que me debes un deseo.
Humedezco mis labios y lo veo con una rara mezcla de molestia y felicidad.
Ha sido un juego divertido a pesar de todo.
Se levanta de un salto y se acerca a mí hasta que su nariz topa con la mía, invadiendo por completo mi espacio personal. Mi respiración se traba en medio de mi garganta y siento cómo mis piernas se vuelven dos pares de gelatina que apenas me y sí me ayudan a mantenerme en pie.
¿Mi pulso? Se encuentra por la nubes. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que él chico frente a mí pueda escucharlo.
Sonríe, una sonrisa tan grande que abarca casi todo su rostro y mueve su rostro de un lado al otro, en un beso esquimal que me parece lo más adorable del mundo.
Las manos me tiemblan a ambos lado de mi cuerpo. No puedo despegar mis ojos de los suyos, que brillan más de lo común.
Sus parpados se cierran e instantáneamente, hago lo mismo sintiendo cómo los nervios me carcomen desde el interior.
— Mi deseo es...— Su tibio aliento acaricia mis labios y mi anatomía parece la viva imagen de una estatua. — Es...
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