02

Le tiendo el dinero a la señora encargada de la caja en la cafetería con una gran sonrisa. Esta me mira con los nervios a flor de piel y, con manos temblorosas, toma los billetes que le extiendo desde la punta, evitando todo contacto conmigo en el proceso de pagar.

Mi sonrisa se borra de a poco y es reemplazada por una mueca. Dejo escapar un suspiro y arreglo un mechón de cabello que estorba en mi rostro, dejándolo tras de mi oreja. Tomo mis cosas y me doy media vuelta, no sin antes susurrarle un inaudible gracias a la mujer, que no lo corresponde debido a que se ha alejado lo más posible de la caja.

Observo la cafetería que se halla abarrotada de alumnos hambrientos y deseosos de poder compartir su receso con sus amigos, hablando de quién sabe qué cosas.

Mi vista capta una silla vacía justo en una mesa en donde se encuentra un grupo de chicos. Con inseguridad me acerco a ellos y tomo asiento ahí, sonriendo de manera amigable a todos los presentes.

— Hola, espero que no les...— Pero no soy capaz de completar la frase cuando ya estoy completamente sola en la mesa. — moleste que me siente...

Paso saliva y fijo mi mirada en la comida que he comprado. Repentinamente el hambre me ha abandonado, por lo decido mantener todo dentro de sus respectivos empaques.

Miro a mi alrededor, observando con algo de envidia como todos hablan, bromean y comparten entre sí.

Como todos son felices.

Las lágrimas me nublan la mirada y mi nariz empieza a picar. Aprieto los labios y me obligo no solo a respirar profundo, sino que también a mantener a raya las ganas de llorar mientras recojo todas mis cosas y me levanto. No soporto estar ahí. Prefiero irme a otro lado que ver cómo todos me excluyen e ignoran con tanta facilidad.

Camino por los pasillos sintiendo un fastidioso y familiar dolor en medio de mi pecho. Siempre es lo mismo, jamás cambia. No importa cuántas veces me transfiera de escuela, todo el tiempo termino siendo aislada y todo por culpa de mi maldita mala suerte.

Con un pesado suspiro empujo la puerta que da hacia la azotea y apenas salgo, la fresca brisa de primavera golpeo mi rostro y desordena mi largo cabello.

Lanzo la bolsa de color blanca que contiene mi almuerzo a cualquier lado, sin importarme en absoluto en dónde caiga. Doy un par de pasos más y luego me detengo en medio del lugar. Cierro los ojos y me concentro en bajar mi ritmo cardíaco. En calmarme, porque no puedo volver a decirle a mi madre sobre esto. No puedo seguir obligándola a mudarse a causa de mis problemas. Ya es demasiado estrés para ella el tener que conseguir trabajo, casa y matricularme en alguna buena escuela en cada ciudad que llegamos, que no puedo hacerle esto otra vez.

Yo soy la que necesita cambiar. Tengo que tratar de hacerme inmune ante sus indiferencias, que no me afecten en lo absoluto.

— Pero... ¿Por qué tiene que ser tan difícil? — me pregunto, tapando mi rostro con mis manos y con las persistentes ganas de llorar.

— ¿Qué es difícil?

Doy un gran salto hacia atrás del susto. Mis ojos se abren de par en par al ver por tercera vez en la semana a Bokuto frente a mí, con sus manos ocultas en los bolsillos de su chaqueta y su cabeza ladeada hacia el lado derecho. Sus brillantes ojos dorados me miran con confusión, luciendo igual de perdido que un pequeño cachorro.

<< ¿Cómo diablos fue que llegó sin que me diera cuenta? ¿Tan sumida en mi tristeza me encontraba? >>

— ¿Por qué estas llorando de nuevo? ¿No te dije que las chicas lindas no deben llorar?

Mi labio inferior tiembla de una manera patética y, en un acto de impulsividad, me lanzo contra él; contra la única persona en esta institución que me ha mostrado humanidad e interés hacia mí, a pesar de apenas conocernos. Rodeo su torso con mis brazos y cierro mis puños con fuerza, tomando su chaqueta.

<< ¿Por qué él si puede ser bueno y lindo conmigo y los demás no? >>.

— Estoy tan sola. Nadie quiere estar conmigo.

Sollozo, escondiendo mi rostro en su pecho. Percibo como este vibra cuando deja escapar una suave carcajada que es como una dulce melodía para mis oídos. Sus brazos me rodean por los hombros y apoya su mentón en mi cabeza, entretanto regala tiernas caricias a mi espalda.

— ¡Hey! ¡No estás sola! ¡Yo estoy contigo! Somos amigos, ¿no?

Atrapa mis hombros y me aleja un poco de él para poder verme a la cara. Trago con dificulta y siento como la sangre se acumula en mi rostro cuando limpia todo rastro de lágrimas con la yema de sus dedos.

— T- Tú... ¿No me tienes miedo? ¿En serio? — interrogo con el ceño fruncido, asombrada de que esta sea la tercera vez en que se me acerca por voluntad propia a pesar de todas las cosas que se escuchan acerca de mí por los pasillos.

Relamo mis labios y me alejo un par de pasos de él.

— Nop, ni el menor temor. Me recuerdas a un pequeño y solitario gatito.

— Hum... es primera vez que oigo eso...— admito en un bisbiseo. — Oye, tú... ¿Te consideras mi amigo?

— Así es. Desde ahora somos amigos o... ¿Tú no me consideras tu amigo?

Se inclina hacia adelante, obligándome a inclinarme hacia atrás para mantener la distancia entre ambos. Su cara se encuentra condenadamente cerca de la mía y eso, me pone muy nerviosa.

— ¿Te cuento un secreto?

Asiento varias veces seguidas, siendo incapaz de articular palabras alguna gracias a las circunstancias.

— Siempre quise ser amigo de una chica tan hermosa como tú — susurra, logrando descolocarme por completo con aquel cumplido.

Golpea suavemente mi frente con su dedo índice y medio, haciéndome trastrabillar con el menor de los esfuerzos.

— ¿Qu- Qué?... — pregunto más por inercia que por no haberlo escuchado.

Su única respuesta es una gran y radiante sonrisa que me cautiva, porque es sincera, preciosa y me brinda una paz que hasta hace poco desconocía. 

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