74
Kobe/Japón
Jimin, luego de haber llegado a su casa se encarga de duchar a Dai, lo viste, cena junto a su hijo y Ryuu, para luego dormirlo.
Se muere de ganas por llamar a su esposo, pero le había prometido esperar su llamada y eso es lo que hará.
Sale de la habitación de su hijo dejando una pequeña lámpara con figuras de estrellas encendida, deja la puerta semi abierta para que Dai pueda salir a buscarlo cuando quiera.
Entra a su habitación y recarga su espalda contra la puerta, cierra sus ojos y suelta un suspiro, los abre y mira la habitación detenidamente, observa prendas de Jungkook por doquier, inclusive fotografías de ambos y otras en familia junto a Dai y su tío.
Saca el intercomunicador del bolsillo izquierdo de su pantalón, presiona un botón y luego se comunica con Ryuu.
—Pídele a la sirvienta que suba con una bolsa grande, necesito deshacerme de las cosas de Jungkook.
—Entendido —escucha la respuesta del japonés.
Llega a la cama y separa algunas prendas de las de Jeon, camina hasta el armario y empieza a sacar todas y cada una de las camisas de su esposo, mientras deja la ropa sobre la cama escucha unos cuantos toques.
—¡Pasa! —alza su voz.
—Acá están.
Gira un poco su rostro y sobre su hombro mira a Ryuu.
—¿Qué haces? —lo cuestiona el rubio.
—Creí que necesitarías ayuda y aquí estoy.
El japonés camina hasta la cama, deja una bolsa a un costado y la otra la extiende, la abre y empieza a introducir la ropa que yace sobre el colchón.
—¿Estás seguro de esto? —lo cuestiona el azabache, esperando que Jimin le lleve más ropa.
—Sí —suelta un largo suspiro. —Debo dejar en claro que entre él y yo no hay nada que nos une. Si nos atacaron la vez anterior, lo harán nuevamente y está vez van a saber que —hace una pausa para ayudar a Ryuu a introducir ropa a la bolsa. —Mi pareja —el menor hace comillas con sus dedos. —Eres tú —señala al japonés.
Ambos se miran y luego sonríen.
—Necesito que la sirvienta se asegure que no quede nada que pertenezca a Jungkook dentro de la casa.
El japonés asiente.
—Ryuu, Jimin —escuchan la voz de una chica por medio del intercomunicador.
Park observa a su mano derecha, asiente dejando que sea él quien corresponda, mientras él va por las últimas prendas de Jeon.
—Te escuchamos —responde el mayor.
—Tengo noticias —suelta la chica.
Jimin deja caer la ropa al suelo, camina hasta Ryuu para arrebatarle el intercomunicador.
—Amaya —la llama Park.
—Estoy acá.
—Nos vemos en el garage de mi casa en cinco minutos —le ordena.
—Entendido —dice la japonesa.
—Abre —le pide Ryuu, refiriéndose a la bolsa ya que, carga las últimas prendas.
—Espero y sean buenas noticias —susurra Jimin.
El japonés no dice nada, ambos salen de la habitación, bajan las escaleras y observan a dos sirvientas.
—Necesito que una esté pendiente de Dai y la otra que se encargue de sacar la ropa que está dentro de una bolsa en mi habitación y se asegure que no quede ni una pertenencía de mi esposo en esta casa —ambas mujeres asienten—. Y desde ahora, si alguien las interroga sobre quién es mi pareja dirán que es Ryuu. ¿Entendieron?
—Sí, señor Jimin —contestan ambas.
—De prisa, rubio —lo llama Ryuu, quien lo espera en la puerta principal.
Cuando están fuera, la seguridad es reforzada a las afueras y alrededores de la casa, llegan al garaje encontrándose con la pelirroja.
—Fui cuidadosa, entre por el pasadizo —habla la chica.
—Que nos tienes, Amaya —se dirige Ryuu a la japonesa al ver que Jimin observa su celular por unos segundos.
—Los hombres que enviaron a Nagoya dieron con el paradero del dueño de la voz —empieza la chica. —Fudo, es su nombre —les recuerda—. Lo encontraron en uno de los tantos burdeles pertenecientes a los Yakuza de Nagoya.
Ryuu sonríe ladinamente mientras Jimin se limita a escuchar.
—¿Qué hay del otro tipo? —pregunta Jimin, después de unos segundos en silencio.
—Están cerca, solo quieren corroborar su verdadero paradero para emboscarlo.
Esta vez Park asiente.
—Cuando Fudo arrive a Kobe que lo trasladen al hogar de los Ángeles Negros —le ordena a la pelirroja.
—Lo mismo con Goro —añade Ryuu, refiriéndose al otro Yakuza.
—Vamos a...
Jimin se ve interrumpido debido al sonido ensordecedor de su celular.
Lo saca del bolsillo derecho de su pantalón, mira la pantalla y luego a Ryuu.
—Es él —dice emocionado.
—Atiende, mientras, pondré al tanto a Amaya sobre nuestro plan junto a Jungkook y sus hombres.
El menor asiente.
Se aleja un poco saliendo del garage, desliza su dedo pulgar y atiende la vídeo llamada que su esposo le realiza.
—Verte me hace bien —suelta Jimin, mirando el rostro de Jeon a través de la pantalla de su celular.
—Rubio, mi lindo rubio —habla Jungkook.
—¿Estás bien? ¿Has visto algo raro?, ¿te has alimentando?, ¿los han seguido o reconocido? —Jimin deja de realizar preguntas al escuchar las fuertes carcajadas de su esposo. —¿Qué te produce tanta gracia, Jungkook? —lo cuestiona, sacando a relucir su ceño fruncido.
—Cariño, me río de tu ráfaga de preguntas —dice Jeon, entre risas. —Te amo, Jimin —añade.
Luego de escuchar eso el entre cejo del menor vuelve a la normalidad.
—Responde mis preguntas, por favor —le pide Park a su esposo.
—Está bien —accede el pelinegro—. Estoy bien, no he visto ni escuchado nada raro. Sí, he comido, Jin, no deja que me salte ni una comida. No nos han seguido, pero si me reconocieron.
Jimin alza sus cejas al escuchar lo último.
—Te llamaba justo por eso, me reconocieron y me han invitado a su magistral hogar —habla sarcásticamente, Jeon.
—No tomes a juego esto, Jeon Jungkook —lo riñe su esposo.
—No lo estoy tomando a juego, Jimin, es solo que, debo fingir querer solucionar las cosas con ellos, negar que Yoon es mi familia, que Dai no es mi hijo y que tú no eres mi esposo —suelta el pelinegro.
—Aún podemos pensar en algo más —dice Jimin.
—No, no lo decía con ese fin, lo decía para convencerme de una vez por todas —agrega el pelinegro.
—Ok —suspira el rubio. —Debes saber que mis chicos encontraron al tipo que entró a la casa, aún falta uno más, pero estoy seguro que lo encontrarán y los traerán a Kobe —el menor pone al tanto a su esposo.
—Debo irme, cariño —le informa Jeon. —Pero si llegas a tener a los dos hijos de puta, no los mates, espera mi llamada —le pide el pelinegro.
—Por favor, no hagas nada más estúpido que esto que estamos haciendo, Jungkook —le suplica el menor.
—Te doy mi palabra, cariño —le asegura el mayor.
—Cuídate mucho, esperaré por tu llamada.
Jeon asiente.
—Te amo, Jungkook.
—Te amo, rubio —el pelinegro, cancela la llamada.
Jimin regresa al garage al lado de Ryuu.
—Vamos a tenerlos en el hogar de los Ángeles Negros y nos apegaremos al plan. Desde mañana el plan se pone en marcha, no quiero fallas, hablen con todos al respecto.
Ambos japoneses asienten, en aprobación a las órdenes de Park.
—Amaya, quiero que cuides de mi hijo, Jungkook y yo confiamos en ti para este trabajo.
La pelirroja sonríe, y hace una reverencia.
—Empezará a asistir a la escuela, debes en cuando uno de nosotros te acompañará —señala a Ryuu y luego así mismo—. Y en otras iremos a recogerlo juntos, pero quiero que seas la sombra de mi hijo.
—Lo cuidare con mi vida, Jimin. Lo prometo —le asegura la chica.
—Gracias Amaya, puedes retirarte.
La japonesa hace una reverencia ante su líder y luego abandona el garage.
—¿Todo bien? —pregunta el japonés al coreano.
—Jungkook, está por reunirse con los Yakuza de Hiroshima —le informa Jimin, sin responder la pregunta de su amigo—. Así que, no sé si todo está bien, Ryuu
El japonés se acerca a Park al notar su preocupación.
—Oye, debes calmarte. Jeon, sabe lo que hace.
Ryuu intenta reconfortar a Jimin con sus palabras, su presencia y con las pequeñas caricias que deja en sus brazos.
—Es solo que no dejo de pensar en que algo malo puede sucederle, tengo miedo de perderlo, ¿y qué sino me llama? —habla exasperado el menor.
—Hey, escúchame. Cálmate —le pide el japonés—. Estoy seguro que Jeon piensa lo mismo, nosotros también estamos en peligro, podemos ser atacados nuevamente, entonces ¿qué pasará si él te llama y eres tú quien no responde?
Ambos van a ser cuidadosos porque se preocupan el uno del otro, pero para ser cuidadoso debes olvidarte del miedo, rubio, ya no hay marcha atrás en esta mierda, no la hay.
Jimin asiente.
—Gracias —susurra el menor, abrazando al japonés.
—Estoy harto de escucharte agradecerme —bromea Ryuu, llevando su brazo izquierdo sobre los hombros de Park.
—Eres un idiota mal agradecido —se queja, indignado Jimin, llevando su brazo derecho a la espalda baja del japonés, para aferrar sus dedos a la cintura del mayor.
—Como sea, vamos por un trago mientras te reto al billar —le propone el azabache, con el fin de hacer que Park no piense en las circunstancias y en la prueba que su esposo está por atravesar, para hacer que su plan de marcha de una vez por todas como se debe.
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