Única parte

⚠️: leve contenido religioso. Por favor respetar creencias, eliminaré cualquier comentario ofensivo tanto para creyentes como para no creyentes. No es una historia religiosa, pero sí contiene ciertos elementos que tienen que ver con esto (el cielo, por ejemplo). Sean respetuosos a cualquier creencia, ¡y disfruten!

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— Entonces ponemos a tus tíos con tus abuelos —comentó el joven rizado, Brian. Ese era su nombre.

— Sí, y a nuestros padres con nosotros. Y a mi hermana —coincidió el rubio, de nombre Roger, acurrucado en el sofá con su prometido, ordenando cómo acomodarían las mesas para su boda.

— Entonces ponemos a nuestros primos en mesas de acuerdo a la familia —siguió Brian.

— Y a los amigos también —aseguró—. Compañeros de trabajo, jefes... se agrupan.

— Claro, amor —anotó lo dicho por el blondo, él dio una pequeña sonrisa—. ¿Descansamos un rato? Llevamos todo el día en esto.

— Claro, Bri —respondió abrazándolo de menor manera—. Nos queda tan poco...

— Solo un mes, mi amor —coincidió Brian mirándolo con amor—. Un mes y viviremos juntos, formaremos una familia y seremos felices por siempre.

— ¡Como en los cuentos! —sonrió él.

— Por supuesto, como en los cuentos. Y tú serás mi princesa, Roggie.

— No te pongas cursi —bromeó el rubio riendo y apretando el abrazo—. No puedo esperar a que veas mi traje. Es muy lindo.

— ¿Más que tú? Lo dudo —comentó Brian jugando con su cabello y pasando la yema de sus dedos por su nariz.

— Quizás —rió y se dio la vuelta para mirarlo cómodamente sin dejar de sonreír.

— ¿Qué sucede, hermoso? —preguntó contorneando sus labios con su dedo índice. Las mejillas de Roger se pintaron de un suave tono carmín.

— Nada, solo me gusta mirarte —sonrió.

— A mí también me gusta mirarte a ti —sonrió Brian—. Por algo la gente va a los museos, para ver obras de arte. Yo tengo uno aquí, en frente de mí.

— Eres lindo, tan... dulce —sonrió Roger.

— Y tú eres el Amor de mi vida. Con quien pasaré la eternidad.

Un beso selló aquel momento, y luego, decidieron ver televisión y dormir. Roger durmió en casa de su prometido.

El mes pasó y el esperado día llegó. Los amigos más cercanos ayudaban a vestir a los novios y a arreglarlos, mientras que los demás invitados se dirigían al lugar de la ceremonia: un hermoso valle lleno de flores, con el árbol donde Brian pidió noviazgo y algunos años después, matrimonio.

— Brian, quédate quieto mientras te pongo el fijador —comentó su madre orgullosa, viendo como peinaba a su hijo, ya un hombre de veintisiete años, y recordando cómo luchaba con los rizos rebeldes veinte años atrás, para que Brian pudiese ir ordenado a la escuela.

— Lo siento, mamá, me gana la emoción —comentó este con una gran sonrisa. Ruth también sonrió.

Tras haber estado listo, Brian se dirigió al lugar. Esperaron a Roger para iniciar la ceremonia, y cuando llegó, la boda ocurrió de maravilla.

El beso que selló su unión fue mágico para ambos, y celebraron la fiesta mirándose con amor y robándose algunos besos. Brian mencionó cuántas veces pudo lo bien que lucía su pareja, añadiendo adjetivos llenos de ternura. Era el día perfecto.

Y cuando la fiesta acabó, un auto los llevó a su nueva casa. Ya habían ordenado todo días anteriores, y estaban ansiosos por llegar y empezar su nueva vida juntos.

Sin embargo, durante la madrugada abundan los accidentes de tránsito, y por un hombre que no quiso esperar una luz verde, y que además iba a una velocidad excesiva, su día perfecto dejó de serlo. El choque fue inminente, al lado lateral del auto, donde iba sentado Roger. Se volcaron y el auto cayó rodando por el camino.

Brian estaba consciente y solo quería saber el estado de su esposo, miraba a su alrededor, sintiendo un pitido en el oído. Empezó a gritar por ayuda, Roger estaba aplastado por el auto y rápidamente intentó pararse para verlo, pero le fue imposible. Los dolores eran más grandes y con suerte podía moverse.

Miró hacia delante para comprobar el estado del chofer, estaba inconsciente, pero básicamente ileso y suspiró. No podía estar tranquilo, no podía aliviarse. Roger no se movía y sangraba, Brian estaba desesperado.

Unos momentos más tarde, sintió la sirena de la ambulancia acercarse cada vez más y suspiró con gran alivio, volviendo a gritar por ayuda. Los paramédicos los sacaron a los tres del auto y los llevaron con velocidad al hospital.

— Roger, necesito saber de Roger, es mi esposo, nos casamos hoy... —informó Brian exasperado viendo cómo lo ingresaban a otra ambulancia.

— Tranquilo, señor, los llevaremos a todos al mismo hospital, los salvaremos —informó una enfermera. Rápidamente la ambulancia llegó al hospital y comenzaron a atenderlos en trauma.

Brian veía por la ventana como lo atendían y pedía a gritos que lo salvaran y que no lo dejaran morir, que haría lo que fuese y pagaría lo que fuese, pero que no le quitaran a su amor, con quien empezaba una nueva vida.

Sus lesiones no fueron tantas, y mientras lo llevaban, vio como Roger entraba en paro. Comenzó a gritar, a pedir que lo ayudaran, y se lo llevaron. Notó cómo cargaban un desfribilador y lo ponían en el pecho de su marido. Su traje estaba lleno de sangre y roto, esto porque los médicos tuvieron que cortar la tela para realizar el procedimiento.

Cada vez que algún médico iba a atenderlo o a verlo, Brian preguntaba por Roger. "Aún lo atienden". Siempre la misma respuesta, hasta que llegó un doctor joven, con semblante serio y a la vez afable.

— ¿Sabe de mi esposo? —preguntó con desesperación.

— Su esposo tuvo múltiples lesiones a lo largo del cuerpo —comenzó el médico, Brian lo miraba atento y con temor—. Además, se le clavó un pedazo de vidrio en el estómago. Estuvo aplastado bastante tiempo por el auto y perdió mucha sangre. Atendimos lo mejor que pudimos, íbamos bien, pero entró en paro. Lo siento señor May, hicimos lo que pudimos, pero falleció —informó.

— No... por favor no.. —pidió mientras comenzaba a llorar—. Dígame por favor que no, que es una broma... o... o un sueño, y que cuando despierte lo encuentre a mi lado... p-por favor...

— Lo siento, señor —dijo el médico apenado—. Pero es la verdad.

(...)

Roger abrió los ojos con confusión y miró a su alrededor. Estaba en un enorme campo, lleno de flores. Pensó que era donde Brian le había pedido matrimonio, pero su árbol faltaba. No estaba allí.

— ¿Bri? —preguntó confundido. Lo último que recordaba era un "te amo" proveniente del mayor y sus manos tomadas. Sus miradas de amor. ¿Dónde estaba?

— Aún no es su hora —dijo una voz cálida a sus espaldas. Roger dio la vuelta confundido, solo vio una luz.

— ¿Dónde estoy? —preguntó.

— En el cielo —respondió la luz—. Tus buenas acciones tuvieron un efecto.

— ¿Entonces estoy muerto? —preguntó asombrado mirando su propio cuerpo. Vestía prendas ligeras, de tonos claros.

— Sí —respondió.

— ¿Eres Dios? —preguntó asombrado y dudando si acercarse o no.

— Yo soy —respondió. Roger comprendió y emitió una sonrisa—. Tranquilo, tu amor llegará. Solo tendrás que esperarlo.

— Está bien... lo esperaré lo necesario —dijo mirando alrededor—. Me imaginé distinto el cielo.

— El cielo no tiene forma fija —respondió—. Puedes verlo de la manera que quieras. Es uno y mil lugares a la vez. Es la tierra prometida.

— Vaya... —dijo aun mirando—. Estoy seguro que Bri llegará. Solo debo darle tiempo, ¿no?

— Por supuesto. Todos tienen su hora —dijo Él. Roger sintió que sonreía con el Amor de un padre.

— ¿Mi papá está aquí? —preguntó ansioso.

— Todos a quien amas lo están. Han sido buenas personas —respondió—. ¿Quieres volver a verlos?

— ¡Sí! —sonrió él emocionado, y fue con El Padre a reencontrarse con sus seres queridos.

Los años iban pasando, tanto en la eternidad, como en el mundo mortal. Roger vio a Brian los primeros meses tras su muerte, lo veía llorar por su pérdida y eso le dolía. No quería que Brian sufriera, y menos por su culpa, y a veces, bajaba a la Tierra a visitarlo. Brian no lo veía, tampoco lo escuchaba, pero lo sentía. Y cuando era así lloraba abrazando su almohada, sin saber que el rubio lo abrazaba a él.

Visitar a Brian sólo hacía que este se sintiese más triste por su pérdida, pese a que en algunas ocasiones logró calmarlo de sus llantos. Roger habló con Dios, le preguntó qué hacer. Él le dijo que hiciese lo que su corazón le dijera, pero que considerara lo que Brian sentía.

No lo visitó más. Decidió que era mejor esperarlo. Tampoco lo veía, porque eso solo lo hacía extrañarlo, y quería que Brian tuviese una larga y buena vida.

Habían pasado setenta años, aproximadamente, desde el accidente. Roger no había envejecido, y por supuesto que no, si era tan solo un alma. Seguía viéndose como un joven de veintiséis años, pronto a casarse, o en este caso, ya casado hacía pocas horas atrás.

Entonces el día llegó. Roger supo que Brian había llegado, solo por sentir al amor de su vida junto a él. Sonrió y corrió a recibirlo. Estaba joven, como lo recordaba. Con sus rizos largos y castaños, y sus ojos color almendra.

— ¡Bri! —exclamó corriendo—. ¡Bri, amor! —sonrió cada vez más emocionado hasta llegar donde él y abrazarlo por el cuello, para luego besarlo. Brian correspondió abrazándolo desde la cintura y girando con él en brazos. Rieron levemente al separarse por la felicidad.

— Roggie... estás... estás tan hermoso —comentó viéndolo con una sonrisa—. Y yo aquí todo arrugado y con el cabello blanco.

— De hecho estás joven —dijo Roger con una pequeña risita—. Estás como cuando te recuerdo.

— ¿En serio...? Qué extraño... —Brian miró sus manos y se sorprendió al verlas lisas y suaves, sin manchas, sin arrugas y sin tendinitis.

— Te esperé setenta y un años —sonrió Roger acariciando su mejilla—. Por fin estamos juntos de nuevo, y así será por siempre.

— Eh... sí.

— ¡Brian, amor! —escuchó una voz femenina a sus espaldas. Roger se dio la vuelta confundido, era incapaz de sentir tristeza o algún sentimiento negativo en el más allá, por lo que no se molestó y miró como la mujer corría a su esposo y hacía prácticamente lo mismo que hicieron ellos dos momentos antes. Recibirse con todo el amor del mundo.

— ¡Anita! —exclamó Brian—. Pensé que este día no llegaría.

Roger comprendió todo al instante. Brian había seguido con su vida y tenía una segunda esposa. Miró la escena tierna que hacían ambos, miradas de amor y besos. No sabía cómo reaccionar, Brian tenía derecho a ser feliz, tenía derecho a superarlo y a continuar con su vida.

— ¿Cómo están los niños? —preguntó la mujer mirando a su marido.

Tienen niños.

De maravilla, mi amor. Me cuidaron muchísimo —respondió Brian.

Roger comenzó a pensar que estaba de sobra en aquel bello encuentro, así que decidió comenzar a irse. Su desilusión fue tal, que el cielo mismo tuvo un agujero en él. Sintió tristeza, las consecuencias del desamor y confusión. Sentimientos prohibidos en el más allá para que aquellas buenas almas pudiesen descansar en Paz.

Quizás aquel no era el caso de Roger. Quizás él tendría que vivir aquellas emociones desterradas.

— ¡Rog, espera! —lo llamó Brian. Él se detuvo, con un hilo de esperanza, y lo miró con una sonrisa triste.

— Dime, amor —respondió.

— Quiero presentarte a Anita —dijo, la mujer sonrió, ambos incapaces de percatarse de lo que sucedía—. Ella me ayudó mucho tras tu pérdida. La conoces, ¿la recuerdas? Era mi vecina.

— Oh... claro que la recuerdo —dijo con la misma expresión y estrechó sus manos con las de ella—. Un gusto.

— Por fin conozco al famoso Roger —sonrió ella—. Brian hablaba tanto de ti.

— ¿De verdad...? —preguntó él.

— Por supuesto, Rog —sonrió Brian.

— Gracias por haberlo cuidado —dijo él mirado el suelo—. Yo no pude.

— No fue tu culpa —intervino Brian con una mano en su hombro—. Ni del chofer. Lo que sucedió... sucedió, y... no lo podemos cambiar.

— Ojalá sí —murmuró el rubio, los otros dos no lo escucharon, y siguió hablando en voz alta—. Está bien. Los dejaré solos.

— Claro, gracias por comprender, Rog —sonrió Brian.

Ya no me dice Roggie.

Oh, no es nada —sonrió y se fue. Brian siguió conversando con Anita, y demostrándose su amor.

(...)

— ¿Qué debo hacer?

— Oh, Roggie... no lo puedes forzar —dijo su madre acariciando el cabello de su hijo, que permanecía acostado en su regazo. Ya habían pasado unos veinte años desde que ella se había unido a aquel pacifico lugar.

— ¡P-Pero lo amo! —sollozó él. Era el único ángel que lograba llorar.

— Lo sé, y él también te ama, pero lamentablemente también la ama a ella —dijo—. Y no es su culpa.

— Sé que no lo es... —suspiró Roger—. Nosotros solo duramos seis años... de seguro ellos estuvieron juntos toda una vida. Tuvieron hijos, fueron felices. Ella es el amor de su vida, yo no.

— Roggie, no pienses eso —repuso su madre tras un suspiro—. Eres alguien importante para él.

— P-Pero lo esperé tanto tiempo —dijo—. N-Ni siquiera volví a visitarlo... sa-sabía que eso le hacía peor y...

— Roggie... por favor no te tortures... este es el único lugar donde puedes ser feliz. Aprovecha tu eternidad.

— No puedo sin él —dijo aferrándose más a su madre—. No puedo... yo quería pasar la eternidad a su lado. Ahora... ahora estaré solo por siempre.

— Roggie...

— Lo siento —se volvió a sentar y se limpió los ojos—. Dios dice que esto jamás había ocurrido.

— ¿Qué cosa, hijo? —preguntó la madre.

— El sufrimiento en el cielo —respondió mirándola con la vista nublada.

(...)

Roger miraba una cascada con una pequeña flor blanca en la mano, escuchando el agua caer. El cielo estaba tan azul y hermoso como siempre, exceptuando las veces que llovía, y la naturaleza existente era maravillosa.

— Hey —Brian se acercó a él y el rubio dio vuelta la cabeza a verlo. Sus mejillas se pusieron de color carmín, como cuando ambos estaban vivos y Brian contorneaba sus labios con sus finos dedos.

— Hey —murmuró y volvió a mirar a la cascada. El rizado se colocó a su lado, con las manos en la espalda.

— ¿Cómo estás? —preguntó mirándolo. Roger seguía sin voltear la cabeza.

— Bien... ¿tú? —preguntó devuelta.

— Bien —respondió. Continuaron en silencio unos instantes—. Yo... lamento si te he dejado solo.

— No tienes que disculparte, Bri... —repuso—. Ella es tu esposa. Tienes que estar con ella.

— Tú también eres mi esposo —repuso. Roger miró la flor que tenía en las manos.

— Sí, pero soy menos importante que ella —repuso.

— No es así, Rog —suspiró—. Cuando moriste pensé que jamás volvería a ser feliz, y que nunca amaría tanto a alguien, y... ella llegó a mi vida. Me dio consuelo, me dio apoyo. Nunca amé tanto a alguien —soltó. Abrió los ojos notoriamente al oír sus propias palabras, Roger soltó una sonrisa triste.

— Lo sé, Bri —dijo.

— Yo no... no me refería a eso —repuso.

— Sé que sí —dijo en voz baja y besó su mejilla para proseguir a irse.

— Roger, espera —lo detuvo tomándolo suavemente del brazo. Él se dio vuelta.

— ¿Qué quieres de mí? —preguntó acercándose y quedando frente a él—. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos te amé más de lo que es posible amar. Esperé el día de nuestra boda con tantas ansias, y luego cuando morí no quise dejarte solo. Iba a verte hasta que me di cuenta que eso le hacía peor a tu salud mental y preferí esperarte. Te amo, Brian. Te amo y lo haré por toda la eternidad, y tú también lo haces, pero solo fui una pareja más para ti.

— Fuiste el amor de mi vida —repuso.

— Lo fui —coincidió—. Pero ya no. Y... y no estoy molesto por eso, Bri. Lo entiendo. No soy tan importante. No duramos tanto. Ni siquiera pudimos llevar un día casados. Anita es tu vida, la madre de tus hijos.

— Yo la amo —coincidió—. Pero eso no significa que no te ame a ti. Que no deseé volver a verte cada día de mi vida. Que no deseé volver a tocar tus labios, a sentir tu olor —pasó la yema de su dedo índice por los labios rosados del rubio con toda la delicadeza del mundo. Las mejillas de este se volvieron carmín—. Nunca pensé con quién pasaría la eternidad.

— Yo sí —repuso—. Y pensaba que tú también. Pero yo entiendo que la elijas. Entiendo que la ames a ella. Además... ¿qué dirán tus hijos cuando te vean conmigo en lugar de con su madre?

— Roggie, no es eso...

— No importa —aseguró—. Te libero.

— Pero...

— Hasta que la muerte nos separe —recitó sonriendo con tristeza—. Estamos muertos, Bri. Ya no estamos casados.

— Nunca pudimos disfrutar de nuestro matrimonio —repuso Brian.

— Pero ahora puedes disfrutar la eternidad con ella —acunó su rostro con sus manos y juntó sus narices cerrando los ojos. Brian abrazó su cintura.

— No puedo renunciar a ti —repuso—. Soñé tantas veces con volver a besarte.

— Estás siendo injusto con Anita —respondió.

— Pero si no lo soy con ella, lo soy contigo —repuso—. Fuiste la primera persona a la que amé. Fui feliz contigo y ese accidente nos quitó nuestra felicidad. Nos quitó todo.

— Pero fuiste feliz —repuso—. Lograste mi mayor deseo para ti, que fueras feliz y tuvieras una vida larga. Dime, Bri... ¿cuántos años tenías al morir?

— Noventa y ocho... —respondió.

— ¡Eso es genial! Casi llegaste a los cien años —acarició su mejilla. Brian ladeó el rostro para que así no pudiese retirar la mano.

— Hubiese sido genial haber llegado a los cien contigo —dijo. Roger hizo una sonrisa triste.

— Pero así no fueron las cosas —dijo simplemente—. Por algo... por algo pasó. Para que conocieras al amor de tu vida.

— No sé qué pensar, Rog... estoy... estoy confundido —admitió—. Los amo a los dos, y no quiero que ninguno sufra.

— Esa es una decisión que tú debes tomar, Bri —dijo—. Yo no puedo intervenir en eso.

— Yo... lo sé —suspiró.

— Te amo, y lo haré siempre. Te quedes o no conmigo —aseguró.

— Yo también te amo, Rog.

— Lo sé.

(...)

Roger caminaba a su destino llorando. Las personas lo veían con misericordia y confusión, nunca habían visto alguien llorar en el cielo, y la historia del Ángel cuyo amor fue más poderoso, era contada entre los infinitos espacios de esa bella tierra.

Acababa de renunciar al amor de su vida, tras varios años sufriendo por ello, y lo había hecho por él. No era fácil, pero comprendía la situación. seis años no es nada en comparación a una vida. Ni siquiera habían alcanzado a vivir juntos, a despertar cada mañana con quien más amaba, a formar una familia con él. La nostalgia de lo perdido por un externo era enorme, pese a que era una nostalgia hacia algo que jamás sucedió. Probablemente a sueños y esperanzas que tuvo en su juventud.

La hermosura del espacio era fulgurante. Plantas, flores y bellos especímenes naturales. Había oído que algunos veían el cielo como una enorme ciudad llena de lujos, otros como una isla, una playa. Él veía un bosque. Siempre lo había visto así, y pensó que probablemente era como Dios le había dicho cuando había llegado.

Es uno y mil lugares a la vez.

Roger pasó sus dedos por las largas hierbas que estaban a su alrededor, mientras él caminaba por aquel hermoso sendero de piedra. Las lágrimas caían desde sus ojos azules, haciendo que en la tierra, aparecieran hermosos ríos y oasis en los desiertos, a medida que cada gota de tristeza tocaba el suelo, o simplemente provocaba una lluvia en un lugar de sequía.

— Los Ángeles no lloran —escuchó la cálida voz del creador a sus espaldas. Roger dio la vuelta viendo a la habitual y armoniosa luz que tenía frente a él.

— Porque son felices —respondió—. Yo no.

La luz se acercó a él, Roger sintió que colocaban una mano en su hombro con la delicadeza de alguien que teme romper la porcelana.

— La felicidad depende de muchos aspectos —dijo.

— Sería más feliz siendo torturado en el infierno, que aquí viendo a mi amor olvidarme poco a poco —dijo con tristeza.

— Es posible que no lo seas —coincidió—. Pensé que no, pero las emociones de un ángel son fuertes. No caigas, Roger. No serás más feliz abajo.

— Quiero volver —pidió Roger mirando sus pies descalzos.

— ¿A la tierra? —preguntó Él.

— Sí —aseguró—. Por favor. Es... es lo único que pido. Puedes hacerlo todo...

— Puedo devolver personas, pero tú moriste hace muchos años —repuso con compasión—. Llegarás a un mundo que no conoces, sin los seres que amas.

— Pero él me está olvidando —repuso llorando más.

— Nunca lo hará —repuso—. Te ama tanto, que le cuesta dejarte ir, que le cuesta decidir.

— Lo sé... —se limpió los ojos.

— Tengo una solución para ti —anunció el Todopoderoso. Roger miró directamente a la Luz, sorprendido—. Lo hablé con los arcángeles y lo consideraron buena idea.

— ¿Qué es? —preguntó con un hilo de esperanza.

— Puedes reencarnar en otro cuerpo —dijo—. Serás tú y a la vez no. Volverás a nacer, a crecer, a vivir y a enamorarte. Tendrás otro aspecto, quizás similar al tuyo, y tendrás una segunda oportunidad.

— ¿Y qué hay de Bri? —preguntó. La idea era tentadora—. ¿O de mi mamá? ¿Mi papá?

— Ellos entenderán. Tú no eres feliz aquí. Al menos no ahora. Fuiste una persona buena, porque esa es tu esencia, y mereces lo prometido.

— Felicidad eterna —dijo Roger en voz baja.

— Nadie te olvidará aquí —anunció—. Pero no volverás a recordarlos. Quizás algunos pocos hilos, pero no mucho. Cuando vuelvas, lo harás como tu reencarnación, y así te quedarás.

— ¿Y seré feliz? —preguntó esperanzado.

— Lo serás.

— ¿De verdad funcionará?

— Estoy seguro que sí, porque tu mismo amor lo hizo en una vida anterior —dijo. Roger abrió la boca asombrado—. Muchos quieren darse una segunda oportunidad. Muchos quieren felicidad. Y la consiguen.

— Lo haré —asintió—. Lo... lo haré.

— Está bien. Mañana volverás, pero primero despídete de quienes amas.

Roger asintió. Quizás era algo egoísta de su parte, pero si Él lo había propuesto, supuso que estaba bien.

Roger volvió con sus familiares, se despidió de cada uno de ellos. Todos le desearon suerte y comprendieron su situación. El rubio parecía feliz, después de cien años de amargo dolor.

Cuando llegó el turno del rizado, éste lo miraba con el mismo amor con el cual siempre lo miró. Tomó sus manos y besó estas, mirándolo a los ojos en todo momento.

— Nunca voy a olvidarte, Roger —aseguró y por última vez, trazó sus dedos por los labios del mencionado, los cuales formaron una pequeña sonrisa, a tiempo que sus mejillas se tornaban de un suave carmín.

— Ni yo a ti —aseguró acariciando su mejilla con suavidad—. Pese a que dijeron que lo haría... estoy seguro que algo recordaré de ti.

— Te amo tanto —aseguró abrazando su cintura—. Lo haré siempre. Aunque ya no me reconozcas, aunque tengas otro cuerpo.

— Yo también lo haré —aseguró. Se miraban a los ojos con el mismo sentimiento de cuando ambos vivían y estaban juntos, y Roger decidió juntar sus labios por última vez. El beso fue correspondido a un ritmo dulce, y tras este, se separaron y juntaron sus frentes mirándose a los ojos.

— No te olvidaré —prometió Brian.

— Yo tampoco a ti, amor mío —respondió Roger—. Mi único amor.

Brian sonrió un poco y besó su frente. Luego de un abrazo, lo dejó ir.

Roger cruzó un umbral con una luz, todos lo vieron, y antes de terminar de pasar, miró por última vez a sus seres amados, y a Brian, demostrando en esa mirada todo el amor que sentía por ellos.

Entonces cruzó y un nuevo niño nació.

Casi cien años después, una nueva alma ingresó al más allá. Al mejor lugar. Pese a la edad en la que murió, lucía joven, como alguien que acaba de cumplir los veinticinco años.

Brian lo vio llegar, un cruce de miradas se hizo presente, y el nuevo individuo la apartó, era alguien familiar, pero no lo conocía.

El rizado conocía esa mirada, que se encontraba castaña, y con un cabello oscuro. Y aún así, supo quien era y sonrió con nostalgia y el amor de quien se reencuentra con quien siempre amó.

— ¿Qué sucede, Bri? —preguntó su esposa mirándolo atenta.

— Nada, Anita, solo recordé a un antiguo amor —respondió y tras echar una última mirada al castaño que saludaba a varios desconocidos, siguió su camino.

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