Capítulo 2: Voluntad Doblegada

Bat-Man se movía como una sigilosa sombra entre la oscuridad, apenas iluminada por la luna en lo alto.

—"Debo investigar esta extraña mansión —pensaba Bruce—, pero primero debo cumplirle mi promesa a Julie".

Bat-Man se detuvo sobre el tejado de la casona abandonada, logrando ver hacia la ventana del cuarto de Ellen. El luchador contra el crimen quedó sorprendido al notar una oscura figura al lado de la cama de la mujer, no dudando en lanzarse para intervenir.

La criatura giró su cabeza al sentir algo aproximarse; más cuando se volteó completamente recibió un demoledor derechazo. Bat-Man rápidamente lo tomó de la ropa y lo arrojó al otro lado de la habitación. El encapuchado observo por un momento a Ellen, notando que esta se encontraba en estado de shock y con las pupilas dilatadas. A pesar de dar solo un vistazo rápido, noto varías marcas de colmillos en el cuello de la fémina.

—¿Quién eres y que le hiciste a la señora Hutter? —preguntó mientras tomaba un batarang.

La espectral criatura se paro derecho, observando fijo a su enemigo. Bat-Man lo observo, sintiendo un escalofrío recorrer su espina dorsal. No había sentido aquella sensación desde que era un niño indefenso a la salida de un cine.

Frente a él, yacía la criatura más extraña que jamás había visto. Su piel era grisácea y su rostro era recorrido por varias arrugas. Sus orejas eran grandes y puntiagudas, como las de algunos roedores. Varios colmillos sobresalían de entre sus labios, con un color amarillento. Sus nariz puntiaguda acentuaba los ojos hundidos que tenía. Bruce observó fijo aquellos ojos, lo cual fue su peor error.

Aquella fría y oscura mirada lo paralizó completamente. Una gran pesadez cayó sobre su cuerpo, aplastando la resistencia de sus músculos. La respiración del vigilante se aceleró, con su corazón golpeando su pecho a un ritmo tan frenético que amenazaba con darle un infarto allí mismo. El sudor frío recorría su barbilla mientras sus músculos temblaban de forma cada vez más desesperada. El último de los Wayne, preso totalmente del terror, observó por un momento algo muy parecido a una sonrisa en la boca del monstruo que tenía frente suyo.

—"Debo reaccionar. Debo moverme o estoy condenado, ¡y condenaré a Ellen conmigo! ".

Haciendo un esfuerzo supremo, con cada pizca de su fuerza de voluntad, Bat-Man arrojó su batarang. El murciélago de metal surco el aire hasta clavarse en el hombro izquierdo de la espectral criatura, la cual rugió como un animal herido. The Bat-Man cayó de rodillas al suelo, deteniendo su caída con las manos. Respiró a grandes bocanadas, como aquél hombre que puede respirar después de casí ahogarse en el oscuro fondo marino.

—¿Quién, eres? —preguntó con furia el vigilante, poniéndose con dificultades de pie.

Sin embargo, antes de poder hacer cualquier otra cosa, Ellen le saltó a la espalda en medio de un gruñido más digno de una bestia que de un humano. Las garras de la mano derecha de la mujer rasgaron el símbolo del hombre murciélago, dejándole profundas marcas en la piel. Bat-Man la tomó rápidamente de los brazos, y de un ágil movimiento se la sacó de encima para arrojarla sobre la cama.

—Señora Hutter, ¿qué le sucede?

Ellen rugió y se dispuso a atacar, pero la criatura gruñó con mucha más fiereza. Ellen retrocedió, notablemente atemorizada por aquel al que ahora reconocía como su amo.

—¿Qué le haz hecho? —volvió a preguntar el vigilante.

—"Bruce Wayne".

Bat-Man sintió un dolor punzante en la cabeza, acompañado por la voz más terrorífica y animalesca que jamás había oído.

—"Te enfrentas a un poder al que ningún hombre mortal a sobrevivido jamás. Apártate de mi camino, o te unirás a la legión de cadáveres que he dejado atrás en incontables eras de existencia".

Bruce, a pesar de tener años de entrenamiento para autocontrolarse, se sentía abrumado por sus emociones. Un terror profundo y primitivo lo había invadido. Aquella sensación que te persigue de niño cuando caminas por un pasillo en la oscuridad, ahora estrujaba su corazón. En su mente, Bruce empezó a unir las piezas de a que tipo de ser se estaba enfrentando.

—"Así es —afirmó la criatura—. Soy un vampiro".

—Y yo soy Bat-Man.

Bat-Man corrió hacia su enemigo, el cual dio un salto para embestirlo. A gran velocidad, el vampiro lo tomó de la ropa y giró en el lugar antes de lanzarlo con fuerza y furia hacia la ventana abierta, cayendo al vacío. Sabiendo que el tiempo y la gravedad estaba en su contra, el encapuchado se volteó en el aire mientras extendía su capa. Logró planear con esta, y así reducir un poco la velocidad de caída. Aún así, chocó contra la fría calle y rodó un poco por esta.

Ignorando el dolor de la caída, se puso de pie y respiró con enojo antes de correr hacia la casa de sus amigos. Rápidamente sacó su gancho para escalar, lanzando la punta de este a la cornisa de la casa de dos pisos. Sujetando con firmeza la cuerda, y usando toda la fuerza de sus extremidades, empezó a escalar por la pared. Con movimientos frenéticos y desesperados, llegó hasta la ventana y entró por esta.

—¡Ellen! —gritaba con temor y furia—. ¡Ellen!

Bat-Man encontró su batarang en el suelo, con la sangre de su enemigo en este, pero sin rastros del vampiro o de su amiga. El vigilante recorrió las habitaciones, pero no encontraba rastros de los dos entes. Hasta que, repentinamente, un pensamiento cruzó por su mente como relámpago.

—Julie...

Bat-Man, que ya había llegado a la planta baja, derribó la puerta de una patada y tomó su soga para escalar, logrando desengancharla antes de salir corriendo.

—"Debo llegar al auto —pensaba—. ¡Debo llegar a Julie!"

Bat-Man corrió lo más rápido que sus piernas le permitían hasta que llegó a donde su vehículo se encontraba estacionado. Aquél era un auto de colores oscuros como la noche, con detalles que recordaba a los murciélagos.

Condujo su auto a máxima velocidad, con su corazón golpeando con fuerza y furia contra su pecho. Cuando llegó finalmente a su mansión, salió de un salto de su auto. Lanzo su soga a la cornisa, y rápidamente escalo por la pared hasta llegar a la ventana de la habitación que compartía con su amada. El terror que oprimía su corazón se esfumó al ver que Julie se encontraba bien, dormida plácidamente. Cuando entró por la ventana, y se cercioro de que no había marca alguna en su cuello, se retiró la máscara antes de caer de rodillas al suelo.

—Dios mío —exclamó con cansancio y temor—. ¿A qué me estoy enfrentando? —se preguntó de forma retórica. Bien sabía a las fuerzas oscuras que se enfrentaba, aunque no en toda su magnitud.

Al alba, cuando el sol se alzó para disipar las tinieblas, Bruce se encontraba en su estudio, con la cabeza en la mesa y su traje aún puesto.

—Amo Wayne —le llamó con delicadeza una voz femenina—. Despierte, amo Wayne.

Bruce empezó a abrir los ojos, encontrándose con una de sus sirvientas.

—Yvette —exclamó mientras se enderezaba en la silla.

Yvette era una joven mulata, de rasgos delicados y finos labios, con una figura generosa bajo sus vestiduras de servidumbre. Aunque Gótica pertenecía geográficamente al norte de Estados Unidos, esta mantenía ciertas costumbres del sur. Por lo tanto, no era extraño encontrar a sirvientes negros en aquella ciudad.

—Le traje el desayuno —dijo la mujer mientras le dejaba la charola en la mesa.

—Necesito que busques a Alfred y lo traigas junto con Julie. Hay algo de lo que debemos hablar.

Poco después, las tres personas que conocían la identidad de Wayne se encontraban reunidas con este.

—Ya descubrí que es lo que ha estado asesinando a los vagabundos —afirmó Wayne con pesar—. Es un vampiro.

—¿Es una broma? —preguntó confundida Julie.

—Quisiera que lo fuera —respondió Bruce—. Pero es real. Ayer me enfrenté a él, y perdí. Julie —dijo al mirarla fijo—, él tiene a Ellen.

El rostro de la prometida de Wayne se retorció en una mueca de horror y preocupación.

—Oh, Dios. La pobre Ellen —exclamó la mujer mientras se sentaba.

—Por eso había ajo y cruces en nuestro habitación —dijo Bruce—. Tengo la sospecha de que viene por tí.

—¿Cómo sabe eso, amo Wayne? —preguntó Alfred Beagle, el mayordomo de la mansión.

—Después de proteger la habitación de Julie, volví a la casa de Ellen. Fuí a la casa abandonada de enfrenté, y encontré ratas muertas sin sangre. Pero lo más importante es que encontré un recorte de un diario donde estabas tú —afirmó mientras señalaba a su prometida—. Busque información entre los papeles y anotaciones de Thomas para averiguar exactamente a donde había ido.

—Ellen nos dijo que había ido a Rumania —afirmó Julie—, poco antes de que la guerra estallara.

—Sí, pero no sabíamos más de eso. Fue a hacer negocios con un tal Conde Orlok para venderle la casa que estaba frente a la suya; la casa donde estaba el vampiro.

—¿Creé que ese Conde Orlok es el vampiro? —preguntó con preocupación Yvette.

—Es solo una sospecha —dijo Bruce.

—¿Qué planea hacer, señor? —preguntó Alfred.

—Quiero que protejan la casa. Llenen las puertas y ventanas con ajo y crucifijos. No sé hasta que punto sean realmente útiles contra los vampiros, pero no tenemos más opciones.

—Bruce, ¿creés que se pueda liberar a Ellen? —preguntó Julie.

—Lo voy a intentar —afirmó Wayne—. La próxima vez que me vea con ese vampiro, voy a estar preparado.

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