🍀CHAPTER TWO🍀
La Niña
JOYCE estaba parada frente al teléfono que colgaba de la pared, moviendo su pie con impaciencia mientras en su oído resonaba una y otra vez el típico tono de llamada. Después de unos segundos, por fin alguien pareció responder.
—¿Se encuentra Lonnie?—preguntó Joyce de forma directa.
—Lonnie no está—le respondió la voz de una adolescente por el teléfono.
—Oye podrías—
—Te dije que Lonnie no está—la interrumpió la adolescente detrás del teléfono.
Joyce tomó aire con la poca paciencia que le quedaba. Habló más en un suspiro que otra cosa.
—¿Quién habla?—dijo Joyce.
—Su novia, Cynthia—respondió la mujer.
—Cynthia—la llamó Joyce tratando de sonar tranquila aunque no lo estuviera—
—¿Quién diablos eres?—dijo Cynthia con molestia.
—Cynthia, soy Joyce—
Jonathan dirigió su mirada hacia el pasillo en el que se encontraba su madre al teléfono. No se notaba emoción alguna en su cara. Simple cansancio.
—¿Quién?—dijo Cynthia.
—La ex-esposa de Lonnie. Realmente necesito hablar con él.
—No está. ¿Por qué no llamas después?—dijo Cynthia con un tono levemente más alto y molesto.
Jonathan dirigió su mirada de nuevo a la pequeña mesa frente a él. Continuó escribiendo el título de lo que parecía un cartel de búsqueda, hecho por él mismo.
—No, no al rato. ¡Ahora! Porque—
Joyce no pudo terminar de hablar cuando se volvió a escuchar el pitido en el teléfono. Frunció el ceño con molestia y colocó de nuevo el teléfono en el soporte de éste, con cierta agresividad.
—¡Bruja!—exclamó Joyce al teléfono.
—¡Mamá!—la regañó Jonathan, quitando su vista del papel.
—¿Qué?—respondió aún con un tono alto pero no de exacta molestia, sino de cansancio.
—Tienes que calmarte—dijo Jonathan en un tono tranquilo y compasivo, pero con cierta obviedad.
—Yo...—musitó la mamá Byers, sin terminar la oración y agarrando el teléfono de nuevo.
Intentaba marcar los números con rapidez cuando un toque en la puerta la interrumpió. Rodó los ojos con claro cansancio. Dejó caer el teléfono, sabiendo que el resorte haría que no se pegara contra el piso.
Se acercó a paso apresurado hacia la puerta, que le quedaba pasando a través de la habitación en la que se encontraba Jonathan.
—¡Voy!—habló con cansancio.
Llegó a la puerta, quitándole el seguro. Abrió la puerta para encontrarse una visita...no tan esperada. Afuera se encontraba la adolescente, quien se mordía una uña con ansiedad. Ésta volteó rápidamente a la puerta para alejar su mano de la boca.
—¿Dayara?—musitó Joyce con leve sorpresa.
—Buenas tardes, señora Byers—Dayara inclinó levemente su cabeza como en una reverencia.
—Ya te he dicho que me llames Joyce. Pasa, adelante—Joyce se puso a un lado de la puerta, esperando que la adolescente pasara.
—Con su permiso—Dayara susurró más para ella misma que para la mujer.
Después de que ambos pies pasaran a través de la puerta, sintió la fuerte mirada de alguien en la habitación. Giró su cabeza para ver al mayor de los hermanos Byers sentado en el sillón de aquella sala. Con las manos metidas en sus bolsillos, Dayara repitió su anterior acción, inclinando su cabeza levemente menos que cuando lo hizo con Joyce.
Jonathan le dió un asentimiento, bajando su mirada al suelo. Ambos Byers estaban sorprendidos de la inesperada llegada de la "niñera". Joyce pasó por el lado de Dayara con una sonrisa que parecía más una mueca.
—Te traeré un café—dijo Joyce, al notar el silencio incómodo que se formaría si no hacía nada.
Dayara no pudo negarse al ver como Joyce iba de manera rápida a la cocina. Suspiró levemente y miró rápidamente la casa. Notó el teléfono colgando simplemente de su resorte, las puertas de la mayoría de los cuartos abiertas, y por último, la mesa en frente de Jonathan, llena de marcadores, papeles, y otras cosas.
Dayara se acercó levemente y se sentó al lado de Jonathan, con cierta distancia.
—¿Llego en mal momento?—fue lo único que logró preguntar, con cierta incomodidad.
—Solo...estamos preocupados, ¿sabes?—él le respondió, quitando su mirada del papel.
—Están cansados. Tienen que dormir—ella dijo mirando su cara.
Joyce llegó segundos después, pasándole una tasa a Dayara. Ella la agarró con cuidado y miró a Joyce para luego volver a ver a Jonathan.
—Ambos—enfatizó ella, mirándolos continuamente.
—Agradezco tu preocupación pero no es momento de descansar. No cuando Will podría estar...estar...—Joyce no terminó su oración, pero ambos adolescentes entendieron a lo que quería llegar.
—No lo está. No pienses así...—la reafirmó Jonathan.
—Ya sé, ya sé. Pero aún así...—dijo Joyce.
—Quieres confiar en que no está muerto e intentas no pensar en ello, pero cuando te dices que no pienses en eso, piensas en eso y te estresas y preocupas más de lo ya estabas sin control alguno sobre tus pensamientos—completó Dayara, hablando rápidamente.
Se llevó una mirada de sorpresa por parte de ambos. Joyce empezó a asentir un poco desconcertada.
—Sí...sí, eso—afirmó con un poco de tartamudeo.
—Lo que quiero decir, señora Byers es que—hizo una breve pausa—Estoy aquí para ustedes. Entiendo lo...difícil que está siendo esto para ambos—terminó Dayara.
—No dudo en lo absoluto que nos entiendes, Dayara. Esto también debe ser duro para ti. Digo, cuidabas de él casi todos los días—continuó Joyce.
—Aún no puedo creer que llegaré a cuidarlos y no estará su sonrisa inocente...—dijo Dayara con cierta nostalgia.
Hubo un breve silencio, hasta que Joyce decidió hablar.
—Perdona la pregunta pero, ¿notaste algo...raro cuando se devolvía a la casa?—
—No, señora. Dustin y Will pedalearon con normalidad hasta que salieron de mi campo de visión. Yo...lamento si no soy de mucha ayuda—habló Dayara.
—No, no te disculpes. Lamento la pregunta incómoda. Me parece que ya hubieras llamado si supieras algo—le respondió Joyce.
Joyce se quedó mirando al suelo, mientras pensaba que tal vez un cigarrillo la ayudaría a calmarse. Dayara la miraba con preocupación. La mujer era como una madre para la adolescente, le partía el corazón verla así. Aparte Jonathan estaba...bueno, intentaba parecer tranquilo pero Dayara sabía que no.
Jonathan era como ella. Uno de los tal llamados "raritos". No tenía más amigos aparte de Will. Y saber que había desaparecido era como si le hubieran quitado un pulmón. Podía seguir vivo pero algo faltaba. Algo estaba...vacío. Lo mismo le pasaba a Dayara con los niños. La adolescente había reprendido quién sabe cuantas lágrimas cuando salió junto a los niños de la sala del director hace unas horas.
Ella tenía que ser un ejemplo a seguir para los chicos. Era casi mayor de edad. Era...el adulto de la situación. Les dijo a los niños que por más que quisieran desobedecer al sheriff, no lo hagan. Los niños se habían quejado, al ver como la adolescente les leía la mente. Pero fueron rápidamente cortados de sus quejas cuando ella exclamó con enojo que no quería perder a otro más. Dayara no era alguien de enfadar fácil, menos que lo demostrase. Pero estaba al limite. Si mencionaban el nombre de Will Byers ahí mismo otra vez no tendría tiempo de salir a llorar al baño. De eso estaba segura.
Esa misma noche tendría que irse a su casa con las miles de dudas en la cabeza. Y nadie sería capaz de responderlas. Will no era un niño que le gustase escaparse. No, al contrario. El niño no era como los demás, era un niño...sensible. Él se quedaba apegado a las mismas cosas desde muy pequeño. Vivos ejemplos eran sus amigos de hace muchos años, y su obsesión con el juego de Calabozos y Dragones. Y Dayara hizo todo en su poder para hacerlo feliz. Lo cual había logrado a la perfección. Hasta ahora...
La voz grave de Jonathan la sacó de sus pensamientos en un instante. Lo volteó a ver notando rápidamente su mirada fija hacia la ventana y sus ojos abiertos más de lo normal.
—Oigan—él las había llamado a ambas.
—¿Qué?—respondió Joyce, aún mirando al suelo y con un tono cansado.
—La policía—Jonathan se levantó lentamente de su asiento mientras Joyce se levantaba rápidamente con la mención de quién estaban esperando.
Dayara dirigió su mirada a la ventana, notando la patrulla estacionándose en frente de la casa Byers. Ni siquiera tuvo tiempo de asentir a su comentario cuando Joyce había salido de la casa con desesperación, con Jonathan siguiéndola. Dayara suspiró levemente y se levantó del pequeño sillón. Aprovechó la oportunidad para observar la casa en busca de pistas.
No era ninguna detective ni algo parecido, pero tenía un don en lo que llaman: observar. Muchos de sus conocimientos eran por observar y escuchar. Su mirada llegó al teléfono que colgaba de su propio cable. Los recuerdos la invadieron y sintió un leve dolor en su pecho.
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—¿Bueno?—Dayara habló por el otro lado del teléfono.
—¿Dayara? Oh, ¡qué alivio! Entonces este si era el número correcto. ¡No sabes lo que me pasó! Accidentalmente marqué el número incorrecto y un señor me contestó. Me asusté mucho y colgué. Mamá dijo que practicara usar el teléfono...por cualquier emergencia—la voz del pequeño Will de diez años de edad resonó por el teléfono.
Dayara empezó a sonreír inconscientemente con la anécdota del niño. Era demasiado tierno. Acomodó el teléfono en su oreja.
—No me digas...—Dayara se limitó a responder.
—¡Si!—habló con entusiasmo el pequeño—¿Crees que fui muy grosero al cortar así como así? Digo, fui yo el que llamó primero y luego le colgué de manera...bruta—cuestionó después.
—Bueno...—Dayara hizo una pausa—¿cómo te contestó él?
—Fue...grosero. Dijo algo como: "¿¡Quién mierda se atreve a llamar a estas horas?!—respondió imitando la voz del señor.
—Lenguaje—lo regañó Dayara.
—Lo siento—se disculpó con hilo de voz.
Dayara soltó una pequeña risa, contagiándosela al joven Byers
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Su recuerdo fue interrumpido cuando el sonido de un sollozo llegó a su oído izquierdo. Se dirigió con rapidez a la puerta para ver cómo Jonathan abrazaba a Joyce, la que provocó el sollozo. Dirigió su mirada al frente para encontrar a Hopper, sosteniendo una bicicleta en su mano derecha. Y no cualquier bicicleta.
Era la bicicleta de Will.
Dayara la reconoció y rápidamente frunció el ceño. Encontraron la bicicleta. Pero no al niño.
Antes de que lo supiera, los tres policías habían entrado a la casa. Joyce en frente de Hopper hablando con ansiedad.
—¿Y estaba ahí tirada?—Joyce dijo.
—Si—Hopper le respondió, sin siquiera mirarla—¿Cal?—le señaló a su compañero que se dirigiera hacia la derecha, investigando la casa. Recibiendo un asentimiento.
—¿Tenía sangre, o...?
—No, no, no...—Hopper le respondió con poco ánimo—Phil—le señaló el ala izquierda, que daba al pasillo y éste se alejó.
Hopper caminaba por la casa, con Joyce, Jonathan y Dayara detrás de él. En ese momento Dayara pudo notar la diferencia de altura entre Joyce y Hopper. Pensar que ella era apenas un poco más alta que Joyce le daba cierta risa. Aunque obviamente no era el momento. Todos estaban preocupados y ese era un detalle...innecesario.
—Si encontraron la bicicleta, ¿qué hacen aquí?—comentó Jonathan, con Dayara asintiendo a su lado.
—Bueno, tenía la llave de la casa, ¿no?—dijo Hopper como si la respuesta fuera obvia.
—Sí—contestó Jonathan.
—Así que...—hizo una pausa—tal vez volvió.
Probablemente lo más estúpido e insensato que pudo haber dicho. ¿Volver? Habían tres personas en esa casa, dos se habían quedado ahí por horas, y aún así ¿pensaba que había vuelto? Dayara lo miró con molestia. Hopper lo notó y lo ignoró.
—¿Qué les pasa? ¿Creen que no lo he buscado en mi propia casa?—dijo Joyce con cierta tristeza.
—No dije eso—negó Hopper observando la manija de la puerta que daba al patio de la casa Byers.
Observó una pequeña abertura en la pared donde se supone que pega la puerta al ser abierta. Lo tocó levemente con su dedo índice.
—¿Esto siempre ha estado aquí?—volvió a hablar.
—¿Qué? No lo sé. Supongo. Tengo dos hijos. Mira este lugar—Joyce respondió con cansancio.
—¿No estás segura?—repitió Hopper mientras aclaraba su teoría de que lo había ocasionado la puerta, agarrándola y acercándola adonde estaba el pequeño esguince de la pared.
Después se escucharon los ladridos del perro, en el patio de la casa. Esto hizo que tanto Joyce como Hopper voltearan a ver a aquella puerta, para luego salir ambos por esta. Dayara suspiró con pesadez pensando que la policía estaba siendo ciertamente estúpida.
Se dirigió de nuevo al sillón, tirándose con pereza y observando el cartel de búsqueda que escribía Jonathan. Momentos después Jonathan se acercó y se sentó a su lado, observando de igual manera al papel en la mesa. Dayara lo agarró y lo acercó a su rostro.
—¿Piensas poner una foto de él por el centro?—comentó.
—Probablemente. Digo, puedo hacer el cartel a mano pero no soy un artista como para dibujarlo—Jonathan contestó.
Dayara sonrió ante su broma y volteó a ver el cartel.
—Deberías ponerle algunos detalles. Nadie se interesará en algo muy simple. Pero tampoco estamos haciendo un afiche, entonces hazlo conciso. Que valla directo al punto, con cualidades básicas de Will—le propuso Dayara agarrando un marcador.
—Lo escribiré en primera persona. Tal vez así de más pena. Lo más que podemos transmitirle a la gente ahora mismo es pena, ¿no crees?—dijo Jonathan.
Dayara esbozó una sonrisa que era más una mueca. Sí, era cierto. No muchos se interesarían por un niño cualquiera desaparecido, pero tenían que intentarlo. Así, Dayara y Jonathan empezaron a escribir el cartel, dejando que Jonathan decida luego con su madre que foto poner.
—Solo prométeme que escogerás una buena, ¿si?—Dayara concluyó.
Jonathan asintió, sintiéndose feliz de tener a alguien de su edad que los apoyara y estuviera ahí para ellos. En ese momento el sheriff pasó al lado de ellos saliendo de la casa junto a sus dos compañeros. Dejando a Dayara con confusión hasta que Joyce aclaró que organizarían un equipo de búsqueda.
Al fin hacen algo con sentido—pensó Dayara.
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—Ay amigo—exclamó Lucas, mientras manejaba cuesta abajo en su bicicleta.
—Ya llegamos—habló Mike.
Los tres niños y la adolescente pararon su pedalear en la bicicleta para encontrarse con la entrada a un lado con más monte y más oscuro que el resto del camino que habían pasado. Genial, ¿no? Era un área restringida. Dustin miraba con miedo el lado del bosque, arrepintiéndose internamente de haber venido.
—¿Lo sienten, amigos?—dijo mirando al cielo, haciendo una débil excusa para largarse del lugar, haciendo como que iba a llover—Creo que deberíamos regresar—habló otra vez mirando al trio.
—¡No!—exclamó Mike, bajándose de su bicicleta y agarrando su linterna—No nos iremos. Agarren sus linternas y manténganse cerca. Vamos
—Uno; no me digas qué hacer. Segundo, ¿se abrigaron bien, mocosos?—comentó Dayara, poniéndose el gorro de su sudadera.
—Si—respondieron con molestia Lucas y Mike mientras se adentraban, con Dayara siguiéndolos.
—Quédense en el canal seis. No hagan tonterías—dijo Dayara.
Los tres se alejaban, mientras Dustin dudaba si ir o no. Aclaró su mente cuando vió a Dayara voltearse y hacerle una seña de que los siguiera.
—Oigan, ¡esperen!—los llamó Dustin, dejando caer su bicicleta mientras corría lo más que podía hasta quedar al lado de Dayara.
La lluvia los alcanzó como si hubiera estado esperando el momento en el que llegaran para aparecer. Dayara pasaba su mano por su frente mojada repetidas veces, ya había perdido la cuenta. Los niños llamaban el nombre de su integrante faltante, y ella no se quedaba atrás. No sabía qué hora era pero sabía que era tarde y que no parecía tener resultado su búsqueda.
Por algo ella se negó en primera instancia. No son la policía, no son perros rastreadores, no eran detectives. Solo eran un cuarteto de menores de edad que buscaban a su mejor amigo. Dayara se dedicaba más a mirar que ninguno se perdiera a buscar al propio Will. Sabía que no estaba ahí. Algo...dentro de ella le decía que no estaban en el lugar correcto.
—¡Will! ¡Will Byers!—llamó Lucas, sin éxito.
—¡Will!—repitió Mike.
—¡Tengo tu X-Men 134!—exclamó Dustin con cierta esperanza.
Nadie respondió. Solo se escuchaba la lluvia y los truenos, ni siquiera sus pasos se escuchaban. Seguían caminando, sin rumbo fijo y con la simple visión gracias a la luz de sus pequeñas linternas.
—Chicos, de verdad, creo que deberíamos regresar—insistió Dustin.
—Basta, Dustin. Si quieres ser un bebé, entonces, ya vete—dijo Lucas con molestia.
—¡Solo soy realista, Lucas!—se defendió Dustin con un hilo de voz.
—Lucas, no seas así—lo reprendió Dayara.
—¿Acaso miento?—dijo Lucas al ver cómo Dayara defendía a Dustin—Lo único que está haciendo es quejarse, para eso ya ni hubiera venido.
—Todos estamos preocupados por Will. Pero no fue buena idea venir a esta hora, y con este clima. Dime, ¿de verdad crees que Will nos responderá solo por ser nosotros?—dijo Dayara.
—¡Quién sabe! Will solo nos tiene confianza a nosotros—Lucas quiso intentar tener la razón.
—¿No creen que Will desapareció porque le pasó algo malo? ¿Y vamos al lugar en el que lo vieron por última vez? ¿Y no tenemos armas, ni nada?—dijo Dustin con desesperación.
—Oye, Dustin, cállate—le dijo Mike, parando su andar, acción que fue repetida por Dayara.
—Solo digo, ¿les parece una buena idea?—insistió Dustin.
—¡Cállate un segundo, niño!—lo calló Dayara que parecía haber escuchado algo, al igual que Mike.
—¿Escucharon eso?—habló Mike.
Se escuchaban ramas crujiendo en algún lado cerca de ellos, y ciertamente no eran sus pasos. De repente los escucharon a su izquierda y todos voltearon a ver, encontrándose con la nada. Un breve silencio, antes de que lo escucharan a su izquierda. Todos voltearon y esta vez, si había algo.
Era un...¿una niña? Tenía la cabeza totalmente rapada, un camisón de color amarillo con la imagen de una hamburguesa en ella, labios finos y rosados, y unas orejas pequeñas. Estaba totalmente mojada, su cara expresaba miedo, su respiración estaba entrecortada. La luz de la linterna de Mike y Dustin le iluminaba la cara, haciendo que sus ojos no se pudieran adaptar a la luz.
Los niños se le quedaron viendo con confusión y sorpresa. Estaban en shock. Dayara por otro lado, tenía una ceja alzada y miles de dudas en la cabeza. Miraba a la niña de arriba a abajo en confusión.
La pregunta que más destacaba era a la vez la más repetida, resonando una y otra vez como un disco rallado.
¿Quién era esta niña?
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¡3132 palabras!
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