CAPÍTULO 14
El titular del periódico El Profeta esa mañana era todo un escándalo, como no se había visto en un largo tiempo. "Jefe de departamento del ministerio, ¡enloquece!" decía el encabezado, que ocupaba gran parte de la portada, y justo debajo del texto había una imagen en movimiento que mostraba a Barty Crouch Sr., usando su túnica negra, zapatos bien lustrados e ilustre bombín, con una expresión tan iracunda que era estremecedora, mientras era sujetado de los brazos por dos hombres larguiruchos vestidos en túnicas semiformales y con cámaras mágicas colgando del cuello.
Perséfone entró al comedor mientras pasaba las páginas, en busca del artículo completo. Se burló silenciosamente al notar que la autora era Rita Skeeter, pero aun así, se dedicó a leerlo mientras se sentaba en la mesa para desayunar.
A grandes rasgos, la noticia hablaba de cómo el señor Crouch se había presentado en las oficinas del Diario El Profeta, intranquilo, para intentar convencer al editor en jefe de publicar una escandalosa noticia sobre cómo el cierre temporal de Hogwarts del año pasado se había debido al regreso del que no debe ser nombrado, y el Ministerio se había dedicado a cubrirlo pese a los esfuerzos de Dumbledore de difundir la información. Aparentemente, cuando el editor se había rehusado a publicar semejante calumnia (que era la palabra que usaba Rita para describirlo, y se suponía que era una cita directa), Crouch había perdido la compostura e iniciado una discusión a gritos que había requerido que fuera inmovilizado a la fuerza. Y al final del artículo, mencionaba Rita con poco pesar que el hombre había sido liberado de sus obligaciones para el Ministerio y para el departamento de Cooperación Mágica Internacional después de semejante escándalo, y acompañaba esto con una declaración del propio ministro de magia, Cornelius Fudge, asegurando que esto era para salvaguardar la integridad de Crouch y velar por su estado mental.
Ella dobló el papel y lo dejó sobre la mesa.
—Las cosas salieron según lo planeado —dijo Perséfone. Por primera vez desde que había entrado al comedor, su mirada se encontró con la de Tom.
—Sigues molesta —dijo él, y ella soltó una larga risa, la manifestación de lo que había en su cabeza; ni un ápice de verdadera alegría o diversión, sino pura ironía.
— ¿Qué te ha dado esa impresión? —replicó con ironía. Las manos le temblaron al sujetar su taza de café y apenas pudo contener su molestia de externarse, pero por la forma en que Tom se llevó las manos a las sienes, ella supo que él era perfectamente capaz de sentir el dolor que conllevaba su ira debido a su conexión. Ver su ceño ligeramente fruncido por el dolor de cabeza, la apaciguó en contra de su voluntad.
—Vamos, amor... —dijo él, buscando persistentemente la mirada de Perséfone.
—La próxima vez que me des un obsequio, Tom, deberías intentar no poner su cabeza en una guillotina. La convertiste en mía y luego me la quitaste, así que espero que sea la primera y última vez que me das algo solo para poder arrebatármelo. Perdiste el derecho a disponer de su vida cuando me la entregaste, de la misma forma en que yo no puedo disponer de mi vida porque te la he entregado.
La frialdad en su voz habría congelado hasta el mismísimo infierno. Aunque su ira había menguado notablemente, había una molestia persistente detrás de la posibilidad de que lo que había sucedido pudiera repetirse.
Tom se puso de pie, rodeó la mesa hasta colocarse a la espalda de Perséfone y puso una de sus manos en su hombro y la otra bajo su mentón para hacerla mirarlo.
— ¿Alguna vez has dudado de lo que siento por ti, Perséfone?
Perséfone apretó los labios.
—No.
—Eso es porque, aunque el mundo está compuesto por hormigas que no me importaría aplastar con la suela de mi zapato, tú eres distinta. El mundo es mi campo de juego, y las personas son mis marionetas, pero tú... Tú eres tanto mi luz como mi oscuridad. Y si hubiera un dios al que yo habría de rezar, sería a ti. Mis mortífagos son útiles en ocasiones, y puedo tener una buena relación con ellos, pero jamás serán tú, y, por ende, jamás podría quererlos como me quieren.
Tom se inclinó en su dirección y Perséfone le permitió unir sus labios con los suyos. Él sabía ligeramente a fresas debido al desayuno, y mientras ambos iban adoptando un ritmo, ella lo sujetó de la nuca y lo acercó en su dirección.
Ella había sabido en qué se involucraba antes de darle un trozo de su alma, y pedirle que cambiara ahora era como pedirle al sol que dejara de brillar. Tom era quien era, y así era como Perséfone lo quería, porque había algo innegablemente retorcido en el hecho de que fuera justo la peor parte de él la que la había hecho enamorarse. Porque Tom la aceptaba tal y como era, para Tom ella era diferente a todos, y porque, como él elocuentemente había enunciado, para Tom el mundo estaba lleno de basura sin importancia, y no había diferencia entre un ser humano y una hormiga, excepto por ella, porque su corazón solo por Perséfone podía latir.
—Tenemos cosas que hacer —susurró ella, cuando Tom hizo el intento de subir la intensidad del beso—, y aún no terminamos de desayunar.
Tom puso los ojos en blanco hacia ella, con fastidio, pero sonreía.
—Es en estos momentos que extraño ese año contigo, solo tú y yo y una decena de planes —respondió él, con un brillo perverso en los ojos que la hizo comenzar a ruborizarse.
—Pero ahora hacemos realidad tus planes —dijo Perséfone, señalando el periódico en la mesa.
—Eso no significa que no te extrañe. No significa que no extrañe que seas solo mía y no del mundo.
—Incluso si el mundo me ve, siempre seré solo tuya, Tom. Igual que tú siempre serás solo mío.
Tom no pudo evitar soltar una risa al escuchar el comentario posesivo pero genuino de Perséfone. «Mío», «tuyo», susurraron las voces en la mente de ella. «¡NUESTRO!» rugieron, al final.
Perséfone se llevó las manos al cabello y se dedicó a desenredar los mechones, tratando de que concentrarse en ello espantara las voces ajenas y acallara su mente. Él notó su ensimismamiento y se dedicó a rozar su dedo pulgar contra la clavícula de Perséfone.
— ¿Crees poder hacer lo que corresponde ahora? Estoy preocupado por ti, amor. Te has ganado con creces el derecho a no participar en la siguiente fase —dijo Tom.
—Estás tan loco como ellos dicen, Tom, si crees que existe alguna posibilidad de que te abandone ahora. Sea contra Dumbledore y su séquito, contra los que alguna vez fueron mi familia, o contra los dementores con los que vamos a reunirnos..., yo siempre estaré ahí.
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