CAPÍTULO 08

Como piezas de un rompecabezas que finalmente caen en su sitio. Coincidencias perfectas, ideales. Sombras oscuras que volaron por el aire, dispersas nubes oscuras que se arremolinaron en el techo del salón y atenuaron la luz que venía del gran candelabro allí colgado. Todas bajaron al mismo tiempo, violentamente, como si fueran a estrellarse, solo para materializarse en el último segundo y adoptar forma humana.

Había una decena de personas en el salón, llenando la ausencia de muebles. Estaban todos vestidos de negro y llevaban máscaras que parecían hechas de hueso no solo por su color sino también por su aspecto completamente opaco, sin brillo.

Se reunieron inmediatamente, de forma evidentemente practicada, formando filas. Fue en vano, sin embargo, porque su señor no estaba allí para verlo, y fue algo de lo que se percataron rápidamente.

En la entrada del salón, frente a la puerta, estaba Perséfone. Llevaba el pelo rojo y oscuro suelto y quizá un poco desordenado enmarcándole el rostro y se cubría con una túnica negra con capucha. Lo más destacable de su aspecto era indudablemente la máscara que cubría su rostro, no era completa como la de los Mortífagos sino una media máscara al estilo veneciano, de un color plateado metálico que reflejaba la luz y daba un efecto impresionante a sus ojos azules.

—Los está esperando —dijo Perséfone, casi con desdén. Se dio media vuelta y se apresuró a andar por los pasillos, con los Mortífagos correteando tras ella como perros extraviados.

Finalmente se detuvieron frente a una puerta, pero ninguno de ellos hizo ningún ademán de abrirla, y apenas unos segundos después, se abrió por su cuenta, con tanta fuerza que se podría haber salido de sus goznes. La habitación estaba parcialmente oscura, la mitad que estaba cerca de la puerta recibía claramente la luz que venía de la ventana en su suelo de mármol, pero hacia el fondo de la habitación se iba sumiendo en la oscuridad y se perdía toda visibilidad, excepto por una única silueta en un sillón individual.

—Doce años, y ninguno de ustedes me buscó —dijo él. La voz sonaba áspera, iracunda, y los mortífagos, que habían aterrorizado a la sociedad, que habían destruido a inocentes, que habían estado cerca de tomar el mundo mágico, se estremecieron.

Todos ellos cayeron de rodillas. No por voluntad propia, aunque lo habrían hecho por su propia voluntad si lo hubieran llegado a procesar. Cayeron porque de repente hubo algo en la gravedad que se sintió distinto, como si sus cuerpos pesaran más de lo que podían sostener, y fue así porque sus propias sombras tiraron de ellos hacia el suelo.

Perséfone pasó al lado de ellos, caminando con calma, y la luz la siguió, como si las cortinas empezaran a abrirse, incluso si no había habido movimiento en ellas en absoluto. La luz llegó entonces al fondo, llegando al sillón, y llegando a Tom. La luz lo cubrió, desde sus ojos rojizos y cabello negro hasta el traje muggle que estaba utilizando. Detrás de él y a la izquierda, de pie, con la espalda recta, una mano en la varita y la otra en el bolsillo de la túnica, estaba Barty, también.

Se escucharon jadeos y gritos ahogados, pero Perséfone no podía estar segura de qué mortífagos habían sido los que habían reaccionado de ese modo, y de ninguno le habría sorprendido realmente.

Perséfone se colocó a la derecha de Tom, una de sus manos sobre el respaldo del sillón y la otra estaba en su varita. Sonreía ampliamente ante la vista, una sonrisa que a los mortífagos les recordaría a la de Bellatrix Lestrange.

—Espero realmente que ninguno de ustedes sea tan tonto como para confundir esta apariencia con debilidad. No cuando yo he vencido no solo la muerte, sino también el tiempo, y estoy nuevamente en el auge de mi poder. Así que deben plantearse si están dispuestos a vivir al servicio de alguien evidentemente más joven que ustedes, o prefieren no vivir en absoluto —dijo Tom, mirándolos con ira. Un grupo decepcionante, la mayoría de ellos viejos, oxidados y débiles, con una lealtad cuando menos voluble—. Permite que el viejo Lucius se levante, veamos qué tiene por decir.

Se escuchó un pequeño chasquido, y de repente el hombre se sintió ligero nuevamente y pudo ponerse de pie. Era uno de los que estaban al frente, el cabello largo y platinado le salía de debajo del gorro de la túnica. Se quitó la máscara, mostrando su rostro contorsionado por el miedo y la admiración, pálido como la cera, incluso pese a sus intentos de mantener una expresión impasible.

—Mi lord —dijo Lucius, con la voz quebradiza—. Nosotros... Pensamos... No podíamos saber que usted aún estaba vivo...

— ¿Tenía más sentido la otra posibilidad, entonces? ¿Era más probable que lo que todos decían fuera cierto? Que Lord Voldemort haya sido derrotado por un niño —espetó Tom, con repugnancia.

—No sabíamos qué pensar, usted desapareció. Intentamos buscarlo... Muchos fueron capturados intentando descubrir lo que le sucedió, si hubiera habido algún indicio...

— ¡Pero no ustedes! —rugió él, poniéndose de pie—. Ustedes no fueron a Azkaban. Permanecieron libres al negar dónde estaba realmente su lealtad. A menos, claro, que se hayan convertido. Díganme, ¿han cambiado de opinión? ¿Han decidido que desean seguir a Dumbledore?

Se escucharon risas y quejas difusas, pero Lucius no emitió sonido, demasiado ocupado intentando apaciguar a Tom para así salvar su vida.

—Nunca —respondió Malfoy, débilmente—. Nuestra lealtad siempre ha estado con usted, se lo juro. Nunca habríamos dejado de pelear por defender sus ideales...

—Por supuesto que no —aceptó Tom, con los labios apretados y una mirada profundamente condescendiente—. Pensar que podrían desarrollar opiniones propias sería darles demasiado mérito. Aún así, quienes me fueron verdaderamente leales, terminaron en Akaban, como el querido Barty, que en juicio aceptó orgulloso quien era sin importar lo que significaría. —Señaló al muchacho detrás de él. Era un poco curioso cuando en aquellos momentos, Barty parecía varios años mayor que Tom.

—Tuvimos que elegir, y decidimos estar aquí para su resurgimiento, ocupando lugares que le serían de provecho a usted dentro de la comunidad mágica —insistió Malfoy, cada vez más desesperado.

—Ah. Claro. Decidieron negar sus lealtades para que cuando yo volviera, pudieran ser útiles; aunque, como argumentaste hace un momento, no me buscaron porque no había indicios de que yo estuviera vivo —dijo Tom, en voz baja, mientras su magia comenzaba a arremolinarse a su alrededor, apretándose en una tensión que condensó el aire; una magia oscura que devolvió a Lucius Malfoy a su sitio, en el suelo, de rodillas—. Es una suerte para ustedes que esta vez esté dispuesto a darles una segunda oportunidad, aún si esto les costará un precio.

El rostro de Lucius se retorció por el horror, pero no carente de determinación.

—Lo que usted desee, mi Lord.

Sus familias. Sus esposas y sus hijos, aquellos mayores de once años, tomarán la marca y se unirán a mis filas.

Lucius debió ser demasiado consciente de la precaria situación en la que se encontraba porque no se molestó en replicar de ningún modo. Además, con la guerra que claramente se avecinaba, era probablemente mejor para ellos tener algo que los distinguiera, que señalara su lealtad con el bando que indudablemente resultaría ganador. Ninguno de los otros mortífagos objetó, aunque muchos de ellos en realidad no tenían una familia que pudiera ser marcada. Crabbe, Goyle y Nott eran unos de los pocos que tenían hijos de la edad de Lucius, y ninguno estaba particularmente preocupado por su incorporación, siendo que probablemente resultaría algo más simbólico que otra cosa.

— ¿Cuándo...? —se aclaró la garganta—, ¿cuándo deberíamos traerlos ante usted?

—No los necesito ahora, pero deberán traerlos la siguiente vez que los convoque —dijo Tom, girándose a su derecha, para mirar a Perséfone. Ambos intercambiaron miradas y ella avanzó hacia él—. Hoy, solo una persona va a unirse a la causa. Permítanme presentarles a la persona a quien le debo mi regreso. No estuvo entre ustedes durante la guerra, pero encontró recientemente sus verdaderas lealtades y se probó ante mí. Ustedes ya han sido testigos de su poder, y espero ver que ella recibe la misma deferencia que yo, independientemente de su nombre, con el que muchos de ustedes ya estarán familiarizados.

Perséfone se arremangó la manga de la túnica, mostrando su antebrazo izquierdo, y lo extendió para él. Tom sacó la varita y la colocó, hundiéndola con fuerza en su piel, generando una pequeña hendidura que probablemente resultaría en un hematoma, pero era necesario.

—Mi lord —dijo ella, otorgándole el permiso para proceder. Él no miró la piel desnuda de su brazo, ni a los mortífagos que se mantenían en el suelo, sino que le sostuvo a ella la mirada, incluso cuando abrió la boca para pronunciar el encantamiento.

Morsmordre —siseó Tom. El brazo de Perséfone se oscureció allí donde hacía contacto la punta de la varita, como si estuviera inyectando tinta, que creció y se expandió en forma de una mancha que después tomó forma: una calavera, con una serpiente saliendo de su boca y retorciéndose hacia abajo. Era la marca tenebrosa, tal como el mundo mágico la conocía, tal y como aparecía en sus pesadillas, excepto porque, en el brazo de ella, la tinta no era negra sino roja.

La aparición de la marca le entumeció dolorosamente la piel, pero ella se rehusó a dejarlo ver en su expresión, y cuando terminó, tampoco mostró su desconcierto por el hecho de que era distinta a la de los otros mortífagos.

Tom guardó la varita en la funda que mantenía en su brazo, y alzó ambas manos para sujetar los bordes del antifaz y lo retiró lentamente, mostrando su rostro, primero a él, y justo después de bajar su capucha para revelar la totalidad de su largo cabello rojizo, mostrarla a los demás.

Solo Barty no se ahogó repentinamente en sorpresa.

Era imposible no reconocer el rostro que adornaba los carteles de 'persona perdida' por todo Reino Unido. La historia popular predicada por Dumbledore sobre la chica que se había quedado atrapada en Hogwarts con el Señor Tenebroso después de salvar a su hermana, y que muy probablemente había sufrido un destino peor que la muerte.

El epítome de las familias de luz.

La chica dorada.

Perséfone Weasley.

Y ahora, recién presentada mortífaga, y mano derecha de Lord Voldemort.

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