CAPÍTULO 07
Aún si la guerra no había comenzado todavía, o al menos no había estallado todavía, con la eterna lista de arreglos pendientes..., el tiempo ya se sentía escurriendo entre sus dedos. Por eso, no habían postergado lo que sería el comienzo todo, la primera ficha de dominó cayendo e iniciando una reacción en cadena que sería una condena para la mitad del mundo mágico.
Tanto Perséfone como Tom habían visto el deterioro muchas veces en su vida, pero cuando se aparecieron frente a la casa familiar de los Crouch, ambos sintieron una profunda y terrible repugnancia.
La propiedad estaba absolutamente desgastada, y la gran casona en el centro del amplio terreno estaba rodeada por maleza que tenía varias palmas de alto, y cuando ellos caminaron por el sendero, el césped y las enredaderas en realidad llegaban por encima de las rodillas de Perséfone. La casa como tal, si ignorabas lo que la rodeaba, no tenía un aspecto tan espantoso (quizá un poco, sí), y al menos parecía algo habitable. La estructura general era de piedra, antigua y cubierta de lama en la base, con una gran puerta de madera que se veía algo inflada por la humedad y debía tener algún tipo de hongo a juzgar por la textura enmohecida y blanca que la cubría.
Tom sacó la varita y destruyó las protecciones en la propiedad, capa por capa, como si desenmarañara una decena de hilos, y cuando lo hubo hecho, el sitio le dio la bienvenida como si a él le perteneciera. Perséfone tomó su propia varita en la mano, y con un diminuto movimiento, desvaneció la puerta. Ambos cruzaron el umbral en silencio, hombro contra hombro, en estado de alerta.
Estaban preparados para ver lo terrible, para cualquier amenaza que se pudieran encontrar, pero no hubo nada; no allí, no todavía. Era simplemente una sala de estar, con algunos sillones cubiertos con sábanas para evitar la acumulación de polvo, una ornamentada chimenea de piedra con decorados en lo que seguramente era oro, y un piso que en algún momento debió haber sido beige, pero estaba cubierto por suciedad.
Si no fuera porque ambos estaban absolutamente seguros de lo contrario, creerían que el lugar estaba abandonado y Bartemius Crouch Sr. se había mudado a otro sitio hacía un largo tiempo.
Pero Tom lo sentía, sentía a Barty por la conexión que la marca tenebrosa había creado entre él y sus seguidores, y era un pulso débil pero latiente en el corazón de ese lugar tan desagradable.
Las cosas empezaron a salir mal entonces.
Se escuchó un ruido, un pequeño sonido estrangulado y agudo que llenó el silencio por un segundo, antes de desvanecerse. Perséfone y Tom compartieron una mirada y se giraron para examinar sus alrededores, pero no había nada inusual a la vista. Y eso tenía sentido, porque ya no había nada que ver, porque Winky, el elfo doméstico de la familia Crouch, ya se había ido a advertir a su amo de la intrusión.
La primera ráfaga de luz había sido de un color azul brillante, en dirección a Tom, y Perséfone había sido quien erigió el escudo que la hizo rebotar y golpear un jarrón plateado que procedió a fracturarse en un millar de piezas.
Bartemius Crouch Sr. era un hombre de aspecto mayor lo que evidenciaba su cabello canoso, sobre todo en el centro de la cabeza en donde tenía la raya del pelo perfectamente recta y engominada. Había una pulcritud en él que no se manifestaba en absoluto en su entorno. Sujetaba la varita con tal furia que parecía que la madera entraría en combustión espontanea justo bajo sus dedos.
Crouch Sr. no esperó a que ellos se recuperaran de la sorpresa. Con un movimiento rápido y preciso, lanzó una serie de maldiciones que surcaron el aire hacia Tom y Perséfone. La primera maldición en llegar a ellos fue en esa ocasión un rayo carmesí que voló directamente hacia Tom, pero él lo desvió con un simple giro de su varita, enviando el hechizo de vuelta.
Perséfone ya estaba en movimiento, esquivando un hechizo que hizo explotar la pared a su derecha en una nube de polvo y escombros. La sala de estar, antes silenciosa y llena de decadencia, se convirtió en un caos de luces destellantes y rugidos ensordecedores. Los hechizos chocaban con las paredes, destrozando los muebles ya podridos y haciendo saltar esquirlas de piedra y astillas en todas direcciones.
Crouch Sr. se movía con una agilidad sorprendente para su edad, sus años de experiencia en duelo, su historia en la guerra, evidentes en cada paso que daba, en cada hechizo que conjuraba. Perséfone se lanzó hacia él, desvaneciéndose y reapareciendo detrás del hombre en un parpadeo, pero Crouch Sr. ya estaba preparado. Giró sobre sus talones y lanzó un confringo que estalló en el suelo a sus pies, forzándola a retroceder mientras las llamas envolvían la alfombra sucia y el suelo se resquebrajaba profundamente.
Tom, por su parte, atacaba sin piedad, su varita lanzando maldiciones oscuras que hacían vibrar las paredes de la mansión con su poder. Crouch Sr. estaba a la defensiva, pero sus escudos eran formidables, chisporroteando con energía cada vez que interceptaban uno de los hechizos letales. Sin embargo, no pudo evitar todo; un rayo de luz púrpura de Tom lo golpeó en el hombro, haciendo que retrocediera con un gruñido de dolor.
Perséfone aprovechó la apertura. Con un gesto rápido, lanzó un hechizo de inmovilización que atrapó a Crouch Sr. momentáneamente, sus piernas y brazos rígidos como el hierro. Pero el hombre no había perdido ni la varita ni la voz, y con un grito de pura determinación, rompió el hechizo con una explosión de energía mágica que empujó a Perséfone hacia atrás, sus pies deslizándose sobre el suelo grasoso.
Crouch Sr. levantó su varita, apuntando hacia el techo, y con un solo movimiento lo hizo colapsar sobre ellos. Tom y Perséfone alzaron barreras protectoras justo a tiempo, los escombros estrellándose contra sus escudos mágicos con un estruendo ensordecedor. La sala se llenó de polvo, y por un momento, todo quedó en silencio.
Pero Tom no permitió que la pausa durara. Se lanzó hacia adelante, apareciéndose en medio de la nube de polvo frente a Crouch Sr. Su varita se movía con la rapidez de un látigo, enviando una serie de Maldiciones Asesinas que lo obligaron a retroceder, usando su varita para atraer lo poco que quedaba útil en el área, tablones de madera del techo colapsado y piedras que habían formado la pared, y que ahora usaba únicamente para evitar el impacto de las maldiciones.
Perséfone reapareció al otro lado de la habitación, conjurando una trampa mágica bajo los pies de Crouch Sr. El suelo se iluminó con runas ardientes, y una prisión de fuego surgió alrededor del auror. Crouch Sr. levantó un escudo a su alrededor, pero estaba claro que las fuerzas lo estaban abandonando. La prisión se cerraba sobre él, y sus defensas comenzaban a tambalearse.
Tom vio la oportunidad y atacó con una Maldición Cruciatus que atravesó las defensas del anciano. Crouch Sr. gritó de dolor, su varita temblando en su mano mientras se esforzaba por mantener el control. No es que ninguno de ellos le diera la oportunidad.
Perséfone extendió los brazos y permitió que la oscuridad se extendiera de entre las ruinas y la envolviera, cubriendo su cuerpo en sombras que la absorbieron y la devolvieron al dejarla emerger del suelo, en concreto, emerger de entre las sombras que el cuerpo de Crouch Sr. proyectaba, y en el interior de su escudo.
Colocó la varita en el cuello del hombre y habló, provocándole un sobresalto: —Elegiste el bando equivocado, escoria. Imperio.
El cuerpo del hombre se relajó, su mirada vidriosa y sus escudos disolviéndose en nada, al mismo tiempo que Perséfone anulaba el fuego que había forzado alrededor del hombre, y en el área quedaron solo ellos, el desastre que habían hecho, y el remanente de las llamas en forma de humo.
—Llama a tu elfo doméstico, Crouch —ordenó Tom. Apenas sonaba agitado, incluso después de haber dado pelea (o jugar con su víctima un rato, ¿no eran acaso sinónimos?).
—Winky —llamó el hombre. Con un sonido como el de un chasquido, el ser apareció frente a ellos. La elfina tenía un aspecto tan poco agraciado como el de otros como ella, con la piel demasiado estirada en algunas partes y arrugada en otras, los ojos grandes y saltones y las orejas del tamaño de su cabeza. Se retorcía las manos nerviosamente y parecía incapaz de mantener la mirada fija en algún sitio, saltando constantemente de un punto a otro.
Perséfone se apresuró a hablar con ella, antes de que el hechizo Imperius fuera necesario de nuevo.
—Hola Winky, mi nombre es Perséfone Weasley —dijo ella, sonriendo. Winky dio un notable respingo—. Aunque pueda parecerlo, no venimos a lastimarte ni a tu amo, te puedo prometer que nos iremos y lo dejaremos vivo. Nosotros vinimos porque queremos ayudar a Barty, su hijo.
— ¿Le prometen a Winky que no matarán al amo? —preguntó la elfina.
—Lo prometemos. Pero ha lastimado mucho a Barty, si no lo ayudamos ahora, entonces quizá nunca se recupere —respondió Tom, con una sonrisa carismática. Había caído nuevamente en ese personaje que a Perséfone tanto le fascinaba ver, aquel que podría venderle un gato a un ratón. Winky compró evidentemente su actuación, por la forma en que finalmente reunió el coraje para devolverles la mirada.
—Si ayudarán al amito, entonces Winky puede traerlo aquí —dijo, con repentino pero bullicioso entusiasmo. Un chasquido de sus dedos lo trajo.
Tom no había visto a Barty en más de una década, y entonces ni siquiera fue con esos ojos. Aún así podía ver lo mucho que esos años le habían pesado. Barty tenía el cabello perfectamente corto y la barba rasurada, tampoco se veía precisamente escuálido, y todo eso debía deberse a los cuidados de Winky, pero había algo perturbador en su mirada perdida y las ojeras marcadas; se veía exactamente como debería verse, como su padre seguramente siempre quiso que se viera, pero también parecía muerto.
—Libéralo —ordenó Perséfone, con los dientes apretados, mirando a Bartemius.
El hechizo se soltó en una exhalación. El control que la maldición Imperius ejercía sobre una persona era antinatural, y la voluntad no dejaba de resistirse hasta que se hubiera perdido la cordura, así que era como tirar de una liga o un resorte, tenías que esforzarte por jalar, pero el material siempre estaba ansioso por regresar a su forma original, y cuando aflojabas, así fuera solo un poco, se soltaba.
Barty inspiró profundamente, su mirada saltando incesantemente de un sitio a otro, mirando las ruinas a su alrededor, observando lo que hacía solo una hora había sido de aquel sitio. Y calló sobre su rodilla frente a Tom y Perséfone, los ojos clavados en el suelo, en una exagerada reverencia.
Barty, el sirviente que regresaba a su amo, que había sufrido toda su vida hasta que la oscuridad lo salvó. Ahora, estaba preparado para entregar nuevamente todo de sí, pues la devoción que lo había puesto a los pies del Señor Tenebroso jamás se extinguiría.
Una guerra era un arte, y la traición, su herramienta más afilada. Barty había sido el primer traidor, Perséfone la última, y el conjunto había sellado el destino de toda una era.
El eco de su victoria resonaría por siempre enlas ruinas de ese lugar, pero el verdadero estruendo estaba aún por llegar.
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