CAPÍTULO 06
La Mansión Riddle había estado abandonada durante un aproximado de cincuenta años, cuando nadie en el pueblo se había molestado en intentar adquirir la propiedad después de la tragedia que allí había ocurrido, con la muerte de la pequeña familia de tres integrantes y la misteriosa desaparición de la familia Gaunt, quienes se rumoreaba que eran emisarios del Diablo. Al jardinero, Frank Bryce, que también era un hombre extraño y asocial, se le condenó por el crimen, pero nadie en Little Hangleton creyó realmente en su culpabilidad (aunque tampoco en su inocencia). La Mansión Riddle se convirtió en un lúgubre recordatorio de que ni siquiera más dinero del que se puede gastar, te salvará de la muerte, y de que todo trato de encrucijada con un demonio, eventualmente volverá para cobrar un terrible precio.
Cuando Frank Bryce había terminado de cumplir su condena, lo habían liberado bajo libertad condicional y él había regresado a la mansión para cuidar los terrenos, pero un solo hombre, viejo y ordinario, no era suficiente para recuperar el esplendor de la que fue la casa más impresionante de Little Hangleton. El hecho de que Frank no tuviera la fortuna Riddle, y que absolutamente nadie en el pueblo estuviera dispuesto a pisar el suelo maldito de esa propiedad tampoco habían contribuido positivamente.
La magia, sin embargo, era la solución para cada mísero problema, particularmente para los problemas muggles. Con el poder que Perséfone y Tom tenían, el lugar había sido restablecido a su antigua gloria sin dificultad alguna, solo un par de movimientos de varita y algo de tiempo. Limpiar no había sido complejo en absoluto, pero hacerlo un lugar seguro, por otra parte, había sido muchísimo más desafiante.
Los alrededores de la Mansión Riddle habían sido cubiertos centímetro a centímetro por runas antiguas y poderosas, que se habían vinculado no al poder de Tom y Perséfone, sino a su vida, lo que las volvería permanentes. Después de las runas, habían colocado capa tras capa de encantamientos de escudo, de protección, anti muggles, y muchas otras. El pueblo en su totalidad creería que la mansión había sido derribada por su deplorable estado, y su renuencia a acercarse solo se vería fortalecida.
Pero proteger la casa donde ellos iban a establecer su cuartel general era indispensable, y había formado parte de los planes de ambos desde el comienzo. La novedad había sido la brillante idea de Perséfone de no solo ocultar la casa, sino también controlar en su totalidad el pueblo. Colocaron el pueblo entero bajo los mismos encantamientos que la mansión, aunque sin la compleja seguridad de las runas. Los muggles seguirían viviendo allí, en el pequeño pueblito autosostenible al que ningún extraño volvería a llegar, jamás. Y cuando Tom restableciera su ejército, irían liberando casa por casa de los muggles, entregando los hogares a los mortífagos y conservando únicamente a los muggles que tomarían labores de producción, como ganadería y agricultura. Así, cuando la guerra estallara, ellos podrían quemar cada rincón del mundo, y aún tendrían todo aquello que necesitaran.
Después de ayudar a Tom con las protecciones, Perséfone había quedado tan drenada que se había quedado dormida después de almorzar y no había despertado hasta el mediodía, habiendo dormido casi veinticuatro horas consecutivas.
Ella casi se arrastró fuera de la cama hacia el estudio, porque si Tom debía estar en algún sitio que no fuera su habitación, por supuesto que sería en el estudio. La puerta estaba abierta, seguramente porque él la había estado esperando, y ella se deslizó dentro del lugar, tomando la silla libre frente al gigantesco escritorio.
El estudio tenía un aspecto conservador, pero Perséfone lo encontraba agradable, con toda la pared del fondo convertida en un inmenso librero de madera, el ornamentado escritorio con la silla giratoria de Tom, una mesilla dedicada única y exclusivamente a botellas de bebidas alcohólicas que debían haberse añejado al menos durante ochenta años, algunos sillones para reuniones laborales y el gran ventanal lateral. Todo allí decía a gritos "dinero viejo".
—Buenos días —dijo Perséfone.
—Serían ligeramente mejores si mi círculo interno no estuviera muerto o en Azkaban —respondió Tom, sujetándose el puente de la nariz.
—Creí que muchos de ellos se habían librado de Azkaban alegando estar bajo la maldición imperius, Malfoy, por ejemplo. Crecí escuchando a mis padres asegurar que existen enemigos en cada rincón, soldados bajo tu mando que se las arreglaron para permanecer libres y entre la sociedad.
Tom soltó una risa seca y despectiva.
—Puedes confiar en la imaginación de la Orden del Fénix para hacerme ver aún más terrible de lo que soy. Ojalá ese fuera el caso. Quienes están libres, lo están porque negaron su voluntad, negaron servirme, y en el acto se convirtieron en traidores; muchos de ellos van a regresar, eventualmente, pero no están ni cerca de ser dignos de confianza.
—Eso es algo que podría comprobar —sugirió ella, inclinándose sobre la mesa para tomar la mano de Tom y colocarla sobre la suya. Con el dedo índice de la otra mano, Perséfone delineó las líneas de la palma de su mano.
—Adelante.
Ella sonrió ampliamente, mientras las sombras proyectadas en el suelo escalaban por los muros, creciendo, cubriendo cada centímetro hacia arriba y luego hacia el centro de la habitación, rodeando el escritorio. Perséfone cerró los ojos, y en un movimiento deliberado, presionó la punta de su uña en la palma de Tom, hasta derramar una gota de sangre. Y fue como si todo explotara.
El ambiente se llenó de gritos, voces en plena histeria que parecían provenir de todas partes y hablaban todas al unísono, gritando para ella. Sus ojos estaban cerrados, pero en la oscuridad que le daban sus parpados, todavía pudo distinguir los torrentes de sangre llenando su visión, arremetiendo con fuerza como una corriente contra una represa.
«Cuenta, cuenta, cuenta; ¿cuánta sangre tiñe tus manos?».
«Si una docena de pajarillos llegan a su casa, ¿cuántos enemigos habrán muerto antes de que ella abra la puerta?».
«Qué ocurrirá primero: ¿su enemigo perdiendo ambas manos, o ella perdiendo la cabeza?».
«Mírenla, pide y pide, como si creyera que algo merece».
Y entonces, una voz más grave, casi áspera, del tipo que paralizaría a una persona y le helaría la sangre. Una voz que la haría ridículamente consciente de la rigidez de los músculos bajo la piel y la fragilidad de sus huesos. Una voz que se parecía a la de ella, si Perséfone hubiera pasado los últimos años en una indescriptible agonía, gritando hasta desgarrarse la garganta, y ahora cada palabra le costara más de lo que podía pagar.
«Shh» chistó la voz, y las demás voces (las agudas, las chirriantes, las maliciosas, las severas y las burlonas), obedecieron.
No hubo imágenes proyectadas en su cerebro, ni profecías susurradas en su oído. Solo hubo realización, un conocimiento que antes no estaba allí pero ahora ahí estaba, porque Perséfone lo había pedido y la oscuridad se lo había otorgado. Aquello que era tocado por las sombras era de su dominio, aquel secreto que se ocultara en las tinieblas le pertenecería si lo pidiera, y Perséfone era excelente en pedir.
Cuando abrió los ojos, ella sonrió ampliamente.
—Tengo buenas noticias.
—Parece que siempre tienes buenas noticias para mí —dijo Tom, apartando su mano de donde ella la había sostenido, se pasó el dedo por la minúscula herida que ella le había abierto y la piel se selló, como si nunca se hubiera derramado sangre.
—Me gusta ser útil —respondió Perséfone—. Hay un mortífago, uno leal y poderoso, mató y torturó en tu nombre, y prefirió sufrir su condena a intentar mentir en su juicio. Fue encerrado en Azkaban, y allí murió, o eso cree el mundo. Es prisionero en su casa y en su mente, puesto bajo la maldición Imperius. Barty Crouch Jr. está vivo, y está esperando tu regreso.
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