CAPÍTULO 03

Cuando había estado en Hogwarts, Perséfone no había disfrutado pasar sus tardes en la biblioteca leyendo y sus noches haciendo tareas, pero no porque le disgustara como tal el trabajo académico, sino porque no había sido su decisión. Ella había pasado su tiempo rodeada de libros porque era lo que Percy disfrutaba, y porque también era lo que habían esperado de ella, que lo supiera todo, siempre. Se le había inculcado una necesidad de perfección no solo por sus padres, sino también por sus hermanos, sus compañeros y sus profesores. Y Perséfone se desgastaba sabiendo que el día en que hubiera una pregunta que no pudiera contestar, todos se decepcionarían y la mirarían como si no la conocieran.

Pero ella ya no estaba en Hogwarts. Y se lo recordaba todos los días a sí misma, como una prisionera que finalmente había salido al mundo.

Estando junto a Tom, no sentía el mismo desdén por pasar horas con la nariz hundida entre páginas polvorientas, porque no lo hacía con los mismos motivos que antes. Antes había pretendido cumplir con las expectativas de todo el mundo, y ahora solo quería fortalecerse a sí misma, crecer, destruir, y luchar por la causa con la que se había comprometido.

Había leído libro tras libro desde que Tom y ella habían comenzado a buscar el fragmento original de su alma, pero eran escasos los libros que hablaban de los horrocruxes. Solo unos cuantos los mencionaban, refiriéndose a ellos como oscuras y perturbadoras piezas de magia, y solo un par hablaban de ellos con mayor profundidad. Eran escasos los magos que habían creado horrocruxes a lo largo de la historia, y ninguno de ellos se había molestado en analizar lo que ahora los concernía a ellos.

La información sobre como absorber un horrocrux existía, y especificaba que se hacía mediante el remordimiento, y era un proceso tan terrible que era poco probable sobrevivirlo. Pero ni un libro en todo el mundo explicaba cómo podía hacer un horrocrux para absorber al fragmento principal del alma.

Porque Tom jamás volvería a ser parte de Voldemort, mientras Perséfone tuviera poder al respecto. Pero, Voldemort sí podía pasar a ser parte de Tom.

Y ellos habían tenido que encontrar su propia forma de hacerlo posible.

Tom mantuvo la cúpula alrededor de Voldemort, porque, aunque habían logrado exitosamente apaciguarlo, no era prudente confiarse al respecto. Mientras tanto, Perséfone tomó el diario de Tom de entre sus cosas. El diario ya no era particularmente especial, ya no contenía absolutamente nada del alma de Voldemort, pero una magia tan terrible como la que había llenado sus páginas tampoco podía simplemente desaparecer por completo, como si jamás hubiera existido. En cambio, el remanente de la magia negra que era el horrocrux, todavía se exudaba de su encuadernado y del papel.

Ella dejó caer el diario en el suelo, en el césped, y casi por reflejo, siendo que hacía aquello con muchísima más frecuencia que el mago o bruja promedio, se hizo un largo corte en el talón de la mano con la varita, medía unos cinco centímetros aproximadamente y comenzaba en la base de su dedo pulgar y bajaba hasta la parte superior de su muñeca. Por supuesto, ella preferiría no verse obligada a eso con tanta constancia, pero, por desgracia, gran parte de la magia oscura y poderosa requería un sacrificio, y la sangre era uno de los más pequeños e inocuos entre todo aquello que los rituales podían solicitar.

La sangre empezó a salir y Perséfone se dedicó a humedecer la tierra con ella, trazando un círculo oscuro alrededor del diario y cambiando constantemente la posición de su mano por comodidad. El círculo de sangre que rodeaba el objeto era innecesariamente grande, con casi un metro de diámetro y mucho espacio limpio alrededor. La línea de sangre tampoco era tan gruesa, solo al inicio, con el corte recién hecho, se había liberado en abundancia, pero para cuando ella había empezado a moverse para formar la figura, era poco más que un fino hilillo. No importaba, sería suficiente.

La sangre era, curiosamente, solo una cuestión de protección para Tom, una especie de simbolismo. Un trozo del alma de Perséfone estaba en él, y eso lo convertía en su horrocrux, por lo tanto, incluso en una batalla de voluntades entre Tom y Voldemort en la que Tom perdiera, él todavía resultaría ganador.

Ella se colocó en cuclillas y trazó en el suelo una serie de runas alrededor del círculo, utilizando la punta de su varita para marcarlos con profundidad. La primera en trazarse consistía en una línea sencilla y vertical que en la parte superior tenía un trazo en zigzag horizontal semejante a una 'w'.

Finis, vita et mors —enunció con claridad, al terminar el primer dibujo.

Ella no se detuvo y procedió a la siguiente runa, nuevamente comenzó con un trazo vertical simple, pero esta tenía una cruz pequeña en el centro. Terminada tenía un aspecto similar al de una estrella. Fue Tom quién declaró su nombre.

Se ipsum —dijo él.

El siguiente dibujo era ligeramente distinto. Comenzaba con la línea de costumbre, pero en la parte superior comenzaba una pequeña y corta línea diagonal hacia la derecha y hacia abajo, que al terminar subía, conservando la dirección y el tamaño, casi como una letra 'm' incompleta, y esto se imitaba en la parte inferior, pero como un reflejo, de forma en que, si arriba era una 'm' incompleta, entonces abajo era una 'w' incompleta.

Renascentiae —dijo Perséfone. Era solo la tercera runa, pero eran todas tan importantes, primordiales, que estaban comenzando a hacer que el aire se sintiera pesado, asfixiante, y comenzara a dificultarles el habla. Después fue solo cuestión de repetir las mismas runas una y otra vez hasta cerrar el círculo—. Es tu turno, Tom.

Tom no se resistió en absoluto, en cambio, inmediatamente se llevó las manos al cuello, comenzando a desabrochar los botones de su camisa, de arriba abajo, y se giró para observar los árboles, de forma en que unos segundos después, cuando se colocó en el suelo, con una rodilla en la tierra y la otra como soporte para sus brazos, daba la espalda a Perséfone.

—Adelante.

La runa que comenzó a dibujar entonces era probablemente una de las más complejas que ella alguna vez había realizado. Clavó la punta de su varita en la piel de la espalda de Tom hasta que él comenzó a sangrar, y entonces comenzó por dibujar un rombo, con cada lado midiendo exactamente lo mismo, y del vértice que había quedado arriba, hizo descender una línea vertical hasta su espalda baja, quedando la línea del doble del tamaño del rombo, y volvió a donde la figura inicial había terminado, de ese vértice trazando dos líneas diagonales descendientes en ángulos distintos, una a la derecha y otra a la izquierda. Finalmente, en la parte inferior trazó una cruz.

Omne fracti desiderat uniri —susurró Perséfone, con voz temblorosa, mientras sus dedos se manchaban con la sangre de Tom. Ella se arrodilló, para estar a su altura, y con la mano con la que no sostenía la varita, lo sujetó del hombro, sus dedos sucios con tierra y sangre mancharon la piel blanca de él, en aquella zona a donde sus nuevas heridas no habían llegado todavía.

Desde donde estaba, en el suelo, atrás de él, Perséfone todavía se esforzó por inclinarse más, descansando su frente contra la nuca de él y sintiendo la cálida piel, y dejó intencionalmente una lágrima limpia caer, resbaló por la espalda de Tom, llevándose tierra y sangre por igual y trazando una línea fina que resbaló hasta mojar el césped. Y entonces la sangre de ella ardió, el círculo de sangre que había formado se cubrió con llamas rojizas y anaranjadas, que se elevaron en el cielo hasta cubrir las copas de los árboles, y una a una, las runas que ella talló también se encendieron, en el orden en que las había trazado.

Ninguno prestó atención, o mucho menos preocupación, al fuego que se extendía, que había comenzado por cubrir las hojas en los árboles, que envolvía el cadáver del lobo que allí había yacido, que ahora bajaba por las plantas y cubría no solo copas sino también troncos y superficiales raíces.

Ella se acercó más a él, hasta que sus labios rozaron el comienzo de la región torácica de su columna, donde el trazo había comenzado, y ella se obligó a cerrar los ojos con fuerza para dejar de notar que había abierto tanto su piel que podía ver el hueso. Los labios se le mancharon de líquido carmesí, escurriendo un poco por debajo de su barbilla, y ella hundió las yemas de los dedos fuertemente en su hombro, tratando de anclarse a la realidad, mientras abría los ojos.

Voldemort comenzó a realizar un movimiento inusual, retorciéndose en el aire, como el espíritu que era, pero como si estuviera recibiendo descargas eléctricas de algún tipo. Y entonces una distorsión llenó el aire, allí donde el rostro de Voldemort debía estar y alrededor de Tom, una borrosidad inusual que se veía como si tiraran de ambos, excepto porque no afectaba en absoluto al cuerpo físico de Tom. Era un efecto visual similar al de un dementor tomando un alma.

El proceso no demoró demasiado, no una vez que Perséfone retrocedió, apenas ligeramente y se pasó el dedo índice y el dedo medio por los labios. Ella se apresuró para recolocarse, esta vez en frente de Tom. Él tenía un aspecto miserable, con los ojos rojizos nublados, dándole un aspecto casi febril, pero su mirada se encontró con la de ella casi de inmediato. Perséfone, a su vez, no tenía tampoco el aspecto más pulcro en esos momentos, con las manos sucias, tierra en el cabello rojizo y la sangre tintando sus labios y barbilla, pero eso a él no pareció molestarle en lo más mínimo, no a juzgar por su repentina sonrisa casi predadora, acompañada por una ligera inclinación de cabeza. Él no hizo ademán de acercarse, sin embargo, y era imposible adivinar si era para no perjudicar el ritual o porque a pesar de todo sentía demasiado dolor como para moverse.

Ella llevó su dedo índice, con el que se había limpiado la sangre de Tom de los labios, a la frente de él, y comenzó su dibujo allí. No era una runa como las que había hecho antes, era algo más intrincado, y, sin embargo, básico en cierta medida. Perséfone no era una gran dibujante, pero el símbolo le llegó con facilidad de todos modos, con la forma de .

El silencio llenó el ambiente, y solo eso la hizo darse cuenta de los ruidos estruendosos que habían estado llenando sus sentidos, desde los trinados lastimeros de las aves a los rugidos de las bestias que huían del letal fuego que se extendía por los bosques.

Todo sucedió demasiado rápido entonces. La distorsión alrededor de Tom se detuvo, y ni siquiera él, con su impresionante tolerancia al dolor, pudo contener un grito cuando Voldemort se transformó en nada más que un destello, un alma, y atravesó silbando en el aire hacia Tom, que se desplomó en el suelo.

Perséfone agitó la varita, tomó sus cosas, sujetó a Tom, y con un chasquido y la sensación de un tirón, ambos desaparecieron del bosque. En su ausencia, las llamas crecieron, cambiaron, y evolucionaron del rojizo hacia un temible azulado cuando envolvieron todo lo que ellos habían dejado atrás, incluyendo el diario, que alguna vez contuvo la peor clase de magia, y que como remanente, convirtió un incendio en algo aún más terrible, un fuego ya incontenible transformado en algo que solo podría asemejarse al mismísimo infierno.


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