CAPÍTULO 02

De la misma forma en que era imposible matar a algo que no estaba vivo, era también complicado luchar con algo que no tenía un cuerpo para atacar, y era ese el caso de Voldemort. Les tomó tres días encontrarlo, sumergidos en las profundidades del bosque de Albania, que era un entorno en el que Perséfone no lograba sentirse cómoda en absoluto, con un profundo disgusto hacia el entorno tan húmedo como sofocante durante el día y simplemente frío durante las noches.

Tom y ella habían tenido un par de pequeños encuentros desagradables con las criaturas que vagaban por los bosques, que incluían un nido de acromántulas (que no, no eran en absoluto endémicas de la región) y un dementor solitario que por fortuna se había mantenido alejado, porque Perséfone no había logrado nunca realizar el encantamiento patronus con éxito durante sus clases de Defensa contra las Artes Oscuras en la escuela, y no era un hechizo que hubiera vuelto a intentar desde que había dejado Hogwarts.

Por supuesto, el espíritu de Tom, de Voldemort, se había ocultado en la parte más oscura y profunda del lugar. Había cambiado ligeramente su ubicación desde la vez que ella lo había señalado en el mapa, avanzando más hacia la convergencia con la frontera, como si supiera de algún modo que estaba siendo cazado, y ya que Perséfone nunca había sido un espíritu, hasta donde ella sabía, era posible que él en realidad sí que lo supiera.

Había fantasmas en Hogwarts, y Perséfone había pasado los últimos seis años de su vida, toda su vida escolar, conviviendo con ellos, hablándoles y mirándolos, incluso llegando a experimentar la gélida sensación de atravesar a uno, pero era un rudo despertar finalmente ser consciente de en qué diferían estos seres de un espíritu. Ella lo descubrió cuando lo encontraron.

Voldemort era un ser flotante y difuso, distorsionado, casi borroso, que dejaba una estela blanquecida que distaba mucho del color plateado. No tenía un rostro que ellos pudieran mirar, apenas una silueta con algunos rasgos tenues, como las manchas oscuras y hundidas donde debían estar los ojos y la línea semejante a grieta que se asemejaba a una boca. En todo momento se mantuvo lejos del suelo, como un reflejo que se movía demasiado velozmente a su alrededor, girando peligrosamente rápido.

Perséfone alzó la varita en un movimiento rápido y muy brusco, ligeramente inclinada, cuando Voldemort arremetió contra ella, y en el momento en que lo intentó se estrelló con la barrera invisible que ella había invocado. El rostro se tornó ligeramente más nítido, un instante, antes de emborronarse de nuevo. A esto le siguió un nuevo ataque desde otro ángulo, y ella agitó nuevamente la varita para neutralizarse, con un destello brillando en el aire, como un zarpazo que lo hizo retroceder. Una amplia sonrisa predadora lucía en el rostro de Perséfone.

—Tom, aunque esté disfrutando esto como entrenamiento, no puedo hacerlo para siempre —dijo Perséfone.

Tom agitó su propia , en un movimiento pequeño y circular que abrió un pequeño vórtice que inició un proceso de succión. La presión adhirió al espíritu al árbol más cercano, frondoso y nudoso, con raíces que sobresalían del suelo.

—Solo lo mantuviste unos segundos —señaló Tom—. Creo que podrías estar oxidada.

—Simplemente estoy intentando no hacer sufrir demasiado a una parte de tu alma.

El espíritu se retorció contra el tronco, antes de que se deslizara, casi como si estuviera derritiéndose o disolviéndose en bruma hacia el borde, desapareciendo en segundos entre los arbustos. De entre la oscuridad emergió entonces un lobo, grande e imponente, de pelaje marrón cálido, con los ojos de un color rojo brillante. Mostraba los dientes y gruñía con fuerza, de los colmillos goteaba saliva.

Tom atacó antes que Perséfone, con una maldición cortante que el lobo evitó de un brinco, con una agilidad que no era propia de la especie. El animal dobló ligeramente las patas traseras y se preparó para un nuevo salto, lanzándose contra Tom, pero Perséfone lo atrapó en el aire, la varita en mano e hilos de sombras que se desmarañaron de debajo de los árboles y envolvieron al animal, manteniendo cerrado su hocico y tirando de sus extremidades. La luz menguó por un instante, cuando una nube cubrió el sol ya obstruido por lo frondoso de los árboles, y la nueva iluminación (o escases de iluminación) hizo resaltar manchas oscuras bajo los ojos de Perséfone, que parecían ojeras en el centro, pero se extendían por las comisuras de sus ojos como un delineado hecho de bruma.

Ella bajó el brazo, con el que sostenía la varita, dejando la mano colgando descuidadamente, y con la mano libre, hizo un puño. Los hilos de sombra se tensaron. El cuello del animal se rompió bajo la tensión, y los ojos del lobo se tornaron vidriosos un instante, hasta que todo indicio de brillo, de vida, se desvaneció por completo, y el color rojizo se apagó hasta volver a ser marrón.

Perséfone soltó las ataduras, lentamente, con cautela, y cuando lo hizo, el humo blanquecino salió de su hocico, como una última respiración, y adoptó su forma humanoide nuevamente ante la mirada expectante de la pareja. En esa segunda ocasión, ella se encontró poniéndole más atención a la figura de lo que había hecho antes, no por ningún tipo de fascinación por la criatura ni por motivos semejantes, sino porque las hendiduras que mostraban la ubicación de sus facciones, de un color oscuro como el alquitrán, profundo y casi vivo, como si más que sombras o absolutos vacíos, fueran un sitio, un lugar de donde emergería en cualquier momento un monstruo de pesadilla; y a Perséfone eso le interesaba, porque se veía casi de la misma forma que la oscuridad que ella proyectaba cuando utilizaba sus habilidades.

Con más esfuerzo del que Tom estaría dispuesto a admitir que había requerido, él se apresuró a forzar una cúpula alrededor de el espíritu, era de un color azul brillante pero traslucido, y al trozo principal del alma de Tom claramente le disgustaba porque lo golpeó con tanta fuerza que causó una fina grieta, que comenzaba desde la base hasta la mitad superior, y eso solo lo incitó repetirlo, con tal fuerza y repetitividad que Tom se encontró sujetando la varita con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos alrededor del trozo de madera, luchando por sostener el escudo.

— ¡Perséfone! —exclamó Tom, por encima de los ruidos de golpes— ¡Habla con él! Es el trozo de alma principal, debe ser consciente de sus horrocruxes. Yo no puedo recordar nada después de haber quedado encerrado en el diario, pero él debe poder recordar todo lo que hice después de salir.

Ella titubeó un instante, mientras se acercaba al borde de la barrera.

—Tom, ¿puedes escucharme? —preguntó Perséfone, pero el espíritu no pareció escucharla y siguió tratando de expandir la grieta que ya había abierto, pero era complicado porque la rotura se reparaba a sí misma apenas se alejaba— ¡TOM!

El grito de Perséfone sacudió las copas de los árboles, con la magia infundida en su voz, su voz todavía se escuchó como un eco entre el bosque al pasar los minutos, pero el trozo rebelde de alma se detuvo, y fue como si la mirara, y quizá, solo quizá, la reconociera.

—Lo tienes, amor —susurró Tom, el Tom real, el que había salido del diario. Perséfone no se giró para mirarlo.

— ¿Puedes hablarme? —preguntó ella. El espírituse limitó a soltar un sonido estrangulado, extraño, casi como el sonido de un dementor. Perséfone lo entendió como un "no"—. Está bien, está bien. Puedes recordarme, mi lord, yo juré lealtad, yo juré hacerlo todo para llevarte a donde mereces, sin importar cuánta sangre manche mis manos, ¿lo recuerdas? Y él, él eres , es tu horrocrux, cumpliendo su función, devolverte a la vida.

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